Yolanda Díaz ha hablado

(«El proletario»; N° 24; Agosto - Septiembre - Octubre de 2021 )

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La crisis económica abierta por la pandemia Covid-19 ha suscitado en las burguesías de todos los países capitalistas desarrollados una respuesta similar: entendida esta crisis como un shock temporal que únicamente debía golpear a la liquidez de las empresas y no a su solvencia (es decir, debía afectar a su capacidad para afrontar sus obligaciones inmediatas de pagos pero no a la tasa de beneficio esperada a largo plazo), todos los recursos de los Estados se utilizaron para salvar lo que se consideraba un bache temporal.

La más importante de estas medidas ha consistido, y consiste aún porque todavía sigue vigente, en ese remedo de nacionalización de la mano de obra proletaria que fueron los Expedientes Temporales de Regulación de Empleo: mediante esta, el Estado burgués exoneró a las empresas con dificultades debidas a la mala situación económica de la obligación de pagar los salarios a sus trabajadores, haciéndose cargo de ellos previa rebaja de un 30% que el trabajador en ERTE deja de percibir. A efectos prácticos el resultado ha sido que los empresarios tienen libertad para prescindir del llamado factor trabajo cuando lo necesiten, mientras que los trabajadores no pueden abandonar la empresa sino a costa de perder las prestaciones de desempleo, etc. y, además, deben sufragar esta situación viendo su salario rebajado.

Este tipo de medida anti proletaria se ha tomado en prácticamente todas las llamadas economías avanzadas: en Alemania bajo la forma de Kurzarbeit, en Reino Unido con los CJRS o en Francia con el «desempleo parcial», en total 42 millones de trabajadores en Europa se han visto afectados de una manera u otra por este tipo de regulación laboral de emergencia que muy probablemente pase a engrosar la lista de políticas económicas comunes en los próximos años, porque supone una herramienta de intervención muy efectiva en un contexto de crisis económica creciente en el cual la mano de obra excedente, es decir, aquella con cuyo empleo la burguesía no logra obtener el beneficio esperado en forma de plusvalía, debe ser expulsada del mercado de trabajo.

En España, el gobierno de coalición PSOE-Podemos ha presentado los ERTEs como un logro propio en materia de protección laboral. Comparando su respuesta sobre este terreno con la tomada por los gobiernos del Partido Popular durante el periodo 2009-2014, pretenden haber dado un giro en la política de protección social, levantando el famoso «escudo» con el que tanto se llenan la boca. Pero lo cierto es que esta medida no es algo original español. Forma parte del recetario que se aprende en todas las facultades de economía del mundo como tipo de política prescrita para casos de drástica pero supuestamente temporal contracción de la actividad productiva. Las medidas tomadas en toda Europa, donde existe una legislación laboral similar a la española, muestran que la única novedad que ha aportado el gobierno español ha sido precisamente su adecuación al marco regulador de las relaciones laborales que rige en España.

Pero existe una peculiaridad que sí es específicamente española: en este país las medidas laborales relacionadas con la crisis Covid-19 han sido puestas en marcha por una ministra que es militante del Partido Comunista. Como es sabido, el ministerio de Trabajo y Economía Social fue una creación del gobierno de coalición a partir del antiguo ministerio de Trabajo y Seguridad Social. Al crearlo se pretendía dar un cargo simbólico a un ministro de Podemos pero privándole del control de los fondos de la Seguridad Social, uno de las joyas de cualquier Estado moderno. A este ministerio únicamente se pensó en asignar tareas de legislación laboral, pero la llegada de la pandemia y la especial relevancia que entonces cobró esta área de intervención del gobierno auparon a Yolanda Díaz, su titular, al puesto de ministra estrella de Podemos.

