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Sobre la crisis prolongada de la clase proletaria y las posibilidades de salir de ella

 

( Textos del partido N° 5, Enero de 2019,  A5, 48 páginas )  

 

 


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sumario

 

---Introducción

---Sobre la crisis prolongada de la clase proletaria y la posibilidad de salir de ella   ( "il comunista", N° 73-74 gennaio 2001, N° 75 aprile 2001 )

-- Orientación práctica de acción sindical   ( "il comunista", N° 1, 7 gennaio 1975, "le prolétaire", N° 195, 20 avril / 16 mai 1975, "el proletario", N° 5, octubre de 2014, N° 6, marzo de 2015,  N° 7, julio-septiembre de 2015 )

 


 

Introducción

 

La cuestión de la reanudación de la lucha de clase es una cuestión central para el partido de clase del proletariado.

Es una cuestión que contiene aspectos teóricos, políticos y tácticos al mismo tiempo.

Desde el punto de vista de la teoría, la reanudación de la lucha de clase se encuadra en la cuestión más amplia de la necesidad histórica de la lucha de clase, entendida como lucha que el proletariado desarrolla sobre el terreno abierto y declarado del antagonismo entre las clases con el fin de imponer en la sociedad actual, dominada por la clase burguesa, la vía revolucionaria para la solución de todas las contradicciones de la actual sociedad capitalista. La teoría marxista de la lucha de clase está definida, en general, en las primeras líneas del Manifiesto del Partido Comunista, de Marx-Engels, de 1848: «La historia de todas las sociedades que han existido hasta el momento es la historia de la lucha de clases». La historia de las sociedades divididas en clases es, por lo tanto, historia de lucha entre las clases: entre las clases dominantes, que oprimen a las clases subalternas, y que de esta opresión extraen sus privilegios, refuerzan su propio poder, conquistan otros países y otros mercados, y las clases dominadas que luchan contra la opresión que sufren por parte de las clases dominantes y que, apoyándose en las contradicciones objetivas, económicas y sociales, de las sociedades divididas en clases, tienden a revolucionar la sociedad existente.

En el desarrollo histórico de la ininterrumpida lucha entre las clases –ora latente, ora abierta, como se escribe en el Manifiesto de 1848- no siempre esta lucha termina con la victoria de las clases oprimidas y con la transformación revolucionaria de toda la sociedad; a veces termina con la ruina común de las clases en lucha. Pero el impulso histórico del desarrollo económico de la sociedad, con la llegada del modo de producción capitalista, en tiempos mucho más reducidos respecto al arco histórico que va desde las sociedades antiguas hasta el feudalismo, ha producido un potencial revolucionario extraordinario y universal: el proletariado, el ejército de campesinos, esclavos, plebeyos, mozos transformados con la violenta llegada del modo de producción capitalista en proletarios, en trabajadores asalariados, en sin reservas –a través de expropiaciones, de expolios y de la imposición de nuevas leyes sobre la propiedad y la propiedad privada- .

El enorme desarrollo económico, universal y universalizador, característico del capitalismo, si por un lado ha simplificado la organización social existente en las sociedades precedentes, escindiendo toda la sociedad burguesa «en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases directamente contrapuestas entre sí: burguesía y proletariado», por otro lado ha potenciado de manera nunca vista los factores de dominio de la nueva clase dominante, la burguesía. Pero tal potenciamiento de las clases dominantes burguesas no ha producido la desaparición de los antagonismos entre las clases, sino que ha acentuado estos, volviendo aún más violento el curso histórico de la lucha de clase.

La  gran concentración económica que ha empujado la burguesía de todos los países, en una lucha de competencia que se vuelve cada vez más aguda en el mercado mundial, corresponde cada vez más una consecuente, necesaria, centralización política. El Estado moderno, burgués, representa el instrumento principal de dominio de la burguesía, el instrumento principal de defensa de los intereses generales e históricos de la clase burguesa tanto en la lucha de competencia con las clases dominantes de los otros países como en la lucha de clase contra el propio proletariado, sobre todo, y contra el proletariado de los otros países en general. El capitalismo, pasada la fase del liberalismo, de la libre conquista del mundo por parte de los países más civilizados y capitalistamente avanzados, alcanza así, inevitablemente, la fase de la máxima concentración y centralización, del monopolio;  a nivel político, la democracia liberal, según la cual los dos grandes campos enemigos de los cuales habla el Manifiesto de 1848 deberían hallar un interés común en el desarrollo económico general del país, es sustituida por el fascismo (destrucción del partido proletario de clase y de las organizaciones sindicales obreras, partido burgués único, sindicato de estado y obligatorio, defensa declarada y, a la vez, imposición de los intereses del capitalismo nacional sobre el mercado mundial, máxima centralización de los intereses del capitalismo nacional sobre el mercado mundial, máxima centralización y concentración capitalista, etc.) es decir, de un método de gobierno a través del cual la burguesía se quita la máscara y desvela su propio antagonismo de clase respecto al proletariado, le combate y le oprime abiertamente en cuanto tal.

