Guerra ruso-ucraniana:

El imperialismo, por la fuerza de las armas, exaspera el nacionalismo de cada país

(«El proletario»; N° 26; Feb.-Marzo-Abril de 2022 )

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El Hilo del tiempo de 1949, titulado Pacifismo y comunismo, comienza con estas palabras:

 

En la tradición de los marxistas revolucionarios hay una oposición muy sólida al nacionalismo y al militarismo, a todo el belicismo basado en la solidaridad de los trabajadores con el Estado burgués en guerra por las famosas tres razones fraudulentas: la defensa contra el agresor - la liberación de los pueblos gobernados por Estados de otra nacionalidad - la defensa de la civilización liberal y democrática. Pero una tradición no menos sólida de la doctrina y la lucha marxista es la oposición al pacifismo, una idea y un programa poco definibles, pero que, cuando no es la máscara hipócrita de los preparadores de la guerra, aparece como la necia ilusión de que prejuzgando la definición y el desarrollo de los contrastes sociales y de las luchas de clases se debe, desde bandos opuestos de opiniones y alineamientos de clase, coincidir en el objetivo de la «abolición de la guerra», de la «paz universal» (1).

 

En la guerra ruso-ucraniana han aparecido todos estos motivos fraudulentos, incluida la reivindicación pacifista de la abolición de la guerra y la paz entre los pueblos.

Defensa contra el agresor: para la Ucrania burguesa y los imperialistas euroamericanos, el agresor hoy es la Rusia de Putin, porque con sus tanques ha cruzado las fronteras que separan a los dos países, invadiendo a la suave, pacífica y democrática Ucrania. Sólo por eso, para el gobierno de Kiev y las cancillerías imperialistas occidentales, la «guerra defensiva» es más que justificable, y apoyarla es un deber del mundo libre, del mundo democrático, del mundo que quiere la «paz universal». Así, la cuestión de la guerra, en plena era imperialista, se reduce simplemente a una cuestión de «agresión» y «defensa». Desde el punto de vista burgués e imperialista -es decir, desde el punto de vista de las burguesías que siempre han estado luchando y en guerra entre sí desde que existen- plantearlo en estos términos es lógico; forma parte de la propaganda de las respectivas burguesías. Por un lado, por ejemplo, el lado ruso, la agresión se justifica porque el gobierno de Kiev oprime a la minoría de habla rusa que vive principalmente en Crimea y Donbass (opresión lingüística, cultural, administrativa y política); por lo tanto, esta «agresión» (llamada «operación militar especial») no sería más que la respuesta militar «en defensa» de la minoría de habla rusa que ha sido atacada por el gobierno ucraniano a través de su ejército y las milicias locales. Del lado ucraniano, la «guerra defensiva» se justifica porque el objetivo es defender la integridad territorial de la nación, su «independencia» proclamada tras el colapso de la URSS en 1991, su giro democrático y su «libertad de elegir» con quién aliarse: en este caso, económica y políticamente, con la Unión Europea y, militarmente, con la OTAN. Es obvio que esta «elección» está a favor de los intereses imperialistas de los países de Europa Occidental, Estados Unidos y las facciones burguesas que han expresado los gobiernos de Poroshenko y Zelensky, y va directamente en contra de los intereses imperialistas de Rusia (esté Putin en el gobierno o cualquier otro, el fondo no cambia).

Defensa de la civilización liberal y democrática: para la Ucrania burguesa, la civilización liberal y democrática no es más que la ideología con la que se revisten los intereses del capitalismo nacional; ideología e intereses que subyacen en el nacionalismo ucraniano frente al ruso, ambos basados en el sistema económico, político y social del capitalismo, con todo lo que ello conlleva en cuanto a la defensa de los intereses de los dos capitalismos nacionales en liza en términos económicos y militares, en términos de tratados y alianzas internacionales. La civilización democrática (después de la segunda guerra mundial perdió definitivamente su aspecto «liberal») no es otra cosa que la civilización del capitalismo en la era del imperialismo, de ahí el impulso congénito de acaparar territorios económicos, zonas de influencia, anexiones, incluso enfrentamientos militares con burguesías extranjeras con el fin de asegurarse el poder para defender y desarrollar salidas para sus capitales y mercancías y, por supuesto, la explotación de un proletariado nacional sometido y controlado.

