Del 15 de Mayo al 25 de Abril

(«El proletario»; N° 3; Noviembre de 2013)

 

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Desde que en el año 2010 la llamada Primavera Árabe prendiese como la pólvora en la zona norte de África, sobre todo en los países bañados por el mar Mediterráneo pero también en algunos otros como Yemen donde las protestas han convulsionado el régimen político y social hasta el punto de provocar una auténtica sublevación social, la rebelión y las protestas callejeras se han convertido en una parte del paisaje que diariamente muestran los medios de comunicación en todo el mundo. Túnez en primer lugar, Egipto de manera continuada a lo largo de estos tres años y, hoy en día, Turquía, Brasil y de nuevo Egipto, han visto aparecer estallidos sociales de una magnitud considerable. En esta serie cuyo último caso sin duda no ha aparecido todavía España ha tenido un papel muy destacado. Fue en Madrid donde la protesta saltó el mar Mediterráneo y traspasó las fronteras de un país considerado desarrollado y democráticamente civilizado en todos los sentidos, parte del exclusivo grupo de potencias mundiales en el terreno económico, político y militar. Sin duda alguna, un imperialismo de primer orden se vio convulsionado a partir del 15 de mayo del 2011 por una serie de manifestaciones y de protestas callejeras, provocadas por la tensión social que se venía acumulando desde que la crisis capitalista mundial golpease con especial violencia este trozo de Europa.  Para los comunistas revolucionarios estos fenómenos deben ser estudiados con el rigor teórico que nos confiere nuestra doctrina marxista para lograr así mantener nuestra posición de defensa intransigente de los principios de la revolución proletaria frente a las convulsiones que aparentemente renovarían el mundo cada dos días y requerirían una renovación radical de la teoría comunista que la redujese a mera comparsa del movimiento. Lejos de ello, estos movimientos forman parte del convulso y confuso  mundo de las contradicciones sociales y de los enfrentamientos entre las clases y el partido comunista interviene en ellos para postular, en cada ocasión, la necesidad de mantener la invariancia histórica de nuestro programa y la necesidad de la revolución comunista.

 

 

LA CRISIS QUE NO CESA

 

España ha resultado ser uno de los países más vulnerables a los efectos de la crisis capitalista. Seguramente porque buena parte de las causas inmediatas de esta se venían radicando en aquí desde hacía años. De la misma manera, la crisis social que encontró su visualización más nítida con el estallido del 15 de mayo también se encontraba larvada en la sociedad española y los síntomas de ella se aparecían ya como una premonición desde hacía tiempo.

¿Cuáles han sido las causas del movimiento que comenzó el 15 de mayo? Nuestro partido lo ha dicho y lo ha repetido en su prensa en lengua castellana y en su prensa internacional en numerosas ocasiones (El Programa Comunista, nº 49, septiembre de 2011): la pauperización de la pequeña burguesía, especialmente de los sectores más débiles de esta, y su amenaza de proletarización, sentida como algo muy intenso y próximo. Han sido las clases medias, duramente afectadas por la crisis, las que han capitaneado el movimiento en la calle y en las instituciones y lo han hecho en defensa del status quo existente.

Pero, ¿en qué ha consistido exactamente este empobrecimiento de la pequeña burguesía?

La clase pequeño burguesa se distingue claramente de la burguesía en que la posición que ocupa en la sociedad dividida en clases está ligada no tanto al peso histórico del gran capital, de la producción industrial a gran escala que predomina hoy como fuerza económica de primer rango en todo el mundo, como a los resabios de la fase mercantilista del desarrollo capitalista que subsisten, siempre, en los países más desarrollados y en aquellos que se consideran en vías de desarrollo. Además, existen toda una serie de oficios que son vitales en el mundo capitalista y que son desempeñados por un estrato social que no es el proletariado, pese a que existan bajo el dominio del régimen salarial, y que participa directamente de la gestión de la producción, de la distribución y en la gestión administrativa de los aparatos sociales, políticos, sindicales y militares para el control social. De esta manera, al pequeño comerciante, al tendero, al artesano, se unen los técnicos o los profesionales (y los técnicos y profesionales en ciernes que son los estudiantes) para conformar un estrato social (mejor dicho, una semi clase) que vive a expensas de la explotación del proletariado, de la extracción de plusvalía en el proceso productivo, pero que no participa en la propiedad de los medios de producción a gran escala ni en toda la producción.

