Capitalismo y pandemia: ¡negocios de oro llamados vacuna

(«El proletario»; N° 23; Julio de 2021 )

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Como hemos argumentado en todos los artículos dedicados al coronavirus Sars-CoV-2, la dominación social y política de la burguesía, doblegando la ciencia a los intereses del capital, nunca ha dado prioridad a la prevención efectiva; al contrario, siempre ha aprovechado las catástrofes -ambientales y sociales- para acumular beneficios en cantidad, pasando por encima de las normas y límites legales establecidos por la misma burguesía, justificándose con el pretexto más inflado: ¡la emergencia!

Ante los terremotos, las inundaciones, los incendios y cualquier catástrofe natural, o aparentemente natural, las cuentas de los daños, los muertos, los hospitalizados y los desplazados van acompañadas de intervenciones de emergencia que tienden a amortiguar, en la contingencia, las situaciones más graves, pero que, sobre todo, abren el camino a un sinfín de negocios para toda empresa grande, mediana y pequeña que, en concreto, intervenga o esté interesada en intervenir. Basta con leer los comentarios en los medios de comunicación después de cada acontecimiento de este tipo para tener la certeza de que toda catástrofe trae consigo un número no indiferente de aprovechados, y el primer aprovechado es precisamente el Estado burgués, esa institución que se hace pasar por un órgano que actúa por el «bien común», por encima de cualquier interés particular...., pero que tiene como tarea prioritaria, en realidad, la defensa de los intereses generales de la burguesía, de la economía capitalista y del control social para que esas desgracias no den lugar a movimientos de ira y de lucha que puedan tomar características de clase.

Con la aparición del Covid-19, en todos los países, la clase burguesa dominante se ha enfrentado a la situación con la misma visión general con la que se enfrenta a una crisis económica debida a las propias contradicciones del sistema económico capitalista y, por supuesto, a los factores de contraste entre las distintas economías «nacionales» en el mercado internacional: desplegar todos los medios financieros, políticos, administrativos en defensa de la economía nacional, taponando las situaciones más graves para que la máquina productiva y comercial siga produciendo beneficios y no se hunda en una catástrofe general. Por supuesto, la clase dominante burguesa tiene que demostrar que también se preocupa por las personas afectadas por el virus y la crisis, pero las verdaderas prioridades no están dictadas por la salud de los seres humanos - si este fuera el caso, la organización general de la sociedad, tanto económica como socialmente, no sería totalmente dependiente del bienestar del capital; las prioridades son, de hecho, dictadas por la producción de la ganancia capitalista y la preservación de las relaciones burguesas de producción y propiedad que subyacen a la sociedad. Luego, mucho más tarde, viene la sanidad, cuya atención, en cualquier caso, es en sí misma una partida de doble entrada: la atención se presta a cambio de dinero aunque aparezca como un servicio «gratuito», o semigratuito, porque, en realidad, se paga en su mayor parte con los impuestos que se embolsa el Estado, impuestos que pagan en su mayor parte los asalariados.

¿Con qué medios está «luchando» el Estado burgués contra la pandemia? Con los mismos medios que facilitaron la explosión de la pandemia y que reproducen otros factores de crisis social. Lo demuestra el hecho de que toda la experiencia acumulada en anteriores epidemias y pandemias, con décadas de investigación y ensayos, no ha servido para organizar una prevención eficaz y eficiente a nivel mundial, gracias a la cual se hubiera podido reducir al mínimo la propagación de los contagios y la probabilidad de muertes, sino que se ha utilizado para producir medicamentos y vacunas que, para permitir un retorno en términos de beneficio a las empresas químico-farmacéuticas propietarias de las patentes, deben venderse en cantidades ingentes. Cuantos más enfermos hay, más medicamentos se venden; cuanto mayor es el miedo a enfermar y morir de Covid-19, más se convence a la gente de que el único camino es vacunarse. Así que, al fin y al cabo, para el bienestar del capitalismo es necesario que una buena parte de la población enferme, y enferme a menudo, y enferme incluso de forma grave porque, de esta forma, la intervención para el tratamiento tiene una rentabilidad segura. El cinismo de la burguesía no tiene límites: para defender su privilegio de clase sabe que debe defender por cualquier medio el sistema capitalista como tal, porque es sobre su base que domina política y socialmente a toda la humanidad. Las guerras modernas lo han demostrado ampliamente, y no sólo las guerras mundiales. ¿Millones y millones de muertes para qué? Defender una patria en la que el sistema económico, social y político burgués seguirá produciendo las contradicciones y crisis que conducen a la guerra de competencia y a la guerra militar, crisis que se repiten en ciclos sucesivos cada vez con mayor agudeza y fuerza ante las cuales la salida burguesa volverá a ser la guerra de competencia y la guerra militar.

Y, mientras que los países de la periferia del imperialismo llevan mucho tiempo sacudidos por crisis económicas y guerras -desde Oriente Medio hasta Extremo Oriente, desde el norte de África hasta África Central y América Latina- provocadas y apoyadas por los países imperialistas que tienen intereses estratégicos en las distintas zonas, en los mismos países imperialistas en los que prevalece la paz, la agitación ha sido provocada por la pandemia de Covid-19 que se ha injertado en una situación de crisis económica que ya estaba presente o latente.

