Nota de lectura: El derrotismo universitario

 

(«El proletario»; N° 9; Enero -  febrero - marzo de 2016)

 

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Agustín Guillamón es un historiador que a lo largo de los últimos tiempos ha publicado numerosos libros, artículos y textos dedicados a desenterrar del olvido hechos y personajes que contradicen la versión oficial acerca de las convulsiones sociales que asolaron España durante las primeras tres décadas del siglo pasado. Durante varios años ha corrido de su cuenta la publicación de la revista Balance. Cuadernos de historia del movimiento obrero, a través de la cual ha querido dar a conocer  las corrientes revolucionarias que desarrollaron una crítica cercana a las posiciones del marxismo revo-lucionario ante los acontecimientos de España, así como a aquellas que, dentro del anarquismo, tendieron a alejarse de las posiciones que imperaban dentro del oficialismo de CNT y FAI. Sin duda su trabajo en el terreno de la publicación histórica le ha alejado de la escuela de falsificadores a sueldo del estalinismo y la socialdemocracia que han llenado de mentiras miles de libros y revistas sobre esos años. Pero el rigor que ha podido mostrar contra estas corrientes no le da patente de corso para lanzar él mismo una nueva versión acerca de la lucha de las escasas minorías que se opusieron abiertamente al encuadramiento del proletariado hispano en cualquiera de los frentes de la burguesía, especialmente cuando esta versión tiene visos de pretender ser, lejos del terreno de la investigación histórica al que está acostumbrado, una afirmación política respecto a la lucha de clase que el proletariado deberá librar hoy y mañana.

El pasado mes de noviembre Agustín Guillamón publicó en varios medios digitales un texto llamado Derrotismo revolucionario. En él, reproduciendo la estructura de los Hilos del tiempo1, pretende hacer una  valoración crítica sobre la aplicación de la táctica del derrotismo en la Guerra Civil y una especie de adecuación de la misma a los tiempos actuales.  Pero al contrario que en los Hilos, donde se muestra la continuidad histórica del oportunismo como función del combate que la burguesía libra contra el proletariado desde sus propias filas luchando por restaurar la doctrina marxista sobre sus verdaderas bases, Guillamón utiliza la forma de esta serie de artículos para despedazar cualquier tipo de continuidad histórica de la lucha de clase del proletariado haciendo de la excepción histórica y de la coyuntura concreta, excusas eternas de todas las corrientes anti marxistas, la justificación de sus posiciones.

En palabras de Lenin el derrotismo revolucionario es «la única consigna que llama coherentemente a la acción revolucionaria contra el propio gobierno durante la guerra» 2. El derrotismo revolucionario es, por lo tanto, la base material de la transformación de la guerra imperialista en guerra civil. Parte de los actos revolucionarios, de los actos de la lucha de clase del proletariado que no pueden frenarse sino que deben exacerbarse como consecuencia de la movilización que la clase burguesa  impone y busca la derrota del propio gobierno. Como táctica, por lo tanto, el derrotismo revolucionario parte de un principio político básico para el marxismo revolucionario: la lucha contra la colaboración entre clases, ya se dé esta en el terreno económico, en el terreno electoral o, como es el caso, en el terreno militar.  En 1.912 el manifiesto de Basilea, aprobado por unanimidad por todos los partidos socialdemócratas, estableció, para la guerra de 1.914 la táctica de la lucha revolucionaria de los trabajadores contra sus gobiernos a escala internacional. Dicha guerra, había previsto el mismo manifiesto, se libraría únicamente en aras de los beneficios capitalistas y por conveniencias dinásticas 3 y, continuando con la política expresada ya en el Congreso de la II Internacional de Stuttgart, establecía que, a la hora de estallar la guerra, «los socialistas deben aprovechar la crisis económica y política creada por ella para precipitar el hundimiento del capitalismo, es decir, aprovechar en beneficio de la revolución socialista las dificultades que la guerra causa a los gobiernos, así como la indignación de las masas»4. El derrotismo revolucionario no estaba claramente definido por la Segunda Internacional, que únicamente llama a los socialistas a «aprovechar» las dificultades que la guerra previsiblemente iba a causar. Fue Lenin quien materializó de manera bien precisa este «aprovechamiento»: el derrotismo revolucionario, en el planteamiento que defendió a capa y espada, estaba directamente vinculado con la perspectiva de la guerra civil y contra la guerra imperialista. El derrotismo revolucionario llevado a cabo por los proletarios en el ejército significaba debilitar a su «propio» ejército, fraternizando con los proletarios del ejército «enemigo», no siguiendo las órdenes, desertando, abandonando las líneas del frente, desorganizando el ejército burgués; en la vida civil  y en las fábricas, significaba romper la paz social, luchar en defensa de las necesidades de vida inmediatas, organizar huelgas contra la militarización de las fábricas y del conjunto de la vida fuera del ejército. Sin este tipo de lucha es imposible para el proletariado desarrollar la preparación revolucionaria prevista por el partido de clase, es decir, organizarse como clase también desde el punto de vista militar y, como es natural, esta preparación no puede tener lugar si no es gracias a la intervención política del partido de clase que ha conquistado una influencia decidida sobre los estratos más avanzados del proletariado.

