Crisis capitalista, luchas obreras y partido de clase

(«El programa comunista»; N° 49; Septiembre de 2011)

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No somos nosotros, abajo la presión de una supuesta voluntad inherente a todo militante revolucionario, sino las circunstancias mismas las que nos obligan a hablar, primero que nada, de la fase actual de la crisis recesiva y de sus consecuencias y alcance internacionales y de manera casi simultánea a nivel social y político. Ningún país ha podido «blindarse» contra la onda de choque de la recesión, que sube a la superficie con el estallido de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, en julio-agosto de 2008. Los mismos acontecimientos que sacuden este comienzo de 2011 confirman y materializan nuestras posiciones: las revueltas proletarias que hoy incendian buena parte del norte de África son el claro eco o efecto de la crisis generalizada del capitalismo.

Si hacemos inventario de todo cuanto ha causado ya la recesión de la economía mundial, se comprueba que todas sus fases están atravesadas por un factor mayor como lo es la crisis histórica de superproducción (que es el resultado inevitable de la competencia encarnizada que los capitalistas se hacen entre sí) y la baja tendencial de la tasa media de ganancia (que empuja a los capitalistas a invertir cada vez más por cada vez menos ganancias), que saturan los mercados y atascan todo el proceso productivo, con la consecuente depreciación del dinero, las caidas verticales de las Bolsas y la inflación que puede venir a representar el próximo tumor que aparezca en el organismo enfermo pero no difunto del capitalismo, tomando en cuenta que éste no morirá sino bajo los golpes de la lucha proletaria dirigida por el partido de clase...

Uno de las más serias consecuencias de esta crisis es el continuado ataque financiero contra los 26 Estados (+ Estonia) que componen la Unión Europea, obligando a esta última a aplicar los consabidos recortes económicos; lo que constituye un golpe directo a los bolsillos y condiciones de vida de los proletarios europeos. Esta «dieta para adelgazar» extremadamente violenta impuesta por el capitalismo la recibe hoy Irlanda, y mañana seguramente Portugal... o España.

Hasta los momentos tenemos la peligrosa deuda de Irlanda, la cual pone en riesgo inmediato la estabilidad bancaria de toda la euro-zona. A pesar de todas las declaraciones afirmando lo contrario, para las autoridades de las finanzas de los 27 el hecho de tener que «taponear los abcesos» de sus miembros más endeudados no dejará de despertar dudas acerca de la validez del modelo pan-europeo de una sola moneda.  De manera que no se descarta un retorno amenazador de Alemania al deuchtmark y otros proteccionismos, lo que significaría una ruptura de facto con la UE a mediano plazo, y una disolución de esta última a la larga, en nombre de un posible «gran mercado trasatlántico». En todo caso, apartando el surgimiento desafiante de la economía de los famosos BRIC (Brasil, Rusia, India, China), uno de los pocos países superindustrializados que han salido airosos de la crisis ha sido precisamente el país germano; una de las pocas economías nacionales que más beneficios ha sacado de un mercado deprimido, tanto local como internacionalmente, tanto financiera como industrialmente. Si a ver vamos, la Alemania de Kant y de Hegel no tiene ningún deber, aparte de un improbable «imperativo moral», de cargar con el peso de las naciones (léase burguesías) europeas que no han cumplido con su deber de apretar más las tuercas del sistema de apropiación capitalista local, en otras palabras, de hacer doblar más el lomo de los trabajadores en cada país, y que en ellos recaiga el peso más importante de la recesión mundial, tal como ya se vive en Grecia, Portugal, España, y que al parecer no es suficiente para colmar los deficits, lo que hace presagiar nuevos y más brutales ataques al proletariado del Viejo Continente. Las declaraciones del Ministro de comercio de China, Chen Deming, no pueden ser más elocuentes ni menos pesimistas cuando habla de los préstamos que China ha ofrecido a la U.E.: "Esas medidas sólo convierten una enfermedad grave en un mal crónico, y realmente es difícil decir si esos países que están en profundos problemas por la crisis de deuda podrán recuperarse en los próximos tres o cinco años".

