8 de marzo: la sociedad burguesa festeja la doble esclavitud de la mujer proletaria

La mujer proletaria, para liberarse de la doble esclavitud que sufre en el capitalismo debe unirse a los proletarios y luchar junto a ellos, como una sola clase, contra la clase burguesa para abatir el poder político con el cual esta mantiene la opresión salarial sobre todo el proletariado y la opresión doméstica sobre la mujer.

( Suplemento Venezuela  N° 17 de «El programa comunista» N° 49 ; Junio de 2012 )

 

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Las condiciones sociales del proletariado, en la sociedad capitalista, están destinadas a empeorar cada vez más y no sólo a causa de las crisis económicas: la implantación misma de la sociedad capitalista se levanta sobre la opresión sistemática de la clase asalariada por parte de la clase burguesa. Sin explotación del trabajo asalariado, el capital no tendría ninguna fuerza social y, por  tanto, la clase burguesa que detenta monopolísticamente el capital no dominaría sobre toda la sociedad.

La vida de los proletarios depende del salario; el salario es pagado por los capitalistas, o por sus instituciones, por un tiempo de trabajo diario que los capitalistas compran a los proletarios y por el que pagan lo menos posible porque es de este tiempo de trabajo –o mejor, de este tiempo de trabajo no pagado- del que los capitalistas extraen el plus valor y, por tanto, sus beneficios.

Los proletarios, para vivir, están obligados a vender su fuerza de trabajo a los capitalistas todos los días; los capitalistas para obtener los beneficios, deben explotar todos los días a una masa de trabajadores asalariados que, de esta manera, constituye la reserva de trabajo vivo a usar en  los medios de producción con la finalidad de producir mercancías. La opresión salarial que la clase de los capitalistas ejerce sobre la clase de los proletarios es necesaria, congénita, al medio de producción capitalista. Los capitalistas, infieles, brutales, crueles, violentos o democráticos, pacifistas, paternalistas, no tienen elección: deben explotar a los proletarios para extraer el máximo de plus valor de la explotación de su fuerza de trabajo porque sólo con esta condición les renta su propio capital; cuanto más explotan la fuerza de trabajo, más plus valor extraen y más beneficio acumulan.

Las continuas innovaciones técnicas aplicadas a la producción capitalista tienden, por un lado, a aumentar la producción de mercancías en la misma unidad de tiempo y, por otro, a reducir el número de asalariados necesarios para la producción. Pero el modo de producción capitalista no consiente a ninguna empresa ralentizar el ritmo productivo, presionándola para reducir al mínimo posible los costos de producción y para aumentar cada vez más la masa de mercancías producidas a precios competitivos. La competencia entre los capitalistas es el alma del comercio, la producción de mercancías a costes más bajos que la competencia es el motor del desarrollo capitalista. Pero todo esto no funciona si los capitalistas no logran recabar de la explotación de la fuerza de trabajo el máximo posible de plus trabajo, es decir, el máximo de tiempo de trabajo diario no remunerado.

El salario cubre tendencialmente los costes de existencia cotidiana del proletario: medios de subsistencia, vestuario, etc. Para cubrir estos costes el proletario debe trabajar para el capitalista un cierto número de horas al día que se corresponden con el tiempo de trabajo necesario para producir los medios de subsistencia, el vestuario, la casa, etc. tiempo de trabajo necesario que, gracias al desarrollo técnico de la producción, tiende sin embargo a disminuir con-tinuamente. Y esta es una razón por la cual los capitalistas tienden a bajar los salarios. No solo: manteniendo el mismo horario de trabajo diario de los años precedentes, el capitalista gana más porque el tiempo de trabajo diario no pagado aumenta en proporción. Es decir, aumentando el horario de trabajo diario, aumentando los turnos de trabajo, disminuyendo las pausas, intensificando el ritmo de trabajo en la misma unidad de tiempo, el capitalista obtiene un extra de tiempo de trabajo no remunerado. Así la explotación diaria de la fuerza de trabajo aumenta desmesuradamente, mientras, a la vez, sobre todo en tiempo de crisis económica, una parte considerable de los obreros empleados en la producción es tirada a la basura.

