La «cuestión china» (II) 

(«El programa comunista»; N° 50; Septiembre de 2013)

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1927 – 1937

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Expulsado de los centros urbanos proletarios a causa de la derrota de 1927, el P.C.C. reorganiza sus fuerzas en las zonas agrarias del país, donde la oposición al régimen del Kuomintang era difícil de reprimir. Ya hemos visto cómo el P.C.C. se convirtió en el verdadero Kuomintang, el verdadero representante de la revolución nacional burguesa, y perdió todo carácter proletario y comunista. Naturalmente este siguió conservando la etiqueta de «partido proletario», pero nada en su política indica que haya seguido una línea rigurosamente conforme a los intereses de la clase proletaria. Al contrario, desde el mismo comienzo, subordinó su existencia y sus posibilidades de victoria a la capacidad de zigzaguear hábilmente entre los diversos intereses de clases antagónicas que se mueven en el campo y este imperativo de «unidad nacional» y de «bloque de clases», lo que equivalía a sacrificar los intereses de los campesinos pobres y del proletariado a las exigencias de la formación de un Estado nacional independiente, y esto es lo que caracteriza toda su política hasta la toma del poder en 1949. Es natural, y en nada contradice lo que hemos sostenido hasta aquí, que aún con esta base política el P.C.C. haya logrado movilizar al campesinado así como a la pequeña burguesía rural y urbana, convirtiéndose estas en su verdadera base social. Por un lado, el proletariado chino había sufrido una derrota demasiado vergonzosa para relevarse rápidamente en tanto que clase autónoma. Por otra parte, durante este periodo, la degeneración del Estado ruso y del movimiento comunista a escala mundial alcanzaba su punto culminante: la perspectiva de la dictadura del proletariado y de la revolución mundial desaparecía completamente bajo una serie de derrotas concretas y bajo una total deformación de los principios mismos sobre los cuales el movimiento comunista se había fundado. Por el hecho de alianza natural entre la contrarrevolución burguesa y traición estaliniana, cuyos efectos en China ya hemos mostrado y la victoria de esta alianza a escala mundial, el proletariado se vio forzado a dejar la escena de la historia en tanto que clase luego de haber jugado un rol de primer plano durante la década anterior. La perspectiva comunista continuaba siendo el patrimonio de vanguardias obstinadas, tal como la Izquierda italiana, la defenderán y restaurarán no en previsión de victorias inmediatas sobre el enemigo burgués que de ahora en adelante aplastaría al proletariado bajo su talón de hierro, sino en vista a una reanudación que, por muy lejana que se encontrara esta perspectiva, necesariamente deberá producirse. Por tanto, en lo inmediato, y durante todo un periodo, el proletariado y su programa comunista estaban vencidos; lo que quería decir que durante todo un periodo histórico los movimientos de lucha en el mundo entero debían subordinarse a la dirección de la burguesía victoriosa. Las masas campesinas y el proletariado chinos mismos, sufrirán igualmente esta sumisión; y fue el P.C.C. que, sobre el plan del programa y la organización, la realizó. Por otra parte, el P.C.C. realizaba, dentro de los limites burgueses que hemos definidos, el programa de liberación y unificación del país que el Kuomintang, atemorizado por un proletariado en acción, había abandonado completamente. Frente al Kuomintang totalmente sometido a los intereses del imperialismo mundial y de la burguesía compradora, desencadenando campañas de despilfarros y saqueos de todas las riquezas del país en beneficio de los imperialistas, e incapaz de defender el territorio nacional contra la invasión japonesa, el P.C.C. aparecía necesariamente como el representante de los intereses «populares» en China. Y si el P.C.C. sacrificó cien veces los intereses de los campesinos pobres y los proletarios a la burguesía china, era siempre preferible e incluso «revolucionario» con respecto a las represiones, en los baños de sangre, al saqueo sistemático y al innoble servilismo del Kuomintang. Estas consideraciones explican las razones por las cuales la política del P.C.C., que nunca tuvo algo de comunista, encontró sin embargo el total apoyo en la campiña china de las masas campesinas y pudo, en 1930, gracias a este apoyo, someter a su control armado a una cierta cantidad de territorio que defendió durante varios años frente a los asaltos repetidos de las tropas del Kuomintang. Este territorio cuyas dimensiones variaba según los resultados militares de las «tropas comunistas», fue llamado «república soviética», aun si esta tuviera poco de soviético. Es en este territorio que el P.C.C. realizó su política agraria que no se caracterizó como comunista y proletaria, sino como un partido burgués moderado. Los soviets del «territorio soviético» no representaban sino  simples formas vacías, dado que su contenido seguramente no respondía a los intereses del campesinado pobre como escribía Mao Tse-tung, a finales de 1928, en un informe al CC del P.C.C.: «Los órganos del Poder popular a niveles de distrito, territorio y cantón se han establecido en todas partes, pero su nombre no corresponde a la realidad. En muchos lugares no existe el consejo de representantes de obreros, campesinos y soldados. Los comités ejecutivos de cantón, de territorio y hasta de distrito han sido elegidos en algún tipo de reuniones de masas. Tales reuniones, convocadas improvisadamente, no pueden ni discutir los problemas ni contribuir a la preparación política de las masas. Más aún, son muy susceptibles de ser manipuladas por intelectuales y arribistas (…) Al principio, los pequeños terratenientes y campesinos ricos bregaron por introducirse en los comités ejecutivos, sobre todo a nivel de cantón. Poniéndose brazaletes rojos y simulando entusiasmo, se infiltraban arteramente en los comités ejecutivos, lo acaparaban todo en sus manos y relegaban a segundo plano a los miembros provenientes del campesinado pobre». (Obras Escogidas, Ediciones en lenguas extranjeras, Pekín, 1972, § «El problema de los órganos del poder», t. I, p. 42).

En la cuestión agraria, la perspectiva proletaria de nacionalización de la tierra como base y punto de partido de una revolución radical en las relaciones de producción fue abandonada completamente. En el periodo de 1925-1927, la necesidad de la nacionalización de la tierra como base de la revolución agraria era comúnmente reconocida incluso por el Kuomintang, quien había prometido en palabras realizarla, cuando este ejerciera el poder en toda la China. La reivindicación de la nacionalización de la tierra figura en el programa de la Comuna de Cantón de 1927, y aún en 1928, el VI° Congreso del P.C.C. reconocía la «imposibilidad de resolver la cuestión agraria siguiendo la vía reformista burguesa, mediante pequeñas concesiones al campesinado acomodado y a los granjeros, ante el hecho de la predominancia de la pequeña hacienda que ni siquiera puede soportar una disminución de los alquileres e igualmente del hecho de la falta de fondos agrarios de maniobras»

La solución de la nacionalización del suelo era la única medida verdaderamente revolucionaria en China e incluso la única medida posible, dadas las condiciones de la agricultura china: en primer lugar, la necesidad de un control centralizado y por lo tanto estatal de la red hidráulica; en segundo lugar, la predominancia de la pequeña propiedad, que impedía toda repartición igualitaria de la tierra; en tercer lugar, el hecho mismo que la mayoría absoluta de la población agrícola estaba constituida de asalariados agrícolas y campesinos sin tierra. Como ya lo hemos indicado, en China el número de las grandes haciendas pertenecientes al Estado o a la Iglesia era muy reducido y, en 1929, no representaban sino el 6,7% de la superficie total cultivada, mientras que el 93,3% estaba a manos de propietarios privados. Faltaba entonces una propiedad feudal a distribuir de forma igualitaria; tal distribución devenía una pura ilusión y un  peligro real para el desarrollo ulterior de las fuerzas productivas. En 1940, el ministerio de la agricultura chino aportaba los datos siguientes: para toda la China, 94 millones de hectáreas cultivadas por 329 millones de campesino repartidos en 63.200.000 de explotaciones agrícolas, es decir 0,28 de promedio por persona y 1,48 de hectáreas por explotación. En el sur de la China (región de cultivo de arroz) la parcelización era todavía más grande que en el norte. Repartir la tierra en esas condiciones habría significado condenar a muerte la agricultura china e impedir toda posibilidad de desarrollo de las fuerzas productivas; está claro, que, en efecto, las familias chinas (5 personas promedio) viviendo sobre 1,48 de hectáreas de tierra llegan apenas a producir lo necesario para su propio consumo, e incluso a veces no llegaban ni a esto. De esto resulta que la nacionalización del suelo es la única medida que, por la transferencia de la renta de la tierra al Estado y la concentración de la propiedad del suelo, pueda constituir la base para la formación de una agricultura moderna. Pero sostener esta reivindicación habría significado desencadenar la lucha de clase en el campo, apoyarse directamente en la mayoría campesina sin tierra y de los pequeños granjeros contra los campesinos medios y los campesinos ricos y contra los grandes hacendados. Esta línea, la de una reforma agraria radical, no podía ser llevada a cabo por un partido que veía en las revueltas campesinas y en el armamento del campo solo un medio para realizar la unificación e independencia del país. El P.C.C. renegó su programa agrario, tal como el Kuomintang lo había hecho, y en lugar de desencadenar la lucha de clases en el campo, se esforzó más bien en reprimirla, plegándose, por una parte, a las ilusiones de los campesinos sobre la repartición igualitaria, y por otra, oponiéndose a los «excesos» del campesinado pobre, es decir, prometiendo el reparto de las tierras y oponiéndose a esto mismo cuando los campesinos tomaban en serio dicho reparto y espontáneamente lo ponían en práctica. A partir de 1931, el congreso pan-chino de las repúblicas «soviéticas» adoptó una ley agraria que no contenía ya la reivindicación de la nacionalización, aun cuando permaneció como la mas radical de todas las realizadas hasta 1950; luego de la conquista del poder. La ley de 1931 estipulaba:

 

1) La confiscación de todas las tierras de los grandes hacendados.

2) Su distribución igualitaria.

3) La libertad para los campesinos de vender, alquilar o transmitir por herencia las tierras recibidas.

 

La ley agraria de 1931 afirmaba que «la nacionalización del suelo no era posible sino con la victoria de la revolución en las regiones mas importantes de China y con el apoyo activo del campesinado en esta reivindicación». Aparte del hecho que la nacionalización del suelo no fue siquiera proclamada luego de la toma del poder, este era el punto de vista del Kuomintang en 1922. En el I° Congreso de los trabajadores de Extremo Oriente, el representante de los bolcheviques Safarov, remarcaba: «Según las declaraciones del representante del Kuomintang, el gobierno del Sur preveía la nacionalización de la tierra, pero ese proyecto no fue ejecutado por la sencilla razón de que ella exige un sistema uniforme y debe ser realizado en toda la república china. Ante todo es necesario, según el Kuomintang, barrer el territorio chino de los imperialistas y de los «Señores de la Guerra» y de instaurar la democracia en China. Esta no es una manera correcta de abordar el problema... Para los campesinos del Sur, la cuestión de la nacionalización no puede ser arreglada desde arriba con medidas administrativas; para ellos es una necesidad vital. Por tanto debemos realizar esta medida revolucionaria aunque sea en una pequeña parte del país para mostrar a los campesinos chinos que viven en un territorio ocupado por las fuerzas enemigas que allí donde el régimen democrático ha sido establecido, los campesinos viven mil veces mejor. Sin una clara comprensión de este punto, sin una actitud correcta en la cuestión agraria, las grandes masas no se pueden poner de nuestro lado en la lucha». Como vemos, las posiciones del Kuomintang se han convertido en las posiciones del P.C.C. en 1931. Además, como la ley de 1931, provoco la reacción de los países ricos, quienes comenzaran a sabotear la producción en las zonas «soviéticas». Mao mismo se volvió el portavoz de sus intereses y en la conferencia de Tsuni, en 1935, logra que las medidas, no obstante moderadas, de la reforma agraria fuesen aún mas limitadas, y defiende el principio de reparto no igualitario, sino según el equipamiento agrícola, medida que tendía evidentemente a favorecer a los campesinos ricos, poseedores de instrumentos y de stocks contra los campesinos pobres.