El monopolio económico, a través de los trusts y el Estado, que se hace empresario, se desarrolla, a nivel político, en primer lugar marginando y en segundo lugar eliminando todas las instituciones parlamentarias, centrales y locales, sustituyéndolas con órganos administrativos directamente emanados del Estado central. La dictadura económica del capital sobre la sociedad, de la cual la clase burguesa dominante es representante social y política, se refleja en este caso directamente en la dictadura política, demostrando el hecho de que el antagonismo de clase entre burguesía y proletariado empuja a la clase burguesa, en determinados giros históricos, a desembarazarse de todos los oropeles de la democracia y a declarar abierta e ininterrumpidamente, la guerra al proletariado en cuanto clase antagonista. Y el reconocimiento de hecho, por parte burguesa, de la teoría marxista de la lucha de clase, de su ineluctabilidad, y del peligro histórico para su poder.

Falta el hecho de que el método de gobierno burgués más eficaz para implicar y someter al proletariado al dominio burgués es el método democrático; pero el desarrollo imperialista del capitalismo ha echado a la basura de los trastos viejos la democracia liberal, empujado a la burguesía a extraer del contenido «liberal» el método democrático y manteniendo sin embargo el envoltorio y continuando el engaño así de las masas proletarias a través de una masificación de las prácticas democráticas (se pide el voto para cualquier estupidez) en un intento de compensar la falta de peso específico de las mismas votaciones. Dado el peso que estas prácticas democráticas tienen aún sobre las masas proletarias, la burguesía insiste en alimentar la ideología democrática y la «defensa» de la democracia –como si fuese un «bien de todos»- continúa siendo el leitmotiv más importante de la propaganda de la conservación burguesa, en forma de la lucha «antifascista», de la lucha contra «el terrorismo» o de la lucha contra el «totalitarismo».

Desde el punto de vista general, la lucha entre las clases brota de los antagonismos sociales que contraponen a las clases en la sociedad, se desarrolla a través de la unión de grupos obreros en organizaciones adaptadas para conducir y defender la lucha a través de la definición de objetivos inmediatos y no sólo inmediatos, y de medios y métodos de lucha coherentes con aquellos objetivos. Los proletarios están unidos por su condición de asalariados, por estar sometidos para vivir a la esclavitud moderna del trabajo asalariado, es decir, a la obligación de vender su propia fuerza de trabajo a un empresario, privado o público da igual, o mejor, la fuerza de trabajo en el capitalismo es una mercancía: se compra y se vende al precio de mercado o bajo coste según las relaciones de fuerza entre el proletariado y la burguesía. Y, como una mercancía, cuando el mercado de la fuerza de trabajo (o mercado de trabajo, como se suele decir) está saturado de brazos respecto a la necesidad de la máquina productiva capitalista, esta mercancía sobra: se deprecia instantáneamente y en grandes cantidades es arrojada fuera del proceso productivo.

La burguesía, durante el largo periodo de su dominio social, ha adquirido una cierta experiencia y sabe que lo que, sobretodo, le permite explotar al proletariado con mayor eficacia es desarrollar en su interior la mayor competencia posible; a nivel de edad, sexo, categoría profesión, cualificación, proveniencia, nacionalidad, religión, organización sindical o política, raza, instrucción, etc. La competencia entre proletarios no nace del hecho de ser hombres o mujeres, en condiciones de poner a disposición del proceso productivo su propia fuerza de trabajo, sino del hecho de ser una mercancía, y como cualquier mercancía la fuerza de trabajo proletaria sufre las altas y bajas del mercado.

