A la muerte de Santiago Carrillo (II)

(«El proletario»; N° 4; Abril de 2014)

 

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En el número 2 de este periódico comenzamos a publicar una serie de varios artículos dedicados a la figura de Santiago Carrillo, que falleció hace ya un año. Como exponíamos en la introducción a esa primera entrega, el motivo de estos artículos no es criticar o combatir post mortem a la persona del que fuera jefe indiscutible del estalinismo español. Para el marxismo, los hombres, al actuar políticamente en un sentido u otro, únicamente encarnan fuerzas materiales que se expresan tomándolos como vehículo, para configurar una representación social determinada. Carrillo, como persona o personaje, puesto que en sus últimos años no llegaba a distinguirse lo uno de lo otro, no tiene para nosotros ningún valor, al menos no más que el de cualquiera de los hombres y mujeres que han participado, a favor de la lucha revolucionaria del proletariado. Pero tampoco era nuestra intención, al escribir esta serie de artículos, el rebatir punto por punto las doctrinas que Santiago Carrillo encarnó como su representante más fiel y que fueron todas doctrinas de la contra revolución permanente, independientemente del ropaje con que se revistiesen según la década y el lugar. Estas doctrinas, estas posiciones políticas activas y determinantes en la historia más reciente del dominio de clase de la burguesía, ya han sido expuestas y combatidas por nosotros a lo largo de varias décadas y basta referirse a nuestra revista El Programa Comunista para poder retomar prácticamente todos los argumentos relevantes a este respecto. Realmente, nuestra intención al publicar los artículos sobre Carrillo era mostrar la existencia de una invariancia histórica del oportunismo, de la permanencia de una lucha denodada para combatir las posiciones del marxismo revolucionario que se ha desarrollado a través de las mismas personas que en el curso de varias generaciones han aportado todo su esfuerzo por llevarla a cabo de acuerdo a las necesidades del momento. Así, elementos del tipo Carrillo (y podríamos decir también la Pasionaria y tantos otros) han ocupado su lugar en el combate anti proletario, pero sobre todo en el combate anti marxista, en las distintas posiciones en las que se les ha requerido, desde el frente de guerra hasta los despachos en que se firmó la Constitución de 1978, mostrando en su persona el hilo blanco de la contra revolución que une las distintas etapas y formas de esta, tal y como han sido expuestas en nuestro texto Tesis Características del Partido.

Ninguna concesión por tanto a concepciones idealistas y voluntaristas de la historia de la lucha de clase del proletariado, que pretenden colocar en el centro de esta a grandes hombres y terribles villanos cuyas fuerzas, y no las del enfrentamiento entre diferentes modos de producción que mueren y nacen, serían las verdaderas hacedoras de la historia. Simplemente nos dedicamos al trabajo de colocar en sus justos términos la verdadera relación entre los hechos para hacer caer sobre ellos el peso del marxismo, que no es historiografía sino doctrina de combate.

 

 

En la anterior entrega de esta serie habíamos dejado una IIª República recién constituida, en la cual Santiago Carrillo, como en general todo el PSOE en el cual militaba, cifraba las posibilidades de mejora y progreso de la sociedad española, en el plan republicano que habían colocado en el centro de su programa durante décadas. No en vano el PSOE formó parte tanto de la Conspiración de San Sebastián (en la que las fuerzas burguesas progresistas (republicanos, la oficialidad militar contraria a la dictadura, etc., y significados líderes del movimiento obrero, de CNT y UGT, intentaron derrocar a la monarquía agonizante) como del primer gobierno republicano, en el que Largo Caballero ocupó la cartera de Trabajo. Y no en vano Carrillo, desde su puesto en las Juventudes Socialistas, dedicó sus mejores esfuerzos a convencer a los proletarios de que abandonasen cualquier reivindicación, por mínima que fuese, a favor de la confianza en el recién instaurado régimen. Entiéndase que este esfuerzo persuasivo contaba con el respaldo de los tiros a la barriga con que el gobierno republicano-socialista castigaba a los proletarios del campo y la ciudad que no se dejaban seducir por estas propuestas.

