Tesis sobre la «cuestion china»

(«El programa comunista»; N° 51; Abril de 2015)

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Premisas

 

Las Tesis sobre la “cuestión china”, que publicamos por primera vez en lengua castellana, fueron presentadas en la reunión general del partido celebrada en julio de 1964, en Marsella, intitulada: “Convergencia de los grandes aportes de las luchas revolucionarias en los países modernos en la unitaria doctrina histórica internacionalista ” (1). Se partía de la ruptura que en la época se había producido entre Pekín y Moscú, es decir, entre los así llamados “comunismo ruso” y “comunismo chino”. En aquel tiempo aquella ruptura fue interpretada por los pro-chinos como una demostración de que el maoísmo – con su teoría de la “nueva democracia”, y del campesinado como “nueva” clase revolucionaria – daba al movimiento proletario internacional una perspectiva mucho más manejable y “justa” que el estalinismo, que de ahora en adelante se enrocará en los intereses nacionales rusos.

Toda una generación de ilusos, pequeños burgueses radicales, demócratas, impacientes por el predominio ruso-americano sobre el mundo, se dejan deslumbrar por esta nueva teoría, alineándose a favor de Pekín contra Moscú. Portaba su contribución a la continuación de la tarea de desviación política del proletariado que ya el estalinismo había provocado, en una suerte de división de tareas, teniendo como objetivo capturar ideológicamente a las franjas del proletariado inclinadas a sustraerse de la tutela de los partidos ligados organizativamente, apoyados políticamente y pagados por Moscú.

El objetivo de estas Tesis era insistir ante todo, sobre la base de las tesis y textos marxistas originarios, en el modo en que la perspectiva revolucionaria del marxismo había sido alterada y destruida, no solo por el estalinismo sino también por el maoísmo, y que la ruptura entre Pekín y Moscú no estaba considerada como la ruptura de una fracción “revolucionaria” del socialismo contra una fracción “reformista”, sino como el enfrentamiento de intereses económicos, por tanto políticos, entre dos Estados igualmente capitalistas y burgueses.

Una vez demostrado que, en 1927, el movimiento proletario y comunista chino fue traicionado por el estalinismo, y una vez demostrado que la “vía nacional al socialismo”, de cuño estalinista, equivalía a la derrota del movimiento revolucionario proletario y comunista y de su internacionalismo, se trataba de demostrar que el maoísmo no era sino la prolongación de la política e ideología burguesas. En China, en 1911, Sun Yat-sen representaba a la burguesía revolucionaria, así la perspectiva del proletariado no era ya la de fundirse con el campesinado y la burguesía dentro del movimiento revolucionario anti-feudal y anti-despotismo asiático, sino la de sostener y apoyar al movimiento revolucionario burgués sin abandonar su independencia política y organizativa; tal como hicieron los bolcheviques en 1905. A partir de los años Treinta, luego de la masacre de los proletarios en Shanghai y Cantón en 1927, luego de la eliminación física del joven partido comunista por parte de Chiang Kai-Chek, la perspectiva del comunismo revolucionario era, y ahora con más razón, la única vía a recorrer en China y en todos los países coloniales y ex-coloniales que batallaban contra la opresión del imperialismo extranjero. Solo bajo esta condición, el proletariado podía – tal como insisten de manera clara y neta todas las tesis sobre la cuestión nacional-colonial de 1920 de la Internacional Comunista – hegemonizar el movimiento revolucionario de los campesinos y guiarlos hacia la liberación de los vínculos que los ataban a la sociedad pre-capitalista y, al mismo tiempo, hacia la apertura de un nuevo ciclo histórico, el de la revolución anti-capitalista por la superación de la división en clases de la sociedad.

El maoísmo no hace más que remachar la servidumbre del proletariado a los intereses de clase de la burguesía; apretar aun más las cadenas de la opresión capitalista que no obstante – en su vertiginoso desarrollo – transforman las viejas formas de esclavitud feudal en la moderna esclavitud asalariada. El bloque de las cuatro clases, inventado por Mao, no es más que le versión “china” de la ideología burguesa que ensalza al “pueblo” en el cual todos los intereses de clase divergentes que existen en la sociedad moderna, deberían lograr condiciones de equilibrio e igualdad.

Estas tesis de partido de 1964 representan un punto sólido del cual partir cuando nos toca afrontar el tema de China, su trayectoria histórica, su desarrollo, así como las perspectivas revolucionarias en ese gran país.

Que la revolución burguesa en China ya no esté a la orden del día, tanto desde el punto de vista de las tareas económicas como políticas, hoy es más que evidente; aun cuando una cierta propaganda burguesa se interese en fomentar la falsa idea de que en China exista... el comunismo! Pero es también a causa de las falsas ideas que circulan continuamente sobre el supuesto “comunismo ruso” o del llamado “comunismo chino” (sin hablar del llamado “comunismo cubano”), que los revolucionarios comunistas tienen la tarea, y el deber, de renovar su batalla teórica y política contra las desviaciones del marxismo vengan de donde vengan; bien sea del viejo estalinismo o el maoísmo, o bien de las menos lejanas teorías sobre las “tres representaciones” de Jiang Zemin con la cual se arrojaba a las ortigas el rol de obreros y campesinos en la “revolución” sustituyéndolos por intelectuales y técnicos como “nueva clase”. Todas estas “nuevas” teorías derivan de una ideología común – la burguesa – adaptadas regularmente a las nuevas tareas económicas del desarrollo capitalista en China y de su posición en el mercado mundial. El mercado, el capital, el trabajo asalariado, las transacciones, son las clásicas categorías del capitalismo. Aun cuando son aplicadas a un país como China (o la India), en un periodo de predominio de unas cuantas potencias imperialistas sobre el resto del mundo, no hacen sino tomar precisamente las características del imperialismo, cuyos resultados no son otros que el aumento del militarismo, despotismo social y económico en un país que cuenta con más de un mil trescientos millones de habitantes. Un país que desde hace un tiempo se presenta ante el mercado mundial con el empuje y las ambiciones de gran potencia imperialista, y que hoy entra en el mercado mundial con unas potencialidades de competencia tales como para crear serias preocupaciones a muchos países capitalistas avanzados.

Jamás fueron comunistas ni Mao, ni Chou En-lai, ni Deng Xiaoping, Jiang Zemin, Hu Jintao: ningún vértice chino jamás ha representado la perspectiva revolucionaria del comunismo, no obstante se hayan hecho llamar comunistas. Y, así como la revolución de Octubre había despertado los movimientos anti-coloniales – recalcamos esto en las Tesis sobre la cuestión china expuestas más abajo –, así la contrarrevolución estaliniana no ha cerrado sus desarrollos. El conflicto sino-ruso de entonces no hacía sino poner en relieve el enfrentamiento entre los intereses del capitalismo chino y los intereses del imperialismo ruso. Y con el desarrollo de ambos, en un proceso nada lineal ni gradual, se ha redimensionado la fuerza del imperialismo ruso que no puede contar ya con sus “colonias” europeas (los países satélites), debilitado por la cada vez más fuerte erosión de sus zonas de influencia a causa de la competencia que le hacen las otras potencias imperialistas en el mercado mundial, ha dado por el contrario y en un cierto sentido un empuje notable al capitalismo chino. El ritmo de desarrollo chino nos muestra, excluyendo a los ciegos, el crudo rostro del capitalismo: explotación infinita del trabajo asalariado; trabajadores masacrados de fatiga y muertos por millares en los incidentes laborales (en primer lugar, las minas); salarios de hambre a cambio de 14, 16 horas de trabajo; tenor de vida al nivel mínimo de supervivencia. El capital en China cuenta con una enorme masa de proletarios y campesinos condenados a la proletarización; la misma que, en los años Treinta, Stalin alababa – el capital humano, con Stakanov, su mítico representante – es exactamente lo mismo que proclama la China moderna. Explotación intensiva del trabajo humano; explotación intensiva de los recursos naturales, bajo el capitalismo van de la mano, y es por esto que China y la India se encuentran entre los mayores contaminadores del planeta.

