Editions Programme - Edizioni Il Comunista

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Partido y clase

 

2. Partido y clase y dictadura proletaria

 

( Textos del partido N° 4, Diciembre de 2023,  A5, 60 páginas )  

 

 

 


 

sumario

 

---Prefacio a esta edición

---El principio democrático  (De Rassegna Comunista, nº 18 del 28 de febrero de 1922)

-- Dictadura proletaria y partido de clase (De Battaglia comunista, n° 3-4-5, 1951 ; «il programma comunista», n° 15, 19 de julio de septiembre de 1971)

--Teoría y acción en la doctrina marxista :

--La inversión de la praxis

--Partido revolucionario y acción económica (Informe a la reunión de Roma el 1 de abril de 1951; publicada en el Boletín Interno, nº 1,10 de septiembre de 1951    

---El programa revolucionario inmediato (El programa revolucionario inmediato Forli, publicada en el  Sul filo del tempo, de mayo 1953)

 


 

Prefacio

 

 

En este segundo folleto dedicado al gran tema del papel del Partido Comunista en la revolución y la dictadura proletarias y sus relaciones con la clase proletaria, publicamos otra serie de textos de 1951-52 que forman parte de esa vasta obra sobre la restauración de la doctrina marxista y la reconstitución del partido de clase después del dramático período marcado por la victoria contrarrevolucionaria sobre la Revolución de Octubre, el Partido Bolchevique de Lenin, la Izquierda Comunista de Italia, la Internacional Comunista y el movimiento proletario y comunista en todo el mundo.

Abrimos este folleto con un artículo de 1922, titulado El principio democrático, publicado en la revista teórica del PCd’Italia Rassegna Comunista, nº 18 del 28 de febrero de 1922. Este artículo estaba originalmente previsto para el tercer y último folleto dedicado al tema «Partido y clase», pero hemos preferido incluirlo en este para una mejor sucesión de los temas tratados.

Le siguen tres artículos de 1951 (Dictadura proletaria y partido de clase, La inversión de la praxisy Partido revolucionario y acción económica) y uno de 1952 (El programa revolucionario inmediato) (1) que también forman parte del trabajo sobre la evaluación dinámica de las situaciones que produjeron la Revolución Rusa de 1917 y la posterior contrarrevolución, con el telón de fondo de la creación de partidos comunistas en Alemania, Francia e Italia tras la fundación de la Internacional Comunista en 1919 por iniciativa del Partido Bolchevique de Lenin. 

El primer artículo despliega la crítica marxista vital de los conceptos de democracia, no sólo desde un punto de vista terminológico, sino también, y sobre todo, desde el punto de vista de su contenido ideológico. La historia de la degeneración de la Internacional Comunista y de los partidos que formaban parte de ella ha demostrado que cuando se habla de democracia, de método o de sistema democrático, no se puede ocultar que se trata de democracia burguesa. Durante décadas, ya a finales del siglo XIX y a lo largo de todo el siglo XX, tanto los partidos burgueses como los socialistas han tratado de contraponer la democracia burguesa a la democracia proletaria, asumiendo, como transición necesaria, en la lucha por la emancipación proletaria y el socialismo un sistema político y social de democracia que respetara directamente la realidad social de la sociedad moderna en la que la inmensa mayoría de la población (en los países capitalistas avanzados) está constituida por masas proletarias y proletarizadas, frente a la minoría constituida por la burguesía; una mayoría que, por la fuerza de su número, también habría podido evitar el enfrentamiento violento con las clases dominantes, estableciendo una sociedad más «justa», más «representativa» de la realidad social. No se negaba -como tampoco lo hacía la burguesía- que el choque de intereses entre la burguesía y el proletariado produjera una situación de alta tensión social, pero se argumentaba que favoreciendo el «diálogo social», basado a su vez en relaciones democráticas en la sociedad, implantadas y desarrolladas en instituciones especialmente constituidas como el parlamento, sería posible una transición pacífica y legal entre la sociedad capitalista y la sociedad socialista. La democracia burguesa habría tenido que abrirse, aun con la presión de la lucha proletaria, a la democracia proletaria, permitiendo el libre juego de la confrontación parlamentaria, a través de la cual los intereses partidistas se elevarían al nivel de los intereses ‘de todos’, de los intereses ‘nacionales’, de los intereses del ‘pueblo’: intereses que una institución particular, el Estado democrático, tenía la tarea de preservar, defender, restablecer cada vez que se dieran situaciones en las que una parte ‘del pueblo’ pretendiera forzarles a ir más allá de las normas y leyes establecidas en el parlamento. 

