Crisis y lucha en Portugal

(«El proletario»; N° 1; Diciembre de 2012)

 

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De entre todos los países europeos donde la crisis económica se muestra más visiblemente, Portugal es del que menos noticias se tienen. Irlanda se tomó como ejemplo del camino que seguiría España en los próximos años, dado que las bases de su crecimiento económico en los años pasados eran exactamente las mismas que aquellas que existieron aquí. Grecia sale a la luz en prensa y televisión continuamente como ejemplo de la catástrofe social que se ha producido, de manifestaciones y huelgas y del auge de partidos populistas como Aurora Dorada. Todos estos ejemplos tienen una significación clara de cara a lo que se quiere mostrar sobre la crisis y sus consecuencias, muestran, para la burguesía, una tendencia ejemplarizante que difundir entre los proletarios para volver asumible la propia tendencia española hacia la bancarrota económica y la depauperización de las condiciones de existencia de la población en general y del proletariado en particular. A la vez, sobre todo en el caso griego, muestran reiteradamente la inutilidad de una lucha que, encauzada por los límites del respeto estricto a la economía nacional, simplemente resulta inútil cuando no crea el caldo de cultivo para la que terrible amenaza «fascista» cobre fuerza y sea absolutamente necesario que todos, proletarios y burgueses, cierren filas contra ella.

Pero de Portugal se habla muy poco y no es algo raro. En España, desde 1974, cuando estalla la Revolución de los Claveles, se levantó un muro informativo en las fronteras del país vecino: una situación muy similar a la que se vivía en Portugal, por sus aspectos políticos y militares, no podía permitirse que cundiese el ejemplo de lo allí sucedido. De hecho, un proceso sumamente complejo de luchas y enfrentamientos de clase como fue todo el periodo que comienza en el año´74 en Portugal (véase nuestro opúsculo de la época As lutas de classe em Portugal de 25 de Abril a 25 de Novembro, así como los textos aparecidos en la revista El Programa Comunista nº 18 de septiembre del ´75, nº 19 de enero del ´76 y nº 21 de septiembre del ´76) ha sido sencillamente eliminado en el interior de las fronteras españolas, como parte de ese abandono en el que se quiso dejar al país luso. Hoy la situación de Portugal vuelve a parecerse mucho a la de España, algo normal para unos países cuyas economías se encuentran relacionadas a unas mismas variables y muestran un alto grado de interdependencia.

Las reformas llevadas a cabo por Pedro Passos Coelho (líder del conservador Partido Social Demócrata) desde su elección el 5 de junio de 2011, han supuesto un drástico deterioro de las condiciones de existencia de la clase proletaria en Portugal. Después del intento de quitar la paga extra a los trabajadores del sector público (que el Tribunal Constitucional portugués declaró ilegal porque no se aplicaba también a los trabajadores del sector privado), las medidas tomadas en septiembre de 2011 han seguido el mismo camino, esta vez de manera más igualitaria. Con el fin de poder reducir el déficit del Estado a un 4,5% (una de las condiciones que BCE, FMI y UE ponen para que Portugal siga recibiendo ayuda financiera), el gobierno de Passos Coelho ha aumentado el IRPF a todos los trabajadores, aumentando en particular las cotizaciones a la Seguridad Social de un 11% del salario a un 18%, lo que en la práctica implica un descenso real de los sueldos, ya de por sí bajos en un país donde el salario mínimo es de 565, 83 euros, de un 7%. De hecho, desde la aprobación de estas reformas, los servicios médicos deberán ser pagados, además de vía impuestos, al acudir al centro de salud, a razón de 4 euros la consulta y de 20 euros las urgencias. Resulta obvio que el aumento de las cotizaciones a la Seguridad Social no van destinadas a otra cosa que recaudar para las arcas de un Estado muy endeudado, sobre todo si se tiene en cuenta que los servicios prestados por el sistema de salud pública han sido reducidos hasta el punto de que en algunas zonas del sur del país son los propios bomberos los que tienen que utilizar sus vehículos como ambulancias porque el servicio ha desaparecido.