Como es sabido los bolcheviques, el Partido Socialista Italiano y los socialdemócratas búlgaros fueron fieles al vago espíritu de las consignas de la socialdemocracia, pero sólo los bolcheviques aplicaron la consigna del derrotismo revolucionario mientras que el PSI y los socialdemócratas búlgaros no pasaron de negarse a votar los créditos de guerra, no dispusieron sus fuerzas para preparar al partido y al proletariado para la guerra civil (de hecho frente a la consigna del PSI «ni adherir ni sabotear» combatió la corriente intransigente de la izquierda de este partido defendiendo exactamente las mismas posiciones de Lenin).  Por su parte los grandes partidos de Francia y Alemania se alineaban con su propia burguesía llamando a la defensa de la patria agredida. En el momento decisivo estos partidos demostraron al no aplicar la táctica del derrotismo revolucionario  que realmente se situaban en el terreno de la colaboración entre clases, si bien esto podía haber sido escondido detrás de sus consignas formalmente marxistas de los años precedentes, y que no pensaban ni por asomo en la revolución proletaria como una alternativa posible, no porque esta no lo fuera objetivamente, sino porque ellos estaban dispuestos a combatirla hasta el final. De esta manera, la experiencia histórica de la Comuna de París y de la Revolución Rusa de 1.905 pasó a ser letra muerta y los principios del marxismo revolucionario (lucha intransigente contra la burguesía, guerra civil revolucionaria y dictadura del proletariado) un pesado bagaje del que librarse lo antes posible.

Esta es la historia de la táctica derrotista, veamos ahora cómo la entiende Guillamón: Para él, el derrotismo revolucionario «ya había sido utilizado esporádicamente durante la guerra franco-prusiana de 1.870». Deberá, para empezar, explicar cómo se utiliza una táctica «esporádicamente». Pero, sobre todo, deberá explicar por qué olvida en su artículo que la guerra franco-prusiana finalizó con el levantamiento del proletariado parisino, que se hizo con el poder instaurando la Comuna y rechazando por igual a ambos ejércitos contendientes finalmente aliados contra la clase revolucionaria. La guerra franco-prusiana muestra que el combate contra la burguesía mediante la lucha por la derrota del propio gobierno constituye, siempre, la única posición política mediante la cual el proletariado puede mantener su independencia de clase y sobre esta experiencia se levanta la constatación histórica de que el derrotismo revolucionario debe ser la táctica que el partido comunista aplique, siempre y en todo momento, cuando llega la hora de la movilización bélica. No es, por lo tanto, una experiencia esporádica, sino una realidad sangrante que no ha dejado de demostrarse, sobre todo cuando sus enseñanzas no han sido aplicadas, a lo largo de toda la historia del proletariado: la experiencia de la guerra franco-prusiana y de la Comuna de París constituye un mentís a toda la política posterior del oportunismo que ha puesto en primer lugar la colaboración del proletariado con la burguesía, a través del sometimiento a su Estado y a sus exigencias económicas, en cada ocasión. La sublevación parisina, en un primer momento, defendió París del ejército prusiano porque el ejército francés se había retirado de la capital y es en el momento en que el proletariado parisino impide la retirada de los cañones de la ciudad cuando entra en conflicto con su propio ejército. No se trata, por lo tanto, de una táctica que pueda ser identificada con el derrotismo revolucionario, que por lo demás no siempre es la única posición a defender por el proletariado en una guerra (en determinados países pudo ser de apoyo a la revolución burguesa o a su finalización). Precisamente es después de la Comuna de París que Marx y Engels, como después Lenin, sacan la lección de que en Europa, desde ese momento, la lucha del proletariado no tendrá ya como objetivo apoyar, aun manteniendo su independencia política y organizativa, la revolución burguesa contra el absolutismo sino el único y exclusivo de llevar a cabo su revolución de clase. Continúa Guillamón: el derrotismo revolucionario «obtuvo cierto éxito en Rusia, Alemania, Italia, Hungría, Rumanía… y en el verano de 1.917 amenazó seriamente al ejército francés con amotinamientos de regimientos enteros y deserciones en masa […]. Pero la táctica del derrotismo revolucionario demostró en Francia su incapacidad para poner fin a la guerra o desembocar en insurrecciones revolucionarias».  Para un historiador no está mal este olvido selectivo de la historia. Decir que el derrotismo «obtuvo cierto éxito en Rusia», donde la revolución barrió a dos gobiernos, el zarista y el de Kerensky, impulsada precisamente por la demanda de paz que expresaban los proletarios y las masas campesinas a través de su movilización continua sobre las cuales operó la táctica derrotista de los bolcheviques, implica o bien un desconocimiento de los rudimentos más elementales de la historia reciente o bien un deseo de relativizar el valor de la primera revolución triunfante que consiguió mantenerse en el poder. Que se trata del segundo caso lo demuestra el final de la cita: lo que Guillamón quiere demostrar es que la táctica del derrotismo revolucionario es inútil para el fin que se propone, es decir la toma del poder por parte del proletariado. Para ello relativiza la revolución en Rusia, la pone al mismo nivel que los motines de soldados en el frente francés, sobredimensionando la importancia de estos  y, finalmente, liquida el problema  afirmando que el derrotismo revolucionario no fue capaz de desembocar en insurrecciones , esca-moteando hechos históricos vitales. Lo que Guillamón quiere decir realmente  es que la Revolución Rusa, y por lo tanto la acción del Partido Bolchevique que la dirigió, no tuvo importancia, que realmente no fue una confirmación tanto de las previsiones teóricas como de la disposición práctica a la lucha de los comunistas revolucionarios porque, como se verá más adelante, Guillamón discrepa precisamente de las posiciones del marxismo revolucionario y combate todas las implicaciones políticas que se derivan de su confirmación a través de los acontecimientos de febrero y octubre en Petrogrado. Guillamón necesita hacer esto porque es la única manera de lograr la cuadratura del círculo y justificar su defensa, en condiciones muy similares, de las tendencias anarquistas que rechazaron colocarse sobre el terreno de la lucha consecuente contra todas las expresiones del dominio de la burguesía sobre el proletariado.

