La guerra imperialista en el ciclo burgués y en el análisis marxista (2)

(«El programa comunista»; N° 45; Septiembre de 2004)

 

 

10.  CAPITALISMO  Y MILITARISMO

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Antes de tratar los problemas de la lucha proletaria contra el militarismo burgués y contra la guerra imperialista, tendremos que volver a la argumentación desarrollada hasta aquí.

Un gran espacio hemos acordado al rol del militarismo y la guerra en la génesis misma del modo de producción capitalista. Esta noción, que ya Marx presenta como uno de los pilares de la doctrina comunista, ha sido tomada luego vigorosamente por Rosa Luxemburgo en su espléndida batalla contra el revisionismo.

Destruyendo despiadadamente el idílico velo sobre el cual la ideología dominante se esfuerza en colocar el nacimiento del modo de producción burgués, Luxemburgo ha restablecido con viva claridad y gran profundidad desde el punto de vista histórico el verdadero sentido del militarismo moderno; y, al mismo tiempo, ha puesto al desnudo el carácter intrínseca, congenitalmente militarista del régimen burgués:

«En lo que llamamos el período de ‘acumulación primitiva’, es decir, al comienzo del capitalismo europeo, el militarismo juega un rol determinante en la conquista del Nuevo Mundo y de los países productores de especias, las Indias; más tarde, este sirve para conquistar a las colonias modernas, destruir las organizaciones sociales primitivas y apoderarse de sus medios de producción, introduciendo por el contrario intercambios comerciales obligatorios en países cuya estructura social se oponía a la economía mercantil, transformando por la fuerza a los indígenas en proletarios e instaurando el trabajo forzado en las colonias. Ayuda a crear y ampliar las esferas de interés del capital europeo, arrancando concesiones ferrocarrileras a los países atrasados y haciendo respetar los derechos del capital europeo en los empréstitos comerciales. En fin, el militarismo es un arma en la competencia de los países capitalistas, en lucha por el reparto de territorios de civilización no capitalista» (30).

Desde sus primeros chillidos, pues, el capital exuda militarismo por todos sus poros. Y aquellos que, delante de sus manifestaciones más violentas y virulentas hablan de retorno a formas bárbaras, retrógradas, pre-burguesas en substancia, no están sólo fuera del marxismo, sino que repiten la apología vulgar de las clases dominantes, posición típica de cualquier época y lugar del revisionismo y del oportunismo y en el que también se encuentran las tesis que buscan en el fascismo una reacción agraria y pre-capitalista. «Se equivoca Bernstein cuando en ‘La Vida Socialista’ del 5 de Junio de 1905, dice que las instituciones militaristas actuales no serían sino la herencia de la monarquía más o menos feudal» escribe Karl Liebknecht en 1907 (31). Nada nuevo, pues, bajo el sol; nada que debieramos rectificar, ni innovar.

En efecto militarismo y guerra son fenómenos a tal punto ligados a las brumas oscuras del mundo feudal, a tal punto incompatibles con la racionalidad luminosa de la era burguesa que, después de haber asistido al modo de producción capitalista en los dolores de su parto, luego acompañan «el proceso de acumulación en todas sus fases históricas» (32).

Estos fenómenos acompañan al capitalismo en el sentido que velan por su desarrollo, lo ayudan en su marcha, lo sostienen en su esfuerzo por superar dificultades, contradicciones y crisis en las cuales este se hunde periódicamente.

Nos hemos detenido en la relación que liga acumulación y guerra, remarcando el hecho que la acumulación capitalista encuentra la energía y el impulso, necesarios para la activación de un nuevo ciclo de expansión y explotación, en las destrucciones a gran escala de las guerras; o sea, el hecho que, para retomar las palabras de Marx, la economía burguesa es forzada periódicamente a reconstituir mediante «una violenta aniquilación de capital» (33) las condiciones necesarias para su propia auto-conservación. No está demás señalar que el resultado de nuestro trabajo es la estricta repetición de posiciones clásicas.

Luego de haber puesto en evidencia que «el desarrollo de las fuerzas productivas del capital (…) llegado a un cierto punto impide la auto-valorización en lugar de provocarla», en la medida en que el crecimiento de la población, los descubrimientos científicos y su aplicación a la totalidad de la producción, conducen inevitablemente a un declive de la taza media de ganancias, Marx afirma en efecto que estas contradicciones provocan crisis y explosiones en el curso de las cuales «a través de la suspensión momentánea del trabajo y la liquidación de una gran porción del capital, este último es violentamente llevado al punto en que puede continuar», al punto en que «está en la capacidad de emplear completamente sus fuerzas productivas sin suicidarse» (34).

Es evidente que la destrucción periódica de capital constante y fuerza de trabajo en las sacudidas guerreras, presupone la acumulación de un potencial apreciable de medios de destrucción y una preparación particular no solamente de material humano a arrojar sobre los campos de batalla, sino también de toda la sociedad. Para cumplir eficazmente con sus tareas, la guerra debe apoyarse sobre un militarismo que halla alcanzado antes un nivel suficiente de desarrollo e integración en el seno de la sociedad.

Sin embargo sería ingenuo atribuir al capitalismo la capacidad de programar conscientemente la «fabricación» de guerras cada vez más devastadoras, menos aún de planificar con esta finalidad el desarrollo exponencial del militarismo y la producción de armamentos cada vez más potentes y mortíferos. El capital no se siente atraido por el largo plazo, este no se interesa más que a los negocios que se perfilan en su horizonte inmediato.

El desarrollo del militarismo y de la producción de armas en los períodos de entre-guerras deben pues ser considerados como fenómenos que se desprenden de la dinámica natural, espontánea, de la economía burguesa y que en un momento dado se conjugan con la necesidad de una «violenta aniquilación de capital», desemboque necesario de su curso catastrófico.

Dentro de la cuestión general de la relación entre acumulación y guerra, hay una cuestión más específica, la de la relación entre acumulación y desarrollo del militarismo; es decir, la cuestión de la función económica del militarismo para retomar la expresión de Rosa Luxemburgo, del militarismo como «campo de acumulación del capital» (35).

Mediante impuestos indirectos el Estado se da la posibilidad de equipar militarmente a sus fuerzas armadas. Está claro que si la carga impositiva para financiar las necesidades del aparato militar no recayera sobre los hombros de la clase obrera (sabemos que los impuestos indirectos penalizan sobre todo a los trabajadores asalariados), «los mismos capitalistas soportarían esta carga. Una parte de la plusvalía debería ir directamente al mantenimiento de los órganos de su dominación de clase, la cual sería descontada sobre su propia consumición que estos restringirían tanto o más, lo que parece más aceptable, por sobre la porción de la plusvalía destinada a la capitalización.» (36); gracias a la extorsión que realiza el Estado mediante la fiscalidad, una cantidad enorme de plusvalía es «liberada» y se vuelve disponible para la acumulación.

Lo que resalta a primera vista es que el militarismo no es un pasivo para el capitalismo. Pero las cosas aparecen más claramente si hacemos un análisis más detallado.

Constatamos, en efecto, un cambio en la relación entre capital variable «salario obrero» y productos de la Sección II: «la expresión monetaria de la fuerza de trabajo es entonces intercambiada contra una cantidad menos grande de medios de consumo» (37). «(…) Ha habido pues transformación en la repartición del producto total: una porción de productos que otrora estaban destinados al consumo de la clase obrera, como equivalente de v (capital variable), es entonces asignada a la categoría anexa de la clase capitalista para su consumo» (38).

¿Cuál es el nudo de la cuestión? El punto nodal es que, por un lado, el militarismo impone una disminución del valor del salario del obrero mediante los impuestos indirectos - así como una disminución del capital constante y variable empleados en la producción de medios de consumo de la clase obrera - , por otro, abre un nuevo mercado a la acumulación mediante la demanda de medios militares, ofreciendo de esta manera una posibilidad de capitalización tanto a la parte del capital variable, sustraido a los trabajadores por medio del descuento fiscal, como a las fracciones del capital constante y variable que se encontraban incorporadas a la sección II para producir bienes de consumo destinados a los trabajadores, y que han sido liberados en razón de la reducción del consumo de estos, cuyos límites están definidos por la posibilidad de poder ser pagados por el obrero.

No es, pues, solamente el capital obtenido mediante el descuento fiscal, el cual se invierte en la producción militar, sino también aquel que viene del «desgravamiento» del sector que produce medios de subsistencia. Diciendo que una «porción de los productos destinados en otra época al consumo de la clase obrera … está ahora destinada a la categoría anexa de la clase capitalista para su consumo », no se trata en efecto de denunciar que una parte de los productos que se encontraban antes sobre la mesa o dentro del hogar de los trabajadores se encuentra ahora sobre la mesa o en el hogar de los militares. Si fuese así, el volumen de producción de las industrias que producen bienes de subsistencia permanecería igual. En realidad, sólo una pequeña parte del valor destinado al consumo del aparato militar de la clase burguesa debe sufrir una metarmorfosis que implica precisamente un «desgravamiento» de las ramas industriales que producen bienes de subsistencia. Para ser consumidos por el apéndice militar del capitalismo, los productos deben presentarse bajo la forma de metralletas, obuses o blindados y sólo un pequeña parte en forma de productos alimenticios o vestimentarios, tal como lo fue antes.