Del otro lado del Atlántico, la situación de la primera economía del planeta no es menos siniestra. Para revivir el ya deprimido mercado de bienes de consumo masivo, el gobierno Obama ha mandado a imprimir un montón de dinero no orgánico, es decir, sin el respaldo de una economía en crecimiento. A comienzos de diciembre de 2010, la divisa americana se cotizaba hacia la baja (1,26 €), penalizando tremendamente las exportaciones europeas, y aumentando artificialmente el consumo norteamericano en este último trimestre de la década, cosa que ha hecho pensar a los «expertos» de la Administración Obama que la crisis ya ha pasado (?) De manera que, tal como está sucediendo en Europa, nada nos impide presagiar que estos remedios americanos de hoy, esta hipoteca que mañana llegará a su vencimiento, hará pagar más caras las otras dosis o alternativas contingentes que el enfermo deberá tomar con urgencia para no caer en coma profundo.

Al sur del Nuevo Continente, excepto la pujante economía brasilera, ningún país ha sido ahorrado por la crisis, y ésta ha golpeado diversamente en cada uno de ellos. Venezuela, por ejemplo, ahora mismo se encuentra inundada tanto por las lluvias huracanadas (que han ocasionado pérdidas de alrededor de diez mil millones de dólares) como por la avalancha de conflictos sociales y laborales que las políticas del chavismo han provocado, y que reunen a diversos sectores de la masa trabajadora tanto de servicios como industriales. Las zonas petroleras y los territorios industriales como Aragua-Miranda-Carabobo-Lara y Bolívar, viven diariamente atenazadas por conflictos y huelgas en las diversas empresas de esas vastas zonas industriales. En Colombia, la represión estatal y para-estatal en nombre del antiterrorismo elimina cada año a centenares de sindicalistas. En Argentina, las movilizaciones obreras continúan activadas en diversos movimientos y acciones, y siguen al ritmo de los ataques del gobierno Kirchtner. México ha sufrido una tremenda sacudida económica, lo que ha despertado y arrastrado a las masas proletarias a diversos enfrentamientos y movimientos. Es importante destacar que en América Latina, y en casi todo el hemisferio sur del planeta (¡tal como ahora en Costa de Marfil y todo el norte de África!) la represión es feroz, jamás está ausente y no tiene los mismos miramientos, ni observa las mismas reglas que en los países superindustrializados. ¡Aparte de ser una impostura, la Democracia es un lujo que las burguesías del Sur no pueden permitirse!

Una de las señales, hasta cierto punto anecdóticas, de las crisis económicas es la enorme cantidad de reuniones o cumbres internacionales que se realizan sin cesar entre los representantes de los diferentes imperialismos en sus momentos más agudos.  Las tensiones políticas y militares crecientes y las enormes pérdidas de mercados, la desvalorización bursátil y demás catástrofes capitalistas piden la realización de estas reuniones que son el reflejo político de aquellas crisis y catástrofes económicas.

Y, si hablamos tanto de «enfermedad», «tumor», «abceso» es porque consideramos al capitalismo como un organismo extremadamente viviente, cuya respiración y pulso, pulmones y corazón, toman una forma particular en un período dado de su enfermedad  – bulimia o anorexia –  cíclica y luego en sus convalescencias, tal como lo describe Trotsky en su Informe a la Internacional y que publicamos en este mismo número.

El capitalismo, como diría Marx-Engels en el Manifiesto, «tiende a romper las fronteras nacionales so pena de morir asfixiado; por lo tanto, el futuro y la condición de su desarrollo son internacionales», luego, sus crisis, que pueden nacer en un punto determinado del globo, tienden a generalizarse también, algo que los conceptores del prototipo mismo del agua tibia llaman «globalización».

