Lee EL PROLETARIO

 

(«El proletario»; N° 15; Sept. - Oct. - Nov. de 2017 )

 

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En una entrevista publicada poco antes de las pasadas elecciones generales, Alberto Garzón, jefe del Partido Comunista de España y diputado por Podemos-UP, a una pregunta sobre sus lecturas habituales declaró que había leído el Manifiesto Comunista entero dos veces y que, además, (¡además!) lo había utilizado muchas otras para sus trabajos académicos. La respuesta da idea del grado de degradación al que han llegado los epígonos del estalinismo, que presumen incluso de su propia incapacidad haciéndola pasar por virtud.

Recordamos (sin nostalgia) los tiempos en que los líderes intelectuales del estalinismo sí habían leído a Marx y Engels. Por lo menos tanto como les era necesario para luchar contra ellos día a día. Entonces los grandes tergiversadores, los popes ideológicos que realizaban la tarea de falsificación y corrupción de las posiciones del marxismo revolucionario, lo primero que hacían era mostrarse a sí mismos como los verdaderos conocedores de esta doctrina y como sus únicos intérpretes. Para ello, claro, tenían que leer más de dos veces. Y esto en España, país tradicionalmente poco dado a la lectura y mucho menos entre los capitostes políticos. Piénsese en Alemania o Italia, países donde aquellos que encabezaron la lucha contra revolucionaria sobre el plano teórico, partícipes de la socialdemocracia o del estalinismo, tenían la talla de un Kautsky o un Gramsci.

La afirmación de Alberto Garzón, que debe ser de las pocas que hace sin mentir, da noción no sólo de la talla del personaje, por lo demás incapaz incluso de dirigir un partido en declive como Izquierda Unida, sino del profundo abismo en el que ha caído la clase proletaria. En su momento, cuando los intelectuales del partido estalinista debían hacer un esfuerzo por reconfigurar a gusto de la burguesía las posiciones del marxismo, debían esforzarse para ello en  la medida en que estas todavía no habían sido arrancadas de entre los proletarios: eran tiempos en los que en la vida social del proletariado no se había podido falsearla realidad del enfrentamiento con su enemigo de clase y, por lo tanto, era más difícil hacer pasar el blanco por negro sin esperar que algún sobresalto en forma de lucha, de enfrentamiento con la burguesía, etc. pusiera de relieve la mentira.

Hoy, a la traición de las diferentes oleadas oportunistas, a la traición socialdemócrata, estalinista y a todos sus derivados, se les añade el hecho de que aquellos en quienes estas se personificancreen que no necesitan un sistema de mentira y falsificación tan desarrollado. Sus propios jefes se enorgullecen de haberse librado incluso del dogmatismo que en su momento criticó al «dogmático marxismo». Y dicen hablar, sólo, de lo que «la gente» piensa, «la gente» vive o «la gente» hace. En fin, le dicen al proletariado que ya ni siquiera es necesario hacer el esfuerzo de estudiar el marxismo para poder extraer «lo bueno» (desechando lo malo, se entiende) que pudo tener, que bastan dos lecturas para entresacar lo útil y que más sería demasiado, por difícil y tedioso.

Tras esto se esconde una doble función de su rol de jefes de la alianza oportunismo-burguesía: por un lado presentan al marxismo como una compleja teoría cultural que tiene su sitio en las universidades, entre especialistas de sociología, economía, historia o filosofía. Por otro lado, piensan que, incluso para ellos, para su trabajo diario entre los proletarios, basta con aprender dos o tres lecciones básicas en las aulas para presentar unas fórmulas aguadas y suavizadas. Lo cierto es que con esto les basta y ellos mismos no suelen ser personas muy laboriosas más allá del fascinante mundo del politiqueo personalista.

Pero el marxismo no es un perro muerto, por mucho que estos señores se esfuercen, una y otra vez, por encerrarlo en el desván. El marxismo no son dos autores fallecidos que pensaron mucho y muy bien pero cuyo tiempo acabó ya. Tampoco es una doctrina universitaria que pueda usarse a gusto del profesor de turno para ganarse la cátedra y, de paso, la admiración bobalicona de los alumnos. Y el marxismo, por supuesto, no es una corriente cultural que explique algunas cosas de la sociedad moderna y que pueda ser completado a gusto del escritor de turno.

Como decimos en este mismo número, siguiendo a unos grandes marxistas, el marxismo es la ciencia que estudia las condiciones de emancipación del proletariado. Como tal ciencia, debe ser leída, estudiada, trabajada. Ciertamente esto hoy no es sencillo. A la escasez de textos y libros que perpetúan las editoriales que tradicionalmente editan a Marx, Engels o Lenin, se suma la abrumadora cantidad de explicaciones, resúmenes, estudios… sobre algún punto del marxismo que el autor considera demasiado difícil para que otro que no sea él pueda entenderlo y sobre el cual pretende construir una teoría propia e innovadora. Con lo cual todo se presenta como un inmenso borrón a través del cual a los proletarios les resulta sumamente difícil orientarse.