Esta semi clase existe sometida a las necesidades de la burguesía. Sus negocios dependen de la marcha de la economía nacional, sintética expresión de los intereses de clase de esta, su participación en el proceso productivo como gestores o supervisores cualificados requiere de la rentabilidad del capital que se logra mediante el incremento del beneficio capitalista y su participación en la formación para constituir los futuros comerciantes o técnicos del mañana de las necesidades que la misma burguesía tiene de elementos formados que orienten la marcha de los negocios. Por otra parte su subsistencia se encuentra ligada, de manera muy clara en España, a la existencia de la propiedad inmobiliaria, fruto de la inversión del pequeño capital que poseen, como garantía de su estabilidad, de tal manera que las fluctuaciones del crédito y de los tipos de interés, variables condicionadas a su vez por la rentabilidad del capital, determinan la posibilidad o la imposibilidad de esta semi clase para mantener su posición social sin grandes altibajos.

La crisis capitalista ha pasado por estos estratos intermedios como un huracán. Les ha golpeado antes y, en ciertos momentos, con más fuerza que al proletariado. Este, que encuentra su suerte ligada al salario, ha podido sobrevivir durante un tiempo en una situación quizá algo mejor debido a la inercia que los amortiguadores sociales, que garantizaban este salario al menos de manera indirecta, han mostrado a lo largo del primer ciclo de la debacle económica. La pequeña burguesía, no. Su supervivencia se basa en su subsidiariedad del capital financiero (ensamblaje, en los términos que utiliza Lenin en «El Imperialismo, fase superior del capitalismo» entre el capital bancario y el capital industrial) (Lenin, Obras Completas, tomo V, Ediciones Progreso, Moscú 1973) Una vez este ha entrado en crisis al no poder soportar la caída de la tasa de beneficio, comienza con los ataques a los salarios obreros y a los puestos de trabajo e, inmediatamente después o contemporáneamente, arrastra en primer lugar a los estratos intermedios ligados a la producción accesoria y a la distribución de los productos. En la competencia que libra diariamente con la clase burguesa, la pequeña burguesía siempre lleva las de perder y eso se ha mostrado claramente a lo largo de los últimos años en España y en todo el mundo: cierres de negocio, quiebras de pequeños establecimientos, despidos de los cuadros intermedios en las grandes empresas… el beneficio dicta la liquidación de los gastos superfluos para mantenerse a flote y la concentración empresarial que lucha de esta manera en la competencia que libra entre sí, a escala nacional e internacional, la burguesía suprime las fuentes de ingresos de las «clases medias», como son definidas por los burgueses estos estratos sociales que se encuentran entre la clase del proletariado y la clase dominante burguesa, dándoles, terminológicamente, una suerte de personalidad social y social histórica que, de hecho, no poseen.

Este hecho no es nuevo en la historia del mundo capitalista. Marx y Engels lo analizaron magistralmente en el periodo que cubren sus obras «La lucha de clases en Francia» y «El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte» y, ya antes, habían liquidado cualquier ilusión de evitar esta situación en el Manifiesto del Partido Comunista. Nuestro partido también ha fijado puntos de referencia muy claros sobre situaciones similares a lo largo de su existencia. El periodo abierto por la explosión del 68 francés ha sido glosado en numerosos trabajos disponibles en lengua francesa e italiana (La misera fine dei fine sessantoteschi, Reprint Il Comunista, Diciembre de 2012) Un estudio atento de la manera que el marxismo revolucionario ha afrontado estas situaciones recurrentes en momentos de crisis revelará que la reacción de las «clases medias», enfrentadas a su terrible destino, tampoco es algo nuevo.

