Los Comités en Defensa de la República, organismos para la colaboración entre clases

 

(«El proletario»; N° Especial Cataluña; Octubre de 2017 )

 

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Las reivindicaciones nacionalistas o independentistas catalanas, tal y como llevan planteándose desde finales del siglo XIX, nunca han tenido una gran aceptación entre el proletariado español en general y catalán en particular. Tal y como se ha explicado en este mismo periódico en varias ocasiones, las peculiaridades del movimiento nacionalista catalán, que ha sido simultáneamente partido organizado en defensa de las exigencias particulares de la burguesía y la pequeña burguesía catalana y fuerza de choque anti proletaria, mostraron a la clase obrera desde un primer momento que, incluso sin tener en cuenta consideraciones políticas de mayor alcance, el programa nacionalista catalán, así como su vertiente radicalizada independentista, tenía un carácter netamente burgués y opuesto por lo tanto hasta a las reivindicaciones de carácter más inmediato que el proletariado organizado sobre el terreno de la lucha sindical pudiera plantear. No es por casualidad que el adjetivo utilizado para referirse a los obreros catalanes por parte de la burguesía y de la pequeña burguesía catalana fuese murcianos, resaltando su carácter no catalán y, por lo tanto, no nacional. Como tampoco es casualidad que los campeones del «independentismo» catalán de los años ´30 temblasen con el simple hecho de escuchar el nombre de los líderes de la CNT y de la FAI y que, llegado el momento en que estos líderes condujeron a los proletarios de Barcelona en la batalla contra los militares sublevados en julio del ´36, los representantes políticos  de ese independentismo se refugiasen bajo las mesas de la Generalitat.

Ciertamente en el anti nacionalismo visceral de una buena parte del proletariado catalán ha sido históricamente un acto reflejo, consecuencia de la presión que la burguesía y la pequeña burguesía catalana ejercían sobre las organizaciones sindicales, de la política de asesinatos en la calle de los principales líderes de CNT y de la colaboración que los representantes de ambas clases no dudaron en mantener con la más negra reacción española contra la lucha de la clase proletaria. Esto quiere decir que realmente este anti nacionalismo «espontáneo» y en muchos sentidos ingenuo nunca cristalizó en un verdadero rechazo a las consecuencias políticas del programa nacionalista burgués y, en última instancia, desapareció una vez que llegó el momento del enfrentamiento abierto con la pequeña burguesía republicana. Y es sobre la base histórica de esta ausencia, de la falta de una crítica explícitamente política al nacionalismo, que se ha podido construir la leyenda de un «nacionalismo de clase» o de un independentismo cercano a la lucha proletaria. La trágica ausencia del partido de clase, que faltó tanto en el momento crítico de la lucha proletaria en España como posteriormente, cuando su tarea hubiera debido ser la de mantener viva la experiencia histórica de la lucha revolucionaria, y por lo tanto, en lo que se refiere a la «peculiaridad» catalana en concreto, la de la imposibilidad de conciliar lucha de clase y nacionalismo, ha permitido a todas las corrientes políticas que han querido sacar partido de esta ausencia, reescribir la propia historia del proletariado en Cataluña con el fin de dotar de una cierta tradición la política de colaboración entre clases que defienden hoy.

Por supuesto que estas corrientes no plantean abiertamente el apoyo a las manifestaciones más evidentes del patrioterismo catalanista, no prestan su adhesión directa a los partidos políticos de la burguesía y de la pequeña burguesía catalanas que son los que enarbolan el amplio abanico de afirmaciones autonomistas, nacionalistas e independentistas: únicamente en las raras ocasiones históricas en las que el potente vendaval de la lucha clasista del proletariado pone en serios aprietos a la burguesía  su orden, el oportunismo político toma las armas para defenderlos abiertamente. En los largos periodos de paz y atonía social, donde la lucha de clases aparece únicamente de una forma larvada y prácticamente tan oculta que llega a parecer que las propias clases sociales han desaparecido, la función de estas corrientes políticas, sin dejar de ser la del auxilio a la burguesía en su tarea de mantener sometida a la clase proletaria, toma también una forma más discreta y sutil, pero precisamente por ello más ladina y peligrosa, aprovechando cada una de las conmociones que, a menor nivel pero sin llegar a desaparecer nunca, sacuden a la sociedad capitalista para apretar los nudos que sujetan el cuello del proletario a la soga de su verdugo burgués.

