Sobre la crisis prolongada de la clase proletaria y sobre las posibilidades de su reanudación (I)

 

(«El proletario»; N° 8; Octubre - noviembre - diciembre de 2016)

 

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Desde hace muchos años, tratando de la necesidad de una fuerte y duradera reanudación de la lucha de clase, debemos registrar forzosamente un terrible retroceso del proletariado sobre el terreno de la más elemental defensa de sus condiciones de vida y de trabajo.

En la Reunión General de diciembre de 1992, tratando de este tema y de las tareas de los comunistas, afirmábamos:

«En todo este periodo (de la derrota en los años veinte de la revolución comunista en Rusia y en el mundo) el proletariado ha tenido que afrontar sin partido marxista y sin organización inmediata clasista la segunda guerra mundial, ha tenido que hacerla, acabarla, reconstruir los países destruidos, sobre todo en Europa, pasar por la primera crisis verdaderamente simultánea de todos los países capitalistas avanzados; todo este periodo ha pesado sobre el proletariado de todo el mundo, y en particular sobre el proletariado de los países avanzados, como una enorme losa y ha representado un gigantesco repliegue de la clase proletaria internacional de las posiciones de clase, incluso de las más elementales. Es más, no se trata sólo de una losa que es necesario apartar para reanudar el camino, en realidad  es algo que forma parte de su organismo, es una poderosa intoxicación de democratismo, de colaboracionismo, de espíritu de participación y de interclasismo mezclada con la continua masacre en las fábricas, en las minas y en las miles de guerras que han continuado estallando en los años de una segunda postguerra mundial que se propalaban por parte de todos los gobiernos burgueses como los años de la paz, del progreso y del bienestar»

Por tanto la crisis del proletariado que aún hoy registramos tiene raíces lejanas y muy profundas. El proletariado ha sido privado por la contra revolución burguesa de sus organismos de lucha inmediata y de su partido de clase; la lucha entre clases, llevada al ápice de la tensión y del enfrentamiento de todas las fuerzas sociales, no admite pausa, no admite equilibrios permanentes, no admite ausencia de poder o largos periodos de «doble poder» (poder proletario en una parte del mundo y poder burgués en la restante) Por ello, la victoria de la revolución comunista en los países en los cuales el proletariado conquista el poder comporta la privación total del poder político para la burguesía, la destrucción de sus organizaciones políticas y económicas, el ejercicio dictatorial por parte de la clase proletaria sobre las clases burguesas y pequeño burguesas con el objetivo de impedir la reorganización y la posibilidad de que se restaure el poder burgués. Y esto con la perspectiva de extender a nivel mundial la victoria  revolucionaria proletaria; por lo tanto, utilizando el poder proletario y comunista conquistado ya en uno o algunos países para reforzar y estimular la lucha revolucionaria del proletariado en todos los demás países que aún se encuentren bajo el poder burgués.

¿Por qué, en cualquier caso, la clase burguesa, una vez reconquistado el poder político después del periodo de la revolución bolchevique, debería haberse comportado de manera diferente? La contra revolución burguesa –como recordaba Marx después de las insurrecciones proletarias de 1848 en París, Viena o Milán- manifestó una mastodóntica sed de venganza y de revancha que fue llamada canibalismo contra revolucionario a través del cual la clase burguesa intenta extirpar de las mentes y de los corazones de las generaciones proletarias futuras aún sólo la idea de rebelarse contra su poder dictatorial, político y económico.

La derrota del movimiento revolucionario del proletariado internacional en los años ´20 del siglo XX, ha tenido una característica que en las derrotas precedentes –la de 1848 que acabamos de recordar y la Comuna de París en 1871- no tenían. La característica es esta: el proletariado ha sido abatido no sólo por las fuerzas abierta y declaradamente burguesas y anti comunistas (las burguesías dominantes de los grandes países europeos y de América en primer lugar), sino también por la acción contemporánea de las fuerzas oportunistas crecidas y desarrolladas en el interior mismo de las filas proletarias y del poder proletario en Rusia. Sin esta mortífera combinación, el proletariado ruso, europeo e internacional no habría sido derrotado fácilmente.

