Grecia demuestra una vez más que es imposible luchar contra los ataques capitalistas por la vía electoral y reformista

 

(«El proletario»; N° 8; Octubre - noviembre - diciembre de 2016)

 

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Después de la enésima y maratoniana sesión «histórica» de negociaciones en Bruselas, entre el gobierno heleno y sus acreedores para «resolver» la crisis, el primer ministro griego Tsipras y su equipo terminaron por aceptar, como condición para el aporte de nuevos créditos al Estado virtualmente en bancarrota, un plan de medidas de austeridad mucho más duras que las que había rechazado una semana antes y contra las cuales, se supone, organizó un referéndum. Aparentemente el único punto en que obtuvo algo concreto fue el de la reducción de los gastos militares: los acreedores aceptaron que esta fuera menos fuerte de lo que ellos pedían...

 

¿TRAICIÓN DE TSIPRAS?

      

Muchos le gritan traidor a Tsipras, entre ellos las corrientes de «extrema-izquierda» que afirmaban no guardar ninguna ilusión en Syriza y su gobierno. Pero solo pueden sentirse traicionados aquellos que tomaron en serio los discursos demagógicos de Syriza y su jefe.

Syriza, que se ve a sí mismo como un partido de la «izquierda radical», en realidad no se distingue en nada de un partido reformista clásico: no busca destruir el capitalismo, sino mejorarlo, reformarlo: su sueño es el sueño de todos los reformistas, el sueño de un capitalismo con rostro humano, el de todos los colaboracionistas, el sueño de la colaboración fraternal entre todos los ciudadanos o de al menos la gran mayoría de ellos. Pero una cosa es el sueño y otra la realidad; y en la realidad el capitalismo no acepta cambios — solo algunas reformas de detalle posibles, y a condición de que no cuesten nada —:o lo combatimos o nos sometemos a su poder.

Syriza nunca tuvo la intención de combatir al capitalismo y no podía más que someterse a éste y someter a los trabajadores que confiaron en ellos. Llevado al poder con la pretensión de poner fin a la austeridad y a la crisis económica que golpea a los proletarios y a ciertas capas pequeño-burguesas, Syriza encarnaba la ilusión de que un simple cambio de gobierno, logrado tranquila y pacíficamente por la democrática vía electoral, podía mejorar significativamente la situación de las masas. La constitución de su gobierno sobre la base de una alianza con un partido de extrema-derecha, militarista y pro-religioso (Anel) habría bastado para disipar las eventuales dudas sobre la naturaleza «radical» de Syriza. Sin embargo, durante largos meses, el gobierno jugó la comedia de la defensa de los trabajadores frente a los acreedores del país, pretendiendo doblegarlos y convencerlos de renunciar a una parte de sus exigencias y por la concesión de nuevas ayudas financieras; pero si la situación de los proletarios y de las masas trabajadoras no cesaba de degradarse, aún así hubo una verdadera tregua social, en parte a causa de los golpes ininterrumpidos sufridos por los proletarios en estos últimos años, en parte debido a las esperanzas que muchos habían puesto en Syriza.

En realidad los negociadores griegos defendían primero que nada los intereses del capitalismo nacional y no los de los proletarios o de la población; lo prueba el hecho de que finalmente y de manera mucho más fácil aceptaron las medidas antisociales y anti-proletarias, que aquellas que lesionaban los intereses capitalistas particulares (por ejemplo, defendieron con uñas y dientes el estatus privilegiado que gozan los armadores con respecto al fisco, los gastos militares o el mantenimiento del IVA reducido para las actividades turísticas) Las medidas de austeridad impuestas para poder rembolsar a los acreedores tuvieron consecuencias terribles para la economía en general, lo que ha llevado a la desaparición de miles de empresas: una política de recuperación económica y ya no de austeridad ha sido incluso pedida por numerosos capitalistas.