Así las cosas, entre la represión más salvaje contra las luchas obreras y la indulgencia absoluta con los militares que se sublevaban para lograr la restauración de la monarquía, las masas proletarias tardaron poco en perder la ilusión republicana de los primeros meses. En las elecciones parlamentarias de 1933 los radicales de Lerroux lograron alcanzar el gobierno con el apoyo tácito de la Confederación Española de Derechas Autónomas (coalición electoral formada por los partidos de derechas), capitaneada por Gil Robles, que prefirió ceder el puesto de cabeza que le correspondía y dejar el cargo de presidente al antiguo demagogo Lerroux que tanto prestigio había tenido entre los obreros de Barcelona. La abstención proletaria fue masiva, al contrario de lo que había sucedido en las elecciones a cortes del bienio anterior, cuando los votos de la clase obrera determinaron la victoria de las llamadas fuerzas progresistas. El periodo que se abre en este momento y que finalizará con la victoria del Frente Popular en febrero de 1936 está marcado por un aumento del empuje proletario, que tendrá su punto culminante en la insurrección de octubre de 1934 en Asturias, y por el esfuerzo conjunto de la represión burguesa y sus agentes socialistas y estalinistas por encauzar esta fuerza hacía las vías de la colaboración entre clases. En este tiempo la figura de Carrillo aparece, sobre todo, en el segundo de los puntos, participando como elemento activo, dentro de las Juventudes Socialistas, en el proceso de radicalización de la llamada izquierda del PSOE. Pero como este proceso respondió al ascenso de la lucha de clase del proletariado y fue un esfuerzo por contenerlo dentro de los límites de la política de defensa del capitalismo que ha estado en la base de toda la lucha «socialista» en España, hay que entender el papel  que el propio Santiago Carrillo jugó directamente encaminado a frenar el ascenso de la lucha de clase del proletariado.

 

La supuesta radicalización del PSOE

 

En 1933 Santiago Carrillo es el líder de la Federación Nacional de Juventudes Socialistas y lo es como representante más destacado del ala izquierdista de estas. Poco después, en 1934 fue elegido formalmente su secretario general, lo cual le colocó automáticamente en el Comité Nacional del Partido Socialista. Como hemos expuesto más arriba, durante este periodo, que se corresponde con los primeros momentos del gobierno de la conjunción radical-derechista,  se produce en el país un aumento de la tensión social que se hace palpable en el aumento tanto del número de huelgas como en la misma presión que el proletariado comienza a ejercer sobre casi todos los aspectos de la vida política española. Muestra de esta situación es la situación vivida en Madrid en abril de 1934. En estas fechas el partido Acción Popular de Gil Robles convocó a sus militantes a un gran mitin en El Escorial, un pueblo a escasos kilómetros de Madrid en cuyo monasterio simbolizan la pervivencia del Imperio Español. Con este mitin se pretendía aglutinar a la base social del partido, así como a sus seguidores más decididos, para conformar una política de combate similar a la seguida por el fascismo italiano previamente a su llegada al poder. No en vano Gil Robles, que se hacía aclamar brazo en alto con el grito de Jefe, Jefe, organizaba ya escuadras de asalto con camisa verde para hacer frente a la fuerza obrera en la calle mediante la violencia abierta. Era un momento en el que la instauración de la dictadura de Dolfuss en Austria, que había seguido de cerca a la llegada al poder del partido nazi en Alemania, hacía sentir a las masas proletarias en España la posibilidad real de una reacción anti proletaria de tipo totalitario que aglutinase, como pretendía Gil Robles, a la burguesía nacional en torno a un programa de represión contra el movimiento obrero y de fuerte intervencionismo económico para salvar la situación de crisis por la que se pasaba. Con ocasión de la convocatoria del mitin, el proletariado madrileño (tradicionalmente mucho menos combativo que el catalán o el andaluz) declaró la huelga general en la capital e impidió por la fuerza la llegada de la mayor parte de los convocados al acto. Este se truncó y con esto, posiblemente, se acabaron las posibilidades de crear una fuerza de choque en torno a la Acción Popular, que dejaría su sitio en esta tarea a partidos del tipo Falange Española en los años siguientes.