Si bien es cierto que las fracciones de salarios absorbidas por el Estado con los impuestos son destinadas a cubrir todos los gastos de manutención del militarismo, esto trae en consecuencia que la reducción del volume de los medios de subsistencia producidos por la Sección II en equivalencia de salarios, debe ser superior al aumento de la producción de la misma Sección provocada por la demanda de medios de subsistencia por parte del aparato militar. Lo esencial del presupuesto de las fuerzas armadas no se consagra a los gastos cotidianos de las tropas, o a su uniforme, sino a acumular chatarra homicida para la defensa de la dictadura burguesa. La conclusión es que el volume de producción del sector de los medios de subsistencia no puede sino reducirse para liberar cantidades correspondientes de capital constante y variable. Una masa creciente de capital se proyecta hacia inversiones más lucrativas y se concentra en un mecanismo productivo único: valor creciente de la industria militar como campo de acumulación del capital.

Recapitulemos entonces los términos de esta colosal empresa:

Primero: provocando un disminución neta del valor de v (y también, como hemos mostrado, de c), el militarismo tiende a contrarrestar el descenso de la tasa media de ganancias, aportando entonces oxígeno al capital exangüe.

Segundo: si esta magnífica «economía de costos generales en la producción de plusvalía» (39) conlleva una limitación de la producción de medios de subsistencia en general, desde el punto de vista del capital, la misma no aparece como la pérdida de un mercado, sino como el preludio a la conquista de mercados mucho más rentables.

Como hemos visto, una vez concentrada en sus manos, la masa monetaria transfundida de las venas del proletariado al Estado, «comienza una carrera completamente nueva» (40). Se funde primero con la parte de la renta sustraida mediante idéntico mecanismo a las capas medias como el campesinado, artesanado, etc…(41). Y se funde después con las fracciones del capital constante y variable liberadas de la sección II de la forma que ya hemos descrito.

Al final de esta serie de concentraciones, un poder de compra colosal se ha materializado en las manos del Estado. Una parte considerable e históricamente creciente de este poder de compra se invierte en la producción de artefactos bélicos, abriendo así un vasto y creciente campo de acumulación para el capital.

«Las sumas que los campesinos o las clases medias hubieran economizado (…) se encuentran ahora disponibles en las arcas del Estado, volviéndose objeto de solicitudes y ofreciendo posibilidades de inversión para el capital»; lo que, si se hubiese quedado en los bolsillos de los proletarios o de los pequeños burgueses, necesariamente se hubiera transformado en una «multiplicidad y en un desparramamiento de pedidos mínimos de diversas categorías de mercancías que no coinciden en el tiempo», ahora cambia completamente de aspecto dando «lugar a un pedido concentrado y homogéneo del Estado» (42).

A una exigencia (y a una producción) de bienes diferenciada y dispersa, se sucede, pues, un pedido unificado y constituido por grandes masas de productos, dado que el «consumo popular» pide al aparato productivo pequeñas cantidades de pan, azúcar, mantequilla, aceite, vestimenta, etc., etc., cuyo efecto sobre el «hambre ardiente de plustrabajo» del capital es puramente afrodisíaco, mientras que la máquina militar enguye en sí, mercancías de un sólo tipo (armas) y a dósis masiva. El capitalismo, que es por definición producción masiva, se entrega de lleno a esta tarea. Por otra parte, ¿no reacciona este a la caída de la tasa media de ganancias mediante el acrecentamiento de la masa de producción ? Para este el dilema no puede ser más obvio: o el feliz jolgorio del rearmamento, o la lúgubre cuaresma de la crísis. Aún si el capitalista individual, o todos los capitalistas en su conjunto aspiran sinceramente a la paz, nada fuera de la revolución proletaria podrá detenerlos en su loca carrera hacia la guerra.

Volvamos a lo que representan los atractivos del sector militar a los ojos del capital. En la citación que hemos hecho más arriba, Luxemburgo habla de la potencia de la demanda de medios de subsistencia fragmentada en millares de partes que no coinciden en el tiempo. Además de los precedentes (producción en gran cantidad, y mercancías de un mismo tipo), este aspecto de la producción militar tiene un peso determinante. La continuidad de la demanda es, en efecto, sinónimo de continuidad en la extensión del proceso productivo y por tanto de la continuidad de la afluencia de ganancias. Cambiando el tipo de demandas, desarrollando la demanda militar, el Estado sustrae la ganancia a la tiranía del «consumo popular», la protege de rupturas en su continuidad que le serían fatales. Gracias al militarismo esta sería  sustraída a lo arbitrario, a las oscilaciones subjetivas del consumo individual» y «asume una regularidad casi automática, un ritmo de desarrollo constante» (43). Todo el mecanismo de la democracia parlamentaria facilita este processus: «Gracias al aparato de legislación parlamentaria y a la prensa, quienes tienen como tarea formar a la opinión pública, es el capital mismo quien controla este movimiento automático y rítmico de la producción para el militarismo» (44) .

Todo lo que venimos de decir permite comprender que la producción militar es un sector que garantiza al capital un alto rendimiento. Fracciones cada vez más consistentes del capital social se separan de los sectores menos rentables y van a parar a la industria militar; la masa de ganancias que el conjunto de los capitalistas arrancan, aumenta; al mismo tiempo la tasa media de ganancia aumenta, consecuencia directa y altamente benéfica para el curso económico capitalista del contragolpe militarista sobre los salarios. Mientras que el desangramiento de la clase obrera y la pequeña burguesía ejerce un efecto tonificante sobre todas las ramas del industrialismo burgués, la expansión de la producción militar arrastra en su vertiginoso movimiento a todos los sectores-claves de la economía nacional: para producir armas se precisa de torres, máquinas-herramientas, acero y otras materias primas, etc. Toda la metalurgia y la mecánica, y más generalmente todo el sector que produce medios de producción encuentran una nueva vida.

He aquí develado todo el misterio de la «vigorosa» recuperación que caracteriza los períodos de pre-guerra, los arcanos de la transformación del ciclo económico en ciclo de guerra. Pero si este punto fundamental es correctamente comprendido, si el rol económico del mulitarismo es restablecido en sus verdaderos términos de potente palanca de la acumulación capitalista, entonces se demixtifica también una de las mas innobles e insidiosas leyendas de guerra. Así como la guerra, el militarismo es también un negocio para todos los capitalistas y no, como lo dice la leyenda, útil sólo para unos cuantos (los traficantes de armas) y nocivo para todos los demás, los capitalistas sedicentemente «pacifistas».

Luxemburgo observa que «los adversarios del militarismo casi siempre se encuentran de acuerdo con este punto de vista, mostrando que el armamento de guerra, como inversión económica para el capital, no hace sino hacer pasar las ganancias de algunos capitalistas en el bolsillo de otros.» (45).

Este análisis, completamente falso desde el punto de vista económico, caracteriza a los adversarios pequeño-burgueses del militarismo. Su función política consiste únicamente en desviar la reacción de la clase obrera dirigiéndola sobre el terreno podrido del pacifismo, sobre el terreno de la endeble oposición entre capitalistas humanistas, el terreno sobre el cual los representantes de la burguesía dominante esperan atraer al proletariado engañado e inconsciente para finalmente arrojarlo una vez más en el horror fratricida de la guerra entre Estados.

 

11.  ECONOMÍA  DE  GUERRA CONTRARREVOLUCIONARIA Y  ECONOMÍA  DE  GUERRA REVOLUCIONARIA

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La preparación a la guerra se apoya sobre el desarrollo de una economía de guerra; esta se funda en la sobre-explotación de los obreros, en la desvalorización de la fuerza de trabajo, en la pauperización no sólo relativa sino absoluta del proletariado y, como ya hemos visto, de las capas inferiores de las clases medias,.

Burgueses y social-imperialistas (antes del desmoronamiento de la URSS, NdR) se desgañitan tratando de promover las delicias reservadas a los trabajadores; pudiendo realizar un gran esfuerzo tratando de explicar que una parte del ejército industrial de reserva puede ser absorbido por la expansión de las industrias armamentísticas. Queda el hecho que el desarrollo de una industria de guerra es simplemente imposible si no se toca la consumición, esto es, si no se reduce en forma drástica el nivel de vida de las masas populares en general, y de la clase obrera en particular. Queda el hecho, mucho más potente que todos los discursos que llueven sobre los proletarios desde lo alto del parlamento, las asociaciones patronales, las oficinas políticas de los partidos democráticos o de las organizaciones sindicales, que la economía de guerra tiene por consigna: ¡ Comer menos ! ¡ Vestirse mal ! ¡ Producir más, en nombre de los intereses superiores de la Nación y sus ejércitos ! ¡ Obedecer  sin  discutir !