Es por esta razón, fundamentalmente, que los proletarios, en la medida en la que no logran superar el escollo de la competencia entre ellos mismos – que se supera sólo organizándose en cuanto trabajadores asalariados en defensa de intereses comunes que superan las más diversas subdivisiones en las cuales la sociedad burguesa y el sistema económico capitalista les constriñe- no logran identificar como verdadero y principal enemigo, como antagonista, al enemigo de clase, a la burguesía, a la clase de los empresarios; permanecen prisioneros, de hecho, de la concepción completamente burguesa que ve en el vecino, en el compañero de trabajo, un competidor peligroso; como el burgués, que tiene una concepción empresarial de la vida, ve a cualquier otro burgués. E incluso cuando en el curso de las luchas, los proletarios comprenden que sus enemigos son los capitalistas y los burgueses que administran y gestionan las empresas por cuenta de los propietarios, no están automáticamente en condiciones de sacar las consecuencias inmediatas a nivel organizativo independiente y a nivel de objetivos por los que luchar. Por ello uno de los fundamentos de la acción de las vanguardias de clase, y de los comunistas en particular, es la lucha contra cualquier competencia entre proletarios. Cualquier organización inmediata de carácter sindical que no actúe sin cesar sobre esta lucha específica es una organización destinada, antes o después, a reforzar el dominio de la burguesía sobre el proletariado y por ello es tendencialmente antiobrera. La lucha de los proletarios contra los burgueses es lucha clasista en la medida en que la organización proletaria que conduce  y defiende la lucha se dota de objetivos, medios y métodos coherentes con la defensa de los intereses inmediatos de los proletarios, intereses que unen a todos los proletarios no importa de dónde provengan.

La lucha entre las clases, volvemos a subrayar del Manifiesto de 1848, se desarrolla ininterrumpidamente, de manera a veces latente y a veces abierta; esto significa que los antagonismos sociales que contraponen a las clases en la sociedad burguesa no sólo existen sino que actúan en las relaciones entre las clases, en sus relaciones económicas, sociales, políticas. El interés burgués de explotar al máximo posible el trabajo asalariado para extraer plustrabajo,y por lo tanto plusvalor, cada vez más consistentemente, se opone al interés proletario de hacerse explotar lo menos posible, es decir, a ceder la menor cantidad de trabajo no pagado (el plusvalor). Cuanto más la máquina productiva capitalista se revoluciona, se tecnologiza, más el empresario burgués potencia su propia posibilidad de competir en el mercado; pero para vencer a la competencia, a cualquier empresario burgués, no basta con modernizar los propios instrumentos, las propias máquinas –cosa que antes o después hacen también sus competidores- sino que debe obtener de la propia mano de obra una productividad  mayor, es decir, en palabras llanas, mayor cantidad de trabajo no pagado.

A este resultado, los burgueses de los países avanzados en términos capitalistas, en los cuales existe un proletariado habituado desde hace más de un siglo a la práctica y a la lógica del reformismo, llegan a través de muchas vías, pero sobre todo a través de la vía del reformismo, de la concertación entre los sindicatos y las asociaciones de empresarios, de los acuerdos y de las leyes. La vía de la negociación pacífica no es nunca, en cualquier caso, la única que toma la patronal; a veces, para hacer pasar rápidamente determinadas agresiones a las condiciones de vida y de trabajo obreras, la burguesía usa otros medios diferentes a las reuniones alrededor de una mesa: despidos, paros, cierres de fábricas, quiebras, deslocalizaciones a otros territorios o países; y a la reacción de lucha de los trabajadores asalariados responde con sanciones disciplinarias, sanciones judiciales, intervenciones de la policía, arrestos y represión.

El tiempo de la negociación y de las mejoras de las condiciones de vida y de trabajo obreras ya pasó, ahora es el tiempo, cada vez más, del chantaje: puesto de trabajo igual a disminución del salario, sobre todo en periodos de crisis económica; aun si, precisamente en virtud de la crisis económica, no hay ningún patrón (¡ni siquiera el Estado!) que garantice a sus asalariados el puesto de trabajo hasta la edad de jubilación.

El interés burgués ¿qué tiene en común con el interés proletario? Nada, como para el verdugo y el ahorcado la cuerda no es el objeto común, sino el instrumento que el verdugo utiliza para quitar la vida al condenado. La condenada situación en la cual se encuentra el proletariado, sobre todo de las metrópolis imperialistas, se debe a que durante largas décadas este ha sido cogido, a veces de manera extremadamente profunda, en las redes reformistas de la defensa de los intereses considerados «superiores» – de la empresa, del sector del cual forma parte la fábrica, de la economía nacional- sin distinguir entre los objetivos inmediatos de los intereses exclusivamente proletarios y los objetivos inmediatos de los intereses burgueses, presentados en la mayoría de los casos como intereses recíprocos: «si la empresa «va bien» en el mercado, el trabajo no le faltará a ningún proletario y quizá se logre un aumento del salario»; si, en vez de esto, la empresa entra en crisis, los primeros en pagar los gastos son los proletarios a los cuales se imponen las consecuencias de los costes.