Llegado al centro del problema, el artículo de Guillamón pasa ahora a analizar las corrientes que en la Guerra Civil española intentaron aplicar el derrotismo revolucionario. En primer lugar trata el caso de la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista, agrupada en torno a la revista Bilan. Como es sabido este grupo estaba compuesto por militantes comunistas italianos que habían emigrado por trabajo o huyendo de la represión fascista en Italia. Se constituye en 1.928 como «Fracción de la Izquierda del Partido Comunista de Italia». La base teórica y programática de la Fracción está constituida sustancialmente por las Tesis de Lyon5 de la Izquierda y estas caracterizarán la actividad de la Fracción aun cuando –era inevitable- esta tome posiciones equivocadas. La fuerza de aquellos militantes residió en que nunca renegaron y que se batieron para mantener el hilo incluso físico de la tradición de izquierda. Desde su constitución, la Fracción se distinguirá de las otras Oposiciones de izquierda por el hecho de que no aceptará como denominador común el anti estalinismo sino que reivindicará la experiencia revolucionaria de la Internacional Comunista condensada en las tesis de sus dos primeros congresos6.  Transcribimos a continuación lo que Guillamón afirma sobre la Fracción y sus posiciones sobre España:

Bilan aplicaba un derrotismo abstracto e idealista, entre otras cosas porque no tenía capacidad para intervenir o influenciar mínimamente a la clase obrera española. No cabe despreciar o ridiculizar las tesis o posturas teóricas de la Fracción, pero sí que debe cuestionarse el carácter marxista de las mismas, porque un marxismo crítico sin capacidad operativa de intervenir en la realidad social e histórica no es marxismo: es filosofía. Aquellos que se obsesionan en la defensa a ultranza de Bilan caen en el idealismo, ya fustigado por Marx en la tesis número 11 sobre Feuerbach.

La Fracción Italiana de Izquierda comunista, que editaba Bilan en francés y Prometeo en italiano, consideraba que la guerra civil española era una guerra imperialista entre la burguesía democrática y la burguesía fascista. Las consignas de Bilan sobre sabotaje de la industria de guerra, confraternización en el frente con los fascistas, no tomar partido por ninguno de los bandos imperialistas en lucha, etcétera, eran unas consignas abstractas, ideológicas y en la práctica reaccionarias, cuyo principal defecto era su inoperancia, su falta de capacidad para convertirlas en acción práctica: eran papel mojado. Pero, eso sí, eran unas tesis teóricas muy brillantes, que lucían muy bien en las páginas de Bilan. Su aplicación práctica, absolutamente imposible para el grupúsculo de extranjeros de la Fracción, sin influencia alguna en la clase obrera barcelonesa o catalana, era de carácter reaccionario porque implicaba la colaboración con los fascistas y ayudarles a romper el frente republicano, abriendo las puertas al ejército de Franco.

Bilan sólo hizo lo único que podía hacer: defender sus posiciones sobre el papel.