En el capitalismo no hay desarrollo económico consciente propiamente dicho, sino un ciclo que se repite y cuyos resultados no son otra cosa que un proceso entendido como acumulación de bienes, capital constante, plusvalía. Un ejemplo patético, aparte de las actuales compras de deudas europeas, son los 3 billones de $ en títulos del tesoro americano que se encuentran en manos de China quien no puede deshacerse de ellos, en la medida en que no puede tampoco deshacerse de la responsabilidad de la salud actual del sistema capitalista-imperialista, lo que ya Marx-Engels afirmaba como la finalidad del capitalismo: la producción de plusvalía. Y, cuando esta plusvalía no alcanza los niveles convenientes, entonces se atascan y amontonan en gigantescos stocks los productos (tanto los financieros como los de primera necesidad) que nadie puede consumir, puesto que nadie los puede pagar al precio que el mercado necesita para poder reeditar un nuevo ciclo (M-D-M') de crecimiento y salida de estos productos. Por tanto, no es el hombre quien domina las fuerzas que él ha creado; al contrario, son estas fuerzas las que imponen su voluntad, su lógica y sus intereses a la sociedad humana. En el capitalismo como dice Marx en forma clásica: «el trabajo muerto (capital constante – c ) domina el trabajo vivo (capital variable – v)».

Sin embargo, pese a la existencia de esta contradicción, hoy los proletarios, especialmente de los países estratégicos (Estados Unidos - Europa - Japón) siguen contemplando como una fatalidad que todo lo que produce con sus manos y su cerebro no son más que mercancías para un mercado, al que no tendrá acceso si no ha trabajado, si no se deja explotar lo suficiente como para poder satisfacer sus necesidades humanas y sociales. De manera que el proletario, al final, termina viviendo para trabajar y no trabajando para vivir. Incluso, después de haber satisfecho sus necesidades más elementales, y recuperado las energías después de haber dormido y comido, estas no van a parar sino a manos del patrón quien las explota durante una nueva jornada de trabajo, para su solo beneficio: ¡el patrón  no pierde nada cuando provee de un salario al proletario que se ha convertido en un simple robot al servicio del Capital!

 

Llegado a un punto de sus contradicciones, el catastrofismo del sistema capitalista desemboca en la guerra

 

No siempre crisis económica, política y militar coinciden en un mismo país, región o continente. Pero lo que no se puede negar hoy es su simultaneidad y su carácter internacional, y que no ha dejado región que no golpease. Esta ha tenido un reflejo evidente en las decisiones militares que se han tomado con respecto a los diversos focos bélicos que azotan al planeta. Después de la Guerra del Golfo y luego de la guerra de Irak y Afganistán, consecutivas a dos graves recesiones en los años 80’ y 90’ del siglo pasado, ¿quién dice con contundencia que Pyonyang nada tiene que ver con Wall Street o con la crisis de Dublin?

