Egipto en llamas

Una fuerte e insistente onda de rabia de las masas árabes, hambrientas y desocupadas está sometiendo a una dura prueba al mantenimiento del joven, voraz y brutal capitalismo de los países del Norte de África y del Medio Oriente, sostenido por el viejo y criminal capitalismo de Europa y América.

Es la anticipación de un terremoto social que sólo podrá resolverse favorablemente para la gran mayoría de la población con la entrada en escena de la lucha de clase proletaria.

( Suplemento  N° 14 de «El programa comunista» N° 48 ; Agosto de 2011 )

 

Volver sumarios

 

30 de enero de 2011

Desde hace cinco días las plazas y las calles de El Cairo, Alejandría, de Suez y de muchas otras ciudades egipcias son el escenario de una fuerte e insistente onda de rabia de las masas que no soportan más ser reducidas al hambre, a la esclavitud del desempleo y de la miseria. Después de Túnez y Argelia, ahora le toca a Egipto.

Los medios del opulento mundo occidental, que ya no pueden esconder la durísima represión policial, dirigen toda la información por el camino que le interesa a las clases dominantes occidentales: la «falta de reformas», la falta de una verdadera «democracia».  Han debido esperar a que las masas desfogasen su rabia incontenible asaltando los edificios del poder, incendiando todo aquello que podían, tirando piedras, enfrentándose cuerpo a cuerpo con la policía y cayendo bajo los disparos, incendiando camionetas y blindados, saltándose el toque de queda y no teniendo miedo de la brutalidad de la represión burguesa, para recordar que los regímenes forajidos, protegidos y armados hasta los dientes por las civilizadísimas democracias occidentales y, sobre todo, por los Estados Unidos, son en realidad regímenes que han mantenido el orden y el control social –sobre todo por cuenta de las potencias imperialistas- únicamente a través de una sistemática violencia policial, arrestando, torturando y reprimiendo con todos los medios posibles cualquier  protesta, cualquier oposición. Como contrapartida, estos regímenes han tenido las manos libres para depredar sin control su propio país, acumulando durante años enormes riquezas para su clan.

Las timidísimas peticiones al régimen de Mubarak, como las que hubo en su momento al tunecino Ben Alí y aquellas «preventivas» al jordano Abdallah, para que concedan reformas a través de las cuales llevar a cabo las exigencias más apremiantes de las masas –pan y trabajo fundamentalmente- permiten entender como Barak Obama, Angela Merkel, Nicolas Sarkozy y compañía  se han visto sorprendidos por la onda de sublevaciones que estallan en todos los países del Norte de África y en el Medio Oriente.

¿Las democracias occidentales se preocupan realmente por la indigencia y por la miseria a las cuales se ven reducidas desde hace años los proletarios y las masas campesinas de estos países?  ¡De ninguna manera! En los países en los cuales el capitalismo marcha de la única manera posible –dada la desarrolladísima competencia entre imperialismos a causa de la cual la población de todo el mundo es sometida a una sistemática opresión económica, social, política y militar- de la manera más salvaje y brutal que nunca ha visto la historia humana; en países donde el moderno modo de producción capitalista ha generado la ilusión de portar civilización y bienestar, se está evidenciando que el presente y el futuro para las masas trabajadoras está hecho sólo de explotación, de miseria, de hambre y de represión. Los regímenes que desde hace veinte o treinta años, como Ben Alí en Túnez y Mubarak en Egipto, pesan sobre las espaldas de su pueblo y que, hoy, reciben una pequeñísima parte de la violencia que durante años han suministrado a los rebeldes sólo con el fin de mantener el orden capitalista por cuenta de las potencias capitalistas y de sus propios beneficios, son los mismos regímenes que durante estos decenios han sido punto de apoyo de las potencias que dominan el mundo.