El oportunismo reformista y socialdemócrata actuó para introducir en la sociedad medidas sociales que favorecieran las condiciones de vida y de trabajo de los proletarios mediante la lucha democrática y parlamentaria. 

La democracia pretendía y pretende consagrar el concepto del poder ejercido por la mayoría, expresado a través del voto (a su vez expresado por el ‘libre albedrío’ metafísico que posee cada individuo) en los distintos niveles organizativos, a nivel local o nacional, en los pequeños grupos como en los consejos de administración de las empresas, en las elecciones políticas como en las esferas económicas que, en esta sociedad, se basan en la propiedad privada. Pero «el comunismo marxista -como está escrito en el primer texto citado- se presenta en sus declaraciones de principios como una crítica y una negación de la democracia. (...) La crítica marxista de los postulados de la democracia burguesa se basa en la definición de las características de la actual sociedad dividida en clases, y demuestra la inconsistencia teórica y la insidia práctica de un sistema que quisiera conciliar la igualdad política con la división de la sociedad en clases sociales determinadas por la naturaleza del sistema de producción».

Según la ideología burguesa, la democracia liberal superaría las tensiones sociales causadas por la división de la sociedad en clases opuestas; resolvería el problema de la igualdad política entre las clases antagónicas en la sociedad principalmente por razones económicas relacionadas con el modo de producción capitalista que subyace en la sociedad. La burguesía, en su revolución antifeudal, impulsada por la fuerza material del desarrollo económico del modo de producción capitalista, no podía dejar de implicar al proletariado y a las masas campesinas en su lucha de clases para derrocar al Estado y al poder de las clases dominantes de la época -aristocracia, clero, monarquía- para sustituirlos por su propio Estado y poder político. Por tanto, debía ofrecer al proletariado y a las masas campesinas la libertad de todos los lazos que les ataban de por vida al señor feudal. La libertad de esas ataduras debía convertirse en la máxima aspiración de las masas trabajadoras de la época, la burguesía, el proletariado y el campesinado, y esta libertad se imaginaba como expresión de una igualdad política que nunca antes había existido y que debía ser conquistada. Una vez liberados los proletarios y los campesinos de las relaciones de dependencia personal de los señores feudales, la nueva libertad se basaba en la extensión de las relaciones mercantiles de producción y distribución a las relaciones personales, elevando a principio general la máxima que rezaba sucintamente así: «cada individuo es libre de elegir cómo y dónde vivir».

Pero la sociedad burguesa, basada en el modo de producción capitalista, si por una parte «libera» a los proletarios y a los campesinos de sus relaciones personales de dependencia respecto a los señores feudales, por otra les obliga a someterse a las leyes del nuevo Estado burgués, órgano central de poder de la clase burguesa, la clase de los propietarios del capital, de las fábricas, de los transportes y de la tierra, que, convertida en clase dominante, impone las nuevas relaciones de producción y de propiedad que le corresponden. La burguesía nunca ha negado, por el contrario, que la sociedad esté dividida en clases que luchan entre sí; Marx declara abiertamente que no fue él quien descubrió la lucha entre las clases, sino que descubrió, gracias al materialismo histórico y dialéctico, que la lucha entre las clases conduce histórica e inevitablemente a la revolución proletaria y a la dictadura del proletariado. Sin embargo, la burguesía ha sostenido, y sostiene, que esta división de clases de la sociedad puede ser controlada y gestionada mediante la aplicación del principio, del método y del sistema democráticos. No sólo eso, ha argumentado que la aplicación de tal sistema reconoce no sólo la igualdad política de todos los «ciudadanos», sino que tal sistema puede conducir a una fraternidad general entre los hombres. Liberté, Egalité, Fraternité fue el lema de la revolución francesa y, posteriormente, de todas las revoluciones burguesas, en las que burgueses, proletarios y campesinos se reconocieron y lucharon codo con codo.   