Pero la proletarización forzada de cientos de millones de campesinos en China o en el sub-continente indio, es también signo de una obligada vía de desarrollo económico y social. Como afirmaba el Manifiesto: ... el desarrollo de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía el terreno sobre el cual esta produce y se apropia lo producido. La burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros.

La conmoción del mundo provocada por la segunda guerra imperialista no provocó el despertar del proletariado y su revolución, como ocurrió con la primera guerra imperialista. Era de carácter burgués el apoyo a la guerra de ambos partidos: democráticos y fascistas; y de carácter burgués no podía dejar de ser la revolución en la China de 1949, que en realidad completaba las tareas suspendidas en 1927. La revolución proletaria que partirá de allí, ha sido aplazada en China, así como en Europa, en Estados Unidos, o en África. Pero, el proletariado – la clase sepulturera de la burguesía – no solo no ha desaparecido, sino que numéricamente aumenta cada vez más en todo el mundo. Este número, hoy todavía una tosca cantidad, está destinado a transformarse en calidad de clase, y en esta perspectiva trabaja el partido comunista de clase, por muy modestas que hoy sean sus fuerzas.

 


 

(1)     Publicadas en dos partes, en Il Programma Comunista n° 23/1964 y n° 2/1965. Y en Programme Communiste”, n° 32 julio-septiembre de 1965.

 

 

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Convergencia de los grandes aportes de las luchas revolucionarias en los paises modernos en la unitaria doctrina histórica internacionalista

(Informe a la reunión de Marsella del 11-13 de julio de 1964)

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Desde 1960, año en que los 81 partidos supuestamente comunistas (incluyendo el de Mao) manifestarán su unánime aprobación del programa del oportunismo kruchoviano, se ha producido en los hechos una ruptura entre Pekín y Moscú. En diversos textos que hemos analizado, China presenta la propia variante nacional del estalinismo. Pero, a diferencia de los otros “socialismos nacionales” de marca árabe, cubana o yugoslava, el “socialismo chino” pretende ajustar cuentas con la Rusia burguesa, de erigirse en defensor del marxismo y de reconstituir bajo su égida las filas del proletariado mundial. Es esta pretensión, más que los inevitables antagonismos entre el Estado ruso y el Estado chino, que exige una respuesta de nuestra parte, en vista de que ni la práctica social, ni la ideología política oficial de los dirigentes de Pekín están dirigidas al triunfo del programa comunista.

 

 

Naturaleza y perspectivas de las revoluciones de Oriente

 

 

1) En China, como en los otros países atrasados de África y Asia, las dos guerras mundiales han llevado al punto de ruptura las contradicciones entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las viejas relaciones de producción heredadas del régimen patriarcal.

Por un largo periodo las insurrecciones nacionales y las revueltas agrarias se suceden, confirmando los pronósticos formulados por el marxismo desde comienzos del siglo XX. De esta suerte, pese a las derrotas repetidas del proletariado en las metrópolis europeas, el estallido de los movimientos nacionales en Oriente es testigo de la fuerza revolucionaria de los antagonismos acumulados por el sistema capitalista. Pero, como lo muestra hoy el retardo creciente de los países atrasados en el desarrollo económico de sus antiguas metrópolis, estas contradicciones no podrían ser resueltas dentro de un cuadro nacional y bajo la forma de un “progreso” burgués. Estas no son mas que el efecto del capitalismo mundial, su desarrollo desigual, la acumulación de todas las riquezas en manos de un puñado de Estados superindustrializados.

Es precisamente en esos términos que la Internacional Comunista, desde su “Manifiesto” de 1919, planteaba la cuestión colonial: “La última guerra, que en gran parte ha sido una guerra de conquistas coloniales, fue al mismo tiempo una guerra fraguada con la ayuda de las colonias... El programa Wilson (“Libertad de los mares”, “Sociedad de las Naciones”, “Internacionalización de las colonias”) no tiene otra finalidad, en su interpretación positiva, que la de cambiar la etiqueta de la esclavitud colonial. La emancipación de las colonias no es concebible sin que al mismo tiempo no se emancipe la clase obrera de las metrópolis”. Esta ha sido derrotada, sometida luego a la ideología burguesa y pacifista. Pero contra todos los profetas de la “paz social” y de la “coexistencia pacífica”, debe aprender de las revoluciones de Oriente esta certeza y lección: “la violencia sigue siendo la única partera de la historia”.

2) No importa el grado de opresión del imperialismo extranjero en China, la naturaleza de los antagonismos económicos y sociales que la han desencadenado, en sí, no podían hacer de su revolución una revolución “anti-capitalista”. El marxismo siempre ha denunciado esta ilusión de “socialismo” pequeño-burgués, la misma de los populistas rusos y que hoy explota el “extremismo” de Mao. “Declaman frases ‘socialistas’ de buena gana”, decía Lenin de los populistas rusos, pero ningún obrero consciente debe dejarse engañar sobre el sentido de estas frases. En realidad, ningún “derecho a la tierra”, ninguna “repartición igualitaria del suelo”, ninguna “socialización” contiene una gota de socialismo. Esto debe ser comprendido por todos aquellos que saben que la producción de mercancías, la dominación del mercado, el dinero y el capital no son transgredidos, sino que al contrario son más ampliamente desarrollados a partir de la abolición de la propiedad privada y de un nuevo reparto del suelo, no importa si es el más justo’...” (“Los partidos políticos en Rusia”, 1912).

La emancipación del campesino de los lazos que lo atan a la economía natural, el desarrollo de una industria “moderna” que utiliza la disponibilidad en mano de obra y capitales aportados por una agricultura “moderna”, la creación de un mercado nacional y, abarcándolo todo, la exaltación de la “unidad nacional”, de una “cultura nacional” y de todos los “modernos” atributos del poder estatal jamás han sido ni pueden ser sino el programa de la acumulación del capital.

3) Sin embargo, en un movimiento revolucionario burgués, lejos de limitarse a la reivindicación formal del Estado nacional y la democracia política, el marxismo determina de manera muy rigurosa el rol de las clases sociales en cada revolución. La aparición de un proletariado industrial en China, como lo fue en la Rusia zarista o en la Europa de 1848, significaba para los comunistas la necesidad de una organización de clase, utilizando para sus fines políticos la crisis del régimen pre-burgués. Es esta entonces la línea del “Manifiesto del Partido Comunista” y de la Revolución de Octubre que Marx definió bajo el nombre de “revolución permanente”. En sus “Tesis Complementarias” sobre la cuestión colonial, Roy (1) resaltaba, durante el II° Congreso de la Internacional, la importancia de esta perspectiva de lucha independiente y continua para el proletariado de los países coloniales: “La dominación extranjera obstaculiza el libre desarrollo de las fuerzas económicas. Es por ello que su destrucción es el primer paso de la revolución en las colonias, y es por ello que la ayuda aportada a la destrucción de la dominación extranjera en las colonias no significa una ayuda a las aspiraciones del movimiento nacionalista de la burguesía autóctona, sino la apertura del camino de emancipación para el proletariado oprimido mismo... En su primera fase la revolución en las colonias no puede ser una revolución comunista, pero si desde el comienzo, la dirección se encuentra en manos de una vanguardia comunista, las masas serán guiadas por el camino justo y alcanzarán, a través de una gradual conquista de experiencias revolucionarias, los objetivos finales”

Encerrando, desde el comienzo de la revolución, al proletariado chino en el “bloque de las cuatro clases” – fórmula política de la actual “democracia popular” – el partido de Mao marcaba la ruptura de todo el Oriente atrasado con la táctica ilustrada gloriosamente por el bolchevismo ruso.