Los actuales conflictos son conocidos: la crisis y el militarismo en Medio Oriente, teniendo en Irán su punto más agudo, y que tiene como tela de foro una telaraña de innumerables intereses imperialistas que se entrecruzan en esa región. A lo largo del siglo XX, esta región siempre ha representado el centro de importantísimos intereses para las grandes potencias mundiales, comenzando por Inglaterra y Francia, a los cuales se agregan después los Estados Unidos, Alemania y la Rusia estalinizada: intereses de orden económico, ligados sobre todo a la explotación petrolera, y a intereses geo-estratégicos dado que el Medio Oriente ha desarrollado el rol de bisagra tanto terrestre cuanto marítima entre la Europa occidental y el Oriente. Las guerras que estallan constantemente en dicha región, sobre todo luego desde el final de la Segunda carnicería mundial, han sido no sólo de «re-sistematización» post-colonial de las naciones y zonas de influencia imperialista, sino que han servido para alimentar las contradicciones nacionales y los contrastes imperialistas que sólo podrán solucionarse por vía revolucionaria, esto es, oponiendo la presente lucha revolucionaria del proletariado mezoriental a las burguesías nacionales coaligadas de Medio Oriente en función contrarrevolucionaria, a la estrecha ligazón con la futura lucha revolucionaria de por lo menos el proletariado europeo. Por otra parte está el hecho incontestable de que la fundación del Estado de Israel, su defensa y mantenimiento en tanto que cabeza de playa del imperialismo blanco, sobre todo norteamericano, constituye une elemento de inestabilidad permanente para todos los otros Estados o naciones cuyas consecuencias más trágicas y sangrientas, desde 1948, las viene sufriendo la población arabo-palestina quien, a diferencia de otros pueblos de la región, jamás ha gozado siquiera de un minuto de tranquilidad. La tragedia de las masas palestinas en su horror infinito constituye no sólo un problema para Israel y para las burguesías árabes de los países limítrofes con Palestina (Líbano, Siria, Jordania, Egipto) sino también un pretexto que ha servido siempre para dirimir las divergencias que enfrentan Iraq, Irán, Arabia Saudita, Turquía y Libia al Estado hebreo. Pero nuestro examen sobre la cuestión arabo-palestina sería incompleto si no tomamos en cuenta que detrás de las tensiones cada vez más profundas – sobre todo en el plano militar – que Israel mantiene frente a la población palestina, se esconde en realidad no sólo la ambición de Israel de asumir el papel de potencia regional, siempre subordinada a los intereses usamericanos, contra los otros países de la región, sino también la profunda incapacidad de su clase dominante burguesa para solucionar de manera serena las divergencias que lo enfrentan cotidianamente, dentro y fuera de sus fronteras que cambian constantemente, a la población arabo-musulmana, y a las cuales se agregan últimamente las crecientes tensiones de carácter incluso militar entre Irán e Israel (las primeras escaramuzas ya han tenido lugar por vía cibernética).

A esto se añade  la elevación del nivel de tensión más allá del nivel tradicional y permanente entre las dos Coreas; lo que obligará a China a tomar parte, directa o indirectamente, en el destino de estas tensiones. Tampoco hay que desdeñar las interminables, olvidadas y permanentes guerras y conflictos «tribales» entre países africanos. Estos últimos son siempre presentados por la prensa internacional como ajenos al curso de la economía mundial, cuando en realidad los primeros son uno de los efectos mayores del segundo. Parafraseando a Klausewitz, la guerra es un conflicto económico que se resuelve utilizando otros medios... Lo único que cambia en estas crisis decenales, que jalonan la historia del capitalismo desde su nacimiento, es su intensidad que crece de manera exponencial en su fase imperialista.

 Todos estos escenarios hoy no deben ser interpretados como episodios aislados, sino como la preparación a una nueva fase en esta larga y profunda crisis que vive el capitalismo: de ahora en adelante todas estas conflictividades tendrán como objetivo una cada vez más aguda concentración de medios y circunstancias para una guerra clásica generalizada y un militarismo que conduzca ineluctablemente a ella. Ya los Estados imperialistas han comenzado parcimoniosamente a sembrarla en el corazón de los proletarios occidentales como estado natural de las cosas, el que por esta razón viene hipnotizado y sometido a la necesidad exclusiva del desarrollo de las fuerzas productivas encerradas en la camisa de fuerza de la apropiación privada de los productos que de ellas resultan, sin que por ello las condiciones miserables de estos cesen de empeorar; en pocas palabras, los proletarios deben acostumbrarse a la idea de que el hambre, el desempleo, la miseria y la guerra son una fatalidad.

Por ello no es por azar que decimos siempre que el desarrollo del capitalismo y su superproducción desembocan inexorablemente, tarde o temprano, en la guerra. A menos que la revolución proletaria no detenga este proceso, esta es la única solución capaz de destruir cantidades considerables de mercancías (entre ellas la más importante: ¡el hombre mismo!) lo suficiente como para poder iniciar un nuevo ciclo de producción. Esto ya lo advertía Marx en el Manifiesto, y ha sido archidemostrado en los hechos por las dos grandes guerras que hasta ahora ha sufrido la humanidad. La guerra es el baño de juventud que de tiempo en tiempo necesita la siniestra economía capitalista.