 

REBELIÓN E INDIGNACIÓN

 

La pequeña burguesía se enfrenta a su proletarización como consecuencia de la crisis capitalista. Privada, en parte o del todo, de sus recursos de subsistencia material se encuentra abocada a una situación en la que su única salida es pasar a existir como proletarios, vendiendo su fuerza de trabajo en el mercado laboral y compitiendo con la clase obrera por unos medios de existencia cada vez más exiguos en la medida en que el salario pagado cada vez resulta menor. No es sólo la proletarización: es la proletarización en unos términos penosos.

Frente a ello, hoy también, estas clases medias se rebelan con toda la fuerza de la que disponen, pero esta rebelión suya no puede ser sino una rebelión conservadora, una protesta desesperada por mantener la situación previa a la crisis que les golpea con tanta fuerza y por evitar que la tensión social que esta hace emerger del subsuelo sea un factor de desequilibrio que les reduzca a una posición aún más débil.

La lucha de las clases medias es una lucha en defensa del estado de cosas existente o, sencillamente, por el retorno a una situación pasada. Realmente, su base es una confianza ciega en los derechos democráticos que la burguesía ha inscrito en sus constituciones y en los sistemas legales a través de los cuales domina a la clase proletaria. Una confianza sin límites en el sistema parlamentario, si bien este, desde su punto de vista deba ser remozado y fundado sobre las bases nuevas de una sediciente «democracia participativa» y en la negociación entre clases para lograr un bien común a todas. En todos los sentidos, pretenderían obtener mayores ventajas y beneficios sociales de la gran burguesía, reivindicando el papel de gobierno de la nación gracias al cual ejercitar con más eficacia la tarea de control social con funciones sobre todo anti proletarias y, al mismo tiempo, realizar un control social más eficaz (en realidad ilusorio) del mercado capitalista.

Por lo tanto la lucha de las clases medias se libra en dos ámbitos de manera simultánea. En primer lugar, contra la burguesía, a la que se culpa de los males ocurridos a su clase social y a la que se exigen soluciones, siempre desde una perspectiva puramente idealista, que identifica la crisis con el robo, el engaño o la corrupción (he aquí el sentido de la consigna «no es una crisis, es una estafa» tan cara a los líderes mediáticos del movimiento indignado) y que, con ello, refleja los límites de su capacidad para entender, desde un punto de vista histórico, la realidad de su existencia como clase social y la de la situación por la que pasa. Y esta lucha, que si bien resulta completamente ajena a la lucha histórica de la clase proletaria aparece como un revulsivo de rebelión en épocas de total ausencia de la lucha de clase, tiene un reverso: la lucha contra el proletariado. Esta se desarrolla por la vía del sometimiento del proletariado a las exigencias de la lucha democrática, de la defensa de los intereses económicos de la nación. La pequeña burguesía convive con el proletariado de manera más directa que la burguesía. Habita en sus barrios, se codea con él en determinadas funciones del proceso productivo… y con ello le imbuye de sus hábitos. Si esto es así durante las épocas de convivencia pacífica y de bonanza económica, se muestra de manera más evidente cuando estas ceden el paso a situaciones de crisis económica y social. La inestabilidad que sufre la pequeña burguesía se une a aquella que sufre el proletariado contribuyendo a asumir la incertidumbre que padece en el sistema capitalista y a responder a ella, en ausencia de la lucha de clase, por las vías típicas de la rebelión individual, democrática e interclasista. Es en este sentido que la pequeña burguesía lucha por domesticar a la clase proletaria y, por tanto, es la vía por la cual lucha abiertamente contra la reanudación histórica de la lucha de clase.