Es innegable que ciertas empresas que quiebran pueden ser «salvadas» mediante su reconversión en la producción militar y que, en razón del desarrollo impetuoso de esta rama de la industria, ciertos desocupados podrían conseguir trabajo. Pero todo esto no es posible si no se logra el deterioro draconiano del nivel de vida de la masa del proletariado, del conjunto de los trabajadores.

Con bastante frecuencia, los trabajadores conscientes y resueltos a defender los intereses materiales de su propia clase deben oír en los megáfonos la voz del bonzo sindical acusarlos de ser «corporatistas». No sin razón, estos retornan dichas acusaciones contra quienes las lanzan, ya que son los responsables de los sindicatos tricolores quienes se corporatizan, poniendo por delante la defensa de limitados intereses obreros, circunscritos a grupos privilegiados de trabajadores, ligados a la buena marcha de la empresa y a las vicisitudes de las ganancias patronales. Pero la acusación lanzada contra los «extremistas» contiene otro veneno, en la medida en que la misma es testigo de una relación parental con los métodos y los postulados de la extrema derecha fascista. Es por ello que es interesante señalar que el reformismo político y sindical avanza, paralelamente a la evolución militarista y belicista de la economía burguesa, hacia posiciones abiertamente social-imperialistas, adoptando completamente la retórica fascista en favor de la industria militar como fuente de trabajo y de bienestar para los proletarios. Fascistas y social-imperialistas actúan ambos para defender los intereses inmediatos de grupos limitados de trabajadores en detrimento de los intereses inmediatos e históricos de la clase obrera. Iluminados por el resplandor de la economía de guerra, los dos corporatismos, reformista y fascista respectivamente, avanzan agarrados de la mano.

Para los campeones de derecha e izquierda de la economía de guerra, el leit-motif es: Austeridad y Disciplina ante todo! La disciplina, a partir de las fábricas militarizadas, debe irradiar hacia todas las empresas y lugares de trabajo hasta llegar a una militarización general de la vida social. La austeridad debe ser tanto más estricta y rígida cuanto el almacenamiento de materias primas y bienes de consumo para las fuerzas armadas es sinónimo de alza general de los precios (46).

Sin embargo, la significación contra-revolucionaria de la economía de guerra burguesa no reside tanto en sus repercusiones inmediatas sobre la clase obrera, sino en el hecho que su punto de llegada es el maldito «baño de juventud» del capital en la guerra imperialista que le abre la posibilidad de una nueva expansión, de un nuevo ciclo de explotación a escala ampliada, de un período suplementario de esclavitud, aun más odioso que el precedente.

Tanto más cuanto, desde el punto de vista de su contenido inmediato, la economía de guerra burguesa no es muy diferente de la economía de guerra revolucionaria. Nuestra economía de guerra implica tambien la contingentación y la disminución del consumo obrero, en nombre de la prioridad de la lucha contra los ejércitos blancos erigidos por la reacción burguesa interna e internacional. Desde el punto de vista económico, estas medidas no tienen absolutamente nada de comunistas, algo que la Izquierda ha repetido innumerables veces.

«(…) El comunismo de guerra no es un rasgo particular de Rusia o de 1917, es universal y antiguo; existía en toda ciudad sitiada; así como el mantenimiento de un ejército moderno se hace según una fórmula de economía colectiva y no individual (…) de la misma manera, en una ciudad asediada el mercado es remplazado por el racionamiento: las ratas capturadas en las cloacas de París en 1870-71 no estaban cotizadas en bolsa, pero se distribuían en especie. Comunismo de guerra: no porque había comunistas en el poder que soñaban poner en práctica a Marx o a Moro, sino porque Rusia, reducida en algunos momentos a un círculo de 200 km de diámetro alrededor de Moscú, era como una ciudad asediada. Soldados y ciudadanos tenían que comer: grupos de obreros y soldados rojos iban a los campos y tomaban el grano allí donde se encontrara; o, en el mejor de los casos, lo intercambiaban por bonos. Durante la última guerra, Hitler hizo cosas por el estilo, y en forma más hipócrita aún lo han hecho los americanos, imprimiendo papel moneda» (47)

Tal diminución del consumo popular, que se hace bajo apariencia de distribución comunista, responde a la exigencia de asegurar al ejército rojo el suministro en armas y medios de subsistencia.

Así, podemos observar que el mecanismo que usa la dictadura obrera es muy similar al que caracteriza la economía de guerra burguesa. Sin embargo no es idéntico. Y la diferencia reside en el hecho que la economía burguesa se ensaña con el consumo obrero, exigiendo a este la parte más grande de los sacrificios; en efecto, las condiciones mismas en las cuales se desarrolla la lucha armada entre el proletariado victorioso y la fuerzas confederadas de la reacción burguesa interior e internacional, son tales que constriñen al Estado obrero a exigir sacrificios y sufrimientos más grandes que los infligidos por la economía burguesa. La diferencia reside más bien en el hecho que nuestra economía de guerra se torna hacia las otras clases con una inflexibilidad incomparable con respecto a la de los Estados burgueses. Lenin decía: «se requisa lo que queda después que el campesino y su familia se hallan saciado e incluso antes de que estos hallan comido lo suficiente» (48) no por razones económicas, sino por razones de urgencia social.

Sin embargo, la economía de guerra revolucionaria no consiste únicamente en la expoliación de categorías burguesas urbanas y rurales para alimentar a las ciudades y al Frente; significa también sacrificios para el proletariado, más importantes todavía que aquellos que impone una guerra imperialista.

¿Donde encuentran los obreros la energía necesaria para realizar esfuerzo titánico? He aquí una cuestión insoluble e incomprensible para la mentalidad burguesa y el cálculo mezquino de la búsqueda del beneficio individual e inmediato.

Durante la guerra imperialista, los obreros son obligados a sufrir por una causa que no es la suya sino la de una burguesía nacional en lucha contra una burguesía extranjera. En el caso de la guerra y de la economía de guerra revolucionaria, sufren tal vez más, pero lo hacen para sí mismos; para sí mismos, no como individuos, sino como clase. Defienden un poder que es el suyo, no porque sacan ventajas concretas inmediatas como individuos, sino porque pertenecen a su clase, porque son el puesto avanzado de una fuerza que tiende a subvertir a todo el planeta.

Defender el poder rojo contra el ataque concéntrico, simultáneo de todas las burguesías extranjeras unidas a la burguesía interna, significa en efecto defender la posibilidad de extender la revolución al mundo entero. Lo que está en juego no es el interés inmediato, sino el interés histórico de la clase obrera. Los obreros defienden en el presente su porvenir. No combaten para arrancar algunas concesiones que se pudieran aprovechar aqui y ahora, sino que luchan para cercenarle lo más rápido posible la garganta al capitalismo, abriendo así el camino a un mundo sin mercancías, sin dinero, sin trabajo asalariado ni cuentas a partida doble, un mundo donde la Especie humana podrá finalmente comenzar a existir.

Es de la grandeza de sus objetivos que el proletariado saca la energía necesaria para soportar las privaciones y los sacrificios que de otra forma lo aplastarían.

Para el marxismo, el Estado ha sido siempre una cuestión central. Su rol en las crisis burguesas y, por supuesto, en las guerras, y su rol en las crisis revolucionarias y la guerra revolucionaria debe, por esta razón, ser examinado con la más grande atención.

Para hacer frente a las exigencias de la guerra contra los blancos, los bolcheviques debieron «poner en pie y rápidamente un organismo de Estado para confiscar los cereales a los campesinos y concentrarlos en sus manos» (49), lo que Trotsky llama «un aparato aproximativo y provisorio», «extremadamente desequilibrado y abarrotado», pero centralizado, con lo cual «pudo aprovisionar al ejército activo en equipos y material de guerra - de manera insuficiente, tal vez, pero que nos permitió salir de la guerra no vencido sino vencedores» (50).

Al primitivismo, a la improvisación de este aparato estatal correspondía entonces su incapacidad relativa a hacer frente a las necesidades de la economía de guerra.

Al contrario, allí donde la economía capitalista está mas ampliamente desarrollada, allí donde el Estado tiene los caracteres de un aparato moderno y eficaz, se encuentran las mejores condiciones para sostener una economía de guerra.

«El desarrollo de la economía burguesa y la importancia enorme tomada por los organismos de Estado que concentran tanto funciones que permiten a aquellos de invertir en la preparación militar de recursos financieros que no podían soñar las viejas monarquías y condottieres del pasado.»