Ni estas reformas que han rebajado aún más las condiciones de existencia de los proletarios portugueses ni los 78.000 millones de euros que la el Banco Central Europeo, el FMI y la Unión Europea han prestado a Portugal bajo la supervisión de la llamada troika, han tenido el efecto que la burguesía había prometido. El PIB del país ha caído un 3,3% en el segundo trimestre de este año, lo que ha llevado al gobierno a declarar que «el estado de emergencia económica continúa», una clara promesa de que los proletarios portugueses aún no han terminado de ver todo lo que se les viene encima. En Portugal, como en todos los países golpeados por la crisis capitalista, el capital sólo podrá recuperar la tasa de beneficio que requiere para garantizar la buena marcha de la economía nacional aumentando salvajemente la explotación de la clase proletaria, pagando menos salarios a cambio de muchas más horas de trabajo, reduciendo las prestaciones que recibían de parte del Estado y que tan caras resultan ahora y haciendo aceptar, en fin, que los intereses de esta economía nacional constituyen un bien supremo al que sacrificar cualquier tipo de «interés particular» como la alimentación, la salud o la misma vida de los proletarios.

La complacencia con esta perspectiva que mantienen, como en el resto de países, los supuestos partidos obreros y las direcciones amarillas de los sindicatos ha resultado hasta ahora un apoyo imprescindible para la burguesía portuguesa. Como explicábamos en el suplemento 15 al número 49 de El Programa Comunista (enero de 2012), los grandes partidos de la izquierda, el Bloco de Esquerda y el PCP, mantienen una postura idéntica a la que defiende la burguesía. Simplemente se diferencian de esta en lo puramente formal. Defendiendo la recuperación económica y la fortaleza del país quisieran que las medidas necesarias para lograrlo, que son, inevitablemente, las que hemos señalado más arriba, se llevasen a cabo de una manera diferente, manera que por otro lado nunca explican porque su función es simplemente canalizar el rechazo y la resistencia ante ellas por las vías democráticas y electorales frente a posibles estallidos en la calle. La CGTP, sindicato mayoritario en el país, por su parte sigue la vía de sus colegas españoles y, sobre todo, griegos, convocando cada cierto tiempo huelgas generales de un día con las que espera erosionar el impulso a la lucha que los proletarios sienten cada vez más agudamente.

Pero, también como en España o Grecia, estos cauces tradicionales de integración y apaciguamiento del proletariado se desgastan ellos mismos en la medida en que las condiciones de vida y de trabajo no dejan de empeorar y la política que llevan a cabo muestra su falta de sentido. El día 15 de septiembre una manifestación, convocada al margen de los sindicatos y de los partidos de izquierda, recorrió las calles de Lisboa y de las principales ciudades del país con una asistencia muy nutrida. En la capital la manifestación discurrió en un ambiente abiertamente combativo y, llegado el momento de desconvocarla, miles de manifestantes continuaron hasta la sede del Gobierno de la República, donde hubo conatos de enfrentamiento con los antidisturbios (antes los había habido en la sede del FMI de la ciudad).

Posteriormente, el día 21 de septiembre, cuando estaba convocada otra manifestación que tendría que ser la continuación de aquella del 15, ya la CGTP no tuvo otro remedio que bajar a la calle y ponerse al frente de unas protestas que parecían descontrolarse. De hecho, a los cuatro días de esta manifestación, que también tuvo un seguimiento masivo, convocó una huelga general «contra los recortes y las medidas anti obreras» para el próximo 14 de noviembre (¡casi dos meses de preaviso para un paro de 24 horas!). La presión de un proletariado que sale a la calle en los últimos meses casi por primera vez en treinta y cinco años fuerza esta convocatoria y muestra el carácter reactivo de la política sindical, que busca responder, controlando, a la fuerza potencial de los trabajadores.

De manera natural el proletariado portugués se verá impulsado a luchar por defender, aún sólo mínimamente, sus condiciones de existencia, cada vez más agravadas por el aumento del paro, de los precios o por el descenso de los sueldos. Y, también de manera natural, irá comprobando que las direcciones sindicales, conciliadoras y derrotistas, y los partidos pseudo obreros como el PCP o el Bloco, únicamente buscan mantenerle dentro de los límites de la derrota pactada de antemano, imponiendo en la lucha métodos completamente ineficaces para la lucha y que únicamente buscan reforzar la confianza del proletariado en las instituciones de que dispone su enemigo de clase para dominarle.