4) Para una victoria definitiva del comunismo, la permanencia del proceso revolucionario, que debía dar el poder al proletariado de los países atrasados, no tendría sentido si la revolución proletaria no logra extenderse a las metrópolis del Capital. Rusia, decía Engels, no podrá evitar la fase dolorosa de la acumulación capitalista a menos que “la revolución rusa dé la señal para una revolución proletaria en Occidente, de modo que ambas se completen” (Prefacio a la segunda edición rusa, traducida por Plejanov, del “Manifiesto”, Londres, 21 de enero de 1882, NdR). La Internacional de Lenin no solo volvió a tomar esta perspectiva para la Rusia de los Soviets, sino que la extendió a toda Asia. Recordando las tesis del Congreso de Bakú, en 1920, decía: “Solo el triunfo completo de la revolución social y el establecimiento de una economía comunista mundial pueden liberar a los campesinos de Oriente de la ruina, la miseria y la explotación. Es por ello que no tienen otra vía para su emancipación que la de aliarse a los obreros revolucionarios de Occidente, a sus repúblicas soviéticas, y de combatir a la vez a los capitalistas extranjeros y a sus propios déspotas (los propietarios terratenientes y los burgueses), hasta la victoria total sobre la burguesía mundial y la instauración definitiva del régimen comunista”. Se sabe cómo el estalinismo ha falsificado estas tesis haciendo de los éxitos económicos o diplomáticos de Rusia el criterio universal de los progresos del comunismo. Pekín va hasta el fondo de la blasfemia: en lugar de ver en la victoria del proletariado occidental la única posibilidad para la emancipación social de Oriente, hace depender la causa del proletariado internacional del resultado de los movimientos nacional-burgueses de África y Asia.

5) Contra la teoría estaliniana de la “construcción del socialismo en URSS” y las extensiones tácticas que la Internacional degenerada le dio en China, Trotsky tuvo el mérito histórico de defender la visión integral del proceso revolucionario provocado por la primera guerra mundial y la insurrección de Octubre. Así, en sus “Tesis” de 1929 sobre la revolución permanente, declaraba: “La revolución socialista no puede realizarse dentro de los límites nacionales. Una de las causas esenciales de la crisis de la sociedad burguesa se debe a que las fuerzas productivas que ella ha creado tienden a superar el cuadro del Estado nacional. Esto explica por un lado las guerras imperialistas, y por el otro, la utopía de los Estados Unidos burgueses de Europa. La revolución socialista comienza en el terreno nacional, se desarrolla en la arena internacional y termina en la arena mundial...”

La teoría de la revolución permanente se aplica, por consiguiente, a todo Estado aislado de dictadura proletaria, no importa si sus estructuras económicas están maduras para ciertas transformaciones socialistas o estén todavía muy atrasadas. Así como tampoco la Alemania de Hitler, la Rusia estalinista no podía adjudicarse el privilegio nacional de “construir el socialismo” dentro de sus fronteras. Trotsky insistía además en que “el esquema de desarrollo de la revolución mundial elimina la cuestión de los países ‘maduros’ o ‘no maduros’ para el socialismo, según la pedante y rígida clasificación que el programa actual de la Internacional Comunista ha establecido. En la medida en que el capitalismo ha acrecentado el mercado mundial, la división mundial del trabajo y las fuerzas productivas mundiales, el mismo ha preparado a toda la economía mundial a la reconstrucción socialista”.

 

Democracia y proletariado: la cuestión nacional

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6) Instaurando la dictadura del proletariado en un país pequeño-burgués que no conocía ni el régimen parlamentario ni un capitalismo desarrollado, los bolcheviques lanzarán un mortal desmentido al reformismo de la Segunda Internacional que, de la democracia burguesa y sus “progresos” hacía una condición absoluta para el “pasaje” al socialismo.

Medio siglo más tarde, no nos contentamos de ver en las reformas constitucionales y los métodos democráticos la vía magistral hacia el socialismo; el mismo socialismo es definido por sus renegados en términos burgueses de “democracia popular” o de “Estado de todo el pueblo”. Quienes destruyeron la Internacional de Lenin tienen una sola consigna y una sola confesión: independencia de los diferentes partidos “comunistas”, no ingerencia en los asuntos internos de los partidos “nacionales”.

Explicando la bancarrota de la Segunda Internacional, el “Manifiesto” de 1919 declaraba que en esa época “el centro de gravedad del movimiento obrero se había ubicado completamente dentro del cuadro de los Estados nacionales, la industria nacional, el parlamentarismo nacional”. Negamos que semejante finalidad haya sido inevitable para la Tercera Internacional. El capitalismo mundial y las guerras imperialistas precisamente habían desplazado ese “centro de gravedad” a la arena internacional, no solo para los países avanzados, sino también para los países oprimidos donde se planteaba en toda su amplitud la cuestión nacional y colonial.

7) La cuestión nacional no puede plantearse como cuestión específica del movimiento proletario sino en la fase revolucionaria del capitalismo, después que la burguesía se lanza al asalto del poder para terminar su obra de transformación económica y social. Al contrario, en una fase de capitalismo ya maduro, todo “programa nacional” de un partido obrero que reivindica el perfeccionamiento del sistema representativo o económico del Estado burgués constituye un programa de colaboración de clase y de “defensa de la patria”. Es por ello que el marxismo siempre ha delimitado de manera estricta y por áreas geográficas estas dos fases sucesivas del capitalismo.

En Europa occidental, la época de las revoluciones democrático-burguesas abarca un intervalo de tiempo bien preciso que va más o menos de 1789 a 1871”, decía Lenin. Esta época es la de los movimientos nacionales y de la creación de los Estados nacionales. Al final de este periodo, Europa occidental se había transformado en un sistema constituido de Estados burgueses; Estados nacionales más o menos homogéneos. Igualmente, buscar a la hora actual el derecho de libre disposición en los programas socialistas de Europa occidental, es desconocer el ABC del marxismo”.

En Europa oriental y en Asia, la época de la revoluciones democrático-burguesas no comenzó sino en 1905. Las revoluciones en Rusia, Persia, Turquía, China, las guerras en los Balkanes, es esta la cadena de eventos mundiales de nuestra época, en nuestro Oriente...”

Hoy, esta fase ha sido concluida también para toda el área afro-asiática. En todas partes se han constituido, al final de la segunda guerra mundial, Estados nacionales “ más o menos “independientes”, “ más o menos “populares”, impulsando de manera más o menos “radical” la acumulación del capital. Solo por este hecho, el “extremismo” chino no puede ya presentarse como la teoría del movimiento nacional revolucionario sino como una ideología oficial de Estado burgués constituido, como un programa de colaboración de clase con todo lo que implican las frases “socialistas”.

8) Incluso en la fase de las revoluciones democrático-burguesas, los comunistas no pueden hacer un fetiche de la “cuestión nacional”, y no deben colocar su solución por encima de los intereses de clase y de su propio combate. El proletariado revolucionario no debe olvidar que su tarea histórica es la de destruir el Estado burgués y sus relaciones de producción para instaurar una sociedad en que desaparecerán las clases y, con estas, las diferencias entre Estados y naciones.

En su desarrollo, el capitalismo derriba las fronteras nacionales ya violadas por sus mercancías y ejércitos. Como destructor de las relaciones de propiedad, rompe las entidades nacionales e impone sus formas de dominación mundial tanto a los países más avanzados como a sus pueblos oprimidos. Los comunistas no pueden por lo tanto esperar que el Capital construya una “sociedad de las naciones” armoniosa, en que las relaciones entre Estados se rijan por un “derecho de los pueblos” Al contrario, se les permite esperar que el derrumbe del capitalismo evitaría a Oriente la fase de acumulación capitalista y de su constitución en Estados nacionales burgueses.

“Ignoramos, decía todavía Lenin, si Asia llegará, antes de la caída del capitalismo, a constituirse en un sistema de Estados nacionales independientes, a semejanza de Europa. Pero una cosa es innegable, no es sino despertando a Asia que el capitalismo ha suscitado allí también movimientos nacionales: que estos tienden a constituir Estados nacionales; que estos Estados aseguran precisamente al capitalismo las mejores condiciones de desarrollo” (cf “Del derecho de los pueblos a la autodeterminación”)

9) La Tercera Internacional había reflexionado sobre las diferentes posibilidades de desarrollo de la revolución mundial:

-victoria simultánea del proletariado en Occidente y Oriente;

-victoria del proletariado en las metrópolis e independencia de las colonias bajo un gobierno de burguesía nacional;

-victoria del proletariado en las colonias y retardo de la revolución comunista en Europa.