Pero las ilusiones de las clases medias, pese a que se manifiesten con mayor o menor virulencia, se desvanecen rápidamente. Los objetivos, manifiestos o no, de su rebelión, resultan inalcanzables y sus medios únicamente logran reforzar la existencia del sistema capitalista, origen real de todos los agravios que la pequeña burguesía busca solucionar por la vía de la mejora de las instituciones y la «democratización» del mercado. Todas las medidas que pretenden llevar a cabo, en la calle, en el parlamento o en ambos simultáneamente, resultan espurias. La democracia es el sistema de gobierno mediante el cual la burguesía busca la colaboración del resto de clases en la defensa de sus intereses de clase, especialmente de la clase que  comprende a la gran mayoría de la población, el proletariado. Es un sistema sustentado en la renuncia a la lucha de clase y en la canalización de la tensión social a través de la negociación y el derecho. Ambos, negociación y derecho, son expresiones formales de un único vector, causa real del dominio económico y político de la burguesía, la fuerza. Dominando realmente por la vía de la fuerza, disponiendo del poder político para someter al proletariado, la democracia se presenta únicamente como una válvula de escape de la tensión social que tiende a anular cualquier lucha de la clase proletaria. Las clases medias confunden, porque históricamente no pueden llegar a entender nada más dada su posición en el sistema de producción y reproducción social que es lo que realmente determina la «conciencia individual» que tanto alaban, el fondo con la forma. El dominio político, que es dominio por la fuerza, es confundido con el método democrático que a través del cual se realiza este. El programa democrático no refleja abiertamente este dominio de clase y es tomado como garantía de que proletariado y burguesía pueden convivir en paz y los intereses de ambos verse reconocidos dentro del marco jurídico-social de la nación. La indignación es, sencillamente, la protesta inútil, el sentimiento de frustración impotente ante el hecho de que los deseos de la clase media no se vean realizados en la cruda realidad de la explotación capitalista, algo completamente diferente del odio de clase que el proletariado ha manifestado en su lucha de clase a lo largo de la historia y que volverá a manifestar una vez reanude su camino revolucionario.

¿Constituyen los movimientos de protesta de ¡ las clases medias un problema para la burguesía y el orden capitalista? Sólo como cuestión de orden público. Si su pseudo programa revolucionario no tiene ningún futuro, y la experiencia de clase de la burguesía a lo largo de más de ciento cincuenta años de dominio político y social así se lo hace entender, la pequeña burguesía no implica más quebraderos de cabeza para la clase dominante que el hecho de suponer un problema en las calles.

Pero este problema, carente de toda perspectiva política, es decir, incapaz de suponer un trastorno social ni tan siquiera a medio plazo, también se encuentra detallado en la historia de la clase burguesa. Tanto las vías pacifistas como las violentas, tanto las manifestaciones multitudinarias donde los grupos y plataformas ciudadanas que las encabezan llaman a los manifestantes a dejarse golpear democráticamente por la policía a aquellas manifestaciones de tensión más o menos organizada que, por la vía del activismo violento, buscan violentar un curso de los acontecimientos que tiene sus raíces bien fundadas en una situación históricamente desfavorable para el proletariado, responden a la misma nulidad política y programática que caracteriza a las clases medias. Por ninguno de estos medios se logrará en ningún caso realizar el tan cacareado «cambio de régimen», pero no porque los medios de uno u otro cariz sean inútiles per se, sino porque la misma perspectiva del «cambio de régimen» responde a una ilusión infundada que no tiene ningún contenido real a realizar si no es el de la perpetuación de un sistema, el capitalista, que ya no admite grandes márgenes de reforma en un sentido democrático.

 

LA INVARIANCIA HISTÓRICA DEL MARXISMO

 

Para el marxismo las clases medias constituyen un agregado social impotente desde un punto de vista político e histórico. No dominan económica y socialmente, como lo hace la burguesía y no portan en su seno un futuro libre de explotación, como lo hace el proletariado. Por lo tanto, sus manifestaciones no pueden ahora ni podrán jamás violentar la principal contradicción que existe en la sociedad dividida en clases, que es el enfrentamiento histórico entre proletariado y burguesía. Pero no por ello son dejadas de tener en cuenta. Muy al contrario, son valoradas desde un punto estrictamente dialéctico, como un elemento crucial en muchas fases del desarrollo de la lucha de clases. Para entender en qué consiste esta valoración teórica, de la que se desprende la posición política del partido comunista revolucionario respecto a sus movimientos, hay que partir de un deslindamiento de campos vital.