 

Sólo la reanudación de la lucha de clase que desemboque en la revolución proletaria, puede detener la infernal carrera del capitalismo que desemboca inexorablemente en la guerra imperialista

 

Pero, ¿dónde está la tradicional pugnacidad del proletariado, en qué punto se encuentra hoy la perspectiva de la reanudación clasista? Casi un siglo que el proletariado no se yergue a la altura de su propio destino como clase, y más de medio siglo en que la burguesía como clase reina sin obstáculos, permitiéndose tomar medidas de bienestar hacia el proletariado, nos obliga a decir con toda propiedad que la beligerancia proletaria se encuentra en un punto no lejos de cero...

Somos testigos de las manifestaciones en Grecia como consecuencia inmediata, y como respuesta del proletariado en ese país a los recortes sociales sancionados en el parlamento por todas las fuerzas políticas burguesas – incluyendo el Partido Comunista griego. También hemos presenciado la enorme huelga que estalla en Francia en Octubre-Noviembre de 2010. Estos y otros movimientos del proletariado han aparecido en diversos países del planeta, a consecuencia de la crisis.

Pero inevitablemente estas espirales de movimientos, manifestaciones y huelgas obreras que han surgido, han sido controladas y desviadas hacia el cauce democrático de la delegación sindical o la representación parlamentarias. En otras palabras, el colaboracionismo político y sindical ha logrado cumplir su tarea como agentes de la burguesía en el seno del proletariado: lo ha conducido a un callejón sin salida. Eso es un hecho incontestable. Y no es casual que, en los conflictos y durante la exposicion de fuerzas, los gigantescos aparatos sindicales y jefes amarillos tratan a la parte patronal como «partenaires sociaux» (entes asociados, compañeros de ruta) y no como adversarios de clase, representantes de clases enemigas con destinos diferentes y antagónicos. En ello, el «trabajo» ideológico de todas las fuerzas burguesas, unidas en defensa de la Democracia y el capitalismo, durante las jornadas de huelgas y movilizaciones, tuvo el éxito asegurado, así como las orientaciones y la propaganda que imponían sin discusión la «no conflictividad del movimiento», la burocracia, la pasividad y el pacifismo a las energias reivindicativas puestas en movimiento.

Sin embargo, como en otras oportunidades mucho más agudas y peligrosas que hoy, la clase proletaria cuando se pone en movimiento, su acción directa hace mucho más difícil el control del colaboracionismo, quien por la misma fuerza concentrada de los proletarios no puede impedir que las mismas salgan a la calle ante los potentes ataques de la burguesía. Hasta cierto punto, y por muy corto tiempo (bloqueo nacional a los proveedores de combustible automotor en Francia, por ejemplo), las centrales sindicales fueron arrastradas por las masas, o no tuvieron otra alternativa que «seguir» al movimiento, esperando matarlo de fatiga a fuerza de «jornadas de lucha» confusas y sin verdaderas alternativas, como efectivamente sucedió.

Además de la tensión de clase que no dejó de aparecer entre huelguistas y las fuerzas del Orden y los diversos organismos burgueses que defienden y promueven la «paz social», los medias, etc., en estas manifestaciones y movimientos huelguísticos sin embargo surgió un punto importante a tomar en cuenta en las luchas futuras: la constitución de las cajas de solidaridad, la colecta pública de fondos para cubrir los días-salarios perdidos en la huelga, lo que permitió que hasta cierto punto los huelguistas salieran del conflicto en buenas condiciones. También vale la pena recordar las diversas iniciativas de coordinación entre los diversos movimientos, huelgas y manifestaciones, incluyendo las solidaridades (trasportistas belgas y españoles) que surgieron más allá de las fronteras impuestas por los burgueses y sus lacayos colaboracionistas infiltrados en la masa obrera.