Si las guerras son una fuente de beneficios para toda una serie de industrias y polos económicos y financieros, lo mismo ocurre con situaciones de crisis sanitaria, y por tanto social, como la actual. Pero también ha sido la ocasión para que los estados burgueses, cada uno en su país, y especialmente en los llamados países democráticos, experimentaran una serie de intervenciones a nivel social que en situaciones de actividad capitalista normal no se hubieran podido llevar a cabo fácilmente en tan poco tiempo. La defensa de la rentabilidad de cada economía nacional ha requerido la intervención del Estado no sólo desde el punto de vista del gasto financiero, sino sobre todo del control social. Ya la última crisis económica mundial de 2008-2015 había empeorado aún más las condiciones de existencia de grandes masas proletarias no sólo en los países atrasados, sino también en los países imperialistas más fuertes; la crisis sanitaria que estalló en todo el mundo a principios de 2020, y que aún perdura, ha agudizado una crisis económica que ya estaba en marcha y ha arrojado a más masas proletarias al abismo del desempleo y la marginación, lo que inevitablemente eleva el nivel de las tensiones sociales. El control social sirve a la burguesía dominante para evitar que los movimientos de ira y revuelta social provocados por la crisis económica tomen el camino de la lucha proletaria y de clases.

 

LA SALUD DEL CAPITAL FRENTE A LA SALUD DEL HOMBRE

 

Resulta que, según varias investigaciones realizadas el año pasado, el nuevo coronavirus tardó unos meses en propagarse por el mundo. Parece comprobado que ya estaba presente en China, en Wuhan y su región, desde octubre de 2019, y que desde allí se extendió con cierta rapidez a Japón, Corea, Europa y Estados Unidos, es decir, países con los que China mantiene un intenso comercio. A finales de diciembre de 2019, la OMS alarmó al mundo sobre la presencia del nuevo coronavirus que ya se había extendido de forma alarmante en la región de Wuhan (uno de los centros económicos más importantes de China y de los más conectados con el mundo); a finales de enero, la alarma se disparó en Italia y luego, entre febrero y marzo, en España, Alemania, Francia y Gran Bretaña; después, fue el turno de Estados Unidos y Brasil. El mundo aprendió rápidamente lo que significa el encierro y en qué consisten las medidas restrictivas que recuerdan a los tiempos de guerra: atrincheramiento en casa, sometimiento a medidas de «toque de queda», permisos especiales para ir al trabajo o a actividades clasificadas como esenciales, multas estratosféricas para los que desobedecen, etc. Y todo ello para «defender» a la población de la propagación del contagio y la muerte por Covid....

Por supuesto, como siempre ocurre en un régimen de competencia, mientras algunos países luchaban contra una epidemia que bloqueaba una parte importante de su actividad económica y comercial, «liberando» parte de los mercados de sus exportaciones, otros países aprovechaban este debilitamiento sustituyendo a sus competidores. Y tal fue la euforia de la burguesía que aún no se había visto fuertemente afectada por la pandemia, que sus gobernantes -para poner en marcha su propia maquinaria económica a toda velocidad- como en Gran Bretaña, Estados Unidos y Brasil, ridiculizaron a otros gobiernos que tomaban las drásticas medidas que hemos visto, para luego, ante el número cada vez mayor de contagios y, sobre todo, los miles de muertos que se vieron obligados a registrar, volver sobre sus pasos y adoptar también medidas de bloqueo. 

Y así llegó el momento en que toda la burguesía proclamó la necesidad de pensar «primero» en la salud -para lo cual justificó todo tipo de restricción en la libertad de circulación de las personas (pero no de las mercancías)- y luego en la economía. Todo el mundo sabe cómo acabaron las cosas: hospitales públicos totalmente inadecuados para hacer frente a una epidemia de estas proporciones; personal hospitalario tremendamente falto de personal; hospitales carentes de oxígeno, ventiladores pulmonares, unidades de cuidados intensivos y subintensivos; falta de protección individual de cualquier tipo; médicos obligados a elegir a quién tratar y a quién dejar morir; recogida de datos sobre contagios, hospitalizaciones y muertes sistemáticamente inclinada a los intereses de las distintas facciones burguesas; difusión general, a través de todo tipo de medios de comunicación, del miedo al enemigo «invisible»; militarización de las ciudades, etc.; y, como es totalmente lógico en un régimen capitalista, la investigación científica y médica sometida a la ley del beneficio, dirigida sobre todo a la fabricación de la vacuna, o las vacunas, en la que evidentemente se han centrado desde el principio todas las máximas autoridades científicas, económicas y políticas.

La vacuna, esa es la solución... no importa después de cuántos millones de infectados y cuántos cientos de miles de muertos debido al covid o al agravamiento de enfermedades anteriores relacionado con el Covid.

La larga temporada de la pandemia del Covid-19 puso en primer plano la categoría de virólogos, inmunólogos, infectólogos, científicos biomédicos, en definitiva todo el espectro de «especialistas» que fueron llamados a opinar para reforzar -como «voces de la ciencia»- las medidas restrictivas que tomaban los gobiernos, y para apoyar la campaña del miedo lanzada por todos los medios de comunicación burgueses.

Por supuesto, la llamada «comunidad científica», en su mayor parte, parecía estar unida en el apoyo a las razones de control social de cada gobierno; de hecho, a menudo insistía en que se adoptaran medidas mucho más drásticas que las establecidas de vez en cuando. Las pocas y escasas voces de virólogos que tendían a criticar los movimientos confusos y apresurados de los gobiernos, especialmente aquellos que subestimaban la letalidad de esta pandemia (considerándola de la misma manera que una gripe estacional), si bien al principio justificaban, en beneficio de la maquinaria productiva y comercial nacional, la falta de medidas restrictivas particulares, ante el aumento de los contagios y las muertes causadas por esta pandemia (no sólo murieron «pacientes», sino también médicos, personal de hospitales y personajes famosos), pronto se alinearon con toda la caterva en reforzar con «datos científicos» las decisiones gubernamentales sobre las medidas «de guerra».