El nacionalismo, en la época histórica de los acuerdos nacionales, cuando los movimientos revolucionarios nacionales derrocaron a los antiguos poderes feudales y aristocráticos, expresó el progreso histórico tanto político como económico. El objetivo de la independencia política de las potencias imperial-feudales del siglo XIX (léase Prusia, Austria-Hungría, Rusia, Japón) era el objetivo principal de las burguesías de los pueblos oprimidos, y las guerras revolucionarias para derrocar a esas potencias, desde el punto de vista del progreso histórico, eran sólo guerras. A los belicistas que quieren, en los países imperialistas, el apoyo del movimiento obrero y de sus partidos al Estado burgués y a su guerra -como nos recuerda la cita del principio de este artículo- se oponen los belicistas, es decir, los que apoyan y sostienen la guerra de liberación nacional y que, con esta guerra, dan un paso adelante en la historia. Ambos quieren el apoyo del proletariado, lo buscan y lo solicitan con toda forma de propaganda y todo acto de fuerza, aunque los dos tipos de guerra no son comparables. En la larga fase histórica de desarrollo del nuevo modo de producción capitalista y de la clase burguesa, la guerra librada contra los poderes feudales no era ciertamente «defensiva», era claramente ofensiva, era una guerra revolucionaria en la que el proletariado también estaba interesado, no sólo porque estaba atormentado por la explotación y la represión, sino también para liberarse de las miles de ataduras personales que lo oprimían. Por otra parte, toda revolución tiene un carácter ofensivo, de lo contrario no sería una revolución. Pero las guerras que los Estados burgueses libran entre sí para repartirse los mercados no son guerras revolucionarias, ni guerras de agresión ni guerras de defensa: son precisamente la continuación de la política de conquista de los mercados, una política llevada a cabo por otros medios, y precisamente por medios militares de ambos bandos beligerantes.

Liberación de los pueblos gobernados por Estados de otra nacionalidad: un pueblo gobernado por un Estado de otra nacionalidad sólo se liberará a través de la revolución; nunca logrará el fin de su opresión a través de un proceso de democratización, de un referéndum, de negociaciones pacíficas para una «solución diplomática», como propagan los burgueses, ni a través de formas de guerra de guerrillas partidistas llevadas a cabo en interés de clanes y grupos sociales que se reparten fragmentos de poder local dentro de una explotación más amplia de los recursos naturales y del trabajo. Tampoco tendrá éxito con la guerra que otros estados burgueses librarán, bajo la bandera de la «libertad del pueblo oprimido», contra el estado que los gobierna y oprime, y en aras de la guerra presiona a su proletariado para una «unidad nacional» que sólo sirve para fortalecer el poder burgués y mantener vivo el sistema económico capitalista, oprimiendo así a los proletarios y a los pueblos más débiles. Como se mencionó en el punto anterior, considerando que el fin de la segunda guerra imperialista abrió otro frente, el de los movimientos nacional-revolucionarios de los pueblos coloniales, los pueblos oprimidos sólo tenían una salida a la opresión colonial, la de la revolución en la que las masas de burgueses, campesinos y proletarios tenían un interés histórico común: derrocar el poder de los estados colonialistas, obtener la independencia política, desarrollar la economía del país en una dirección capitalista que, como ha demostrado el marxismo, proporciona la base para la lucha por el socialismo. La perspectiva socialista revolucionaria se mantiene perfectamente intacta: el proletariado de las colonias tiene una tarea histórica de clase que va más allá de la independencia política y de la economía burguesa, por lo que el camino que debe tomar se aparta inevitablemente de la vía nacional-revolucionaria burguesa: es, en efecto, el camino de la revolución proletaria y antiburguesa, un camino que excluye la opresión de otros pueblos, la anexión de otras naciones y, por tanto, la alianza con cualquier Estado burgués, imperialista o no. El único aliado del proletariado de una nación es el proletariado de todos los demás países, porque esta alianza se basa en los intereses de clase que son internacionales porque el proletariado de cada país, es la única clase, sin reservas, sin patria.  