Gracias a la generalización del salariado y de la producción de mercancías los recursos generados por el sistema fiscal moderno no se comparan en nada con los extraídos mediante el diezmo o la faena.;

«Por otra parte, bajo el barniz de la civilización democrática los lazos con los cuales el Estado ciñe a los individuos se han vuelto tan estrechos que el Estado puede disponer de masas enormes de soldados, capaz de extraer hasta el último gallardo existente en la población» (51).

Hemos mostrado que uno de los caracteres que hacen de la economía de guerra un verdadero elíxir para el capitalismo es el consumo en masa y a un ritmo constante de mercancías por el aparato militar.

Para poder representar una salida real, para ser verdaderamente, incluso temporalmente, una alternativa a la crisis, la economía de guerra debe apoyarse sobre un aparato militar de masa reclutado por la circunscripción obligatoria y sobre un poder de Estado fuerte y centralizado capaz de realizar el tipo de movilización que satisfaga las exigencias del régimen burgués.

La economía de guerra implica además una reorganización de todo el aparato industrial y de toda la vida económica de la nación en función de la producción militar y de las necesidades de avituallamiento de los ejércitos.

Se trata de controlar y de dirigir la totalidad de la producción, de colocar y distribuir las materias primas sobre todo, de manera que limite la producción «de paz», y promueva al contrario la producción de interés militar. Y la organización de un sistema de controles múltiples sobre las materias primas de interés inmediatamente estratégico primero, y luego aquellas incluso de utilidad indirecta, todo al servicio del funcionamiento de la máquina militar (52), no hacen sino reafirmar el rol central que juegan las estructuras del Estado moderno en la instalación y el desarrollo de la economía de guerra. 

En conclusión: más grande es el desarrollo del capitalismo, inmensa es la centralización económica y política, más grande es la fuerza de la cual disponen las estructuras del Estado para organizar y controlar totalitariamente a la sociedad, y más profunda y sólida es la base sobre la cual se apoya la economía de guerra.

Más el mundo rebosa de civilización, mejor está organizada la sociedad, más social es el Estado y más aplastante es el dominio del militarismo sobre la sociedad.

 

12.  DESARROLLO  DE  LOS ARSENALES  Y DESEN CADENAMIENTO  DE  LA TERCERA  GUERRA  MUNDIAL

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Después de haber definido las grandes líneas de la economía de guerra, es preciso observar que los plazos y ritmos de acumulación de armamentos no coinciden necesariamente con los plazos de maduración de la guerra mundial. Las premisas económicas del conflicto pueden estar ya maduras mientras que el aparato militar no se encuentra todavía en capacidad de estar sobre el terreno. En oposición, encontramos que los arsenales pueden estar llenos hasta el tope mientras que las condiciones económicas, políticas y diplomáticas del conflicto no se han desarrollado todavía.

Los arsenales no constituyen en sí el coeficiente decisivo en el ritmo de gestión de la guerra. Con todo lo terríficos que puedan aparecer, no son los potenciales militares quienes «hacen la guerra».

Es el curso de la economía imperialista quien, llegado a un cierto nivel, «hace» la guerra. Y, si bien es cierto que el enfrentamiento militar resuelve provisionalmente los problemas planteados por la crisis, es preciso sin embargo señalar que el enfrentamiento militar no lo origina la recesión, sino la reanudación artificial que esta crea. Drogada por la intervención del Estado, financiada por la deuda pública (de la industria militar en buena parte), la producción recupera su altura; pero la consecuencia inmediata es el atascamiento de un mercado mundial ya saturado, la reproducción bajo una forma aguda del enfrentamiento inter-imperialista, y por tanto la guerra.

En ese momento los Estados se arrojan unos contra otros, estos deben hacerse la guerra, y la harán si es preciso a golpe de bulldozers, de segadoras-trilladoras o de cualquier otra máquina pacífica que podamos imaginar.

La fase de la precipitación final del conflicto comenzará cuando en todas las capitales resuenen gritos de alegría y cantos de júbilo en honor de la «salida del túnel» de la crisis, y no cuando se perfilen las bombas detrás de las siluetas de los generales.

Cuando en nuestro «Manifiesto» de 1981 habíamos señalado que la aceleración cuantitativa de la carrera armamentista mostraba que la pre-guerra había comenzado no habíamos hecho ningún pronóstico en cuanto a su duración ni tampoco habíamos ligado el veredicto al ritmo de crecimiento de los stocks termonucleares o convencionales. El poder de desdencadenar la guerra no pertenece a los fusiles sino a las masas de mercancías no vendidas.

Con la manifestación de una primera ola de recesión mundial en 1974 comienza la preparación del conflicto y la carrera armamentista se acelera en virtud. Pero será la aparición de una «vigorosa recuperación» económica y una expansión patológica del volúmen de la producción que dictará las condiciones de consumición del armamento acumulado, es decir la transición de la pre-guerra a la guerra.

Los imperialistas vencedores del 2° conflicto son los ejecutores testamentarios del fascismo cuya substancia totalitaria y centralizadora, desembarazada de sus formas contingentes, estos han heredado.

No solamente la han heredado sino que la han desarrollado y llevado a un nivel superior dentro de la forma democrática.

Con respecto a los años 30 los coeficientes de la economía de guerra están hoy mucho más desarrollados: la intervención del Estado en la economía se ha acrecentado al igual que la importancia de su rol de organizador de la interpenetración entre ejército, gobierno e industria. La transformación de la economía burguesa en economía de guerra ha podido conocer después de la crisis del 74 un desarrollo impetuoso, más rápido e irresistible que en los años 30.

Los mismos factores que frenan la evolución de la crisis económica y su desemboque en la guerra, actúan para acelerar frenéticamente los ritmos de acumulación del armamento.

La conclusión no es que la guerra estallará primero, sino que cuando estalle su potencia destructiva será acrecentada por la combinación de estos dos fenómenos.

Con la victoria de la democracia y a la salida de la segunda guerra mundial, la militarización ha podido alcanzar niveles mucho más elevados y con una velocidad mucho más alta, máxima en los Estados Unidos, la capital del mundo libre. El fascismo bajo su forma democrática reina sin adversarios con lo que se verifica nuestra fórmula: más democracia = más militarismo.

 

13.  «  MAS DEMOCRACIA, MAS  MILITARISMO »

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Esta breve fórmula resume una de las tésis fundamentales de la Izquierda comunista, que no son fruto de impresiones contingentes sino de más de medio siglo de batallas teóricas y de enfrentamientos físicos:

 1915: «se describía entonces (es decir en el momento en que la amenaza alemana sobre París se precisaba, ndr) a las naciones más democráticas y las más pacíficas asaltadas de improviso por una Alemania autocrática y militarista, preparada desde hacía tiempo para la guerra, reduciendo así el escenario de esta horrible tragedia al cuadro restringido de una banal antítesis entre democracia y militarismo.

Se decía superada la tésis clásica del socialismo internacional según la cual el militarismo es un mal común a todos los Estados burgueses como consecuencia del régimen capitalista y de la desenfrenada concurrencia industrial y comercial.

Es entonces que los revisionistas nacionales (trátase aquí de Italia, NdR) del socialismo (basta recordar a los Labriola y Barboni) se empeñaron en sostener que las causas del militarismo no son económicas, y comunes a todas las burguesías en general, sino políticas, y en este sentido limitadas a ciertos Estados donde sobreviven formas sociales pre-burguesas, tales como la influencia de las dinastías, castas feudales y militares, etc» (53).

El punto de partida esta constituido, como siempre, por contra-verdades que el enemigo de clase nos lanza bajo la forma invariante de la revisión de posiciones que se pretenden haber sido «superadas». Y es en la lucha contra estas deformaciones que se encuentra la posibilidad de restaurar las tésis centrales de nuestra doctrina, lo que significa reafirmarlas, troquelarlas (según la expresión de la Izquierda,) en forma más neta y tajante.

¿Qué afirmaban entonces las «tésis clásicas del socialismo internacional»?

 Las mismas afirmaban que el militarismo, fruto del capitalismo, es «común a todos los Estados burgueses donde sobrevivan restos pre-burgueses, pero igualmente a los Estados más avanzados y más democráticos».

La restauración más neta y tajante de la doctrina en la lucha contra el revisionismo va a traducirse en la transformación de este «igualmente» en un «sobre todo»: el militarismo se desarrolla en forma más virulenta precisamente en los Estados más democráticos y civilizados.

«Las condiciones del militarismo bajo todos sus aspectos, técnicos, económicos, políticos y morales, para decirlo en forma rápida y sintética, son las siguientes: desarrollo intenso y racional de la gran industria moderna; grandes recursos financieros de la máquina de Estado; organización administrativa que permite explotar todos los recursos de la nación (conscripción obligatoria, sistema fiscal moderno); posibilidad de obtener el acuerdo y consensus de la casi totalidad de los ciudadanos, lo que presupone un régimen político liberal y la realización de reformas sociales» (54).