En primer lugar, resulta imposible que la pequeña burguesía asuma el papel que históricamente corresponde al proletariado. No existe una sustitución entre un proletariado hoy ausente del terreno del enfrentamiento abierto entre clases a excepción de episodios esporádicos e inconexos entre sí, y una pequeña burguesía, compuesta esencialmente por el estrato más activo de esta, los estudiantes, que asuma la confrontación abierta. Por lo tanto no existen nuevas formas de lucha, democráticas, gradualistas, populares en el sentido de participadas por todos los estratos de la sociedad, o violentas y putchistas, que permitan acortar el camino que separa la situación actual de la revolución comunista que, por supuesto, tampoco puede ser sustituida por ningún tipo de evolución cívica hacia un mundo sin contradicciones pero aún lacerado por la existencia de la explotación asalariada y la propiedad privada.

En segundo lugar, no existe otra vía para la supresión del dominio de clase de la burguesía y la transformación socialista de la sociedad que la lucha política del proletariado con el objetivo de conquistar el poder, ejercer despóticamente su dictadura de clase y exterminar cualquier vestigio del viejo mundo. El proletariado se constituye en clase, luego en partido político, escribieron Marx y Engels en la primera y definitiva afirmación del programa revolucionario del proletariado que es el Manifiesto del Partido Comunista de 1848  y con esta definición lapidaria de la necesidad de que el proletariado se constituya en clase para sí, clase revolucionaria cuya finalidad es la abolición definitiva de todas las clases sociales y la superación con ello de la prehistoria de la humanidad, se deja fijada de una vez y para siempre la comprensión de que es el partido comunista, internacional e internacionalista, el órgano de la clase proletaria que debe dirigir su lucha revolucionaria.

Ninguna de las facetas de esta lucha revolucionaria ha sido superada aún por el curso de la historia ni lo será hasta que la última de las sociedades basadas en la explotación del hombre por el hombre, el capitalismo, desaparezca. Es especialmente importante para el marxismo revolucionario mostrar continuamente que una de estas facetas, la de la lucha proletaria sobre el terreno inmediato, debe ser tenida en cuenta en todo momento.

Hoy el proletariado se encuentra completamente aprisionado, en este terreno, por la política de la colusión entre clases que los partidos oportunistas y los sindicatos colaboracionistas (a los que nuestro partido definió en la II Postguerra para la zona italiana como tricolores (ver el hilo del tiempo Las escisiones sindicales en Italia, publicado en Battaglia Comunista nº 21 de 1949) en la medida en que defendían los tres colores de la señera nacional y no el rojo de la bandera proletaria y que, para el caso español, podríamos llamar con igual acierto rojigualdas en la medida en que han aceptado estos colores como su programa en todos los ámbitos).  No existe un movimiento asociativo proletario independiente, al menos no a escala general, que aglutine a la clase obrera con la finalidad de luchar sobre el terreno económico en defensa únicamente de sus intereses de clase y a través de medios y métodos de lucha realmente clasistas. De esta manera, no existe una experiencia viva del enfrentamiento cotidiano con la burguesía que permita al proletariado romper con las cadenas del interclasismo y afrontar los golpes que la situación especialmente nefasta por la que pasa con una posición combativa. Pero este asociacionismo obrero, que fue liquidado hace décadas por el efecto combinado de la reacción burguesa y el apoyo del estalinismo y la socialdemocracia, deberá resurgir subre la base de la tendencia espontánea de la clase proletaria a luchar contra los continuos empeoramientos de sus condiciones de existencia y de la necesidad de organizar su propia lucha para no comenzar de cero cada vez. La tarea fundamental del partido comunista revolucionario y de esforzarse por aclarar los términos en los que esto se realizará y contribuir con su trabajo político a que suceda.