En los mercados se mide la fuerza económica, financiera, política y militar con la que los capitalismos nacionales luchan en competencia entre sí; en la fase imperialista en la que vivimos desde hace más de cien años, las fuerzas determinantes son las grandes concentraciones industriales y financieras, los grandes monopolios y los grandes estados que defienden sus intereses a nivel mundial. En el choque de estos intereses imperialistas contrapuestos, las pequeñas naciones, las semipotencias regionales, tienden a posicionarse -aunque no siempre lo consiguen- en las líneas de menor tensión para poder sobrevivir más tiempo en su papel de socios de las grandes potencias mundiales y disfrutar, gracias a las posiciones adoptadas, de ventajas que antes no tenían. En el caso de las repúblicas federadas que formaban parte de la URSS, con la crisis de 1989 que se prolongó hasta su colapso en 1991, la mayoría de los países de Europa del Este, menos Bielorrusia, Moldavia y Ucrania, se vieron arrastrados entre 1999 y 2004 a la esfera de influencia de la Unión Europea y, a través de ella, a la de la OTAN y, por tanto, a la de Estados Unidos de América. No sólo se derrumbó la URSS y su sistema de satélites en 1991, sino que también se disolvió inevitablemente la alianza militar del Pacto de Varsovia establecida en 1955 en oposición al avance de la OTAN en Europa.

Inevitablemente, Rusia se ha encontrado, en el espacio de unos pocos años, bordeando Occidente con los países miembros de la OTAN: directamente con los Estados bálticos, e indirectamente, dado que Bielorrusia, Ucrania y Moldavia están en medio, con Polonia, la República Eslovaca, Hungría y Rumanía. El único país que está muy cerca, tanto económica como políticamente, de Moscú es Bielorrusia; de hecho, ha dado un apoyo total a las iniciativas militares rusas desde 2014, con la anexión de Crimea, y a la actual guerra en Ucrania.

El derrumbe del Muro de Berlín en 1989, la anexión de Alemania Oriental por parte de Alemania Occidental (llamada «reunificación alemana»), el colapso de la URSS en 1991, produjeron en Rusia las mismas consecuencias que una guerra perdida. Pero como la gran potencia militar que siempre ha sido, y además una gran potencia nuclear, Moscú nunca se habría quedado de brazos cruzados esperando a ser asfixiada por los imperialistas euroamericanos. Además de su energía nuclear, Moscú posee grandes cantidades de petróleo, carbón y gas, que constituyen el grueso de sus exportaciones, tanto a China como a Europa Occidental, a través de una serie de oleoductos que atraviesan el Mar Báltico, Bielorrusia y Ucrania. Por tanto, Bielorrusia y Ucrania son importantes no sólo por su situación geográfica y su producción minera y agrícola -Bielorrusia tiene una industria tecnológica avanzada, mientras que Ucrania es un gran exportador de cereales y tiene una experiencia avanzada en tecnología nuclear, como Rusia-, sino también porque pueden proporcionar a Moscú un importante anillo territorial de protección hacia Europa Occidental en los lados oeste y suroeste. Los acontecimientos históricos no han permitido a Rusia conquistar los Dardanelos y, por tanto, controlar directamente los flujos comerciales y militares entre el Mar Negro y el Mediterráneo; pero la anexión de Crimea, con el tramo de continuidad territorial hasta el Donbass que es objeto de los enfrentamientos más devastadores de este mes de guerra, con el control relativo del Mar de Azov, le permitiría aumentar significativamente su peso en las relaciones con Turquía y Oriente Medio y, por tanto, con todos los demás Estados imperialistas.

Los motivos imperialistas de Rusia son ciertamente claros, sea cual sea el clan de oligarcas que esté en el poder; los motivos que impulsan a Ucrania, en cambio, son mucho menos claros, sobre todo teniendo en cuenta que ningún país de la UE, ni Estados Unidos, aunque sean generosos en sus declaraciones de apoyo político, económico e incluso militar, tienen interés en ir a la guerra contra Rusia por Ucrania. Está claro que no se trata de una guerra local entre dos naciones por un pedazo de tierra, por muy importante que sea ese pedazo de tierra. Es una guerra que se libra a nivel local pero que tiene fuertes implicaciones internacionales porque se inserta en un teatro geopolítico -Europa- en el que tuvieron lugar las dos anteriores guerras imperialistas mundiales; y porque, al ser Rusia un gran exportador de materias primas energéticas de gran importancia para los países europeos, sus suministros no son fácil y rápidamente reemplazables.