En octubre de 1934, bajo los feroces golpes del Kuomintang, los ejércitos del P.C.C. se ven obligados a abandonar el Sur de China: esta es la famosa «larga marcha». En el Norte son formados otros nuevos territorios «soviéticos», pero en 1937, después de la invasión japonesa una tregua se establece entre el P.C.C. y el Kuomintang para combatir a los invasores. El P.C.C. disuelve su gobierno y reorganiza su ejército que se conviente en parte integrante del ejército nacional. En nombre de la unidad nacional contra los japoneses, las medidas de confiscación de las tierras son abandonadas y reemplazadas por la política de baja de alquileres. Prácticamente los comunistas no hicieron sino poner en ejecución las disposiciones legales de Chiang Kai Check que prohibían exigir alquileres por encima del 37% del producto de la cosecha. Veamos cómo justifica Mao, en 1941, este abandono ulterior de toda medida radical incluso en el sentido burgués de la palabra: «La línea táctica actual del partido presenta una diferencia de principio con la anterior. En aquella época, luchábamos contra los grandes hacendados y la burguesía contrarrevolucionaria; hoy, nos aliamos con todos aquellos que, entre los grandes hacendados en la burguesía, no se han opuesto a la Resistencia». (Obras escogidas en francés, Ediciones de Pekín, 1968, III, p. 10). En 1942, el CC del P.C.C. se expresaba en los siguientes términos: «La política del partido consiste en ayudar a los campesinos reduciendo la explotación feudal, sin por lo tanto eliminarla completamente. Debemos garantizar a los propietarios sus libertades cívicas, los derechos de propiedad, sus derechos políticos y económicos para ganar a toda su clase a nuestra lucha contra los japoneses».

El frente nacional se mantendrá en pie durante muy poco tiempo, en vistas de que el Kuomintang se propondrá a ceder a los japoneses para poder combatir a los «comunistas», pero el partido comunista no cesara jamás de proponer y realizar ese «frente» de manera unilateral y sacrificara en él todas las reivindicaciones del campesinado. No cabe la menor duda que esta política del P.C.C., entre otras cosas, retrasó por muchos años la caída de Chiang Kai-Chek y la unificación de la China. Si en 1937, con vistas al frente nacional anti-japonés, el P.C.C. se había plegado totalmente a la perspectiva burguesa, afirmando: «los Tres Principios del Pueblo», enunciados por el Dr. Sun «representan la base suprema de la China de hoy. Nuestro partido está presto a hacer todo lo posible por sostenerle», en 1945 y después en 1946, cuando la derrota de los japoneses era inminente, el P.C.C. tendió la mano al Kuomintang con vistas a una unificación «pacífica» del país; y es después que se da cuenta que ningún salvamento era posible que desencadena la guerra civil que debería coincidir muy rápidamente a la disolución de este organismo corrompido que representaba el gobierno de Chiang.

Durante el curso de ese periodo el P.C.C. no solo dejó de emprender una política comunista tendiente a sublevar a los campesinos pobres contras los grandes hacendados teniendo como meta la nacionalización de la tierra así como la reanudación de la lucha de clase tanto en las ciudades como en los campos, sino que tampoco llevó a cabo una política burguesa radical sacrificando siempre los intereses sociales de las masas campesina al moderantismo más estrecho y a la más ineficaz con respecto a la lucha por la unificación de la China. De la nacionalización de la tierra al reparto igualitario, del reparto igualitario al reparto establecido según las capacidades productivas para no indisponer a los campesinos ricos, de este reparto a la simple baja de los alquileres para conciliar a los campesinos ricos. Paralelamente, toda una serie de treguas y vacilaciones en la lucha contra el Kuomintang para tratar de lograr la unificación del país sin desencadenar grandes movimientos de masas y sin tocar las relaciones sociales ni las relaciones de producción; es esta línea política moderada incluso desde el punto de vista burgués, que siguió el partido que pretende hoy [estamos en 1965, NdR] representar el Comunismo a los ojos del proletariado mundial; desde todo punto de vista este partido se presenta como un partido pequeño-burgués, alimentado en el plano teórico y programático por ilusiones propias al campesinado, siempre dispuesto a ceder a la fracción más reaccionaria de la burguesía en nombre del «interés superior de la patria».

 

LA NUEVA DEMOCRACIA

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En 1949, tras una campaña militar, pese a la ayuda americana, la armada del Kuomintang se había derretido como nieve bajo el sol, al mismo tiempo que el P.C.C. toma el poder y unifica a la China. Pero, ¿qué poder se instaura? ¿A qué clase pertenece el poder? La fórmula utilizada por el P.C.C. es la de «nueva democracia»; según los comunistas chinos, el poder se funda en el bloque de las «cuatro clases» cuyos intereses son y deben ser solidarios; no se trata de dictadura burguesa pero tampoco de dictadura del proletariado, sino de una «nueva democracia» basada en el «pueblo» a excepción de los campesinos ricos y de la burguesía compradora. Las cuatro clases, proletariado, campesinos, pequeña burguesía y burguesía nacional, en conjunto gestionan el poder; las contradicciones y los conflictos que se presentan entre estas cuatro clases son , según la definición de Mao, «contradicciones en el seno del pueblo», conflictos secundarios sobre la base de intereses comunes como era la necesidad de construir el gran Estado chino.

Veamos en qué términos se expresa Mao cuando habla del gobierno de «nueva democracia»:

«Hay quienes se preguntan si los comunistas chinos, una vez en el Poder, no implantarán una dictadura del proletariado y un gobierno unipartidista, siguiendo el ejemplo de Rusia. Nuestra respuesta es que un Estado de nueva democracia, basado en la alianza de las diversas clases democráticas, es por principio distinto de un Estado socialista de dictadura del proletariado. Está fuera de duda que el régimen de nueva democracia, que preconizamos, se erigirá bajo la dirección del proletariado, bajo la dirección del Partido Comunista; no obstante, a lo largo de la etapa de la nueva democracia, no puede y, por lo tanto, no debe haber en China una dictadura de una sola clase ni un gobierno de un solo partido». («Sobre el gobierno de coalición», Obras escogidas, Ediciones en lenguas extranjeras, Pekín, 1972, tomo III, p.110).

¿No hay pues dictadura de una sola clase? ¡Entonces es toda la concepción marxista del Estado que se derrumba! Desde el «Manifiesto del Partido Comunista» de 1848, los marxistas han sostenido que el Estado es justamente «el órgano de dominación de una clase determinada» y que el Estado dejará de existir cuando desaparezcan las clases. En todas las revoluciones burguesas clásicas en Europa obtuvimos la dominación burguesa, aun siendo realizada bajo una forma democrática; en la revolución rusa el proletariado había establecido su dictadura. La burguesía clásica había efectivamente gobernado contando frecuentemente con el apoyo de la pequeña burguesía y los campesinos, pero siempre según sus propios intereses de clase; para Rusia, Lenin había previsto en 1905 la posibilidad de una dictadura «democrática» de obreros y campesinos, a sabiendas que esto significaba claramente que el proletariado con el apoyo de los campesinos pobres habría establecido su dominación sobre la burguesía. En cuanto a la China y a los países atrasados, las tesis de 1920 preveían que el proletariado tomaría el poder contra los ricos hacendados, apoyándose en las masas de campesinos sin tierra estrechamente vinculados a la dictadura proletaria de los países avanzados. Pero un Estado donde el proletariado, los campesinos pobres y la pequeña burguesía dominan con la burguesía, el marxismo y la historia de luchas de clases no lo han conocido nunca. En realidad un Estado semejante no es más que una mixtificación pequeño-burguesa tipo «Estado de todo el pueblo», de la que se burlaba Engels, y esconde pura y simplemente la dominación de la burguesía. El Estado de la nueva democracia es un Estado burgués en que las tareas de desarrollo del modo de producción capitalista son llevadas a cabo no por la burguesía como clase social, sino por el Estado que representa los intereses «nacionales», es decir, los intereses del desarrollo capitalista; el Estado, en el papel de capitalista general, representa en China los intereses del capitalismo mundial frente a una clase burguesa de débil desarrollo; y este Estado capitalista se hace pasar por el Estado de todas las clases del pueblo.

Ni dictadura de una clase sobre las otras clases de la sociedad, ni oposición irreductible entre proletariado y burguesía, sino alianza entre las clases en nombre del interés supremo de la «nación»; ¿podía soñar con algo mejor la burguesía de los países imperialistas? ¡Marchais o Rothschild jamás hubiesen encontrado una mejor fórmula para salvar al sistema capitalista, como la de Mao en 1945!:

«Naturalmente, entre estas clases no dejarán de existir contradicciones, siendo una de las más evidentes la contradicción entre el trabajo y el capital. Por lo tanto, cada una de estas clases tendrá demandas propias. Sería una hipocresía y un error negar la existencia de esas contradicciones y demandas. Pero, a lo largo de toda la etapa de nueva democracia, esas contradicciones y demandas no pueden ni deben prevalecer sobre las demandas comunes». (op. cit., p.108). La tarea especifica de un Estado burgués jamás ha sido definida tan claramente: no debemos permitir que las reivindicaciones particulares de una clase salgan del cuadro de las reivindicaciones generales. El Estado burgués existe justamente para impedir que las reivindicaciones específicas de la clase proletaria no salgan del cuadro general de las relaciones de producción burguesas.

El «programa concreto» de Mao es tan límpido como la preocupación general que lo anima: «Bajo el régimen de nueva democracia, se aplicará la política destinada a reajustar los intereses del Trabajo y del Capital. De una parte, los intereses de los obreros estarán protegidos; se adoptará la jornada de trabajo de 8 a 10 horas según las circunstancias, se acordará a los desempleados seguros apropiados, se introducirán en la medida que convenga las seguridades sociales y se preservarán los derechos sindicales. De otra parte, se garantizará a las empresas de Estado, a las empresas privadas y a las cooperativas los beneficios legítimos de una gestión racional. Así, el sector público y el sector privado, el Trabajo y el Capital contribuirán de concierto al desarrollo de la producción industrial (Œuvres choisies, en francés, Ed. de Pekin, 1968, t.III, p. 269).

Entonces, ¿Cuál clase ha vencido en China? Como dice el propio Mao: «Los Tres Principios del Pueblo» revolucionarios del Dr. Sun Yat-sen, abandonados por los reaccionarios del Kuomintang, fueron llevados adelante por el pueblo chino, el Partido Comunista y otros demócratas» (op. cit. p.), más aún, «la economía de la nueva democracia, que propugnamos, también concuerda con los principios del Dr. Sun Yat-sen. Por lo que respecta a la cuestión agraria éste último avanzó el principio: «La tierra para el que la trabaja». En lo referente a la industria y el comercio, este declara en el Manifiesto del Ier Congreso nacional del Kuomintang: «Todas las empresas, pertenecientes a chinos o extranjeros, que fueren de carácter monopolista o demasiado grandes para la administración privada, tales como bancos, ferrocarriles y líneas aéreas, serán administradas por el Estado, con el fin de que el capital privado no pueda dominar la vida material del pueblo; éste es el sentido fundamental de la limitación del capital. En la etapa actual, estamos completamente de acuerdo con los planteamientos del Dr. Sun Yat-sen sobre los problemas económicos (…) Hay quienes sospechan que los comunistas chinos nos oponemos al desarrollo de la iniciativa individual, al desarrollo del capital privado, a la protección de la propiedad privada; pero están equivocados. Son la opresión extranjera y la feudal las que obstaculizan sin piedad el desarrollo de la iniciativa individual del pueblo chino, obstruyen el desarrollo del capital privado, y destruyen la propiedad de las amplias masas populares. La misión del sistema de nueva democracia, que preconizamos, consiste precisamente en eliminar esos obstáculos y detener esa destrucción, garantizar a las amplias masas populares la posibilidad de desarrollar libremente su iniciativa individual dentro de los marcos de la vida en la sociedad, garantizar el libre desarrollo de una economía privada capitalista que no pueda «dominar la vida material del pueblo», sino que la beneficie, y proteger toda propiedad privada legítimamente adquirida». (Obras Escogidas, Ediciones en lenguas extranjeras, Pekín, 1972, t. III, p.p. 99-109).

 

EL PROBLEMA DEL PODER DE ESTADO EN CHINA

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Antes de proseguir nuestra descripción de los eventos que se desenvolvieron en China después de 1949, es necesario notar que para llegar a una correcta interpretación de la revolución china, es preciso primero hacer justicia de un trágico malentendido fundado en una mixtificación innoble. Puesto que los «comunistas» chinos afirman que en China existe un poder político proletario, el primer imbécil venido o el oportunista consciente, pueden retrocar: todo eso que Ud dice es bien bonito, pero ya que el proletariado está en el poder debemos inclinarnos a la realidad concreta (caballo de batalla del oportunismo de siempre) y reconocer que el poder proletario en China ha debido actuar en condiciones «originales» que le impedían seguir las directivas del marxismo, válidas para la Europa del siglo pasado; vuestro análisis, bien documentado por demás, se revela entonces como «doctrinario y abstracto».

Tanto al imbécil, como al oportunista consciente, responderemos que todo nuestro análisis tiende justamente a demostrar que no es el proletariado quien está en el poder en China, sino la burguesía, personificada no tanto por sus representantes físicos, sino por el Estado Nacional chino, que encarna los intereses del desarrollo del modo de producción capitalista (independencia y unificación del país, acumulación del capital, defensa de China como Estado nacional al lado de otros Estados nacionales, represión de todo movimiento proletario autónomo, etc.), intereses que inspiran desde siempre la política del partido de Mao.