Nunca consideró la victoria de un bloque de clases como una perspectiva revolucionaria durable y a la cual el proletariado de los países atrasados podría vincularse. En cualquier caso, las tesis suplementarias del II° Congreso que Roy había consagrado particularmente a China e India insistían en la necesidad para el proletariado de separarse de la burguesía “nacional”.

En los países oprimidos existen dos movimientos que cada día se separan más”: el primero, es el movimiento democrático burgués, nacionalista, con un programa de independencia política bajo el orden burgués; el segundo, es la acción de masas de campesinos y obreros ignorantes y pobres por su emancipación de toda forma de explotación”. El primero aspira controlar al segundo y con frecuencia lo logra en una cierta medida. Pero la Internacional Comunista y los partidos adherentes deben combatir este control y desarrollar sentimientos de independencia de clase en las masas obreras de la colonias”.

10) La historia del movimiento obrero en China y la tradición política del P.C.C son la negación de esta exigencia de la Internacional. Incorporándose al Kuomintang, desde 1924, el joven partido comunista chino aportaba su adhesión a los “tres principios del pueblo”, versión asiática de las fórmulas de Lincoln (“un gobierno del pueblo, para el pueblo y para el pueblo”) y de la revolución burguesa francesa (“libertad, igualdad, fraternidad”). Como lo ha demostrado Trotsky, la fusión del P.C.C y del partido nacionalista no tenia nada que ver con la táctica de alianzas transitorias que Marx juzgaba aceptable en una revolución democrática burguesa y que los bolcheviques habían utilizado en Rusia. Se trataba de una adhesión de principio renovada por Mao Tse-tung en todas las “etapas” de la revolución china, incluso después de la derrota y eliminación del Kuomintang:

“Nuestras reivindicaciones coinciden completamente con las reivindicaciones revolucionarias del Dr. Sun Yat-sen, (declaraba Mao en 1945 en su informe “Respecto al gobierno de coalición”): luchar contra la opresión extranjera y la feudal, para liberar al pueblo chino de su trágica condición colonial, semicolonial y semifeudal, y para crear una China de nueva democracia dirigida por el proletariado, cuya tarea principal es la emancipación del campesinado, una China de los Tres Principios del Pueblo revolucionario del Dr Sun Yat-sen, una China independiente, libre, democrática, unificada, próspera y poderosa. Esto es lo que en efecto hemos venido haciendo”.

 

De la revolución rusa a la comuna de Cantón, revancha del menchevismo

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11) Es en el análisis de lo eventos de 1905 que el bolchevismo encontró la confirmación de su táctica y se separó definitivamente de la corriente menchevique. En Rusia, constataba Lenin, “la revolución burguesa es imposible como revolución de la burguesía”. El proletariado no podría esperar que la burguesía realice su obra política (el derrocamiento del zarismo) o social (la abolición de la propiedad feudal) para entrar en lucha. Tomar la cabeza del movimiento social sin encerrarlos bajo formas jurídicas burguesas (la Asamblea Constituyente), este era el sentido de la consigna: “Dictadura democrática de obreros y campesinos” y “¡Todo el poder a los Soviets!” El resultado de esta táctica no fue la instauración de una democracia burguesa sino la abierta dictadura del proletariado.

Combatiendo la teoría de las “etapas” de la revolución burguesa que ya Stalin sostenía, Lenin recordó en marzo de 1917 el contenido de las divergencias entre bolcheviques y mencheviques:

“Nuestra revolución es burguesa, es esta la razón por la cual los obreros deben sostener a la burguesía – dicen los políticos del campo de los liquidadores. Nuestra revolución es burguesa – decimos nosotros, – es esta la razón por la cual los obreros deben abrir los ojos al pueblo sobre las mentiras de los políticos burgueses, enseñarles a no creer en bellas frases, a confiar únicamente en sus propias fuerzas, su organización, su unidad, su armamento”.

12) El estalinismo se esforzó en la no aplicación de los principios y enseñanzas de la revolución de Octubre a los países coloniales. Para tal fin tomó la interpretación típicamente menchevique, afirmando que el yugo imperialista hacía a la burguesía “nacional” de los países atrasados más revolucionaria que la burguesía anti-feudal rusa. A esta teoría de Bujarín, Trotsky respondió:

“Una política que ignore la poderosa presión ejercida por el imperialismo en la vida interna de China seria radicalmente falsa. Pero no menos falsa sería la política que parta de una idea abstracta de la opresión nacional, sin conocer su impacto en las clases... El imperialismo en China es una fuerza de primera importancia. La fuente de esta fuerza no se encuentra en los navíos de guerra del Yang-tsé, sino en el vinculo económico y político del capital extranjero con la burguesía indígena” (cf “La revolución china y las tesis de Stalin”, 1927).

Sin hacer este análisis de las relaciones de clase en China, como en los otros países coloniales, era imposible comprender ni el contenido de la cuestión agraria, ni el fenómeno de la burguesía compradora, ni el rol de los “señores de la guerra” y otros generales nacionalistas, como Chiang Kai-shek y Qan Tin-Weï en quienes la Internacional buscó “aliados” y en los que solo verdugos encontró.

13) “Las revoluciones asiáticas han puesto de manifiesto la misma falta de carácter y la misma ruindad del liberalismo, la misma importancia excepcional que tiene la independencia de las masas democráticas, el mismo deslindamiento neto entre el proletariado y toda burguesía” (cf “Las vicisitudes históricas de la doctrina de K. Marx”, Lenin, 1913).

Estas son las enseñanzas que, desde 1913, Lenin sacaba de la primera ola de las revoluciones nacionales burguesas en Oriente: Rusia (1905), Persia (1906), Turquía (1908), China (1911). Poco antes de que la segunda ola revolucionaria terminara con la masacre del proletariado cantonés, en 1927, Trotsky resumirá la amarga lección de la táctica seguida por la Internacional:

“De las tesis de Stalin se desprende que el proletariado podrá separarse de la burguesía solo después que esta última lo haya arrojado, desarmado, decapitado y pisoteado. Pero es exactamente así como se desarrolló la abortada revolución de 1848. Hemos visto al proletariado, sin bandera propia, seguir a la democracia pequeño-burguesa que, a su vez, se arrastraba detrás de la burguesía liberal y sacrificaba a los proletarios a los sables de los Cavaignac. Por grande que sea la originalidad de la situación china, el carácter esencial de la evolución seguida por la revolución de 1848 se encuentra en la revolución china con una precisión tan abrumadora que hubiéramos dicho que se había perdido las lecciones de 1848, 1871, 1905, 1917, del Partido Comunista de la U.R.S.S. y de la Internacional Comunista”.  

Y, de hecho, en las grandes batallas de la revolución china entre 1924 y 1927, no es la suerte de una China “independiente, rica y poderosa” lo que estaba en juego y durante muchos años, sino el destino de todo el movimiento obrero de las colonias por un periodo histórico infinitamente más largo y doloroso”.

14) Entrando en el Kuomintang, enviando a sus “ministros” al gobierno nacionalista de Cantón, el partido comunista chino no ejecutaba una hábil maniobra táctica para incrementar su influencia, como le había hecho creer la Internacional de Moscú. Renunciaba a sus principios y subordinaba su acción a la estrategia nacional de la burguesía. Stalin impulsó esta posición hasta más no poder y las “tesis” que publicó en abril de 1917, más de un año después el primer golpe de fuerza de Chiang Kai-shek contra los comunistas, tomaron una forma “clásica”.

La adhesión a los “tres principios del pueblo” no implicaba, en efecto, el simple reconocimiento de principios abstractos, la “fe común de obreros y burgueses en el movimiento nacional”. Según la doctrina de Sun Yat-sen, a los “tres principios” correspondían “tres etapas” de desarrollo de la revolución burguesa:

-la primera etapa, “militar”, debía realizar el principio del nacionalismo por la unificación de China;

-la segunda etapa, “educativa”, debía preparar el pueblo a la democracia política;

-la tercera, al fin, esta democracia debía realizarse e introducir el “bienestar del pueblo”.

