¡Por un Primero de Mayo proletario y comunista!

( Suplemento N° 10 de «El programa comunista» N° 48 ; Mayo de 2010 )

 

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¡Compañeros trabajadores!

¡Proletarios del campo y la ciudad!

¡Proletarios autóctonos e inmigrantes!

Las actuales condiciones generales de vida y de trabajo las conocemos bien: desde hace años no hacen más que empeorar, y cada día que pasa se vuelven más insoportables. 

Hambre, miseria, guerras, destrucción, catástrofes que llaman «naturales», son el pan de cada día. Mientras que, por un lado, somos testigos de una hiperproducción de bienes de todo tipo, muchas veces tan nocivos como inútiles, por otro, observamos una destrucción sistemática de fuerzas productivas y del medio ambiente; la sociedad burguesa no ofrece ya ningún progreso, ningún bienestar más que para la clase dominante burguesa, que no representa sino una extrema minoría con respecto al resto de la población mundial.

La causa profunda de esta degradación continua y general de la vida humana se encuentra en el modo de producción capitalista, base de la sociedad burguesa. La clase burguesa, la clase de los capitalistas, constituida en clase dominante por vía revolucionaria, entre los siglos XVIII y XIX, predomina sólidamente en el mundo; entretanto, su sociedad, terminada la fase histórica de progreso económico y humano con respecto a las sociedades precedentes, hoy sólo se mantiene a través del desarrollo de contradicciones cada vez más agudas: el desarrollo de las fuerzas productivas no ha desembocado en una racional vida económica y de armonía social de la especie humana, no ha logrado satisfacer las necesidades humanas; pero sí ha dado lugar a una acumulación de riqueza social que la clase burguesa se atribuye exclúsivamente, en detrimento de la gigantesca mayoría de la población humana, riqueza que sólo está creada para satisfacer las necesidades del mercado y del capital,  fuerzas sociales que se vuelven económicamente cada vez más irracionales e inhumanas. El trabajo humano, en lugar de producir bienestar, conocimientos y desarrollo armónico, y una sociedad organizada, en cuyo centro se encuentren las necesidades humanas, por el contrario, ha sido despojado de su finalidad, ha sido dirigido totalmente contra las necesidades de la especie humana, para beneficio exclusivo de los capitalistas.

La clase burguesa dominante no tendría ninguna posibilidad de acumular las gigantescas riquezas producidas por el trabajo humano y conservarlas por la fuerza, si no mantuviera a toda la clase del proletariado en condiciones de esclavitud salarial, obligando a los proletarios de todo el mundo a dejarse arrancar hasta la última gota de sudor y sangre, a cambio de un salario miserable, ¡a vivir una vida aniquilada en el tormento del trabajo o en el tormento del desempleo!

El proletariado, la clase de los desheredados, de los sin-reservas, – que posee como único valor la fuerza de trabajo que, para sobrevivir, debe venderla a los patronos “proveedores de trabajo” –, no es sólo la clase asalariada que los capitalistas explotan como les da la gana, sino la única clase cuya explotación genera un valor adicional a toda actividad humana, un valor que el sistema capitalista transforma en ganancia únicamente a favor de los capitalistas. La sociedad del capital, la sociedad burguesa, está organizada íntegramente para que los capitalistas puedan seguir explotando el trabajo asalariado del proletariado, en cada rincón del planeta y bajo las condiciones dictadas por sus intereses. Los proletarios, para no ser condenados a vivir en la más sombría miseria, y tratados como  esclavos, destruidos por la fatiga y la humillación, deben necesariamente rebelarse, luchar, unir sus  fuerzas, ante todo para resistir más eficazmente la presión y la represión del sistema burgués-capitalista, y, apenas maduren las condiciones favorables, lanzarse a la lucha por la superación del actual estado de cosas, revolucionando de pies a cabeza a toda la sociedad.

 

¡Compañeros trabajadores!

¡Proletarios del campo y la ciudad!

¡Proletarios autóctonos e inmigrantes!

