Capital, ocio y miseria

(«El proletario»; N° 2; Abril de 2012)

 

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La noche de Halloween del año pasado dos chicas murieron aplastadas en el interior del estadio Madrid Arena, que aquel día se utilizaba, como tantos otros a lo largo del año, para celebrar un macro evento festivo. Otras tres más morirían a lo largo de las semanas siguientes como consecuencia de lesiones ocasionadas en la misma avalancha. Para la prensa, las autoridades municipales y, en general, para toda la llamada opinión pública, se trata de un problema de gestión o lucro desmedido. Pero para el marxismo revolucionario cualquiera de las llamadas catástrofes sociales, entre las que se encuentra esta del Madrid Arena, se encuentra férreamente determinada por inflexibles leyes materiales que rigen la vida del hombre en la sociedad capitalista y de las cuales no se puede escapar si no liquidando esta sociedad donde la ley del valor marca el ritmo de la vida y de la muerte.

 

La casualidad, si es que algo parecido existe en alguna circunstancia, quiso que entre los asistentes a la fiesta de Halloween se encontrase una gran cantidad de familiares de algunas de las más relevantes familias de la alta sociedad madrileña, hijas de jueces, hijos de periodistas –especialmente de periodistas vinculados al grupo PRISA- etc. Por ese motivo y sólo por ese, del caso del Madrid Arena se ha hablado durante meses y se seguirá hablando. Cuántas veces tragedias de una gravedad mayor, si atendemos al número de vidas que se perdieron en ellas, se olvidaron una vez pasados los funerales oficiales. Pero la sangre tiene el color del dinero y en estos casos donde, además, los grupos de oposición al gobierno municipal pueden sacar alguna ventaja con la tragedia de sus hijos, también tiene el color del poder.

Al margen de problemas de filiación, tanto los periodistas de la oposición como los gestores del Ayuntamiento, seguidos de la fiscalía y la defensa de los acusados particulares, han argumentado cuestiones técnicas para intentar dar pábulo a sus posiciones. Por un lado, están los interesados en hacer ver que la alcaldesa Ana Botella y sus compañeros de corporación deben dimitir, pues la gestión de las contrataciones tanto como el mismo orden en que se desarrolló la fiesta del día de Hallowen presenta deficiencias técnicas (corrupción en un caso, negligencia en otro). Por otro lado, están los acusados que se escudan en que técnicamente tanto la contratación como las medidas de seguridad y prevención fueron intachables y que sólo la codicia del dueño de la empresa que contrataba el lugar para eventos de este tipo es el culpable de la situación. En todas las tertulias, editoriales o plenos municipales, cualquier argumento acerca de la catástrofe del Madrid Arena tiene que ser refrendado con la cuestión de la técnica, cualquier idea es mostrada como perfectamente acorde con los requisitos técnicos necesarios… Pero, ¿qué es la técnica?

Hace unos cientos de años la burguesía ascendente que pugnaba por lograr su lugar en el seno de la sociedad feudal y, después, para destruir esta e implantar la suya, traía al mundo una nueva cosmovisión (de la historia, de la sociedad, de la naturaleza…) que se levantaba sobre su práctica cotidiana, basada en los negocios y en la producción de nuevo tipo que comenzaba a extenderse por todo el mundo, y ya no -como en épocas anteriores- en la autoridad religiosa o señorial imperante. La filosofía, que tomaba al individuo singular como centro inalienable de la existencia, cobraba un papel principal como sistema de comprensión de la existencia. La razón se colocaba como motor social y sólo a ella debía referirse el hombre, simple ciudadano o monarca de la mayor importancia, para hacer frente a los problemas que en el desarrollo de la sociedad se planteaban. A medida que la floreciente industria crecía imparable, fueron colocándose, por su propio peso, en el centro de la vida de los países más desarrollados de Europa, las quimeras acerca del individuo y su razón incorruptible, dejando paso a una novedosa versión de la división del trabajo en el terreno del pensamiento. La concepción holística de este pensamiento se fue fragmentado a medida que las necesidades prácticas del desarrollo particular de cada segmento social (la industria, la investigación, los negocios) y dando lugar al nacimiento de las ciencias, que se emanciparon de la autoridad teológica comenzaron a constituir pequeñas razones autónomas que gobernaban la verdad y la mentira en cada uno de sus campos de aplicación. Si se encuentra acorde con las necesidades del desarrollo social sustentado en el negocio, si se corresponde con las determinaciones de la ciencia que se levanta sobre la verdad constatable de este desarrollo, es cierto. Este es el axioma básico de la relación entre ciencia e industria y, por tanto, entre verdad científica y necesidad burguesa. Pero esto implica un grado de incertidumbre aún demasiado elevado en un mundo, el capitalista, cuya naturaleza se traduce en el control totalitario sobre todas las esferas de la existencia a través de la centralización política que realiza el Estado burgués. Este despotismo del Estado burgués se encuentra tan alejado de los parámetros clásicos que defendía el liberalismo burgués originario, de la etapa revolucionaria de la burguesía, como de la neutralidad del propio Estado en la vida económica que está implícito en aquel. La intervención del Estado en todos los terrenos posibles es imprescindible para el desarrollo a gran escala del capitalismo súper desarrollado, que domina ya todo el planeta, y con ella llega también el desarrollo de conceptos científicos tradicionales que pasan a subordinarse a las necesidades operativas de esta intervención. La optimización técnica, procedimiento supuestamente aséptico de gestión de los recursos, pasa a ser el único criterio relevante. Ya se han acabado las fases de los grandes desarrollos científicos que situaban al Sol en el centro del Universo y al hombre como al gran explorador de tierras incógnitas, la producción a gran escala en cualquier tipo de territorio requiere únicamente valoraciones basadas en la eficiencia y no grandes sistemas. El técnico que es experto en solucionar problemas específicos, problemas de rentabilidad siempre económica, sustituye al hombre de ciencia que los creaba, como el representante temporal del poder estatal sustituye al político revolucionario de la burguesía. Y por debajo de eso, fluye el incesante desarrollo del capitalismo desde sus fases iniciales de revolución anti feudal hasta su última etapa, la del imperialismo, donde es la guerra entre potencias (o la preparación previa y permanente de ella) la que muestra el alcance de la civilización burguesa. Lo que no cambia en las diversas fases del desarrollo del capitalismo es la búsqueda compulsiva del beneficio, no importa a qué precio de vidas humanas, de destrucción del medio ambiente o de derroche de los recursos naturales, deba pagar la sociedad.