Una de las formas más habituales para hacerlo, la más popular entre los grupos de la extrema izquierda que acude siempre a cubrir el flanco que abandonan las corrientes políticas más abiertamente identificadas con el dominio de clase de la burguesía, es imponer la idea de que en cualquier conflicto el proletariado siempre está interesado en defender a uno de los bandos en lucha. Da igual que se trate de una guerra imperialista que una lucha, como la que se da hoy en España, entre facciones enfrentadas de una misma clase burguesa con un alcance mucho menor que la del enfrentamiento bélico: para estas corrientes oportunistas la lucha de clase proletaria sólo puede existir como corriente de cola de uno de los dos bandos, lo que significa afirmar que los objetivos inmediatos e históricos de la clase proletaria sólo pueden realizarse como resultado de su encuadramiento al lado de la burguesía.

Para el marxismo, el indiferentismo, la política que afirma que únicamente la lucha de clase «pura», no contaminada por la presencia de clases sociales distintas al proletariado en lucha ni por sus objetivos que se plantean a la vez que los de la este, es el mayor de los errores: desde su aparición sobre la arena de la historia el proletariado jamás ha podido enfrentarse a un escenario en el que él y sólo él sea el único protagonista. Desde el Manifiesto del Partido Comunista de 1848, hasta el Estado y la Revolución de Lenin, pasando por La Guerra Civil en Francia de Marx y Engels, obras que jalonan  los grandes hitos de la lucha revolucionaria de la clase proletaria, a ningún verdadero marxista se le ha ocurrido afirmar que esta deba entrar en acción sólo cuando llegue el gran día de la verdad en el que únicamente se enfrenten dos ejércitos opuestos, en perfecta formación y con las banderas precisamente definidas.  Lejos de ello, el registro de los trágicos eventos que han sacudido a la humanidad en los dos últimos siglos, muestra para los marxistas que esta lucha «pura» jamás existirá, ni siquiera en los países capitalistas más avanzados, donde el proletariado supone ya la gran mayoría de la población y la burguesía una parte muy pequeña de la misma. En 1951 precisamente como balance de uno de esos trágicos eventos (la oleada revolucionaria que golpeó al mundo burgués desde 1917 hasta bien entrados los años ´20 y) sobre todo, de su derrota a manos de la criminal contrarrevolución que exterminó a varias generaciones de revolucionarios, nuestro partido escribía en las Tesis características:

«Los acontecimientos, no la voluntad o la decisión de los hombres, determinan así incluso el sector de penetración de las grandes masas, limitándolo a una pequeña parte de la actividad total. Sin embargo el partido no pierde ocasión alguna para penetrar en toda fractura, en todo intersticio, sabiendo bien que la reanudación de la acción revolucionaria no tendrá lugar sino después que este sector se haya grandemente ampliado y vuelto dominante.»

Lo que implica que cada una de las grietas, de las fracturas, que aparecen en el curso «normal» de la dominación de la clase burguesa sobre el proletariado, aunque se trate de enfrentamientos entre diferentes burguesías y la clase proletaria no tenga ningún objetivo claro e inmediato a lograr en ellos, son de vital importancia para esta clase y para el partido que busca dirigirla hacia la revolución, por lejana que parezca hoy esta perspectiva.

Pero hay un abismo entre esta afirmación, que responde a una comprensión correcta acerca del papel que ocupa la clase proletaria en la sociedad burguesa, de la inestabilidad que esta lleva en su ADN y de las continuas posibilidades que ofrece para, cuanto menos, mostrar a ciertos sectores proletarios la verdad que hay en las posiciones que históricamente ha defendido el marxismo revolucionario, y la política seguida por las corrientes de la izquierda y la extrema izquierda oportunista, que en cada confrontación, en cada episodio en el que una clase social no proletaria se revuelve, ven la imperiosa necesidad de que el proletariado abandone sus objetivos, su teoría, su programa y su misma organización, para lanzarse a participar seducidos por el calor de la actividad frenética en una lucha ante la que no debe permanecer indiferente, pero que no es la suya.