 

PUNTO POR PUNTO

 

¿Cuál era ese «derrotismo abstracto e idealista» que defendía la Fracción?  La Fracción partía de la constatación de que la guerra de España se trataba de una guerra imperialista, es decir, que enfrentaba a dos facciones de la burguesía, vinculadas ambas con las principales potencias extranjeras, y que estas trataban de encuadrar a los proletarios en su frente de lucha contra el enemigo. Pese al ropaje izquierdista del Frente Popular y del gobierno Azaña, para la Fracción el Estado burgués en la zona republicana continuaba perteneciendo a la burguesía que simplemente esperaba el momento de liquidar definitivamente al proletariado en armas. Por lo tanto la Fracción llamaba a los proletarios españoles a negarse a intervenir en la contienda al servicio de la burguesía republicana, a negarse a abandonar su lucha de clase en favor de la lucha militar al servicio de un gobierno burgués. Por ello llamaba, igualmente, a que los proletarios de ambas zonas confraternizasen y presentasen resistencia, económica y política, a su encuadramiento en los frentes. Finalmente apelaba a los proletarios del resto de Europa para que, lejos de participar en los envíos de voluntarios a España, saboteasen el envío de armas y hombres a ambos bandos y luchasen contra su propia burguesía en defensa exclusiva de sus intereses de clase. Por supuesto que estas posiciones mantenidas a través de la revista Bilan no se corresponden con ningún tipo de dejación en la lucha, no suponen ninguna llamada a los proletarios a permanecer indiferentes. Así, en el artículo En  España: burguesía contra proletariado (Bilan, núm. 33, julio-agosto de 1936) se afirma: Por tanto, la alternativa no es, en forma alguna, o Azaña o Franco, sino burguesía o proletariado. Que uno de los dos socios sea vencido no impedirá que el que resulte realmente derrotado sea el proletariado, destinado a pagar los platos rotos de la victoria de Azaña o la de Franco. Lejos, pues, de poder permanecer indiferente ante los acontecimientos actuales, por el hecho de que la lucha se libre entre dos fracciones de la burguesía, el proletariado debe intervenir directamente en la situación, ya que sólo él es la apuesta de la batalla y sólo él será la víctima de la lucha de hoy»

Como se ve, llamar a estas afirmaciones abstractas e idealistas tiene poco fundamento, pero hacerlo mientras se afirma a continuación que el problema es que la Fracción no tenía capacidad para intervenir o influenciar mínimamente a la clase obrera española, es ridículo. De acuerdo a esta afirmación, únicamente no serían idealistas quienes sí pueden influenciar a los proletarios y, dado que quienes mayor influencia tuvieron entre ellos fueron las direcciones de CNT y FAI (Montseny y cia.), Guillamón pensará, siendo coherente con su argumento, que estas han sido las únicas no idealistas. El criterio de la mayoría, que es el criterio de lo posible, es el principal argumento que ha pesado en el haber del estalinismo y la socialdemocracia durante los últimos 80 años, toda su política contra revolucionaria ha tenido como justificación que esta era la única que la mayoría podía aceptar y Guillamón se sube ahora al carro de esta lógica para decirnos que la Fracción era «idealista y abstracta» porque no influenciaba al proletariado. Las causas del aislamiento de la Fracción, la contra revolución estalinista abatida sobre las posiciones de la Internacional de Lenin, la falsificación doctrinal del marxismo a cargo de los pretendidos líderes de mayorías, pasan para él como algo sin relevancia en su afán por justificar una crítica que, políticamente, es imposible mantener.