 

LA POSICIÓN DE STALIN

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La teoría de la revolución «por etapas» es exactamente lo opuesto a la posición marxista que, como hemos mostrado, era la base de la táctica de la Internacional Comunista en 1920. Esta teoría tiene también una larga tradición: es esta misma teoría que sostenían los mencheviques en Rusia y la burguesía demócrata en China. En efecto, admitir que, en una revolución nacional, el proletariado no puede tener sino la función de apoyar al movimiento burgués hasta el final del conflicto, es la doctrina típica de la burguesía, puesto que significa: 1° destrozar el vínculo entre el proletariado de un país dado y el proletariado mundial, y ver en la revolución proletaria, necesariamente internacional, un hecho de carácter nacional; 2° someter los intereses de clase del proletariado a los de la burguesía afirmando que es esta la única clase capaz de llevar por buen camino la revolución nacional.

El marxismo siempre ha reconocido la necesidad de la revolución burguesa, es decir una conmoción que tenga por fin inmediato la destrucción de poderes pre-capitalistas y de modos de producción atrasados y así dar nacimiento a las relaciones de producción modernas donde el proletariado que tiene necesidad de estas nuevas relaciones podrá desarrollarse en su propio terreno y combatir contra la dominación del Capital y por la sociedad socialista. Pero el marxismo jamás ha planteado este problema de manera abstracta, y siempre lo ha resuelto por medio del análisis de las fuerzas reales puestas en juego. Es muy importante restablecer los fundamentos de la doctrina marxista sobre el problema de la táctica en las revoluciones burguesas y en las revoluciones nacionales puesto que estos nos aportarían la clave que permite comprender los eventos en China, y de saber cuál clase ha conquistado el poder y lo detenta hoy en China.

El proletariado tiene interés en la destrucción radical de las relaciones de producción capitalistas que constituyen la base real de su desarrollo como clase de la premisa de la futura sociedad socialista. Es por ello que, en los países en que la revolución burguesa se encuentra a la orden del día (es decir, el derrocamiento de las clases y Estados pre-capitalistas, así como derrumbar los obstáculos que impiden el desarrollo de las fuerzas productivas modernas), el proletariado, en la medida en que existe, participa activamente en la revolución, aun si esta no significa todavía una lucha por sus objetivos de clase específicos , sino una lucha «contra los enemigos de sus enemigos». En esta lucha participan otras clases y capas sociales que tienen interés en liberarse de la opresión, de condiciones retrógradas: la pequeña burguesía urbana, los campesinos, la burguesía misma.

¿Cuál debe ser la actitud del proletariado delante de estas fuerzas que se colocan también en el terreno revolucionario para alcanzar sus propios objetivos? Marx en 1848 y 1850 para Alemania, Lenin desde 1895 para la Rusia, la Internacional Comunista en 1920 para todas las revoluciones nacionales y anti-coloniales, han trazado una línea neta y precisa para la clase proletaria: el proletariado debe apoyar al movimiento democrático revolucionario burgués (en la medida en que es efectivamente revolucionario), pero sin olvidar un instante su carácter limitado y el hecho de que apenas la revolución se haya realizado, los intereses de las diferentes clases sociales entrarán directa e inmediatamente en conflicto con los intereses del proletariado; los aliados de ayer se convertirán en los enemigos de hoy, y el proletariado deberá volver a tomar las armas contra la dominación burguesa. Es por ello que el proletariado debe guardar, a todo precio y en toda situación, su autonomía política y organizativa, teórica y practica, y convencerse que todas las otras capas sociales se detendrán y esforzarán en detener el movimiento revolucionario a partir del momento en que estas hayan o crean haber alcanzado sus objetivos, y que deberá continuar SOLO, la lucha – su lucha – para abatir la dominación capitalista.

Tal es el único sentido que tiene la política conducida por los bolcheviques, tal es la posición de Lenin. La famosa alianza entre el proletariado y los campesinos que según los oportunistas y según los «maoístas» mismos sería el gran descubrimiento del «leninismo» y que en Lenin es en efecto una convergencia en la lucha no tiene otro significado más que esta: en una situación en que dominan relaciones económicas feudales o pre-capitalistas en general, las masas campesinas y sobre todo los campesinos pobres y sin tierra son revolucionarios en la medida en que tienden a quebrantar por la violencia estas relaciones para acceder a la libre propiedad campesina; en esta situación (y solamente en esta situación), el proletariado apoya al movimiento campesino, siempre a condición de que este emplee métodos revolucionarios y persigue objetivos revolucionarios, empujando «la revolución burguesa hasta el fin», es decir hasta el límite en que la convergencia se vuelva divergencia abierta y donde la clase obrera se esforzará de injertar sobre el tronco de la revolución burguesa llevada hasta sus últimas consecuencias su propia revolución, «la revolución sucia», no ya la revolución de la «fraternidad universal», sino la del arreglo de cuentas entre capital y trabajo, no ya la revolución anti-feudal, sino la revolución anti-capitalista.

Para Lenin, pues, la convergencia del proletariado y del movimiento democrático burgués en la lucha contra el antiguo régimen es un hecho temporal, y limitada a los países en que la revolución burguesa está todavía a la orden del día; esta no concierne en ningún aspecto a los países donde la revolución burguesa (es decir, la instauración de relaciones de producción capitalista) hace tiempo que ha sido realizada y donde el proletariado no lucha sino por sí mismo, por el comunismo, y no tiene ningún aliado; mientras que en los países atrasados su perspectiva final es la de la «revolución doble», es decir, de la revolución burguesa que se transforma en revolución proletaria. Así, según la posición marxista correcta, la que Lenin y la Internacional Comunista siempre han sostenido, la lucha del proletariado de cada país está indisolublemente ligada a la lucha del proletariado internacional, que constituye su propia clase. En los países atrasados, un apoyo temporal le puede venir de las masas campesinas y pequeño-burguesas, solamente por objetivos comprendidos en los limites de las reivindicaciones nacionales y democráticas.

Esto quiere decir que para nosotros hay que trazar el camino histórico real, para definir exactamente las tareas del proletariado en las áreas «atrasadas». Las tesis de Lenin sobre este sujeto son perfectamente claras: habiendo establecido que el proletariado debe en toda circunstancia guardar y defender la autonomía, tanto de su programa cuanto de su organización con respecto a los movimientos democráticos, Lenin niega que la burguesía de estos países pueda y quiera llevar hasta los límites su propia revolución; afirma que sólo el proletariado, colocándose a la cabeza de las masas pobres, puede trastocar radicalmente las relaciones sociales pre-capitalistas y barrer los obstáculos que le crearán necesariamente la nueva clase en lucha por la conquista del poder, pronta a aliarse con sus propios adversarios del viejo régimen, si es preciso, por miedo a que la situación se le escape y pase a manos de los proletarios – los mismos a los que la burguesía ha debido llamar para combatir el viejo régimen feudal, pero de los que teme su entrada en escena por objetivos autónomos, como en 1848 en Francia, Austria, y también en Alemania.

Los proletarios deben saber de antemano que, ante el espectro de la «segunda revolución», la burguesía se esforzará por resolver el problema del derrumbe de las relaciones pre-capitalistas de la manera más anodina, pacífica y mezquina posibles, y que no vacilará en lanzar contra ellos sus fuerzas del orden para impedirles emprender su «asalto al cielo». Desde 1848, Marx indica como única posibilidad de triunfo de la revolución BURGUESA en Alemania la alianza del proletariado con los campesinos bajo la dirección política del proletariado. Para Marx, y más tarde para Lenin, está muy claro que en el cuadro internacional de las relaciones entre clases, la burguesía de los países todavía dominados por relaciones de producción pre-capitalistas siempre preferirá un compromiso con las antiguas clases dominantes locales, antes que dejarse desbordar por la clase obrera a la cabeza de los campesinos, y que no vacilará en todas las circunstancias posibles de ejercer una presión preventiva sobre el movimiento proletario organizado. Desde 1898, en «Las tareas de los social-demócratas rusos [los comunistas revolucionarios de la época, NdR]», Lenin indica claramente la perspectiva de la revolución doble, declarando que la actividad «democrática» del Partido en Rusia está ligada indisolublemente a su actividad socialista: «Convencidos de que, hoy en día, solo la doctrina del socialismo científico y de la lucha de clases puede ser la teoría revolucionaria, los socialdemócratas rusos la difundirán con todas sus fuerzas y la defenderán contra todas las tergiversaciones; se dirigirán contra todas las tentativas de volver a encadenar el movimiento obrero joven aún de Rusia a confusas doctrinas», (Lenin defiende, pues, la independencia programática, teórica y práctica del proletariado no obstante este se encuentre cumpliendo tareas democráticas: ¡qué diferencia con la posición del Partido Comunista chino que, en los años 20, hizo de las ilusiones burguesas de Sun Yat-sen su programa final!).

Lenin explica luego que, en la lucha por el socialismo, el proletariado está completamente solo (es decir, únicamente atado al proletariado internacional), mientras, en la lucha por la democracia, este encuentra aliados transitorios en ciertos elementos esenciales de la oposición política al absolutismo: «Al lado del proletariado también existen elementos de oposición a la burguesía, o de clases cultivadas, de la pequeña burguesía, o de nacionalidades, religiones, sectas, etc. perseguidas por el absolutismo (…) El apoyo [que le acuerdan los social-demócratas, es decir, los comunistas rusos] no supone ni requiere compromiso alguno con los programas y los principios no social-demócratas: es el apoyo de un aliado contra un enemigo determinado. Si los social-demócratas prestan su apoyo, lo hacen para apurar la caída del enemigo común, no esperan nada para si mismos de estos aliados temporales, tampoco les hacen concesión alguna (….) Al mismo tiempo que muestra la solidaridad que une estos grupos de oposición a los obreros, los social-demócratas pondrán en primer lugar a los obreros; se esforzarán en explicar el carácter provisorio y condicional de esta solidaridad; subrayarán siempre que el proletariado es una clase aparte y que mañana puede encontrarse opuesta a los aliados del presente. Se nos dirá: «Esta precisión debilitará a todos aquellos que combaten actualmente por la libertad política». Esta precisión, responderemos, fortificará a todos aquellos que combaten por la libertad política. Solamente son fuertes aquellos combatientes que se apoyan en intereses reales, es decir, de clases determinadas; y todo escamoteo de estos intereses de clase, que juegan hasta hoy un rol preponderante en la sociedad moderna, no hará sino debilitar a los combatientes. Primer punto. Y, en segundo lugar, en la lucha contra el absolutismo, la clase obrera debe apartarse, en vista de que es el único enemigo consecuente hasta las últimas consecuencias, e irreductible del absolutismo; es entre ella sola y el absolutismo que los compromisos son imposibles» (Lenin, «Oeuvres», en francés, T. 2, p.p. 338-341).

En 1914, en el ensayo «Del derecho de las naciones a su autodeterminación», Lenin retoma en términos perfectamente marxistas la cuestión de la actitud del proletariado hacia las revoluciones burguesas y las luchas nacionales. Después de haber explicado que el periodo de las revoluciones nacionales burguesas en Europa se había terminado en 1870, y que desde entonces, en esta área geográfica, el proletariado no puede dar su apoyo a otras clases, cuando este apoyo es necesario, aun de manera provisoria, en los países que no han realizado todavía esta revolución, Lenin afirma que: «El proletariado está en contra de semejante practicismo [el de la burguesía nacional, NdR]: reconociendo la igualdad en derechos y un derecho igual a constituir un Estado nacional, toma por encima de todo la alianza de los proletarios de todas las naciones y aprecia bajo el ángulo de la lucha de clase de los obreros toda reivindicación nacional, toda separación nacional. La consigna del practicismo es de hecho la adhesión acrítica a las aspiraciones burguesas». Y más adelante: «Los intereses de la clase obrera y de su lucha contra el capitalismo exigen la solidaridad más completa y estricta de todas las naciones, exigen que una respuesta sea dada a la política nacionalista de la burguesía de la nacionalidad que sea». (op. cit, T. 20; p.p. 434-448, itálicas y negritas nuestras).