Siempre, sobre el terreno de la crisis de mercado (hay ejemplos a millares, basta pensar en el sector automovilístico, en la química, en el textil, etc.) los reformistas, los colaboracionistas, se ponen en los zapatos de los dirigentes de la empresa, de los empresarios, sosteniendo que los proletarios «deben hacer su parte» – de sacrificios, naturalmente- porque eso tendrá como consecuencia la salvaguarda del puesto de trabajo. Y «puesto de trabajo=salario», por lo tanto posibilidad de sobrevivir.

Y así los proletarios se han habituado a creer que para trabajar y para lograr por lo tanto un salario hace falta responder a las exigencias de los patrones, que hace falta «adaptarse» a las exigencias del mercado, hace falta someterse a las leyes del mercado; y también cuando se utiliza la huelga, como presión sobre la patronal o sobre las instituciones, se debe usar lo menos posible y con las formas menos incisivas sobre los negocios de la empresa y sobre el trabajo de los «otros» proletarios; en realidad la huelga es usada a menudo para hacer gestionar «mejor» la empresa, para que los patrones inviertan más en la empresa haciéndola más «competitiva». El concepto del cual parte el reformista es: los trabajadores asalariados hacen «su» parte, más productividad, ritmos más intensos de trabajo, cúmulo de recortes al poder adquisitivo y a los salarios; por lo tanto, también los patrones deben hacer «su» parte: que se contenten con menores beneficios, que inviertan en la empresa, organicen el trabajo de manera más rentable. En pocas palabras, los trabajadores asalariados, a través de los sindicatos tricolores y colaboracionistas, se deben declarar dispuestos a cualquier sacrificio… para que se salve el puesto de trabajo y para que la empresa en la cual trabajan sea efectivamente competitiva en el mercado.

En tiempos de expansión económica del capitalismo, los proletarios a través de sus luchas –aún embebidas de conciliación social y de complicidad con la buena marcha de la economía empresarial y nacional- han obtenido aumentos salariales y toda una serie de beneficios sobre el terreno normativo, económico, de la salud, de las pensiones, etc. pero con la entrada en un periodo de recesión económica y de crisis, esos beneficios han sido escamoteados y van desapareciendo poco a poco.

La perspectiva con la cual el capital razona, en las relaciones con la fuerza de trabajo asalariada, está muy clara desde hace años: a una competencia que aumenta a nivel mundial sólo se puede responder con el aumento de la productividad y con la reducción de costes. Ambos aspectos se refieren tanto al capital como al trabajo asalariado; el capital tiende a rebajar todos los costes de producción (eventual sustitución de maquinarias obsoletas, ahorro en su mantenimiento, en los ambientes de trabajo, en las materias a transformar, etc.) y el coste del trabajo, entendido tanto en términos de disminución absoluta del salario (menor sueldo per cápita y menos obreros frente a una producción aumentada) como en términos de aumento de los ritmos de trabajo, de la intensificación del trabajo, de las tareas por obrero, del tiempo de trabajo, etc. Y no hay arma más eficaz para extraer de los obreros mayores energías en el trabajo, y durante un tiempo mayor, que la de aumentar la competencia entre proletarios. La masa de los desocupados, la masa de los trabajadores extranjeros, probablemente clandestinos, son armas de presión potentes sobre la mano de obra ocupada. Y esto es cierto hasta tal punto que en todos los Estados la precariedad del trabajo ha aumentado en progresión geométrica. Hoy existe una cantidad inverosímil  de «figuras laborales», a través de las cuales todos los patrones pueden «escoger» a qué tipo de precariedad del trabajo dirigirse para sus exigencias contingentes. El castillo de «garantías», de los amortiguadores sociales, levantado en Europa al acabar la IIª Guerra Mundial y perfeccionado en el periodo de expansión económica del capitalismo, está cayéndose a cachos, y son los capitalistas quienes ganan con ello.