La crisis económica,  que aparece sistemáticamente luego de breves períodos de “prosperidad y reanudación económica”, recae siempre sobre las hombros de millones y millones de proletarios. Los mismos medios de transmisión de la propaganda burguesa lo dicen claramente: las empresas quiebran y cierran, los trabajadores son arrojados al paro y a la más terrible precariedad, y, la inflación se traga los magros salarios. En pocas palabras, en época de crisis, los proletarios son arrojados fuera de la sociedad que ellos mismos han contribuido a civilizar y hacer próspera.

Con la crisis económica crecen también los factores de degeneración de la sociedad: aumenta la delincuencia, la prostitución, el uso y abuso de drogas, incluyendo el alcohol; se acrecienta la violencia económica y, por medio del chantaje económico, los patronos hacen todo lo posible por volver un infierno las condiciones del trabajo obrero; aumenta el despotismo en las fábricas y en las oficinas, en el campo y la ciudad; aumenta la violencia y los abusos de las fuerzas policiales que actúan protegidas por una tácita inmunidad, justificada por leyes infames y antiproletarias; aumenta la competencia entre los propios proletarios, poniendo a unos contra otros, para beneficio único de los patronos y de un sistema social que sólo logra sobrevivir gracias a la perpetuación de la esclavitud salarial, la bestial explotación de la fuerza de trabajo proletaria, la destrucción de vidas dentro de las empresas, en las calles o en las guerras de rapiña que las burguesías se hacen entre sí, y cuya única finalidad es la de adelantarse a otro competidor como ellos ¡para ganar una cuota más grande de mercado!

La crisis económica de la sociedad burguesa obliga a sus gobiernos a adoptar medidas económicas, sociales y políticas  de “emergencia”; pero, la historia de todas las crisis que han puntuado el curso del capitalismo demuestra que, las medidas que la burguesía adopta durante sus estallidos, no las resuelven; se limitan sólo a mover sus factores en el espacio-tiempo, pero que estallarán con mucha más fuerza en el futuro.

Desarrollándose, el capitalismo desarrolla también, necesariamente, los factores para una crisis general de su propio sistema, en un crescendo histórico que sólo puede ser interrumpido de dos maneras: ya sea con la guerra cada vez más general entre Estados capitalistas, acarreando espantosas destrucciones y exterminios gigantescos, con el fin de establecer un nuevo orden y una nueva correlación de fuerzas entre los imperialismos dominantes, o bien con la revolución proletaria, en la que el partido de clase organiza y enfrenta la violencia de las clases burguesas y sus Estados con la violencia revolucionaria, sin la cual no podrá arrancar de las manos de los burgueses el poder político, y dirigir las energias sociales y de clase a la superación definitiva de las causas profundas de la sistemática destrucción de bienes y fuerzas productivas, a la superación del capitalismo como sistema social y como modo de producción, abriendo de este modo la historia de la especie humana a una sociedad superior, al comunismo.

 

¡Compañeros trabajadores!

¡Proletarios del campo y la ciudad!

¡Proletarios autóctonos e inmigrantes!

Para hacer frente a la crisis de su propia sociedad y para tener un mayor control sobre ésta, la burguesía dominante, a través de sus gobiernos, sus instituciones centrales y locales, sus múltiples organizaciones sociales, políticas, económicas, culturales, religiosas, deportivas, y, con el auxilio precioso de las fuerzas oportunistas, tanto en el campo inmediato y sindical, como en lo político y general, utiliza simultáneamente los métodos pacíficos, legales, democráticos y los métodos de brutal represión, tanto en el campo legislativo – leyes anti-inmigración, profundas restricciones a los famosos “derechos” de asociación, de libertad de culto, de prensa, de expresión e información, etc. –, cuanto en el campo de la acción práctica – arrestos, expulsiones, ataques contra los piquetes de huelgas y las ocupaciones obreras, palizas en los mismos tribunales de justicia y en las cárceles, etc. –; en fin, todo aquello que pueda impedir que los proletarios organicen una defensa eficaz de sus necesidades vitales y de sus condiciones de trabajo y de lucha.