La conclución es clara y neta:

«No es conveniente decir: la democracia no es militarista, sino que, a la inversa, más democracia igual más democracia, más militarismo, más potencial belicoso» (55).

La importancia política de esta tésis no debe ser subestimada: anteriormente el filisteo, el eterno pequeño-burgués disfrazado de rojo, podía interpretar así nuestras posiciones: hay militarismo incluso en los Estados democráticos porque, a pesar de la democracia, el capitalismo dicta sus leyes, los magnates de la Finanza e Industria sostienen a los señores de la guerra burlándose de la soberanía popular, pisoteando la democracia, la cual sería intrínsecamente pacífica y pacifista.

Reafirmar más nítidamente nuestra doctrina no significa sino una cosa: impedir al «innovador» de servicio de tocarla sin quemarse los dedos, hacerle tragar las dulces frases que hacen revivir las viejas mentiras, denunciarlo a la menor línea equívoca que camuflara el hecho que en «nuestros» Estados civilizados el capitalismo reina gracias a la democracia y al hecho que cuando el capitalismo envía a la palestra cañones y generales, lo hace apoyándose en la democracia, sus mecanismo y sus ritos hipnóticos.

Lejos de ser la simple constatación que el militarismo moderno es acompañado por formas políticas democráticas, nuestra tésis establece una relación de causa a efecto: la democracia es una condición y un factor de crecimiento del militarismo burgués.

Desarrollo del militarismo y desarrollo de la democracia no son 2 procesos paralelos, sostenidos de forma independiente por el crecimiento del industrialismo burgués. La expansión de la gran industria es la premisa de la floración de estos dos fenómenos: pero estos 2 fenómenos no son independientes; no son «paralelos» sino en «serie», en el sentido que a igualdad de desarrollo industrial, potencia financiera de Estado, eficacia administrativa, «un régimen democrático favorece la preparación y el éxito de la guerra» (56).

Dos guerras mundiales e innumerables conflictos que han cadenciado los 40 años de «paz» imperialista se encuentran aquí para demostrar la justeza de nuestra argumentación y para demoler «el binomio caro a la retórica burguesa banal que asocia despotismo a potencia guerrera, autocracia e invencibilidad y describe a los Estados liberales modernos como pacíficos y desarmados, inadaptados a la guerra a ultranzas» (57).

Primer conflicto mundial: democracia y eficacia militar van a la par.

«Francia, Inglaterra, Italia misma, luego Estados Unidos, países que se jactan de libertad y gobierno parlamentario, atraviesan la guerra prácticamnete intactos y con ventajas y conquistas» mientras que los Estados despóticos se desintegran bajo los golpes de las derrotas militares y la efervescencia interna; «la primera en ceder será Rusia y siguiéndola después las ‘feudales’ Alemania, Austria, Turquía» (58).

En los frentes de 1914-18, una primera sentencia es entonces emitida: son los corderos democráticos con garras de acero quienes ganan la apuesta a los Estados despóticos.

Segundo conflicto mundial: la historia repite la misma sentencia. Las potencias fascistas de Alemania e Italia son aplastadas al mismo tiempo que el Japón imperial debido a la superioridad de los ejércitos que izan el emblema de la Libertad. Comparemos el Japón atomizado a Estados Unidos intacto, los limitados daños sufridos por Francia e Inglaterra cuyos territorios no conocieron la eficacia aniquiladora que borró a Dresde del mapa y desmembró al territorio alemán. Y del lado de los vencedores, la única potencia que salió afectada y afligida de la guerra fue Rusia, la única potencia con régimen político interno no democrático. Las faldas de Marianna (efigie y forma familiar para representar a la República y Revolución francesas, n.d.r. ) le ganan a los mostachos de Stalin…

La existencia de un régimen democrático permite al Estado la más grande eficacia militar ya que le permite potenciar al máximo tanto la preparación de la guerra como la capacidad de resistencia de los países en guerra.

En efecto, la victoria no depende solamente del potencial económico puesto en juego. La victoria de las democracias en 1945 no se la puede atribuir exclusivamente a su superioridad industrial y financiera.

«Contrariamente a Alemania, en 1939 Inglaterra y Estados Unidos tenían ya una economía de guerra planificada» (59). Ya hemos evocado el efecto tonificante que tiene sobre la economía estadounidense los gastos militares en 1938 (60). «Estudios recientes (61)  han demostrado que Alemania en aquella época no estaba preparada militarmente para una guerra general, como el lugar común podía hacerlo créer, pero que la misma sacaba la doctrina del Blitzkrieg (guerra relámpago sin gran utilización de medios) del hecho material de tener un ejército que, más allá de las apariencias de un número enorme de tropas, estaba basado en producciones normales de tiempos de paz»; no será sino a partir de 1942 que este podrá ser alimentado por una verdadera economía de guerra (62).

El segundo factor de éxito para los Estados democráticos en la segunda guerra mundial, la capacidad de resistir sobre un largo período, puede ser ilustrado por el hecho que Churchill pudo permitirse de prometer a los ingleses «sangre, sudor y lágrimas», mientras que Hitler y Mussolini debieron recurrir a la demagogia de victorias fáciles y paseos militares sin dolor. Pero también se puede constatar en el hecho histórico irrefutable de la aparición de la guerra de guerrillas en los territorios controlados por los nazis, pero jamás en los territorios controlados por el ocupante democrático; hubo resistencia en Francia, en Italia del Norte, etc., pero no en Alemania invadida o en Italia del Sur ocupada por los anglo-americanos. Aún cuando su valor militar era poco, las fuerzas de guerrillas actuarán como medio de presión auxiliar capaz de favorecer la disgregación de los ejércitos de ocupación y de oponerse a la tendencia de las poblaciones civiles a colaborar con estos; estas fueron, pues, un elemento de fuerza en el cuadro de un enfrentamiento militar a ultranza.

Las guerras locales que se desarrollaron desde 1945 no han infirmado la eficacia militar de los regímenes democráticos: Israel, con sus fulminantes victorias sobre las diversas coaliciones árabes es la demostración viviente de la indisolubilidad del lazo entre democracia y militarismo; mientras que derrota de la dictadura argentina delante de la bien democrática Inglaterra luego de la guerra de las Malvinas, ilustra de forma elocuente la eficacia de los regímenes parlamentarios. Es cierto que la Gran Bretaña posee un aparato industrial netamente superior al de Argentina: pero el éxito de una operación militar conducida en condiciones logísticas bastante desfavorables, a miles de millas de distancia de sus bases pone en relieve la perfecta eficiencia militar de la «cuna de la democracia moderna». Y las manifestaciones de derrotismo en Argentina han resaltado a contragolpe la unanimidad guerrera en Inglaterra, en una situación en que la ola chovina pudo encontrar menos justificación en Londres que en Buenos Aires.

 

14.  CARACTERES  DEL MILITARISMO  BURGUES

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Las razones de la eficacia militar superior de los regímenes democráticos están ligadas al mecanismo de funcionamiento del militarismo moderno, es decir del militarismo burgués.

«El militarismo - dice con razón Liebknecht (63) - no es un fenómeno específico del capitalismo. Es más bien un aspecto propio y esencial de todas las formaciones sociales de clase, de las cuales el capitalismo no es más que la última» (64) Dado que en el militarismo «se expresa de la forma más vigorosa, concentrada y esclusiva el instinto de conservación nacional, cultural y de clase, es decir, el más elemental de los instintos» (65), y dado que este instinto se manifiesta en forma diferente dependiendo del tipo de dominación de clase con el cual se busca asegurar su conservación, de ello se desprende que «el capitalismo, así como cualquier otra formación fundada sobre la división de la sociedad en clases, desarrolla su propio tipo de militarismo» (66).

En la sociedad antigua «los ejércitos eran mucho menos numerosos, formados en gran parte por necesidad técnica de tener veteranos, todos voluntarios o mercenarios; la recluta forzada era limitada, episódica y mucho más difícil que hoy. La mayor parte de los trabajadores era dejada en los campos y en sus oficios, hacer de soldado era una profesión o una libre decisión; no se conocían enormes masas como hoy, como tampoco las carnicerías provocadas en las batallas libradas con armas modernas. Las invasiones bárbaras eran en sí migraciones de pueblos que se desplazaban con familia, armas e instrumentos de trabajo para apoderarse de tierras fertiles en el interés de todos, aún cuando este interés era garantizado por la fuerza bruta. El soldado moderno, cuando sobrevive a una guerra victoriosa, retorna después de la victoria a su vida habitual de explotación y miseria, probablemente agravada, y a su familia que había abandonado al flaco apoyo del Estado. (…) Las guerras de la época feudal eran también diferentes. Los señores llevaban personalmente las armas y arriesgaban sus vidas, seguidos por varios miles de hombres en armas para quien la guerra era un oficio, con los riesgos inherentes a todo oficio» (67).