Saludamos estas iniciativas que, a pesar de estar controladas por las fuerzas colaboracionistas, se convierten en momentos – desgraciadamente demasiado tímidos por ahora – de contacto y solidaridad entre los trabajadores, y un aspecto importante de esa tendencia a la unidad creciente e internacional del proletariado. Pero, para que esta tendencia a la solidaridad de clase y a la progresiva unificación de las luchas proletarias a nivel sectorial, nacional e internacional, se desarrollen dentro de la perspectiva de un verdadero movimiento de clase es necesario que la lucha proletaria encuentre la fuerza para romper con las políticas y las prácticas del colaboracionismo interclasista, volviendo al tradicional terreno del enfrentamiento abierto y directo contra los patrones, su Estado y las fuerzas que defienden sus intereses y su sociedad. Sin esta ruptura social y sin este enfrentamiento claro entre Capital y Trabajo, que constituye el nudo central del antagonismo congénito a esta sociedad que representa al modo de producción capitalista, el proletariado no logrará pasar del estadio inferior y elemental de la rebelión espontánea contra la extraordinaria presión capitalista que provocan siempre sus crisis. Revueltas espontáneas y a veces violentas, pero incapaces de nutrir la reanudación de la lucha de clase organizada a través de asociaciones económicas e inmediatas clasistas que reivindican la defensa de los inetereses exclusivamente proletarios contra toda subordinación de la lucha, sus objetivos, sus métodos y medios de acción, a los intereses empresariales, patronales, del llamado «país».

Sólo este proceso de lucha clasista puede transformar al proletariado de hoy, totalmente al servicio de la economía capitalista y de la sociedad burguesa, democrática o no, en el proletariado revolucionario de mañana, quien bajo el fuego de la lucha y la acción abiertas y sin compromisos, rompe con el pacifismo colaboracionista y llega por fin a «reconocerse» como clase antagónica a la clase de los capitalistas; con objetivos, métodos y medios radicalmente diferentes a los que proponen los capitalistas y sus lacayos cuya labor es pervertir diariamente el alma y el corazón de los proletarios. Esto demuestra que los marxistas no inventamos nada, «no creamos sistemas perfectos del futuro» como hacían los primeros socialistas en el relato de sus hermosas utopías; son las mismas necesidades del capitalismo que, para salir de sus crisis, inevitablemente ataca al proletariado y éste se ve obligado a luchar y organizarse, primero instintivamente para no morirse de hambre, y luego para señalar conscientemente – con el partido comunista revolucionario a su cabeza – al verdadero culpable de su miseria: el capitalismo y sus cómplices.

 

El proletariado y la reorganización clasista en el terreno de las luchas económicas

 

Lejos de toda pretensión de superioridad moral, es nuestro deber señalar que si, hoy, el proletariado no posee la fuerza para defenderse, mañana, menos podrá tenerla para derrocar al capitalismo, cuando históricamente la situación se presente y sea imposible echar para atrás.

Cierto es que la inversión de la tendencia actual, esto es, la posibilidad real de la reanudación de la lucha de clase, advendrá gracias al impulso de la lucha contra los ataques cada vez más virulentos de las clases dominantes burguesas contra las condiciones de existencia de los proletarios, pero esta reanudación no surgirá solamente gracias a la espontánea y desordenada reacción de los proletarios a estos ataques, como hoy es el caso, sino gracias a la reorganización de la lucha proletaria en el terreno contingente a través de asociaciones económicas que hagan de la defensa intransigente y exclusiva de los intereses de clase inmediatos del proletariado su referencia central y vital.

Semejante salto de calidad el proletariado sólo lo podrá dar a través de una inevitable lucha dentro de las mismas filas proletarias, combatiendo a los estratos de aristocracia obrera atados a los pequeños privilegios que la clase dominante burguesa les concede con el fin de atraerlos al campo de la conservación social, y a los estratos más atrasados y vendidos a la política burguesa que promueve la competencia (y la división) entre proletarios que la burguesía jamás cesa de alimentar tanto en el seno de sus empresas como en la vida social cotidiana. Pero es precisamente contra no solamente las consecuencias o efectos devastadores, desde el punto de vista de los intereses comunes de clase, de la competencia entre proletarios, sino también y sobre todo contra los principios del mercantilismo e individualismo burgueses que presiden las políticas de competencia entre proletarios, llevadas a cabo por las organizaciones políticas y sindicales colaboracionistas y nacionalistas, que los estratos proletarios más combativos deberán luchar con coraje y crear el impulso necesario para dar paso a la abierta lucha de clase.

