Flint (Michigan, USA)

El verdadero veneno es el capitalismo

El antídoto, su destrucción

 

(«El proletario»; N° 10; Abril - mayo - junio de 2016)

 

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Los 125 000 habitantes de la ciudad de Flint - cuna del gigante del automóvil, General Motors - han sido golpeados por una enorme catástrofe sanitaria, ligada a la contaminación del agua potable. En esta ciudad obrera, mayoritariamente negra y fuertemente golpeada por el desempleo (40%), desde hace más de dos años, miles de proletarios han sido intoxicados por el plomo presente en el agua.

 Durante meses, numerosos habitantes se quejaban de vómitos, erupciones en la piel o pérdida del cabello. 87 casos de legionela - con diez casos mortales - han sido registrados. Más del 15% de los niños presentan una tasa elevada de plomo en sus venas. Las consecuencias de esta catástrofe – todavía insuficientemente identificadas - son bastante numerosas e irreversibles: desarrollo cerebral y óseo retardados, baja del cociente intelectual, falta de concentración, dolores de cabeza y estómago, deficiencia renal, constipación, debilidad muscular, efectos tóxicos en el aparato reproductor, hipertensión...

 ¿Quién es el responsable de este envenenamiento masivo? ¿Al Qaeda? ¿ISIS?

 ¡No! ¡Es simplemente el reino bárbaro del capital en la primera potencia mundial!

 Los proletarios han sido víctimas de la voluntad del municipio de bajar los costos de suministro en agua. Las autoridades municipales no hallan otra solución que dejar de comprar el agua a la ciudad de Detroit y bombearla directamente desde el rio local.

 Enseguida, los habitantes se inquietan por el color y el sabor del agua que sale del grifo. General Motors (GM) rápidamente deja de utilizar esta agua para su factoría local en vista de la corrosión que provoca en las autopartes. Además, el agua atacaba las canalizaciones que irán a desparramar el plomo en el agua «potable».

 Como buenos burgueses, los dirigentes de la ciudad tienen una idea maravillosa: ¡hervir el agua antes de consumirla! Han tenido menos consideraciones con los proletarios que GM por sus piezas de automóvil.

 Luego de tres años de refutaciones, las autoridades locales y nacionales reconocen que el agua era dañina para la salud de los habitantes. El presidente Obama otorga una ayuda federal de 5 millones de dólares, es decir, menos que el costo de aprovisionamiento de agua en botella a la población durante 20 días.

 No bastaba, pues, que los proletarios de Flint fueran envenenados, sino que ahora deben arreglárselas para obtener el agua aportada por el Estado o la Cruz Roja (para los que tienen suerte) o consagrar una parte de sus magros ingresos para comprarla al por menor.

 El verdadero culpable en este caso, al que obedecen en cuerpo y alma aquellos que decidieron distribuir el agua contaminada, el verdadero genio del mal, presto a envenenar, contaminar, masacrar con tal de que el beneficio sea suficiente, es el capitalismo

 Este modo de producción hace correr de manera creciente los más graves peligros a la especie humana, tal como ya lo enunciaba Karl Marx: 

«¡Después de mí el diluvio!, es la divisa de todo capitalista y de toda nación de capitalistas. El capital, por consiguiente, no tiene en cuenta la salud y la duración de la vida del obrero, salvo cuando la sociedad lo obliga a tomarlas en consideración. Al reclamo contra la atrofia física y espiritual, contra la muerte prematura y el tormento del trabajo excesivo, responde el capital: ¿Habría de atormentarnos ese tormento, cuando acrecienta nuestro placer (la ganancia)?. Pero en líneas generales esto tampoco depende de la buena o mala voluntad del capitalista individual. La libre competencia impone las leyes inmanentes de la producción capitalista, frente al capitalista individual, como ley exterior coercitiva.» (1)

Por tanto es absurdo y finalmente criminal reivindicar un capitalismo «limpio» y no contaminante, tanto como reivindicación sin explotación, sin miseria, sin opresión, sin guerras... Hasta que desaparezca, el capitalismo explotará y oprimirá a los hombres, devastará la naturaleza, así como degradará la salud y el bienestar de los seres humanos.

 Por este crimen como por todos aquellos calificados como catástrofes naturales, el capitalismo es culpable. Es a éste a quien hay que acusar, sobre todo combatirlo sin vacilar. Con cada vez más urgencia se impone la necesidad de su destrucción. Es con este modo de producción que hay que acabar. Y para destruirlo, es necesario que el proletariado rompa toda solidaridad con el capital y sus órganos y retorne a la lucha de clase.

 Esto vale para la lucha económica, pero también para la lucha contra la polución. Ella forma parte integrante de la causa comunista por la emancipación del género humano. Los revolucionarios deben intervenir sobre este terreno para que la lucha se alce, más allá de una movilización contra los efectos de la polución, al nivel de un combate contra sus  causas verdaderas que residen en el capitalismo.

 


 

(1)   El Capital, Tomo I, III° sección: la producción del plusvalor absoluto, Capitulo VIII: La jornada laboral.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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