Más allá de los ERTEs, la actividad de la ministra ha tenido un único objetivo: garantizar un frente común entre gobierno, patronal y sindicatos en defensa de las medidas de excepción que se han tomado. Obviamente este frente se ha realizado asignando a cada participante un papel distinto. La patronal, representante oficiosa de los intereses del conjunto de la burguesía española, ha marcado las líneas a seguir para garantizar que se cumpliesen las exigencias de esta. Los sindicatos han hecho todo el esfuerzo que les ha sido posible para maquillar estas medidas y han frenado en seco cualquier tipo de resistencia a ellas por parte de la clase proletaria, haciéndola aceptar en nombre del bien superior que es la economía nacional todas las imposiciones de la burguesía. El gobierno PSOE-Podemos, finalmente, ha puesto el maquillaje «progresista» y «social» a este reparto de papeles, haciendo pasar unas medidas que han hundido en la miseria a gran cantidad de trabajadores y que todavía penden sobre cualquier proletario como una amenaza que no se suspende, por conquistas sociales. Se ha tratado, efectivamente, de un frente unido entre la burguesía y sus representantes dirigido a asfixiar cualquier tipo de rechazo a una legislación laboral que es la más dura desde que se firmaron los Pactos de la Moncloa en 1977. Los efectos tanto de estas medidas anti obreras como de la presión ejercida sobre el proletariado para que las acepte, se verán en los próximos años y sin duda consistirán en una precarización absoluta del mercado de trabajo, en el que las empresas podrán suspender los contratos el tiempo necesario siempre que lo requieran, y en una fortísima represión contra las iniciativas que, fuera de las políticas del colaboracionismo sindical, puedan levantar los proletarios.

Dejando aparte estas medidas, en lo referido a la importancia ya no del contenido concreto de la legislación laboral aprobada en los dos últimos años, el hecho de que el peso de este frente anti proletario haya recaído en una ministra del PCE resulta bastante significativo. Como es sabido Yolanda Díaz viene de familia sindicalista: sus padres y sus tíos han ocupado puestos importantes en las Comisiones Obreras de Vigo, ciudad industrial por excelencia de la zona noroeste de España, y fue precisamente por ello que, en 2019, en un momento en el que la crisis del sector del metal que ahora vemos camuflada con las consecuencias de la crisis provocada por la pandemia era ya visible, se eligió a alguien que tiene la lucha contra los proletarios del metal en el abolengo familiar. Se entiende que la experiencia de padres y tíos, que jugaron un papel destacado en CC.OO. de Vigo durante las duras huelgas del final del franquismo ejerciendo las funciones de bomberos sociales que se impusieron desde la cúpula sindical, le sería muy útil a una militante del PCE que es ella misma especialista en Recursos Humanos. Poco más es necesario decir.

Ocupándose del ministerio de Trabajo, Yolanda Díaz estaba llamada a gestionar los envites que la burguesía preveía lanzar contra los proletarios del metal, tal y como ha sucedido en Alcoa, Nissan, Tubacex, Airbus, etc. su experiencia familiar le iba a ser de gran ayuda en estas lides, pero la llegada de la pandemia y de la crisis económica y social que esta ha traído le ha permitido seguir una estrategia mucho más sencilla, en la medida en que todas las acciones contra los proletarios de este sector han podido camuflarse oportunamente debajo de una situación en la que el frente único burgués se ha realizado con toda facilidad y la solidaridad interclasista se le ha impuesto al proletariado sin demasiadas dificultades. Toda la fuerza del populismo de nueva ola que representaba Podemos, toda la «nueva política», queda resumida en el hecho de que, a la hora de lidiar con el proletariado, se recurrió a una estalinista de la vieja escuela.

Con esta historia a sus espaldas y habiendo sido la cara visible de toda la legislación laboral anti proletaria que se ha aprobado en España a lo largo del último año y medio, lo normal sería que un elemento como la ministra de Trabajo hubiese preferido permanecer en un plano secundario. Sin embargo hace pocas semanas el periódico El Paísanunció que Yolanda Díaz había sido la encargada de escribir el prólogo a una nueva edición en español de El Manifiesto del Partido Comunista a la vez que publicaba el mismo en primicia.

Con esta publicación, la ministra trata de ir más allá de ser el simple instrumento de una política abiertamente anti proletaria e intenta reivindicar que este papel suyo tiene un mayor calado. El esfuerzo se dirige, por lo tanto, a continuar su labor al servicio de la burguesía fuera del ámbito técnico que le ocupa en el ministerio, dando su contribución también en el terreno de la distorsión y la falsificación de la doctrina marxista. Esta tarea, tan querida a la corriente estalinista a la que Yolanda Díaz y su familia pertenecen, la cumple intentando atacar alguno de los puntos fundamentales de la teoría y buscando apropiarse de la propia historia del Manifiesto en castellano, como si su prólogo y la nueva edición que se ha publicado se colocasen por encimade los primeros esfuerzos por difundir y defender estas posiciones entre los lectores de lengua española, «corrigiendo» malentendidos, mejorando problemas de traducción que realmente afectan al corazón mismo de la doctrina marxista, etc.