 

LA POSICIÓN DE LA INTERNACIONAL

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Luego de la primera guerra mundial, la victoria proletaria en Rusia y la formación de la III° Internacional ponen en primer plano a escala mundial la lucha revolucionaria del proletariado y dan a los pueblos coloniales de África y Asia un punto de referencia en el Estado proletario. Las posiciones de los comunistas sobre la cuestión nacional y colonial confirman plenamente las de Lenin y los bolcheviques. Mejor aún, esta perspectiva tiene ahora la posibilidad de ponerse en práctica: el proletariado y su partido deben por tanto acentuar su carácter autónomo e independiente al mismo tiempo que apoya el movimiento nacionalista revolucionario burgués y pequeño-burgués. Las tesis de Lenin de 1920 tallan estas posiciones de manera neta y precisa. Declaran ante todo que no se debe tener confianza en las ilusiones democráticas sobre la posibilidad de una igualdad de las naciones y de su efectiva liberación del yugo colonial en régimen capitalista. La tesis n° 2 afirma:

«El partido comunista, intérprete consciente del proletariado en lucha contra el yugo de la burguesía, debe considerar como formando la piedra angular de la cuestión nacional no de principios abstractos y formales, sino: 1°) una noción clara de las circunstancias históricas y económicas ; 2°) la disociación precisa de los intereses de clases oprimidas, de los trabajadores, de los explotados, con respecto a la concepción general de los sedicentes intereses nacionales que significan en realidad los intereses de las clases dominantes». La tesis n° 2 insiste en la alianza entre el proletariado de los países industrializados y las masas trabajadoras de los países dependientes: «La Liga de las Naciones y la política de la Entente en su conjunto no hacen sino confirmar este hecho [que las democracias occidentales son los peores opresores de los pueblos coloniales, NdR] y desarrollar la acción revolucionaria del proletariado de los países avanzados y de las masas laboriosas de los países colonizados o sometidos, apresurando la bancarrota de las ilusiones nacionales de la pequeña burguesía en cuanto a la posibilidad de una apacible vecindad y de una verdadera igualdad de las naciones bajo el régimen capitalista». La tesis n° 4 concluye: «De lo que precede se desprende que la piedra angular de la política de la Internacional Comunista en la cuestión nacional y colonial debe ser la aproximación de los proletarios y trabajadores de todas las naciones en su lucha común contra las clases propietarias y burguesas. En vista de que este acercamiento es la sola garantía de nuestra victoria sobre el capitalismo, sin la cual no pueden ser abolidas ni las opresiones nacionales ni las desigualdades».

La necesidad absoluta de un movimiento independiente del proletariado y campesinado pobre con respecto al movimiento democrático burgués de liberación nacional y de la confluencia de este movimiento con el proletariado internacional viene recordada con insistencia en el quinto parágrafo de la tesis n° 11: «Es necesario combatir enérgicamente las tentativas hechas por movimientos emancipadores, que en realidad no son ni comunistas ni revolucionarios, para enarbolar los colores comunistas; la Internacional Comunista no debe sostener a los movimientos revolucionarios en las colonias y países atrasados sino a condición de que los elementos de los futuros partidos comunistas – y comunistas en los hechos – sean reunidos e instruidos en sus tareas particulares, es decir, de su misión de combatir el movimiento burgués y democrático. La Internacional Comunista debe entrar en relación provisoria y formar así una unión con los movimientos revolucionarios de las colonias y países atrasados, pero, sin jamás fusionar con ellos, conservando siempre el carácter independiente del proletariado, aun cuando este se encuentre en estado embrionario» («Quatre premiers congrès mondiaux de l’Internationale Communiste» (en francés), reed. Maspéro, p.p. 57-58, itálicas y negritas nuestras).

A través de estas citas nos hemos esforzados en volver a trazar la línea que siempre ha caracterizado la posición de los marxistas con respecto a los movimientos revolucionarios democráticos de los países coloniales y dependientes. Pero a partir de lo que hemos dicho podemos inferir claramente que la revolución china se encuentra fuera y opuesta a esta perspectiva, e incluso la vuelca totalmente. Primero Stalin, y después Mao, han sido la expresión más típica de la dirección burguesa de una revolución nacional, y de la sumisión de los objetivos y fuerzas organizadas de la clase obrera a esta dirección burguesa.

Esta posición corresponde exactamente al gradualismo reformista de los partidos oportunistas de Europa occidental, que afirmaban que al proletariado le era necesario llevar a término la revolución burguesa «inacabada» por medio de luchas por reformas. No es por azar que Lenin siempre ha puesto a los mencheviques rusos a la par de los social-demócratas derechistas de Occidente, compartiendo la misma desviación, derivada de la influencia pequeño-burguesa sobre el proletariado. Interpretación errónea de la teoría marxista, esta posición expresa los intereses de la burguesía en el campo del proletariado, sosteniendo la tesis de que en los países en que la revolución burguesa se encuentra a la orden del día, le corresponde a la burguesía ejercer su dirección, y, es solamente después que esta haya cumplido con sus tareas democráticas  que se podía comenzar a considerar la idea de derrocarla. Allí donde por el contrario la burguesía concluye sus tareas revolucionarias, se declara que esta no ha sido bien hecha y que el proletariado debe esperar la realización de reformas para después tomar el poder. Esta táctica, aplicada a la China por la Internacional ahora sometida totalmente al Estado ruso, tuvo por efecto, como hemos visto, la destrucción del movimiento proletario y la derrota de 1925-1927. No se trata de ninguna manera de encontrar un culpable en la persona de Stalin, sino de reconocer una línea política, y de mostrar a qué intereses de clase obedece. Sólo cuando hayamos demostrado esto, podremos responder igualmente a la cuestión: «¿Quién detenta el poder en China?»»

Desde 1911, la burguesía china había mostrado que temía más al movimiento de masas proletarias y del campesinado que a la dominación del imperialismo mundial y de los «Señores de la guerra». Una vez instaurada la república, Sun Yat-sen pone el poder en manos de uno de estos Señores, y durante la primera guerra mundial la burguesía china «revolucionaria» se contentó con implorar la benevolencia del imperialismo. Después de la guerra todas sus esperanzas fueron evidentemente perdidas; pero, durante ese tiempo, la ola de la revolución proletaria había comenzado a sacudir también a la China.; después de 1920, se desarrolló un potente movimiento de lucha del proletariado , completamente autónomo y dirigido por un partido comunista pequeño en número pero bien aguerrido, mientras que la tensión aumentaba en las masas campesinas reducidas a la miseria. Está claro que en tal situación la eliminación de la dominación imperialista y la unificación del país, tareas específicamente burguesas, estaban a la orden del día. Pero, ¿podía la burguesía china llevarlas a cabo? Igual si esto fuese posible (como Stalin afirmó), el proletariado debía a todo precio conservar su autonomía de organización y programa con respecto al movimiento democrático, y, aun reconociendo la necesidad inmediata de apoyar la lucha por la unificación del país, debió prepararse para ir más lejos y combatir su propia burguesía vinculándose al proletariado internacional y a la Rusia soviética. Que la burguesía china fuera más o menos revolucionaria, de todas formas el proletariado debía apoyarla, pero JAMÁS someterse a ella. Las tesis de Lenin y de la Internacional son muy claras sobre este punto, pero en realidad la burguesía china estaba indisolublemente ligada al imperialismo y a los «Señores de la guerra» y temía por sobre todo al movimiento de masas. Sabía que el movimiento del proletariado y del campesinado pobre, una vez iniciado no se habría detenido en la simple reivindicación de independencia y unidad nacional, sino que habría continuado apoyándose en esta hacia la reforma agraria y la dictadura del proletariado. Pero, alcanzar el objetivo nacional, sin la movilización de las masas proletarias y campesinas, era imposible. Ante este dilema la burguesía china y su partido eran completamente impotentes y esperaban salir de este bajo el acuerdo diplomático con las potencias imperialistas. La burguesía fue la primera en tener miedo cuando, en 1925, los obreros de Cantón comenzaron a moverse y pasaron a la vanguardia del movimiento, e impuso condiciones draconianas a la Internacional: sumisión completa del proletariado , renuncia absoluta, en nombre de la unificación nacional, a toda reivindicación particular de clase, disolución del partido comunista chino. La contrarrevolución que había triunfado en Europa y estaba a punto de abatir al Estado proletario en Rusia vino a socorrer a la burguesía china por intermedio de la diplomacia rusa. Aceptando las condiciones planteadas por los burgueses chinos, esta parecía decir: «No se preocupen, actuaremos de manera que lo que sucedió en Rusia en 1917 no se reproduzca en vuestro país» Pese a todo, el Kuomintang condujo la lucha por dos frentes: de una parte combatir sin mucho entusiasmo a los «Señores de la Guerra», de otra parte reprimir lo más feroz y decididamente posible al movimiento obrero y campesino, pese a que éste ya se había sometido a los intereses burgueses, y esto hasta que se produce la solución definitiva: en 1927 el Kuomintang pasa abiertamente al campo del imperialismo y reprime en sangre a un movimiento de masa que no hizo nada por organizarse de manera autónoma puesto que estaba privada de su dirección natural: el partido comunista y el programa marxista.

 

LA LÍNEA DE MAO

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La contrarrevolución mundial se había afirmado en China a través de la táctica impuesta al partido comunista por los dirigentes de la Internacional y del Estado ruso y había logrado vencer al proletariado y campesinos chinos en el curso de una sangrienta batalla. La repercusión internacional de esta victoria del capitalismo mundial sobre los obreros chinos fue terrible: la Internacional pasará definitivamente a manos del aparato de Estado ruso, las alas oportunistas de los partidos comunistas triunfarán y liquidarán la oposición de Izquierda, el aparato de Estado ruso aplastará y destruirá el partido bolchevique. La contrarrevolución burguesa continuará su obra en China por medio del partido comunista reconstituido, reorganizado sobre bases no marxistas, sino populistas y pequeño-burguesas. El movimiento del proletariado no existía ya; la contrarrevolución burguesa ondeaba victoriosa en el mundo entero, y en Rusia había renegado completamente del programa marxista. El partido comunista chino podía renacer de dos formas: o bien aprendía de las lecciones de 1925-27 desde un punto de vista marxista, rechazaba toda la política de la Internacional en China, desenmascaraba al Estado ruso como Estado burgués, y regresaba a las posiciones auténticas de Lenin, o bien se sometía definitivamente a la dirección política de la burguesía y se convertía en el partido burgués contra el Kuomintang que había renunciado a sus objetivos, es decir, se convertía en el verdadero Kuomintang.

A escala mundial las fuerzas contrarrevolucionarias eran demasiado potentes y el desangramiento sufrido por el proletariado chino demasiado grave para poder realizar la primera posibilidad, pese a la tentativa desesperada de numerosos militantes por hacer regresar al partido a posiciones revolucionarias y reorganizar al proletariado vencido. De 1927 1930, estas dos perspectivas se enfrentan en el seno del partido chino, pero es la tendencia a transformar el partido en partido nacional burgués que se impone: es la línea de Mao. El proletariado urbano es completamente abandonado. La derrota de 1927 es considerada como un desgraciado episodio debido a la incapacidad de los dirigentes del partido y a la traición de «ciertas franjas» burguesas; ninguna crítica a la política del Komintern, y se llega a decir que pasando de la ciudad al campo la revolución había entrado en una fase superior; se establece que la revolución debe hacerse por etapas y que en la etapa de la lucha por la independencia nacional hay que esforzarse por «unir todo lo que sea posible unir» y por lo tanto de moderar toda reivindicación autónoma del proletariado y los campesinos pobres. El P.C.C. adopta como programa «los Tres Principios del Pueblo» de Sun Yat-sen y deviene según la propia afirmación de Mao, el «verdadero Kuomintang», es decir, el verdadero partido nacional burgués en China.

 

¿QUÉ ES LA REVOLUCIÓN BURGUESA?