En sus “tesis”, Stalin vuelve a tomar las mismas “etapas”, bautizándolas: anti-imperialista, agraria, soviética. Solo la masacre del proletariado chino marcó, para él, el fin de la “primera etapa”, durante la cual los comunistas no debían plantear ni la cuestión agraria, ni la salida del Kuomintang. Todos los partidos estalinistas retomaron esta política en los países coloniales. En China, al menos donde fue aplicada por primera vez, se reveló abiertamente como una traición de clase, abandonando a los proletarios sublevados en los grandes centros industriales a la sangrienta represión de Chiang Kai-shek.

15) En la derrota de 1927, el estalinismo jamás quiso ver más que una “etapa” de la revolución burguesa en China y un retroceso “provisorio” del movimiento obrero. Rechazamos esta interpretación. Las luchas de clases de ese período fueron tan poco “parciales” que se transformaron en una lucha por la conquistas del poder entre la burguesía y el proletariado y que la derrota se acompañó de la eliminación física perdurable de toda la vanguardia comunista. De ahora en adelante, como lo dijo Trotsky, la “revolución democrática” en China no tendrá ya de una revolución burguesa, sino de una contrarrevolución burguesa. Finalmente, el fracaso de 1927 marca para la Internacional de Moscú la completa impugnación de la tradición bolchevique en todos los países de Oriente. En las Tesis de abril de 1917, por medio de las cuales Lenin anunciaba la inminente victoria de la revolución rusa, se oponen palabra por palabra a las tesis de abril de 1927 en que Stalin justifica por medio de la teoría de las “etapas” revolucionarias el golpe de Estado de Chiang Kai-shek.

Contra la historiografía nacional y burguesa, el marxismo debe restablecer su concepción proletaria y mundial del curso histórico de los movimientos revolucionarios burgueses:

-1789-1871, movimientos democráticos burgueses en Europa Occidental (así como en América del Norte y en Japón);

-1905-1950 (más o menos), movimientos nacionales revolucionarios en Europa oriental y en toda el área afro-asiática; una sola victoria proletaria en Rusia;

-1917-1927, estrategia mundial de la revolución permanente con derrotas sucesivas en Europa (1918-1923) y en Asia (1924-1927) como premisas de la contrarrevolución estaliniana en Rusia.

 

“Socialismo” campesino y “nueva” democracia

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16) El marxismo no ha denunciado solamente la teoría de la “etapa democrática”; también ha rehusado, en la “etapa agraria”, la utilización por parte de Stalin de la consigna de la “dictadura democrática de obreros y campesinos” para proteger la alianza gubernamental con el Kuomintang de izquierda. Bajo su forma consumada, esta teoría se transformó en la teoría de la “nueva” democracia como un total abandono de las concepciones marxistas sobre la naturaleza de clase de todo Estado.

“Las numerosas formas de régimen político existente en el mundo se resumen esencialmente en los tres tipos siguientes: 1) repúblicas de dictadura burguesa; 2) repúblicas de dictadura proletaria, 3) repúblicas de dictadura de la alianza entre varias clases revolucionarias... Durante un determinado periodo histórico, en los países coloniales o semi-coloniales en revolución, la única forma aplicable para la organización del Estado es la tercera, la que llamamos la república de nueva democracia” (Mao Tse-tung, “La Nueva Democracia”).

Jamás la Internacional de Lenin llamó a los proletarios de las colonias a fundar tales Estados “intermediarios” entre la dictadura del proletariado y la de la burguesía, así como nosotros negamos que existan o hayan existido uno solo de estos Estados luego de 40 años de “frentes anti-imperialistas”. La experiencia de la dualidad de poderes en la revolución rusa nos ha demostrado que la “dictadura democrática de obreros y campesinos” debe transformarse necesariamente, en breve plazo, en dictadura del proletariado o en dictadura de la burguesía. Trotsky extendió este precepto a la revolución china y nosotros vemos hoy su confirmación en el resultado burgués de todos los movimientos anti-coloniales.

“Si los populistas rusos y los mencheviques dieron a su corta ‘dictadura’ la forma de una dualidad de poderes abierta, la ‘democracia revolucionaria’ china, por su parte, no tenía bastante fuerza para llegar a ello. Y, como en general la historia no trabaja por encargo, no queda más que comprender que no hay y no habrá otra dictadura ‘democrática’ que la que ejerce el Kuomintang desde 1925”. (Trotsky, “La Internacional Comunista después de Lenin”).

17) Después de haber ignorado por tanto tiempo al movimiento agrario y el armamento de los campesinos, los estalinistas se empeñan a tal punto de ver en él la huella “original” de la revolución china y la pertinencia de la “nueva” democracia.

“La cuestión nacional es fundamentalmente una cuestión campesina” declaraba Stalin. Y Mao comenta: “Esto significa que la revolución china es fundamentalmente una revolución campesina, así como la lucha contra los invasores japoneses es fundamentalmente una lucha campesina. El régimen político de la nueva democracia consiste fundamentalmente en dar el poder a los campesinos...” (Mao Tse-tung, “La nueva democracia”).

Esto no es para nosotros la originalidad de las revoluciones burguesas en época imperialista. En el pasado, bajo diferentes formas, incluyendo la organización armada, todas estas revoluciones han puesto en movimiento al campesinado. Todas han realizado a grados diferentes, profundas transformaciones en la agricultura. Pero el marxismo siempre ha subrayado la incapacidad del campesinado a poseer una política propia. Muestra que las insurrecciones agrarias, parte integrante de las revoluciones burguesas, jamás han triunfado sino bajo la dirección de las ciudades, además de cederles el poder. El “Manifiesto” ha insistido sobre el carácter doble del campesinado y sobre las razones por las cuales no puede actuar como clase independiente. El campesino no es más que el representante social de las relaciones burguesas; deja siempre a los demás la responsabilidad de su representación política.

A todos los campeones del “socialismo” campesino que nos reprochaban, tanto en Rusia como en China, el hecho de “subestimar”: al campesinado, hemos opuesto estas enseñanzas del marxismo respondiendo que la originalidad de las revoluciones orientales no estaba en la intervención armada de las masas campesinas, sino en la suerte de una dirección proletaria hacia objetivos que no sean inevitablemente burgueses.

18) La derrota del proletariado explica que la revolución haya debido recomenzar desde el fondo de las aldeas. Pero fue necesario la debacle de toda la Internacional para que los comunistas cambien sus concepciones de clase contra las teorías del “socialismo” rural. En 1848-1849, el fracaso de la revolución alemana había dejado al proletariado en la misma desorganización política; colocándolo delante del mismo peligro de ser sumergido por la democracia pequeño-burguesa. Y es contra este peligro que Marx y Engels escribirán su famoso “Mensaje a la Unión de los Comunistas”.

Contra los radicales pequeño-burgueses que “se esfuerzan por arrastrar a los obreros a una organización de partido donde predominan frases socialistas vacuas detrás de las cuales se esconden sus propios intereses”, el “Mensaje” recordaba la necesidad de un partido de clase independiente.

Contra todo tipo de poder de la democracia pequeño-burguesa, el “Mensaje” [de la Liga de los Comunistas] lanzaba la consigna de la “revolución ininterrumpida”: “Al lado de los nuevos gobiernos oficiales, los obreros deberán constituir inmediatamente gobiernos obreros revolucionarios, ya sea en forma de comités o consejos municipales, ya en forma de clubs obreros o de comités obreros, de tal manera que los gobiernos democrático-burgueses no sólo pierdan inmediatamente el apoyo de los obreros, sino que se vean desde el primer momento vigilados y amenazados por autoridades apoyadas por la masa entera de los obreros.

Esta es la clásica respuesta del marxismo a las fórmulas reaccionarias de “partidos obrero-campesinos”, de “gobiernos obrero-campesinos”. El Mensaje de 1850 está enteramente dirigido contra ellas. Si Marx y Engels no hablan de “dictadura democrática”, es porque semejante consigna no podría ser la del proletariado frente a la agitación de demócratas pequeño-burgueses. Stalin y Mao no pueden ni siquiera apoyarse sobre la ausencia en Alemania de esta particularidad tan “original” que pudiéramos encontrar en China, e incluso en Rusia: la revolución agraria. Muy al contrario, en la Alemania de aquella época, Marx y Engels descartaron más de una vez una “reedición” de la guerra campesina del siglo XVI, sino bajo la dirección política del proletariado.