Un caso muy característico de este tipo de fenómenos lo podemos ver, hoy, en torno al «problema catalán», concretamente en sus manifestaciones de calle más visibles, esas en las que la masa interclasista interviene en nombre de la «justicia», la «democracia» y los «derechos universales». Se trata de los Comités en Defensa de la República y de su actividad en los últimos meses.

Como es sabido los Comités en Defensa de la República (CDR por sus siglas), surgieron en los meses previos al referéndum de octubre del año pasado, con el nombre de Comités en Defensa del Referéndum y precisamente con el objetivo de ayudar a que este referéndum se realizase. Fueron los encargados de movilizar a la parte de la población catalana que ocupó y protegió los colegios electorales, que se enfrentó a la Guardia Civil y a la Policía Nacional para salvar las urnas con los votos, etc. También fueron los encargados de organizar la calle durante el día de «paro nacional» que se convocó en respuesta a la actuación de la policía, de asediar los acantonamientos de esta, de realizar las acciones en solidaridad con los presos, etc. Fueron, y son, en definitiva, un perfecto mecanismo de encuadramiento político nacionalista con el que las fuerzas burguesas y pequeño burguesas que han enarbolado la bandera del «derecho a decidir» logran mantener movilizada a la población. Resulta obvio que estas organizaciones no son órganos para la lucha de clase, no tienen como objetivo ni siquiera incidir en las condiciones de existencia de la clase proletaria, no buscan tener presencia en los conflictos que sostiene ésta a diario con la burguesía y sus agentes: tienen un programa de «acción directa» al servicio de la clase burguesa mediado por las consignas pequeño burguesas de democracia, libertad etc. con las que buscan movilizar a una población duramente golpeada por la brutalidad del Estado español.

Pero realmente esto no parece ser tan obvio para la gran mayoría de las corrientes políticas que, fascinadas por un aparente «revivir de las movilizaciones sociales», han hecho de los CDR y de su participación en ellos su mascarón de proa, evidenciando con esto lo lejos que se encuentran tanto del marxismo que dicen defender como de la simple perspectiva de la lucha de clase independiente.

Para mostrar la naturaleza de este tipo de posiciones, tomamos como referencia un texto aparecido en La Izquierda Diario, órgano de prensa digital ligado a la Fracción Trotskista – Cuarta Internacional cuya filial española es la Corriente Revolucionaria de los Trabajadores (ver El Proletario nº 14 La Corriente Revolucionaria de los Trabajadores: un aporte a la confusión entre la clase proletaria) que representa perfectamente todos los errores y todas las falacias pseudo marxistas de todo el abanico de grupos que ven en los CDR el próximo resurgir de la lucha de clase proletaria.

El texto, Comités de Defensa de la República catalana: el reto de ser el motor de la autoorganización1 comienza explicando el origen de los CDR, en lo que es, realmente, un reconocimiento de su origen puramente pequeño burgués:

«Los procesos de masas como el actual, el de un gran movimiento democrático por el derecho a decidir del pueblo catalán, dan fenómenos de organización y autoorganización como el de los CDR, que probablemente continúe su desarrollo ante una crisis que promete no cerrarse rápidamente.

¿Cuál es este nuevo actor político? Es tan complejo y dinámico como lo es la propia situación. Quizás deberíamos hablar de más de uno.

Las fuerzas políticas que comenzaron a impulsarlos son esencialmente del entorno de la izquierda independentista como la CUP (Candidatura d’Unitat Popular) y se fueron sumando entidades civiles independentistas cómo la ANC (Asamblea Nacional Catalana) y OMNIUM Cultural, entre otras. Confluyendo con centenares de personas que se organizaron para garantizar la apertura de los colegios y el referéndum. También participan colectivos sociales y organizaciones de izquierda no independentistas, así como miembros de sindicatos de izquierda».

