Notas sobre el sindicalismo a base múltiple

(«El proletario»; N° 4; Abril de 2014)

 

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En 1910 tuvo lugar el congreso fundacional de la Confederación Nacional del Trabajo. A él confluyeron las corrientes que poseían un mayor peso dentro del movimiento obrero, que entonces tenía su centro principal en Catalunya donde la alta concentración industrial, en relación al resto del país, y una cada vez más densa clase proletaria había dado lugar a un asociacionismo obrero de mayor rango que el existente en otras zonas como Andalucía o Madrid.

La fuerza de este asociacionismo, que había sobrepasado ya el estado elemental de «mejora física y moral» de los trabajadores, instaba a los proletarios a dotarse de una organización general que pudiese oponer la fuerza organizada de los trabajadores asociados a la de la poderosa burguesía catalana. Unos años antes la Federación Solidaridad Obrera, ya había comenzado un trabajo de propaganda y organización entre los diversos núcleos obreros de Catalunya (y en menor medida del resto del país), que precisamente culminó con la convocatoria del congreso de 1910.

De hecho, ya existía un gran sindicato nacional que agrupaba a trabajadores de todo el país, la Unión General de Trabajadores, pero existieron una serie de factores que determinaron la conformación de una nueva central.

El primero de ellos es que existían diversas corrientes políticas con fuerza dentro del movimiento obrero que rechazaban la vinculación directa que existía entre PSOE y UGT, como por ejemplo los republicanos de Lerroux, que entonces gozaban de un gran prestigio entre los obreros de Barcelona por su programa anti clerical y contrario al nacionalismo de la burguesía catalana. O los sectores anarquistas que, después de varias décadas consagrados a la propaganda por el hecho, comenzaban a plantearse la necesidad de integrarse en organizaciones obreras. Pero principalmente era la corriente sindicalista revolucionaria la que planteaba la necesidad de organizar las fuerzas obreras al margen del sindicato socialista.

El segundo factor, sin duda el más importante, era la supeditación de la UGT a una política de colaboración entre clases prácticamente desde el comienzo de su existencia. De hecho  los principios inspiradores de este sindicato ni tan siquiera reconocían nominalmente la lucha de clases como el centro de su existencia y en ningún momento se planteó la perspectiva de organizar una lucha general del proletariado ni aun por reivindicaciones mínimas.

En resumen, la creación de la Confederación Nacional del Trabajo (que tuvo desde un primer momento la intención de extenderse por toda España y no reducirse únicamente al marco catalán) fue un acto de ruptura por parte de los sectores más resueltos del nuevo proletariado industrial con una política sindical, la de la UGT, que estaba basada en estratos proletarios muy marcados por la pertenencia a un oficio determinado (tipógrafos, tintoreros, etc.) y condicionada por la tendencia existente entre estos hacia la colaboración con la burguesía, especialmente con la burguesía republicana.

Pero la CNT no fue creada por el sindicalismo revolucionario. Si esta corriente tuvo un peso especialmente significativo ya desde 1910 en el nuevo sindicato no se debió a una preeminencia ideológica sobre el resto de corrientes arraigadas en el movimiento obrero. Cuestiones básicas de esta tendencia, como el apoliticismo, sólo se hicieron preponderantes en el sindicato años después y nunca de manera definitiva. En el congreso de 1910 la fuerza del sindicalismo revolucionario residió en que planteaba una ruptura, punto por punto, con el sindicalismo de tipo corporativo que imperaba en la UGT. Y combatieron contra este sindicalismo dentro de la propia CNT, puesto que también los sectores catalanes de la UGT participaron en el nacimiento de la nueva central.

Uno de los terrenos en el que se desarrolló esta lucha fue el de lo que entonces era llamado como sindicalismo a base múltiple. Este consistía en la estructuración de la organización sindical en  base a sistemas de ayuda, socorro mutuo, cooperativismo agrícola y otro tipo de actividades destinadas a mejorar las condiciones de existencia del obrero al margen de la lucha reivindicativa.

Se  trataba de desviar la lucha de clase del enfrentamiento contra la burguesía hacia actividades que garantizasen una posición relativamente aceptable de los trabajadores afiliados en base al ahorro en cajas de apoyo, sistemas de socorro, seguros laborales, etc. una auténtica labor social que pudiese, unida a la acción política en el marco del Estado burgués, atenuar la tensión existente entre clases sociales mediante la equiparación de los obreros a los patronos.