Pero, además de este obstáculo, el proletariado portugués, como el del resto de países, va a encontrar otros en su camino hacia la reanudación de la lucha clasista. Las corrientes que hoy aparecen al margen de los cauces sindicales y políticos tradicionales y bajo cuya bandera se convocaron las manifestaciones del 15 y del 21 de septiembre, constituyen la expresión de un malestar social (de toda la sociedad) que genera la situación de crisis por la que se atraviesa en estos años. Este malestar social sin duda resulta significativo y, en muchos sentidos, es el preludio de futuras explosiones de más largo alcance, pero por el momento se concreta en la conjunción de proletarios y clases medias (también estas duramente afectadas por la mala marcha de la economía, pero en otro sentido bien diverso al de los sin reservas) en una suerte de lucha común contra los aspectos más estridentes del dominio de clase de la burguesía que hoy se hacen más llamativos. La corrupción política, la desigualdad, la falta de expectativas de futuro… son los objetivos a abatir de estos movimientos que, por su ambigüedad y su espontaneidad, hacen participar juntos a proletarios, estudiantes, comerciantes arruinados, cuadros medios depauperados, etc. Pero entre ellos existen diferencias fundamentales derivadas de su manera de sufrir la crisis hoy y el sistema capitalista siempre. Para los proletarios la explotación siempre ha existido. Su condición de asalariados les coloca en la base de la pirámide social, de ellos se extrae la plusvalía necesaria para que el capital exista y, con ello, se mantiene al resto de clases sociales, de la misma burguesía a las clases pequeño burguesas que se encuentran en los estratos medios de la producción y la gestión del mundo burgués. Los proletarios sufren la crisis como un drástico e irreversible deterioro de su vida. Pierden el salario, pierden sus posibilidades de vivir. Si desaparecen los servicios básicos que  la burguesía les prestaba a través del Estado (y que se financian, también y para todas las clases sociales, con el excedente de plusvalía que la burguesía utiliza para mantener su dominio político de clase) no tiene posibilidad de acceder, por ejemplo a la sanidad, de ninguna otra manera, porque el mismo salario es insuficiente para ello. Para los proletarios no se trata de que tengan que pagar ellos la crisis sino de que son ellos los que mantienen en pie todo el mundo capitalista que, ahora, les reduce a una situación aún más miserable. Sin embargo para las clases medias, aquellas que se manifiestan en defensa del sistema democrático contra sus supuestos usurpadores, de la transparencia en las cuentas contra los llamados corruptos, etc. la situación es diferente. Como clase, viven también de los proletarios. Y es la competencia que les hacen los grandes burgueses, competencia agudizada en tiempos de crisis en los que la lucha por el beneficio es mucho más dura y sólo pueden vencer quienes se encuentran en una posición de privilegio, la que les hace caer en una situación similar, pero sólo similar, a la del proletariado. Por eso reclaman al Estado que tome otras medidas económicas para salvar el país, unas medidas que no les afecten a ellos y sí a sus competidores. Estas clases sociales pequeñoburguesas han vivido, materialmente, en una posición relativamente aceptable antes de la crisis, confían por tanto, porque su vida material así parece habérselo mostrado, que el problema es la situación actual y que un correcto funcionamiento del capitalismo, al que se le extirpasen las partes negativas que sólo ahora comienzan a conocer, le pondría a salvo de la crisis. Es ese capitalismo sano, es ese país nuevo, el que reclaman. Si pueden converger con el proletariado en las recientes movilizaciones que han aparecido por todo el mundo, es porque este se encuentra completamente dominado por las ilusiones burguesas como consecuencia de su aplastamiento político aún en los aspectos más pequeños. Las clases medias, colocadas junto al proletariado, contribuyen a transmitirle esta confianza en la sociedad burguesa, en el parlamento, en el civismo… una vez que el proletariado fue vencido y perdió su tradición de lucha clasista.

Exactamente igual que los proletarios portugueses deberán extraer de su lucha la experiencia de que las direcciones del sindicalismo amarillo y los partidos pseudo obreros únicamente preparan su derrota a manos de la burguesía, deberán entender, a costa también de durísimas pruebas, que sus objetivos de clase no son objetivos de toda la sociedad. Que es toda la sociedad burguesa la que está por mantener su explotación como clase y quiere someterle a su dominio. Deberán romper, por tanto, con el dominio que ejerce sobre su lucha la pequeña burguesía, abandonar por tanto las ilusiones democráticas y cívicas, la idea de que el país debe ser defendido como bien común a todas las clases frente a la invasión extranjera de la troika

Sólo por esta vía podrá reanudar su lucha abierta contra la burguesía y encontrar la certeza de que, mediante ella y sólo mediante ella, se puede abatir de una vez para siempre el poder político de la burguesía y el sistema económico capitalista, dando paso a una sociedad sin trabajo asalariado ni propiedad privada, sin clases sociales ni explotación.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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