Tesis para la propaganda entre las mujeres (extracto)

III Congreso de la Internacional Comunista - Julio de 1921

 

(«El proletario»; N° 11; Agosto - septiembre - octubre de 2016)

 

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I. […] Partiendo del punto de vista de que la lucha por la dictadura del proletariado está a la orden del día en todos los Estados capitalistas y que la construcción del comunismo es la tarea actual en los países en que la dictadura está ya entre las manos de los obreros, el III Congreso de la Internacional Comunista declara que, tanto la conquista del poder por el proletariado como la realización del comunismo en los países que han derrocado ya la opresión burguesa, no pueden ser realizadas son el apoyo activo de la masa del proletariado y del semiproletariado femenino.

Por otra parte, el Congreso llama una vez más la atención de las mujeres sobre el hecho de que, sin el apoyo de los Partidos Comunistas, no son realizables las iniciativas que tienen como finalidad la liberación de la mujer, el reconocimiento de su igualdad personal completa y su liberación verdadera.

 

II. El Interés de la clase obrera exige en este momento con una fuerza particular la entrada de las mujeres en las filas organizadas del proletariado que combate por el comunismo; lo exige en la medida en que la ruina económica mundial se hace cada vez más intensa e intolerable para toda la población pobre de las ciudades y de los campos, y en la medida en que, ante la clase obrera de los países burgueses capitalistas, la revolución social se imponer inevitablemente, mientras que ante el pueblo laborioso de la Rusia Soviética se presenta la tarea de reconstruir la economía nacional sobre nuevas bases comunistas. Estas dos tareas serán tanto más fácilmente realizables cuanto que las mujeres tomen ellas una parte más activa, más consciente y voluntaria.

 

III. En todas partes donde la cuestión del poder se plantea directamente, los partidos comunistas deben saber apreciar el gran peligro que representan en la revolución las masas inertes de las obreras no arrastradas al movimiento, las mujeres de casa, las empleadas y campesinas no liberadas de las concepciones burguesas, de la Iglesia y de los prejuicios y no ligadas por un lazo dado al gran movimiento de liberación que es el comunismo. Las masas femeninas de Oriente y de Occidente no arrastradas por este movimiento constituyen inevitablemente un apoyo para la burguesía, y un objeto para su propaganda contrarrevolucionaria. La experiencia de la revolución húngara, en el curso de la cual la inconsistencia de las masas femeninas ha jugado un papel tan triste, debe servir de aviso al proletariado de los países atrasados que entran en la vía de la revolución social.

La práctica de la República Soviética ha mostrado en los hechos cuán esencial es la participación de la obrera y de la campesina en la defensa de la República durante la guerra civil como en todos los dominios de la organización soviética. Se conoce la importancia del papel que las obreras y las campesinas han jugado ya en la República Soviética, en la organización de la defensa, en el reforzamiento de la retaguardia, en la lucha contra la deserción y contra todas las formas de la contrarrevolución, etc.

La experiencia de la República Obrera debe ser aprendida y utilizada en los otros países.

De todo lo que acabamos de decir se deriva la tarea inmediata de los Partidos Comunistas: extender la influencia del Partido y del comunismo entre las vastas capas de la población femenina de su país, por medio de un órgano especial que funcione en el interior del Partido y con métodos particulares que permitan abordar más fácilmente a las mujeres para sustraerlas de la influencia de las concepciones burguesas y de la acción de los partidos coalicionistas, para hacer de ellas verdaderas combatientes por la liberación total de la mujer.

 

IV. Al imponer a los Partidos Comunistas de Occidente y de Oriente la tarea inmediata de reforzar el trabajo del Partido entre el proletariado femenino, el III Congreso de la Internacional Comunista muestra al mismo tiempo a los obreros del mundo entero que su liberación de la injusticia secular, de la esclavitud y de la desigualdad, no es realizable sino por la victoria del comunismo.

Lo que el comunismo dará a mujer no puede dárselo en ningún caso el movimiento femenino burgués. Mientras exista la dominación del capital y de la propiedad privada, no es posible la liberación de la mujer.

El derecho electoral no suprime la causa primera del sometimiento de la mujer en la familia y en la sociedad. Y no le da solución al problema de las relaciones entre los dos sexos. La igualdad no formal, sino real de la mujer sólo es posible bajo un régimen en que la mujer de la clase obrera sea la dueña de sus instrumentos de producción y de repartición, tomando parte en su administración y llevando la obligación del trabajo en las mismas condiciones que todos los miembros de la sociedad trabajadora; en otros términos, esta igualdad sólo es realizable después del derrocamiento del sistema capitalista y de su sustitución con las formas económicas comunistas.

Únicamente el comunismo creará un estado de cosas en el que la función natural de la mujer, la maternidad, no estará en conflicto con las obligaciones sociales y ya no impedirá su trabajo productivo en provecho de la colectividad. Pero el comunismo es al mismo tiempo la meta final de todo el proletariado. Por consiguiente, la lucha de la obrera y del obrero por este fin común debe ser llevada, en interés de los dos, en común e inseparablemente.

 

V. El III Congreso de la Internacional Comunista confirma los principios fundamentales del marxismo revolucionario según los cuales no existen cuestiones «especialmente femeninas»; toda relación de la obrera con el feminismo burgués, de igual modo que todo apoyo aportado por ella a la táctica de medias medidas y de franca traición de los socialcoalicionistas y de los oportunistas no hace más que debilitar las fuerzas del proletariado y, al retrasar la revolución social, impide al mismo tiempo la realización del comunismo, es decir, la liberación de la mujer.

No llegaremos al comunismo más que por la unión en la lucha de todos los explotados, y no por la unión de las fuerzas femeninas de las dos clases opuestas.

Las masas proletarias femeninas deben, en su propio interés, defender la táctica revolucionaria del Partido Comunista y tomar la parte más activa y directa en las acciones de masas y en la guerra civil en todas sus formas y bajo todos sus aspectos, tanto en el marco nacional como a escala internacional.

 

VI. La lucha de la mujer contra su doble opresión: el capitalismo y la dependencia familiar y casera, debe tomar en la próxima fase de su desarrollo, un carácter internacional, transformándose en lucha del proletariado de los dos sexos por la dictadura y el régimen soviético bajo la bandera de la III Internacional.

 

VII. Al disuadir a las obreras de todos los países de toda clase de colaboración y de coalición con las feministas burguesas, el III Congreso de la Internacional Comunista las previene al mismo tiempo de que todo apoyo suministrado por ellas a la II Internacional o a los elementos oportunistas que la aproximan, no puede dejar de causar el mayor daño a su movimiento. Las mujeres deben recordar siempre que su esclavitud tiene sus raíces en el régimen burgués. Para acabar con esta esclavitud, hay que pasar a un orden social nuevo.

Al defender a las Internacionales II y II ½ y a los grupos análogos, se paraliza el desarrollo de la revolución, se impide, por consiguiente, la transformación social al alejar la hora de la liberación de la mujer. Cuanto más se alejen las masas femeninas con decisión y sin retorno de la II Internacional y de la Internacional II ½, más asegurada estará la victoria de la revolución social. El deber de las mujeres comunistas es condenar a todos aquellos que temen la táctica revolucionaria de la Internacional Comunista y aplicarse firmemente para hacerlos excluir de las filas compactas de esta.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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