El estalinismo, es decir la forma concreta de la contra revolución burguesa bajo los falsos ropajes del socialismo en un solo país, fue el as en la manga de la burguesía internacional. A través de la política y la acción del estalinismo, la burguesía no sólo y no tanto «rusa», sino internacional, se tomó una formidable revancha en el enfrentamiento con el proletariado que le había vencido no sólo en Moscú y en Petrogrado tirando al basurero de la historia al Zar y a Kerensky juntos, sino sobre todo en los tres larguísimos años de guerra civil en los cuales los ejércitos blancos sostenidos por los más potentes países capitalistas del mundo fueron completamente desbaratados.

A través del estalinismo, y sucesivamente a través de sus múltiples variantes, la burguesía internacional dio razón de su enemigo histórico, el proletariado. Vencido en Alemania, Polonia, Hungría, Francia, Rumanía, Italia, Inglaterra y China, el proletariado debía ser vencido en el principal bastión anti burgués y anti capitalista erigido por la revolución comunista: en Rusia. Y es en el enfrentamiento con el proletariado ruso, en particular, cuando el canibalismo contra revolucionario burgués se desfogó con particular ferocidad. Centenares de miles de proletarios bolcheviques sufrieron una diezma sistemática. Quitadas de en medio, junto con muchos jefes bolcheviques en las famosas purgas estalinianas, las mejores fuerzas proletarias que la revolución proletaria había manifestado; desfigurado y trastocado completamente aquel partido bolchevique que había sido capaz de dirigir la revolución victoriosa y la primera, verdadera y declarada dictadura proletaria del mundo, y que había sido capaz de representar a través de la Internacional Comunista una guía segura del proletariado internacional; desviados y desnaturalizados los partidos comunistas que más sólidamente habían asimilado las enseñanzas de la revolución bolchevique y del movimiento comunista internacional como por ejemplo el Partido comunista de Italia; machacado en el torno de las fuerzas burguesas reaccionarias como los proletarios de Canton y de Shangai a los cuales además se les canceló su propio partido comunista fundiéndolo forzadamente en el burguesísimo Kuomintang; a los proletarios de todo el mundo no les quedó más remedido que sufrir la más desastrosa de las derrotas.

La luz que representaba la Rusia bolchevique, la Internacional Comunista, la lucha revolucionaria en todo el mundo, fue completamente oscurecida por la contra revolución estaliniana. De una derrota de estas dimensiones, el proletariado no podía rehacerse fácilmente. La clase burguesa dominante ha obtenido un gran resultado histórico: hundido en el abismo de la esclavitud salarial y social, privado de cualquier organización clasista, masacrado sistemáticamente en las luchas sociales y en las guerras burguesas, el proletariado no tendría, durante varias generaciones, la posibilidad de reorganizarse y de reanudar el camino de su lucha revolucionaria.

Esta derrota histórica es la causa principal del retroceso del proletariado incluso sobre el terreno de la defensa elemental de las condiciones de vida y de trabajo.

 

LA CONTRA REVOLUCIÓN BURGUESA NO SE ACABÓ CON LA DESTRUCCIÓN DE LA PRIMERA DICTADURA PROLETARIA EN RUSIA; DEBÍA TRANSFORMAR A LOS PROLETARIOS EN ESCLAVOS SATISFECHOS CON SU PROPIA ESCLAVITUD.