Pero, las negociaciones y acuerdos entre burgueses o entre Estados burgueses — ¡aunque estos Estado sean «socios» en el seno de una «unión»! — no se fundan sino sobre relaciones de poder. El endeble capitalismo griego ya no tenia fuerza para rechazar por mucho tiempo las exigencias de los grandes capitalismos europeos, sobre todo cuando su Estado se encuentra al borde de la quiebra. A finales de junio, el gobierno Tsipras fue puesto contra la pared y obligado a aceptar el plan de pagos, el primer ministro replica con la organización de un referéndum sobre este plan, llamando a votar «no». Pero mientras esta decisión era aplaudida con entusiasmo por toda una parte de la izquierda y la extrema-izquierda europea que veía allí la posibilidad de que un «pueblo» rechace democráticamente la Europa de la austeridad y las finanzas, etc., hasta una salida del «yugo del euro», Tsipras precisaba claramente que el referéndum se organizaba, no para romper con los acreedores, sino para proseguir con las negociaciones, con una posición reforzada por el sufragio universal. En la campaña por el «sí», estaban los partidos burgueses tradicionales (los socialistas de Pasok y la derecha de la Nueva Democracia) o no (los centristas de To Potami), las organizaciones patronales, así como las direcciones sindicales del sector privado, los grandes medias, etc., apoyados por los gobiernos por los gobiernos europeos. Los partidarios del «no» estaban constituidos, aparte de Syriza, por los neo-fascistas de Aurora Dorada y las pequeñas formaciones de extrema-izquierda, incluyendo una parte de los anarquistas. El Partido Comunista griego (KKE) rechazó participar en la campaña por el «no», afirmando — con razón — que las proposiciones del gobierno no valían más que las de los acreedores, y llamando al voto nulo (¡lo esencial es votar!) un medio, según ellos, de expresar un «doble no» a estas dos proposiciones y defender su propia perspectiva nacionalista de salir de la UE.

El resto de la aventura es conocido: los partidarios del «no» obtuvieron una rotunda victoria (cerca de un 60% por el «no», un 6% de votos blancos o nulos, el «sí» no recogerá más que un 36% de los sufragios, el numero de abstenciones, en baja, llegó a un 38%); la misma noche de los resultados, la plaza Sintagma de Atenas, se lleno de electores persuadidos de haber infligido un duro golpe a los partidarios de la austeridad, y especialmente a los viejos partidos que se han sucedido a lo largo de estos últimos años. Las formaciones de la izquierda radical europea también celebraron esta victoria electoral; tenemos el ejemplo de las declaraciones de Rifondazione Comunista en Italia, pero también podemos citar las del Front de Gauche (Frente de Izquierda francés), del español Podemos, etc., todas de manera idéntica decían: «La victoria del No en Grecia representa la victoria de la democracia y la dignidad del pueblo griego contra el terrorismo financiero de la troika. Representa un resultado histórico para la Grecia y los pueblos europeos» (1).

Pocas horas apenas, luego de esta victoria histórica de la democracia, el primer ministro Tsipras, no sin antes alejar a su ministro de las Finanzas, conocido por su tono demasiado reivindicativo, reunía a todos los partidos parlamentarios, de derecha como de izquierda, a excepción de Aurora Dorada; todos, salvo el KKE, le aportaban su apoyo total para negociar con los acreedores el mantenimiento de Grecia en la zona euro... ¡sobre la base de un plan propuestos por ellos mismos! ¡El «sí» que había sido arrojado por la puerta, regresaba por la ventana! Difícil de aportar una prueba más contundente sobre la inanidad de las ilusiones electorales y del rol de desorientación del circo electoral...

Recibiendo el asentimiento de los viejos partidos burgueses tradicionales, Syriza se convertía en el representante de una verdadera unión nacional, el defensor de los intereses de toda la burguesía griega frente a los europeos.

Pero las declaraciones de intención no bastan, y los negociadores griegos presentaran en Bruselas un plan preciso y detallado, redactado bajo la batuta de altos funcionarios franceses, aceptando todos los puntos denunciados una semana antes como un ultimátum. Pero una vez comenzadas las sesiones de negociación, este plan es rechazado por los representantes alemanes, quienes a cambio presentarán el suyo, basado en la expulsión — por 5 años — de Grecia de la zona euro, ya que, según ellos, la «confianza» en el gobierno griego había desaparecido; para los capitalistas, la confianza se basa en la sumisión.

Se requirieron interminables y ásperas negociaciones para que los dirigentes alemanes abandonaran esta perspectiva y aceptaran mantener a Grecia en la zona monetaria europea, infligiéndole como contrapartida medidas drásticas y humillantes para los dirigentes griegos que debían pagar por haber tratado de desafiarlos.

Como buenos títeres reformistas, los representantes griegos aceptarán finalmente todo lo que les exigían; pero eso no fue una capitulación, puesto que en realidad el gobierno Tsipras ya había capitulado antes incluso del comienzo de las negociaciones, mientras que, electoralmente victorioso, respaldado por todos los partidos, en particular por aquellos que habían votado por el «sí»; capitulación no con respecto a una defensa de los intereses proletarios y de las masas pobres, lo cual nunca fue el objetivo verdadero de Syriza, sino con respecto al rechazo de aceptar todas las exigencias de los acreedores y de renunciar a obtener un alivio de la carga de la deuda.