Así, en su escrito, la ministra se dedica a afirmar cosas como que la dictadura del proletariado sería una especie de error de traducción, uno de esos «sintagmas y lugares comunes que no se corresponden con el sustrato exacto de sus tesis». Resulta normal que una ministra de un gobierno burgués, heredera de una larga tradición de servicios a la clase dominante, quiera atacar directamente la dictadura del proletariado, que es el punto central de la teoría marxista en lo que se refiere a la función del Estado en las sociedades de clases. Pero hacerlo aduciendo un problema de traducción es ridículo incluso para la propia escuela estalinista de falsificación.

Retomamos en este punto la famosa afirmación de Marx sobre la dictadura del proletariado en su carta a Joseph Werdermeyer de 1852, sólo para mostrar que si la dictadura del proletariado es un error de traducción, Marx debía cometerlo el mismo en su alemán materno:

[...] Por lo que a mí se refiere, no me cabe el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en la sociedad moderna ni la lucha entre ellas. Mucho antes que yo, algunos historiadores burgueses habían expuesto ya el desarrollo histórico de esta lucha de clases y algunos economistas burgueses la anatomía económica de éstas. Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar: 1) que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases. (1)

Después de haber dedicado unas cuantas líneas a la falsificación más burda acerca de la obra de Marx y Engels, la autora de este escrito pasa a su segundo objetivo: el de intentar afirmar que tanto su prólogo como la nueva edición del Manifiesto pueden colocarse en relación directa con los esfuerzos que los diferentes militantes proletarios que se han encargado de la edición y difusión de esta obra han realizado en el pasado. Aduciendo de manera capciosa y malintencionada una especie de trayectoria errática en las ediciones del Manifiesto, Yolanda Díaz intenta introducir de tapadillo la idea de que las tesis centrales del marxismo, expuestas por primera vez de manera sistemática en este libro, no han sido bien comprendidas en España. Para ello, recurre a nombrar al primer editor del Manifiesto en lengua castellana, como si utilizar su nombre justificase cualquier barbaridad que se quiera decir después. Se trata de José Mesa y la autora debería saber que se trata, sin querer caer por nuestra parte en el odioso culto a los nombres, de uno de los principales marxistas que ha dado esta tierra. Compañero de Engels y Lafargue, estuvo en la Internacional desde la primera hora, permaneciendo junto al grupo que rompió con la corriente bakuninista y se colocó bajo la bandera del comunismo revolucionario. Su trabajo fue vital para mantener, al menos mientras él permaneció con vida, una corriente coherentemente marxista dentro del Partido Socialista.

Citamos a continuación uno de sus artículos publicados en La Emancipación, órgano de la Nueva Federación Madrileña de la Internacional, dedicado al combate por deslindar el terreno de la lucha política del proletariado frente  a las confusiones de tipo republicanas-radicales y libertarias

Es innegable que la renuncia de la clase trabajadora a toda suerte de participación, como tal clase, en las luchas políticas -electorales o de otro género- ha dado y dará siempre por resultado ineludible la continuación de la masa obrera en las filas de los partidos burgueses más o menos avanzados, y la sujeción política del proletariado, que contribuye de este modo, sin quererlo, a remachar sus propias cadenas, a perpetuar su sujeción económica. A menos que se consiga de toda la masa de trabajadores el que se aparte en absoluto de la política y que asista con los brazos cruzados a las luchas electorales o revolucionarias -lo cual ni la Internacional pudo conseguir, habiendo tenido que dejar a cada uno de sus asociados libertad completa de alistarse en el partido político que mejor le conviniese- claro es que si no se quiere hacer «política obrera» los trabajadores, asociados o no, harán «política burguesa».