Además del fenómeno clásico de la desocupación (proletarios expulsados del proceso productivo o que nunca han entrado en él) la política burguesa en la confrontación con la fuerza de trabajo, debe afrontar otro fenómeno que se vuelve cada vez más extenso y consistente, el de la ocupación precaria. ¿Y cómo lo afronta? Con el método de siempre: aumentando la competencia entre proletarios a través de la cual los burgueses intentan obtener tres resultados significativos: 1) Usar un número más o menos grande de trabajadores según las condiciones de la competencia en el mercado, tanto nacional como internacional y con «contratos» cada vez más «individuales»  2) Bajar el monto salarial puesto a disposición para la fuerza de trabajo empleada en los diferentes ciclos productivos 3) Disgregar la organización y la unión de los trabajadores asalariados. Esto significa llevar a cabo la lucha contra la «rigidez» de la cual el mismo Lama, secretario general de la CGIL (Confederación General Italiana del Trabajo, sindicato mayoritario italiano ndt), fue campeón en los años ´70. Cualquier aspecto de los acuerdos sindicales y de los contratos de categoría cifrados a nivel nacional es objeto de discusión: nada está «garantizado» en el tiempo, lo que hoy es válido, mañana puede no serlo ya.

El empeoramiento de las condiciones de trabajo y de vida de los proletarios no pasa sólo a través del estallido de crisis que el capital debe afrontar, y que, en un 99% de los casos, implica empeoramientos de las condiciones de vida y de trabajo de los proletarios; los capitalistas no esperan a  que la crisis estalle definitivamente, sino que «se adelantan», anticipan medidas que, si no, estarían obligados a llevar a cabo bruscamente cuando la crisis estalle. El hecho de haber anticipado el ataque a las conquistas salariales y sindicales de los decenios pasados, en un periodo en el cual la crisis económica profunda no se había desarrollado aún, permite a los capitalistas y a su Estado prepararse mejor para lo que deberán afrontar mañana, cuando la situación económica de aguda crisis, una crisis social de grandes dimensiones, en la cual son previsibles numerosas reacciones sociales en los diversos sectores industriales y en todo el territorio nacional. Por ello, aún si en este periodo no habría necesidad de llevar a cabo recortes profundos en el castillo de «garantías» y de amortiguadores sociales, los burgueses lo hacen de cualquier manera, aprovechando sobre todo el hecho de que el proletariado está aún sujeto por las grandes centrales sindicales tricolores (1) y que no ha podido aún reorganizarse sobre el terreno independiente y clasista.

No sólo, pero jubilando a las generaciones de obreros que han luchado en los años ´50-´70 del siglo pasado, los burgueses evitan el peligro de que las jóvenes levas obreras sean influenciadas de cualquier manera por los viejos obreros que mantienen vivo el recuerdo de las luchas, de los enfrentamientos con la policía, de las largas huelgas, de la solidaridad obrera, aunque todo aquello tuviese lugar bajo la capa del colaboracionismo sindical y político.

Las nuevas generaciones obreras nacidas en los años ´70 y ´80 se encontraron así completamente a disposición del despotismo de fábrica, de la precariedad del trabajo, de la desorganización obrera sobre el terreno de la defensa de las condiciones elementales de vida y de trabajo. Los sindicatos tricolores, gigantescos aparatos del colaboracionismo y de la desorganización obrera, después de haber prestado su trabajo de demolición de las tradiciones clasistas del proletariado y después de su obra devastadora de influencia oportunista sobre generaciones obreras salidas de la segunda carnicería imperialista mundial y de la gran crisis capitalista de mitad de los años ´70, se transformaron en verdaderas Agencias de Trabajo por cuenta de la patronal y de las instituciones burguesas y se están transformando en Banca mediante la captura de los sueldos de las liquidaciones de los obreros reciclándolos en «fondos de pensiones», pensiones que los obreros se arriesgan a no ver nunca más.

 

Los obreros ¿con qué pueden contar?

¿Con los sindicatos tricolores? No, absolutamente no, dado que su papel es el de hacer pasar en las filas del proletariado las exigencias del capital.

¿Con sindicatos alternativos del tipo Cobas? Quizá, si fuesen «alternativos» en el sentido de clase, pero los hechos demuestran que estos sindicatos pequeños no hacen sino recorrer la vía de los grandes aparatos tricolores.

¿Con la experiencia directa de las luchas de ayer? No, porque las luchas de ayer, atrapadas en las redes colaboracionistas de los sindicatos tricolores y en el pantano reformista, no pudieron producir organismos proletarios independientes dedicados a la defensa exclusiva de los intereses inmediatos proletarios y permanentes en el tiempo.