Este sindicalismo a base múltiple no desechaba las huelgas y otro tipo de acciones reivindicativas sino que aceptaba estas siempre y cuando no fuesen entendidas como una lucha de la clase proletaria contra la clase burguesa, sino que se limitasen, como recurso de última instancia, al combate contra algunos patrones concretos que impedían el progreso de la clase obrera no permitiéndoles un desarrollo en los términos pretendidos por el sindicato.

En ciertos sectores de la UGT, que recogían aquí la tradición de las sociedades de resistencia que habían aparecido a mediados del siglo XIX y que fueron objeto de la crítica de la Iª Internacional, el sindicalismo a base múltiple tenía como objetivo descapitalizar a la sociedad burguesa, minar su base económica, que estaría fundada en la desigualdad de ingresos entre proletarios y burgueses, para así lograr gradualmente la supresión del capitalismo. El sindicalismo a base múltiple era concebido, en estos términos, como un ataque directo al capitalismo, preferible a la lucha de clase en cuanto que era más inmediato y permitía obtener unos resultados tangibles a corto plazo que la organización proletaria basada en la lucha reivindicativa no estaba en condiciones de ofrecer.

La constitución de la CNT fue una reacción frente a esta concepción, que no era fruto de la elucubración personal de ningún ideólogo obrerista de tantos que propugnaban recetas infalibles para la desaparición del sistema capitalista (entendido, únicamente, como la existencia de desigualdades entre clases) sino que tenía una fortísima base material en la debilidad de la clase proletaria de España, distribuida de manera irregular a lo largo de todo el país, aún escasa numéricamente y supeditada siempre a la pequeña burguesía y a sus reivindicaciones republicanas.

El sindicalismo revolucionario que se impuso en la central  fue una corriente de rechazo frente a la política de colaboración entre clases que predominaba en las fuerzas políticas y sindicales como el PSOE y la UGT. En el terreno de la lucha política, mediante la negación de la función del partido de clase, entendido como fuente de corrupción y desnaturalización de la clase obrera y, en el sindical, mediante la reivindicación de la organización general de la clase y la acción directa como vías para afrontar la fuerza de la burguesía.

Se trató de una reacción que pretendió combatir el oportunismo combatiendo la lucha de clase, es decir la lucha política, y colocando en su lugar la organización de los trabajadores en cuanto productores, con la misma forma que estos adquirían en la fábrica, haciendo del hecho de que en el sindicato únicamente ingresasen trabajadores una pretendida vacuna contra el virus del reformismo y la colaboración entre clases.

Para los marxistas esta jamás será la vía para combatir al oportunismo, que de hecho tiene su fundamento en la negación del partido como órgano necesario de la clase proletaria para la lucha revolucionaria. Colocándose en la posición de negar el partido, luego la constitución del proletariado en clase organizada con el fin de derrocar el poder burgués, el sindicalismo revolucionario se ha situado siempre sobre el mismo terreno que el oportunismo de cualquier clase y jamás ha constituido una garantía de ningún tipo, no sólo contra las desviaciones teóricas y políticas, sino tampoco contra el surgimiento de nuevos líderes obreros que vienen a ocupar el lugar de los antes vilipendiados por corruptos y siguen su estela de pactos con la clase enemiga.

1936 fue en España la prueba de fuego para esta corriente. Y no la superó.

Pero si el oportunismo, político y, en este caso, sobre todo sindical, tenía y tiene unas bases históricas bien firmes, el surgimiento del sindicalismo revolucionario también. Se encuentra asociado al surgimiento de una clase obrera más desarrollada y compacta, especialmente en la zona catalana que, trabajando en grandes manufacturas donde se habían perdido las cualidades del oficio conservadas en el trabajo semi-artesano que existía hasta el momento, donde el contacto con el patrón y con los elementos de la pequeña burguesía ya no era tan frecuentes y no infecta tanto el cuerpo obrero, donde por tanto las quimeras  de salvación proletaria mediante el ahorro y la cooperación mutualista se vienen abajo al ritmo  de la maquinaria, de la cual el obrero sólo es un apéndice.

El combate contra el sindicalismo a base múltiple fue un combate contra la sumisión del proletariado a doctrinas pequeño burguesas de progreso y mejora social dentro de la sociedad basada en el salario y la propiedad privada. Fue una respuesta, tibia y ciertamente desviada por las conclusiones que entrañaba, a la concepción de que la expropiación de los expropiadores se realizaría convirtiendo al obrero, de alguna manera, en poseedor de un cierto capital, si bien regulado por el sindicato. Si el contenido de la doctrina del sindicalismo revolucionario no dista de hecho mucho de esta concepción (se puede leer sobre este aspecto nuestro opúsculo Los fundamentos del comunismo revolucionario, en las Ediciones Programa) la forma en la que libró su combate tiene aún hoy un gran valor como experiencia en la maduración de la clase proletaria.