Hoy, frente a la incontenible explosión de intolerancia por parte de las masas árabes hambrientas y desocupadas, Washington, Londres, Berlín, París, Roma, Bruselas, dirigen a El Cairo, como ayer a Túnez o a Argel y como a San´na, a Amman, a Rabbat, a Beirut, un llamamiento a abrirse a la «libertad de expresión», a realizar «reformas» que respondan a las exigencias elementales de la vida civil, a acabar con la violenta represión… Palabras que no resuelven nunca nada pero que alimentan la venenosa ilusión de que con un poco de «democracia», con menos corrupción y menos avidez por parte de las potencias locales o extranjeras, la situación de las masas puede mejorar. Los demócratas occidentales saben por experiencia que las miles de cartas de la «democracia» pueden jugarse sobre distintos escenarios con el fin de desviar los motines populares hacia objetivos que no pondrán en discusión el orden de producción capitalista sino que se limitan a cambiar los gobiernos. No es por casualidad que, de las plazas en llamas, los partidos de «oposición» a los regímenes actuales hagan converger la rabia de las masas en las reivindicaciones de «Ben Alí fuera», «Mubarak fuera»: quieren, simplemente, aprovecharse de estas sublevaciones para sustituir a la familia y al clan de Mubarak o Ben Alí en el gobierno de sus respectivos países. Para las masas ¿qué cambiará? Sustancialmente nada, porque a cambio de un poco de «libertad» de expresión, de elecciones «libres» estará la continuación de la explotación brutal de las masas proletarias y de los campesinos pobres para el beneficio capitalista que en Egipto, en Túnez o en Jordania se obtiene exactamente como en los Estados Unidos, en Gran Bretaña, en Italia o en Francia: explotando de la manera más intensa posible la fuerza de trabajo proletaria, rebajando las condiciones de existencia de las masas campesinas al nivel de la mera supervivencia. Pero en Egipto, en Túnez, en Argelia o en Jordania la opresión capitalista es cada vez más intolerable que en Londres o Nueva York, que en París, Roma o Berlín, porque además se le añade la opresión imperialista gracias  la cual los bandidos de la burguesía opulenta de América o de Europa llenan sus bolsillos y compran la complicidad de los partidos y sindicatos que organizan y controlan a sus respectivos proletarios.

Las sublevaciones que sacuden el mundo árabe hoy, anuncian tensiones y sublevaciones futuras también en Europa: el Mediterráneo, el viejo y querido Mare Nostrum de los antiguos romanos, podría transformarse en un mar de fuego que incendie a todo el Viejo Continente porque la crisis capitalista que ha hecho temblar a las economías occidentales en los últimos dos años, cuyos reflejos, retardados pero inexorables, los están sufriendo los países de la periferia inmediata de los países imperialistas, no será superada por el capitalismo sino al precio de oprimir aún más  a las masas trabajadoras de todos los países.

Los proletarios norte africanos, del Medio Oriente o de los Balcanes, en estos meses, con su sublevación de rabia llevada adelante con las manos desnudas, están gritando al mundo que el capitalismo no se encuentra en condiciones de satisfacer las exigencias más elementales de vida de las masas y que la situación intolerable debe cambiar. Los proletarios de Europa y de América miran atónitos. Espantados y al mismo tiempo orgullosos de las revueltas que ponen en fuga a gobernantes prepotentes y sanguinarios, pero atónitos siguen mirando. Los proletarios de los países más ricos del mundo, sometidos ellos mismos a condiciones de vida y de trabajo extremadamente empeoradas respecto a las décadas pasadas, no se rebelan de la misma manera; son más «civilizados», han nacido y crecido en el respeto a la «legalidad democrática», han sido engañados durante décadas por el mito de una democracia de la cual ven hoy la ineficiencia y la impotencia que tiene para resolver sus problemas de supervivencia cotidiana, pero de la cual no se libran para dar lugar al empuje material y «natural» de rebelión que cualquier esclavo siente en su corazón. Los proletarios de Europa tienen, sin embargo, una historia, una historia de lucha de clase¸ una historia de luchas revolucionarias no sólo contra los viejos regímenes feudales sino sobre todo contra los modernos regímenes burgueses capitalistas; y es a esta historia pasada a donde pueden y deben volver si no quieren ser continuamente cómplices de sus propias burguesías imperialistas; deben reanudar el hilo rojo de la lucha de clase que les ha hecho protagonistas de gloriosas luchas por la emancipación de la explotación capitalista que les ha hecho protagonistas de revoluciones que han -¡aquellas sí!- hecho temblar a todos los poderes capitalistas de la moderna civilización burguesa.