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Cuando los marxistas hablan de «revolución burguesa», piensan en el derrumbe de los obstáculos que se oponen al desarrollo de las fuerzas productivas bajo una forma capitalista y la creación de un terreno favorable al desarrollo del modo de producción capitalista y de las relaciones de producción burguesas. No tienen previsto ni jamás han considerado una revolución que deba ser dirigida solamente por la burguesía como clase física, como capa social determinada. En 1905, Lenin escribía que «la revolución burguesa es una revolución que sale de los limites del modo de producción capitalista», y el marxismo ha explicado siempre que el desmantelamiento de las relaciones de producción pre-capitalistas se transforma, hasta un cierto punto del desarrollo histórico, una exigencia social, es decir, común a diferentes capas y clases sociales, entre ellas el proletariado en particular. Por tanto, se trata de una situación en que deben ser establecidas relaciones más modernas y a una escala más vasta que las precedentes, y que estas nuevas relaciones no pueden instaurarse que por medio del desarrollo del modo de producción capitalista. Esta revolución es una revolución burguesa en la medida en que persiga objetivos burgueses y no vaya más allá de este horizonte. El desarrollo del comercio, la generalización de los intercambios mercantiles y de la producción de mercancías, su extensión a más vasta escala, la liberación del campesinado de los lazos feudales y su posibilidad de constituir una masa de trabajadores asalariados, el desmembramiento del latifundio y la reglamentación de la venta de la tierra, la abolición de los monopolios naturales que impiden la libre competencia, son igualmente objetivos burgueses ya que favorecen el desarrollo del capitalismo, y por lo tanto a los intereses de la burguesía en tanto que clase que introduce el modo de producción capitalista, pero que responden igualmente a intereses inmediatos de capas sociales que serán arruinadas o eliminadas por el mismo desarrollo del capital: las capas campesinas y pequeño-burguesas, por ejemplo, así como el proletariado cuyas condiciones de vida no mejorarán con el desarrollo del capitalismo, pero que lo proveerá de una base para su desarrollo como clase. Por otra parte, la burguesía como clase nunca ha sido favorable a revolución alguna, puesto que en toda convulsión social y política esta siempre ha visto una interrupción de sus negocios y un peligro para sus beneficios. Por lo tanto, en el análisis de los hechos históricos, sería vano y absurdo ir a buscar el carácter burgués de una revolución en el hecho de que los burgueses participen en ella o no, así como sería absurdo definir como proletaria toda revolución en la cual participan proletarios. El carácter burgués o proletario de una revolución no se determina por su composición social, sino por la línea política, la visión general y los límites que el movimiento se fija. Si no tenemos bien presente este aspecto de la cuestión, mal podemos comprender cómo se desenvuelven los acontecimientos históricos. En la gran revolución francesa, por ejemplo, además de que la burguesía no es la clase que dirige físicamente la revolución, tampoco la ideología y las organizaciones dirigentes del movimiento provenían de sus filas: en 1789, la burguesía era más bien favorable a un compromiso con la monarquía que le habría dejado tranquilamente continuar sus negocios. Fue, por una parte, el movimiento de la pequeña burguesía parisina y del proletariado naciente y, por otra, el movimiento del campesinado, lo que determinaría el desarrollo de la revolución hasta la abolición de todos los vestigios feudales. Los intereses reales e históricos de la clase burguesa fueron por tanto, representados por las capas pequeño-burguesas que, de paso, no podían ni pueden como ejecutantes ir más allá de una perspectiva burguesa. El campesinado francés, la pequeña burguesía urbana, el proletariado naciente realizarán los objetivos de la burguesía; y es por esta razón que el régimen instaurado fue un poder burgués, aunque ninguno de sus miembros estuvo allí físicamente representado. ¿Qué reclamaban precisamente los campesinos? Reclamaban la división y el reparto de las tierras feudales. Ese era su contenido inmediato, y es por ese interés que ellos combaten. Pero la pequeña propiedad rural significa el libre comercio de la tierra, la posibilidad absoluta de vender y comprar, traspasar la tierra, es decir que en lo inmediato la tierra es sometida a la dominación del capital financiero. Es precisamente en nombre de la libertad de comercio que una parte de los campesinos es expropiada y cae, así como una fracción creciente de la pequeña burguesía urbana, en el proletariado; los medios de producción se concentran en un número de manos cada vez más restringido; el modo de producción capitalista coge un impulso extraordinario y se apropia de toda la producción social sin toparse con ningún obstáculo. La revolución tenía, por tanto, objetivamente una base y unos objetivos que debían acarrear la ruina de las capas revolucionaria y la dominación económica y política de la clase burguesa.

Si nuestro análisis se limitara a los aspectos más superficiales y no tomara en cuenta sino a las capas sociales que formaron parte físicamente del movimiento, deberíamos llegar a la conclusión que la revolución francesa fue la revolución de los campesinos y de la pequeña burguesía, y que el poder napoleónico fue el del campesinado. Al contrario, Napoleón I° representaba los intereses generales de la burguesía y del desarrollo del modo de producción capitalista apoyándose en los campesinos que, defendiendo sus intereses particulares, defendían la dominación burguesa, y plantaban sus bases. Es idéntico a lo que se produce en Rusia en febrero de 1917. La burguesía se opone rotundamente a la revolución, pero las masas de campesinos y obreros se colocan en el terreno burgués y defienden, contra la burguesía, los intereses de su dominación. En febrero de 1917, es el proletariado mismo que deja el poder en manos de la burguesía, es decir, en lugar de combatir por sus intereses, lo hace en nombre de intereses burgueses representados por partidos como el partido menchevique, el partido socialista revolucionario [los eseristas, NdR] y el partido K.D., los cuales no organizan a la burguesía como capa social, sino que expresan sus perspectivas, ya que estos partidos no ven precisamente otra finalidad de la revolución ni otro orden social que los que corresponden a la burguesía como clase social dominante. No es sino después, cuando el partido comunista se coloca a la cabeza de las masas proletarias y les indica un objetivo que rebasa los limites de la sociedad burguesa e implica la destrucción de las relaciones de producción capitalistas a escala mundial, que la revolución se convierte en proletaria, es decir, que la clase obrera se coloca en su propio terreno y persigue sus propios objetivos.

El criterio según el cual la teoría marxista analiza los hechos sociales y define las clases y sus luchas es por tanto muy diferente del criterio vulgarmente estadístico que se funda mecánicamente en la posición de los hombres en el proceso de producción, y que define a la clase burguesa como el conjunto de los patronos y a la clase obrera como la adición de todos los obreros. Afirmamos por el contrario que una clase no existe sino a partir del momento en que las masas que ocupan una cierta posición derivada del desarrollo de las fuerzas productivas, expresan una línea política autónoma, una visión particular del devenir social que corresponde a sus intereses generales, y políticamente actúan en consecuencia. Hoy, por ejemplo, la clase obrera no sigue su dirección de clase, sino que es dominada por partidos que, aunque de composición obrera, expresan las exigencias de la conservación capitalista, y defiende los intereses de sus enemigos, la clase burguesa.

Esta precisión era indispensable para explicar que, cuando afirmamos que la revolución china ha sido una revolución burguesa y que la China actual es un Estado capitalista, de ninguna manera queremos decir que la burguesía en tanto que capa social detenta en persona el poder político. Queremos al contrario decir y demostrar que el poder instaurado en China en 1949 y que se encuentra actualmente en vigor, expresa y defiende los intereses del desarrollo y la conservación capitalista, por tanto, de la burguesía como clase, ya que sus perspectivas, su programa, su manera de actuar, sus relaciones con las diversas capas sociales, y con los otros Estados, en otras palabras, su esencia misma, están totalmente insertados en el cuadro del modo de producción capitalista y de su desarrollo.

 

ESTADO OBRERO Y ESTADO BURGUÉS

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Todo lo que ya hemos expuesto: de cómo el P.C.C ha tomado todas las características de un partido nacional burgués, de cómo se transformó en el «verdadero Kuomintang», halla su confirmación tanto en la estructura del Estado chino como en su política.

Como hemos dicho, citando al mismo Mao, el Estado «de la nueva democracia» no debía ser la dictadura del proletariado, ni la dictadura «de una clase en particular»; en dicho Estado debía realizarse la dominación común de todas las clases de la sociedad china – con excepción de terratenientes y de la burguesía compradora – teniendo como objetivo la defensa de los intereses nacionales de China.

En lenguaje marxista, esto significa que el Estado chino es un Estado que expresa los intereses generales de la acumulación capitalista en China, apoyándose en la pequeña burguesía rural, y sometiendo todas sus capas a esta primera exigencia. Conforme a esta directiva «popular», la batalla por la unificación del país fue conducida de la forma más moderada posible, y se buscó por todos los medios reunir el máximo de fuerzas posibles en el frente de la defensa nacional.

Ya hemos visto las tentativas emprendidas por el P.C.C, a finales de 1949, para llegar a un compromiso con el Kuomintang y con Chiang, y cómo sacrificó hasta la más mínima demanda de los campesinos en nombre de esta conciliación.

La «guerra de liberación», que termina en 1949 con la victoria del P.C.C, no condujo sin embargo a una lucha de clases violenta; la consigna era «reunir a todos los que pueden ser reunidos». La lucha se desarrolló solamente contra la dominación del Kuomintang decrépito y sus protectores americanos; por contra, en el plano interno, se continuaba con una política de conciliación con los terratenientes; y entre ellos, sólo los «contrarrevolucionarios más curtidos», culpables de sostener a Chiang, debieron sufrir la represión y ser privados de sus tierras.

El choque entre las clases fue atenuado al máximo y, en muchos casos, los intereses inmediatos de las masas fueron sacrificados en la coexistencia «pacífica» en el seno del bloque de las cuatro clases.

Es por esta razón que durante la guerra no se forma ninguna organización especifica de clase tipo soviets o de «uniones campesinas» como existían en 1927. La única organización existente fue la del ejército popular que englobaba a todo el «pueblo» y que, aun si su núcleo combatiente esta compuesto por campesinos pobres, no se presentaba como una organización de clase.

Es por ello que la República popular hizo participar a diferentes grupos y partidos en el gobierno del Estado, pero teorizó su necesidad y utilidad, puesto que en China, el poder había sido tomado no por una clase, sino por «el pueblo».

El P.C.C mismo presenta también el mismo carácter «popular» y no de clase. En 1956 este comprendía a 10 millones 730 mil miembros, 14% de obreros, 69% de campesinos y 12% de intelectuales. Ciertamente un buen ejemplo para los empedernidos maoístas, quienes son al mismo tiempo partidarios de la composición exclusivamente obrera del partido.

Pero por sobre todo, es la política del Estado chino la que pone a la luz su carácter burgués. En efecto, tal como hemos afirmado anteriormente, no se puede definir el carácter de clase de un Estado o de un partido calculando cuántos obreros o cuántos burgueses conforman sus filas.; el partido proletario se define por su dirección política conforma a los intereses generales e históricos de la clase obrera; igualmente el Estado proletario se caracteriza por una política tendiente a favorecer la emancipación proletaria y la marcha adelante hacia la sociedad sin clases. Es la dirección de la política de un Estado lo que define su naturaleza proletaria o no. Examinemos, pues, la política del Estado chino. El primer acto de la República «popular» fue la reforma agraria. De 1949 a 1953, se procedió al «gran reparto» que en realidad se limitó a distribuir a los campesinos pobres alrededor de 700 millones de unidades de cerca de 2 mil millones de unidades de tierras cultivables. En realidad el reparto de la tierra no podía constituir en China la solución de la cuestión agraria, dado el carácter particular de la estructura de la propiedad agrícola, parcializada al extremo desde hace milenios.

En efecto, la tierra pertenecía a un pequeño numero de propietarios terratenientes, pero la alquilaban por pequeños lotes a los campesinos. La tierra estaba ya dividida; era imposible, pues, seguir dividiéndola.

Cierto es que en 1927, tal como recordábamos, el proletariado había reivindicado no el reparto de la tierra, sino la nacionalización del suelo; lo que habría permitido entre otras cosas la formación de grandes explotaciones de Estado, con obreros asalariados y medios técnicos modernos. La reivindicación del reparto de la tierra era, al contrario, reivindicación típica de los campesinos medios quienes ya cultivaban un pequeño lote de tierra, pero que querían liberarse del alquiler oneroso que debían pagar al propietario.

Y, en efecto, fue la única capa que se benefició del reparto; un considerable número de campesinos pobres quedó privado de tierra o con una parcela insuficiente para vivir. Peor aún: los terratenientes y hacendado siguieron existiendo aun con todas las restricciones impuestas.

«A cada campesino su trozo de tierra», tal fue la fórmula pequeño-burguesa de Mao; pero en realidad la situación de la China no permitía a cada campesino tener su «trozo de tierra», y la condición de la gran mayoría de los campesinos pobres permaneció sin cambios pese a las promesas de Mao.

Aquí se ve claramente – y en adelante se verá todavía más claro – qué clase constituye la base del Estado chino. Limitémonos por ahora a citar el acta del VIII° Congreso del P.C.C, tenido en 1956 (es decir, tres años después del fin de la reforma agraria):

«La población rural de la antigua China contaba de 60 a 70% de campesinos pobres y obreros agrícolas. Luego de la reforma agraria, la situación económica de las grandes masas campesinas se ha mejorado sensiblemente y numerosos campesinos pobres y obreros agrícolas se han elevado (?) al estatus de campesinos medios. Sin embargo, dada la débil extensión de las tierras cultivables en nuestras regiones rurales en relación al numero elevado de la población, los campesinos en el conjunto del país no poseen en promedio que 3 unidades por cabeza (alrededor de 2000 m²), y en numerosas regiones del sur, solamente una unidad e incluso un décimo de unidad. Hay, pues, todavía en las regiones rurales campesinos pobres y capas inferiores de campesinos medios que forman el 60 a 70% de la población».

Como vemos, la reforma sólo había aportado mejoras substanciales a los campesinos medios y ricos que se vieron librados del tributo a pagar al propietario terrateniente.

