De nuevo el proletariado inmigrante marca el camino

 

(«El proletario»; N° 12; Noviembre - diciembre de 2016 / Enero de 2017)

 

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Durante la noche que va del día 18 al día 19 de este mes y durante la mañana del mismo 19, un grupo de unos 40 inmigrantes argelinos se ha amotinado en el Centro de Internamiento de Extranjeros de Aluche, en Madrid. Por la noche, parece ser que aprovechando la escasa presencia de policía en el Centro (ya que estaba toda vigilando el partido de fútbol del Real Madrid), taparon las cámaras de videovigilancia, forzaron las puertas y subieron a la azotea, donde permanecieron 11 horas bajo la lluvia con el fin de hacer escuchar sus exigencias: libertad y dignidad de trato para los allí encarcelados. El tipo de protesta no es nuevo: repite la forma de plantear las exigencias que los presos comunes utilizaron durante toda la Transición entre otros lugares en la cárcel de Carabanchel, en cuyas antiguas instalaciones se encuentra el CIE.

Hace escasos días, en Murcia, varios  inmigrantes encerrados en el CIE de Murcia lograban escapar y darse a la fuga. Y es que las condiciones de vida en estas auténticas cárceles son terribles: los inmigrantes que son llevados allí por la Policía pasan varios meses seguidos encerrados, sin saber cuándo saldrán o si serán deportados de vuelta a sus países de origen. Además, la privación de libertad la padecen entre el frío del invierno y el calor sofocante del verano en centros hacinados que no están habilitados para proporcionar unas condiciones higiénicas mínimas. Legalmente, el CIE se sitúa en el limbo: los encerrados no son culpables de ningún delito, posiblemente no sean expulsados del país (menos de la mitad), están vigilados 24 horas al día por la Policía Nacional sufriendo sus abusos… En estas condiciones, protestas y motines de menor intensidad que el de estos días, son mucho más corrientes de lo que muestran los medios de comunicación.

Los CIE son, sobre todo, una medida de coacción que utiliza el Estado para amedrentar a los proletarios inmigrantes que no tienen sus papeles de residencia en regla y por lo tanto contra todos los proletarios inmigrantes que en cualquier momento pueden perder los papeles y con ellos su condición legal en España. Son una amenaza continua que pende continuamente sobre sus cabezas: si son hallados sin la documentación en cualquier control policial, pasan inmediatamente a este tipo de cárceles ilegales donde, básicamente, serán encerrados durante varios meses sin saber qué será definitivamente de ellos. Durante los años de bonanza económica, cuando centenares de miles de proletarios provenientes de América Latina y África eran empleados en los boyantes negocios de la construcción, el mantenimiento de infraestructuras, la industria agroalimentaria, etc. poco o nada se oía hablar de los CIE. Entonces las facilidades de entrada en el país para los inmigrantes, según el número que exigía el capital para utilizarlos en sus empresas, se complementaron con una regularización masiva de todos los proletarios inmigrantes que, en 2005, pudieran demostrar que llevaban un año trabajando en España. Por supuesto que esta regularización no fue gratuita: el mantenimiento de la residencia se vinculaba a una revisión cada dos años cuyo resultado dependía de que se conservase el empleo. Es decir, si no se trabajaba, si no se era útil para la economía nacional, no se obtenía el derecho de residencia y se corría el riesgo de ser expulsado. A esto se redujo el carácter «humanitario» de la reforma del Partido Socialista que, según decía, buscaba «acabar con la inmigración ilegal». Por supuesto que, pese a poder obtener una regulación de su status legal en el país, los proletarios inmigrantes no dejaron de sufrir las mil y una humillaciones cotidianas que el capital reserva a sus esclavos más débiles: retenciones arbitrarias, chantajes por parte de los empresarios aceptados para no perder los papeles, contratos fraudulentos, etc. Los proletarios inmigrantes eran utilizados para, en medio del boom económico, mantener los salarios estables, es decir, bajos, para introducir nuevas modalidades de contratación irregulares en sectores como la construcción, para sortear los límites que el Derecho Laboral impone a la explotación de los proletarios autóctonos, etc. No sólo han sido mano de obra barata, han sido la mano de obra con la cual, mediante una opresión brutal y unos niveles de explotación elevadísimos, el capital ha logrado abaratar el resto de la mano de obra, introduciendo además una fuerte división entre proletarios autóctonos e inmigrantes que ha servido y sirve para espolear la propaganda burguesa que afirma que el deterioro de las condiciones de vida y de trabajo de los trabajadores españoles se debe a la entrada de inmigrantes… que la misma burguesía había favorecido.