Los países más ricos, en muy poco tiempo, decidieron destinar enormes sumas de dinero a esta investigación específica que, por otra parte, necesitaba un número considerable de infectados y muertos para poder examinar estadísticamente cada fase del curso de la enfermedad e investigar las características del nuevo virus identificando las formas de desarrollo y propagación de la infección en los grupos humanos y las diferentes modificaciones del virus. Por lo tanto, la propagación del Sars-CoV-2 como un reguero de pólvora, justificada como el camino más corto para lograr la llamada «inmunidad de rebaño», se convirtió en la forma necesaria para recoger lo más rápidamente posible la cantidad de datos útiles para la investigación de vacunas. Los investigadores, virólogos, inmunólogos, infectólogos y demás se convirtieron en los pastores y las masas infectadas se convirtieron en el numeroso rebaño puesto a disposición de Su Majestad el Beneficio; y como ocurre en toda guerra, también en esta pandemia la gran masa de muertos estaba constituida por los proletarios, ciertamente no por la gran burguesía.

Ni que decir tiene que los gigantes químico-farmacéuticos chinos, estadounidenses, británicos, alemanes, franceses, japoneses, rusos, etc. ya se habían preparado para la posibilidad de una pandemia de estas proporciones y, por supuesto, compitieron inmediatamente para producir una vacuna con características de eficacia aceptables según los criterios de las instituciones internacionales (OMS, EMA, etc.). La ciencia burguesa estaba así llamada a demostrar el poder de la sociedad del capital, con el objetivo de mostrar al mundo que, por muy catastróficas que fueran las consecuencias de la pandemia -tanto en términos económicos como de salud humana-, organizaría un contraataque igualmente poderoso y vasto contra Covid-19. Se anunció que las vacunas estarían listas en 9, 12, 18 meses, cuando normalmente se necesitan -según los propios virólogos- varios años de investigación y pruebas antes de encontrar una vacuna que sea efectiva al menos en un 70-80%, teniendo en cuenta sin embargo que los virus, en general, se modifican con cierta rapidez precisamente para adaptarse tanto al medio en el que viven los diferentes grupos humanos que se ven afectados, como para contrarrestar las defensas inmunológicas que los humanos producen (o se inyectan) para defenderse de ellos. Por lo tanto, una vez que se encuentra una vacuna, no es seguro que cuando se inocule a una masa humana que pueda responder a la llamada «inmunidad de rebaño», su eficacia sea igual a la probada mucho antes en un grupo muy limitado de personas. Al igual que no es seguro que no cause tal daño, incluso años después, al sistema inmunológico humano como para debilitar en general la respuesta del organismo humano cuando es atacado por una enfermedad. El ejemplo del uso exagerado de antibióticos y antiinflamatorios demuestra que, en lugar de fortalecer el organismo humano, lo debilita y lo obliga a depender cada vez más de medicamentos más potentes.

Por otra parte, desde que se desencadenó la epidemia de Sars-Cov-2 y luego se transformó en pandemia, se ha producido una aceleración en todo el mundo de las actividades de los poderes burgueses en el plano del control social y en el de la investigación y producción de vacunas, gracias a las cuales las clases dominantes burguesas quieren mostrar a las masas, y al proletariado en particular, que no hay crisis sanitaria ni económica que pueda hacer tambalear los cimientos de la sociedad capitalista. Demostrando, en efecto, que gracias a la sociedad capitalista y a todas sus instituciones políticas, económicas, militares, científicas, esta sociedad es capaz de responder, y «ganar», contra cualquier ataque, no importa si viene de enemigos visibles, de carne y hueso, o invisibles como los virus.        

La Fundación Rockefeller y la Fundación Bill y Melinda, con sus simulaciones y sus miles de millones invertidos en investigación científica, han demostrado ampliamente que el estudio de las epidemias anteriores sirve sobre todo para la fabricación de vacunas y medicamentos que se utilizan de forma masiva en casos de epidemias graves (Ébola, VIH, Sars-CoV, etc.) o de influencias virales que se repiten regularmente cada año. Como ya sabemos, los virus con los que tiene que lidiar el hombre se dividen en dos grandes categorías: los específicamente humanos (como la viruela y la poliomielitis) y los de los animales para los que, mediante un «salto de especie» (llamado spillover), la infección animal se transmite al hombre (1), a través de una serie de «huéspedes» y, por tanto, de modificaciones de los mismos virus para adaptarse, precisamente, a los sucesivos «huéspedes» hasta llegar al ser humano.

La ciencia burguesa ha profundizado ciertamente en el estudio de los virus (y de las bacterias, priones, etc.) que atacan a los humanos y a los animales, y sigue haciéndolo, pero con una finalidad económica muy concreta: producir curas y vacunas que aseguren unos beneficios adecuados en comparación con el capital invertido en la investigación y las expectativas de las empresas implicadas y que permitan, por supuesto, interrumpir durante un tiempo, lo más breve posible, las distintas actividades económicas.

Pero hay más. La burguesía, como clase dominante, tiene un interés fundamental para el que despliega todos los medios posibles: mantener el poder político en sus propias manos, reforzándolo. Es gracias al poder político, a través de todas sus instituciones centrales y periféricas, que la burguesía capitalista sigue dominando la sociedad, manteniendo vivas las relaciones de producción y propiedad que la caracterizan. Este poder político se basa en el poder económico, es decir, en el poder social del capital cuyo modo de producción se basa en la explotación del trabajo asalariado y la producción mercantil. Todo lo que la sociedad humana necesita para vivir y desarrollarse pasa por las horquillas del régimen capitalista burgués: todo es una mercancía, toda actividad humana debe producir beneficios, toda relación humana se transforma en una relación mercantil, y no importa cuánto cuesta en vidas humanas el modo de vida de la sociedad burguesa y cuántos y qué daños colaterales provoca en cada ser humano. Lo importante, para la burguesía, es mantener y defender la estructura económica y social de la sociedad actual porque de ella derivan los privilegios y el poder que la convierten en la clase dominante.