19) Ni la revolución burguesa alemana, ni la revolución rusa revela el secreto de un poder “popular” estable que represente un bloque de clases. Mucho antes de 1917, Lenin explicaba la fórmula de la “dictadura revolucionaria y democrática de obreros y campesinos” como un poder del proletariado que “se apoya en los campesinos” o que “conduce tras de sí al campesinado”. Fórmula no frentista, e incluso no “democrática”. Esta es, pues, la forma como él la interpreta en abril, en perfecta continuidad con Marx y Engels:

“La dictadura revolucionaria y democrática del proletariado y el campesinado” ya se ha realizado en la revolución rusa en cierta forma, puesto que esta “fórmula” solo prevé una correlación de clases y no una institución política concreta llamada a REALIZAR esta correlación, esta colaboración. El “Soviet de diputados, obreros y soldados”, es ya la realización impuesta por la vida de esta dictadura (...) Existen paralelamente, juntos, simultáneamente, tanto el dominio de la burguesía (el gobierno Lvov y Goutchkov) como la dictadura revolucionaria y democrática del proletariado y del campesinado que VOLUNTARIAMENTE entrega el poder a la burguesía, convirtiéndose voluntariamente en un apéndice suyo ...“A la orden del día se plantea ya otra nueva tarea: la escisión entre los elementos proletarios (antidefensistas, internacionalistas, “comunistas”, partidarios del paso a la comuna) dentro de esta dictadura y los elementos partidarios de la pequeña propiedad o pequeño-burgueses...” (Lenin, “Cartas sobre tácticas”, Obras escogidas, c. VI, p.112, Ed. Progreso, Moscú 1973).

Entre febrero y octubre, populistas y mencheviques eran los partisanos feroces de la “dictadura democrática”, reprochando a Lenin de “subestimar” al campesinado o de querer “saltar” por encima la etapa de reformas sociales burguesas. Los bolcheviques recordaban al contrario que no se trataba de “introducir el socialismo” en Rusia, sino de tomar el poder político: luego de lo cual ellos mostrarán cómo la dictadura proletaria realiza las reformas económicas de la democracia pequeño-burguesa.

20) Luego de la capitulación frente a la burguesía liberal china, la “lucha contra el trotskismo” tuvo por finalidad asegurar el triunfo en el seno del proletariado vencido posiciones que habían sido defendidas por el bloque de populistas y mencheviques durante la revolución rusa. Y no es otro que Mao, antiguo miembro del Comité Central del Kuomintang y nuevo agitador del campesinado quien llevará a cabo esta tarea. Para nosotros, Mao no ha ni “salvado” ni “reconstruido” el partido del proletariado conduciéndolo “a las montañas” y llevándolo a la guerrilla rural: éste sencillamente ahogó en la enorme masa pequeño-burguesa, corriente contra la cual Lenin, en abril de 1917, y Marx, en 1850, supieron preservar a los Comunistas. Tampoco despejó la cuestión del poder en la revolución china de las ilusiones pequeño-burguesas que, en 1927, permitió la represión de Chiang Kai-shek. La teoría de la “nueva democracia” no es más que la extensión de estas ilusiones durante un período y en un país en que la debilidad de la burguesía “nacional” no permitía otra salida para la constitución de un poder burgués sino en la acción de masas “populares” y campesinas, muy incapaces y muy lentas en organizarse.

De buena gana los demócratas pequeño-burgueses atribuyen a la “reacción” sus dificultades para unirse “eficazmente”, su ausencia de carácter y sus fluctuaciones congénitas. En contraposición, el marxismo ve allí el reflejo de su situación económica inestable. Contar con la iniciativa política de esas masas para fundar un Estado nacional, combatir el imperialismo y realizar el programa socialista, es no solamente renegar de Marx y Lenin, es comprometer todo movimiento revolucionario. Basta para nosotros probar las interminables peripecias de la revolución china y, todavía hoy, la anarquía sanguinaria en la que se debate la mayor parte del África negra.

Esta es la razón por la cual, en 1917, Lenin actualizó la “vieja fórmula” de la “dictadura revolucionaria y democrática” que los populistas y mencheviques pensaban “realizar” por medio de... la Asamblea Constituyente. De la misma manera, los bolcheviques rechazarán a los archivos de la II° Internacional el nombre de partido “socialdemócrata”.

“La ‘democracia’ expresa en efecto ora la dictadura de la burguesía, ora el reformismo impotente de la pequeña burguesía que se subordina a esta dictadura” (Lenin, “La revolución proletaria y el renegado Kautsky”)

 

“EL IMPOTENTE REFORMISMO PEQUEÑO-BURGUéS”

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21) En su Mensaje, Marx y Engels advertían a los proletarios alemanes que la democracia pequeño-burguesa iba a jugar el mismo papel de traición que la burguesía liberal en la transformación revolucionaria de las viejas estructuras sociales y políticas. Estas previsiones se verificaban con los socialistas revolucionarios rusos. El ejemplo chino no hace sino confirmarlo de manera absoluta a la escala de todo un periodo histórico y de todo un país.

“Muy lejos de desear la transformación revolucionaria de toda la sociedad en beneficio de los proletarios revolucionarios, la pequeña burguesía democrática tiende a un cambio del orden social que pueda hacer su vida en la sociedad actual lo más llevadera y confortable. Por eso reclama (...) que se ponga fin a la presión del gran capital sobre el pequeño, pidiendo la creación de instituciones crediticias del Estado y leyes contra la usura, con lo cual ella y los campesinos tendrían abierta la posibilidad de obtener créditos del Estado en lugar de tener que pedírselos a los capitalistas, y además en condiciones ventajosas; pide igualmente el establecimiento de relaciones burguesas de propiedad en el campo mediante la total abolición del feudalismo. ...) Por lo que toca a los obreros, es ante todo indudable que deben seguir siendo obreros asalariados, pero al mismo tiempo los pequeños burgueses democráticos desean que aquéllos tengan salarios más altos y una existencia mejor asegurada; y confían en lograr esto facilitando por un lado trabajo a los obreros a través del Estado y por otro con medidas de beneficencia. (...) Pero estas reivindicaciones no pueden satisfacer en modo alguno al partido del proletariado. Mientras que los pequeños burgueses democráticos quieren poner fin a la revolución lo más rápidamente que se pueda, después de haber obtenido, a lo sumo, las reivindicaciones arriba mencionadas, nuestros intereses y nuestras tareas consisten en hacer la revolución permanente hasta que sea descartada la dominación de las clases más o menos poderosas, hasta que el proletariado conquiste el poder del Estado, hasta que la asociación de los proletarios se desarrolle, y no sólo en un país, sino en todos los países dominantes del mundo, en proporciones tales que cese la competencia entre los proletarios de estos países, y hasta que por lo menos las fuerzas productivas decisivas estén concentradas en manos del proletariado. Para nosotros no se trata de reformar la propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva.

22) En la cuestión agraria, el partido de Mao no ha hecho nada para combatir las tendencias pequeño-burguesas ansiosas por jalonar la ruptura con las viejas relaciones sociales a través de una consagración jurídica de los sagrados derechos de la propiedad campesina. Y todas las reformas anunciadas ruidosamente, luego de la creación de la República popular, no contemplan una mayor concentración de la agricultura sino más bien el desarrollo de la producción por parcelas, de la protección de los “intereses” del campesino particular y de la “ayuda” estatal a este. Cuando se quiso superar estos límites, que son los límites de las relaciones de producción burguesa, fue una catástrofe social tan grave como la que siguió luego de la falsa colectivización estalinista en Rusia.

En resumen, la famosa “revolución agraria” se sintetiza en una dificil acumulación de capital en los campos chinos según las dos fases clásicas del desarrollo de la agricultura capitalista: primero, la instauración de la propiedad campesina, luego un lento proceso de expropiación y concentración bajo el impulso de las fuerzas productivas burguesas y de una incrementación económica de mercado.