Los proletarios de los países de los capitalismos jóvenes, los proletarios del Próximo y del Medio Oriente como aquellos del Norte de África que en estos meses están lanzando un desafío potencial a sus propios regímenes burgueses, invocando el camino de la democracia y de las elecciones supuestamente no corruptas (hacia el cual están empujando  las mismas fuerzas de opresión que ayer lanzan al clan de Mubarak, de Ben Alí o de Bouteflika) no tendrán éxito para lograr un verdadero futuro para su clase, un futuro de emancipación de una explotación  que siempre será más duro, una explotación que, como hoy lleva a las masas a la miseria, mañana las transformará en carne de cañón; por otra parte ¿no ha sucedido esto ya en las guerras contra Israel, entre Irán e Irak, entre Irak y Kuwait o en la guerra del Líbano? Los nacionalismos, de los cuales varios regímenes árabes han embebido a sus propias masas para defender los mismos intereses de casta y de facciones burguesas alquiladas a la potencia imperialista más emprendedora o más generosa en términos financieros, son la otra cara de la moneda que se une perfectamente, si ocurriese un ulterior colapso social, con el fundamentalismo religioso como ha demostrado Irán con Jomeini y el sionismo en Israel.

Los proletarios de los países árabes, que hoy expresan su rabia  fuera de cualquier instrumentación religiosa, no podrán mantener mucho la situación se sutilísima laicidad con la cual se han sublevado en estas semanas. Los regímenes burgueses, también cuando se precipitan en crisis políticas como en Túnez, en Egipto y como podría suceder en Marruecos, Jordania y finalmente en la Libia de Gadafi, podrán contar siempre –al lado de los gobernantes individuales y de su clan- con el apoyo de las potencias imperialistas que,  aunque se sorprendan por la violencia de las revueltas, saben que las masas, si no son influenciadas y dirigidas, como no lo son actualmente, por el partido proletario de clase –partido que posee un programa revolucionario y la determinación para preparar a las masas para la futura revolución anticapitalista- son masas que, una vez desfogada la violencia y la rabia acumulada durante años de explotación y opresión, pueden ser reconducidas a una normalización  gracias al viejo pero siempre eficaz juego de la democracia; y, si sirve a la normalización burguesa, a través de la cual continuar haciendo negocios, pueden aceptar también una solución de tipo islámica, como por ejemplo en Turquía.

Los proletarios, por tanto, tienen ante ellos, esencialmente, tres caminos: volver al silencio y a la invisibilidad como antes de la revuelta pero dotados de «libertad de expresión» y de «organización» en la nueva «legalidad» impuesta por las nuevas facciones burguesas y acordada con las potencias imperialistas sin cuya aquiescencia sería muy difícil mantener el gobierno mucho tiempo; hacerse representar por partidos islámicos que, a través de su batalla contra las malas costumbres y la corrupción, intentan llevar las aspiraciones de las masas disgustadas por la degeneración de sus propios gobernantes; seguir la vía de la organización de clase, en defensa exclusivamente por sus propios intereses inmediatos pero en la perspectiva de revolucionar toda la sociedad burguesa inmersa en la mercantilización de cualquier actividad, de cualquier aspiración, de cualquier relación existente.