En la cuota de tiempo de trabajo asalariado no pagado entra en realidad otro elemento: el trabajo doméstico. La familia proletaria, también si sólo consta de dos personas, sin hijos, es un núcleo que vive del salario y, en una buena parte de los casos, debido al paro masculino y femenino, de un único salario o del trabajo negro. El trabajo doméstico, tanto más si tiene hijos que criar, pesa normalmente sobre la espalda de la mujer proletaria. Ésta, de hecho, en el trabajo doméstico, representa una fuerza de trabajo no pagada. Sufre, en la realidad cotidiana, una opresión característica de todas las sociedades divididas en clases en lo que se refiere a la mujer: los pequeños trabajos domésticos que se desarrollan en casa son fatigosos, humillantes, sofocantes, monótonos, enervantes y, además, no están pagados; para la sociedad no tienen «valor» o bien tienen uno del todo inferior al del hombre que lleva a casa un salario. Pero en la sociedad capitalista, en la sociedad del progreso civil y de la igualdad, la mujer proletaria y los hijos adolescentes, una vez salidos del campo y de los trabajos de la tierra, son reabsorbidos en la producción capitalista, con costes notablemente más bajos que los trabajadores masculinos, llegando así a engrosar en parte el salario masculino que, sobre todo en tiempos de crisis económica, no basta ya para la supervivencia del núcleo familiar. La doble opresión de la mujer consiste precisamente en esto: a la opresión doméstica se une la opresión salarial.

El desarrollo de la economía capitalista que en los países avanzados ha llevado a la democracia, al sufragio universal, la instrucción para la mujer, el voto femenino, una cierta «libertad» en las costumbres, pero del todo superficiales, no ha mellado realmente el mecanismo social ligado a la opresión de la mujer en general, mientras para la mujer proletaria el llamado progreso no ha representado más que un extra de trabajo y de fatiga: después del trabajo en la fábrica, el trabajo en casa y el cuidado de los niños.

Las bases materiales de la sociedad capitalista están constituidas por el modo de producción que tiene por finalidad la acumulación y la valorización del capital al cual se encuentran plegados la vida social y los recursos naturales. Por tanto, la tan cacareada persona, el celebrado individuo, la aclamada libertad y la igualdad de todos los individuos, no valen nada frente a Su Majestad el Capital: vale algo, se es digno de consideración y de respeto si se tiene dinero, si se puede gastar y comprar, si no, no vale nada ni sirve a nadie. Se entiende, ahora, como la mentalidad burguesa, filtrada en los cerebros de los obreros a través de la presión económica, física y potente, del capitalismo, pueda hacer pensar al proletariado que perder el trabajo significa no valer nada, no ser útil a nadie y, en particular, a la propia familia, sumiéndole en la peor de las depresiones, hasta el punto de llegar a quitarse la vida o proyectando la frustración, con violencia, quizá hacia los componentes del núcleo familiar que debería ser -según la ideología burguesa y el credo religioso- la unidad económica fundamental y al mismo tiempo el refugio más seguro contra los males sociales.Y, según esta mentalidad burguesa, cuya ideología dominante se transmite a todos los estratos sociales dominantes y, sobre todo, la opresión de la mujer en cuanto tal y de la mujer proletaria de manera particular –los actos de violencia sobre las mujeres se traducen en una especie de «derecho natural» a pagar con ellas toda frustración, cualquier desilusión o derrota personal, para la cual parece no haber remedio. La revuelta que debe lanzar a los proletarios contra el sistema que les obliga a sobrevivir con fatigas y con la constante inseguridad del salario, a través de la presión económica e ideológica de la burguesía, y con la ayuda de las fuerzas oportunistas de conservación social que engañan al proletariado sobre sus intereses reales, es una revuelta que los proletarios llevan a cabo, a veces, contra sí mismos o contra sus propias mujeres e hijos, algo que deberá cambiarse y trans- formarse en fuerza social positiva accediendo a la colectividad de clase en la cual los proletarios, hombres o mujeres, se reconozcan como compañeros de lucha y no individuos en constante competición entre sí.

Pese a cuantas leyes la sociedad burguesa pueda inventarse e insertar en sus códigos civiles y penales, no desaparecerá la humillación de la mujer respecto a los hombres sobre todo en lo que concierne al aborto y a los hijos; la opresión de la mujer no terminará sino cuando la sociedad burguesa sea superada finalmente. Esta sociedad horada inexorablemente cualquier «derecho» que escriba en sus constituciones, cualquier tutela que escriba en sus estatutos, cualquier medida preventiva que inserte en sus reglamentos.  De esto no se debe de-ducir que las reivindicaciones de determinados «derechos», como por ejemplo el derecho al divorcio, al aborto, la eliminación de las desigualdades en materia matrimonial o respecto a los hijos, etc. sean inútiles. Cualquier marxista sabe, sin embargo, que la democracia no destruye la opresión de clase y por tanto la opresión de la mujer (Lenin) sino que la vuelve más abierta, más evidente, pero sabe también que la democracia burguesa obtura la mente de los proletarios, confundiéndoles y desviándoles de la orientación de clase, es por eso que se la combate sin tregua.