Así lo comprendió la Internacional misma en su último periodo, declarando por el órgano del Consejo general, autorizado por la Conferencia de Londres, la necesidad de una política obrera, en oposición a la política de todos los partidos burgueses, dejando, como era natural, a los obreros de cada región el cuidado de determinar el momento y las condiciones en que debía ejercerse aquella acción política. Así lo entendieron más tarde nuestros compañeros de Alemania, Francia y otros países, donde el sufragio universal se halla establecido, organizándose en partido de clase, en vista a una acción política electoral, preparación necesaria de la gran batalla decisiva. Así, finalmente, lo hemos entendido nosotros, al constituirnos en Partido Socialista Obrero, con un programa que no difiere, en sus puntos capitales, del de los Partidos Obreros alemán, francés, americano, etcétera, programa que se resumen en estas dos grandes aspiraciones: continuar la tradición socialista de la Internacional, sosteniendo y apoyando a los obreros en sus luchas económicas, luchas por la vida, con el industrialismo burgués, y organizar estas mismas fuerzas para las luchas políticas, en todos los terrenos que convengan al logro de nuestro fin, que es la emancipación social completa del proletariado.

De lo que dejamos expuesto se deduce lógicamente -y quien no lo viere será por ceguedad natural o fingida- que para nosotros, como para el Partido Socialista Obrero, la política no es, no puede ser otra cosa que un medio, jamás un fin: medio de propagar nuestras doctrinas, de allegar fuerzas, medio de conocernos y contarnos. Lo que nos diferencia esencialmente de los partidos en que se divide la burguesía es que ellos se sirven de la papeleta electoral y de la tribuna parlamentaria para escalar el poder, y nosotros cuando las empleamos es para organizar la Revolución.

Convencidos, como estamos, de que es imposible el planteamiento del nuevo orden social sin haber desalojado antes a la burguesía de la fortaleza del poder, y que esto no podrá verificarse sino a tiros, consideramos toda concesión como retroceso peligroso, y todo pacto o alianza con los políticos burgueses, por avanzados que estos sean, como una traición. El triunfo de una candidatura, la obtención de una reforma, aún favorable para los intereses obreros, no merece el sacrificio de una sola coma de nuestro Programa. El día en que los Partidos Obreros, entrasen por tan resbaladiza pendiente habrían dejado de existir. Las reformas que arranquemos al miedo o a la ignorancia de la burguesía, deben ser armas que nos fortalezcan en el combate contra nuestros implacables enemigos, que nos presten nuevo ardor para ir hacia delante con nuestra bandera alta y desplegada, y no obstáculos adormecedores que nos detengan en el camino de la Revolución social.[…] (2)

En estas breves líneas se sintetiza todo un programa de acción política marxista: ruptura con el conjunto de los partidos burgueses, defensa de la acción independiente de la clase proletaria, rechazo del oportunismo «pragmático» e inmediatista, etc.

No resulta difícil ver con claridad la distancia insalvable que separa a Yolanda Díaz, defensora precisamente de uno de  esos «partidos en los que se divide la burguesía». Por lo tanto resulta igualmente sencillo ver la terrible falsificación del marxismo, de sus postulados y de su propia historia que supone colocar las estúpidas divagaciones de la ministra junto con el trabajo de militantes como José Mesa.

Pero Yolanda Díaz necesita ser exhaustiva en su trabajo. Y dedica la última parte de este a colocarse ya no en la línea remota de los padres del marxismo en España, sino en la del mucho más reciente hito de la fundación del Partido Comunista. Para ello, fiel a las lecciones de su escuela estalinista, comienza por mentir afirmando que nos encontramos, este año 2021, en el centenario de la fundación del PCE.

 Lo cierto es que nos encontramos no en el centenario del nacimiento del Partido Comunista sino en el de la fusión entre el Partido Comunista Español y el Partido Comunista Obrero de España. La primera de estas organizaciones se fundó en 1920 mediante una escisión de las Juventudes Socialistas sobre la base de un programa de orientación claramente marxista. Entre sus postulados fundamentales, la defensa de la acción política del proletariado encaminada a la conquista del poder y el ejercicio de la dictadura proletaria mediante el órgano-partido, la defensa de este mismo partido comunista como elemento imprescindible de la lucha de clase del proletariado, así como una serie de consignas tácticas entre las cuales el abstencionismo electoral, en ruptura con las más pestilentes tradiciones politiqueras de la socialdemocracia, y la lucha por conquistar una influencia decisiva entre las masas proletarias organizadas sindicalmente. La segunda, el PCOE, fue el resultado de la salida del PSOE de los llamados «terceristas», los elementos que habían intentado convertir al PSOE en un partido de la Internacional Comunista. Su característica principal fue la falta de ruptura tajante con las políticas oportunistas que caracterizaron al Partido Socialista. Prueba de ello es que entre sus filas se encontraban elementos como Pérez Solis, miembro del ala derecha del PSOE y, andando los años, falangista de camisa vieja.