“Lucharemos primero por la reducción de arriendos y de las tasas de interés en todo el país, luego, con la aplicación de medidas adecuadas, progresivamente lograremos que cada campesino tenga su campo de labranza (...) Luego, a medida que se ayude a los campesinos a organizarse, gradualmente y de acuerdo con el principio de voluntariedad, en cooperativas de producción agrícola y de otro tipo, habrán de desarrollarse las fuerzas productivas”. (Mao Tse-tung, “Sobre el gobierno de coalición”).

Ha transcurrido un cuarto de siglo (1927-1952) para que se cumpliese la primera fase: confiscación y repartición. Pero antes de que China tenga una agricultura “moderna”, concentrada, es decir, plenamente capitalista, podemos esperar que el proletariado comunista mundial haya hecho pedazos al “socialismo” nacional, campesino y pequeño-burgués.

23) Del desarrollo histórico de la agricultura china extraemos una confirmación de facto: su carácter burgués. Pero de la política agraria del P.C.C extraemos una crítica de principio: ella no hace que reflejar los procesos moleculares de este desarrollo sin tratar de anticipar sus consecuencias sociales y en particular la violenta disolución de las relaciones burguesas de propiedad. Siempre en el “Mensaje” de 1850, citamos:

“El primer punto que provocará el conflicto entre los demócratas burgueses y los obreros será la abolición del feudalismo. Al igual que en la primera revolución francesa, los pequeños burgueses entregarán las tierras feudales a los campesinos en calidad de propiedad libre, es decir, tratarán de conservar el proletariado agrícola y crear una clase campesina pequeño-burguesa, la cual pasará por el mismo ciclo de empobrecimiento y endeudamiento en que se encuentra actualmente el campesino francés”.

Los obreros, tanto en interés del proletariado agrícola como en el suyo propio, deben oponerse a este plan y exigir que las propiedades feudales confiscadas se conviertan en propiedad del Estado y se transformen en colonias obreras explotadas por el proletariado agrícola asociado, el cual aprovechará todas las ventajas de la gran explotación agrícola. De este modo, y en medio del resquebrajamiento de las relaciones burguesas de propiedad, el principio de la propiedad colectiva obtendrá inmediatamente una base firme

Para los comunistas, no se trataba de establecer si la China o la Rusia pequeño-burguesa estaba “madura” para esta transformación: el derrocamiento de la dominación burguesa solo es concebible a escala internacional. Tampoco de inventar recetas “colectivistas” para acelerar su desarrollo económico en un país determinado,. “Escribimos un decreto y no un programa”, decía Lenin, comentando el “Decreto sobre la tierra” al que algunos reprochaban que era el programa de los eseristas. En un punto, sin embargo, este “decreto” se distinguía de su “programa”: él no encerraba en formas jurídicas rígidas (reparto, nacionalización) las aspiraciones de los campesinos. Es allí donde reside toda la diferencia programática entre “socialismo” nacional y comunismo internacionalista.

24) La política pequeño-burguesa del partido de Mao se manifiesta aún con más claridad en la “cuestión obrera”. Lejos de inscribir sobre sus banderas la abolición del salariado, el P.C.C proclama la asociación del capital y el trabajo, y no desdeña ninguna “medida de beneficencia” en la tradición de los “socialistas” estilo Louis Blanc:

“La misión de la clase obrera china consiste en luchar no sólo por el establecimiento de un Estado de nueva democracia, sino también por la industrialización de China y la modernización de su agricultura. (...) Bajo el régimen estatal de nueva democracia, se adoptará una política de reajuste de las relaciones entre el trabajo y el capital. Por una parte, se protegerán los intereses de los obreros, implantando, según las circunstancias, una jornada de ocho a diez horas, proporcionando apropiada ayuda a los desocupados, introduciendo seguros sociales adecuados y defendiendo los derechos sindicales. Por la otra, a las empresas estatales, privadas y cooperativas se les garantizarán los beneficios legítimos que correspondan a una actividad lícita. De este modo, tanto el Estado como los particulares y tanto el trabajo como el capital se esforzarán conjuntamente por el desarrollo de la producción industrial”. (Mao, Sobre el gobierno de coalición).

Semejante programa, una tal práctica no se distinguen ya en nada del viejo reformismo de los países capitalistas avanzados, de los discursos electorales de cualquier diputado “progresista” o ministro “reaccionario” de Occidente. Llamando a esto “socialismo” y reivindicando contra Moscú su exclusividad, Mao Tse-tung ha subido al nivel “ideológico” de las fuerzas de conservación burguesa en el mundo, ha perdido su aureola de agitador campesino.

En China, la democracia pequeño-burguesa ha dejado de ser revolucionaria desde 1927; fue reformista antes incluso de tomar el poder de Estado; hoy se ha vuelto reaccionaria, presentando sus ilusiones y sobre todo su práctica económico-social bajo la etiqueta de la “construcción socialista”. Esta es toda la significación política que atribuimos a su conflicto con Moscú.

25) Así se cumple el destino histórico del “populismo” chino. Desde la primera revolución burguesa de 1911, Lenin recalcaba el doble aspecto de la ideología de Sun Yat-sen. Era utópica la idea de realizar el “socialismo” a través de la nacionalización de la tierra, la “limitación” del gran capital y la aplicación “honesta” por parte de las grandes potencias de un plan de desarrollo industrial concertado. Pero ese programa, en China como en Rusia, tenía un contenido revolucionario burgués que los bolcheviques supieron reconocer. Adoptándolo, realizándolo, el partido de Mao le ha conferido el único “desarrollo original” que se le ha reservado: la utopía del “socialismo” campesino se transformó en ideología reaccionaria de la “construcción socialista” en China, y su contenido revolucionario se ha diluido en el océano de las reformas pequeño-burguesas.

Así ha degenerado la ideología política de una clase, mucho tiempo después que la historia decretara su muerte. En sentido opuesto, desde el lejano año de 1894, Lenin podía anunciar, con los primeros pasos del proletariado ruso, la bancarrota ideológica de los “amigos del pueblo”, varias décadas antes que su poder “popular” viera la luz del día:

“...el campo realmente se está dividiendo. Es más, hace ya mucho tiempo que se ha dividido por completo. Junto con él se ha dividido también el viejo socialismo campesino ruso, y cedió su lugar, por una parte al socialismo obrero, y por la otra degeneró en un vulgar radicalismo pequeño-burgués. No se puede llamar a esta transformación de otro modo que degeneración. De la doctrina que sostenía que la vida campesina constituye un orden social especial y que nuestro país ha emprendido una vía excepcional de desarrollo, nació un eclecticismo diluido, que no puede ya negar que la economía mercantil ha pasado a ser la base del desarrollo económico, que se ha trasformado en capitalismo, pero que no quiere ver el carácter burgués de todas las relaciones de producción, no quiere ver la necesidad de la lucha de clases bajo este régimen. Del programa político que pretendía alzar a los campesinos a la revolución socialista contra los fundamentos de la sociedad moderna ha surgido un programa que pretende hacer remiendos, “mejorar” la situación de los campesinos, manteniendo los fundamentos de la sociedad actual. (Lenin, “Quiénes son los amigos del pueblo...)

 

ANTAGONISMOS DEL ORIENTE BURGUÉS

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26) A diferencia de la India y de otros paises coloniales, China ha entrado en la historia moderna como la “colonia de todos”. Muy pronto la exportación de capitales se lleva por delante a los productos industriales de la vieja metrópolis inglesa. Para proteger sus inversiones, las grandes potencias se “arreglarán” entre ellas sobre el reparto del país en esferas de influencia. En Pekín, el cuerpo diplomático en su conjunto disponía de las finanzas del Estado. Esta situación reflejaba, como lo demuestra Lenin, el paso del capitalismo a su estadio supremo: el imperialismo. El programa de Wilson para “la internacionalización de las colonias”, su versión “ultra-imperialista” por Kautsky y el proyecto generado por Sun Yat-sen de crear un consorcio de grandes potencias para el desarrollo de una China “independiente” no tenía otra base objetiva.