¿Con el aporte de experiencias de lucha clasista de proletarios de otros países, avanzados o atrasados en términos capitalistas? Tampoco, porque estas experiencias episódicas, aún si algunas veces son de gran vigor y dan buenas enseñanzas (la huelga de los mineros ingleses del ´74 o del ´84, la de los mineros americanos en el ´81, la huelga de los trabajadores de los astilleros polacos en 1970 y después en el ´80, la huelga de 35 días en la FIAT en 1980 y las huelgas en Italia durante el otoño caliente de 1969, por citar sólo algunas) no han dejado ningún resto organizativo de clase  duradero.

¿Con qué pueden contar entonces las jóvenes generaciones de proletarios? Sobre todo consigo mismas, con el hecho de constituir –si bien hoy no tienen conciencia de ello- una fuerza social que será empujada, sobre la escena de la lucha directa contra los capitalistas y contra sus aparatos de defensa, de manera brusca, violenta, «imprevista», a causa de factores objetivos de crisis a la vez económica y social.

Es la sociedad capitalista la que, no obstante los esfuerzos de control económico y social que las clases dominantes desarrollan, provoca terremotos económicos que ponen en crisis a todas las entidades de planificación, gestión y control de la sociedad. De la misma manera que el magma volcánico –léase: acumulación incesante de contradicciones materiales y sociales del desarrollo capitalista a nivel mundial- la fuerza de los antagonismos sociales proyectará al proletariado hacia arriba y no habrá maniobras políticas, negociaciones sindicales, acuerdos «entre las partes», intimidaciones, represión «preventiva» ni arrestos, que puedan impedir su expresión social. El enfrentamiento entre las clases tendrá lugar en los hechos, en la brutalidad material de fuerzas que se contraponen inexorablemente, antes aún que en las cabezas de los protagonistas. Será la misma lucha de clase la que producirá a los obreros más combativos, a los elementos más sensibles a la lucha de clase y a su organización, los cuales encontrarán la fuerza para hacer en pocos meses aquello que no se ha podido hacer en décadas; reorganizarse de manera eficaz y suficiente sobre el terreno de clase, de manera independiente, en defensa exclusiva de las condiciones de vida y de trabajo de los proletarios.

 

*      *      * 

 

Hay tres causas fundamentales, en los países del capitalismo desarrollado, que caracterizan el atraso del proletariado, desde el punto de vista de clase, en estos últimos decenios:

1. La derrota del movimiento revolucionario y comunista de los años ´20 del siglo pasado a manos de la contrarrevolución burguesa y estalinista.

2. La destrucción de los partidos comunistas y de la Internacional Comunista consiguiente a dicha derrota.

3. La destrucción de los sindicatos obreros de clase.

 

El proletariado en Europa, a cuya cabeza estaba el proletariado ruso guiado por su formidable partido bolchevique que había encontrado en Lenin la máxima expresión de la coherencia marxista, en los años de la primera carnicería imperialista mundial y de la primera postguerra, podía contar con la victoria del Octubre de 1917, con la conquista del poder político en Rusia por parte del partido bolchevique, con la constitución de la Internacional Comunista como primer embrión concreto del partido comunista mundial. En Alemania, en particular, durante 8 años seguidos –de 1915 en plena guerra mundial a 1923- el proletariado manifestó un altísimo grado de combatividad y de lucha anticapitalista; en Polonia, en Hungría, en Italia, el proletariado del campo y de la industria se movilizaba en aquellos mismos años a través de huelgas, disturbios callejeros e insurreccionales, con gran vigor, dirigiéndose al choque decisivo con las burguesías dominantes y con los residuos de los poderes aristocráticos. En Hungría el movimiento proletario revolucionario tomó incluso el poder político, manteniéndolo durante algunos meses, pero cediendo después a causa de la degeneración socialdemócrata del partido comunista.

Pero la oleada creciente del movimiento proletario en Europa chocó contra el objetivo retardo histórico de la formación del partido de clase, indispensable instrumento y guía de la revolución proletaria y de la dictadura de clase una vez terminada la insurrección victoriosa.

En la Europa industrializada, en América del Norte, donde el capitalismo progresaba en su desarrollo a pasos de gigante sometiendo a todo el planeta a su propio modo de producción, colonizando también los territorios más alejados, el reformismo había logrado impregnar completamente a todos los partidos socialistas transformando sus características originales anticapitalistas en actitudes y en prácticas oportunistas, poniendo los objetivos inmediatos como la prioridad absoluta de la lucha proletaria y adoptando los medios legales de la democracia parlamentaria como únicos medios de la lucha proletaria. Los objetivos históricos de la revolución proletaria primero eran puestos en sordina, después escondidos y finalmente cancelados y combatidos. La lucha a fondo, hasta las últimas consecuencias, contra el poder burgués y el capitalismo, por la destrucción del poder burgués y la transformación de la sociedad de la economía capitalista (mercancía, dinero, beneficio, leyes de competencia, guerras por el predominio en el mercado mundial, mantenimiento de la esclavitud salarial, Estado como organizador de la opresión social) en economía socialista y comunista (superación de la economía mercantil y del beneficio capitalista, organización social armoniosa de la humanidad con el centro en las necesidades humanas y no en las necesidades del mercado) esta lucha histórica entre las clases  fue abandonada y sustituida con  la  mediación y la colaboración interclasista.

