El capitalismo imperialista habla de la paz, mientras prepara la guerra

(«El programa comunista» ; N° 52; Octubre de 2016)

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En 1950, el artículo de la serie Sobre el hilo del tiempo titulado «Puntos’ democráticos y programas imperiales» (1) se inspiraba en el programa de cinco puntos del presidente americano de entonces, Truman; un programa imperial que preveía, obviamente, la administración del mundo por parte de la mayor  potencia imperialista que se había desarrollado en la Segunda Guerra mundial, los Estados Unidos de América. Programa imperial que, terminada la hecatombe de muertos de la segunda carnicería mundial, concernía – como todo programa imperialista precedente y posterior – a 1)  la «paz mundial»; 2) las «Naciones Unidas» que debían «elaborar aquellos principios de ética y de derecho internacional, sin los cuales la humanidad no podrá sobrevivir»; 3) un plan para garantizar la «reanudación económica mundial» (el llamado «plan E.R.P.») que se debía pasar a través de la «organización del comercio mundial»; 4) las «zonas atrasadas», hacia las cuales las naciones industriales, y sobre todo los Estados Unidos, debían poner su empeño «en aportar asistencia técnica e inversiones», por lo tanto, destinar ingentes capitales para empleos productivos», y, en fin; 5) «difundir en el mundo la democracia y la paz» en pugna con el «comunismo» estalinista que, luego de la guerra anti-alemana y anti-japonesa, de aliado se convirtió en rival, no en el plano de la guerra de clase, sino en el plano de las divergencias imperialistas por la repartición de las zonas de influencia en el mundo.

Luego del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York el  11 de septiembre de 2001, George W. Bush, presidente americano entonces, agregó de hecho al programa imperial de los Estados Unidos de América un punto 6): la lucha contra el terrorismo internacional. Sabido es que por «terrorismo internacional», los gobiernos de los países imperialistas entienden  acciones armadas realizadas por movimientos o Estados no alineados en la defensa de los intereses particulares de los USA y de los países europeos, sino contrapuestos a ellos. Se comenzó con Afganistán, luego fue Irak, Libia y ahora Siria; la tensión internacional se ha mantenido alta, incluso con el presidente negro Obama, a pesar del poco «desempeño» de las fuerzas terrestres en los diversos teatros de guerra.

Eran los tiempos en que los Estados Unidos, máximos representantes del capitalismo mundial, y de su forma más desarrollada – el imperialismo – en cuanto fuerza más concentrada y avanzada del capitalismo mundial, de hecho dictaban las prioridades de los intereses del capitalismo mundial y los de clase de la burguesía «de cada país», asumiendo el encargo de representarlos – y de defenderlos – mejor que cualquier otra potencia imperialista presente. Eran también los tiempos en que la URSS estalinista, máximo representante del oportunismo mundial en su forma política más desarrollada – el colaboracionismo servil al capitalismo más avanzado (cuyas exigencias eran transferidas e impuestas sobre las masas enormes de trabajadores no solo del propio país, sino de todos los países en los cuales su política, a través de los partidos estalinizados o estalinistas, tenía una influencia determinante) – en cuanto fuerza militar significativa capaz de competir con la estadounidense, dictaba los medios y métodos que prioritariamente servían tanto para proteger el frenético desarrollo capitalista en la patria y  sus intereses imperialistas en el vasto continente euro-asiático, cuanto a favorecer la reanudación económica mundial, después de las devastaciones de la guerra de la cual podía beneficiarse también el capitalismo nacional ruso y, finalmente aunque no menos importante, impedir, o alejar en el tiempo, la posibilidad de una reanudación de la lucha de clase en la misma Rusia, en Europa o Asia, donde los respectivos proletariados podían referirse a una tradición de clase y revolucionaria todavía cercana en el tiempo.