 ¡Los proletarios no deben dejarse intimidar! Su fuerza reside no sólo en el número, sino también en su organización clasista, en su unión en la lucha, durante la cual se dan cuenta que tienen intereses en común como proletarios que son; intereses que unen a los proletarios nativos con los proletarios inmigrantes, a la juventud proletaria con los proletarios más viejos, a los que laboran con los que no laboran, a los que trabajan a tiempo completo con los que laboran a medio tiempo, los precarios o los que se encuentran bajo el seguro del paro, en cualquier sector de la producción capitalista, bien sea del capitalismo privado o en el ámbito del capital estatal o público.

La burguesía dominante, con la ayuda del colaboracionismo sindical y político de los falsos sindicatos “obreros” y falsos partidos “de los trabajadores” o “comunistas”, mueve su acción contra el proletariado con el mismo cinismo con el cual afronta la competencia en el mercado: conseguir el máximo beneficio posible en cada actividad industrial, comercial, bancaria, financiera o de servicios en los que el capitalismo afirma cotidianamente su predominio, al más bajo costo posible y con la mayor tasa de explotación posible de las fuerzas de trabajo empleadas.  A los capitalistas no les importa si uno o más obreros son condenados al infortunio o incluso a la muerte en el lugar de trabajo, o en el trayecto que deben hacer diariamente para ir a las galeras capitalistas; lo único que les importa es cómo hacer para desembolsar lo menos posible en estos “incidentes”, y reanudar inmediatamente la explotación de los otros obreros que quedan aún con vida – las matanzas y desgracias en los puestos de trabajo son permanentes, tal como lo demuestran de manera escandalosa los mineros americanos y chinos, los obreros de la construcción y los braceros del campo en el mundo entero – y si sus fábricas caen en desgracia por culpa de la malvada competencia, los capitalistas no lo piensan dos veces: despiden y eventualmente sustituyen a los obreros despedidos por obreros inmigrantes o clandestinos, pagándoles mucho menos o no pagándoles en absoluto, tal cual les sucedió a los braceros africanos de Rosario (sur de Italia), que han sido expulsados del país, no sólo por haber finalizado el grueso de la cosecha, sino también como venganza por haberse erguido vigorosamente contra los ataques continuos a su vida y su dignidad de hombres y mujeres.

Los proletarios no tienen muchas salidas. Hoy, eso está claro para ellos. O se someten cada vez más a los engaños y vejaciones de los capitalistas y las instituciones que defienden la propiedad privada y la apropiación privada de la producción social, resignándose a sufrir toda la vida, y durante generaciones, la violencia legal o ilegal,  sin la cual los burgueses mal podrían disfrutar de sus privilegios y vivir en su inmunda burbuja mercantil, o bien se alzan, se organizan y luchan sobre el único terreno en el cual su número, su fuerza virtual pueden transformarse en fuerza real, una fuerza mediante la cual puedan, primero que nada, resistir a la presión y a la represión burguesas y, luego, ¡voltear a su favor la correlación de fuerzas entre las dos clases decisivas en esta sociedad, proletariado y burguesía!   

En cualquier campo que estas actúen, todas las fuerzas sociales presentes defienden el diálogo, la coparticipación, la colaboración, la comunidad de intereses e ideales entre proletariado y burguesía, entre explotados y explotadores; defienden exclusivamente el statu quo, la sociedad actual, la conservación social, en otras palabras, defienden el capitalismo y su sociedad burguesa. Todas estas fuerzas sociales se engañan a sí mismas, y engañan al proletariado, afirmando que a través de los medios que utiliza la clase dominante burguesa para defender mejor su poder y su dominio, como la democracia, es posible cambiar efectivamente a la sociedad y hacer de este mundo burgués un mundo “sostenible” y “respirable” para todos, no hacen sino prolongar en las filas proletarias la acción venenosa e intoxicante que la burguesía dominante desarrolla en permanencia, a través de sus grandes canales de propaganda, como la escuela, el cine, la información de prensa, radio, televisión, Internet, mediante la cultura, el deporte, el turismo, la religión. Cada acción que la burguesía dominante despliega, y hace desplegar a sus miles de centros nerviosos ramificados en la sociedad, está, necesariamente, dirigida a desvanecer las diferencias y contradicciones de clase, a transformar en una especie de gran mermelada social el enfrentamiento real de los intereses de clase que oponen la burguesía al proletariado y viceversa. Más esta mermelada resiste y perdura en el tiempo, más la burguesía se garantiza una larga vida en el poder. A este fin, los sindicatos tricolor y colaboracionistas, patrocinados por los partidos parlamentarios y falsamente “comunistas”, cumplen un rol importante: servir como lugartenientes de la burguesía en las filas proletarias, como infiltrados y traidores de la causa proletaria, como verdaderas sanguijuelas que viven sólo y exclusivamente de chupar la sangre de los proletarios, debilitando sus fuerzas, nublando sus mentes; marionetas pagadas y protegidas, para hacer este sucio trabajo, por los dueños del circo, los burgueses capitalistas.