El ejemplo de esta huelga muestra la potencia con que el proletariado comenzaba a manifestarse sobre el terreno de la lucha política a medida que las ilusiones entorno a la llegada de la República se iban deshaciendo. Las fuerzas clásicas del oportunismo político perdían su vigor y los líderes socialistas más apegados a las vías parlamentarias, legalistas y abiertamente reformistas, perdían su prédica entre los proletarios. En este contexto aparece la llamada corriente de izquierdas en el PSOE y en las Juventudes Socialistas. La consigna de esta corriente fue bolchevizar el partido. Pero ¿qué significaba esta fórmula tan vaga? En palabras del propio Santiago Carrillo bolchevique «designaba a los que no habían vacilado en dar la vida, en arrostrar los más grandes sacrificios, en vivir en la más extrema modestia para convertir en realidad el lema de la gran revolución anterior, la francesa: libertad, igualdad y fraternidad. Los bolcheviques eran los jacobinos de esta época. […] carecíamos de formación marxista seria. Admirábamos a la Unión Soviética y pasábamos por alto las diferencias en el PCUS, la lucha y la persecución de Stalin contra Trotski y las otras oposiciones». Es decir, bolchevizar el partido era ignorar toda la obra realizada por los bolcheviques por restaurar el marxismo sobre sus bases justas, toda la obra de combate contra el oportunismo representado por las diversas corrientes pseudo marxistas y, por supuesto, la lucha dada antes, durante y después de la Revolución Rusa para preparar al proletariado internacional para asumir las tareas ineludibles que implicaba el derrocamiento del poder burgués y la transformación socialista de la sociedad, entre las cuales las diferencias que Carrillo pasaba por alto tienen un valor de primer orden.  Bolchevización, para la corriente de izquierda del PSOE y de las Juventudes Socialistas, no era la lucha doctrinal para combatir la infección oportunista en el movimiento obrero ni la defensa de un programa marxista consecuente con esta lucha que expusiese ante el proletariado la necesidad de la lucha revolucionaria para la toma del poder, como lo había hecho Lenin en El Estado y la Revolución siguiendo el hilo que comenzaba ya con las Dos tácticas de la socialdemocracia. Bolchevizar era asumir una fraseología extremista carente de contenido revolucionario que garantizase la continuidad de la política histórica del PSOE con otros nombres y, no siempre (ahí está el caso de Largo Caballero), con otras personas a la cabeza. Bolchevizar el PSOE fue un perfecto ejemplo de que el activismo es en primer lugar una característica del oportunismo reformista y conciliador, que ve que el movimiento lo es todo y el fin no es nada.

La llamada corriente de izquierda dentro del PSOE  que, dentro de las Juventudes del partido, encabezaba Santiago Carrillo respondió al auge de la lucha de la clase proletaria adoptando un falso radicalismo que le permitió colocarse a la cabeza de los diferentes movimientos de lucha que se desarrollaron en el periodo que estamos viendo. Pero, sin duda, esta maniobra tenía como objetivo contener a las masas que iban avanzando pasos de gigante en su experiencia de lucha contra su enemigo de clase a medida que todas las promesas que los partidos pequeño burgueses republicanos junto con el socialista y las direcciones sindicales de CNT y UGT habían lanzado respecto a la República y a la legislación social de esta que se iba desvaneciendo. El ejemplo más claro de este recambio en la dirección del oportunismo socialdemócrata se extrae al observar cuál fue la política del partido socialista frente a uno de los episodios más importantes de este periodo: la insurrección de octubre.