Finalmente Guillamón añade que las tesis de la Fracción, además de ser minoritarias luego idealistas, eran reaccionarias porque habrían hecho el juego a los fascistas. Hay que recordar, llegados a este punto, que este es el argumento más constante que se ha lanzado siempre contra los revolucionarios. Lo sufrió la Izquierda en la época en que dominaba la dirección del Partido Comunista de Italia y se negaba a colaborar con los Arditti en un frente único antifascista con organizaciones no proletarias; lo sufrió el POUM durante la campaña de descalificaciones del PCE y lo sufrieron, finalmente, los revolucionarios motejados de incontrolados cuando amenazaron con volver las armas contra la burguesía republicana en 1.937: hacerle el juego a los fascistas es un antídoto para combatir la clarificación política que la Fracción proponía al proletariado español con sus débiles fuerzas numéricas (pero con su gran fuerza teórica, habría que añadir). Lo cierto es que la colaboración bélica del proletariado con la burguesía, la disciplina en las fábricas, el envío de obreros a la masacre española… fueron los jalones en el camino de la contra revolución que permitieron llegar al exterminio de los revolucionarios, primero por los gobiernos de Caballero y Negrín y finalmente por la dictadura de Franco. A los proletarios españoles no les venció ni la Falange ni las tropas moras: ya estaban vencidos política y organizativamente por la acción combinada del gobierno republicano del Frente Popular y por la CNT-FAI cuando estos entraron en Barcelona o en Madrid. Estuvieron vencidos desde el momento en que depusieron sus armas de clase y tomaron las de la guerra junto a la burguesía, por eso la contra revolución fue infinitamente más dura y difícil de remontar que la acontecida en ocasiones anteriores, porque los proletarios le entregaron toda su fuerza revolucionaria a quien sólo buscaba aplastarlos. ¿O piensa Guillamón que a mayo de 1.937 se llegó únicamente por la traición  de los dirigentes obreros en los ministerios? ¿Habrá que recordarle que fueron los proletarios que habían cedido el poder en julio a la burguesía quienes, en perfecta coherencia con lo acontecido entonces, se retiraron de las barricadas? Todo el trabajo de la Fracción consistió en explicar cómo está derrota se aproximaba de manera inexorable, cómo la debilidad del proletariado español no se encontraba en unos líderes más o menos vendidos sino en su incapacidad para remontar la falsa dicotomía Azaña-Franco a través de la constitución de su partido de clase, dotado teóricamente para afrontar las batallas que tendrían lugar. Para Guillamón el frente republicano parece haber constituido la salvaguardia de la revolución… Bien, pues fue en nombre de este frente que Montseny y Oliver llamaron a cesar los combates de mayo. Y fue en nombre de este frente, que a los proletarios españoles se les presentaba de manera mil veces más legítima dada su historia como tal salvaguardia, que la clase obrera abandonó la lucha y fue posteriormente aniquilada. Guillamón, en el frente republicano no ve a proletarios de Barcelona luchando contra proletarios reclutados forzosamente por el gobierno de Burgos, sino a proletarios contra «fascistas». De la misma manera que los Noske, Ebert y demás presentaban, en la I Guerra Mundial, a los proletarios rusos como el demonio asiático buscando con ello que los proletarios alemanes no confraternizasen con ellos en las trincheras. Esto a Guillamón puede parecerle una cuestión «abstracta e idealista» pero sus consecuencias son bien claras: han equiparado a Guillamón con la propaganda a favor de la Unión Sagrada y este es un lodazal bien concreto y material.

En oposición al derrotismo de la Fracción, Guillamón opone el derrotismo concreto y real de los Amigos de Durruti, cuya breve existencia glosa en su artículo de manera detallada. Desgraciadamente nuestro articulista no ha entendido que en el balance de las victorias y de las derrotas del proletariado el meollo del problema nunca ha estado en oponer buenas ideas a malas ideas o en crear una escala de concreción y abstracción. Lejos de ello, el trabajo a realizar sobre la lucha histórica de la clase proletaria, que tiene sus puntos centrales en el estudio de las contra revoluciones, pasa por explicar los factores determinantes en la formación de las expresiones más acabadas de esta lucha (sus programas políticos). Pero Guillamón es completamente incapaz de realizar este trabajo y, en su artículo, buenos y malos se superponen con el fin de defender las tesis emanadas de su cabeza de especialista en la Guerra Civil. Así, los hechos se sobredimensionan o se minusvaloran según la conveniencia del autor pero jamás se explican, jamás se exponen en el contexto de sus circunstancias. Contrariamente al trabajo de la Fracción, que llenó cantidad de páginas con el fin de explicar los condicionantes históricos y políticos de la tragedia del proletariado español (y que se sintetizan en la trágica ausencia del partido de clase, por lo tanto de un programa y una acción ininterrumpida y consecuentemente revolucionaria a lo largo de las diferentes situaciones atravesadas), Guillamón salta de la Fracción a los Amigos de Durruti como si fuesen equiparables, como si estos últimos, forjados con un inmenso valor al calor de las derrotas de clase más inmediatas pero sobre una base teórica y programática increíblemente débil como era la del anarcosindicalismo, pudiesen representar lo mismo que la Fracción, cuya experiencia adquirida en un combate político de dos décadas le permitía afrontar los problemas de España en la perspectiva del triunfo internacional de la contra revolución y no sobre consideraciones coyunturales ceñidas únicamente a aquello que acontecía en el suelo ibérico. No se trata, insistimos, de que pueda colocarse a una corriente por encima de otra, no caemos en un error idéntico al de Guillamón, no colocamos todas las virtudes del lado italiano en detrimento del grupo español, simplemente explicamos las posiciones de unos y otros en función de la fuerza histórica que les había hecho surgir.