Tal como hemos visto más arriba, es la masa de la producción la que, en la dinámica del régimen burgués, impone hasta un cierto punto la destrucción en masa de instalaciones, medios de producción, productos y hombres «excedentarios»; y, por tanto, la guerra como fenómeno de masa o, como se dice, la guerra del pueblo.

A diferencia del militarismo de épocas pre-capitalistas donde la regla era el ejército profesional y la recluta voluntaria, el militarismo burgués, por razones que se indentifican con el mecanismo íntimo de la economía capitalista, se caracteriza por la conscripción obligatoria que permite a la guerra moderna absorber «hasta el último gallardo de la población». Esta conscripción obligatoria es sinónimo de reclutamiento y de armamento generalizado de todo el pueblo que, luego de haber sido introducido por la Convención en Francia inmediatamente después de 1793, ha sido sistemáticamente adoptada por todos los Estados modernos.

«Es a la fase de desarrollo capitalista que mejor corresponde al ejército fundado sobre la circunscripción general, un ejército salido tal vez del pueblo, no un ejército del pueblo, sino un ejército contra el pueblo o un ejército cada vez más manipulado en esta dirección» (68).

Es un error, inducido por las sugestiones de la ideología burguesa, ver en los recientes desarrollos del militarismo imperialista una tendencia a remplazar la conscripción general por ejércitos profesionales. Las clases dominantes actuales pueden bien soñar en una tal solución todo lo que ellas quieran; estas no pueden ni podrán jamás adoptarla. Estas están obligadas a recurrir en caso de guerra, y tanto más en guerras generalizadas, al armamento general del pueblo, sola forma de reclutamiento que responde eficazmente a la necesidad de destrucción a gran escala de las guerras modernas.

Sería pueril creer que un número reducido de soldados profesionales podrían decidir la suerte de un conflicto mundial apretando botones y destruyendo a golpe de bombas atómicas los territorios enemigos, lo que haría inútil tanto las armas convencionales como las masas humanas de la infantería.

¿Quién controlará los territorios y las poblaciones vencidas, luego de una primera ola de proyectiles nucleares lanzados de cada lado del Frente? Serán todavía las tropas de infantería quienes deberán disputarse a tiro de fusil y en el cuerpo a cuerpo zonas de territorios calcinados y quienes deberán podrirse una vez más en las trincheras.

La próxima guerra sera lo contrario de una guerra librada en pocos días por un puñado de superhombres encerrados en bunkers atiborrados de electrónica que la ideología vulgar de la clase dominante se place de imaginar y a hacer imaginar. Las cabezas nucleares no servirán sino para abrir la via a una guerra de posición y a una infantería sumergida hasta el cuello en el barro radioactivo.

La dinámica del desarrollo de la tecnología de los armamentos desde siempre ha mostrado que el descubrimiento de armas ofensivas nuevas conduce a la proliferación de dispositivos para neutralizar los primeros… Lo que conduce inevitablemente a la multiplicación del material humano necesario a la utilización de los armamentos. En fin que hay razones políticas que imponen de cualquier manera enregimentar y controlar militarmente a las masas humanas destinadas a la masacre.

 En conclusión, los famosos «profesionales» de la guerra no deben ser considerados como una alternativa a los ejércitos de conscripción, sino sólo como un elemento que los complemente y les permita cumplir con sus funciones de ejército del capital.

Desde el comienzo, el militarismo burgués se presenta como un militarismo democrático, popular. El ejército burgués es el triunfo del principio de la igualdad democrática: todos los ciudadanos son iguales delante de la ley que les impone defender armas en la mano a la patria. No existen privilegios de casta o de sangre que puedan contrariar este principio. Combatir no es ya una decisión o un privilegio, es un derecho-deber al cual todos los ciudadanos sin ninguna distinción son sometidos (como el voto). El ejército moderno no es ya un producto artesanal; es una máquina compuesta por engranajes al cual esta prohibido pedir privilegios, que deben someterse a la ley común y al cual se puede remplazar por otros elementos idénticos. Es solamente así que el ejército puede funcionar de manera unitaria como una verdadera máquina de guerra y no como un revoltijo de hombres en armas. No es por azar que a los ridículos atavíos coloridos individuales de los guerreros de la edad media ha sucedido la obligación del uniforme.

«Napoleón no fue invencible porque era un déspota, sino porque avanzaba sobre el impulso de la revolución democrática que antes había creado al ciudadano-soldado» (69).

He aqui la explicación de las excepciones aparentes a la regla que ata democracia y eficacia militar (por ejémplo la victoria de Viet-Nam sobre los U.S.A.): Hanoi obligó a los marines a huir, luego de haber derrotado a los franceses, porque sus ejércitos se encontraban «sobre el impulso de la revolución democrática» igual que los otros ejércitos quienes, en nombre de las revoluciones anti-coloniales han podido mantener a raya a los ejércitos imperialistas.

Hemos visto que la superioridad militar de los regímenes burgueses está íntimamente ligada a las características del militarismo democrático, formidable aparato capaz, por primera vez en la historia, de arrojar a millones de hombres en el campo de batalla. «La inmensa red de ferrocarriles que se encuentra al alcance de los Estados modernos, permite desplazar y movilizar en pocas horas a masas enormes de hombres que son reclutados, armados y enviados por millones a velocidad impresionante a las fronteras. ¡Deténganse un momento a pensar en este espectáculo de movilizaciones modernas!» (70).

Para que tales masas humanas puedan ser eficazmente enviadas a la masacre es preciso que la poblacion esté preparada a tiempo para la guerra; y para que estas puedan resistir al curso de una guerra a ultranza este trabajo de preparación debe ser seguido de un trabajo de movilización constante de energías y consciencias de la nación, de toda la nación, en favor de la guerra.

Las guerras de mercenarios y voluntarios del pasado, que no implicaban directamente a la masa de la población, podían ser combatidas y ganadas sin el apoyo de estas últimas. Las guerras modernas, las guerras de movilizaciones generales exigen al contrario «el acuerdo y el consenso de la casi totalidad de sus ciudadanos», sin lo cual el Estado conducirá la guerra en las peores condiciones. La misma preparación material de la guerra será tanto más eficaz y acertada cuanto sólido y profundo será el consenso de todas las clases sobre las razones del conflicto y los valores que con ella se «defienden». Por otro lado la capacidad de resistencia de los diversos Estados no es solamente una cuestión de cantidad de acero, municiones y armamento, sino también una cuestión de «moral» que debe estar permanentemente sostenida, reforzada y desarrollada al máximo. Sin la cohesión de todo el cuerpo social, sin la solidaridad de todas las clases hacia una guerra por la cual se sacrifican las propias exigencias y las propias espectativas, incluso las tropas mejor armadas están condenadas a desintegrarse a golpe de privaciones y horrores cotidianos en el conflicto.

Es este el secreto de la eficacia militar superior de las democracias con respecto a los regímenes burgueses abiertamente totalitarios.

Cierto es que el fascismo también busca reunir todas las energías de la nación en el bloque unitario del interclasismo belicista. Pero el fascismo no ha podido suscitar una ola de apoyo a la guerra tan fuerte como el creado por la democracia del otro lado del Frente. La razón de ello es que el fascismo no puede en los hechos sino hacer uso del sentimiento nacional, empujado hasta la histeria racista, para cimentar la «Unión Nacional»; mientras que la democracia posee un recurso más potente todavía para soldar la totalidad de la población a la guerra imperialista: el hecho que la guerra emana directamente de la voluntad popular libremente expresada en las elecciones y que esta aparece así, gracias a la mixtificación de las consultaciones electorales como una guerra de defensa de los intereses y esperanzas de las masas populares y las clases trabajadoras en particular.

Frente a la potencia de este moderno encantamiento, los mitos de la sangre y el suelo pierden su poder.

«Los italianos que vieron pasar la guerra a pocos metros en las cavernas trogloditas, italianos sin armas y partidarios de nadie y sobre todo no de cualquier régimen italiano, pasado o presente, pudieron discutir tranquilamente con soldados y oficiales alemanes pero también americanos. Los primeros conducían con fría técnica sus acciones de guerra, sin impulso ni gusto por el riesgo, pero sin omisiones ni errores tampoco. (…) Casi nadie se planteaba el problema de por qué se ejecutaban las órdenes, estando sólo convencidos de una respuesta: yo hago la guerra, no tengo ningún interés personal en ello, tampoco ganaré algo haciéndola. Les parecía indigno, no de hacer la guerra, sino de hacer negocio con ella. (…) Vinieron los americanos, seguros de ellos, convencidos de portar la esperanza del mundo. ¿Por qué hacían la guerra? Pues, porque ellos mismos habían ordenado a su gobierno de hacerla, convencidos de que este era el interés de todos los ciudadanos. «The president is my servan», u otra frase del mismo estilo, eran dichas frecuentemente. El presidente, los Ministros, los funcionarios, los generales son mis servidores, ellos cumplen las ódenes del pueblo y mías, yo, ciudadano que vote y que «les paga». Con los impuestos yo les doy lo que corresponde a su «job». (…) Entonces estaban interesados en la guerra, o soñaban con estarlo, en un país donde todo es comercio y publicidad comercial, donde todo se compra, a crédito si es preciso, la guerra misma se hace ‘a contra-reembolso’ - a crédito cuando los gastos son demasiado grandes» (71).