Ni Berlín, ni París, ni Londres, ni Washington, ni Roma, y menos aún Moscú o Pekín, tienen hoy interés en organizar una guerra mundial; ninguno de ellos está dispuesto a apoyarla, ni económica ni militarmente. Es cierto que en el desorden mundial que sigue a la desintegración de la URSS, las distintas potencias imperialistas intentan poner a prueba la resistencia de las antiguas alianzas y la posibilidad de nuevas alianzas bélicas. Todos ellos están dispuestos a realizar ejercicios, maniobras y operaciones militares simulando ataques, desembarcos y probando el armamento más sofisticado y diversas tácticas militares en tierra, mar o aire; por otra parte, esto es lo que han hecho hasta ahora en los distintos escenarios de las guerras locales (desde las guerras de Yugoslavia hasta Afganistán, desde Libia hasta Irak y Siria, desde Chechenia hasta Chad y Sudán, desde el Congo hasta Uganda, desde Burundi hasta Yemen).

El hecho de que el choque entre las potencias imperialistas se produzca a través de guerras locales no quita que se trate de guerras imperialistas, aunque no globales en el sentido de que el choque no ha llegado todavía al punto de la guerra directa entre las potencias imperialistas que pretenden repartir el mundo en zonas precisas de influencia.

Cuanto más se acercan los enfrentamientos bélicos a Europa, como en las guerras de Yugoslavia, más se eleva la propaganda de la defensa de la patria. En el caso de la guerra ruso-ucraniana, la defensa de la patria es una consigna para ambos países beligerantes: Rusia «defendiéndose» del avance a sus puertas de la alianza militar occidental, la OTAN, y «defendiendo» a las poblaciones rusófonas que viven en Ucrania de la opresión y represión política y cultural aplicada durante años por los gobiernos de Kiev; Ucrania «defendiendo» su actual «integridad territorial» (que, por otra parte, nunca fue conquistada mediante una revolución burguesa contra el zarismo, al estilo francés) de la invasión de los tanques rusos, después de haberse alquilado al imperialismo competidor, el occidental. Quién lanzó el primer ataque o quién empezó la guerra primero no tiene ninguna importancia decisiva para los comunistas revolucionarios, no cambia su perspectiva ni su táctica. A este respecto, entre los numerosos escritos de Lenin sobre la guerra, queremos citar uno poco conocido pero muy claro. Se trata de las resoluciones redactadas por Lenin y aprobadas en la Conferencia de Secciones Extranjeras del POSDR celebrada en Berna en febrero y marzo de 1915 (2).

Tras describir brevemente el contenido real de la actual guerra imperialista, Lenin pasa a esbozar el contenido de la crítica marxista, válida para todas las guerras imperialistas:

Toda la historia económica y diplomática de las últimas décadas demuestra que los dos grupos de naciones beligerantes se han preparado sistemáticamente para una guerra de este tipo. La cuestión de qué grupo dio el primer golpe militar o cuál fue el primero en declarar la guerra no tiene importancia para determinar la táctica de los socialistas. Las frases sobre la defensa de la patria, la resistencia a la invasión enemiga, la guerra defensiva, etc., son, por parte de ambos bandos, todo un engaño para engañar al pueblo.

La crítica marxista, de hecho, ya había enmarcado históricamente las guerras nacionales, las que tuvieron lugar en Europa de 1789 a 1871; ellas, escribe Lenin, se basaban en una larga sucesión de movimientos nacionales de masas, de lucha contra el absolutismo y el feudalismo, por el derrocamiento del yugo nacional y la creación de estados sobre una base nacional, que eran la premisa del desarrollo capitalista. En cuanto a la ideología nacional, es decir, el nacionalismo, he aquí las palabras de Lenin: La ideología nacional, surgida en aquella época, dejó profundas huellas en las masas de la pequeña burguesía y en una parte del proletariado. Hoy, en una época completamente diferente, es decir, en la época del imperialismo, los sofistas de la burguesía y los traidores al socialismo se sirven de este hecho y los siguen para dividir a los trabajadores y desviarlos de sus objetivos de clase y de la lucha revolucionaria contra la burguesía.