Hoy día el proletariado se encuentra ausente como clase incluso en el terreno de la lucha inmediata sobre el cual se libró la lucha contra el sindicalismo a base múltiple. Cerca de 80 años de contra revolución permanente, en la cual las democracias salidas de la II Guerra Mundial han aprendido perfectamente la lección dictada por la liquidación del partido comunista y la integración de las organizaciones sindicales en el cuerpo estatal, han dejado a la clase obrera sumida en una práctica cotidiana de colaboración con la burguesía en todos los ámbitos.

El proletariado ha perdido, sin su partido revolucionario, el hilo que le unía a la historia de su lucha de clase y, con él, el balance de sus victorias y sus derrotas. Es por ello que no se colocan sobre sus justos términos problemas aparentemente novedosos que podrían perfectamente reducirse a un denominador común con aquellos que ya se afrontaron hace décadas.

Hoy, cuando los proletarios se ven impelidos a luchar contra las condiciones de existencia degradadas a las que el capitalismo les somete, se enfrentan de nuevo a cuestiones como las que planteaba el sindicalismo a base múltiple. En cualquier lugar donde aparece un conflicto en el que se ven involucrados trabajadores de un sector, una empresa o una localidad determinada, las antiguas recetas reaparecen con ropajes nuevos. Y debido al aislamiento, a la dispersión y, en definitiva, a la debilidad de la clase obrera estas parecen tener eco entre los pequeños grupos de proletarios que se organizan para luchar.  Ciertamente no se escucha hablar de sociedades de socorro o de mutualidades, pero sí que aparecen propuestas cooperativistas en la producción y el consumo o cajas de solidaridad interna (y no para la lucha de clases), incitaciones a la ocupación de casas como solución al problema de la vivienda y otras prácticas… siempre con la falacia  de que estas constituyen un ataque aquí y ahora a la economía capitalista, una reproducción a pequeña escala de la expropiación de la burguesía que está inscrita en el programa histórico de la revolución proletaria.

La promesa de resultados concretos a cortísimo plazo planea sobre todas ellas y pretende colocarlas por encima del enfrentamiento entre capital y trabajo. Según estas  nada novedosas concepciones, sería posible que los proletarios destruyesen el sistema capitalista simplemente escapando de su condición de proletarios, robándole los medios de producción y subsistencia a los propietarios aislados, construyendo pequeñas parcelas autónomas para subsistir en ellas, creyendo que la ocupación de una casa o la autogestión (auténtico sin sentido histórico, económico y político) de una fábrica o unas hectáreas de tierra supone la negación de la propiedad privada.

La ilusión de un capitalismo sin proletarios vuelve sobre la escena como un obstáculo más a la dificilísima reanudación de la lucha de clase. El sindicalismo a base múltiple, barnizado ahora con una capa superficial de radicalidad, aparece para combatir la lucha clase contra clase del proletariado, cuando había sido esta última la que  había resultado en todos los terrenos una conquista contra la utopía  reformista y la que había dado una contribución de la mayor importancia a la organización del proletariado.

 En su obra El  Proletariado militante, Anselmo Lorenzo,internacionalista  de la primera hora y fiel a la lucha proletaria hasta que murió, no expuso su biografía personal sino la historia de las primeras páginas de la lucha de clase en España. Y en ella escribió, refiriéndose a la cuestión de este artículo:

Así, vemos al reformismo, falseando el concepto racional de la economía, recurrir al ahorro, que escatima céntimos del mezquino e insuficiente jornal, para el mutualismo en la enfermedad o la jubilación en la vejez, o el crédito en la crisis de trabajo; a la cooperación, para exceptuarse de la explotación mercantil, para realizar una ganancia y hasta obtener recursos que destinar a la propaganda y a la misma resistencia, estableciendo la huelga sobre la cuota destinada al subsidio del huelguista.

El subrayado es nuestro y si bien Anselmo Lorenzo no comulgó con las posiciones marxistas, en este párrafo condensa las lecciones de toda una vida de lucha revolucionaria aplicándolas tanto contra los que ayer sí se pretendían marxistas y no lo fueron nunca, como contra los que hoy, pretendiendo inventar fórmulas nuevas, caen en el viejo oportunismo de entonces y de siempre.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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