En abril, escribíamos que «el gobierno Syriza-ANEL no tiene alternativa: si Grecia no quiere ser echada de la zona euro o ser sustituidos por otro gobierno más comprensivo (...) Pero, como todos los partidos reformistas que llegan al poder, se encuentra en la situación poco confortable de elegir entre atacar abiertamente los intereses de los proletarios y las masas trabajadoras, o golpear los intereses de los capitalistas; y, como todos los partidos reformistas, indisolublemente ligados a la defensa del modo de producción capitalista, no tendrá otro remedio que atacar a los trabajadores, aprovechando la confianza que estos últimos han depositado en ellos. Y ese es el rol que la burguesía, griega e internacional, asigna a los partidos como Syriza, y no lo tolerará sino en la medida en que este rol sea respetado (2).

No era difícil llegar a esta conclusión, ni fue preciso mucho tiempo para verificarlo. Al parecer, luego de las últimas negociaciones, algunos Estados e «instituciones» amenazaron con obligar a Grecia a formar un nuevo gobierno, tal vez un «gobierno técnico», en caso de que los dirigentes griegos se muestran reacios a aceptar las condiciones exigidas por los acreedores. Sin embargo, otros probablemente han hecho valer que Tsipras y sus partidarios, reforzados por su «victoria» electoral, estaban en mejor posición para hacer avalar la amarga píldora a las masas proletarias; es para eso precisamente que sirve la democracia.

 

CONTRADICCIONES INTERIMPERIALISTAS

 

Las negociaciones de Bruselas fueron particularmente enconadas, en ellas se enfrentaban dos grupos de países con respecto a la suerte reservada a Grecia: de un lado, Alemania con sus aliados de los países del Norte que preconizaban la salida del país de la zona euro, del otro, Francia, respaldada por Chipre e Italia, que se oponían. Algunos han querido ver allí el enfrentamiento de dos concepciones de Europa; de un lado, los partidarios de la ortodoxia financiera y del respeto de los tratados, del otro, los partidarios de la solidaridad entre los pueblos.

La realidad es muy diferente, «defendiendo a Grecia» contra los representantes alemanes, París no defendía al «pueblo» griego, menos aun a los proletarios en Grecia: el proyecto presentado por el gobierno griego y redactado en colaboración con responsables franceses mantenía todas las medidas anti-obreras y antisociales exigidas por los acreedores europeos. Durante las negociaciones, el ministro francés de Finanzas utilizó el argumento de que si Grecia abandonaba la zona euro, no podría reembolsar su deuda; pero lo más inquietante para París y Roma era que una salida del euro pudiera desencadenar turbulencias económicas en la zona, asestando un severo golpe a las magras esperanzas de reactivación económica en Francia e Italia. La pretendida «defensa de Grecia» no era otra cosa que la defensa de los intereses nacionales franceses e italianos.

La posición de los dirigentes alemanes se diferenciaba en que la prosperidad de su economía podría asimilar mejor el shock de un «Grexit» (salida de Grecia del euro); lo que más les preocupaba, más allá de la perspectiva poco halagadora de acordar sin esperar a ser rembolsados nuevos créditos suplementarios a Grecia, era el de crear un precedente que podría ser invocado por gobiernos de otros países más fuertes, por ejemplo, España; de allí su voluntad, si el Grexit no se declara, de infligir condiciones punitivas a Grecia, y lanzar una advertencia a aquellos que traten de imitarla.

Por último, los Estados Unidos hicieron presión sobre Alemania por que Grecia no fuera arrojada de la zona euro y que su deuda fuese disminuida (3). Ello corresponde a su posición tradicional consistente en empujar a los europeos a abandonar las políticas de austeridad y de adoptar medidas de relance económico, ejerciendo el rol de locomotora de un crecimiento mundial que se ralentiza; pero, en este caso preciso, su posición se explica sobre todo por la preocupación de evitar que un miembro de la OTAN que ocupa una posición estratégica clave, caiga en un marasmo económico que debilitaría sus capacidades militares. Sin embargo los Estados Unidos no querrán inmiscuirse directamente en las negociaciones, tal como les pedía Tsipras, el pretendido representante de la «izquierda radical», que esperaba encontrar un apoyo sólido en el imperialismo americano...

¡Ninguno de esos Estados podría preocuparse de la situación de los proletarios y las masas griegas, porque todos tienen como función defender el modo de producción capitalista contra sus propios proletarios y los de los países que estos dominan!