Pero estas son dificultades características de una sociedad en la cual la clase dominante combate contra la clase sometida no sólo sobre el terreno físico, práctico, diario, en el cual le somete a mil y una restricciones, a mil y una regulaciones y humillaciones para poder extraer de ella su riqueza. También combate contra ella sobre el terreno teórico, desvirtuando, falsificando, escondiendo detrás de montones de sin sentidos a la que ha sido, es y será la teoría del combate proletario. Son dificultades sobre las que los proletarios deben levantarse. Obstáculos que deben vencer. Y no es sencillo. Estudiar el marxismo implica un esfuerzo que muchas veces es muy complicado llevar a cabo. Implica, para empezar, vencer los espantosos ritmos de una sociedad que ve en la capacidad física e intelectual de cada uno únicamente fuerza de trabajo que explotar; vencer por tanto la inercia, el cansancio, la pereza, que horas y horas al día de trabajo asalariado dejan en el cuerpo del proletario. Implica también vencer a toda una corriente ideológica que se ofrece la primera a los proletarios que logran levantar la mirada más allá del suplicio del día a día. Esta corriente le presenta la ideología burguesa y sus instituciones como la verdadera vía de emancipación, como la manera de lograr un trabajo mejor, un cierto nivel de conocimientos, un nombre y un prestigio. Muchos proletarios que pueden librarse, aun mínimamente, de ser tan sólo mano de obra, se agotan hoy en esta vía estéril, individualista y anodina y acaban con un cerebro sobrealimentado por la comida basura de las aulas universitarias.

Estudiar el marxismo es difícil y duro. Ya de por sí es difícil, lo sabemos, sacar el tiempo para leer y entender un periódico como este. Pero se debe a que la realidad hoy se presenta ante los ojos de los proletarios como un inmenso caos del que nada se entiende, porque se ha vertido sobre ella toneladas de falsificaciones, mentiras y medias verdades.

Igual que los «popularizadores» del marxismo quieren hacer una versión simple y tonta de este para unas masas a las que consideran igualmente simples y tontas,  nosotros podríamos hacer un periódico fácil y sencillo:nos bastaría para ello con seguir las consignas habituales del oportunismo político y sindical, que siempre son fáciles y sencillas precisamente porque van a favor de la corriente. Pero la lucha de los comunistas revolucionarios, hoy, cuando las condiciones para el retorno a la lucha de clase del proletariado maduran más lentamente de lo que cualquiera desearía, tiene un campo de batalla vital sobre el terreno de la teoría. Siempre lo tendrá, es cierto, incluso en el momento en el que el proletariado se acerque a la batalla fina (¡que llegará sin duda!), pero hoy esta tarea de combate teórico es la preponderante dentro del conjunto de las que el partido debe acometer. Faltar a ella sería tanto como negarse a comenzar el camino que un día debe llevarnos a la meta.

 Los proletarios que hoy, pese a todas las dificultades, buscan orientarse correctamente, buscan entender la realidad que les rodea no por afán intelectual sino para entender las condiciones en las que ya están padeciendo la guerra de clase que la burguesía les hace sin cesar, deben entender así mismo que la dificultad con la que el marxismo se presenta es proporcional a la claridad que aporta una vez se le limpia de las excrecencias que han arrojado sobre él.

Los jefes del estalinismo como Garzón, la nueva ola universitaria de los líderes de Podemos y tantos y tantos otros intelectuales de Corte, dirán continuamente a los proletarios que basta con seguirles a ellos, que basta con dejarse guiar por quienes han tenido acceso a la cultura burguesa en sus templos, para lograr algunas mejoras en sus vidas. Tanto ellos como los medios por los que intentan «renovar» el marxismo son el reflejo de la podredumbre a la que ha llegado su corriente, son la verdadera y más clara expresión de la senilidad del oportunismo.

Nosotros, a los proletarios, sólo podemos decirles una cosa al respecto: leed, estudiad, trabajad sobre la vía del marxismo revolucionario, volved a sus textos no dos sino cientos de veces, compulsadlos, verificad la corrección de sus afirmaciones en el enfrentamiento cotidiano contra el capital. Las tareas que el proletariado deberá afrontar, que a la vez que se vuelvan más complejas verán aparecer frente a ellas a elementos confusionistas mucho más preparados que los actuales, requieren de este trabajo, por difícil que hoy parezca, pero sin el cual siempre se estará a merced del primer vende humo que aparezca en la prensa.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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