Resumiendo brevemente, los CDR son organismos de la llamada «izquierda independentista», un bloque de por sí heterogéneo pero que tiene a las Candidaturas de Unidad Popular a la cabeza y que representa a un amplio abanico de sectores de la pequeña burguesía rural y urbana así como a determinados sectores de trabajadores vinculados a la administración autonómica catalana. Esta «izquierda independentista» reunió, en los CDR, a organizaciones no tan de izquierdas como OMNIUM Cultural, una organización creada en los años ´60 por el empresariado catalán, o la Asamblea Nacional Catalana, formada a su vez por representantes del mundo cultural y académico catalán, además de otro tipo de organizaciones «sociales»… Lo que, para la corriente trotskista que publica La Izquierda Diario, es prueba de «transversalidad» está claro que no es otra cosa que colaboración entre clases, organismos interclasistas dominados por y para la burguesía y la pequeña burguesía catalanas. Se entiende que este vicio de origen es pasado por alto por la Corriente Revolucionaria de los Trabajadores, dada su evolución posterior:

«La dinámica de la situación los fue transformando. El grito del «votarem» (votaremos) se convirtió en «guanyem» (ganamos) después de que en 1300 centros de votación pudieron ejercer su derecho a voto alrededor de dos millones de personas. Pero este primer triunfo les dio sólo un día de descanso para prepararse para la huelga del martes 3-O, convocada por la izquierda sindical contra la represión. Muchos comités pasaron a llamarse «de vaga» (de huelga) y se movilizaron con piquetes desde los barrios y comarcas hasta llenar las calles céntricas de Barcelona y otras ciudades.

Desde ese día los comités continúan organizados, la amenaza de la aplicación del 155 por un lado, y la primera declaración de Independencia del 10-O que duró menos de diez segundos para ser suspendida por el President, por el otro, los mantuvo en alerta permanente para defender que se cumpla el mandato del pueblo catalán del 1O. Así muchos pasaron de llamarse Comités de Defensa del Referéndum a «de la República». Esta alerta activada por las noticias del día a día, se traslada en debates políticos permanentes entre las organizaciones políticas que se encuentran en su seno.»

Hasta llegar al punto de que:

«Podríamos decir que se moviliza ese espíritu del 15M que quedó latente porque el «no nos representa» y el «le llaman democracia y no lo es» son denuncias muy sentidas con respecto al gobierno español para la gran mayoría que sufre el paro, los desahucios o los recortes. También para una gran mayoría de jóvenes que sufren la precariedad o las altas tasas de los centros de estudios que han expulsado a miles de las universidades»

Es decir, para la Corriente Revolucionaria, la naturaleza social de una organización, o una suma de organizaciones como son los CDR, no radica en la clase a la que representa, pretende organizar y sirve. Su fuerza no está en encarnar la tendencia histórica a la lucha entre la clase proletaria y la clase burguesa y en constituir un arma de aquella contra esta, sino en una evolución, en una «dinámica de la situación» que hace evolucionar desde la defensa del referéndum hasta el republicanismo, es decir, desde la defensa de la ficción democrática en cuyo nombre se hicieron apalear miles de personas mientras que Puigdemont, Junqueras y Gabriel se escondían en lugares seguros, hasta la corriente política, el republicanismo, que en Cataluña ha representado históricamente la punta de lanza de la lucha anti proletaria. Y todo esto para decir, finalmente, que esta «defensa de la república» moviliza a la gran mayoría (cuidado con decir proletariado) que sufre el paro, los desahucios y los recortes. Para una corriente que se reclama del marxismo, es todo un logro: es el republicanismo al servicio de la burguesía catalana el movimiento político que debe encuadrar a esa «mayoría» que padece las penurias de la sociedad capitalista. Lejos queda, para ellos, la afirmación del Manifiesto:

«El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa.  El proletariado, la capa más baja y oprimida de la sociedad actual, no puede levantarse, incorporarse, sin hacer saltar, hecho añicos desde los cimientos hasta el remate, todo ese edificio que forma la sociedad oficial.»

Para la Corriente Revolucionaria de los Trabajadores los términos deben invertirse: el proletariado no debe constituir ningún movimiento autónomo, su lucha no debe dirigirse hacia la satisfacción de sus propios intereses, la sociedad de sus opresores no debe saltar por los aires… O no habrá República.