El camino de la lucha de clase es el más difícil, indiscutiblemente, y aparece como el más lejano porque la necesidad cotidiana de supervivencia en esta sociedad lleva a cada individuo a ver sólo su propia necesidad personal y, por tanto, a confundir su propia vida de hoy y mañana con la idea que la misma sociedad burguesa propaga por sí misma: una vida de competencia, una vida de vejaciones, una vida de «ricos» y de «pobres», de «afortunados» y de «desafortunados», una vida en la cual ninguno, en fin, debe pensar más que en sí mismo. Pero los proletarios se apoyan sobre relaciones de producción y sociales de las cuales no pueden evadirse; no pueden «elegir», son la fuerza de trabajo asalariada que los capitalistas deben utilizar para obtener beneficios. Es la condición material de clase asalariada la que hace de los proletarios una clase que comparte los mismos intereses inmediatos, intereses de supervivencia, de defensa de la vida y de las condiciones de trabajo en cualquier lugar y en cualquier país. Los proletarios deben seguir la tendencia material a unir fuerzas para defender mejor y más eficazmente sus condiciones de existencia: es en este movimiento de defensa donde nace la solidaridad proletaria, la consciencia de poseer una fuerza que no se limita a desfogar la rabia y la insatisfacción, sino que puede ser organizada para un futuro diferente que el de ser eternos explotados del capital.

Los proletarios europeos, a su vez, precisamente por la historia pasada de su movimiento de clase, tienen todo que perder manteniéndose a la espera de ver qué sucede en la otra orilla del Mediterráneo. La revuelta de las masas hambrientas y desocupadas del Norte de África y del Medio Oriente le toca mucho más de cerca de lo que se imaginan: son proletarios que, movidos por el hambre y la miseria y sufriendo en sus países la represión de la burguesía, se rebelan cíclicamente y una parte de ellos cruzará las fronteras de los países europeos en busca de medios de supervivencia que en sus propios países no encuentran, como, por otro lado, lleva sucediendo desde hace decenios. Demostración  de que las condiciones de los trabajadores explotados por el capital son las mismas bajo cualquier cielo. Los proletarios europeos ya han probado lo que es la competencia entre los proletarios del mismo país y, con la inmigración, de los países de la periferia del imperialismo, de los países de fuera de Europa y más pobres; el capitalismo como no puede funcionar si no explota cada vez más intensamente el trabajo asalariado no puede funcionar si no lo explota a través de una competencia cada vez más aguda entre los mismos proletarios. He aquí porqué a los proletarios europeos la revuelta de las masas en los países del Mediterráneo deben interesarles. ¡Y cómo! Son en realidad los únicos que no tienen motivo para asustarse por estas revueltas, que no tienen ningún motivo para temer que el incendio del Norte de África llegue a las capitales europeas. Son los únicos porque forman parte de la misma clase de trabajadores asalariados, explotados por el capital que forma una densa red de intereses que liga a una burguesía con el resto y que debe ser combatida en todas las ocasiones; pero para que la lucha sea eficaz y tenga un futuro, debe conquistar el nivel de la lucha de clase, debe librarse de las ilusiones y de los mitos de una «legalidad» y de una «democracia» que cualquier burgués, cualquier capitalista colocado bajo la presión de la revuelta de las calles se encuentra dispuesto a conceder y a promover «contra» representantes ahora descalificados y políticamente quemados, de su misma clase; para después, llegada la «normalización, pisotearla sin escrúpulos.

La lección a sacar sobre las revueltas que no se acaban en los países árabes es una lección de lucha proletaria: el camino que tienen que seguir los proletarios de todas las orillas del Mediterráneo, como del resto del mundo, es el camino de la lucha de clase, de la lucha que vea a los proletarios levantarse en defensa no de una falsa y decrépita democracia burguesa, sino de intereses de clase que representan históricamente el futuro de la sociedad humana, el futuro de la emancipación del modo de producción capitalista, de cualquier opresión social, económica, política, militar que define a la sociedad burguesa, la sociedad del capital.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

Volver sumarios

Volver catálogo de las publicaciones

Top