No cabe duda de que los sofistas de la burguesía -léase sus intelectuales, sus propagandistas, sus personajes más cultos- y los traidores al socialismo, y al comunismo, han continuado su labor para desviar a las masas proletarias de la lucha por sus intereses de clase, tanto en el terreno inmediato como en el más general, más aún ante las crisis bélicas. El movimiento proletario a nivel internacional ha sido golpeado muy duramente por la contrarrevolución burguesa que, tomando la forma de la «construcción del socialismo en un solo país» tan querida por el estalinismo y sus epígonos, lo ha hecho retroceder más de cien años, hasta el punto de destruir por completo incluso la memoria de las luchas revolucionarias que lo vieron protagonizar en las primeras décadas del siglo XX y que lo llevaron a la victoria en el Octubre ruso de 1917, aunque en un país capitalistamente atrasado.

Hoy, las palabras de Lenin, como las que, en continuidad orgánica con las suyas, ha repetido mil veces la izquierda comunista de Italia, aparecen como palabras al viento, como si no tuvieran ninguna relevancia para la realidad concreta que el proletariado tiene ante sus ojos. Esos rastros profundos de la ideología nacional, recordados por Lenin, y que el estalinismo ha arraigado aún más profundamente en capas cada vez más amplias del proletariado, en realidad siguen trabajando a favor de la defensa del Estado burgués, de la patria burguesa, del sistema económico capitalista. Con el movimiento de clase del proletariado internacional y su partido de clase destruidos, las generaciones proletarias de hoy no han recibido las lecciones que los proletarios de los años 20 experimentaron directamente en sus propias carnes. Las fuerzas contrarrevolucionarias de conservación social han logrado hasta ahora borrar de la memoria del proletariado esas experiencias, esas lecciones. Esta guerra de rapiña ve, por un lado, al imperialismo ruso conquistando un territorio económico perdido hace treinta años, por otro lado, al capitalismo nacional ucraniano, apoyado por los imperialistas occidentales, opositores de Moscú, desempeñando el papel de punta de lanza del imperialismo euroamericano interesado en ampliar los territorios económicos ya conquistados tras el derrumbe de la URSS en 1991 y, por otro lado, el imperialismo chino sentado como convidado de piedra en una hipotética mesa de negociaciones para el reparto de las zonas de influencia actualmente concentradas en Europa del Este y Oriente Medio. Esto demuestra que Europa vuelve a ser una de las zonas de tormentas más disputadas del mundo.

Ya en 2014, en el momento de la anexión de Crimea, Rusia, buscando un punto de apoyo en Europa Occidental, había propuesto a Polonia, Rumanía y Hungría la partición de Ucrania. Rusia quería no sólo Crimea, sino también las regiones del sur y del este (Odessa, todo el Donbass y la región de Kharkiv), mientras que Polonia iba a recibir cinco regiones occidentales (Lviv, Volinia, Ivano-Frankivs’k, Ternopil’ y Rive), Rumanía la región de Chernivci y Hungría la región de Transcarpacia, reduciendo el territorio de Ucrania a menos de la mitad del resultante tras el colapso de la URSS (3). Obviamente, no se hizo un seguimiento, ya que los tres países pertenecían a la OTAN y el documento, que evidentemente debía permanecer en secreto, fue revelado. Pero ya en ese momento Rusia había desplazado hasta 100.000 soldados a las fronteras con Ucrania dispuestos a invadir el país... La guerra ruso-ucraniana de hoy ya había sentado las bases en 2014.