Sin este paso no habrá reanudación de clase ni mucho menos abrirá al partido de clase ya suficientemente potente, la posibilidad como para influenciar y luego dirigir a las masas proletarias. Esta influencia determinante el partido obrero marxista solamente la puede conquistar a través de su intervención en las asociaciones económicas de clase del proletariado, a través de un trabajo continuo y coherentemente clasista en su seno. Y es esta intervención del partido en las asociaciones económicas e inmediatas y en las luchas proletarias lo que contribuirá a realizar ese contacto entre las «chispas de conciencia de clase» que se desprenden de la lucha proletaria de clase, de las que Lenin habla en el «¿Qué hacer?», y el partido de clase, gracias al cual será posible para el partido difundir su propia influencia en el proletariado y, sobre esta base, dirigirlo en la lucha anticapitalista, lucha que parte materialmente del terreno de la defensa económica, y que desarrollándose y afrontando todo el aparato de defensa política, social y militar de la burguesía, tiende a plantear la cuestión del poder político central que es el objetivo principal de toda la preparación revolucionaria del partido y del proletariado mismo.

Nuestro punto es que para que las luchas proletarias se conviertan en luchas de clase y se eleven a sus máximas consecuencias sociales y políticas, el proletariado deberá romper con el interclasismo sindical y político de las organizaciones tricolores y contrarrevolucionarias y orientarse hacia el abierto y directo enfrentamiento entre intereses proletarios e intereses capitalistas; es sólo a través de esta vía, y sólo sobre ella, que los proletarios encontrarán al partido comunista revolucionario, compacto y centralizado, con capacidad para orientar tanto sus luchas económicas y parciales como sus luchas más amplias y políticas. Las manifestaciones actuales que hemos visto en Grecia, Francia, y más o menos en Italia y Gran Bretaña, son sólo una tímida reacción a los ataques de un capitalismo gravemente en crisis, pero lo son por culpa del sometimiento persistente del proletariado a las exigencias de los intereses de la economía de las empresas y del país, y por ello, a pesar de la fuerza del número, el empuje audaz a la hora de enfrentar a las fuerzas del orden que las han caracterizado, no han producido nada de positivo ni en lo inmediato, ni mucho menos para las luchas futuras.

El proletariado no tiene sino un camino a tomar, una vía que hoy es todavía más ardua de cuanto fue después de la Primera Guerra Mundial, cuando los sindicatos de clase, los sindicatos «rojos», fueron destruidos por el fascismo en Alemania e Italia, países en los que después de ser vencidos en la guerra, y con la influencia que el estalinismo heredó de sus regímenes se convirtieron en sindicatos tricolor adaptados a las necesidades de la democracia «antifascista»; similar suerte sufrieron los sindicatos obreros en los países vencedores, restablecidos pero ya como pilares de la conservación social; mientras que en los mal llamados países «socialistas», después que el estalinismo hubo sofocado la revolución bolchevique y destruido el partido y la Internacional de Lenin, las herramientas clásicas de las luchas obreras pasaron a ser simples instrumentos de maniobra del capitalismo de Estado, aniquilando en ellos todo intento de autonomía proletaria. No es en vano que siempre en nuestras reuniones consagradas al tema decimos que, si bien el fascismo fue vencido militarmente en la guerra, desde el punto de vista político y social, fue quien salió más potente y victorioso de ella...