“Admitamos, decía Lenin en su “Imperialismo”, que todas las potencias imperialistas constituyan una alianza por el reparto “pacífico” de estos países de Asia. Eso será el “capital financiero unido a escala internacional”. Ejemplos prácticos de esta alianza los ha habido en el siglo XX: los vínculos de las grandes potencias con China. Surge una cuestión: ¿es “pensable” que con la permanencia del capitalismo (que es la condición supuesta por Kautsky), estas alianzas no sean efímeras, excluyendo fricciones, conflictos y la lucha bajo todas las formas posibles?”

El ejemplo de China ha demostrado que era impensable. El país que a comienzos de siglo tenía las más grandes expectativas para un desarrollo capitalista y las garantías más seguras de beneficios, se convirtió en el centro de guerras civiles y de rivalidades imperialistas. Más aún, ante el estallido de estos antagonismos, el imperialismo mundial ha debido renunciar a todos sus “planes” económicos en China, trasladando la competencia desenfrenada de capitales a las viejas colonias o semi-colonias: la India, África, América del Sur. Allí de nuevo surgen los “planes de desarrollo” y el trasnochado pacifismo de los Wilson y Kautsky ruso-americanos. Pero allí también se preparan, a una escala aún más grande, las futuras explosiones revolucionarias.

27) El partido de Mao ha hecho todo por que su victoria no tome el carácter de una violenta ruptura de la cadena imperialista en Asia. Adhiriendo por completo, y todavía más que Sun Yat-sen a la guerra mundial, el P.C.C hizo suya la ilusión de la burguesía liberal china sobre una “sociedad de las naciones” y una “cooperación internacional” de la que China se beneficiaría.

“El P.C.C aprueba la Carta Atlántica y las decisiones de las conferencias de Moscú, Teherán, Yalta (...). Los principios fundamentales del P.C.C en política exterior son los siguientes: establecer y desarrollar las relaciones diplomáticas con todos los paises, resolver todas las cuestiones de las relaciones recíprocas (...), partiendo de la necesidad de aplastar a los agresores fascistas, de mantener la paz internacional, del respeto mutuo de la independencia y la igualdad en derechos de los Estados, de cooperar mutuamente en el interés de los Estados y pueblos...” (Mao Tse-tung “Sobre el gobierno de coalición”, 1945).

A finales de 1924, Sun Yat-sen había constatado la bancarrota de este programa! Mao no solamente le fue fiel, sino que lo predicó a guisa de “socialismo”: “Las relaciones entre los países socialistas, grandes o pequeños, económicamente más desarrollados o menos desarrollados, deben basarse en los principios de la plena igualdad, del respeto a la integridad territorial, del respeto a la soberanía estatal y la independencia, y de la no injerencia de unos en los asuntos de otros; deben basarse también en los principios del apoyo recíproco y de la ayuda mutua...” (Carta de los 25 puntos del 14/6/1963 – llamada oficialmente: “Polémica acerca de la línea general del movimiento comunista internacional”, en respuesta a la carta del PCUS del 30/3/1963, NdR).

Contra la utopía pequeño-burguesa de un “socialismode las patrias que realiza un desarrollo “armónico” a través de un comercio “equitativo”, nosotros reivindicamos la destrucción de las patrias burguesas y el establecimiento de relaciones no mercantiles, y que justamente no serán “equitativas”, entre los países donde mañana se instaure la dictadura proletaria!

28) Lejos de reflejar “divergencias ideológicas”, el conflicto sino-soviético se coloca sobre el mismo terreno de los intereses nacionales burgueses. De manera incontestable, los compromisos de la URSS con la burguesía autóctona o el imperialismo extranjero han retardado hasta el fin de la segunda guerra mundial la constitución de Estados nacionales burgueses en todo Oriente. Así como la revolución rusa despertó a los movimientos anti-coloniales de Asia, la contrarrevolución estaliniana frenó su desarrollo. Pero el partido de Mao que se alza hoy contra Moscú jamás denunció esta traición; ni en 1927, cuando Stalin sacrificaba al proletariado chino por la “construcción del socialismo” en Rusia; ni en 1937, cuando el P.C.C ejecutó dócilmente el viraje de los “frentes populares”, reanudando su alianza con Chiang Kai-shek; ni en 1945, cuando Stalin firmó con el mismo Chiang Kai-shek un tratado de paz y de amistad que debía durar... 30 años.

No es, por tanto, la toma de consciencia de los intereses del movimiento anti-colonial y todavía menos la crítica al “socialismo” ruso lo que se encuentra al origen del conflicto sino-soviético, sino las contradicciones entre el desarrollo del capitalismo chino y los intereses del imperialismo ruso:

“Es aún más absurdo trasplantar a las relaciones entre los países socialistas la práctica de lucrar a expensas de otros, práctica que caracteriza las relaciones entre los países capitalistas, e incluso considerar que la ‘integración económica’ y el ‘mercado común’, establecidos por los monopolios capitalistas con el propósito des disputarse mercados y repartir ganancias, pueden servir de ejemplo a los países socialistas en su ayuda mutua y colaboración económicas”. (Ibídem)

29) El “Programa” que Stalin hizo adoptar en el VI Congreso de la Internacional excluía para China y los otros países atrasados lo que Rusia venia de atribuirse: el privilegio de la “construcción del socialismo” en sus fronteras nacionales. En momentos en que los intereses del capitalismo ruso se integraron a los del mercado mundial, China retoma para sí este viejo eslogan estalinista. Pero nosotros repetiremos para ella lo que Trotsky decía del “socialismo” ruso:

“La división mundial del trabajo, la subordinación de la industria soviética a la técnica foránea, la dependencia de las fuerzas productivas de los países avanzados respecto a las materias primas asiáticas, etc., etc., hacen imposible la edificación de una sociedad socialista, independiente en ningún país del mundo” (Trotsky, “Tesis sobre la revolución permanente”).

“La construcción del socialismo” en China no puede significar otra cosa que la acumulación de capital y el desarrollo de una economía de mercado. Pero esta teoría no puede ocultar antagonismos bastante más agudos. El conflicto sino-soviético, toda la historia de los movimientos nacionales burgueses de Asia y África, todas las conferencias sobre el comercio mundial han advertido con inquietud el retardo creciente de la mayoría de los países atrasados, “independientes” o no, “socialistas” o no, con respecto a un puñado de grandes potencias imperialistas que detentan todos los poderes políticos, económicos y militares en el mundo actual.

30) Para conjurar su suerte, la burguesía de los países atrasados se esfuerza por todos los medios de hacer pasar su emancipación política y nacional como una garantía de emancipación social y humana de las masas explotadas. Doblemente víctimas de su burguesía y de las contradicciones acumuladas por el imperialismo mundial, los proletarios de las viejas colonias encontrarán aún más razones para romper con la ideología democrática y reformista. Ellos recordarán entonces que el marxismo y la Internacional de Lenin jamás esperaron de la democracia política y de la independencia nacional la liberación de los pueblos coloniales de toda explotación:

“El capitalismo financiero en sus afanes de expansión comprará y sobornará ‘libremente’ al más libre de los gobiernos democráticos y republicanos, y a los funcionarios electivos de cualquier país, aunque sea ‘independiente’. El dominio del capital financiero, como el del capital en general, no puede ser eliminado por ninguna reforma en el terreno de la democracia política; y la autodeterminación corresponde íntegra y exclusivamente a este terreno. Pero ese dominio del capital financiero no anula en lo más mínimo la importancia de la democracia política como una forma más libre, amplia y clara de la opresión de clase y de la lucha de las clases” (Lenin, “La revolución socialista y el derecho a la autodeterminación”, 1916, Ediciones Progreso, Moscú, Obras Escogidas, c. V, pp. 150-151).

Es contra esta forma más libre, amplia y clara de la opresión de clase que el proletariado de la China “popular”, o el de la India ruso-americana, deberá continuar su batalla.

[il programma comunista, n° 23, 15 de diciembre 1964 - n° 2, 24 enero de 1965 / programme communiste, n° 32, julio-septiembre de 1965]

 


 

(1) Cf Tesis suplementarias sobre la cuestión nacional y colonial, p. 45, de esta misma revista.

 

 

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