 

Pero a la clase burguesa no le basta con derrotar al proletariado en el campo económico y en el terreno de las relaciones de fuerza sociales. El capitalista tiene la necesidad de la fuerza de trabajo proletaria, porque sólo de su explotación obtiene el plusvalor, es decir, sus beneficios; y ha sacado una lección de la historia de su dominio social: los proletarios pueden ser explotados mucho más intensamente, y con menos costes sociales, si se les implica en forma de participación democrática en la «gestión» del trabajo, en la «gestión» de la cosa pública. En la medida en la cual la riqueza acumulada por la explotación del trabajo asalariado permite a la burguesía destinar al proletariado, o a sus estratos, algunas «garantías» sociales y de mejoras económicas, se constituyen las bases materiales necesarias para sostener una política reformista en los enfrentamientos del proletariado; por lo tanto una política que tiende a hacer vivir en el proletariado un sentimiento de «pertenencia» a un mecanismo social del cual no sólo se beneficiarían los capitalistas, sino también los proletarios.

Y el fascismo «enseña» a los capitalistas y a la democracia –una vez liquidada cualquier tentativa revolucionaria del proletariado- a utilizar sistemáticamente y a nivel estatal toda una serie de «garantías» sociales y de mejoras económicas a través de las cuales atraer al campo burgués, en defensa de los intereses burgueses, las fuerzas del proletariado. Los amortiguadores sociales –indemnizaciones de varias clases, seguridad social, asignaciones familiares, pensiones, etc.- fueron introducidos por el fascismo con el fin de disponer de las fuerzas del proletariado, tanto en la paz como en la guerra, según las exigencias del capitalismo nacional.

De aquí nace una experiencia: la burguesía democrática heredará del fascismo esta política reformista y la ampliará notablemente –a veces bajo la presión  de las masas proletarias que, dándose cuenta del hecho de que la clase dominante está dispuesta, de cualquier manera, a conceder algunas cosas, luchan para obtener mejoras ulteriores- dado que con la guerra y en la postguerra el esfuerzo exigido al proletariado fue enorme. Pero, caído el fascismo, con cuyo método de gobierno era la propia clase burguesa quien administraba directamente las relaciones con el proletariado, si bien a través del sindicato fascista- por otro lado, único y obligatorio- la burguesía democrática debía utilizar el método reformista con formas de intermediación que se asemejasen lo máximo posible a la subdivisión de las tareas y a las diferencias de intereses. Eliminado el partido burgués único, y eliminado el sindicato único y obligatorio, la democracia post fascista permitía renovar la vieja ilusión, según la cual todo estrato social, y toda clase social, cree poder tener a su disposición los mismos instrumentos de defensa de sus propios intereses en un contexto social en el cual el Estado pasa por ser un ente por encima de las clases, un árbitro neutral al cual se pide que dirima todas las posibles controversias y todos los posibles conflictos sociales. La democracia, si ayer representaba el mejor terreno de instrucción para el oportunismo clásico de bernsteniana y turatiana memoria, desde la segunda postguerra en adelante representa el mejor terreno de instrucción para el colaboracionismo sindical y político. Muchos partidos, diversos sindicatos, legalmente reconocidos; libertad de asociación, de reunión, de manifestación de ideas e intereses; por lo tanto la democracia, por lo tanto el terreno sobre el cual crece en abundancia la mistificación de la igualdad en los derechos, de la libertad personal, de las mismas posibilidades económicas y culturales para todos. Por lo tanto el terreno que facilita la captura ideológica y práctica del proletariado frente a la conciliación entre clases.

¿Cuál es la diferencia entre el oportunismo de ayer y el colaboracionismo de hoy?

El oportunismo de ayer –de los vértices sindicales de la CGL y del Partido Socialista Italiano, para dar un ejemplo- era una política que afectaba a las organizaciones proletarias desde el exterior, por parte de la burguesía. El colaboracionismo de hoy –no sólo de los vértices, sino de todo el aparato de los sindicatos y de los partidos que se hacen llamar «obreros»- es la política reformista burguesa vestida de política reformista obrera. Es por esto que a los sindicatos de la segunda postguerra los llamamos tricolores5 (mientras que los sindicatos de la primera postguerra eran aún sindicatos de clase, sólo con los vértices corruptos y oportunistas), y es por esto que a los partidos comunistas estalinistas los llamamos partidos nacional comunistas, mientras los partidos socialistas de la primera postguerra de cuyas escisiones nacieron los partidos comunistas revolucionarios eran partidos obreros burgueses, partidos oportunistas, según la definición que dio Lenin.