 

La insurrección de octubre

 

Durante el tiempo que transcurre desde el ascenso de Carrillo al Comité Nacional del PSOE hasta el hundimiento de la Comuna Asturiana en octubre de 1934, el PSOE abandonó, en lo que se refiere a sus posiciones públicas, cualquiera de sus postulados previos acerca de la necesidad de avanzar lentamente por el camino que la lucha parlamentaria y legal permitía. Un aparente cambio brusco se operó en su seno y de las llamadas a la confianza en la función revolucionaria de la pequeña burguesía de 1931 se pasó, de la noche a la mañana, a la defensa pública de la insurrección proletaria como vía de acceso al poder.  Si la bolchevización tuvo el papel, dentro del PSOE, de desplazar a la  anterior dirección que se agrupaba en torno a Besteiro, la palabrería sobre la toma del poder debía lograr ganarse la confianza de los proletarios que cada vez se veían más impelidos a luchar ya no únicamente en batallas parciales, dando al ala de Largo Caballero y Santiago Carrillo una gran fuerza en el movimiento obrero. Por todas partes el PSOE hablaba de insurrección, de abandono de la legalidad e incluso de dictadura del proletariado… y en ningún momento dedicó un átomo de su energía a preparar entre el proletariado las condiciones indispensables para llegar a este punto del enfrentamiento final contra la burguesía. Se llegó a fijar una fecha para la insurrección, el momento en que el gobierno radical permitiese la entrada a ministros de la CEDA (lo que significa: la insurrección cuando el poder burgués lo desee) y se anunció a los cuatro vientos, sobre todo a través de las Alianzas Obreras (coaliciones de partidos de la izquierda y determinados sectores de CNT y UGT), que llegado el momento el PSOE se pondría a la cabeza de la lucha revolucionaria. La insurrección, para el PSOE, no era el punto culminante de la lucha contra la clase enemiga, el momento en el que los destacamentos proletarios organizados por el partido revolucionario se lanzaban a la lucha militar contra la burguesía y su Estado, con el fin de tomar el poder, reprimir a la burguesía organizada y poner en marcha la dictadura del proletariado como forma estatal de la violencia que esta clase se vería obligada a ejercer contra sus enemigos. Si para los bolcheviques, siguiendo a Lenin, la insurrección era un arte, para los socialistas de Carrillo y Caballero esta no era sino un juego de palabras con el que pretendían no quedarse descolgados de la maduración progresiva de la clase proletaria.

El momento de la insurrección llegó. El 4 de octubre el nuevo gobierno de Lerroux daba entrada a la Acción Popular en el gabinete y el PSOE, que a la sazón había formado en los días previos un supuesto «Comité Revolucionario» del que Carrillo formaba parte y prometido a los proletarios que distribuiría armas en el momento preciso, lanzó la orden… de huelga general pacífica. Es decir, pasó de arengar a los proletarios a la lucha final, de incluso ponerle fecha a esa lucha, a declarar que por todo movimiento debía realizarse una huelga general sin violencia con el fin de que el presidente del gobierno, Niceto Alcalá Zamora, reflexionase sobre los acontecimientos y vetase al nuevo gobierno. La palabrería socialista se demostró como lo que era desde un primer momento: un ardid para comprometer a las masas, bien dispuestas a la lucha por un objetivo aun tan nefasto como el propuesto, a no realizar ningún movimiento  en espera del día señalado, en el que finalmente sólo se iba a tratar una negociación parlamentaria en la calle en lugar de en las Cortes.

De hecho el proletariado, en varios puntos del país, le tomó la palabra al PSOE. En Asturias, donde la Alianza Obrera había estrechado la relación entre UGT y CNT, la huelga tomó visos insurreccionales hasta acabar, como es sabido, aplastada por el gobierno republicano y su general Francisco Franco, mientras los líderes socialistas huían de la región dejando vía libre a la represión militar. En Catalunya la negativa de CNT a participar en el movimiento lo redujo a una bravuconada en la que se aliaron la pequeña burguesía nacionalista y los partidos de la izquierda como el POUM, sin otra consecuencia que la represión sufrida una vez el gobierno controló la situación. En Madrid, donde la insurrección debía de tener su centro neurálgico, donde Carrillo, Caballero y otros líderes del PSOE como Amaro del Rosal tenían su base de operaciones, la huelga comenzó incluso antes de que el PSOE diese la orden. Los proletarios de los barrios periféricos, especialmente de la zona Norte (zona entonces de reciente población, donde se encontraban los destacamentos más jóvenes y decididos del proletariado de la región), salieron en masa a la calle, esperando el momento en que el PSOE se pondría a la cabeza del movimiento. Tal fue la situación que, durante las primeras horas de la huelga, la fuerza pública (Guardia de Asalto y ejército) ni siquiera intervino para reprimir a los manifestantes. Pero el PSOE no llegó y la insurrección prometida se quedó en tiroteos aislados y uno o dos enfrentamientos con el ejército desfavorables para los trabajadores. La huelga fue un éxito en el sentido de que toda la ciudad quedó paralizada, pero no sucedió nada más hasta que el día 13 los dirigentes del PSOE decretaron la vuelta al trabajo mientras en Asturias la Legión «extirpaba la simiente revolucionaria incluso en el vientre de las madres», tal y como dijo López Ochoa, el más sanguinario de los represores de 1934.