El proletariado, es decir, la clase de los trabajadores asalariados que no poseen más que su propia fuerza de trabajo individual, para poder ser explotados por la burguesía de la manera que le resulte más rentable, debe poder vivir en un estado de salud tal que permita su explotación día tras día. Así, la salud física y mental del proletariado también interesa a la burguesía para que su eficiencia laboral sea adecuada a la actividad en la que se emplea. Desde que el modo de producción capitalista se impuso a los antiguos modos de producción, el número de proletarios que la burguesía ha creado, expropiando y sometiendo violentamente a las masas campesinas y artesanas a sus necesidades de producción y de poder, ha sido siempre superior al que necesitaban las manufacturas e industrias que se iban creando y extendiendo. El paro ha sido, de hecho, una constante en el capitalismo y cuanto más se desarrollaba el capitalismo, más se desarrollaba la masa de parados, hasta el punto de que, en los periodos en los que el capitalismo pasaba y pasa por sus crisis económicas de sobreproducción, se creaba y se crea al mismo tiempo una mano de obra superabundante respecto a los puestos de trabajo disponibles en las empresas; la sobreproducción de mercancías iba y va acompañada de una sobreproducción de esclavos asalariados, condenados a la miseria, al hambre y a la marginación.

La salud del capitalismo, tanto en tiempos de paz como en períodos de crisis y, lo que es peor, de guerra, está en cierto modo siempre cuestionada, porque lo que puede ser una ventaja para unos burgueses es una desventaja para otros y, en períodos de crisis económica aguda, la desventaja se extiende a vastas capas de la propia burguesía. Los recursos que posee la burguesía suelen ser suficientes para hacer frente a los períodos de crisis económica, salvo en los momentos en que la crisis de sobreproducción es tan profunda que arruina una parte sustancial del aparato productivo y distributivo hasta el punto de hacer retroceder al conjunto de la sociedad a una fase de barbarie (véase el Manifiesto de Marx-Engels).

Pero el proletariado, que es por excelencia la clase de los sin reserva, de los esclavos asalariados, y que ya en los periodos de expansión económica del capitalismo está en todo caso sometido a una intensa explotación, en los periodos de crisis económica del capitalismo ve empeorar inexorable y drásticamente sus condiciones de trabajo y de vida, y es devuelto a una inseguridad general de vida de la que había esperado -engañado por las palabras de los propagandistas de la burguesía y de los oportunistas sindicales y políticos- haber salido de una vez por todas.

La mala salud del capitalismo afecta inmediatamente, con inmensos efectos negativos, a la salud de toda la masa proletaria, tanto a los proletarios que aún tienen empleo como a los que han sido expulsados del trabajo o son rechazados por él. «El obrero moderno», escribe el Manifiesto de Marx-Engels, «en lugar de elevarse a medida que progresa la industria, desciende cada vez más por debajo de las condiciones de su propia clase. El trabajador se empobrece y el pauperismo se desarrolla más rápidamente que la población y la riqueza». Ya en 1848 el marxismo había predicho que no sólo el presente, sino el futuro de la clase proletaria, en el desarrollo de la industria y, por tanto, del capitalismo, estaría marcado por un empeoramiento real de sus condiciones de existencia, en comparación con el progreso de la industria y, en general, de la sociedad moderna. Y el pauperismo expone a la masa proletaria, ya sometida a la fatiga física y nerviosa por la explotación capitalista y al debilitamiento físico y mental debido a la nocividad de los ambientes laborales y de los barrios de las ciudades en los que vive, a una mayor debilidad ante las más variadas enfermedades.

Por otra parte, la burguesía dominante, en función precisamente de la conservación de su propia dominación y de la gestión de las masas proletarias en las diversas esferas de la vida social, se ve obligada de alguna manera a proveer a la supervivencia de los proletarios aunque sus razones económicas le impidan darles a todos trabajo y, por tanto, salario. La burguesía, continúa el Manifiesto, «es incapaz de garantizar la existencia de su esclavo incluso dentro de su esclavitud [salarial], porque se ve obligada a dejar que se hunda en una situación en la que, en lugar de ser alimentada por él, se ve obligada a alimentarlo».

Y se ve obligada a alimentarlo y cuidarlo para que sobreviva, al menos durante un tiempo -en tiempos de paz- lo suficiente como para dar la impresión de haber hecho realmente algo para aliviar sus desgracias, quizás a través de organismos religiosos y organizaciones de voluntariado, ya sean públicos o privados. Es evidente que estas acciones no resuelven el problema de la existencia saludable de todos los seres humanos, y esto se ve cada día, ya que las desigualdades sociales se amplían cada vez más entre los privilegiados que pueden contar con reservas privadas y la gran masa de trabajadores que dependen cada día de su vida en esta sociedad de un salario o de la caridad y la beneficencia.

 

¿TODO ESTO SE DEBE AL VIRUS?

 

Las contradicciones más profundas de la sociedad burguesa no sólo se ponen de manifiesto en las crisis económicas del capitalismo. La crisis sanitaria provocada por la pandemia de Sars-CoV-2 es también atribuible a las contradicciones más profundas de la sociedad burguesa. En realidad se trata de una crisis social en la que se han combinado a nivel internacional una crisis económica ya existente y una crisis en la organización sanitaria de cada país, empezando por los países capitalistas más avanzados. Pero a la clase burguesa dominante le interesa hacer pasar la crisis económica como una consecuencia de la pandemia, porque así intenta hacer pasar la idea de que la causa no hay que buscarla en el sistema económico y social burgués, sino en la aparición repentina de un enemigo invisible, ¡el virus!