Efectivamente, tan pronto las reformas fueron puestas en práctica  los campesinos pobres decepcionados se librarán en algunos casos a «excesos» que el P.C.C debió reprimir. La tierra había sido dada a los campesinos en calidad de propiedad, con pleno derecho a venderla, comprarla o heredarla. El resultado fue que, inmediatamente después de la reforma agraria, apareció un fenómeno característico: por medio del simple mecanismo económico los campesinos medios y ricos expropiaban a los campesinos pobres.

Esta situación del campo chino debía empujar la lucha de clase a un grado terrible, al punto que el Estado tuvo que apresurarse a tomar medidas.

Esto fue la colectivización.

Pero la reforma agraria demuestra claramente dos cosas: que ese modo de intervención en la economía no tiene nada en común con las vías que llevan al socialismo; una verdadera concesión a las ilusiones pequeño-burguesas del campesinado; por otra parte, los dirigentes chinos mismos, y Mao en primer lugar, eran víctimas de estas ilusiones, y que ya no tenían nada que ver con la teoría marxista y la visión propia al proletariado.

En 1953, Mao declaraba en efecto que:

«Después de la liberación, el entusiasmo de los campesinos por la producción en el cuadro de la economía individual era inevitable. El partido comprende perfectamente esta característica de los campesinos en calidad de pequeños propietarios, y señala que no debemos desconocer y rechazar el entusiasmo de los campesino por esta forma de producción (...) Durante un tiempo considerable... la propiedad privada de la tierra debe ser protegida».

Y la ley agraria del 28 de junio de 1950 afirma: «El régimen de propiedad rural para el campesinado será instaurado con el fin de liberar las fuerzas productivas del campo, aumentar la producción agrícola, y de preparar la vía a la industrialización de la nueva China».

Con esta cita se ve claramente que la entrega de la tierra a los campesinos tenía por finalidad acrecentar las fuerzas productivas, y que este estado de cosas debía ser mantenido por largo tiempo.

¿Qué significa esto sino ilusionarse con la apreciación de la situación real de la agricultura china; si no es actuar a ciegas en el dominio económico, es actuar exactamente según la mentalidad del campesino medio?

Y en efecto, si la división de las tierras trajo un mejoramiento inmediato de las condiciones de vida de los campesinos, la misma no produjo – y no podía producir – un aumento de las fuerzas productivas.

En primer lugar, los campesinos «liberados» buscarán alcanzar en prioridad un mejor nivel de vida, y en las pequeñas parcelas de tierra, se siguieron utilizando los métodos atrasados en uso desde hace milenios.

En segundo lugar, el límite mismo impuesto al extendido de la propiedad prohibía la utilización de técnicas más modernas, y la industria no estaba en condiciones de proveer los medios necesarios a la mecanización de la agricultura. Añadimos que, dado el plan de suministro de aguas, la división extrema de los lotes y los pocos medios a la disposición del Estado central, se producen una serie de catástrofes – inundaciones y sequías – que reducirán todavía más los aumentos mínimos previstos en la producción.

En 1954, un año a apenas después de la declaración de Mao que prometía larga vida a la pequeña propiedad rural, los hechos habían ya impuesto a los dirigentes chinos el pasaje a la colectivización. Veamos cómo el informe del VIII° Congreso del P.C.C lo describe:

«Es poco probable que (los 60-70% de campesinos pobres) alcancen un nivel de vida conveniente, si persisten en la explotación individual de su parcela de tierra. Es por ello que los campesinos no acomodados que forman la mayoría de la población responden con ardor al llamado de nuestro partido y desean tomar el camino de la cooperación».

Mao, en su artículo de 1955 sobre la cooperación agrícola, había sido todavía más explícito: «Como todos el mundo ha podido notar en el curso de los últimos años, la tendencia espontánea al capitalismo en el campo no ha cesado de crecer y por todas partes vemos aparecer a nuevos campesinos ricos. Muchos campesinos pobres con escasos medios de producción suficientes no han escapado todavía de la miseria; algunos se encuentran endeudados; otros son obligados a vender o alquilar su tierra. Si dejamos que esta tendencia se desarrolle, la división del campo en dos polos opuestos se agravará cada vez más».

El Estado chino tiene su base social en el campesinado y no puede tolerar que la lucha de clases estalle en el campo. El bloque social sobre el que este se apoya debe permanecer intacto. Es por esto que abandona la política precedente y se esfuerza en encauzar el descontento de los campesinos pobres lanzando el movimiento cooperativo. Pero es necesario actuar con prudencia, para no desencadenar la hostilidad de las capas superiores del campesinado, cuyas tierras son las más productivas.

Se comienza pues a crear cooperativas de carácter «semi-socialista», donde la propiedad privada de la tierra esta perfectamente reconocida y donde solo la gestión es común: «Se trata de cooperativas de tipo elemental, que simplifican la participación de los campesinos bajo la forma de un aporte de tierra y una gestión única, que deja, sin embargo, subsistir la propiedad privada de la tierra y de los principales medios de producción».

No es sino en un segundo tiempo que estas cooperativas son «reorganizadas» en una forma superior, llamada «socialista», donde ya no existe la propiedad privada de la tierra (salvo una parcela individual) y donde los medios de producción son colectivizados; empero, la repartición del ingreso a cada uno de los miembros de la cooperativa toma en cuenta el aporte de tierras de cada campesino.

El Estado chino se esfuerza a toda costa por conservar intacta una base social en efervescencia, y que amenaza de hacerla saltar. Hemos visto cómo la colectivización se proponía de calmar el descontento de los campesinos pobres. Veamos cómo el VIII° Congreso describía la política del P.C.C:

«La política de clase del Partido durante el movimiento de cooperación agrícola tiende a favorecer en las cooperativas la predominancia de los campesinos pobres y de las capas inferiores de campesinos medios que han conseguido salir de la pobreza como consecuencia de la reforma agraria y al mismo tiempo asegurar el sólido apoyo de los campesinos medios (…) Si bien se encuentran en minoría en nuestros campos, los campesinos medios acomodados ejercen no obstante una gran influencia sobre las capas inferiores de campesinos medios e incluso. En general estos campesinos medios acomodados apoyan al partido comunista y el gobierno popular (...) Es inevitable que tiendan a tomar una actitud ambigua cuando se trata de ir hacia la cooperación. Para consolidar nuestra alianza con los campesinos medios, el factor clave es aplicar rigurosamente en el movimiento cooperativo una política de libre adhesión y más recíproca (...) No sólo el partido prohíbe que se obligue a los campesinos medios a adherir a las cooperativas, sino que prescribe admitir en ellas en general en primer lugar a los campesinos pobres y a las capas inferiores de los campesino medios, y no admitir a los campesinos medios relativamente acomodados durante el desarrollo inicial del movimiento de cooperación. El partido ha precisado igualmente que antes o después del ingreso de los campesino medios en las cooperativas, está prohibido perjudicar sus intereses o de no tomarlos en cuenta, en particular todo lo concerniente a las disposiciones relativas a los medios de producción que constituyen su aporte a la cooperativa».

Estas pocas citaciones muestran claramente las contradicciones en que se debate el Estado chino, desde 1949, en sus tentativas por asegurar el desarrollo capitalista de la China. Está claro que allí no existe ningún vínculo con la dictadura del proletariado ni con el socialismo. Se trata de los dolores que acompañan al nacimiento de un capitalismo joven que le cuesta forjarse un camino en un país con relaciones de producción pequeño-burguesas y que, a escala mundial, se encuentra sometido al yunque del imperialismo mundial.

En sus tesis de 1920 sobre la cuestión nacional y colonial, Lenin notaba ya que la burguesía de los países coloniales tendía a disimular las necesidades de su desarrollo bajo una máscara de falso socialismo.

Esta es exactamente la situación del Estado chino y más abajo lo veremos todavía con más precisión.

 

EL ESTADO CHINO Y LA BURGUESÍA «NACIONAL»

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Citamos siempre el informe del VIII° del Congreso del Partido Comunista chino(1956):

«En la antigua China, la burguesía nacional estaba en contradicción con el imperialismo, con las fuerzas feudales y con el capital burocrático... Luego de la fundación de la República Popular de China, ha tomado posición en favor de la dictadura democrática popular, de la continuación de la lucha contra el imperialismo y la reforma agraria, pero también aspira ardientemente al desarrollo del capitalismo. De esto se desprende que nuestra política hacia la burguesía nacional permanece igual a la aplicada en el pasado: la política de unión y lucha, y la lucha por la unión. Y esto significa que hemos mantenido, sobre la base de la alianza de obreros y campesinos, la alianza de orden político de la clase obrera y de la burguesía nacional».

El proletariado aliado a los campesinos y a la burguesía «nacional»: esto es lo que los «comunistas chinos» llaman «dictadura del proletariado». En efecto, bien lejos de considerar a la burguesía nacional, es decir, la burguesía industrial, como el enemigo n° 1 del proletariado, bien lejos de aplastarlos bajo el talón de hierro de un Estado que se pretende proletario, los maoístas han descubierto en esta clase dos «almas»: una favorable al socialismo y otra favorable al capitalismo. Basta con decir que el partido y el Estado hacen un trabajo de «educación» destinado a reprimir el «alma capitalista» de la burguesía, para que esta se sienta bien dispuesta al socialismo y permanezca aliada políticamente al proletariado. ¿Cuál es la política del Estado chino hacia las empresas capitalistas privadas? Sigamos leyendo:

«En estos últimos años, hemos aplicado, manteniendo en prioridad el desarrollo de la economía de Estado, la política que consiste en tomar en cuenta tanto los intereses del Estado como los intereses particulares, los intereses de los trabajadores y los de los patronos (...) Gracias a esta política los obreros de las empresas privadas han podido evitar el paro y los capitalistas han podido realizar algunos beneficios. Es así como en su conjunto las empresas industriales y comerciales capitalistas, favorables a la prosperidad nacional y al bienestar del pueblo, se han podido mantener e incluso realizar un cierto desarrollo».

Naturalmente que la China va hacia la estatización de toda la industria y el control del Estado sobre el comercio, pero es la manera de ir hacia este objetivo lo que nos ocupa aquí. Observemos primero que nada, que todo esto según los chinos, no es más que asunto de ideología. En lugar de decir que la burguesía como clase es la expresión de un modo de producción dado y está, por lo tanto, obligada a actuar necesariamente contra el proletariado, en lugar de decir que son los intereses materiales contradictorios y opuestos de clases que determinan su posición política e ideológica, es, al contrario, según ellos la «ideología burguesa» que hace que esta clase, o más bien algunos de sus elementos, se oponga a la estatización:

«El principio fundamental seguido por el Partido y el Estado es el de buscar aislar completamente, a través de estas luchas (los movimientos de «reeducación» de 1950 y 1952), y en el seno de la burguesía misma, a un pequeño número de elementos burgueses que persisten en su actividad ilícita, llamando a cerrar filas en torno a nosotros a la gran mayoría de los elementos burgueses deseosos de respetar las leyes y los decretos del Estado».

Por lo tanto, el Estado saca adelante una política de alianza con la burguesía, contentándose con intervenir contra ella en los casos más flagrantes de insubordinación, o con oponerse a sus tentativas de retardar la estatización. La actitud de clase de la burguesía es juzgada según este solo criterio que nada tiene que ver con el marxismo; si la burguesía es favorable a la estatización progresiva de la industria, será defendida y protegida y sus intereses salvaguardados; si se opone a ello, será reprimida o «reeducada».

Por otra parte, las empresas capitalistas no son expropiadas, sino vueltas a comprar por el Estado: política extremadamente gradual que evita lesionar los intereses materiales inmediatos de la burguesía.

«(...) Para la nacionalización de los medios de producción privados de la burguesía, hemos adoptado una política de compra gradual. Antes de la transformación de sectores enteros de la industria en empresas mixtas (con participación estatal, si se quiere) la adquisición se hacía bajo la forma de un sistema de distribución de beneficios, donde los capitalistas obtenían una parte (digamos un cuarto) proporcional a la totalidad de los beneficios realizados. Después de su generalización a sectores enteros del sistema de explotación mixta, la compraventa se hacia bajo la forma de un sistema de intereses fijos, es decir que durante un período determinado el Estado atribuye a los capitalistas intereses fijos mediante sociedades especializadas. Además, los organismos del Estado interesados dan trabajo a todos los elementos del patronato capaz de asegurar una cierta función, y toman disposiciones para asistir a aquellos que son incapaces de lograr garantizar su existencia (...) Esta política y estas medidas han sido bien acogidas por las grandes masas, al punto que los capitalistas no hallan razón plausible para rechazarlas u oponerse».

En realidad, los capitalistas chinos no hallaban ninguna razón de oponerse a semejante política: ¡el Estado chino era su Estado!