Desde entonces, el capitalismo se ha desarrollado aún más, trasformando a millones de campesinos y a millones de pequeños propietarios en puros proletarios, sometiendo a la mayoría del planeta a la esclavitud salarial. La masa del proletariado en el mundo representa a la gran mayoría de la población, pero esto no implica que el poder político no esté firmemente cogido en las manos de las clases burguesas nacionales.

El falso campo del llamado «socialismo real» –denunciado por nuestra corriente de Izquierda comunista desde 1926 como capitalismo que aprovechaba el formidable hito histórico representado por la Revolución bolchevique de 1917 para acelerar la implantación capitalista en las grandes extensiones euroasiáticas de Rusia y después de China y la India –ha demostrado de sobra que siempre ha sido parte integrante del mercado mundial, en el cual fuerzas imperialistas de gran peso (como Rusia y China) han contribuido a arrastrar al proletariado –no sólo al suyo «propio» sino también a aquel internacional –sobre posiciones del nacionalismo burgués, del colaboracionismo y por lo tanto sobre posiciones contrarrevolucionarias. El movimiento proletario ruso, que en los primeros veinte años del siglo XX dio tantas enseñanzas al proletariado de otros países, incluso de países mucho más desarrollados que la atrasada Rusia, fue la primera víctima de la contrarrevolución estalinista y burguesa; la victoria de la contrarrevolución pasó sobre miles de proletarios rusos eliminados para que no diesen testimonio y no transmitiesen con su ejemplo las enseñanzas de la lucha de clase y revolucionaria a los proletarios de cualquier otro país; y pasó sobre millares de proletarios de todos los países, desde Europa y América hasta China, que vertieron y vierten aún su propia sangre por causas únicamente burguesas.

Es de este abismo de donde el proletariado deberá resurgir, en Europa como en China, en América, Australia o en África y Oriente Medio. Los proletarios para salvarse deberán dar cuenta no sólo del enemigo de clase principal –la burguesía- sino también de enemigos mucho más insidiosos porque provienen de entre sus filas: los estratos sociales vendidos a la burguesía (los bonzos sindicales tricolores, los politicastros de todos los partidos falsamente «obreros»); estratos que en realidad influyen directamente en las masas proletarias a favor de la conservación social y del mantenimiento de la esclavitud salarial. La clase obrera deberá apoyarse únicamente en sus propias fuerzas y reconquistar el terreno del antagonismo de clase abierto: sólo con esta perspectiva encontrará la vía, la energía y la voluntad para cambiar el mundo.

Hay intelectuales que, después de haber abrazado el estalinismo, y después quizá el maoísmo, cuando estos ismos daban notoriedad y dinero, discurren desde hace unos años sobre la desaparición del proletariado como clase social. Ellos «ven» el comunismo donde nunca ha estado y donde no podía estar y no «ven» a la clase obrera donde está, salvo cuando prende el pánico, y el odio anti proletario, cuando los obreros se presentan sobre el terreno de la lucha clasista para defender sus propias condiciones de vida y de trabajadores asalariados. ¿Qué harán cuando los obreros luchen por objetivos más decisivos como los de la revolución anticapitalista? Desde lo alto de su capacidad cerebral, vendidos a los burgueses, les tratarán de ignorantes y de incívicos, de gente que no sabe administrar la producción, el municipio, el Estado; y no se darán cuenta de que la fuerza social proletaria, en el movimiento de su lucha de clase y revolucionaria, genera las capacidades sobre cualquier terreno, sobre cualquier plano de intervención, del político al administrativo y organizativo, del judicial al científico, cultural o militar. El proletariado revolucionario, al limpiar la sociedad de toda la basura burguesa, se librará también de estos parásitos con un simple golpe de escoba.