Todas estas humillaciones cotidianas, la intensa explotación, la opresión a manos de la Policía y el resto de instituciones del Estado, se agravaron con el estallido de la crisis capitalista. Entonces los proletarios inmigrantes se convirtieron en mano de obra sobrante, innecesaria para unos negocios en franco declive. Por supuesto, la renovación del permiso de residencia se acabó para aquellos que perdieron el trabajo, muchos de los cuales se vieron forzados a abandonar el país mientras que muchos otros fueron directamente expulsados.

Para los que se quedaron, la burguesía dispuso de nuevas y más duras medidas legales destinadas a atemorizarles y mantenerles controlados.Sujetos a las mayores privaciones, arrastrando a sus espaldas una huida de sus países en la cual se juegan la vida a diario, utilizados como moneda de cambio según el curso de la economía nacional (van bien los negocios, represión de bajo nivel; van mal, represión intensa) los proletarios inmigrantes encarnan no sólo la realidad más lacerante del proletariado en el mundo capitalista, sino también el futuro de los propios proletarios autóctonos que hoy son ajenos a las protestas y motines.  Ellos marcan la tendencia de aquello que, más pronto que tarde, se impondrá a todos los proletarios: explotación brutal en el puesto de trabajo, abandono a su suerte cuando este se pierde. La crisis capitalista de la cual la burguesía afirma haber escapado ya, ha dejado detrás de ella un proceso inexorable de liquidación de los amortiguadores sociales que permitían a los proletarios escapar de la miseria que habitualmente les ha amenazado a cada paso. El recuerdo de las garantías sociales que lograban mantener la cohesión social y la política de colaboración entre clases encabezada por los sindicatos y partidos pseudo obreros, pasa cada vez más a la historia a medida en que los últimos resortes de estas garantías son eliminados. Pero era este llamado Estado del Bienestar el que diferenciaba a los proletarios de los grandes centros capitalistas diferenciarse del resto de proletarios del mundo. Esta era la civilización que Europa y América del Norte habían logrado a diferencia de África, Asia o América del Sur. Hoy la situación de los proletarios inmigrantes que han accedido a las fortalezas imperialistas de Europa o Norteamérica muestra que el capitalismo acabará con cualquier traba que aparece en el camino para remontar su crisis, con cualquier obstáculo para recuperar el nivel de beneficios que exige. Los proletarios de España, Francia, Italia, Alemania, Grecia… deben tomar buena nota de aquellos a quienes se encierra en cárceles clandestinas porque han perdido su trabajo. Es una advertencia que les muestra cuánto valen ellos realmente para el capital cuando este no les necesita. No pasará mucho tiempo hasta que los experimenten en su propia piel.

El motín del CIE de Madrid no es la primera manifestación de rabia que protagonizan los proletarios inmigrantes. Además de las decenas de pequeñas protestas dentro de estas cárceles, se cuentan los disturbios de Salou de hace un año, cuando inmigrantes dedicados a la venta ilegal de mercancías se enfrentaron durante horas a la policía después de que esta provocase la muerte de uno de ellos. Están también los motines en los Centros de Estancia Temporal (CET) situados en Ceuta y Melilla, donde los inmigrantes son arrojados una vez que consiguen pasar la frontera de Marruecos. O los intentos de organización de los vendedores ambulantes en Barcelona, que recientemente han constituido el Sindicato de Manteros, acto que les ha valido ya una dura represión por parte del Estado con la aquiescencia del Ayuntamiento del Cambio de Ada Colau

Pero junto a esta advertencia, los proletarios autóctonos deberán tomar nota de cuál es la respuesta que sus hermanos de clase inmigrantes están dando a la situación especialmente dura que padecen. Es cierto que motines como el de Madrid son actos desesperados, pero ¿acaso la situación para la clase proletaria no se vuelve cada vez más desesperada?  De estos actos, espontáneos, no organizados y por lo general derrotados, los proletarios deben sacar la lección de que únicamente mediante la lucha de clase, comenzando por la lucha que une en defensa de las condiciones de existencia inmediatas a los proletarios de todos los orígenes, pueden lograr mejoras en su situación. Los amotinados de Madrid han conseguido hacerse oír, han suscitado simpatía entre otros proletarios y seguramente disfruten de ahora en delante de unas condiciones mejores… Ese es el ejemplo que han dado. Y aunque su victoria sea temporal, como tantas otras, debe servir para que la lucha organizada de la clase obrera resurja y se haga fuerte, rompiendo con las bridas que la política de colaboración entre clases impone a los proletarios hacer todos los sacrificios, sufrir todas las penurias y aceptar ciegamente un destino cada vez más oscuro.

 

Por el retorno del proletariado a la lucha clasista.

Por la lucha en defensa exclusiva de los intereses del proletariado.

Por la unión de clase que acabe con las distinciones de raza, nacionalidad, sexo o edad.

¡Viva la lucha de los proletarios encarcelados en los CIE!

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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