Todo lo que hemos dicho hasta aquí nos ha permitido demostrar, a partir de los hechos, a partir de las palabras mismas de los dirigentes chinos, la naturaleza no proletaria del Estado chino. La política del Estado chino es la política de todo Estado burgués recientemente constituido. Las clases propietarias son protegidas y defendidas; mientras que a las clases explotadas (campesinos pobres y proletarios) les cuesta toda una vida hacer prosperar las propiedades de los campesinos medios y ricos, y pagar a los capitalistas los intereses de sus deudas.

La propiedad individual de medios de producción es tolerada en la medida en que no contradiga el «desarrollo nacional»; y cuando las exigencias de ese desarrollo – es decir, las exigencias de la acumulación capitalista – imponen la expropiación, esta se produce en la forma menos dolorosa y radical posible, y se esfuerzan en indemnizar de mil maneras a los expropiados.

 

LAS PERSPECTIVAS EN 1956

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Siempre hemos sostenido que el pretendido «extremismo» de los chinos no proviene de una defensa del marxismo ortodoxo ni de una lucha del proletariado contra la burguesía, sino de las contradicciones del desarrollo de la China como Estado nacional. Las perspectivas dadas en el VIII° Congreso del Partido en 1956, no tenían nada de «extremistas», y el pensamiento de Mao no expresaba de ninguna manera la necesidad de la revolución mundial. Es una época que a los maoístas no les gusta recordar. Nos referiremos a esta ya que, al contrario, es muy importante para poder apreciar desde un punto de vista marxista los acontecimientos posteriores.

Veamos el discurso de obertura de Mao en este VIII° Congreso:

«El presente Congreso nos fija como tarea (…) unirnos, tanto dentro del país como frente al exterior, a todas las fuerzas susceptibles de unirse a nosotros, de luchar por hacer de China un gran país socialista (…) En las condiciones de nuestro país es apoyándonos en esta alianza de obreros y campesinos dirigida por la clase obrera y enlazando a vasta a escala a todas las fuerzas que sean susceptibles de unirse, que hemos logrado nuestras victorias (…) Al mismo tiempo que continuamos reforzando la unión del partido, debemos seguir reforzando también la de las nacionalidades, la de las clases democráticas, de los partidos democráticos, de los sin-partido de China. Son nuestros amigos íntimos quienes trabajan con nosotros. Siempre nos han prestado su ayuda (...)».

En el plano internacional, las perspectivas no eran menos rosadas:

«A nivel internacional es gracias al apoyo del campo de la Paz, la Democracia y el Socialismo, teniendo a su cabeza a la Unión Soviética, gracias igualmente a la profunda simpatía de todos los pueblos que aman la Paz en el mundo entero, que hemos alcanzado nuestras victorias. Sólo ciertos grupos monopólicos en ciertos países imperialistas que buscan enriquecerse por medio de la agresión aspiran a la guerra y no quieren la paz. Gracias a los incesantes esfuerzos desplegados por los países y los pueblos amantes de la paz, la tensión internacional ha dado lugar a una cierta distensión (…) Para obtener una paz duradera en el mundo, es necesario desarrollar todavía más la cooperación amistosa con los países hermanos del campo socialista, y que fortalezcamos nuestra unión con todos los países que aman la paz. Debemos hacer todos los esfuerzos para establecer, con todos los países deseosos de convivir con nosotros, relaciones diplomáticas normales sobre la base del respeto mutuo de la integridad territorial, de la soberanía, de la igualdad y de la emulación».

Es el mismo lenguaje utilizado por Krutchev en el XX° Congreso de la URSS, al que los maoístas asignaban, en los años sesenta del siglo pasado, la fecha de la «restauración del capitalismo en la U.R.S.S», pero Mao saludaba en los siguientes términos:

«En el curso del XX° Congreso que se ha tenido hace poco tiempo (el P.C ruso) ha formulado una vez más un gran número de justas directivas y ha criticado las insuficiencias que existían en su seno. Es seguro que su trabajo se desarrollará ampliamente un desarrollo de gran amplitud».

Por lo tanto, coexistencia pacífica en todos los frentes; al interior con la totalidad de los campesinos y con la burguesía nacional al exterior, con todos los países «amantes de la paz». ¿Es esto diferente al «revisionismo» que hoy tanto repugna a los «marxistas puros» como Mao?

Si las perspectivas de 1956 son tan poco revolucionarias, es porque el desarrollo nacional de la China tiene la apariencia de desenvolverse en forma rectilínea y sin dificultades graves. Mao piensa realizar la estatización total de la industria en pocos años y piensa que los capitales rusos afluirán abundantemente, lo que permitiría una rápida industrialización del país. De allí, estas previsiones triunfalistas acerca del desarrollo económico de China:

«Esta tarea histórica extremadamente compleja y difícil que consiste en transformar la propiedad privada de los medios de producción en propiedad colectiva socialista, en lo esencial, está terminada en nuestro país. Actualmente la cuestión de saber quien triunfará entre el socialismo y el capitalismo en nuestro país está ya resuelta. Debemos, en tres quinquenios, construir lo esencial de un sistema industrial completo, tomando en cuenta el hecho de que nuestro país tiene una fuerte demografía y posee abundantes recursos naturales».

Hemos visto que según las previsiones para 1956, la transformación «socialista» de la economía estaba, según los dirigentes chinos, «realizada en lo esencial», y que la misma debería terminarse al cabo de pocos años. En la mejor tradición estaliniana, los que ellos llaman «construcción del socialismo» es la industrialización de China y la nacionalización de la industria, la cooperativización del sector agrícola, del artesanado y la pequeña producción. Una vez realizada esta tarea, la «transformación» socialista será un hecho.

En esta visión que no es ni marxista, ni leninista, el paso del capitalismo al socialismo no significa una conmoción total del modo de producción y sus leyes, sino un simple cambio en las «relaciones de propiedad». La nacionalización de la industria y la eliminación gradual de la propiedad individual de los capitalistas son definidas como «socialismo». Sin embargo, todas los soportes y todas las categorías típicas de la sociedad y del modo de producción capitalistas subsisten: trabajadores asalariados, burguesía, pequeña burguesía, campesinado, etc....

¡Es un «socialismo» con las clases sociales, el comercio, el capital, el salario! En realidad, es la negación del socialismo y la continuación del modo de producción capitalista, como en Rusia, bajo una máscara «popular» y «democrática».

Es verdad que, desde 1956, las posiciones oficiales de los dirigentes chinos han cambiado. La buena armonía de 1956 ha dado paso, al interior como al exterior, a la afirmación verbal de un retorno al «marxismo verdadero» y al «leninismo verdadero». Pero la perspectiva es siempre la misma: construcción del capitalismo bajo una máscara de socialismo. Y es lo que vamos a demostrar a continuación.

 

UNA «REVOLUCIÓN» CONTRA EL PROLETARIADO

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La revolución cultural en China ha terminado; la China puede darse el lujo de, además de restablecer las relaciones diplomáticas, entablar intercambios comerciales cada vez más vastos con Occidente; e incluso definir, oficiosamente por ahora, a los subalternos pro-chinos como «traidores a sueldo del capitalismo». Tenemos noticias de que ahora el orden reina y que numerosos dirigentes de los guardias rojos han sido fusilados. No cabe duda que las noticias que se logran obtener sobre China no son siempre dignas de confianza: no se debe jamás tomar por dinero contante las noticias transmitidas por esta curiosa especie de fauna intelectual llamada sinólogos, ni las de los periodistas, ni mucho menos las noticias que lanzan las agencias de prensa norteamericanas. Pero es urgente a partir de ahora de establecer un balance de lo que ha sido la revolución cultural, de lo que esta ha significado en el plano nacional e internacional.

La revolución cultural representa un giro histórico en las relaciones internacionales. Desde la época krutcheviana, China había comenzado a liberarse de la influencia soviética, que bajo Stalin era tomada como una semi-colonia de la URSS. El regreso a casa de los técnicos rusos y la restitución anticipada de ciertos préstamos significaba que China deberá a partir de allí emprender una acumulación autónoma forzada, hasta tanto las inversiones rusas no sean remplazadas por las de los «odiosos» imperialistas europeos y americanos.

Pero este brusco cambio de dirección en el plano internacional exigía una profunda transformación interior. Y los dirigentes chinos, aunque dóciles, aunque «hombres de todas las estaciones», no podían todos aceptar las consecuencias de semejante transformación. Se tendría entonces que destruir al partido o al menos reducirlo a la impotencia y reconstituirlo después sobre bases diferentes.

Según Engels, hay dos fuerzas que cuentan en la sociedad: la fuerza organizada del Estado, y la fuerza desorganizada de la calle. Mao tuvo la habilidad de utilizar a ambas, no por la revolución proletaria, como él dice, sino por la grandeza de la China burguesa. Como «fuerza de la calle», no se sirvió de los obreros, sino ante todo de los estudiantes, que pueden tener la ilusión de ser la categoría más consciente de la sociedad, pero que en realidad constituyen la parte más maniobrable, disponible para todas las aventuras, del fascismo al seudo-comunismo, y por supuesto, persuadida de que hace la revolución. Luego de la revolución cultural, el ejército, por lo menos los jefes, ha sido recompensado con numerosos beneficios, mientras que los estudiantes han sido devueltos a la escuela, y algunos de ellos enviados a la prisión.

La revolución cultural fijó para siempre lo que antes no era más que una posibilidad. Hoy, en efecto, podemos decir que, antes de la revolución cultural, el antagonismo chino-soviético hubiera podido reabsorberse y la China caer de nuevo en la dependencia hacia la URSS, aunque no fuese sino para resistir a la extensión americana en el sudeste asiático. Efectivamente, durante la escalada americana, un amplio sector del partido era favorable a un acercamiento con la URSS, como forma de bloquear la expansión americana en Vietnam.

Un acuerdo entre China y la URSS hubiera sin embargo representado la peor solución para la revolución mundial, puesto que la misma hubiese servido para remendar el frente del oportunismo seudo-comunista. Sin pretender hacer comparaciones demasiado precisas, diremos que, así como la victoria nazi en Alemania implicaba obligatoriamente el pasaje de Alemania al campo opuesto de Francia e Inglaterra, así mismo la revolución cultural hubiese levantado a la China y a la URSS una contra la otra y, si la revolución no detiene la carrera demencial del capitalismo hacia la tercera guerra mundial, ellas serán los protagonistas de la más grande masacre de la historia.

Este antagonismo, desde el punto de vista revolucionario, comporta una ventaja y un inconveniente: una ventaja puesto que los falsos comunistas ruso y chinos aparecerán como lo que son, es decir, social-choviistaos que se desenmascaran uno al otro. En efecto, lo que engañó a los obreros en la segunda guerra mundial, es que todos los oportunistas, social-comunistas o social-demócratas, se encontraban en el mismo campo, de tal suerte que los obreros creyeron que participar en la guerra significaba combatir por la revolución. Al contrario, en una eventual tercera guerra mundial encontraremos la situación de la primera guerra, con soistaial-chovinos de ambos lados, y por tanto, una posibilidad para el proletariado de desenmascarar al oportunismo. Por contra, el lado inconveniente en que el antagonismo ruso-chino podría permitir a Estados Unidos de jugar en los dos tableros, de agotar a los dos antagonistas, de manera que le permita intervenir finalmente como dueño y señor, como en las dos guerras mundiales precedentes. Pero esta eventualidad dependerá igualmente de la correlación de fuerza entre los Estados Unidos y los otros bandidos imperialistas, europeos y japoneses.

Para poder realizar sus planes de independencia nacional, Mao no tenía más que un recurso: plegar a las masas laboriosas a un productivismo agotador, con el fin de obtener una acumulación acelerada. Pero como no puede seguir la vía rusa, la de las primas por producción, sólo concebibles dentro de un capitalismo ya maduro, ha debido seguir la vía de todos los capitalismos nacientes (y todas las mentiras chinas no bastarán para cambiarla) la vía puritana de la idealización del trabajo. Los calvinistas, esos burgueses pura-sangre del capitalismo europeo naciente ¿no hacían de la productividad, del trabajo y del ahorro su profesión de fe? ¿Qué tiene de diferente en la divisa de los maoistas: «Aguantar en la revolución y aumentar la producción»? Mao, siempre atento, presta oído y responde: «¡Pues claro que no!: en la sociedad socialista las clases existen todavía, y la lucha de clase debe ser conducida a todos los niveles, en la organización del Partido y del Estado». Estas afirmaciones que vuelven frecuentemente durante la revolución cultural son una preciosa confesión de anti-marxismo; no sólo se engaña groseramente a la gente sobre la naturaleza de la sociedad socialista, sino que se declara que el partido y el Estado chino están divididos por una lucha de clases, lo que revela implícitamente el carácter interclasista de los dos organismos.

Según la propaganda maoista, la lucha contra los revisionistas rusos y la lucha contra los anti-maoistas en China se unifican en una misma intransigencia revolucionaria. La primera sería una lucha contra la degeneración del comunismo internacional, la segunda una suerte de vacunación para el uso de la sociedad china, para impedirle que se contamine con la infección krucheviana.