Pero el cinismo anti marxista de este grupo llega a su punto culminante, cuando, tras haber explicado la naturaleza de los CDR, pasan al debate acerca de las necesidades que a este grupo le depara el momento actual:

«Uno de los debates dentro de los CDRs es sobre su autonomía o no de los partidos del bloque soberanista. Por lo que es necesaria una reflexión sobre la necesidad de construir una dirección alternativa para que la clase trabajadora y los sectores populares comiencen a imponer su impronta tomando las demandas democráticas del movimiento e incorporando las grandes demandas sociales. La única forma seria de que el movimiento pueda ensanchar sus bases, no solo en términos cuantitativos, sino cualitativos.

Una gran diferencia con el 15M es que la politización está impregnada en estos debates de manera más directa y descarnada. Los sectores no independentistas son mucho más críticos de la dirección del procés, sectores de la clase trabajadora que no se sienten identificados con defender una causa dirigida por Puigdemont y un Govern culpable de los sufrimientos de los sectores populares.

Esto es un punto de contacto con la mayoría de la izquierda sindical y diferentes grupos políticos de izquierda. Sin embargo ser críticos de la dirección no debería significar en ningún momento desinterés sobre el problema o una política que mire hacia otro lado desestimando las posibilidades del enorme movimiento democrático. No hay política de «izquierda» si no es en el marco de la defensa incondicional del derecho de autodeterminación.

Pero dentro del movimiento hay que desplegar abiertamente un programa con medidas como el reparto de horas de trabajo sin disminución salarial, el aumento del salario mínimo, el fin de la precariedad laboral, el no pago de la deuda, una educación pública totalmente gratuita y sostenida con impuestos a las grandes fortunas entre otras.»

De nuevo, las posiciones correctas en términos marxistas respecto a los CDR, que únicamente pueden consistir en su denuncia sistemática con el fin de aclarar a los elementos proletarios que puedan sentirse atraídos por ellos la necesidad de romper tanto con la política de colaboración entre clases como con las organizaciones que la sustentan (sin que ello suponga dejar de oponerse a la represión política y policial en Cataluña sino, todo lo contrario, planteándola en términos coherentes) se dejan de lado para fascinarse con un falso debate en el que pugnarían corrientes «burguesas» y «obreras». La Corriente Revolucionaria de los Trabajadores pretende que es posible una evolución de los CDR hacia posiciones de corte obrerista en los CDR y que aquellas, de hecho, serían las únicas capaces de mantener vivos a estos. Es decir, que unos organismos creados por los compañeros inseparables de «Puigdemont y un Govern culpable de los sufrimientos de los sectores populares», por quienes le han dado el Govern y le han mantenido en él, puede acabar por volverse contra ellos. Mecánica clásica del oportunismo: apoyemos a nuestra burguesía, hagamos nuestros sus objetivos y luego, sólo luego, rebasémoslos. Mientras tanto, cualquier oportunidad para la clase proletaria de romper con el sometimiento a los intereses de la clase enemiga, se ha esfumado.

