El abstencionismo revolucionario de la Izquierda Comunista

( Suplemento Venezuela  N° 16 de «El programa comunista» N° 49 ;Mayo de 2012 )

 

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Cuando el problema de la utilización del parlamento para la lucha contra el parlamentarismo se planteó en el seno de la Internacional Comunista, nuestra corriente, la Izquierda Comunista de Italia, se batió por la adopción de la táctica del abstencionismo en los países de vieja tradición democrática, en oposición a la táctica del «parlamentarismo revolucionario» preconizada por los bolcheviques.

Sin embargo, en el terreno de los principios, los portavoces de cada una de las dos soluciones estaban unidos por una sólida plataforma común. Unos y otros excluían, no sólo la posibilidad, sostenida por los socialistas, del paso al socialismo por la vía parlamentaria, sino también todas las perspectivas adelantadas por una «extrema-izquierda» anti-marxista: democratización de las instituciones burguesas, como primer paso hacia la revolución proletaria; etapas intermedias entre la dictadura de la burguesía y la dictadura del proletariado, formación de gobiernos en el cuadro del Estado burgués; mezcla entre instituciones parlamentarias y órganos del poder proletario.

Unos y otros proclamaban que la vía única y obligatoria para la emancipación proletaria era la revolución violenta, la destrucción del Estado burgués (por tanto del parlamentarismo), la dictadura del proletariado dirigida por el partido comunista revolucionario, la coerción hacia la antigua clase dominante – lo que significa el fin de toda «democracia». La discusión entre los bolcheviques y nuestra corriente no ponía en tela de juicio los puntos de principio, que todas las corrientes y partidos que se reclaman del marxismo han renegado hoy en día. Tratábase más de una cuestión táctica completamente secundaria con respecto a aquellos puntos de principio: en el cuadro de la lucha comunista, anti-democrática y antiparlamentaria. «mientras no tengamos la fuerza para derribarlo», ¿debemos utilizar la «tribuna» del parlamento para movilizar a las masas contra la burguesía y su sistema político?

Como se esperaba, el II Congreso de la Internacional Comunista adoptó las tesis del «parlamentarismo revolucionario» presentadas por los bolcheviques. Negando la perspectiva de la conquista de los parlamentos, estas tesis afirmaban que había que participar en ellos con la sola intención de destruirlos. Esta resolución, que todos los grupos de extrema-izquierda pringados de electoralismo hoy en día han olvidado, estaban acompañadas de una serie de medidas draconianas. Ya que si el parlamento en los países capitalistas desarrollados se había convertido en un instrumento de la mentira y el engaño al proletariado, el centro de la acción comunista no podía ser la actividad electoral y parlamentaria. Lo esencial de esta acción debía llevarse a cabo fuera del parlamento, afianzarse en la acción de masa dirigida por el partido cuyo objetivo es la insurrección y la guerra civil.

En consecuencia, la actividad electoral y parlamentaria debía ceñirse estrictamente a la preparación de la luchar revolucionaria dentro de la cual las primeras no significaban más que un medio subsidiario y accesorio. Por otra parte, las tesis no hacían una regla absoluta de la participación en los parlamentos; al contrario, estas afirmaban la necesidad de boicotearlas, en ciertas circunstancias claramente definidas de auge revolucionario; los bolcheviques lo habían hecho en varias oportunidades: desde el boicot de la primera Duma concedida por el Zar, en 1905, pasando por la salida del parlamento de Kerensky en febrero de 1917, hasta llegar a la disolución de la Asamblea Constituyente, en enero de 1919, el mismo día de su convocación...

Por último, los bolcheviques ponían como condición para el funcionamiento del «parlamentarismo revolucionario», la existencia de verdaderos partidos comunistas, que hayan roto totalmente con todas las tendencias reformistas o centristas (revolucionarios en palabras, reformistas en la acción) que ellos consideraban no como «tendencias del movimiento obrero», sino como agentes del enemigo de clase.