 

¡Compañeros trabajadores!

¡Proletarios del campo y la ciudad!

¡Proletarios autóctonos e inmigrantes!

Los proletarios tienen una historia sobre sus hombros, una gloriosa historia de luchas y revoluciones.

Es una historia de grandes batallas, tanto en el terreno del enfrentamiento físico y militar contra los ejércitos, las policías, las fuerzas legales e ilegales del poder burgués, cuanto en el terreno político y teórico general que, con el marxismo, ha alcanzado la cima más alta que la historia de la lucha de clase y de la sociedad de clase hayan podido alcanzar. En este largo período histórico, que se inicia precisamente con la aparición del proletariado como clase moderna, dos veces – con la Comuna de París de 1871 y con el Octubre bolchevique de 1917 –, la clase del proletariado ha conquistado el poder político arrebatándoselo a la burguesía, con el fin de emprender la transformación profunda de la sociedad humana, pasar del mercantilismo capitalista al comunismo de especie, dejando de este modo lecciones indispensales para las luchas revolucionarias futuras. Los comunistas marxistas jamás han pensado que, en la guerra de clase entre el proletariado y la burguesía, el primero pueda vencer de una vez y por todas; somos materialistas históricos y dialécticos, y no tenemos una pizca de idealistas ni visionarios, por tanto, sabemos que los profundos cambios que tienen lugar en la sociedad humana, no se producen por voluntad de los sedicentes grandes dirigentes, grupos o partidos, sino a través de la formación y determinación de una serie de factores objetivos, subjetivos, que, llegado el momento, polarizan las fuerzas sociales a favor de esos cambios.

Pero es una historia, hasta el presente, hecha sobre todo de derrotas, de las cuales el proletariado ha sacado lecciones fundamentales que su partido de clase, el partido comunista marxista, ha condensado y codificado en tesis y en el programa del comunismo revolucionario. Además, mientras el proletariado, a causa de sus derrotas en el campo del enfrentamiento físico y militar, se refugiaba bajo posiciones cada vez más atrasadas, y, que los partidos y sindicatos oportunistas hicieron todo lo posible para impedir que salieran de ellas, el partido de clase, el partido comunista marxista, aún reducido a un puñado de militantes – tal como sucedió a Marx-Engels, después de las revoluciones derrotadas en la Europa de 1848, a Lenin y otros pocos, luego de la derrota de la revolución rusa de 1905, más la gran traición de la socialdemocracia frente a la guerra imperialista mundial de 1914, y a la Izquierda comunista italiana, luego de la más terrible de las derrotas dada por la victoria del estalinismo y la teoría del socialismo en un sólo país – continuaba representando en el hilo del tiempo la invariancia del marxismo, que no es otra cosa que la invarianza de la finalidad, y los medios para alcanzarla, del comunismo, para la cual la historia de la lucha entre las clases ha llamado a la clase del proletariado a ser su único héroe verdadero.