El punto central de este razonamiento es el «derecho de autodeterminación». A lo largo de la serie de artículos que han aparecido en El Proletario acerca del «problema catalán» hemos mostrado el carácter reaccionario de la consigna de «autodeterminación» para Cataluña, el verdadero significado que está detrás de ella, etc. Pero lo cierto es que esta reivindicación se vuelve especialmente nociva para la clase proletaria cuando se amalgama con reivindicaciones más o menos proletarias como hace la Corriente Revolucionaria de los Trabajadores. «Dentro del movimiento» dice este grupo, se debe enarbolar estas reivindicaciones referidas a las condiciones de existencia de la clase proletaria, haciendo creer que la burguesía catalana las concedería si los proletarios luchan a su lado y una vez haya logrado su objetivo. No puede existir una mentira mayor. La parte de la burguesía y de la pequeña burguesía catalana que defiende sus intereses bajo la consigna independentista, lo hace precisamente porque la competencia con el resto de la burguesía, con los grandes consorcios del capital español, con los comerciantes de otras regiones, etc. ha vuelto sus condiciones de existencia tan precarias, ha salido tan dañada de esta lucha, que necesita movilizar tras sus exigencias a una parte de la población catalana para utilizarla como fuerza de choque en una embestida final con la que espera lograr concesiones por parte del Estado. Pero estas concesiones, lejos de suponer una mejora para los proletarios de Cataluña, supondrán un refuerzo de la posición de las clases burguesas en Cataluña que por un lado habrán obtenido un marco regulatorio más propicio para explotar a sus proletarios y, por el otro, mantendrán la fuerza de una movilización abiertamente anti proletaria para mantener el orden en su región. El «derecho de autodeterminación» es una quimera en el caso catalán, cuando lo que está en juego no es la opresión política o económica de un pueblo por parte de otro, sino una lucha entre contendientes de la misma clase social y que han gobernado conjuntamente el Estado español durante 40 años. Pero esa quimera se volverá increíblemente real para la clase proletaria en la medida en que la burguesía le pueda utilizar como carne de cañón en su enfrentamiento y pase de la movilización de calle a las exigencias sobre todos los terrenos, forzándole a asumir la defensa de la patria catalana y de su economía nacional como un imperativo insoslayable. Grupos como la Corriente Revolucionaria de las Trabajadores allana el camino para que eso suceda.

El difícil camino que la clase proletaria debe recorrer para ser capaz de reanudar su lucha contra la burguesía, estará marcado, en las próximas décadas, por una intensificación del enfrentamiento entre burguesías, por una exacerbación de las exigencias nacionalistas en todos los países, por un aumento de la propaganda patriótica y un esfuerzo redoblado para encuadrar a los proletarios en luchas que no son las suyas. Esto responde a la profundización en los términos de la crisis social que, si bien siempre existe en el capitalismo, se agudiza con cada crisis económica. La tortuosa salida de la crisis de 2008, que se ha logrado sólo parcialmente, a costa de movilizar cantidades ingentes de capital para recuperar tan sólo una porción muy pequeña de la tasa de beneficio, que ha polarizado las relaciones entre los Estados imperialistas, permite ver que el futuro no será de paz y orden, sino de caos y enfrentamiento. En este contexto, aparecerán continuamente fortísimas tensiones sociales en las que el proletariado muy probablemente no sea la clase protagonista, sino que simplemente se vea llamado a participar para sustentar a alguna de las clases en liza. Aparecerán, por lo tanto, organizaciones como los CDR, de carácter netamente interclasista y objetivos puramente burgueses. Y aparecerán, también, las corrientes del oportunismo político y sindical que llamarán a los proletarios a sumarse a ese tipo de organismos y a abandonar, aún antes de nacidos, cualquier tipo de inclinaciones hacia la lucha independiente de clase. Como hemos dicho, el partido de clase, por débil numéricamente y limitado a la intervención de propaganda que esté, siempre planteará la necesidad de la lucha política tanto contra el encuadre interclasista de los proletarios como contra las organizaciones que lo defienden. Y lo hará alejándose de cualquier postura de indiferencia o pasividad, entendiendo y explicando los fenómenos sociales que dan lugar a este tipo de manifestaciones como necesidad inevitable del propio orden burgués que acusa una debilidad cada vez mayor y debe apoyarse en todas las capas de la población, especialmente en el proletariado, para defenderse. Explicando, por lo tanto, que los proletarios deben aprovechar la debilidad de la que estos fenómenos son síntomas, pero para defender sus propias posiciones, para batirse contra todas las clases enemigas, de la burguesía a la pequeña burguesía, y recuperar el terreno de la lucha clasista, tanto en lo referido a las exigencias inmediatas y referentes a la supervivencia cotidiana, como en lo referido a las grandes cuestiones históricas que, tarde o temprano, deberá volver a afrontar: lucha de clase revolucionaria, anticapitalista y antiburguesa; necesidad de tomar el poder e instaurar su dictadura de clase para extirpar cualquier vestigio del dominio político de la burguesía; transformación socialista de la sociedad.

 


 

(1) https://www.izquierdadiario.es/Comites-de-Defensa-de-la-Republica-el-reto-de-

ser-el-motor-de-la-autoorganiza-cion?id_rubrique=2653

 

 

Partido comunista internacional

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