La falta de trabajo, las quiebras, los despidos, se explican como consecuencias de una pandemia que ha puesto de rodillas a todo el aparato productivo y distributivo de cada país. Y, ante una crisis social de estas dimensiones, se levanta el gran benefactor, el Estado que de repente saca de sus arcas miles y miles de millones para gastar en poco tiempo. El Estado, de este modo, se presenta no como una fuerza de represión, como un comité empresarial de la burguesía, como un distribuidor de privilegios económicos y sociales a las castas políticas y económicas que deciden sobre el presente y el futuro de los ciudadanos, sino como un benefactor, como el gestor del «bien común», como el moderador indispensable entre los intereses de la patronal y los intereses de los trabajadores, como si se tratara de un ente neutral, sobre todo si se trata de un Estado democrático porque, en este caso, la ilusión de la soberanía popular representada por el parlamento es aún más fuerte.

Por otro lado, ¿qué otro organismo que no sea el gobierno central tiene la tarea de comprar millones de dosis de vacunas y organizar una campaña de vacunación en todo el país? Se hizo en su momento para la poliomielitis, las paperas, la rubeola, la difteria, la varicela, el sarampión, el tétanos, la hepatitis B, etc. etc., y se vuelve a hacer hoy en día para el Sars-CoV-2. Pero, mientras se lanzan himnos a Pfizer-BioNTech que, en los países occidentales, produjeron primero la vacuna milagrosa, y a Moderna y AstraZeneca que les siguieron de cerca, presumiendo del poder de la ciencia burguesa gracias a la cual en un año pudieron producir cientos de millones de dosis para poder venderlas a todos los países que pudieran pagarlas, en China ya se habían producido tres vacunas diferentes (por Sinovac y Sinopharm) desde junio de 2020 gracias a las pruebas realizadas en el extranjero, en varios países como los Emiratos Árabes Unidos (en particular en Abu Dhabi, una ciudad especialmente interesante para este tipo de pruebas ya que en ella trabajan personas de 125 países diferentes), Egipto, Turquía, Pakistán, Indonesia, utilizando un sistema menos moderno (comparado con el basado en la biotecnología del ARNm que utilizan Pfizer, Moderna y AstraZeneca) pero basado en la biotecnología de los «virus inactivados», que ya está en desuso, como la vacuna contra el ébola. Otra biotecnología para producir vacunas antivirales y, en este caso, anti-Covid-19, es la utilizada en Rusia para el Sputnik V, para cuya producción se utilizó una biotecnología llamada «vector viral» (2). Está claro que no existe una única manera de producir vacunas antivirales y que su producción puede basarse en diferentes biotecnologías que conducen a resultados más o menos eficaces y en más o menos tiempo. Por supuesto, estamos en una sociedad capitalista y ante esta súbita emergencia sanitaria, además a nivel mundial, al desencadenamiento de la competencia entre las distintas empresas químico-farmacéuticas, los distintos institutos de investigación y las distintas empresas productoras de estructuras biotecnológicas, se suma la competencia entre los Estados por defender los intereses de sus respectivas economías nacionales. Como ya se ha dicho, el Estado que primero consiga contener la propagación interna del coronavirus, desarrollar la producción de vacunas capaces de vencer las consecuencias más graves de la pandemia en meses y no en años y, por tanto, reiniciar su propia máquina productiva a toda velocidad, es el que lleva ventaja sobre todos los demás. Y China, en este caso, gracias también a un régimen político que ha hecho alarde de control social y que ha permitido la aplicación de medidas restrictivas verdaderamente bélicas, ha podido, según noticias confirmadas por fuentes occidentales, volver a poner en marcha su economía a partir de mediados de 2020, aunque no haya podido contar con la cantidad excepcional de tráfico comercial internacional que acostumbra, dadas las dificultades objetivas de distribución generalizada de las mercancías que llegan a los grandes centros de almacenamiento y el cierre de las fronteras de muchos países debido a la propagación del coronavirus.

 

ESTADOS UNIDOS, PRIMERO INCLUSO EN LA USURA HACIA LOS PAÍSES MÁS DÉBILES

 