 

TODOS LOS ESTADOS BURGUESES Y TODAS LAS CLASES PROPIETARIAS SON ENEMIGOS DE LOS PROLETARIOS

 

Los proletarios griegos han recibido una dura lección cuyas enseñanzas, conformes al marxismo, son válidas para el resto del proletariado: es imposible defenderse contra los ataques capitalistas, sean estos nacionales o extranjeros, confiando en los mecanismos de la democracia parlamentaria; la papeleta del voto no es más que un pedazo de papel cuyos resultados no pueden de ninguna manera estar por encima de los intereses burgueses y resolver las contradicciones sociales que sus intereses engendran. Un pretendido «voto de clase», como el que se hizo a favor de un «no» y que fue aplaudido por la extrema-izquierda europea, no es más que una triste ilusión: la lucha de clase no se desarrolla en los recintos parlamentarios, sino en las fábricas, en las empresas y en la calle. Las exigencias capitalistas no se pueden frenar tratando de conmover a los burgueses con la descripción de los sufrimientos de la población, como pareciera que hicieron los negociadores griegos — ¡de acuerdo con hacer sufrir a los proletarios pero no tanto, por favor! — y que no suscitó más que un alzamiento de hombros. Los proletarios no deben esperar la piedad o la conmiseración de los capitalistas y de sus sirvientes, sino solo golpes; estos golpes pueden sin duda ser más o menos brutales, pero esto no es sino una diferencia de gradación debida a una diferencia de método: el método reformista es más suave porque evita en la medida de lo posible que estallen enfrentamientos sociales. Pero cuando los intereses burgueses son demasiado urgentes, el método reformista toma rápidamente la vía de los diktats y, cuando los enfrentamientos se desbordan, la vía de la violencia y la represión: Tsipras no es sino el enésimo ejemplo.

El «plan de rescate» concluido en Bruselas, con todos los sacrificios que este impone, no solo a los proletarios y a las masas (aumento de la edad de jubilación hasta 67 años para algunos, reducción de las pensiones para los funcionarios del Estado, nuevos recortes sociales, aumento de los precios y de los impuestos, etc.) sino también a ciertas capas de la pequeña y mediana burguesía, con las restricciones de soberanía impuestas al Estado griego (suscitando gran escándalo de parte de los nacionalistas de «extrema-izquierda»), no resolverá los problemas que afronta el capitalismo heleno; para numerosos economistas, las medidas impuestas van por el contrario a agravar la situación, acentuando la depresión económica que viene sufriendo el país desde hace varios años. Es en todo caso la opinión del FMI, que luego de haber apoyado con todo su peso para que Atenas aceptara las condiciones impuestas por Bruselas, estimaba en un informe publicado el pasado 14 de julio, pero conocido por los responsables europeos, que dicho plan no era viable si los Estados europeos no aceptaban rebajar o anular la deuda griega — ¡lo que fue rechazado obstinadamente! Nuevas crisis, pues, son inevitables y nuevas medidas anti-obreras también...

La crisis griega no es sino la manifestación extrema de la crisis general del capitalismo en Europa y en el mundo; es por ello que la alternativa, igualmente burguesa, de una salida de la zona euro y/o de la Unión Europea no puede ser una solución para los proletarios. Y lo que es posible para un Estado imperialista fuerte como la Gran Bretaña: fundar su prosperidad sobre una moneda independiente y pensar en quitar la UE, no lo es para el débil capitalismo heleno; las implacables leyes del mercado capitalista donde, en tiempos de crisis, no sobreviven sino los más fuertes, se aplicarían a este tal vez con mucha más violencia si abandona la alianza capitalista llamada Unión Europea. El capitalismo griego, privado o estatal, deberá sustraer plusvalía todavía más ferozmente a sus proletarios en nombre de la defensa de la patria, en realidad para resistir a sus competidores en el mercado mundial.

 

¡POR LA REANUDACIÓN DE LA LUCHA DE CLASE, POR LA CONSTITUCIÓN DEL PARTIDO DE CLASE INTERNACIONAL!

 

Para los proletarios no hay otra solución que romper con la colaboración de clase y con todos los partidos y sindicatos que la respaldan y tomar la vía de la lucha de clase anticapitalista. No es posible enfrentar y vencer a los capitalistas y su Estado sino por medio de la lucha abierta, adoptando los métodos, medios y fines de clase:

Defensa intransigente de los solos intereses proletarios, organización independiente de clase, tanto en el plano de la lucha de defensa inmediata, como de la lucha general contra el capitalismo, constitución del partido político de clase, internacionalista e internacional, en ligazón con los proletarios de todos los países, para dirigir la lucha hasta la victoria revolucionaria.

Esta vía no es fácil, pero es la única realista, y los hechos han demostrado una vez más que la vía reformista y electoralista, colaboracionista y nacionalista, es una utopía mortífera, que no sirve sino a la burguesía.

 

18/7/2015

 


 

(1) http://www.rifondazione.it/primapagina/?p=18794

(2) Toma de posicion del 27/4/2015, www.pcint.org

(3) El ministro de Finanzas alemán respondía haciendo alusión a la situación de Puerto Rico. Este pequeño Estado caribeño, con estatus de «Estado asociado» a los Estados Unidos se encuentra también en quiebra, pero Washington rechaza toda ayuda.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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