Guillamón afirma:Aquí no caben dudas, ni matices: Los Amigos de Durruti pusieron en práctica uno de los episodios de derrotismo revolucionario más sobresalientes de la historia del movimiento obrero y revolucionario: 800 milicianos abandonaron el frente de Aragón con las armas en la mano, para bajar a Barcelona con el objetivo de combatir por la revolución, fundando la Agrupación de Los Amigos de Durruti, que en mayo de 1937 intentó plantear una orientación revolucionaria a la insurrección obrera contra el estalinismo y el gobierno burgués de la Generalidad. Así fue y así sucedió. Los militantes de la Fracción, en París, se limitaban a pontificar en los artículos publicados en Bilan y Prometeo, con mayor o menor acierto, sobre esa lejana y ajena insurrección. Efectivamente el abandono del frente con las armas en la mano fue uno de los episodios más significativos de aquello que realmente estaba en juego en la Guerra Civil. De hecho lo fue porque rompió el frente republicano y dirigió a los proletarios más combativos hacia el nido de la burguesía catalana. Pero fue sólo un comienzo prometedor. Lo mismo que las jornadas de julio fueron sólo un comienzo prometedor. La hagiografía libertaria ha rellenado los huecos, que debiera haber ocupado el balance político ,con este tipo de comienzos, a los que sistemáticamente deja sin final porque le noquea aquel que realmente tuvieron en la medida en que se opone frontalmente a sus principios. Los Amigos de Durruti se dirigieron a Barcelona, participaron en las jornadas de mayo, buscaron casi en solitario romper  con la política de colaboración entre clases e intentaron mantener vivo el espíritu revolucionario cuando la represión burguesa republicana se abatió sobre el proleta-riado. Representaron la más sana reacción contra la política anti proletaria de la CNT-FAI de entre los cuadros de estas organizaciones. Pero lamentablemente esta reacción fue incapaz por sí misma de superar, aún en el restringido círculo de los militantes confederales que habían pasado por la experiencia del abandono del frente y la lucha en las barricadas, la carencia de una perspectiva política clara acerca de las necesidades que el combate contra la burguesía planteaba.

Leemos en la octavilla difundida por Los Amigos de Durruti en las barricadas durante las jornadas de mayo: Una Junta revolucionaria.  -  Fusilamiento de los culpables. Desarme de todos los Cuerpos armados. Socialización de la economía. Disolución de los partidos políticos que hayan agredido a la clase trabajadora.   Es decir, en el momento en que la contra revolución mostraba abiertamente su verdadera cara, cuando la alternativa para el proletariado  era la toma definitiva del poder y la liquidación de la burguesía o la derrota, los Amigos de Durruti únicamente fueron capaces de consignar unas proclamas poco precisas: ¿Qué Junta revolucionaria? ¿Para qué? ¿Constituida por quién? ¿Qué hacer con los frentes militares?, etc. En un momento en el que los proletarios en armas defendían las barricadas contra las fuerzas armadas del Estado burgués, este se dejaba intacto incluso en la propaganda del grupo más avanzado de los militantes cenetistas. ¿Culpables? En la historia no existen ni los culpables ni los inocentes, los límites del proletariado español en su encrucijada decisiva son achacables al conjunto de su historia, jamás a ningún grupo o individuo en particular, especialmente si stos se batieron con  el coraje y el odio de clase de los que hicieron gala Los Amigos de Durruti. Pocas semanas después del fin de los sucesos de mayo, los Amigos de Durruti lanzaron su folleto Hacia una nueva revolución. En el capítulo titulado Nuestra posición, afirman: Somos enemigos de la colaboración con los sectores burgueses. No creemos que se pueda abandonar el sentido de clase. Los trabajadores revolucionarios no han de desempeñar cargos oficiales ni han de aposentarse en los ministerios. Se puede  colaborar mientras dure la guerra en los campos de batalla, en las trincheras, en los parapetos y produciendo en la retaguardia.

Guillamón debería entender que estas líneas también son un hecho, bien concreto y material: Los Amigos de Durruti, lejos de adoptar teórica y políticamente la táctica del derrotismo revolucionario, llaman al proletariado a combatir en los frentes de la burguesía, a producir para la industria de guerra.  Tras su marcha del frente, los trabajadores que constituyeron Los Amigos de Durruti no supieron llevar hasta sus últimas consecuencias programáticas las conclusiones acerca de la realidad que padecían y cayeron, una vez más, incluso después de que la reacción burguesa se llevase por delante la vida de cientos de revolucionarios, en la política de la colaboración con la burguesía. Sus llamamientos a una Junta Revolucionaria, si quieren equipararse a algo parecido a la consigna toma del poder, ha de reconocerse que son sumamente abstractos; su posición respecto a la guerra no es precisamente derrotista; finalmente su misma posición respecto a las fuerzas colaboracionistas es completamente ambigua (los trabajadores no deben desempeñar cargos oficiales, pero ¿qué se hará con los propios cargos oficiales?, etc.)