El colaboracionismo nace directamente de la democracia burguesa de la época del imperialismo como obrera de las fuerzas de la democracia burguesa, como el intento de organizar a las masas proletarias con el objetivo de impedir que se doten de organizaciones clasistas, independientes del patronato, del Estado burgués, de las diversas fuerzas de conservación burguesas.

El proletariado, después de su derrota revolucionaria, cae inevitablemente en las redes del oportunismo- que, desde la teoría estaliniana el socialismo en un solo país, será conocido como estalinismo- y este tiene la tarea no sólo de plegarlo a las exigencias de cualquier capitalismo nacional (en Rusia a las exigencias del desarrollo capitalista de un gran país atrasado, en los países europeos y en América a las exigencia de cualquier país capitalista e imperialista en la lucha de competencia dentro del mercado internacional) y de prepararlo para la sucesiva guerra mundial. El proletariado de cualquier país, en fin, intoxicado por la propaganda nacionalista que cualquier burguesía defenderá con argumentos quizá muy diferentes (el fascismo y el nacismo contra las «plutocracias democráticas» que quieren sofocar sus veleidades imperiales, el estalinismo contra el fascismo y el nazismo considerados como un «paso atrás» en la historia, las democracias occidentales contra el fascismo y el nazismo considerados «malvados en cuanto dictadura») será llevado a la participación en la Segunda Guerra Mundial sin que hubiese la menor posibilidad de oponerse a ello de manera organizada. Y en particular la resistencia partisana, la resistencia antifascista de las fuerzas democráticas, desviará completamente, en Italia, Francia, Grecia, Yugoslavia, al proletariado sobre el frente de la defensa activa de los intereses de las fracciones burguesas que se predisponían a ocupar el puesto en sustitución de las fracciones burguesas comprometidas con el fascismo y el nazismo.

El oportunismo estaliniano, por lo tanto, prepara al proletariado para hacerse matar en la guerra imperialista con el único objetivo de hacer vencer una alianza entre burguesías contra una alianza entre burguesías adversarias sobre el terreno del dominio imperialista del mundo. Ningún interés proletario puede descubrirse en la guerra imperialista; ningún interés proletario puede descubrirse en la defensa de los regímenes democráticos contra los regímenes abiertamente dictatoriales, como los fascistas, y viceversa. En juego estaban únicamente los intereses burgueses que buscaban una solución para sus enfrentamientos interimperialistas en una nueva partición del mundo. Los proletarios de todos los países, por enésima vez, debieron ser carne de cañón de los útiles guardianes del nuevo orden democrático e imperialista que nació de la guerra; dispuestos a hacerse explotar bestialmente en el periodo de reconstrucción post-bélica bajo aquel régimen democrático que hubiesen contribuido a hacer vencer.

Con el fin de la guerra imperialista, el oportunismo estaliniano deja el campo al colaboracionismo democrático e interclasista, no sólo a nivel sindical sino también a nivel político. La democracia post-fascista, que del fascismo hereda en realidad un reformismo burgués practicado y eficaz y la política de la intervención estatal en le economía, dará lugar a las nuevas organizaciones sindicales y los nuevos partidos «comunistas» que no se avergonzarán de administrar los intereses nacionales, por cuenta de las fracciones burguesas victoriosas, aún desde las poltronas gubernativas. Los partidos y los sindicatos tricolores, mistificando palabras, tesis, actitudes, semblantes, proletarias y comunistas, iniciando así su larga (y preciosísima para el capital) obra de intoxicación democrática y colaboracionista del proletariado.

 

LA DEMOCRACIA ES EL MEJOR AMBIENTE PARA LA LUCHA DE LA CLASE BURGUESA CONTRA LA CLASE PROLETARIA.