Ya se sabe que el país en el que los institutos de estadística han registrado una masacre es Estados Unidos de América: más de 500.000 muertos por Covid o con Covid, una cifra superior, según los propios institutos, a la suma de los soldados estadounidenses que murieron en el último siglo en tres guerras (las dos guerras mundiales y la de Vietnam). Por supuesto, la culpa de estas muertes se ha atribuido, en un primer momento, a este coronavirus, un enemigo «invisible», y a China, que lo habría dejado libre para que se extendiera por todo el mundo, y después al ex presidente Trump y su entorno porque habrían asumido el peligro de la pandemia en secreto y no se habrían molestado en intervenir inmediatamente con las medidas restrictivas que, en cambio, se han aplicado en China y Europa. En realidad, al demócrata Biden y a la nueva Administración Federal les resulta muy cómodo echar toda la culpa de esta catástrofe sanitaria y económica al republicano Trump -que, por supuesto, no es inocente-, pero el juego político de ambos se basa principalmente en los intereses económicos y financieros de los lobbies que les apoyaron y que, casualmente, no estaban por cierto en contra de apoyar la investigación para que las empresas químico-farmacéuticas estadounidenses se beneficiaran de ella. De hecho, no es casualidad que Antony Fauci, un famoso inmunólogo neoyorquino que investiga el sida, haya sido nombrado por Trump, como asesor de salud de la Casa Blanca, para dirigir el grupo de trabajo para hacer frente a la emergencia del Covid-19, y haya sido confirmado por el nuevo presidente Biden en el mismo puesto. Pero el Sr. Fauci, como director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, tiene vínculos muy fuertes con las principales empresas farmacéuticas de Estados Unidos, en particular Moderna y Pfizer, que son -¡qué vamos a saber! - las dos grandes empresas farmacéuticas que compiten por ser las primeras en producir las tan necesarias vacunas contra el cólera. Aunque las pruebas realizadas en macacos y voluntarios humanos se hicieron rápidamente y en muestras relativamente pequeñas, en noviembre de 2020, durante una conferencia de prensa en la Casa Blanca, Fauci tranquilizó al mundo al afirmar que las vacunaciones en Estados Unidos podrían comenzar a mediados de diciembre y que «las vacunas de Moderna y Pfizer son muy eficaces», al  95%, para prevenir las formas más graves de Covid», admitiendo, sin embargo, que sobre esta eficacia había «señales contradictorias desde Washington», pero garantizando que «en Estados Unidos como en Italia, el proceso para determinar la eficacia y seguridad de las vacunas es independiente y transparente». ¿Independiente de quién? ¿Del Estado, de las grandes farmacéuticas, de los intereses privados? No se sabe... ¿y transparente para quién? ¿Para la gente de a pie, para los vacunantes, las instituciones, la llamada «comunidad científica»? ( 3). La palabra transparencia es una de las que de por sí debería despertar plena confianza en quienes la utilizan..., pero ¿cuándo los intereses privados de los trusts capitalistas, y de las Big Pharma que forman parte de ellos, han sido alguna vez transparentes y de dominio público? Ocurre, sin embargo, que algún grupo de periodistas-investigadores consigue descubrir algunos malos tratos o negociaciones sucias que desmienten descaradamente la llamada transparencia. Y este es precisamente el caso de Pfizer; una investigación realizada por un equipo de periodistas de investigación (4) ha demostrado que Pfizer ha impuesto condiciones de usura a los gobiernos de muchos países de América Latina y el Caribe para el suministro de su vacuna. Algunos, como Argentina y Brasil, las rechazaron, pero otros 9 las aceptaron. ¿Qué hay de la transparencia con la que una de las mayores empresas farmacéuticas del mundo negocia sus productos en una situación de emergencia como la actual? Lo que destaca no es sólo el odioso chantaje que los trusts utilizan para imponer a los países más débiles, sino el hecho de que condiciones chantajistas como éstas son su costumbre. Y no debería sorprendernos si, un día, las vacunas que se han producido tan rápidamente en grandes cantidades resultan ser ineficaces, si no directamente perjudiciales. El capital está interesado sobre todo en su propia valorización, desde el origen de este proceso mediante la explotación del trabajo asalariado hasta su objetivo final en la venta de los productos de los que es el dueño absoluto. Cualquier cosa negativa o desastrosa que ocurra en el camino entre su inversión y su beneficio o ingreso es simplemente un daño colateral.

El poder político burgués se concentra en el Estado central, y el Estado es un instrumento de dominación burguesa de la sociedad, como lo demuestra la pandemia de Covid-19.

Si la pandemia fue provocada deliberadamente por los laboratorios químico-farmacéuticos de Wuhan, donde también se ensayan instrumentos para la guerra bioquímica, y en la que también están implicados los estadounidenses, y en este caso el señor Antony Fauci, o si fue causada accidentalmente por uno de los muchos virus que cohabitan con el hombre en este mismo planeta y cuya propagación fue facilitada por el cinismo congénito de los capitalismos nacionales y privados empeñados en acumular beneficios a cualquier precio, el hecho es que el capitalismo como sistema económico y social se fortalece acumulando mano de obra muerta que explota la mano de obra viva, y se fortalece concentrando el poder económico y político en verdaderos monstruos estatales cuya tarea es defender al imperialismo nacional de sus competidores, pero que al mismo tiempo están al servicio de los monstruos capitalistas que dominan el mercado mundial.

 

EL PROLETARIADO O LUCHA O MUERE

 

El proletariado de todos los países, y con mayor razón el de los países imperialistas más fuertes en los que se han desarrollado los mayores trusts del mundo, no tiene ningún interés social, político o económico que compartir con los capitalistas, y mucho menos con su Estado. Aunque pueda ser tratado económicamente mejor que los proletarios de los países más débiles o atrasados, su destino, y su condena, es la de seguir siendo un esclavo toda su vida, un esclavo del trabajo asalariado que puede perder en cualquier momento, un esclavo de la precariedad y la inseguridad de la vida debido no sólo al desempleo repentino sino a una existencia siempre al borde de la miseria, el hambre, la marginación, las lesiones y la muerte.

Aunque ha sido privilegiado con respecto a los proletarios de los países más débiles dominados por el imperialismo, gracias a una serie de amortiguadores sociales que lo protegen formalmente de las dificultades causadas por las crisis económicas, las enfermedades o los accidentes, el proletariado de los países imperialistas ha pagado y paga estas «garantías» renunciando a la defensa real de sus intereses de clase, por la colaboración de clase con sus explotadores, por la complicidad en el desencadenamiento de una competencia cada vez más odiosa entre los esclavos y no sólo contra los proletarios de los países dominados por el imperialismo -inmigrantes o no-, sino también entre los proletarios del mismo país. La formación de un estrato especialmente privilegiado de la clase obrera, que los marxistas han llamado aristocracia obrera, es hija de la política burguesa de división del proletariado y de competencia entre proletarios.

Divide y vencerás, esto no sólo era cierto para los antiguos romanos: siempre es cierto, y la burguesía gobernante implementa esta política tanto contra las facciones burguesas de la misma nación que obstaculizan los negocios de las facciones industriales y financieras más fuertes, como contra las burguesías extranjeras que compiten por los mercados aún no conquistados, y contra el proletariado, que es la única clase que históricamente ha demostrado no sólo que puede hacerle frente en la lucha social, sino que puede vencerlo en el frente de la guerra de clases, desencadenando contra él su revolución de clase, la revolución proletaria y socialista.