El transcurso de la actual guerra, más de un mes después de su inicio, demuestra lo equivocadas que estaban las predicciones de ambos bandos. La Rusia de Putin probablemente creyó que sería capaz de llevar a cabo una guerra relámpago, llegando en pocas semanas a obligar a Kiev a rendirse a las exigencias de Moscú (reconocer la anexión de Crimea y las repúblicas autónomas del Donbass, cerrar con la OTAN como había hecho Finlandia y proceder a la «desmilitarización», es decir, sin armas pesadas y nucleares). Rusia, por el contrario, no esperaba una compactación tan rápida de los países europeos y de los Estados Unidos, gracias a la cual se han aplicado fuertes sanciones económicas y financieras que la han puesto en graves dificultades, cuyas consecuencias recaerán inexorablemente sobre las condiciones de vida del proletariado ruso. La Ucrania de Zelensky probablemente creyó que también podría involucrar militarmente a los países europeos y a Estados Unidos, aprovechando su interés en contener a Rusia, incluso por la fuerza, dentro de las nuevas fronteras creadas por la caída de la URSS. Es cierto que la Unión Europea está interesada en incorporar a su red un país como Ucrania (48 millones de habitantes, sin contar los cerca de 3 millones de Crimea y Sebastopol), por varias razones: el mercado que representa, su desarrollo industrial (siderurgia, química, nuclear, alta tecnología, etc.), y su desarrollo agrícola (es un gran exportador de cereales). Obviamente, también lo es para Estados Unidos, para quien representaría un puesto más de la OTAN desde el que controlar más de cerca la flota rusa del Mar Negro, que tiene su base en Sebastopol. La resistencia no sólo del ejército ucraniano, sino también de su propia población, que semana a semana se ha convertido en una milicia partisana, ha sorprendido en cierta medida a los estrategas rusos que, según los informes de varios reporteros, han enviado a la guerra a soldados muy jóvenes e inexpertos. Entonces, carne de cañón en ambos bandos, ¿para qué? Con el fin de mantener un poder burgués en Kiev inclinado totalmente a las necesidades imperialistas de Euroamérica o, por el contrario, a las necesidades imperialistas de Moscú, del tipo de gobierno de Yanukovich.

En estos ocho años de guerra ruso-ucraniana, de ser una guerra de «baja intensidad» con sus 20.000 muertos se ha transformado en una guerra de máxima intensidad. La prueba más dramática de ello es la destrucción de las ciudades, la masacre sistemática de la población y la huida de entre 8 y 10 millones de personas de las ciudades y pueblos devastados, la mitad de las cuales ya han llegado a los países vecinos de Polonia, Eslovaquia, Moldavia, Rumanía y Hungría, mientras que la otra mitad deambula dentro del país de una región a otra en busca de un lugar donde comer y sobrevivir. Pero, como ocurrió en las anteriores guerras de Siria, Irak y Libia, a la devastación de la guerra le seguirá una situación de incertidumbre permanente, de tensiones nunca resueltas, de una «paz armada» que será presagio de nuevos enfrentamientos bélicos.

Las «negociaciones» no traerán ningún resultado definitivo, porque los enfrentamientos interimperialistas no serán sanados, aún sólo temporalmente, si no es por actos de fuerza de ambas partes. Demasiadas veces en la historia del desarrollo del capitalismo europeo, un país clave para los equilibrios (y desequilibrios) entre las potencias europeas, como lo fue Polonia en su día, y como lo ha sido Ucrania en las últimas décadas, ha sufrido las consecuencias de la guerra entre potencias más fuertes: es atacado, desmembrado, rearmado, utilizado como objeto de intercambio para fines que nada tienen que ver con los intereses de la nación en cuestión. Sobre todo porque el nacionalismo polaco, como el ucraniano, como cualquier nacionalismo actual, tiene sentido exclusivamente para engañar a las masas proletarias, para doblegarlas a reivindicaciones exclusivamente burguesas y capitalistas, para desviar los impulsos a la lucha de clases de los respectivos proletarios en la lucha por la defensa de la patria, de la economía nacional, para defender un sistema político y económico que se basa exclusivamente en la explotación más desenfrenada de la fuerza de trabajo proletaria, en su carne y su sangre.

Los proletarios rusos y ucranianos, directamente implicados en esta guerra, están completamente desarmados desde el punto de vista de sus intereses de clase. Constantemente engañados sobre la capacidad del sistema económico capitalista de rehacerse para satisfacer las necesidades de las masas, después de haber sido engañados durante décadas sobre un socialismo que nunca se realizó y que era idéntico como una gota de agua al capitalismo, son arrastrados a la guerra como bestias al matadero, convencidos o no, a ambos lados del frente, de que deben «defender la patria». Y los proletarios europeos y norteamericanos, bombardeados por una insistente propaganda de guerra contra Putin, el malvado agresor, el criminal, el terrorista de turno, también están implicados en una operación de unidad nacional que sirve a los poderes burgueses tanto en lo inmediato -para la recuperación económica tras la crisis pandémica- como para futuros enfrentamientos bélicos.