El camino de la historia está atravesado por las luchas entre las clases, aún si sus componentes individuales no lo saben, no lo perciben o no lo entienden. La historia abre puertas no sólo por medio de las fuerzas sociales que luchan entre ellas en un enfrentamiento entre conservación social y revolución, sino también por medio de instrumentos específicos, como el partido de clase, que ha tenido y tendrá la tarea de guiar a la fuerza proletaria revolucionaria a completar todo el recorrido necesario para superar los obstáculos que la vieja sociedad opone al nacimiento de la nueva. El proletariado, como ha demostrado más veces en el curso de su desarrollo histórico, puede alcanzar niveles importantes de enfrentamiento con las clases adversas (como en la Comuna de París en 1871, en las luchas contra la guerra en Alemania, en Polonia, en Hungría en los aós que van de 1915 a 1920, en los motines revolucionarios como en China en 1927) pero no llegará a vencer de manera decisiva al enemigo de clase sin la guía de su partido (como sucedió en Rusia en 1917 y en la larga guerra civil de 1918 a 1921) único órgano que representa la conciencia de clase, es decir, que conoce todo el recorrido histórico que es necesario para pasar de la sociedad capitalista a la sociedad socialista y comunista; un recorrido que prevé la reorganización del proletariado en asociaciones económicas independientes en condiciones de agrupar a una parte decisiva del proletariado, la influencia del partido de clase sobre estas organizaciones, la preparación revolucionaria y la insurrección, la toma del poder político y el derrocamiento violento del Estado burgués, la instauración de la dictadura proletaria ejercida por el único partido de clase proletario y comunista, la defensa de la victoria revolucionaria en los territorios en los cuales ha vencido y la organización internacional del movimiento revolucionario con el fin de irradiar al mundo la lucha revolucionaria. Por lo tanto, un órgano específico que pueda representar esta conciencia histórica, es el partido comunista, revolucionario e internacional, por el cual la corriente de la Izquierda comunista, y nosotros que seguimos su surco, siempre ha trabajado y trabaja.

Del abismo en el cual está el proletariado no logrará salir si no es a través de una serie de permenentes enfrentamientos incluso en sus mismas filas, porque uno de los obstáculos más duros de eliminar es el del hábito de fiar a la democracia y a sus instituciones la solución de cualquier problema, la solución de todas las contradicciones. Años y años de colaboracionismo sindical y político, años y años de prácticas democráticas, pacifistas, legalistas, años y años de sumisión «espontánea» y «voluntaria» a las exigencias de la economía capitalista y del poder político burgués, han habituado a los proletarios de los países capitalistas avanzados a «delegar» la defensa de sus propias exigencias de vida cotidiana a instituciones de carácter sindical, social, político y religioso que en realidad tienen una función de control social, de propaganda del consenso, de intimidación moral y espiritual, de encuadramiento a favor de la conservación social.

Estas actitudes y estos prejuicios sobre la democracia, sobre la «libertad personal», sobre las «elecciones» que cada individuo en particular estaría en condiciones –y «con derecho»- de hacer, constituyen los diques materiales que ninguna propaganda, por sí misma, ningún esfuerzo de convencimiento ad personam puede eliminar.

Estos diques podrán ser destruidos sólo en presencia de una lucha que un movimiento de clase proletario desarrolle sobre el terreno del enfrentamiento de clase abierto y decidido. Romper la paz social, los lazos del colaboracionismo interclasista, las prácticas de sumisión a la «compatibilidad» económica del capital, es un paso obligatorio para el proletariado: lo hará primero con los puños y con el estómago, y después se dará cuenta, pero deberá hacerlo si no quiere transformarse por enésima vez en carne de cañón después de haber ofrecido al capital cada gota de su sudor, además de toda su energía física y nerviosa, en las galeras del trabajo asalariado o en la desesperación de la falta de trabajo asalariado.

 


 

(1) Sindicatos tricolores son aquellos que, en Francia y en Italia, pero siguiendo un modelo común al desarrollo de todos los países del capitalismo avanzado, han adoptado los tres colores de la bandera nacional en detrimento del rojo de la bandera proletaria. Simbólicamente representan la sumisión a los intereses nacionales (y, en menor escala, sectoriales, empresariales, etc.) de la burguesía y el desprecio de los intereses de la clase proletaria. En España, si bien el contenido político de esta sumisión de los organismos sindicales a la burguesía y a su Estado es el mismo que en Francia, Italia o Alemania, el hecho de que la bandera nacional tenga sólo dos colores hace que el término sindicalismo tricolor pierda capacidad explicativa, pudiendo ser sustituido por «sindicalismo rojigualda».

 


 

Partido comunista internacional

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