 

Es exactamente esta larguísima y profunda intoxicación de colaboracionismo e interclasismo la que ha impedido  la que ha impedido cada vez más al proletariado, sobre todo al de los países avanzados, reaccionar con métodos y medios clasistas en defensa de sus condiciones de vida y de trabajo y a la sistemática serie de medidas anti obreras que, en particular desde la crisis general del capitalismo mundial de 1975 en adelante, han caracterizado la política de cualquier gobierno burgués, en todos los países.

¿En qué consiste el colaboracionismo, el interclasismo?

Esta es una política que la clase burguesa dominante adopta en los enfrentamientos con el proletariado con el fin de hacer pasar la idea de que el proletariado tiene todo el interés en defender intereses «comunes» entre capitalistas y obreros, como por ejemplo: defendiendo la competitividad de las mercancías producidas en las distintas empresas los proletarios defienden a la vez su puesto de trabajo; defendiendo su propio puesto de trabajo en las diversas empresas los proletarios defienden a la vez, si bien con una capacidad adquisitiva inferior, su propio salario; defendiendo la economía nacional y en particular su buena marcha respecto a la competencia internacional, los proletarios defienden su propio nivel de vida, sus conquistas sociales, ventajas adquiridas en términos de pensiones, sanidad, servicios sociales, etc.

La burguesía parte del concepto según el cual es el capital el que crea el trabajo, de que permite a millones de proletarios vivir gracias al hecho de ser empleados en las empresas capitalistas. Y acompaña este concepto con otro, según el cual el mercado –es decir, el encuentro entre capitalistas competidores- es el factor decisivo en cualquier cuestión económica, social, política, militar, cultural o ambiental. Por ello las exigencias del capital, las exigencias del mercado, deben primar sobre cualquier otra exigencia.

Es del todo obvio que la burguesía razona según estos criterios. Ella representa exactamente los intereses de la clase social que posee los capitales, los administra, los cambia, los gasta, los destruye, los vuelve a acumular. La sociedad levantada sobre el modo de producción capitalista –y el marxismo le ha llamado así no en honor a la clase burguesa que en la primera mitad del siglo XVIII era en buena parte aún revolucionaria, sino porque , tratándose del modo de producción social que sustituye, destruyéndolos, a los modos de producción feudal, asiático, de economía natural que todavía gobernaban la economía de la mayor parte del mundo, se impuso en el mundo a través de la esa extraordinaria fuerza económica y social que es precisamente el capital- es en realidad una sociedad aún dividida en clases sociales, antagonistas creadas precisamente por el modo de producción capitalista según el cual la humanidad está subdividida entre aquellos que poseen capital y que, por lo tanto, pueden emplear fuerza de trabajo asalariada a la que extorsionar el plusvalor y aquellos que poseen exclusivamente la fuerza de trabajo que el capital emplea en las empresas por un salario que corresponde no al valor total de las mercancías producidas y de la fuerza empleada para producirlas, sino sólo al valor de la reproducción de la fuerza de trabajo empleada para producirla, un valor por lo tanto inferior a aquel que corresponde al tiempo de trabajo utilizado efectivamente.

La burguesía, que como clase nunca hubiera podido vencer por sí misma de manera definitiva a las clases aristocráticas que controlaban a las inmensas masas de campesinos, debía utilizar para su causa a las otras clases subalternas, en particular los campesinos y los proletarios. La concepción democrática de libertad, igualdad, de fraternidad sirvió para capturar ideológicamente a las masas campesinas y proletarias para la causa de la revolución burguesa que, por otra parte, quitaba de en medio todo el peso de los privilegios de la monarquía, de las clases aristocráticas y del clero, que pesaban enormemente sobre las espaldas del pueblo no sólo en términos de impuestos sino también en términos de obligaciones y de vínculos personales particularmente insoportables. Por lo tanto, sobre la base de un progreso económico ya logrado a través de las tiendas y la manufactura en las cuales era necesario emplear mano de obra cada vez más numerosa, la burguesía, por su interés de clase bien concreto, alzaba la bandera de la libertad y de la igualdad. En realidad: libertad de comercio, libertad de explotar sin límites, de día y de noche, a masas cada vez más numerosas de campesinos proletarizados; libertad de comprar y de vender la tierra (otro medio de producción de grandísima importancia), posibilidades iguales para todo burgués para desarrollar su propia actividad; posibilidades iguales para todo proletario de hacerse explotar en esta o aquella empresa burguesa; iguales posibilidades para cualquier campesino de llevar al mercado los productos de su cultivo. Libertad de desarrollar la ciencia y la técnica quitándoles el monopolio al clero; libertad de acumular y de prestar dinero; libertad de acumular riquezas, de producir y de vender cualquier mercancía; libertad de emplear en sus oficios y en sus establecimientos a personas provenientes de cualquier parte del país o de otros países. El capitalismo se abría de esta manera todas las vías posibles para desarrollarse a nivel planetario.