Eso era el parlamentarismo revolucionario de Lenin; no tenía nada en común con la práctica de sus pretendidos discípulos de extrema-izquierda que hacían de la participación electoral el eje de su actividad a la que consagran lo esencial de sus energía y recursos; lejos de ver allí la ocasión para difundir los principios revolucionarios, se esfuerzan más bien por impedir la ruptura del proletariado con el reformismo, y ven incluso en la participación en esta mascarada, el medio para construir el partido proletario, a través de la fusión oportunista con corrientes heterogéneas!

Presentando sus tesis en el Congreso de la Internacional, los bolcheviques expresaban su preocupación por combatir las posiciones «infantiles» de tipo anarco-sindicalistas o de ultraizquierda que entrababan el crecimiento de los jóvenes partidos comunistas occidentales. Pero, a pesar de la completa justeza y apego a los principios sobre los cuales estas se apoyaban, y pese a todas las condiciones puestas en su aplicación, dichas tesis eran según nosotros muy insuficientes para los países de vieja tradición democrática, en el que la burguesía había logrado arrastrar al proletariado al impasse del electoralismo y parlamentarismo, del cual se trataba precisamente de salir. Los bolcheviques, habituados a la dura acción ilegal en la situación de una revolución doble (es decir, no sólo anticapitalista sino también anti-feudal; esta última poseyendo aún contenidos revolucionarios) les costaba comprender los peligros del opio democrático para la lucha de clase en los países capitalistas desarrollados y las dificultades del proletariado para desintoxicarse de este.

La Izquierda Comunista no negaba que el parlamentarismo revolucionario de los bolcheviques se justificaba en aquellos países donde la revolución burguesa no había tenido lugar aún (como en la Rusia zarista, en las colonias o en los países atrasados: en esos países, la democracia significando el fin de las viejas estructuras feudales, era un objetivo revolucionario conquistado por la burguesía mediante la lucha armada que el proletariado sostenía.

La táctica del parlamentarismo revolucionario hubiera podido ser útil en los países de joven capitalismo, cuando en estos el parlamento todavía representaba el centro de la vida política, y era en parte una arena de la lucha entre las clases. Allí, la participación en las elecciones y el parlamento era un medio de propaganda y agitación para arrancar a los proletarios de la influencia de los partidos burgueses de izquierda, en oposición al apolitismo anarquista, no obstante el peligro de caer, como decía Marx, en el «cretinismo parlamentario», es decir, acordar una plaza demasiado importante a la actividad parlamentaria en detrimento de las luchas sociales y del enfrentamiento entre las clases. Por contra, la nueva fase abierta por el estallido de la primera guerra imponía a todos los partidos y ala clase obrera la necesidad de consagrar todas sus energías a la preparación directa de la revolución proletaria. Una táctica mucho más rigurosa era necesaria en todos los grandes países capitalistas donde el parlamento y demás instituciones democráticas no era sino armas contrarrevolucionarias de defensa indirecta contra la lucha proletaria, un potente freno a la extensión de la revolución que partió de Rusia.

Luego de decenios de electoralismo y parlamentarismo reformistas, la selección rigurosa de minorías revolucionarias era imposible en los países capitalistas sin la ruptura más neta con las inercias, los compromisos interclasistas y las ilusiones de la democracia burguesa –, y, por tanto, con la práctica electoral y parlamentaria que es su terreno. Si bien era necesario proteger a los partidos comunistas nacientes contra la «enfermedad infantil» del izquierdismo, era todavía más importante inmunizarlos, o desembarazarlos, de las corrientes falsamente revolucionarias que, obligados a tener un discurso revolucionario debido a la radicalización de la clase obrera, en los hechos se quedaban indefectiblemente apegados a la práctica social-demócrata.

Pero, la táctica del «parlamentarismo revolucionario» hacía más difícil la ruptura con el centrismo, ese reformismo de «izquierda» que se esconde detrás de frases «anti-capitalistas». Además, habiendo consagrado una parte de las energías a la actividad electoral, los jóvenes partidos comunistas corrían de entrabar su acción extra-parlamentaria y su preparación a las tareas de dirección de la acción revolucionaria. El riesgo era tanto cuanto estos partidos no podían apoyarse como los bolcheviques sobre una tradición de lucha revolucionaria y de acción ilegal, sino que tenían que romper con una pesada tradición reformista de acción puramente legal y parlamentaria en el seno de los partidos de la Segunda Internacional.