Uno de los puntos fundamentales que oponen maoistas y anti-maoistas es la manera de hacer la guerra. Los maoistas están por la guerra de guerrillas, los anti-maoistas por la guerra tradicional.

Esta prioridad dada a la guerrilla no es un expediente técnico, sino una solución política. Para comprender esto, basta con leer un pasaje célebre del artículo «Viva la victoriosa guerra del pueblo»: «Invadiendo estos países, los imperialistas siempre ocuparon las grandes ciudades y las imponentes vías de comunicación; pero nunca han logrado controlar enteramente las vastas regiones rurales. El campo, solo, es un mundo sin fronteras donde los revolucionario pueden actuar con toda libertad, solo el campo representa la base de la que los revolucionarios pueden partir hacia la victoria final».

La guerra tradicional supone una fuerte preeminencia de la industria pesada y, por lo tanto, una sujeción de la China a la URSS, ya que la China tendría necesidad de la ayuda tecnológica y financiera rusa. La guerra de guerrilla, al contrario, apuesta enteramente al material humano. Sobre el plano industrial, en los países subdesarrollados, el capitalismo apuesta sobre el factor humano, empleando masas enormes de trabajadores sub-pagados y poco de las máquinas; igualmente, la China ha comprendido que no puede afrontar a los colosos imperialistas sobre el plano puramente técnico. Además, el ejército tradicional opera en un territorio relativamente extranjero, apuesta sobre la ocupación del territorio y en nada se preocupa que los habitantes le sean hostiles. El ejército guerrillero, al contrario, saca su fuerza vital de la colaboración de los campesinos.

Es así como el maoismo consigue integrar al campesinado en su programa de desarrollo nacional. Industrialmente la China es demasiado débil para ignorar la ayuda política y militar de los campesinos cuidadosamente adoctrinados. El desarrollo favorecía la industrialización a costa de la agricultura. Para Mao, es la agricultura precisamente la que debe aportar la base de la acumulación. Es por ello que necesita crear el mito del campesino-guerrillero – protector – héroe social de una doble guerra, militar y productiva, en nombre de la grandeza de la nación china. El soldado es, pues, el campesino en armas y el ejército se convierte en un magnifico medio de presión sobre el proletariado urbano.

Nada se ha dicho, además, si la industrialización de un país es una decisión que se toma a favor de la industria pesada. Desde un punto de vista capitalista, la política de maoista no es falsa, y esto por una serie de razones. Primero, la rotación del capital es mucho más rápido en la industria ligera que en la industria pesada; y además un país explota los recursos que tiene en sus manos. Sin embargo, la China es muy diferente a Japón, por ejemplo, cuya débil extensión de superficie cultivable empujó a que muy temprano el país se orientara hacia la industria. La China podría (mas esto no es sino una hipótesis) escoger entre dos vías: una industrialización rápida, lo que exigiría un enorme flujo de créditos del extranjero, poniendo a China bajo la dependencia de uno de gigantes del imperialismo mundial; o bien un comienzo de acumulación en la agricultura y la industria ligera, explotando a los millones de brazos que tiene a su disposición, y las llanuras tan fértiles que la caracterizan. Es por esto que elegir el campo no es una elección anti-capitalista, pero es una solución que, halagando sus veleidades ingenuamente burguesas, hace del campesinado el garante y cómplice del capitalismo.

La enorme importancia que el maoismo otorga al ejército, ensalzado por la mitología de la guerra de liberación, no debe hacernos caer en una explicación a la americana. En efecto, para las agencias americanas todo es simple: el poder ha pasado de la burocracia al ejército. Pero hablar de una dictadura del ejército, como forma particular de Estado, no tiene ningún sentido: como tampoco la burocracia, el ejército no es una clase. En los países subdesarrollados, donde no existe una burguesía fuerte y donde esta no puede ser remplazadas por gerentes, es el ejército quien juega el rol imponiendo la acumulación (es el caso, por ejemplo, del nasserismo).

El ejército maoista, fuertemente politizado, tiende a cumplir con ciertas tareas del partido y es en esto que los maoistas revelan su revisionismo. En una dictadura del proletariado auténtica jamás debería invertirse la pirámide cuyo cenit debe ser representado por el partido y donde ni los sindicatos, ni los órganos del Estado, ni mucho menos el ejército, pueden pretender a una supremacía ideológica. Mao dice, al contrario, que es el ejército quien debe dar lecciones al pueblo.

A partir de junio de 1965 se inicia una creciente politización del ejército. Por razones puramente demagógicas, las distinción de los grados y los uniformes especiales de los oficiales superiores son abolidos. Ciertos grupos, tales como la «Organización 16 de mayo» o «Grupo 516» deseaba un igualitarismo más acentuado. Blumer escribe: «Esta organización quería introducir en el ejército la revolución cultural por un movimiento de masas; empresa casi imposible que debía entrar en contradicción con el principio de la estructura militar».

Es claro que toda medida de democratización tiende a debilitar al ejército. Trotsky aconsejaba lanzar la consigna de democracia en el ejército precisamente para debilitar el Estado burgués. Pero Mao quiere evitar que todos los sectores esenciales de la vida china, obreros, campesinos, soldados, sean tocados por los disturbios. Jamás insiste para que se introduzcan todas las técnicas de la revolución cultural en el campo, por miedo a perder las cosechas. Sólo a los estudiantes se les deja el campo libre; se les invita a viajar e incluso se les acuerdan cartas de transportes gratis. Los estudiantes debían cumplir con las tareas de propaganda y atacar a los adversarios de Mao dentro del Partido, o mejor dicho reorganizar al partido mismo. El partido era presentado como una guarida de revisionistas, y los soldados y estudiantes como los revolucionarios auténticos (el libro y el fusil...).

La comparación entre anti-maoistas y revisionistas rusos es constante. Citamos a Blumer, que cita al «Renmin Ribao»:

«La institución de esta capa privilegiada (es decir los cuadros del partido) por la pandilla revisionista de Krutchev ha creado la base social para la restauración del capitalismo en Rusia. Abusando de su poder para controlar la producción y el nivel de vida, se apropian de los frutos del trabajo del pueblo soviético, han alterado el sistema de retribuciones del trabajo, tanto que la industria, las minas y las colectividades agrícolas se han convertido en medios de lucro. El sistema socialista de la propiedad colectiva se altera cada vez más, y, a la larga, no quedará más que el nombre, ya que en realidad este ha degenerado en sistema de propiedad privada de una clase privilegiada».

Y los maoistas se jactan de aplicar este brillante análisis a la sociedad china. Pero aquí es obvio que las tesis de los maoistas no difieren en nada de las de los burgueses, trotskistas degenerados y (dejando de lado la simpatía por el ejército) de los anarquistas. El culpable, para los maoistas, es una «pandilla», es decir, finalmente el enemigo n°1.de los libertarios, el Poder con P mayúscula. Estas gentes, empujadas por la maldad de la naturaleza humana, habrían transformado el poder público en una forma disfrazada de propiedad. Tenemos aquí un marxismo que «anda patas arriba», es decir, un idealismo. No es la estructura económica y social de Rusia y la contrarrevolución internacional que han hecho degenerar y luego destruir el poder proletario en ese país, sino el poder «corruptor» que habría hecho degenerar una economía socialista. A parte del hecho de que Mao no podrá jamás explicarnos cómo una «pandilla» puede mantenerse en el poder en un Estado en que toda la sociedad es sana y lucha contra ella (los maoistas teorizan un verdadero blanquismo al revés para el uso de contrarrevolucionarios krutchevianos), hay que llegar a esta conclusión: es necesario despojar al partido del poder, lo que significa una verdadera negación del marxismo. Mao propone sin embargo otra variante: poner al partido bajo la tutela del ejército (es lo que se llama hacer un «tres en uno»). Entendámonos bien: estamos perfectamente convencidos de que el partido comunista chino es una guarida de contrarrevolucionarios, y lo hemos afirmado mucho antes que los maoistas. Pero nos negamos a considerar como revolucionarios aquellos que combaten al P.C chino en nombre del ejército de liberación nacional.

El carácter contrarrevolucionario del maoismo aparece también en el análisis de ciertos documentos oficiales que, por ser tan vagos no merecen siquiera que se les catalogue de «verborrea seudo-revolucionaria», no obstante revelan por momentos la función política del maoismo. Basta leer los famosos 16 puntos Chiang Kai-shek, de los cuales extraemos algunos pasajes: «La dirección del partido debería consagrar todas sus fuerzas en descubrir las fuerzas de izquierda, desarrollarlas y reforzarlas, y apoyarse firmemente sobre la izquierda revolucionaria. Durante el movimiento, este es el único medio para aislar completamente a la derecha más reaccionaria, ganar para sí al centro y vincularse con la gran mayoría y así al final habremos logrado la unidad del más de 95% de funcionarios y de las masas». Y más abajo: «Debemos tener cuidado en distinguir rigurosamente entre los intelectuales burgueses reaccionarios y las autoridades reaccionarias de una parte, y de la otra, los simples conformistas burgueses».

Recordemos con Lenin que recomendaba al partido de no consagrar todas sus fuerzas en combatir a la derecha; que se desenmascara ella misma, sino de combatir sobre todo a la falsa izquierda, el centrismo, verdugo disfrazado en revolucionario. Buscando la alianza de 95% de los funcionarios y las masas, Mao se revela como el verdadero representante de la burguesía china (¿no es la burguesía la que siempre trata de hacer creer que sus propios intereses coinciden con los de la colectividad?) y ya no tiene a su derecha más que unos pocos sirvientes declarados de Rusia y Estados Unidos.

Es la lucha contra el proletariado lo que se esconde bajo la lucha contra el economismo. Tal como hemos visto, los maoistas largaron a miles de estudiantes por toda la China, otorgándoles cartas de viaje gratuitas. Los adversarios de Mao creyeron poder hacer los mismo con los obreros y enviarlos a Pekín a protestar contra los maoistas. Se les dio permiso de dejar el puesto de trabajo en el caso de que fueran a una actividad política. Se les dio dinero a los obreros bajo forma de viáticos, aumentos de salarios, etc... Cuentan los expertos, escandalizados, que muchos obreros tomarán el dinero e irán a comprarse una bicicleta; estos al menos habían comprendido que ninguna de las dos facciones tenían algo que ver con el internacionalismo proletario; si bien otros sí emprendieron la ruta. Pero resulta que una de los pilares del maoismo, la productividad, se había tambaleado.

Veamos cómo los «rebeldes», es decir, los maoistas ortodoxos, reaccionarán. Citamos algunos pasajes extraídos de los diez puntos de la minoría obrera y del «Comunicado urgente» del 19-1-1967: «Todos los obreros, los funcionarios y los estudiantes deben aplicar la disposición siguiente: aumentar la producción e izar firmemente la bandera de la revolución. No deben abandonar sus puestos de trabajo, y servir de ejemplo a los otros. (…) Por el momento, el dinero en efectivo de todas las unidades debe ser congelado. La minoría deberá vigilar a todos los funcionarios de las Finanzas, a fin de evitar que la economía corra peligro (…) Se prohíbe ocupar arbitrariamente las habitaciones y locales de los capitalistas. El asunto debe ser controlado por las autoridades de la ciudad. Los responsables de estas acciones deben ser castigados. Aquellos que eventualmente hayan ocupado esos locales, deben evacuarlos esta semana». Veamos, también, lo que estos «rebeldes» reprochan a sus adversarios: «Llegan incluso a empujar a los estibadores a dejar el trabajo, cosa que perjudica enormemente la actividad en nuestros puertos, y atenta contra el prestigio internacional de nuestro país». ¿Son alucinaciones o estamos oyendo a los fascistas echando pestes contra las huelgas y las luchas obreras?

Pero continuemos con las citas: «(los anti- maoistas) aumentan salarios e indemnizaciones y distribuyen sin criterio prebendas y subvenciones». Naturalmente los maoistas se proponen convencer a los obreros de volver al trabajo. La cuestión de los salarios será tratada «más tarde», después de la «revolución».

«Ciertos dirigentes, para azuzar a los trabajadores contra los estudiantes, sabotean el acuerdo de los obreros y estudiantes con el fin de hacer una propaganda por una evolución pacífica, han aumentado los salarios. Se trata de sistemas netamente revisionistas que deben ser rigurosamente prohibidos a partir de la publicación del presente documento».

¿«Revisionistas» con respecto a qué? «Revisionistas» con respecto a un sistema fundado sobre bajos salarios, única forma que permitiría a la nación china realizar sus sueños de grandeza en disputa con los imperialistas más decrépitos y pútridos. (continuará)

 

 

Partido comunista internacional

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