Los proletarios de todos los países, que están siendo preparados para la guerra imperialista, sólo tienen y tendrán una salida: la vía de la revolución de clase, la vía indicada por el marxismo y tomada por los proletarios franceses con la Comuna de París en 1871, por los proletarios rusos en 1905 y de nuevo, mucho más claramente, en 1917, por los proletarios alemanes, húngaros, italianos y serbios durante e inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial Imperialista, por los proletarios chinos en los levantamientos de Shangai y Cantón en 1927: en unos sesenta años, el proletariado europeo, ruso y chino hizo temblar las cancillerías de todo el mundo con un movimiento revolucionario que no tiene como objetivo el cambio de gobierno, ni la instauración de regímenes democrático-burgueses, ni mucho menos de falsos socialismos, sino revolucionar de arriba abajo toda la sociedad mundial. El objetivo de la revolución proletaria es gigantesco, tan gigantesco como la opresión burguesa de toda la humanidad.

Contra la guerra burguesa, contra la guerra imperialista, el pacifismo ha demostrado su total fracaso: por un lado, porque la fuerza armada de la clase burguesa sólo puede ser detenida y derrotada por la fuerza armada de la clase proletaria, por otro lado, porque todo movimiento pacifista se ha convertido entonces, en el plano de la «defensa de la patria», en un guerrero justo, que participa activamente en las operaciones de guerra.

Lenin, en el citado documento (4), afirma claramente: El pacifismo y la propaganda abstracta de la paz son una de las formas de mistificación de la clase obrera. En el régimen capitalista, y especialmente en la fase imperialista, las guerras son inevitables. La propaganda de la paz, antes, durante y después de la guerra imperialista, sólo siembra ilusiones, corrompe al proletariado inculcando la confianza en el humanitarismo de la burguesía y convirtiéndolo en un juguete en manos de la diplomacia secreta de las naciones beligerantes. Porque, ¿qué ocurre en las reuniones de las diplomacias rusa y ucraniana mientras las dos naciones beligerantes se bombardean mutuamente? Llevan a la mesa de negociaciones el peso de los proletarios masacrados de cada uno, de las ciudades perdidas y recuperadas, y llaman para dar testimonio de su «voluntad de paz» mientras se hacen la guerra mutuamente, ahora uno u otro mediador que, por casualidad, no es otro que el representante de los intereses burgueses si uno u otro de los beligerantes sale «ganador» de la guerra. Mediadores, entre otras cosas, que representan a estados que masacran a los pueblos coloniales y a los proletarios y que se han armado y se están armando hasta los dientes, precisamente en previsión de guerras en las que están o estarán directamente implicados. Los casos de Israel, asesino de palestinos desde 1948, y de Turquía, represor y asesino de kurdos desde 1980, demuestran que los intereses burgueses e imperialistas no hacen ninguna diferencia entre los asesinos de ayer y los de hoy: lo importante es que las situaciones contingentes no desbaraten los designios de las grandes potencias porque al final son ellas las que definen el nuevo orden mundial. A menos que, antes, durante o inmediatamente después de la guerra imperialista mundial, sea la revolución proletaria la que desbarate los designios de las potencias imperialistas, como ocurrió durante la primera guerra imperialista mundial. Para los comunistas revolucionarios, ésta es la única perspectiva para seguir manteniendo intacta la teoría marxista y luchar contra toda forma de oportunismo y colaboracionismo para que el proletariado recupere el terreno de la lucha de clases, recupere su partido de clase, su dirección revolucionaria, la capacidad, por tanto, de completar la gran tarea histórica de aplastar definitivamente la sociedad de la propiedad privada, de la apropiación privada de toda la riqueza producida por el trabajo humano, de la mercantilización de toda actividad y de todo sentimiento humano, de la explotación del hombre por el hombre, para encaminar la sociedad hacia un desarrollo incesante de las fuerzas productivas en armonía con las leyes de la naturaleza.