Los proletarios viven constantemente la contradicción más profunda de la historia de la sociedad dividida en clases antagonistas: forman parte de la clase sin cuya explotación, esto es, sin el trabajo asalariado que ella representa, la sociedad del capital no existiría; pero, al mismo tiempo, forman parte de la clase que, precisamente porque es la clase de los sin-reserva, aun cuando es ella la que produce la riqueza social, tiene en su perspectiva histórica el fin de todas las clases, el fin de la sociedad dividida en clases, por lo tanto, el fin del capitalismo que es la sociedad más avanzada, y última, que la historia haya conocido hasta ahora.

La lucha del proletariado, forzada por esta contradicción, encierra dialécticamente siempre dos objetivos históricos: reforzar su movimiento de clase contra la burguesía, dentro de la correlación de fuerzas entre las clases en la sociedad presente, y – gracias a este reforzamiento de clase – batirse por el fin de toda división de clase en la sociedad, por la superación del capitalismo, por la superación del estado de cosas actual. El comunismo, la sociedad sin clases, la sociedad de especie, no es un proyecto ideal al cual se deban adecuar las fuerzas sociales existentes para su realización, sino la conclusión histórica necesaria, inevitable, del curso del desarrollo de la lucha de clases moderna, entre proletariado y burguesía, más allá de la vida de una o más generaciones de proletarios.

 

¡Compañeros trabajadores!

¡Proletarios del campo y la ciudad!

¡Proletarios autóctonos e inmigrantes!

Que las condiciones de explotación capitalista del proletariado empujen a los proletarios a luchar, para no caer en una condición peor, eso es correcto. Pero, las condiciones de lucha no son indiferentes ni siquiera para la burguesía, que toma muy en serio tanto éstas como las condiciones para su explotación económica y social. Los imponentes recursos que la clase burguesa utiliza para mantener en pie a los aparatos de gobierno, centrales o locales, y para mantener un estrato numeroso de adeptos al consenso social que, sin estar directamente conectado a la producción, tiene la tarea de someter a las masas proletarias a todas las exigencias de la producción capitalista y a la conservación de la sociedad actual; todo ello demuestra que la clase burguesa también ha sacado lecciones de la lucha del proletariado, en sus tentativas de conquista y mantimiento del poder político. Entre estas lecciones está forzosamente la de poner a la democracia como un ungüento que sana todos los males y sirva para todos los usos, que sirva tanto a los patronos como a su contrapartida, el proletariado, y que siga dando buenos resultados, pero a condición de que esté bien organizado, no sólo desde la cúspide con los partidos, sino, sobre todo, desde la base, con las asociaciones inmediatas y sindicales.

Esta es la razón por la que, sobre todo después de la experiencia fascista, la burguesía ha contratado a batallones enteros de oportunistas y vendidos a la causa burguesa, con el fin de organizar a partir de cero sindicatos que se asemejen a los viejos sindicatos obreros de comienzos del siglo XX, pero con una marca decisivamente tricolor (léase: antifascismo burgués) de manera que la ilusión de la “democracia reconquistada”, que el fascismo había “asesinado”, se extendiera capilarmente hacia la gran mayoría del proletariado que ya había sido conducido a la primera carnicería imperialista, presentada ésta como una guerra por la “libertad”.

Más tarde, luego de terminada la II guerra mundial, los sindicatos tricolor y los falsos partidos “comunistas” y “socialistas” se convirtieron en los cimientos fundamentales de la reconstrucción posbélica, de la nueva expansión económica del capitalismo, y, de la ultra-explotación de la fuerza de trabajo asalariada, a la que se le fueron concediendo aquellos amortiguadores sociales – directamente heredados de la experiencia fascista – en los que las masas proletarias de los países capitalistas avanzados han estado encerradas, aferradas al dulce veneno de la democracia, atadas al destino de la economía nacional y empresarial de cada país. Así, gracias a la continua y asfixiante intervención de los sindicatos tricolor y los partidos obreros burgueses, la competitividad, los costos de producción, la guerra empresarial dentro y fuera del país, la adaptación a las exigencias del mercado, la productividad y, por consiguiente, la flexibilidad en el trabajo, en fin, preocupaciones exclusivamente burguesas, los obreros las harán suyas. De ahora en adelante, los salarios, las condiciones de vida y de trabajo, empleo y desempleo, precariedad permanente o provisoria – ¡la vida o la muerte! –, dependerán de la suerte de los burgueses.