¿Había suficientes salidas de emergencia en el Madrid Arena? ¿Hubo una señalización apropiada como para evitar la tragedia? Todas estas preguntas eluden la cuestión principal. Pretenden solucionar, por la vía de la disquisición técnica, si todos los parámetros que vuelven correcta una situación se cumplían. Si hubiese habido salidas de emergencia suficientes, si la señalización hubiese sido óptima… y aun así y si a pesar de eso hubiese muerto alguien, como sucede regularmente en todo tipo de eventos, no habría habido ningún problema. Técnicamente la situación hubiese sido irreprochable y sólo la tragedia hubiese sido responsable de las muertes. La racionalidad burguesa está exclusivamente basada en criterios económicos, en criterios de rentabilidad económica, y fuera de ellos sólo hay tinieblas. La Razón elevada a categoría divina sigue siendo parte integrante de la irracionalidad de un mundo basado en la propiedad privada y la competencia, orígenes reales de toda catástrofe social.

 La catástrofe del Madrid Arena tuvo unas causas muy evidentes desde esta perspectiva. El negocio del ocio nocturno está controlado por un puñado de grandes empresas directamente ligadas al poder estatal en su vertiente municipal, que es el único capaz de proporcionar las infraestructuras y la cobertura legal para organizar grandes eventos que reúnen a miles de personas cada fin de semana en condiciones desastrosas de seguridad e higiene. El margen de beneficios es muy alto para estas empresas, pero la competencia también lo es y cualquier empresario que pretenda competir en estas circunstancias tiene que recurrir a una mezcla de bajos costes y vías ilegales de apoyo a su posición en el mercado que le proporcionan el soporte para hacer frente a sus rivales. Por esto se almacena a miles de jóvenes en espacios que, obviamente, no reúnen las condiciones de aforo necesarias para garantizar tan siquiera la supervivencia en caso de que se produzca algo tan común como una estampida. Y por ello también se recurre al negocio de las drogas como principal atractivo de estas fiestas, donde la venta y el consumo se encuentran permitidos, al contrario de lo que sucede en la calle. Si en la fiesta de Halloween había más personas de las que la capacidad del estadio permitía, esto se debió a que el alquiler del local marchaba en función de la cantidad de clientes que podían concurrir a él. Alquilar por siete mil e introducir a al menos quince mil supone duplicar las ganancias con un coste mínimo, algo que implica pingües beneficios si, además, las condiciones de almacenamiento de los jóvenes que acuden a la fiesta son pactadas con los responsables municipales por la vía de las cajas B. Si las salidas de emergencia se encuentran taponadas es para optimizar el uso del espacio y favorecer el consumo dentro del local y no fuera como es habitual en este tipo de eventos. Si los equipos de seguridad no actúan con la celeridad con la que les es requerida es, en fin, porque la seguridad consiste en la seguridad del negocio y los vigilantes cuidan únicamente que este sea lo más rentable posible de acuerdo con los planes trazados. En el caso de que no se hubiesen producido las muertes, en el supuesto de que la fiesta se hubiese desarrollado como tantas otras en que nada sucede fuera de lo habitual, cualquier miembro del Colegio de Arquitectos habría afirmado que la distribución del espacio era la correcta. Por supuesto, cualquier economista habría afirmado que los planes de rentabilización de la inversión eran obra de grandes emprendedores. Hoy resulta evidente que el espacio era una cámara de tortura y que los grandes emprendedores y su aversión al riesgo no han sido otra cosa que promotores de la muerte de cinco jóvenes.