Por eso, la consigna que en tiempos de Lenin se convirtió en el lema de todos los proletarios del mundo: transformación de la guerra imperialista en guerra civil, debe volver a ser la consigna de mañana. Proletarios de todos los países uníos, ya no debe ser una frase escrita en banderas pacifistas o falsamente comunistas que se agitan para engañar a los proletarios, sino que debe ser el llamado a las armas, el llamado de los proletarios de todo el mundo a la lucha revolucionaria, para instaurar la dictadura de clase proletaria, único medio para derrotar definitivamente la contrarrevolución burguesa y lanzar la sociedad mundial al socialismo.

Hoy en día, esta perspectiva parece fantasiosa, fuera de la realidad, cuando no derrotada por la historia decretada por el colapso de la URSS y el fin del «comunismo». Esto es lo que pretende la propaganda de los sofistas burgueses y los traidores a la causa proletaria. Pero la burguesía sabe, porque también ha aprendido las lecciones de las revoluciones proletarias del pasado, que su verdadero enemigo histórico, el más peligroso de todos, es el proletariado a condición de renacer como clase para sí mismo, superando completamente la condición de clase para el capital. La clase proletaria no es un enemigo muerto y enterrado, porque el capitalismo sólo vive a condición de explotar la fuerza de trabajo asalariado, y el desarrollo del capitalismo es al mismo tiempo el desarrollo de las masas proletarias. Por muy derrotado, por muy plegado a las necesidades del capital, por muy desviado de sus verdaderos intereses de clase, por mucho que se haya borrado su «memoria reciente», que desde un punto de vista histórico puede tener cien o doscientos años, son las propias contradicciones del capitalismo las que devolverán al proletariado la memoria de clase, una memoria pasada que en la dialéctica del desarrollo social humano nunca muere, la memoria de su curso histórico determinado por las condiciones materiales que le dieron origen, para desarrollarse como clase asalariada y luchar por superar toda sociedad dividida en clases, para enterrar toda clase social en lo que Engels llamó la prehistoria de la sociedad humana (formada precisamente por sociedades divididas en clases), para abrir finalmente su historia.  

 


 

(1)Véase Pacifismo y comunismo, un artículo de la serie titulada Sobre el hilo del tiempo, publicado en el nº 13 de 1949 del entonces periódico del partido Bataglia Comunista. La serie, que se ocupó especialmente de criticar todos los aspectos del ataque del oportunismo, y de su versión más insidiosa, el estalinismo, al comunismo revolucionario y a su gloriosa tradición (desde Marx y Engels hasta Lenin, la Tercera Internacional de 1919-1921 y la Izquierda Comunista de Italia), comprende nada menos que 136 artículos, de 1949 a 1955. Pueden encontrarse y descargarse en el sitio web del partido www.pcint.org. Pacifismo y comunismo puede leerse en este mismo número.

(2)Véase Lenin, La conferencia de las secciones extranjeras del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, en Obras completas, vol. 26, Editorial Progreso, Moscú, 1984. Esta conferencia se celebró en Berna entre el 27 de febrero y el 4 de marzo de 1915. Los participantes eran los representantes bolcheviques de las secciones extranjeras en París, Zúrich, Ginebra, Berna y Lausana, mientras que Lenin representaba al Comité Central y al órgano central del partido, el Sotsial-Demokrat. Fue ponente del punto principal de la conferencia, La guerra y las tareas del partido.

(3)Véase Rusia propone a Polonia repartirse juntas Ucrania, l’Unità, 24 de marzo de 2014; también en Rusia propone a Polonia, Rumanía y Hungría la partición de Ucrania, 24 de marzo de 2014, wikipedia; noticia dada por la cadena de televisión polaca TVP, también el 24 de marzo, anunciando un documento enviado por el vicepresidente de la Duma rusa Žirinovskij completo con un mapa: Mapa uwzgl¹dniaj¡ capropozycjeŽyrinowskiego (TVP), https://pbs.twimg.com/media/BjeTDjfCUAANRFX.jpg:large

(4)Véase La Conferencia de Secciones Extranjeras del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, op. cit.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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