¡Y, si observamos el estado de postración, abandono y orfandad en que se encuentra hoy el proletariado en todos los rincones del mundo, los daños causados por este colaboracionismo son incalculables! Ese batallón nauseabundo de oportunistas, esa canalla reformista burguesa que arriba denunciamos, ha logrado arrancar de la memoria y el corazón de por lo menos 3 generaciones de proletarios, las experiencias y tradiciones de lucha clasista. ¡Han reducido al proletariado a simples prolongaciones mecánicas del aparato productivo, a verdaderos robots que se pueden arrojar a la basura cuando ya no sirven – se enferman o mueren – o ser desarmados, reparados y vueltos a ensamblar, como una máquina más! Sin embargo, hoy también vemos que las contradicciones capitalistas se agudizan cada vez y siempre más, renovando los factores objetivos para el estallido de la lucha de clase del proletariado.

¡Los proletarios inmigrantes son necesarios, llamamos a los proletarios de más joven formación social, provenientes de países y territorios en los que la lucha por la vida es asunto de todos los días, para despertar la memoria de una lucha no sólo por un aumento de salarios o por la defensa del puesto de trabajo, sino también por la dignidad como hombres y trabajadores! Hoy, son los proletarios europeos y de países avanzados quienes tienen el deber de aprender de sus hermanos africanos o asiáticos. Hoy, los proletarios europeos tienen la posibilidad de reanudar el hilo de las mejores tradiciones de lucha clasista que las generaciones del siglo XIX y comienzos del XX han tejido durante décadas en un crescendo formidable lanzado a la toma del “cielo por asalto”, para comenzar a resolver las miles de contradicciones que caracterizan a la sociedad de la mercancía, el dinero, la competencia, de la despiadada esclavitud salarial  a la que ha sido reducida la mayor parte de la población mundial.

Los proletarios deben recuperar la confianza que han perdido en sus propias fuerzas, en sus propias posibilidades de responder de manera vigorosa y decisiva a todas las humillaciones, las vejaciones, los abusos, la fatiga, que el capitalismo exige a la clase de los trabajadores asalariados; los proletarios, en rebelión contra sus condiciones de vida y de trabajo, deben volver a conquistar el terreno de la abierta y declarada lucha de clase, anticapitalista y antiburguesa; deben recuperar la capacidad de reorganizarse en torno a objetivos, medios y métodos de clase y por la defensa exclusiva de sus intereses inmediatos, que es la forma dialéctica que toma la preparación para dar el salto de calidad hacia la lucha más amplia y política, esta vez por la emancipación del yugo del trabajo asalariado.

¡Los proletarios están solos e indefensos, al abandonar el terreno de clase que les toca, al hacer caso a las sirenas democráticas, pacifistas, legalistas, colaboracionistas, con la ilusión de que, con el voto y con los sacrificios aportados en nombre de la nación, podrán salir de abajo! Los proletarios deben volver a tener confianza en sus propias fuerzas, que son excepcionales y potentes, si son organizadas y orientadas hacia la defensa de sus intereses inmediatos e históricos propios a su clase, que son internacionales e invencibles, si son organizadas y orientadas bajo la bandera de la emancipación proletaria contra todas opresión, toda explotación, toda esclavitud.

El Primero de Mayo podrá volver a representar la jornada internacional de lucha de la clase proletaria, a condición de que los proletarios se reconozcan a sí mismos, bajo todo cielo, en cada ángulo del planeta, cualesquiera sea su nacionalidad o raza, como hermanos de clase prontos a la lucha por la victoria del comunismo, ¡y por la derrota definitiva de la explotación del hombre por el hombre!

 

¡Proletarios de todos los países, uníos!, no será más una frase vaciada de su contenido, una frase que ya no hace temblar a los burgueses, sino el grito de guerra de clase del proletariado mundial!

 

 

Partido comunista internacional

de mayo de 2010

www.pcint.org

 

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