 De esta manera, el progreso económico, el progreso técnico y científico, el progreso cultural, la libertad de circulación de las mercancías y de las personas, se identificaron con la burguesía, con la clase que poseía los capitales necesarios para desarrollar la economía y, por lo tanto, la sociedad le miraba de manera nunca imaginada en sociedades precedentes. La democracia, en la cual se condensa en general el concepto burgués de libertad, de igualdad y de fraternidad, responde de manera formidable a la función de unión entre los posesores de capital y los posesores de fuerza de trabajo, es decir, entre capitalistas y proletarios. A través de la democracia, es decir, a través de la mistificación de la «libertad», de la «igualdad» y de la «fraternidad», la clase burguesa ha transferido a las clases subalternas, los campesinos y los proletarios, la idea de que es el mercado –es decir, el lugar donde potencialmente todos pueden cambiar cualquier cosa, según sus propias posibilidades, sus propias exigencias o sus propios intereses- donde se pueden realizar en la práctica la libertad, la igualdad, la fraternidad de cualquiera hacia los otros. Es a esta concepción de fondo a la que se refieren necesariamente todos aquellos que colocan en primer plano las exigencias «comunes» entre capitalistas y proletarios, entre explotadores y explotados, todos aquellos que sostienen la prioridad de la conciliación entre las clases sociales, de la colaboración entre la diversas «partes» sociales, en suma aquello que nosotros llamamos interclasismo.

La burguesía, después de ser forzada a admitir que en su sociedad existían aún clases contrapuestas, en lucha entre ellas por intereses contrapuestos, no tenía ninguna posibilidad de sacar todas las consecuencias de las contradicciones fundamentales del modo de producción capitalista sobre el cual se levanta su dominio social. Estas consecuencias las sacó Marx, que no se limitó a «describir» el capitalismo y su modo de producción sino que lo analizó siempre en función de su necesaria e inevitable superación histórica.

La burguesía ha descubierto y ha encontrado la confirmación, en el curso de más de dos siglos de su dominio de clase, que la democracia –es decir la mistificación de la igualdad social y de la libertad individual- ha sido en general el método de gobierno más eficaz, además de ser el mejor vehículo de intoxicación colaboracionista jamás hallado. Con esto no decimos que la burguesía aborrezca los métodos de violencia abierta y declarada, del terrorismo de Estado, de los métodos de dictadura de clase declarada. Afirmamos que el uso de la mistificación de la democracia consiente a la burguesía dominante obtener durante larguísimos periodos de tiempo el consenso de las masas proletarias y campesinas, en una lucha que la opone a la clase proletaria en particular, pero que la clase obrera percibe de manera menos neta, menos clara, menos evidente.

La imposición a través del puño de hierro, con métodos dictatoriales que no dejan espacio a la «confrontación», a la «libre circulación de ideas», a la «libertad de elección» en el mercado de las vastas ofertas de mercancías de cualquier tipo, contrasta con todo entramado ideológico y propagandístico burgués, utilizado desde su aparición en el proscenio de la historia en la revolución anti feudal. Estos son fantasmas de los cuales la burguesía no logrará jamás deshacerse del todo. Pero si debiese hacer una simple contabilización razonada entre «entradas» y «salidas», la burguesía no puede sino escribir en la columna del método democrático una puntuación mucho más alta que en la otra columna, la del método dictatorial abierto o fascista; el proletariado, por su parte, ha sido explotado mucho más intensamente y con menos problemas de orden social en los periodos de democracia que en aquellos periodos de fascismo o de dictadura militar.