Sin embargo, la sociedad ha permanecido dividida en clases antagónicas y esta división ha tendido a profundizarse con el tiempo; los intereses de la clase burguesa y los de la clase proletaria demostraron ser completamente opuestos desde el principio, incluso durante la revolución burguesa. La ansiada libertad resultó ser sólo libertad de la burguesía en la explotación del trabajo asalariado proletario, sometiendo a toda la sociedad a la ley del valor, a la ley del beneficio capitalista. La economía mercantil, la economía capitalista, se desarrolló y triunfó en todo el mundo, distinguiendo a los países que primero se desarrollaron capitalistamente de los países que sufrieron su dominación, su colonización. La libre competencia y el libre mercado se expresaron a través de la libre conquista de la mayoría de los países del mundo por los países capitalistas más fuertes, decretando ese particular fenómeno económico y social que el marxismo denominó desarrollo desigual del capitalismo. La igualdad entre los hombres, entre los «ciudadanos» ha seguido siendo una quimera, una ilusión, y ello no por la maldad particular de la burguesía (todas las clases dominantes que se han sucedido en la historia han tenido su parte de maldad), sino porque las condiciones materiales del desarrollo económico capitalista generan inevitablemente la desigualdad, la opresión, la explotación del hombre sobre el hombre. El ciudadano-proletario no es libre de vivir cómo y dónde quiera: está obligado a vender su fuerza de trabajo cómo y dónde quiera el capitalista y en las condiciones dictadas por el capitalista y su clase; su fuerza de trabajo es equiparada a una mercancía que el proletario debe vender en el mercado de trabajo; si no trabaja, si no es explotado, no come. Su libertad personal, en realidad, nunca ha nacido y nunca nacerá mientras dure la sociedad capitalista. La democracia burguesa pretende resucitar la libertad individual de todos los ciudadanos, por tanto también de los proletarios, en cada ronda electoral en la que el voto de cada uno tiene el mismo peso que el de los demás: así, para la democracia burguesa, se salva la igualdad política. Pero la realidad social no está determinada por las voluntades, las «elecciones» de los ciudadanos-votantes, sino por las condiciones materiales en las que los ciudadanos-votantes se ven obligados a vivir; por tanto, por la relación de fuerzas entre las clases. Y estas condiciones materiales no son sólo económicas -condiciones que, en cualquier caso, tienen una importancia decisiva-, sino también políticas, sociales y culturales. Como señalaron Marx y Engels, si se pregunta a cada proletario cómo piensa, éste responderá que piensa como la clase dominante porque las condiciones materiales en las que se ve obligado a vivir le llevan a pensar como quien le hace ganarse el pan cada día mediante el trabajo asalariado; pero el trabajo asalariado consiste en la extorsión de la plusvalía que corresponde al tiempo del trabajador no pagado por el capitalista y que constituye la ganancia real del capitalista, ya en el origen de la explotación de la fuerza de trabajo asalariada. No son las ideas las que construyen o modifican la realidad, son las condiciones materiales en las que se produce el desarrollo económico, las contradicciones sociales y la lucha entre clases las que generan las ideas, y es la lucha y la dominación material de la clase dominante la que crea la ideología dominante en la sociedad.

Las contradicciones sociales, inevitables en cualquier sociedad dividida en clases, son más fuertes que cualquier expresión ideológica que tienda a justificarlas, a mitigarlas, a hacerlas menos temibles. Al ser generadas por el actual desarrollo económico y social, estas contradicciones generan, a su vez, la lucha entre los intereses que unen objetivamente a los miembros de cada clase social. La conciencia de esta lucha no pertenece a cada componente de las clases enfrentadas; pertenece a organismos políticos y sociales específicos, los partidos políticos. Esto se aplica tanto a la burguesía como al proletariado.

Los partidos de la burguesía, apoyándose en la dominación social de su clase, asumen las tareas de gestionar la dominación de clase, defender el sistema económico y social que garantiza esta dominación y gestionar las tensiones sociales que las contradicciones de la sociedad capitalista generan inevitablemente. Los partidos de la burguesía representan también los intereses contrapuestos de las distintas facciones en que se divide la clase burguesa, pero siempre están unidos en la defensa general del poder de la clase dominante tanto frente a las burguesías extranjeras como frente a la clase del proletariado en la medida en que, con su lucha de clase, pone en peligro la dominación burguesa.