En el mundo capitalista la sangre lubrifica la maquinaria productiva. Cualquier inversión se mide en términos de rentabilidad esperada frente a costes de producción y, llegado el caso, estos costes pueden incluir muertes, siempre y cuando el valor de estas no supere el de las ganancias esperadas.

Pero aún existe un círculo más amplio, que agrupa al conjunto de causas primeras de la catástrofe de Halloween. Más allá de la rentabilidad inmediata del negocio planificado en este tipo de eventos, tiene un origen de más amplio alcance. Los años del boom económico que van de 1996 a 2008 modificaron completamente el panorama de las grandes ciudades españolas. Prácticamente completada la reconversión industrial y la nueva división espacial, que acabó con la anterior distribución de la población en ciudades como Madrid cambiando la fisionomía de los barrios obreros tradicionales y reubicando el centro de los negocios, las leyes de la competencia capitalista mostraron su implacable realidad destruyendo el pequeño negocio tradicional que se esparcía por toda la ciudad como consecuencia de la concentración del capital en unas cuantas grandes empresas que dominan el mercado compitiendo incesantemente entre ellas. En el sector del ocio nocturno los negocios casi artesanales que prevalecían, corrieron la misma suerte que el resto. A las grandes superficies comerciales le siguieron, como los estadios de fútbol, las macro discotecas, estratégicamente situadas a las afueras de las mayores zonas de concentración proletaria en las ciudades para absorber cuanto más público mejor. Y esta concentración, que aparte del negocio legal unifica los principales centros de distribución de las drogas consideradas de esparcimiento (cocaína, pastillas, etc.), se adecúa perfectamente a las necesidades creadas a una juventud proletaria sometida a una explotación brutal, con unos ritmos de trabajo que permitieron que el llamado milagro económico se realizase aportando cuantiosos beneficios a la burguesía local y con unos salarios que únicamente alcanzaban a financiar la evasión que proporcionan estos centros de desahogo.

Si, además, surgió algún espacio como el Madrid Arena, centrado en proporcionar servicios similares a jóvenes de clases sociales mejor situadas, esto se debe a un reflejo de una tendencia generalizada en la sociedad, junto con los proyectos fallidos de consolidar Madrid como una ciudad del nivel del resto de capitales europeas, conocida por su oferta de ocio de alto nivel tanto como Milán lo es por la alta costura o París por su tradición cultural.

Como decíamos más arriba, para el marxismo no existen tragedias, como no existen desastres naturales, sino auténticas catástrofes sociales causadas por la continua búsqueda de mayores beneficios, de una rentabilidad más alta. Y estas no constituyen situaciones excepcionales sino una constante. Se repiten continuamente en cualquier ámbito: Biescas, Lorca, ahora el Madrid Arena, como en los casos de la discoteca de Santa María en Brasil, del incendio de una fábrica textil en Bangladesh, de los trenes en la India y en miles de sitios en el mundo. Revelan esta tendencia continua del mundo capitalista a sacrificar la vida humana al altar del beneficio. Cualquier intento de atajarlo por la vía de introducir mejores o más rentables criterios de eficiencia técnica, profundiza únicamente en las causas del desastre y garantiza que pervivan durante más tiempo. Los intentos de introducir un mejor sistema de gestión, pública o privada, se colocan todos en el plano del reformismo institucional con el que el oportunismo político y sindical liga al proletariado a la suerte del Estado de la clase enemiga y le hace claudicar de cualquier intento de lucha independiente contra las agresiones que desde todos los ámbitos sufre todos los días. En este terreno, no existen mejoras dentro de la sociedad burguesa. Cualquier reforma que se introduzca agravará los problemas multiplicándolos. Como si de un dique de contención se tratase, finalmente las aguas vencerán toda resistencia y golpearán con fuerzas multiplicadas, aumentando la devastación. Así actúa la capacidad técnica del capitalismo, que intenta solucionar, y en realidad agrava, los problemas que ha creado el mismo capitalismo que generó esta técnica como razón práctica de su ideología. Sólo la desaparición de la irracionalidad de esta sociedad basada en la propiedad privada y en el trabajo asalariado, que ha reducido la existencia social a la competencia y a la especie a una masa de individuos enfrentados, logrará poner fin a las catástrofes que periódicamente aparecen. Entonces, sobre las ruinas de este sistema, en cuyo centro se encuentra la necesidad de aumentar el beneficio cada vez más, aparecerá una sociedad basada en la cooperación que pondrá en el centro las necesidades humanas, el comunismo: pero sin la lucha tenaz, determinada y sin cuartel de la clase proletaria, guiada por su partido revolucionario, contra el conjunto de la clase burguesa, con el fin de abatir su poder político y su organización central en el Estado, no podrá existir jamás una perspectiva de vida social y armónica, sin antagonismos de clase para toda la especie humana.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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