Después de la segunda guerra imperialista mundial, el curso del imperialismo mundial ha cambiado, no precisamente para ser menos agresivo, menos militarista, menos concentrado o incluso más liberal y democrático, sino al contrario. Como afirma Lenin:

«El imperialismo es la época del capital financiero y de los monopolios, los cuales traen aparejada en todas partes la tendencia a la conquista, y no a la libertad. El resultado de dicha tendencia es la reacción en toda la línea, sea cual fuera el régimen político, y la exacerbación extrema de las contradicciones en esta esfera también. Se intensifica asimismo en particular la opresión nacional y la tendencia a las anexiones, esto es, a la violación de la independencia nacional (pues la anexión no es sino la violación del derecho de las naciones a la autodeterminación)» (2). Terminada la segunda guerra imperialista y el recíproco interés burgués de alianza militar contra el polo imperialista adversario representado por Alemania y Japón, el «programa imperial» de Truman tenía necesariamente que chocar con el «programa imperial» de Stalin, en el sentido de la oposición de una coalición «occidental» contra una coalición «oriental» (llamada en términos sumamente oportunistas, «campo socialista»), pero, al mismo tiempo, lo atraía hacia la defensa general del capitalismo; defensa que, prolongando contradictoriamente la precedente alianza de guerra, la transformaba en un condominio mundial armado en función antirrevolucionaria y antiproletaria; «condominio» que sin embargo no lograba impedir ser sometido cíclicamente a contradicciones nacidas de las divergencias económicas, políticas y, obviamente, militares.

Volviendo a Lenin, debemos resaltar que «las alianzas 'inter-imperialistas' o 'ultra-imperialistas' [concepto caro al ultraoportunista Kautsky, NdR] sea la forma que adquiera, trátese de una coalición imperialista contra otra, o de una alianza general que comprenda todas las potencias imperialistas, en el mundo real capitalista solo pueden ser «treguas» entre dos guerras. Las alianzas pacíficas preparan las guerras y, a su vez, surgen de las guerras, condicionándose mutuamente, dando lugar a una sucesión de formas de lucha pacíficas y no pacíficas, siempre sobre una misma base de vínculos imperialistas y de relaciones recíprocas entre la economía y la política mundiales». (3)

Han pasado ya 100 años desde que Lenin redactara su trabajo sobre el Imperialismo; desde entonces el mundo ha cambiado considerablemente. ¿Pero de qué manera?

Con el derrumbe de la URSS, el condominio mundial ruso-americano dejó de existir; hoy en día, la superpotencia americana debe hacer frente a potencias imperialistas que se han desarrollado desde aquella época y que son igualmente agresivas en el mercado mundial igual que Washington, aun cuando sigue siendo el imperialismo más potente, ya no es el «patrón del mundo» – basta observar a la Alemania reunificada desde hace 25 años, sin olvidar a Japón y a la cada vez más incómoda actividad del capitalismo chino actual.

De la Segunda Guerra mundial en adelante, los países capitalistas que dominan el mercado mundial no pueden desarrollarse sin acrecentar las discrepancias que objetivamente surgen en toda lucha competitiva y sin que no desemboque en crisis de guerra, crisis que solo pueden ser afrontadas a través de alianzas interimperialistas, que se han vuelto necesarias para cada potencia y a través de las cuales, en lugar de disminuir, se agudiza la opresión de los países más débiles y pequeños por parte de los países más desarrollados desde el punto de vista capitalista. Subrayamos con Lenin que, en la realidad capitalista, las alianzas interimperialistas, solo pueden ser inevitablemente «treguas» entre las guerras. Desde el fin de la segunda guerra mundial no hubo un solo año sin que en alguna parte del mundo, o en diversas partes a la vez, no haya habido una guerra burguesa, una guerra de rapiña en la cual las potencias imperialistas mayores no estuviesen directa o indirectamente involucradas.

¿Es tan diferente el «nuevo» imperialismo del «viejo» imperialismo? ¿Luego de un largo periodo de movimientos coloniales, después de la llamada «descolonización» y de la formación de nuevos Estados «independientes», el «nuevo» imperialismo, bajo los colores de la democracia, del libre mercado, de la civilización industrial, de veras ha traído progreso económico y paz en el mundo? ¿Luego de un largo transcurso de colaboracionismo oportunista de los partidos que se hacen llamar socialistas y comunistas, que prometían a las masas proletarias y campesinas del mundo elevar el tenor de vida y una lenta y gradual «emancipación» a través de un desarrollo hiperfrenético de economías capitalistas, pasadas por «socialistas», y envueltas en la política de la «coexistencia pacífica» entre un falso «campo socialista» y un verdadero «campo capitalista», en verdad que la «nueva» política democrática y popular ha producido progresivos beneficios a las enormes masas proletarias y campesinas que han sufrido las delicias del estalinismo, del maoísmo y de todos los pos-estalinismos-titismos, maoismos-castrismos y compañía, que han gobernado en Berlín Este y Varsovia, Budapest y Moscú, Praga y Belgrado, Pekín y la Habana?