Los partidos del proletariado no pueden apoyarse en ninguna fuerza económica derivada de la estructura económica y social de la sociedad capitalista; se apoyan exclusivamente en los intereses de clase más generales e históricos de la lucha del proletariado contra los intereses de clase de la burguesía. En realidad, se apoyan en la teoría marxista, en la «teoría del desarrollo social y de las leyes económicas del actual sistema de relaciones de producción, de los conflictos de fuerzas de clase que de él se derivan, del Estado y de la revolución», como se afirma en el segundo texto que publicamos en este folleto, Dictadura proletaria y partido de clase. La historia del movimiento obrero y del movimiento revolucionario del proletariado nos ha enseñado que la ideología burguesa -y la ideología democrática, en particular, precisamente porque conduce al interclasismo y a la colaboración interclasista, que son los métodos más eficaces de la burguesía para paralizar la lucha de clases del proletariado- no sólo influye decisivamente en las masas proletarias, sino que también tiende a influir decisivamente en sus sindicatos y partidos, consiguiendo así un doble resultado: paralizar la lucha de clase del proletariado en el plano inmediato, desviando sus energías hacia la preservación social, y someter a sus propios intereses de dominación social a las organizaciones que surgen para defender los intereses de clase del proletariado.

Es a partir de las lecciones aprendidas de la historia del movimiento proletario, de su lucha antiburguesa y anticapitalista, y de la historia de la lucha revolucionaria dirigida por los partidos obreros, que el marxismo indica que, para su revolución, el proletariado necesita un partido de clase (el partido comunista), porque como el programa político es único, única debe ser la centralización organizativa, no sólo nacional sino internacional, única debe ser la clase que conquiste el poder político, única debe ser la dictadura de clase ejercida por el partido de clase a través del Estado proletario (Estado de clase y no Estado popular, como quiere la burguesía), erigido para defender la conquista revolucionaria y agente del desarrollo de la revolución proletaria internacionalmente.   

Las tareas políticas generales, por tanto, se definen históricamente como las tareas exclusivas del Partido Comunista, que, para el marxismo, equivale al partido de clase, y por el que los comunistas luchan no sólo por su constitución según los dictados de la teoría marxista y el programa político que de ella se desprende, sino por su continuidad ideológica y organizativa en el tiempo y en el espacio.

La revolución proletaria, dirigida por el partido comunista, es ante todo una revolución política que tiene como objetivo el derrocamiento del Estado burgués (Lenin dice: despedazar el Estado burgués), cuya destrucción instaura la dictadura de clase del proletariado y su principal instrumento, el Estado proletario. Sólo después de la destrucción del Estado burgués y la instauración de la dictadura del proletariado -ejercida únicamente por el partido comunista revolucionario porque es el único órgano político que conoce toda la trayectoria histórica de la revolución proletaria hasta el socialismo realizado-, el nuevo poder puede iniciar la transformación económica; la amplitud y el tiempo necesarios para esta transformación dependen del progreso de la revolución proletaria a nivel internacional y del desarrollo económico alcanzado incluso en un solo país o en los países donde ya ha triunfado la revolución. Como se afirma en el texto del partido Le grandi questione storiche della rivoluzione in Russia (2): «En determinadas condiciones históricas de fuerza del proletariado, es admisible la conquista del poder político en un solo país. (...) La fórmula marxista es que el socialismo es históricamente posible sobre la base de dos condiciones, ambas necesarias. La primera es que la producción y la distribución se realicen generalmente en formas capitalistas y mercantiles, es decir, que exista un amplio desarrollo industrial, incluidas las explotaciones agrícolas, y un mercado nacional general. La segunda es que el proletariado y su partido logren el derrocamiento del poder burgués y asuman la dictadura. Dadas estas condiciones, no debería decirse que es posible empezar a construir el socialismo, sino que sus cimientos económicos ya están construidos, y se puede y debe empezar inmediatamente a destruir las relaciones burguesas de producción y propiedad, so pena de contrarrevolución».

De todo ello, y luchando contra tendencias desviadas que, con el estalinismo, tenían un peso contrarrevolucionario sin precedentes, el texto “Dictadura proletaria y partido de clase” despliega, sucintamente, el argumento, refiriéndose también a la Comuna de París de 1871.