Bajo el régimen democrático moderno «el reclutamiento de los hombres (…) se ha hecho más fácil (…) gracias a un aparato administrativo complejo que se desarrolla paralelamente a la introducción de formas más democráticas de gobierno (recensamiento, estado civil, igualdad de los ciudadanos delante de la ley) (72); pero este aparato, fruto del desarrollo histórico del sistema burgués puede ser separado de las formas políticas democráticas y parlamentarias». Esta citación de un «Hilo del tiempo» señala sin embargo que las instituciones democrático-parlamentarias aportan oxígeno al militarismo por su capacidad de dar a las masas desgarradas por la guerra la ilusión de combatir por sus propios intereses, y de darles el impulso necesario para vencer.

Hemos dicho que «bajo el barniz de la civilización democrática» los vínculos con los cuales los Estados modernos atan a los individuos se vuelven cada vez más estrechos y sofocantes  verdaderos cables de acero que impiden toda veleidad de independencia individual. (73)

Es precisamente gracias a este barniz de civilización que las ataduras destructoras de la persona humana individual se han desarrollado hasta su monstruoso estado actual, el totalitarismo del capital, triunfal en la paz como en la guerra, en el desprecio más completo de la tan cacareada «libertad individual».

 

15.  CONFLICTOS  INTER-IMPERIALISTAS ,  ALIANZAS MILITARES  Y  TENDENCIA  A  LA GUERRA

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Los Estados burgueses se encuentran todos (en Europa desde por lo menos 1871) aliados contra el proletariado revolucionario. Dispuestos a pasar por encima de particularismos nacionales con tal de salvaguardar la dictadura de las clases dominantes en cualquier parte del planeta. Desde la época de la Comuna de Paris este «internacionalismo» del capital y de la contrarrevolución no cesó de extenderse y reforzarse. En el siglo XIX, prusianos y versalleses no actuarán en común sino después del estallido de la insurrección de los obreros parisinos, mientras que durante la última guerra los estados-mayores alemanes no se atreverán, después de Dunkerque, a golpear en el corazón a la Gran Bretaña por miedo a desencadenar, en plena guerra imperialista, una guerra de clases y de razas que hubiese podido llevar a la catástrofe a las 2 alianzas imperialistas y al mundo del capital. Y el primer acto de paz imperialista, el desmembramiento del proletariado alemán a través de la formación de dos Alemanias, demuestra que al final de la guerra la Internacional de la contra-revolución guardaba toda su eficacia para prevenir el desarrollo de las tensiones sociales en los países vencidos, antes de tener que reprimirlas.

No obstante, unidos por una solidaridad recíproca contra el espectro de la revolución proletaria, los Estados imperialistas no cesan de ubicarse en una relación entre bandidos, en conflicto permanente por la repartición de mercados, materias primas y ganancias mundiales, como lo explicaba Lenin.

Las contradicciones inter-imperialistas son un elemento permanente e inevitable del sistema capitalista mundial, la enfermedad, o mejor una de las enfermedades crónicas e incurables de la cual es afligido; pero periódicamente estas contradicciones explotan bajo una forma aguda. Lo que era una contradicción latente toma entonces el aspecto de un enfrentamiento violento, abierto, donde todos los golpes son permitidos.

Esta agravación de los conflictos económicos, financieros, políticos y diplomáticos entre Estados, no es otra cosa que la manifestación concreta, visible de la exuberancia periódica de mercancía y capital que cada capitalismo nacional está condenado a acumular y a arrojar al mercado mundial. Y este mercado se vuelve cada vez más exiguo con respecto a la necesidad de valorización de capitales obligados a personificarse en cantidades cada vez más crecientes de mercancías. Síntoma de las crecientes dificultades paralelas en que encuentra el capitalismo para realizar una masa de ganancia adecuada en presencia de la lenta pero inexorable baja de la tasa de ganancias, la agravación de los conflictos inter-imperialistas es al mismo tiempo la fuente inmediata de la guerra; es el elemento que precipita el desenlace feliz del drama para el capitalismo mundial: la reconstitución de las condiciones indispensables para una sana y fructuosa valorización, con la liquidación de masas de mercancías, instalaciones y fuerzas de trabajo excedentarias.

Pero, si el verdadero objetivo de la guerra es la destrucción y por tanto si su resultado real es el regreso floreciente de las ganancias sobre un suelo fertilizado con cadáveres, esta misma destrucción logra establecer un nuevo equilibrio entre los Estados, según las relaciones de fuerza sancionados sobre el campo de batalla.

La segunda guerra mundial ha dado nacimiento a un equilibrio correctamente descrito con la fórmula de «condominio ruso-americano», teniendo sin embargo como primera potencia y verdadero dominador a los Estados Unidos mientras que la URSS permanecía en sordina en tanto que potencia financiera, económica y política, jugando más un rol de gran potencia militar continental que de verdadero pilar del orden imperialista mundial.

Contrariamente a lo que sostiene la imbecilidad pequeño-burguesa, siempre lista a ver en las 2 superpotencias y en su predominancia incontestable una espada de Damócles que amenaza la paz mundial, nosotros decimos que si la paz ha reinado hasta ahora en las metrópolis imperialistas, es precisamente en razón de esta dominación de los USA y la URSS; y si la guerra es inevitable - a menos que la revolución no destroce antes el orden burgués - es por la simple razón que cuarenta años de «paz» han permitido la maduración de fuerzas que tienden a cuestionar de nuevo este equilibrio surgido del último conflicto mundial. En otros términos, la guerra es inevitable porque las relaciones de fuerza entre los diversos capitalismos, en el curso de esta post-guerra, se han modificado lenta pero inexorablemente, produciendo una irritación creciente de los capitalismos europeos y japonés frente a los USA, más los empujes centrífugos análogos en la zona de influencia soviética.

El proceso de integración de los países del «bloque del Este» al mercado mundial hace además sospechar que las tensiones que este atraviesa van a jugar un rol nada secundario en el futuro estallido de las contradicciones inter-imperialistas. Tanto más que la historia de esta post-guerra ha demostrado la virulencia de las tensiones que estallan regularmente en el bloque soviético, desde el «cisma» yugoeslavo, las revueltas húngaras y checoeslovacas, hasta la reciente crisis polonesa (la relación que se encuentra en la base de este artículo es bastante anterior a los acontecimientos que sacudieron a finales del siglo pasado dicho «bloque»). Y la debilidad relativa de Moscú no ha hecho más que acentuar sus devastadoras consecuencias, en un período no obstante en que las perspectivas de guerra mundial se encontraban lejanas.

Si examinamos la historia económica de estos cuarentas últimos años de «paz», podemos no sólo apercibirnos del encadenamiento que va del desarrollo de la post-guerra a la crisis mundial simultánea del 74-75 (y al período de pre-guerra en el cual vivimos), pero también a encontrar de nuevo el hilo conductor que permite evidenciar las modificaciones de la correlación de fuerzas entre los Estados, y por ello de prever, sobre la base de la dinámica económica pasada, las condiciones que harán la guerra inevitable así como los Frentes sobre los cuales se chocarán las diversas coaliciones imperialistas.

En 1945, los Estados Unidos y la URSS aparecieron como los únicos verdaderos vencedores de la guerra; sus aliados europeos (Francia y Gran Bretaña) se vieron económicamente de rodillas y su suerte no fue diferente a la de los países vencidos: regresar a la categoría de potencias imperialistas de segundo orden.

En el curso de los 3 años 45 a 48, una grave crisis económica golpea a todos los países europeos involucrados en la guerra. Los más duramente alcanzados son los imperialismos que han sido los más directamente afectados por la guerra: bastante poco a la Gran Bretaña (quien en el 46 mantiene todavía el nivel de producción del año de pre-guerra 1938); para nada los países neutros como Suecia (en el 46 su PNB equivale al 136% del de 1938); Francia un poco menos (su PNB del 46 es casi igual a 50% del de 1938) así como Italia (en el 46 la producción equivale a 61%del nivel de pre-guerra).

Vemos entonces que el marasmo de post-guerra no hace diferencia entre vencidos y vencedores (74). Pero, fortalecida por la experiencia de la primera post-guerra, la burguesía mundial ha aprendido que ese marasmo podía dar nacimiento a llamaradas clasistas y revolucionarias. Esta es la razón por la cual el período de depresión económica de post-guerra será también el período de ocupación militar masiva de Europa. Esta ocupación no comenzará a atenuarse, en el sector occidental, sino a partir de 1949, cuando el espectro del “desorden social” se había alejado.