La necesidad de explicar claramente y sin descanso a los proletarios atrapados en la red de las instituciones democráticas y penetrados de ilusiones pacifistas, la imposibilidad práctica de ir hacia el derrocamiento del capitalismo por medios electorales, parlamentarios y pacifistas, imponía a los partidos comunista no utilizar, incluso puntual y «tácticamente», esos mismo métodos, sino de concentrar todos sus esfuerzos de propaganda y agitación a la lucha revolucionaria, llamando a los proletarios a darle la espalda a la diversión electoral.

El abstencionismo de la Izquierda Comunista no tenía nada en común con la actitud metafísica de las corrientes «infantiles» o anarquistas. Para nuestra corriente, el rechazo a utilizar el parlamento no era motivado por razones morales – rechazo al compromiso, miedo a ensuciarse las manos, rechazo de principio a utilizar los medios legales –, por el indiferentismo político, o por el horror a los «jefes», teniendo como terreno de acción el parlamento; nuestro rechazo se desprendía de las necesidades de la preparación revolucionaria, en el cuadro de un análisis histórico preciso.

En 1920, la cuestión podía ser discutida; desde entonces, la historia ha demostrado que las críticas de la Izquierda Comunista era justificadas. Del parlamentarismo revolucionario entendido como simple tribuna revolucionaria, se ha pasado de manera imperceptible a la utilización del parlamento para hacer la revolución, después a su utilización para defender el Estado burgués contra el fascismo, y por último para «revalorizar el rol del parlamento» dentro de este Estado.

Por supuesto, la degeneración del movimiento comunista y de la Internacional, ha sido determinada por un conjunto de factores materiales mucho más vastos que la actitud en la cuestión electoral. Esta degeneración fue posible, ante todo, porque el proceso de formación se realizó de la peor manera: en estos partidos se dejó a un lado la selección, admitiendo alas enteras de los viejos partidos reformistas que desde un principio no hicieron más que debilitarlos, impidiendo la franca ruptura con las prácticas social-demócratas. El hecho de que el abstencionismo, «test» de la ruptura con el reformismo no haya sido aplicado, sin duda contribuyó a este debilitamiento.

- Sin embargo, se nos dirá, hoy la situación es diferente a la de los años 20.

- ¡Evidentemente! Pero, ¿en qué es diferente?

 Hoy no existe la Internacional revolucionaria. Los principios de la revolución y de la dictadura del proletariado han sido arrojados al olvido. La clase obrera está infectada hasta la médula de democratismo y legalismo. Incluso la lucha cotidiana de defensa de las condiciones de existencia contra los efectos de la explotación capitalista es obstaculizada por los llamados al «diálogo» y a la «concertación». La situación es bien diferente, cierto, pero en el sentido de que, hoy, la ruptura con los métodos y costumbres paralizantes de la democracia representativa y parlamentaria, es más imperativa aún.

La exigencia de esta ruptura es inseparable de la denuncia de toda paz social, de toda colaboración de clases, de toda solidaridad nacional. Aquellos que pretenden llamar indistintamente a la lucha de clase y a la participación a la mascarada electoral, aquellos que se dicen revolucionarios y llaman a votar por un gobierno de izquierda o contra un gobierno de derecha, no hacen más que minar desde la raíz los empujes proletarios que pretenden favorecer.

- Pero, se nos objetará todavía, vuestra voz no tiene ningún eco.

- Esa es la misma objeción que esgrimen los traidores presentes o futuros. Lenin arrancó la presea de Octubre 17 porque osó proclamar en abril, al término de 4 años de una batalla a contra-corriente, en plena guerra imperialista: «Vale más quedarse solo como Liebknecht – porque ello significa quedarse con el proletariado revolucionario». No importa la distancia – grande sin duda – que nos separa del desenlace final, este no podrá prepararse sino orientando, sin oscilaciones y contra la corriente, la lucha contra las perspectivas y prácticas reformistas, incluyendo evidentemente la lucha contra el electoralismo.

Sea cual sea la correlación de fuerzas, el dilema sigue siendo el mismo: o preparación electoral, o preparación revolucionaria.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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