Y el tema del partido de clase y la concepción marxista del mismo se aborda en el tercer texto. “La inversión de la praxis en la teoría marxista” muestra, de forma esquemática pero muy eficaz, cómo en la concepción marxista el proceso a través del cual los individuos y las comunidades alcanzan la conciencia de sus objetivos es el último eslabón de una serie ascendente que comienza con el impulso del interés económico, se expresa en la acción, incluso inconsciente, y sólo en el curso de ésta, o incluso después de haber alcanzado su objetivo, encuentra su racionalización consciente. Sólo en el partido de clase la conciencia y, en ciertas fases, la decisión de actuar preceden y no siguen al choque de clases, aunque esta posibilidad sigue siendo orgánicamente inseparable del juego molecular de las pulsiones físicas y económicas iniciales. En esto reside precisamente el sentido de la «inversión de la praxis», es decir, la inversión, sólo posible en el partido, de la serie materialista: «determinación económica - acción - conciencia», serie que invierte la típica de todas las corrientes idealistas, de las que los diversos inmediatismos (espontaneísmo, obrerismo, ordinovismo, movimentismo, etc.) no son sino otros tantos ejemplos. Este texto combate, como muchos otros, la moda de muchos grupos internacionalistas antiestalinistas que justificaban, y justifican, la revisión del marxismo -en lo que se refiere a la teoría del capitalismo y a la concepción del partido de clase y de su acción- con el argumento de que mientras el capitalismo desciende la revolución no avanza. Es la teoría de la curva descendente del capitalismo, que subyace al reformismo gradualista que ve el declive de un régimen mientras otro régimen asciende. Acompañando a esta teoría está la posición de que el imperialismo, es decir, la dominación de los grandes trusts, monopolios, regímenes policiales productores, prepotencia militar, represión de las «libertades civiles», etc., debe ser combatido para restaurar el régimen de la democracia y las formas liberales anteriores. Esta es la posición que caracterizó la llamada lucha antifascista y por una «nueva democracia», nueva porque a la democracia liberal - declaradamente elitista - se contrapuso la democracia popular

Esa teoría y esa posición, adoptadas por la Internacional Comunista estalinizada y todos sus partidos miembros, fueron la base del desastroso colapso del movimiento de clase ante la Segunda Guerra Imperialista Mundial. De ahí la necesidad de reiterar los conceptos básicos del materialismo marxista sobre la relación entre los impulsos económicos y la lucha revolucionaria, entre las masas y el partido que debe dirigirlas. Este texto va acompañado de 8 cuadros (gráficos) que ejemplifican los diversos esquemas mencionados: la falsa teoría de la curva descendente del capitalismo, la alternancia de los regímenes de clase en el desarrollo histórico de las sociedades, la dinámica social según las ideologías de la clase dominante burguesa (trascendental-autoritaria; demoliberal; voluntarista-inmediatista; estalinista; fascista), y el esquema marxista de la inversión de la praxis. Estos esquemas se publican al final del folleto, en el Apéndice.    

Con el texto Partido revolucionario y acción económica, se reitera el punto fundamental de que el trabajo y la lucha en el seno de las asociaciones económicas proletarias son condiciones indispensables para el éxito de la lucha revolucionaria, obviamente junto con la presión de las fuerzas productivas contra las relaciones de producción y la adecuada continuidad teórica, organizativa y táctica del partido político. Se sigue rápidamente la historia del asociacionismo obrero en su paso por sucesivas fases históricas, desde que la burguesía victoriosa lo impidió por ley, haciendo retroceder las primeras conjuraciones proletarias de creación de organizaciones de defensa económica en terreno directamente político, hasta que en el período de la llamada evolución pacífica del capitalismo, la clase dominante pasó a tolerar las asociaciones sindicales intentando sin embargo (y consiguiéndolo en gran medida) atraerlas a su órbita, limitando sus objetivos y sus luchas, mediante la influencia del revisionismo y del oportunismo. Otro fenómeno cooperó para que esta influencia tuviera éxito: la constitución de una aristocracia obrera materialmente inclinada a apoyar el orden existente, hasta que, tras el triunfo del fascismo y su sucesión por la democracia vencedora en la Segunda Guerra Mundial, y gracias a la debacle producida por la oleada oportunista conocida como «estalinismo», la burguesía, al tiempo que mantenía la ficción de la libertad de asociación y de la libertad sindical, ha procedido cada vez más, aunque con retrasos de un país a otro, a aprisionar la organización sindical en las articulaciones de su poder de clase, facilitado todo ello por factores objetivos que, sin suprimir ciertamente el antagonismo fundamental e irreductible entre las clases, lo han atenuado o diluido, no obstante, en parte.