Finalmente, después de dar un pequeño repaso al derrotismo en la II Guerra Mundial que convierte a su artículo, definitivamente, en un cúmulo de vaguedades que no van más allá de la anécdota histórica, Guillamón «propone» los nuevos campos para el derrotismo revolucionario:

 

En la actualidad de la guerra de clases en curso el derrotismo revolucionario tiene cinco frentes abiertos:

 

1.- El de las tropas nacionales operando en otros países en las llamadas misiones de paz.  ¿Qué intereses defienden si no son los del capital financiero internacional? ¿Qué paz pueden ofrecer legionarios, policías, mercenarios y similares?

2.- Tras la magnificación de la amenaza terrorista islámica o antisistema se esconde la elaboración de una ofensiva política y militar contra todas las libertades y derechos democráticos de los países occidentales. A medio plazo recortes sociales y libertades son incompatibles. Las distintas leyes mordaza o antiterroristas son el inicio del camino hacia un autoritarismo político sin límites, que desemboca en dictaduras más o menos camufladas con inocentes adornos democráticos y elecciones entre lo malo y lo peor.

3.-  Las prohibiciones estatales a las migraciones son matanzas en masa y una burla a los refugiados políticos.

4.- La guerra social contra los marginados, parados y precarios toma hoy la forma de una guerra del Estado contra los sectores más desfavorecidos de sus pueblos, que tiene sus campos de batalla en los barrios y los guetos.

5.- La táctica derrotista contempla hoy la disolución de todos los ejércitos, de todas las policías, de todas las fronteras, de todos los Estados, como única solución de supervivencia para todos aquellos que no tienen ningún poder de decisión sobre sus propias vidas y que padecen la burla de unas elecciones en las que se eligen unos representantes que no pueden hacer otra cosa, sea cual fuere su voluntad, que fortalecer al sistema y aplicar su lógica destructiva y antipopular en defensa de las multinacionales y el capital financiero.

 

Guillamón, lejos de cualquier esfuerzo por concretar sus posiciones, pasa por encima de unas precisiones obligadas a la hora de abordar los puntos que propone. Olvida explicar que las tropas nacionales defienden antes que nada los intereses del  capitalismo nacional y los de los capitalistas aliados de los otros países, contra los intereses nacionales e internacionales del país en el cual la «misión de paz» interviene. Olvida también que las intervenciones militares camufladas como «misiones de paz» y que responden a los intereses de los países que envían sus propias tropas a países sacudidos por guerras locales en las cuales siempre se ve la patita de cualquier potencia imperialista, encuentran actualmente su «justificación» más frecuente en las amenazas del terrorismo islámico, cosa que sirve como pretexto tanto para intervenir en las zonas consideradas de interés «vital» para el imperialismo como de justificación para reforzar aún más el régimen político y social autoritario que subsiste como norma –aun revestido de leyes y velos democráticos- desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Los países capitalistas avanzados no tienen necesidad del «terrorismo islámico» para devenir autoritarios, pero tienen interés en alimentar la ilusión democrática y la «necesidad» de democracia cada vez más a medida que se vuelven más autoritarios. Resulta significativo que quien reprende a revolucionarios que pusieron a prueba la fuerza histórica de sus convicciones en durísimas batallas históricas, por ser abstractos y poco concretos, «olvide» él mismo ser concreto en un terreno tan importante como el de su propia actualización del derrotismo revo-lucionario. Pero merece la pena, además de señalar este hecho, detenerse en el punto quinto de su actualización. De acuerdo a este  la disolución de los ejércitos, etc. sería la única vía para que las masas desposeídas puedan sobrevivir. Surge, espontáneamente, una pregunta: ¿cómo harán las masas que hoy no tienen ningún poder de decisión sobre sus vidas para aplicar una táctica capaz de disolver el complejo del Estado burgués, erigido en defensa de los intereses capitalistas y de la clase dominante, con sus ejércitos y policías, cuando no son capaces ni siquiera de luchar con medios y métodos clasistas por la defensa exclusiva de sus intereses de clase? Y aún hay otra observación más importante que hacer: el derrotismo revolucionario, una vez rota la paz social y bajo la influencia política del partido de clase, es una táctica que se apoya sobre organizaciones sociales clasistas del proletariado (asociaciones económicas, comités y coordinadoras locales y nacionales, etc.) que sirven para desorganizar las fuerzas de defensa de la clase dominante (tanto militares como económicas y sociales), pero que por sí mismas no pueden ser resolutivas porque tienen necesidad de la preparación revolucionaria.