La sociedad, que ha transformado cualquier valor de uso útil para la vida social en un valor de cambio, que comercia sistemáticamente con sus principios revolucionarios –libertad, igualdad, fraternidad- que ha hecho esclava del trabajo asalariado a la gran mayoría de los seres humanos que habitan el planeta y que ha perpetuado, agravándola, la esclavitud doméstica de la mujer; la sociedad que para salvar el beneficio capitalista no tiene ningún escrúpulo en destruir sistemáti-camente el ambiente en el cual vivimos en cualquier continente, es una sociedad irreformable que debe abandonar su puesto en pro de una sociedad superior que coloque en el centro las necesidades de la especie después de haber cancelado del todo el sistema capitalista que coloca en el centro las necesidades del mercado contra la especie.

La emancipación de la especie humana de la última esclavitud de clase pasa por la emancipación del proletariado del trabajo asalariado y, por tanto, del capitalismo. Tal emancipación no podrá venir sino a través de la más tremenda y profunda revolución de clase e internacional, único medio histórico para abatir el poder político de la clase dominante burguesa y para avivar la transformación económica de la sociedad utilizando los mejores resultados de las innovaciones técnicas aplicadas a la producción y eliminando la enorme mole de producción nociva e inútil que el capitalismo, únicamente por razones de beneficio, ha erigido sobre las espaldas del proletariado mundial; eliminando a la vez cualquier tipo de opresión existente en la sociedad capitalista. En esta lucha, por la emancipación proletaria y, por tanto, por el futuro de la especie, la mujer proletaria tiene un lugar de primerísima importancia porque asegura la continuidad de la especie y porque su contribución a la lucha de clase y revolucionaria del proletariado es decisiva, como lo ha sido en todas las revoluciones sucedidas hasta ahora: la guerra de clase entre el proletariado y la burguesía, supera largamente la «guerra de los sexos» elevando la perspectiva histórica del terreno engañoso y putrefacto de la sociedad mercantilizada al terreno de la sociedad de especie armoniosa y racionalmente organizada para satisfacer las necesidades humanas y para el desarrollo de la conciencia sin discriminación de sexo, nacionalidad o raza.

Luchar por la emancipación de la mujer de sus condiciones de esclavitud doméstica y salarial no quiere decir referirse a la conciencia de las mujeres, de los legisladores o del personal político que está en el parlamento, ni quiere decir avecinarse a pequeños pasos a una supuesta «igualdad» de trato en los códigos civiles o penales. La lucha por la emancipación de la mujer es impres-cindible para la lucha de clase del proletariado: ninguna otra clase puede realmente luchar por la emancipación de la doble opresión a la cual se encuentra sometida la mujer en el capitalismo si no es el proletariado porque es la única clase que no tiene nada que defender en esta sociedad, sino que tiene todo un mundo que ganar con el abatimiento del capitalismo y la colocación en su lugar de una sociedad sin clases y, por tanto, sin opresión de ningún tipo. Esto es un objetivo lejano y, hoy, puede parecer una utopía, como puede parecerlo la revolución proletaria. Pero para la historia no resulta decisivo lo que una sociedad piense de sí misma sino aquello que, en el subsuelo, está madurando entre las miles de contradicciones que tiene cualquier sociedad dividida en clases. Y las contradicciones económicas y sociales del capitalismo, cuanto más retrasa la burguesía su propia muerte, más se concentran y acumulan. Es este largo y contradictorio proceso de maduración de las contradicciones del capitalismo el que genera inevitablemente el enfrentamiento de clase entre burguesía y proletariado, y en este enfrentamiento la clase proletaria –como ya en la Comuna de París y en la Revolución de Octubre- se alzará con toda su potencia mostrando la más grande y universal fuerza revolucionaria que la historia de las sociedades humanas haya conocido jamás: que tiemblen las clases dominantes burguesas frente a la fuerza de la revolución comunista porque «con el desarrollo de la gran industria ha desaparecido bajo los pies de la burguesía el terreno sobre el cual ella producía y se apropiaba de los productos. Ella produce sobre todo a sus sepultureros. Su muerte y la victoria del proletariado son ambas ine-vitables» (Marx-Engels, Manifiesto del Partido Comunista, 1848).

8 de marzo del 2012.

 

 

Partido comunista internacional

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