Independientemente de las coyunturas imprevisibles (tal como están las cosas) en el cambio, disolución y reconstitución de las asociaciones de tipo sindical que existen hoy en día, para nosotros sigue siendo un punto fijo que no hay perspectiva de un movimiento revolucionario general sin los dos factores clásicos: un proletariado grande y numeroso de asalariados puros en lucha abierta contra el régimen burgués y un partido de clase revolucionario fuerte que encuadre a una minoría de los obreros sobre la base del programa marxista histórico, algo imposible sin un gran movimiento de asociaciones económicas que abarque a una parte masiva del proletariado y en el que el propio partido haya extendido su influencia, contrarrestando la de la clase y el poder capitalistas, introducidos de contrabando en sus filas por el oportunismo; y que tales asociaciones deben resurgir en la fase de aproximación de la revolución.

En el duro trabajo de restaurar la doctrina marxista y la constitución del partido de clase, nuestro partido reconoce desde el inicio de su actividad, reafirmándolo en la reunión de Forli de diciembre de 1952, que «tal trabajo es largo y difícil, absorbe años y años, y por otra parte la relación de fuerzas de la situación mundial no podrá invertirse en décadas» (3). Pues bien, han pasado más de siete decenios desde entonces y constatamos que seguimos en la situación de descomposición al mínimo de la energía revolucionaria, por lo tanto en la situación de tener que retomar constantemente el gran tema de la teoría y de la acción del partido de clase, combatiendo no sólo toda forma de oportunismo sino también toda improvisación táctica que cambia de situación en situación, pretendiendo explotar datos inesperados de las mismas. Era nuestra tarea entonces (y lo es hoy reafirmarlo con fuerza, sobre todo después de las duras experiencias de las crisis por las que ha atravesado el partido en los últimos setenta años), combatir lo que llamábamos actualismo-activismo, según el cual el partido, para alcanzar el éxito y la influencia entre las filas proletarias, debe adaptar su acción a los datos inmediatos registrados de vez en cuando bajo el microscopio del voluntarismo. Huelga decir que esta forma totalmente antimarxista y anticientífica de ver la acción del partido de clase es tan destructiva como el reformismo clásico y el colaboracionismo interclasista.

Al volver a poner en primer plano «la re-presentación de la visión marxista integral de la historia y de su progreso, de las revoluciones que han tenido lugar hasta ahora, de las características de la que se prepara y que verá al proletariado moderno derrocar al capitalismo e implantar nuevas formas sociales» (4), era necesario también dedicar mucha atención al tema del programa revolucionario inmediato que el partido debe conocer antes de que tenga lugar la revolución proletaria y se conquiste el poder instaurando la dictadura de clase. Como marxistas, sólo podíamos remitirnos directamente a la fuente: al Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels, a los discursos de la Primera Internacional escritos por Marx sobre la Comuna de París, a El Estado y la revolución de Lenin y a los primeros años de dictadura proletaria en Rusia ejercida por el partido bolchevique antes de su degeneración de tipo estalinista.

Muy sucintamente, señalando que las medidas sociales propuestas en el Manifiesto de 1848 respondían a la necesidad de que la dictadura proletaria interviniera despóticamente y que dependían del grado de desarrollo de las fuerzas productivas del país en el que triunfase la revolución proletaria, el breve texto dedicado al programa revolucionario inmediato muestra cómo el oportunismo estalinista era peor que el oportunismo del socialismo reformista: este último, en efecto, engañó al proletariado haciéndole creer que las medidas sociales a su favor podían ser tomadas por un Estado interclasista, empujando al proletariado a apoyar sus medidas populares, aniquilando así incluso el poco contenido proletario que conservaba el viejo reformismo socialista. Las 9 reivindicaciones que este texto señala como contenido esencial del programa inmediato de la dictadura proletaria (por tanto, no del socialismo integral) muestran la conexión con las medidas más características escritas en el Manifiesto de 1848, previendo las que se adoptarían, más de un siglo después, en un país del Occidente capitalista en el que triunfara la revolución proletaria y comunista, teniendo en cuenta que algunas de las medidas sociales transitorias previstas en 1848 (enseñanza obligatoria, banco estatal, etc.) ya habían sido tomadas por la propia burguesía y, al igual que en el terreno económico, con el avance de la industria también en la agricultura, facilitando la intervención de la dictadura proletaria en el primer período post-revolucionario.