Método democrático o método dictatorial abierto, es la respuesta que la burguesía da, según las situaciones y las relaciones de fuerza entre proletarios y burgueses, a los antagonismos sociales existentes y al nivel de sus tensiones. Y nunca ha existido democracia en la cual la burguesía dominante no ejerciese de manera mucho más eficaz la coerción y la represión. Democracia, en fin, no significa ausencia de violencia estatal en los enfrentamientos con el proletariado, pero es más una violencia con la que se amenaza que una violencia ejercida, pero tiene gran eficacia igualmente.

El límite que la burguesía dominante acepta más voluntariamente en la tensión social que la lucha entre las clases produce, es el límite dentro  del cual esta logra controlar lo suficiente a la clase proletaria de manera que puede extraer de su trabajo asalariado las mayores cuotas de plusvalor posibles. Es sobre todo frente a serias amenazas sociales por parte del proletariado organizado y en lucha sobre el terreno de la lucha de clase revolucionaria que la burguesía predispone el paso del método democrático al abiertamente dictatorial. Pero, en tanto le sea posible, la burguesía buscará siempre utilizar lo mejor posible todas las armas que la democracia le permite, del electoralismo al colaboracionismo político y sindical por parte de aquellos partidos y sindicatos que pueden utilizar la influencia que tienen sobre el proletariado para la defensa de los intereses burgueses, en tiempo de paz como en tiempo de guerra.

Porque, para la burguesía, el problema del control del proletariado siempre permanece abierto.

La historia de la lucha entre las clases, la historia de las revoluciones y de las contra revoluciones, ha enseñado algunas cosas a la burguesía. Por ejemplo, le ha enseñado que no puede permitirse el lujo de creer haber vencido sobre el proletariado y sobre su posible renacimiento revolucionario sólo por haberlo aplastado en la contra revolución victoriosa. Por esto, utilizando la experiencia internacional, cualquier burguesía nacional tiende a prepararse de la manera más eficaz contra cualquier posible sublevación del proletariado como fuerza en sí misma. Y tiende sobre todo a afinar todos los métodos y medios posibles que la democracia pone a su disposición para llevar al proletariado a su lado o, por lo menos, para neutralizar a los estratos más combativos. Sus métodos preferidos son las armas de la corrupción económica, social y moral.

¿Por qué?

Más de setenta años de interclasismo, de oportunismo, de colaboracionismo, de los años ´20 a hoy, han demostrado que la corrupción democrática es particularmente eficaz. Desde la victoria contra revolucionaria sobre el Octubre bolchevique y sobre las tentativas revolucionarias en Alemania, en Polonia y en Hungría hasta hoy, el proletariado internacionalmente no ha logrado reconquistar el terreno de la lucha revolucionaria al mismo nivel. De hecho, década tras década, el proletariado ha perdido cada vez más terreno, y en la medida en la cual se hacía influenciar por el oportunismo estalinista, y después maoísta, y después guevarista, y después siempre por el puro colaboracionismo, el proletariado se colocaba cada vez más en el atraso político y social hasta devenir una gran e indiferenciada masa de maniobra: cada vez más carne de cañón, cada vez más fuerza de trabajo esclavizada en las fábricas-cárceles, cada vez menos capaz de resistir a las presiones continuas de los capitalistas, cada vez menos de reaccionar a los persistentes empeoramientos de las condiciones de vida y de trabajo.

Es una ley: cuanto más se somete el proletariado a las exigencias de los capitalistas, más le aplastan estos; cuanto más se repliegan los proletarios en su propia individualidad, más libres tienen las manos los patrones y aumenta su arrogancia disponiendo de la vida de los proletarios como quieren.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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