El Partido Comunista de España, hoy, y para él Yolanda Díaz, defiende como su origen el año 1921. El motivo es muy sencillo: el PCE que salió del Congreso de fusión era ya un partido plenamente plegado a las políticas del Tercer Congreso de la IC, caracterizadas por esa célebre «elasticidad táctica» y esos guiños a las viejas formas oportunistas que acabarían por ser la puerta de entrada de las peores desviaciones anti marxistas en los partidos nacionales, entre ellos el PCE. Las corrientes se fusionaron en los comienzos de un camino que ya resultaba preocupante y esta fusión no hizo sino acelerarlo en España. Resulta normal que el PCE no quiera saber nada de los verdaderos orígenes del Partido: reconocerlos le obligaría a explicar demasiadas cosas.

En cualquier caso, el propio año 1921 dejó todavía testimonios de la potentísima lucha por levantar y defender un verdadero partido marxista. El esfuerzo por colocarse sobre la vía del marxismo revolucionario, vinculándose al trabajo internacional que desarrollaban las secciones de la IC, tuvo sus frutos en la adopción del programa que citamos más abajo y para terminar. Que se compare de nuevo con aquello que Yolanda Díaz dice defender del marxismo, podrá verse el verdadero orden de magnitud de la falsificación a la que ella y los suyos están entregados

 

Declaración de principios:

 

1.- En el actual régimen capitalista se desarrolla cada vez más el contraste entre las fuerzas productoras y las relaciones de la producción, que origina el antagonismo de los intereses y la lucha de clases entre el proletariado sometido y la burguesía dominante.

2.- El proletariado no puede romper ni modificar el sistema de las relaciones capitalistas de producción, de donde deriva la explotación de que es víctima, sin destruir violentamente el poder burgués, cualquier que sea la forma políticoadministrativa que adopte para su defensa.

3.- El órgano indispensable de la lucha revolucionaria del proletariado es el partido político de clase. El Partido Comunista, reuniendo en su seno la parte más avanzada y consciente del proletariado, unifica los esfuerzos de las masas trabajadoras, convirtiéndolos, de la lucha por los intereses de grupo y por los resultados contingentes, a la lucha por la emancipación revolucionaria del proletariado e imponiéndose la misión de difundir entre la masa la conciencia revolucionaria de clase y dirigir al proletariado en el desarrollo de la lucha.

4.- Después de derribado el poder burgués, el proletariado no puede organizarse en clase dominante sino con la destrucción del mecanismo políticoadministrativo de la burguesía y con la instauración de su dictadura, o sea basando la representación electiva del nuevo estado sobre la clase productora.

5.- La forma de representación política en el estado proletario es el sistema de los Consejos de trabajadores (industriales y agrícolas), ya implantado por la revolución rusa, principio de la revolución proletaria universal y primera realización estable de la dictadura del proletariado.

6.- El Estado proletario será el único que podrá implantar sistemáticamente aquellas medidas sucesivas de intervención en las relaciones de la economía social, con las que se efectuará la sustitución del régimen capitalista por la gestión colectiva de la producción y la distribución.

7.- Por consecuencia de esta transformación económica y del cambio consiguiente de las condiciones generales de la vida social, y abolida principalmente la división de la sociedad en clases, irá despareciendo la necesidad de mantener ese Estado político transitorio, y su engranaje se simplificará, progresiva y automáticamente, hasta llegar a la mera administración de las cosas comunes, medio racional del desenvolvimiento de la actividad humana. (3)

 


 

(1) Marx a J. Werdermeyer, 5 de marzo de 1852

(2) José Mesa publicado en El Socialista nº 60, 29/04/1887

(3) Estatutos y tesis aprobados en el I Congreso nacional, celebrado en Madrid en marzo de 1922, Partido Comunista de España, impreso en M. Tutor, Madrid, 1922.

 

 

Partido comunista internacional

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