Pues bien, incluso la burguesía ha sacado sus lecciones de las luchas y revoluciones proletarias del pasado: Ha comprendido que el sindicato de clase puede convertirse en un arma mortífera en manos del partido revolucionario de clase, porque este partido puede influir decisivamente en él; sabe que puede afrontar con éxito las luchas económicas del proletariado, incluso las más duras y violentas, si estas luchas se mantienen en el terreno inmediato y no desafían la estructura económica del capitalismo; ha comprendido que la lucha económica del proletariado, en ciertos momentos cruciales de la historia, puede constituir la base de la lucha política de clase y, por tanto, puede dar al partido de clase la posibilidad de preparar y dirigir a las grandes masas proletarias a la revolución para la conquista del poder político. Sucedió de manera ejemplar en 1917 -durante la Guerra Mundial, por lo tanto en un período en el que la burguesía había logrado regimentar al proletariado en defensa de sus intereses nacionales e imperialistas, y en el que la ley militar estaba vigente en toda la sociedad- en un país además tan atrasado como Rusia; podía ocurrir en Alemania, un país mucho más avanzado que Rusia, donde el proletariado había demostrado ampliamente, de 1915 a 1923, durante 8 años seguidos, actuar con un excepcional impulso de clase que fue trágicamente desviado y paralizado por las fuerzas oportunistas y colaboracionistas de la socialdemocracia; y podía ocurrir en Italia, donde el combativo proletariado industrial y obrero podía contar con un partido de clase sólidamente constituido sobre la base del marxismo revolucionario como era el partido bolchevique de Lenin.

La lección extraída por la burguesía, en Italia, donde tomó el nombre de fascismo, y en Alemania, donde tomó el nombre de nazismo, se concretó esencialmente en dos políticas complementarias: la represión del movimiento proletario, protegida y ayudada por las fuerzas militares de los respectivos estados, y la posterior colaboración entre clases mediante la cual atraer a las grandes masas proletarias al terreno de la defensa de la economía nacional dando a cambio toda una serie de medidas económicas y sociales destinadas a acallar sus necesidades elementales más inmediatas, los famosos amortiguadores sociales. En Rusia, una vez contaminada y desviada la política comunista de Lenin con ingredientes oportunistas de todo tipo, la misma política de represión del movimiento de clase proletario y de colaboración de clases tomó el nombre de estalinismo, con una ventaja para la burguesía no sólo en Rusia, sino en todo el mundo, constituida por la falsificación sistemática de toda posición y todo planteamiento político y teórico que consistía en etiquetar como socialistas y comunistas todos los movimientos políticos, sociales, económicos y militares de carácter burgués y capitalista. Así, el verdadero objetivo de la burguesía, en todos los países, se convirtió en un control social cada vez más estrecho del proletariado, tratando así de impedir que éste aprovechara las inevitables crisis económicas y sociales del capitalismo para conducir su lucha ya no en el terreno de la conciliación de clases, sino en el del antagonismo de clase abierto y declarado.

La pandemia de Covid-19 ha dado a las burguesías del mundo una nueva oportunidad para reforzar tanto la colaboración interclasista -en la que sobresalen como siempre los sindicatos y organizaciones políticas oportunistas- bajo la bandera de la unidad nacional, como el control social facilitado aún más por el miedo a infectarse y morir de Covid-19.

La campaña de vacunación, por tanto, además de engrosar las arcas de las empresas farmacéuticas y de todo el aparato utilizado para producir, envasar, transportar e inocular la vacuna, va en la dirección de la sumisión completa y pacífica de la población, y del proletariado en particular, a los dictados del capitalismo.

Un control social que será aún más necesario para cada burguesía nacional para enfrentar no sólo las próximas crisis económicas -que llegarán inexorablemente y de las que la misma burguesía teme su llegada- sino también los contrastes a nivel internacional que los imperialismos más fuertes han comenzado a señalar como lo demuestran los movimientos, aunque aún contradictorios, de Washington, Londres, Berlín, Pekín, Moscú, París.

Más allá del suministro de vacunas en los distintos países, por las cantidades contratadas, y más allá de las condiciones de chantaje que han impuesto las empresas farmacéuticas, queda la indicación general por parte de los Estados de la no obligatoriedad de la vacunación. Pero esta indicación no es en sí misma una «libre elección» para todos aquellos que no tienen intención de vacunar porque temen los daños colaterales, porque no quieren promover la regimentación generalizada o porque se oponen ideológicamente a las vacunas como tales. Además de la fortísima presión para la vacunación -no importa con qué vacuna.... - por todos los medios de comunicación, institucionales y privados, además de la obligación moral de vacunación para todo el personal sanitario de todos los rangos, la policía, los transportes públicos, las escuelas, etc., está también la indicación por parte de las asociaciones de empresarios de la vacunación en todos los lugares de trabajo por lo que los jefes pueden prácticamente obligar a cada empleado a demostrar estar vacunado con el pretexto de no contagiar a los demás. La vacuna se convierte así no sólo en la solución milagrosa contra la propagación del coronavirus y la alta probabilidad de infección, enfermedad y/o muerte, sino en el medio para doblegar a pueblos enteros a los diktats de los poderes burgueses.

Los proletarios se enfrentan así a problemas realmente complicados, no sólo en el plano de la defensa de sus intereses económicos inmediatos, sino también en el de la defensa de los derechos políticos elementales conquistados a lo largo de décadas: el derecho a reunirse, a organizarse al margen del aparato institucionalizado, a manifestar públicamente y en la calle sus reivindicaciones, el derecho a la aclamada «libre elección», el derecho a decidir individualmente sobre su propia vida, etc. Esta intrincada trampa que la burguesía está preparando para impedir que el proletariado se mueva y luche en su propio terreno y por sus propias reivindicaciones, es un objetivo facilitado precisamente por esa colaboración de clases que durante décadas todas las fuerzas oportunistas y de conservación social han ayudado a organizar y consolidar, demostrando, si es que alguna vez fue necesario, ser la mano larga de la burguesía dominante en las filas proletarias.