El régimen de ocupación militar va a mantenerse sin embargo mucho más largo tiempo en Alemania y subsiste («subsistió» hasta hace poco, NdR) todavía hoy en Berlin, a ambos lados del «muro», bajo el comando de los vencedores aliados en la guerra.

En Europa del este, la presencia militar soviética, abierta y directa, se ha mantenido en razón de la potencia económica y financiera más débil del centro moscovita.

Pero hay que recordar que la ocupación militar no ha sido sino el aspecto más aparente de un gran esfuerzo de contra-revolución preventiva conducido por la burguesía mundial. El yunque que ha «normalizado» y «estabilizado» al proletariado europeo en este atormentado y peligroso período poseía dos mandíbulas bien temibles: la policía militar U.S. y la policía política de los partidos del «comunismo» nacional.

Señalemos de paso que los U.S.A. en ese momento ya han digerido la fase recesiva inducida por el esfuerzo de guerra y que se había manifestado del 44 al 46. Lo que significa que durante el primer año de paz mientras que los capitalismos europeos están por el suelo, la economía americana se encuentra ya en plena recuperación.

El fin de la depresión de la inmediata post-guerra se sitúa en Europa en 1948. En marzo de ese año, el Congreso americano aprueba el  plan Marshall». Al final del 48, los primeros signos de reanudación económica se manifiestan en los principales países europeos.

Si examinamos la serie de recesiones de la post-guerra (48-49, 53-54, 57-58 y 67-68), todas de débil intensidad y no simultáneas en el mundo capitalista, podemos subdividir en diferentes fases los 30 años de desarrollo capitalista hasta la crisis del 74-75.

Mientras que la economía U.S. conocía 2 años de recesión en 1948-49 (recesión modesta superada por el «boom coreano» del 50-52), 1948 marca para las economías europeas la apertura de la fase de reanudación económica de 1948-52.

Luego de la pausa recesiva de 53-54 los índices volvían a escalar y entonces se debe hablar, no de «recuperación», sino de «expansión» del capitalismo mundial. Es posible dividir este ciclo unitario 54-74 en 3 segmentos, separados por las recesiones que hemos indicado y los cuales se distinguen por las diferencias de velocidad del desarrollo económico: 54-57; 59-68; 69-74. Tres períodos en el curso de los cuales los ritmos de crecimiento de la economía mundial disminuyen progresivamente.

 

(Continuará)

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(30) Rosa Luxemburgo, «L’Accu-mulation du Capital», Ed. Maspero, tomo II, p.123.

(31)  K. Liebknecht, «Militarisme et Antimilitarisme», 1907. Largos extractos de este folleto son traducidos en «K. Liebknecht, militarisme, guerre, revolution», Ed. Maspero.

(32) R. Luxemburgo, op. cit. p. 123

(33) K. Marx, «Fundamentos de la crítica a la economía política».

(34) Ibid.

(35) R. Luxemburgo, op. cit. p. 124.

(36) R.L.op. cit. p. 125.

(37) Ibid. p. 124. Es de hacer notar que Marx hace la distinción entre el sector I  de la economía cap que produce medios de producción y un sector II que produce medios de consumo.

(38) Ibid.

(39) Ibid. p. 130.

(40) Ibid. p. 132.

(41) Esta expoliación de las capas medias urbanas y rurales constituye la base material de la oposición pequeño-burguesa al militarismo y a la guerra y se encuentra en la raíz del pacifismo, de la ideología pacifista que distingue a las capas medias.

Pero, víctimas del militarismo sobre el plan de sus efectos inmediatos, los representantes de esta capa participan también a su beneficios, a los efectos benéficos que esta tiene sobre la economía nacional. He aquí por qué la protesta anti-militarista del pequeño-burgués no va nunca más allá del lamentoso lloriqueo ni del reproche impotente.

(42) Rosa Luxemburgo, op. cit., p. 133.

(43) Ibid., p. 134. Hemos traducido «ritmo de desarrollo constante» en lugar de «crecimiento rítmico» utilisado en la edición Maspero.

(44) Ibid.

(45) Ibid., p. 128.

(46) Una serie de aspectos de la economía de guerra que hemos recordado aquí son puestos en relieve en un artículo publicado en el n°2/1951 de «Battaglia Comunista» («Esperando que nos traigan la guerra, nos preparan la economía de guerra»). En lo que respecta a las posiciones corporatistas y pro-armamentistas del oportunismo político y sindical, ver también «Los sindicatos de la movilización guerrera» («B.C.» n°9/1951) y «Los partidarios de la paz rezan por el rearmamento» (B.C. » n°21/1951), «Los sindicatos americanos afilian a la carne de cañón» («B.C.» n°16/1951).

No es inútil recordar que las posiciones tomados en aquel entonces por los sindicatos U.S., que coinciden con la guerra de Corea, serán luego retomadas y acentuadas durante la guerra de Viet-Nam.

(47) «Las grandes cuestiones históricas de la revolución en Rusia», en el volumen «Estructura económica y social de Rusia 1913-1957», p.27en la edición española, Madrid)

(48) Ibid.

(49)Ibid.

(50) Ibid.

(51) «El socialismo de ayer delante de la guerra de hoy», en «Storia dalla Sinistra Comunista», vol. 1, p. 290.

(52) «En attendant de nous donner la guerre… ("Esperando que nos traigan la guerra, ...")»,op. cit.

(53) «Lo que se vuelve evidente» en it. en «Avanti !», 17/9/1915, retomado en «Storia della Sinistra Comunista», vol. 1, p. 290.

(54) Ibid.

(55) «Struttura económica…» op. cit. P. 106.

(56) «Lo que se vuelve evidente… » op. cit. p. 292

(57) «Struttura… » p.105

(58) Ibid.

(59) «Armamentos. Un sector jamás en crisis» en it. y fr., Quaderni dal Programma Comunista n°2, junio 77.

(60) Cf. el punto 9 del texto.

(61) A.S.Millward «La economía de guerra en Alemania», Ed. Angelli, 1972.

(62) «Armamentos…», op. cit.

(63) Karl Liebknecht, «Militarismo y Anti-militarismo», op. cit.

(64) Antes de la aparición de la sociedad de clase no había militarismo. Liebknecht escribe: «En las civilizaciones inferiores, que no conocen todavía ninguna distinción de clase, el arma sirve también de herramienta. Es el medio para procurarse el alimento (para cazar, para arrancar las raíces, por ejemplo) así como instrumentos de defensa contra animales feroces, tribus enemigas y de agresión contra ellas.. Estas armas son todavía tan primitivas que todo el mundo puede fabricarlas en cualquier momento (piedras, palos, lanzas con puntas de piedra, arco, etc.). Lo mismo es válido con respecto a los sistemas de defensa.

Puesto (…) que no existe aún una división del trabajo digna de ese nombre y que todos los miembros de la comunidad tienen casi la misma función social, y que no existen tampoco relaciones de dominación económicas o políticas, el arma no puede representar al interior de la comunidad un apoyo a estas relaciones. Y aun existiendo tales relaciones, estas armas no podrían constituir un «apoyo» justamente a causa del carácter todavía rudimentario y primitivo de la técnica de fabricación de armas.

No es sino después que «aparece la división en clases y una más amplia evolución de la técnica de las armas» que «la situación cambia»: en efecto, el comunismo primitivo «no conocía relaciones de dominación de clases ni tampoco normalmente relaciones políticas. En general no hay «militarismo». Con el progreso general de la técnica productiva aparece la división social del trabajo y la comunidad primitiva se divide en clases. Como el arma, en tanto que herramienta agrícola, se emancipa y se vuelve el producto de una rama particular de la producción, el uso de las armas se vuelve también una rama particular de la actividad humana. Lo que era una actividad ocasional de todos se transforma en una actividad permanente de unos pocos, es decir un oficio pedido de manera institucional a grupos bien precisos de la sociedad. La demanda social - en este caso, la demanda de defensa armada de la dominación de una clase por otra - no aparece sino cuando la sociedad posee los medios para responder a dicha demanda; una técnica productiva suficientemente evolucionada para hacer de la producción de armas un monopolio de la clase dominante.

(65) K. Liebknecht, ibid.

(66) Ibid.

(67) «El socialismo de ayer frente a la guerra de hoy», op. cit.

(68) K. Liebknecht, op. cit.

69 «Struttura … », p. 105.

70 «El socialismo de ayer … », op. cit.

(71) «Ustedes no pueden parar. Sólo la revolución puede hacerlo, destruyendo su poder», «Battaglia Communista» n°2/4.1.1951.

(72) «Lo que se vuelve evidente … », op. cit.

(73) «El socialismo de ayer… » cit.

(74) Cf. Postan, «Storia económica d’Europa 1945-196», Ed. Laterza, 1975.

 

 

 

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