En realidad, después de la derrota de la revolución proletaria y comunista de Rusia y del movimiento revolucionario internacional, en los Años Veinte del siglo pasado, el imperialismo no ha tenido muchas dificultades, país por país, en confinar en sus ejércitos industriales a los proletarios de todo el mundo a que se hagan cargo de la defensa de la economía nacional, de la patria, de los valores de la civilización de la mercancía, del dinero, de la propiedad privada, en una palabra del capitalismo, y en ofrecer sobre el altar del beneficio capitalista su fuerza de trabajo y su sangre.

Los programas imperiales no solo de los Estados Unidos de América, sino de todo Estado imperialista, de Occidente como de Oriente, si bien son dictados habitualmente por las grandes potencias, no pueden tener otros objetivos de fondo que los que se deducen de lo que dice Truman: reactivación económica mundial (lema frecuente, cantado cada cierto tiempo, después que estallan las crisis económicas), inversiones productivas (porque solo de la explotación de la fuerza de trabajo asalariada el capitalismo puede usurpar el plusvalor, y por tanto su beneficio), paz mundial y democracia (canción recurrente para la estupidización universal de los pueblos oprimidos y del proletariado en particular) y, en tiempos más recientes, lucha contra el terrorismo internacional; entre tanto las clases dominantes burguesas practican un terrorismo contra sus masas proletarias, aplastadas por la miseria y el hambre, martirizadas en la represión y la guerra, sistemáticamente arrojadas en la desesperación por una sobrevivencia negada, obligadas a emigrar por millones huyendo del lugar que los vio nacer.

La paz tan ensalzada en cada púlpito, político o religioso, ha demostrado ser cada vez más, en régimen burgués, una tregua entre dos guerra. Ni el marxismo ni Lenin se han equivocado.

«El viejo imperialismo tenía ante sí tierras despobladas y vírgenes u ocupadas por pueblos que se podían, dado el ya logrado 'progreso científico', exterminar o intoxicar. Explotando colonizados y colonos logra acrecentar los beneficios de capital en la madre patria. Junto a los límites del mundo habitable, estallaron las codicias por las zonas mejores».

«El nuevo imperialismo no tiene otros fines, pero halla ante sí países atestados de gente hambrienta y desocupada: su plan moderno tiende a no poner en evidencia la posesión territorial y la guardia armada a las tierras y a los mares, sino a poder con un monopolio mundial del capital y de las masas monetarias arribar al mismo punto: altísimos beneficios en los países imperiales y relativamente alto tenor de consumo y de vida en ellos, de manera que esté asegurada la reproducción incesante de 'ahorros' a invertir». (4)

Y no podemos eximirnos de reproducir el párrafo [esta vez de nuestra corriente, NdR] que corresponde al imperialismo ruso, hoy con las garras menos afiladas que en aquellos años:

«En cuanto al nuevo imperialismo moscovita su situación es trágica. Posee masas enormes de trabajadores, pero el tenor de vida es casi tan bajo como el de aquellos países que quiere someter. Si emplea fondos fuera de su área no aumenta, como Truman que calcula cinco veces en los Estados, sino que reduce el tenor de vida promedio. O bien cambia por máquinas de guerra y de paz o en dólares, moneda del mundo, la piel de algunas decenas de millones de trabajadores militarizados, como lo hizo en la guerra mundial, empujando hacia arriba las cifras del potencial capitalista sobre la tierra».

«Ninguna guerra romperá este cerco, sino la guerra interna en cada nación, entre proletarios y delegados del capital, autóctono o extranjero».

Bajo el capitalismo jamás habrá paz: la burguesía se prepara siempre para la guerra porque la guerra no es más que la continuación de la política por otros medios, medios militares precisamente.

Le toca al proletariado, guiado por su partido de clase, prepararse para la guerra de clase, la única guerra que, cerrando la serie histórica de las sociedades divididas en clases, puede llevar a la paz duradera en la sociedad humana.

 


 

(1) Ver el «Hilo del tiempo» intitulado «“Punti” democratici e programmi imperiali», reproducido en este número de El Programa Comunista

(2) Cfr. Lenin, Imperialismo, fase superior del capitalismo, pág. n° 206,  Ediciones Progreso, Moscú 1973.

(3) Idem, cit.

(4)-Cfr. «Punti democratici e programmi imperiali», cit.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

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