El derrotismo revolucionario no es una prolongación de la ideología del desarme, ideología del todo impotente y desviante; es en realidad un componente de la lucha de clase del proletariado que reacciona ante la política de guerra de la burguesía y que, desorganizando las fuerzas económicas, sociales y militares de la burguesía desorganiza en parte también a las fuerzas proletarias haciendo imperiosa la necesidad vital de organizarse contra atacando: de la defensiva el proletariado pasa a la ofensiva.

Elevar himnos a la disolución de todos los ejércitos, de todas las policías, de todos los Estados, es negar que la toma del poder por parte del proletariado tenga necesidad de un encuadramiento militar y de la insurrección violenta y que una vez conquistado el poder político, la instauración de la dictadura proletaria requiere que sobre los escombros del Estado burgués y de las instituciones militares se erija el Estado socialista que se deberá dotar de una policía  y de una magistratura para luchar contra todas las tentativas de las clases dominantes abatidas para levantar la cabeza. Y de que se forme el ejército rojo para combatir los ataques externos por parte de los ejércitos de las burguesías capitalistas que aún se mantienen en el poder.

Guillamón piensa que el derrotismo revolucionario es un descubrimiento mágico que, colocado junto a una serie de temas candentes elegidos según el criterio del telediario, le puede dar la pátina de político revolucionario que le falta una vez completada su misión en el terreno de la crítica histórica. El derrotismo revolucionario es la táctica que, en tiempos de guerra, defiende el partido comunista para tratar de abatir a la propia burguesía teniendo en cuenta tanto las modificaciones que en el terreno de la lucha entre las clases genera la propia guerra como las posibilidades que pueden aparecer en esta lucha en función del desarrollo de la contienda bélica. Como tal táctica, desciende de unas posiciones políticas (no colaboración entre clases, lucha por la toma del poder, etc.) que tienen sus aplicaciones tácticas en muchas otras facetas de la guerra entre clases (abstencionismo revolucionario para el terreno parlamentario, lucha en defensa únicamente de los intereses proletarios en el terreno del enfrentamiento económico, etc.).  Además, como tal táctica, es útil porque responde a un trabajo de fijación clara de sus objetivos que desciende del plano general de la teoría hasta el más concreto de la definición práctica. De poco vale una táctica que suponga responder con los elementos característicos de la respuesta al encuadramiento militar del proletariado ante, por ejemplo, «la guerra social contra los marginados» (¿se puede ser más abstracto que Guillamón al confundir al proletariado con toda esta serie de caracterizaciones de tipo sociológico?) problema que tiene una serie de características propias y que debe ser abordado, con el mismo espíritu que caracteriza al derrotismo revolucionario, pero sin equiparar la respuesta necesaria a este porque no son lo mismo.

Guillamón ha escrito un pésimo artículo de historia con el que ha pretendido justificar sus salidas de tono políticas. Piensa que su rúbrica de historiador especializado justifica cualquier posición salida de su caletre sin que esta requiera ser verificada políticamente de acuerdo al balance histórico de la lucha de la clase proletaria. Por lo tanto tendrá éxito entre aquellos que padecen la enfermedad social de buscar remedios sencillos a una situación complicada y que además quieren remozar esta enfermedad con unas dosis de esnobismo histórico. Pero para el proletariado, inmerso en una crisis política que le impide romper las bridas que le ayuntan a su enemigo histórico, estas boutades de intelectual no  significan más que un peso muerto del que librarse sin contemplaciones.

 


 

1. Los artículos de la serie «Sobre el hilo del tiempo» escritos por Amadeo Bordiga como contribución a la lucha de nuestro partido contra toda forma de oportunismo que ha intoxicado y continúa intoxicando a la clase proletaria, se publicaron anónimamente, como cualquier otro artículo, en el periódico del partido, cuyo nombre era Battaglia Comunista hasta octubre de 1.952 e Il Programma Comunista desde octubre de 1.952 en adelante. Su estructura tenía generalmente dos secciones: un «Ayer» en el cual se traían los argumentos y las posiciones del oportunismo característico del periodo histórico previo a la revolución rusa de 1.917 y a la formación de los partidos comunistas, por lo tanto reformista y socialdemócrata, y un «Hoy» en el cual se reportaban los argumentos y las posiciones del oportunismo característico del periodo histórico contemporáneo, por lo tanto estalinista y nacionalcomunista.

2. Sobre la derrota del propio gobierno en la guerra imperialista, Lenin, Obras escogidas. Ed. Progreso, Moscú, 1.977.

3. Lenin, el socialismo y la guerra, Ediciones en Lenguas extranjeras, Pekín 1.970.

4. Ibid.

5. Publicadas en El Programa Comunista nº  34-35, abril de 1.980

6. Ver Il Partito Comunista Internazionale nel solco delle battaglie di classe della Sinistra Comunista en el tormentato camino della formazione del partito di classe, Ediciones Il Comunista, 2010.

 

 

Partido comunista internacional

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