En el prólogo a La guerra campesina en Alemania (Marx y Engels, Obras escogidas, tomo II, Editorial Progreso, Moscú 1974) Engels afirma que las tareas del partido comunista son tres: política, económica y teórica, corriendo todas ellas en paralelo. Hoy, ante el estallido de estos movimientos de las clases medias de los que venimos hablando, estas tareas no han variado. La aparición en la escena social de las luchas indignadas no plantea nuevas exigencias al partido de clase, pero sí una valoración precisa de las implicaciones que esto tiene de cara al cumplimiento de sus funciones. La lucha proletaria de clase continúa en un periodo de receso que dura ya ochenta años y por ello los comunistas no pueden intervenir, en la perspectiva económica y política de la que hablaba Engels, a gran escala. La ausencia de un movimiento asociativo, siquiera de mínimos, del proletariado, limita el campo e influencia del partido en la medida en que la clase trabajadora no tiene la experiencia de lucha que la haga receptiva a la intervención comunista sobre este terreno. Las luchas de las clases medias, en lo esencial, no han cambiado este panorama. Si bien no es improbable que sobre la estela de las medidas de fuerza que estas clases han llevado a cabo, en forma de manifestaciones ilegales, de concentraciones de masas, etc. puedan encaminarse grupos de proletarios más decididos a luchar en defensa de las necesidades de su clase, esto aún no ha sucedido. En el marco del terreno de la lucha inmediata, el partido, sin perder la perspectiva de la reanudación de su actividad a una escala mayor, en la mayoría de las ocasiones debe interesarse por  intervenir  para defender los principios de este asociacionismo e intentar aclarar las posiciones que mantiene el comunismo revolucionario acerca de los problemas que aparecen en este ámbito.

Es sobre el terreno de una supuesta lucha política donde parecería que han surgido cambios más sustanciales. En determinados momentos pareciera que existe una fuerte tensión política en la calle, fruto de las grandes movilizaciones. Pero, como se ha expuesto más arriba, esta tensión refleja simplemente un descontento incapaz de pasar a la ofensiva sobre ningún plano que no sea el de la desesperación. Si el proletariado puede verse influenciado por esta corriente es únicamente como consecuencia de la inmadurez que se ha ido gestando en su seno a lo largo de décadas de contra revolución permanente. El trabajo político del partido, unido dialécticamente al esfuerzo teórico del que hablaba Engels y que, décadas después se encargó de reseñar Lenin en su folleto ¿Qué hacer? (Lenin, Obras Completas, Editorial Progreso, Tomo 6, Moscú 1981) pasa hoy, y lo hará aún durante mucho tiempo, prácticamente en exclusiva, por la defensa de las posiciones del marxismo revolucionario contra las desviaciones que se introducen a través, precisamente, de los movimientos del tipo que analizamos aquí. La lucha doctrinal y la preparación a través de ella del partido compacto y potente de mañana, si bien con escaso eco, no es, ni lo será nunca, un problema baladí ni limitado a épocas de lucha revolucionaria. Muy al contrario, es en épocas de franca ausencia de la lucha de clase proletaria, cuando esta lucha se vuelve más importante para constituir las bases sólidas de un partido que pueda asumir la lucha política general de mañana. Si hoy las posiciones que con tanto celo el partido se encarga de defender y perfilar ante los nuevos acontecimientos que tienen lugar pueden parecer ajenas a la lucha del momento, según siempre un criterio renovador y movimentista del marxismo,  esto se debe precisamente a la fortísima presión de las ideologías pequeño burguesas que buscan revulsivos automáticos para su desesperada situación social. Es por ello que, para afirmar, la lucha proletaria de mañana contra las desviaciones que aparecen ya hoy y para que, en ese mañana, el proletariado pueda encontrar a su partido de clase, el partido asume hoy la lucha teórica y la continuidad en la defensa de su línea política definida por el balance de las contra revoluciones como los aspectos más importantes de sus tareas.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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