Muchos años después de la insurrección de Asturias, Carrillo, que por entonces ya había vuelto al PSOE del que se marchó en 1936 para ingresar en el PCE, explicó las causas de la derrota de la insurrección de la siguiente manera:

 

- por un lado, la coordinación entre los miembros del comité revolucionario, que era el encargado de llevar a cabo el plan insurreccional, no fue buena, llegándose a dar el caso de que algunos de estos sencillamente eran contrarios a cualquier tipo de movimiento. Como consecuencia de esto el armamento, los planes de ataque, etc. no estuvieron listos llegado el momento decisivo.

- por otro lado la huelga de los trabajadores del campo que comenzó en junio de 1934 desorganizó a gran parte del proletariado de las zonas extremeña y andaluza. Lo mismo sucedió con las huelgas de Artes Gráficas, la construcción y el sector del metal en Madrid, que según Carrillo daban pretexto al gobierno para recrudecer la represión.

- finalmente, Carrillo expone que ni siquiera los fines del movimiento estaban claros entre los miembros del PSOE que lanzaron la consigna insurreccional.

 

Todo esto viene a significar que, según quien entonces era miembro del comité revolucionario y el máximo responsable de las juventudes del partido que pretendía tomar el poder en octubre de 1934, la matanza de proletarios que tuvo lugar en Asturias y la represión caída sobre miles de obreros en el resto del país, fue consecuencia por un lado de que los responsables del movimiento sencillamente no querían movimiento. Habiendo incitado a las masas a la lucha, las dejaron completamente solas a la hora de la verdad. Donde los dirigentes socialistas fueron rebasados por sus propias bases el movimiento, desorganizado y aislado, fue pasado a sangre y fuego. Pero lo que es más importante, en todas partes el proletariado quedó profundamente tocado en lo que se refiere a sus posibilidades de organizarse sobre el terreno de la lucha revolucionaria independiente.

La derrota no sólo trajo miles de muertes sino que supuso un retorno a la confianza en la fuerza de la democracia y la colaboración entre clases, algo que daría como resultado que, en apenas poco más de un año, los proletarios volviesen al redil de la alianza con la pequeña burguesía, y esta vez con una fuerte presencia del partido estalinista que hasta el momento había estado completamente fuera de juego verdadera losa atada en los pies de la clase obrera, en el Frente Popular. El mismo Carrillo lo reconoce: habiendo estado en contra de los fortísimos movimientos huelguísticos de 1934, a estos opuso la insurrección no sobre el plano táctico, único plano en el cual esto hubiera tenido algún sentido, sino para «evitar la represión» de la clase burguesa (¿acaso la insurrección no debía dar lugar a una represión mucho mayor?), es decir, opuso la lucha de clase a la colaboración entre clases, única vía de reducir, que no suprimir, la represión. Meses después consolidaría esta colaboración sumándose al proyecto de Frente Popular sobre la base de la gran alianza antifascista, que despojó definitivamente al proletariado español de cualquier posibilidad de defender una posición clasista independiente tanto del enemigo burgués con camisa azul y boina roja como de aquel que clamaba por el respeto a la legalidad y al orden republicano.

 

 

Partido comunista internacional

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