Por otra parte, es un hecho que, desde el final de la Segunda Guerra Mundial Imperialista, el desarrollo del capitalismo -a pesar de las crisis cíclicas de su economía- no cesa, no se comporta según la tendencia sinusoidal, como querrían los fatalistas y gradualistas, de la curva descendente del capitalismo, sino que procede con una continua exaltación de las fuerzas productivas frente a la cual se desarrolla inevitablemente una reacción antagónica de las fuerzas dominadas por el capital, es decir, de la clase proletaria. Como ocurrió históricamente con el feudalismo, ocurrirá lo mismo con el capitalismo: el potencial productivo y económico general, y por tanto mundial, subirá hasta que se rompa el equilibrio social general, abriéndose la fase revolucionaria explosiva, en la que, en un período precipitado muy corto y al romperse las viejas formas de producción, las fuerzas de producción retroceden para darse un nuevo orden y reanudar un ascenso más poderoso (5).

La publicación de todos los textos relativos a la gran cuestión de Partido y clase, que en italiano fueron reunidos en el nº 4 de la serie i testi del partito comunista internazionale, ediz. Il programma comunista, Napoli, abril de 1972, traducidos después a varios idiomas, es propuesta ahora por nosotros, en español, en tres cuadernillos, buscando así hacer más práctica e inmediata su lectura.

El primero ya fue publicado en marzo de 2017 (Textos nº 2), como 1. Partido y clase en la doctrina marxista, con este contenido: Tesis sobre el papel del partido comunista (Tesis de la Internacional Comunista, II Congreso 1920) - Partido y clase (PCd’I, 1921). Partido y acción de clase (PCd’I, 1921).

El segundo (Folletos nº 4) se publica ahora como 2. Partido de clase y dictadura proletaria, con este contenido: El principio democrático (PCd’I, 1921) - Dictadura proletaria y partido de clase (PCInt.sta, 1951) - Teoría y acción en la doctrina marxista - I. La inversión de la praxis en la teoría marxista - II. Partido revolucionario y acción económica (Resumen de la Reunión de Roma del 1 de abril de 1951) (PCInt.sta, 1951) - El programa revolucionario inmediato (Reunión de Forlì del 28 de diciembre de 1952) (PCInt.sta, 1952). El tercer y último opúsculo sobre el tema específico, 3.Partido de clase y dictadura proletaria, contendrá Fuerza, violencia, dictadura en la lucha de clase (PCInt.sta, 1946-1948) - Invariancia histórica del marxismo (Reunión de Milán del 7 septiembre de 1952) (PCInt.sta, 1952).

 


 

(1) El texto “Dictadura proletaria y partido de clase” fue publicado en el entonces periódico del partido, Battaglia Comunista, en los números 3, 4 y 5 de 1951. “La inversión de la praxis en la teoría marxista” y “Partido revolucionario y acción económica” forman parte del acta de la reunión del partido celebrada en Roma el 1 de abril de 1951, publicada en el Boletín Interno nº 1 del 10 de septiembre de 1951. “El Programa Revolucionario Inmediato” forma parte del acta de la reunión del partido en Forli, 28 de diciembre de 1952, publicada en el número «Sul filo del tempo», de mayo de 1953, que salió unos meses después de la escisión de septiembre de 1952 entre el grupo que se hizo cargo de «Batalla comunista» y el grupo de camaradas que con «El programa comunista» defendían la continuidad ideológica y organizativa del partido.

(2) Cf. Le grandi questione storiche della rivoluzione in Russia, informe de la reunión general del partido celebrada en Génova en agosto de 1955 y publicado en los números 15 y 16 de 1955 de «Il programma comunista»; luego publicado en un solo volumen Struttura economica e sociale della Russia d’oggi, edizioni «Il programma comunista», Milano 1976, pp. 22-23.

(3) Véase el dossier publicado con el título «Sobre el hilo del tiempo», mayo de 1953, que recoge el contenido de los informes pronunciados oralmente en las diversas reuniones «generales» de abril de 1951 a diciembre de 1952. La reunión de Forlì del 28 de diciembre de 1952 se abrió con el informe sobre “Teoría y acción” (del que tomamos la cita), que pretendía combatir la posición que se estaba perfilando en el partido según la cual el estudio del curso histórico de toda la lucha revolucionaria era un trabajo de tipo literario o intelectual al que se oponía la actividad práctica de intervención del partido en el seno de la acción de las masas; a éste siguió la publicación del informe sobre “El programa revolucionario inmediato”.

(4) Cf. “Teoría y acción”, cit.

(5) V. cuadro II, en la parte final del folleto, en el Apéndice de gráficos.

 

 

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