Ciertamente, no serán la carta constitucional y los derechos sancionados por las leyes burguesas los que podrán representar las reivindicaciones de los trabajadores; la propia burguesía -con el pretexto de una emergencia que durará años, como dicen los virólogos de todo el mundo- es la primera en despreciar sus propias leyes; lo hace siempre que sus negocios, sus beneficios, están en peligro, y mucho más cuando una emergencia social como la actual le da la ocasión de tranquilizar su conciencia y hacer propaganda de que debe hacerlo por el «bien común». Los proletarios han sido sumidos en la condición de sumisión total a las exigencias de los intereses inmediatos y futuros de la burguesía. De este abismo, si no quieren vivir y morir como esclavos, deben salir, y para ello deben necesariamente romper los lazos que los mantienen encadenados al destino de la economía y los poderes burgueses. Tendrán que encontrar la fuerza en las propias condiciones de esclavitud brutal en las que están sumidos, sabiendo que aunque sólo sea para luchar en el terreno democrático burgués tendrán que utilizar la fuerza, la fuerza de su posición en las relaciones de producción: sin explotación de su fuerza de trabajo no hay valorización del capital, y los burgueses no pueden embolsarse los beneficios a los que han comprometido su capital. Los capitalistas golpean a los proletarios en su punto más débil: el salario, porque sin salario no se puede comprar nada y no se puede vivir en esta sociedad. Los proletarios también deben golpear a los capitalistas en su punto más débil: la producción de plusvalía, y por tanto de beneficio. Y como la burguesía no se limita a golpear a los proletarios en el salario (léase también lugar de trabajo), sino que amplía el horizonte de sus objetivos a los servicios sociales y a los derechos civiles, los proletarios deben extender su lucha, incluso a partir de la empresa donde trabajan, del barrio o de la ciudad donde viven, a todas las demás categorías, a los demás barrios, a otras ciudades, implicando a los proletarios de todas las edades, de todos los sectores, de todas las nacionalidades en una lucha centrada en la defensa real de los intereses de clase, es decir, de los intereses que conciernen exclusivamente a los proletarios, sin retroceder ante la inevitable ofensiva de las fuerzas del orden y la labor desmoralizadora y divisoria de las fuerzas oportunistas. ¿Difícil? Ciertamente, muy difícil, pero es la única manera de empezar a retomar la vida y el futuro de uno en las manos.

 


 

(1) Véase David Quammen, Spillover, Adelphi Edizioni, Milán, 2014.

(2) Se aplican diferentes tecnologías en la producción de vacunas. Damos aquí sintéticamente la explicación obtenida de las revistas especializadas. La tecnología más reciente es la llamada ARN mensajero (ARNm) que consiste en esto: en lugar de inocular el antígeno (una sustancia que, introducida en la sangre o en los tejidos, estimula la producción de anticuerpos) hacia el que se quiere inducir una respuesta inmunitaria, se inocula la secuencia genética con las instrucciones para producir el antígeno que entra en las células del individuo vacunado; El ARN mensajero, que ha entrado en las células pero no en el núcleo celular, codifica la proteína de la espiga del Sars-CoV-2 (una proteína presente en la superficie externa del virus, en forma de protuberancias como una corona, y que el virus utiliza para entrar en las células y replicarse) y permite al sistema inmunitario producir los anticuerpos específicos, entrenándolo para responder a cualquier exposición futura al virus Sars-CoV-2. Al no entrar en el núcleo celular, el ARNm no interactúa ni modifica el ADN del individuo vacunado. La vacuna inactivada se refiere a una vacuna que utiliza virus muertos mezclados con un adyuvante (hidróxido de aluminio) antes de ser inyectados en los pacientes, logrando así una respuesta inmune sin causar infección. Este tipo de vacuna se ha utilizado para muchas de las vacunas existentes, como las del sarampión, la poliomielitis o el ébola; tiene menos eficacia que las otras, pero tiene un coste bajo y es fácilmente transportable. En cambio, la biotecnología que utiliza el vector viral emplea un virus para transportar dentro de la célula un «trozo» del patógeno cuya infección debe impedir.

(3) Cfr. www.l’inkiesta.it/2020/11/fauci-vaccino-anti-covid-meta-dicembre/

(4) Con su investigación, The Bureau of Invetigative Journalism -con sede en Londres-, en colaboración con el diario peruano Ojo Público, reveló las condiciones de verdadera usura que Pfizer quiso imponer a los gobiernos latinoamericanos y del Caribe en las negociaciones iniciadas para el suministro de sus vacunas contra el cólera.

Las condiciones impuestas por Pfizer no sólo se referían a las cláusulas que reducían la responsabilidad de la empresa sobre los posibles efectos negativos de la vacuna, sino que exigían además una compensación adicional frente a cualquier tipo de reclamación civil que los ciudadanos pudieran presentar en caso de daños debidos a la vacuna, pero Pfizer no fue suficiente todavía, y exigió, por ejemplo por parte de Argentina y Brasil, que los fondos fueran dados por los bienes inmuebles estratégicos y la riqueza soberana de sus bancos centrales. La negativa de los gobiernos de Buenos Aires y Brasilia fue evidente. Sin embargo, Pfizer ha logrado vender su vacuna a 9 países de América Latina y el Caribe: Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, México, Panamá, República Dominicana, Uruguay y Perú (https:// ojo-publico.com (2502/ as.abusivas- exigencias- de-pfizer- con-las-vacunas- covid-19 y www. lavocedellevoci.it/ 2021/02/27/ pfizer-lo-strozzinaggio- in-sud-america/ ).

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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