Así, la vía que el proletariado deberá tomar para salir de la presión a que es sometido por la colosal aplanadora del capitalismo avanzado y del control del colaboracionismo interclasista, es la vía de la lucha de clase, de la ruptura no sólo con la paz social sino con los vínculos reformistas y legalitarios con los que la democracia burguesa inviciblemente lo estrangula, y que permitirán llevarlo del horror y el sufrimiento de hoy al horror y el sufrimiento de la guerra imperialista de mañana.

Un partido verdaderamente revolucionario, aun sabiendo esperar que la reanudación se haga presente de manera vasta y consistente y que la misma se extienda a varios países, no cesará de intervenir en los pocos conflictos o episodios de luchas parciales e inmediatas, locales y limitadas que puedan existir, tratando de sacar y cristalizar las lecciones y balances que esas luchas aportarán para el futuro, tanto en el plano de la solidaridad proletaria como en el de los medios y métodos de lucha. Es sólo con esta actitud que el partido comunista revolucionario tendrá la posibilidad de demostrar, hoy, a un puñado de elementos, y mañana a vastos sectores, que es capaz de orientar al proletariado incluso en estas luchas de carácter inmediato, conformando la lenta preparación revolucionaria de las condiciones materiales y políticas del proletariado que lo conduzcan hacia la toma del poder y al derrocamiento del capitalismo. Es así como cava el viejo topo del materialismo histórico.

                              

La Organización Revolucionaria: el partido comunista internacional

 

En el anterior número de nuestra revista, en resumen considerábamos que la crisis económica actual no tenía otro punto de interés más allá de su constatación y estudio que si en ella no se inscribía la perspectiva histórica de la expropiación y expulsión primero política y luego económica de la burguesía dominante. Recalcábamos, ante todo, la necesidad del partido que logra «exportar» su programa revolucionario en el seno del proletariado revolucionario dentro de la perspectiva de una futura reanudación de la lucha de clase revolucionaria e internacional como premisa fundamental para hablar propiamente de revolución proletaria. Esto es, a final de cuentas, lo que cuenta para nosotros: toda nuestra organización y actividad políticas, toda nuestras tomas de posición, nuestra propaganda, están signadas por esta imperiosa necesidad y finalismo comunistas: la constitución del partido revolucionario del proletariado por la conquista del Poder, el establecimiento de la dictadura de clase proletaria para  derrocar el capitalismo y establecer del comunismo en el mundo entero. Esta perspectiva que el partido difunde y defiende puede llegar a ser realidad a condición de que existan 3 factores fundamentales: 1) un amplio y numeroso proletariado de puros asalariados; 2) un gran movimiento de asociaciones avocadas expresamente a la defensa económica de los proletarios; 3) un fuerte partido de clase, revolucionario, en el cual milite una poderosa minoría de trabajadores, que haya logrado conquistar, a través de sus acertadas orientaciones y consignas, la posibilidad de contraponer y extender su propia influencia en el movimiento sindical a la actual y asfixiante influencia de la clase y el poder burgués. La ausencia de estos factores es, pues, la clave para entender los resultados desastrosos de los pocos y débiles esfuerzos y luchas actuales del proletariado.

Es triste constatar que con el retardo histórico del partido de clase, es decir, de las fuerzas conscientes de la revolución proletaria, frente a las gigantescas fuerzas que la burguesía utiliza y utilizará sin ningún escrúpulo para impedir la «ruptura social» y velar el horizonte de clase del proletariado, la situación no es, pues, nada optimista ni menos deplorable, al punto que uno de sus más connotados representantes es capaz de lanzar como un desafío la frase: «hasta hoy somos nosotros (los burgueses) quienes estamos ganando en la lucha de clase».

Sin embargo, el modesto hecho de hacer constancia por escrito de esta situación indica la existencia positiva de una mínima labor revolucionaria, y de un embrión de partido físico que la ha hecho posible.

Por ello, firmamos Partido Comunista Internacional, y es así como entendemos la batalla de clase por la defensa del marxismo en tanto que teoría del socialismo científico, sin el cual jamás podremos dar efectivamente un paso adelante, ni mucho menos dirigir la revolución proletaria internacional.

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

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