El  principio democrático

(«El proletario»; N° 10; Abril - mayo - junio de 2016)

 

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La crítica de tal proposición [del sistema de consulta y mayorías para organizar la jerarquía, NdelT] debe ser mucho más severa cuando se propone su aplicación al conjunto de la sociedad actual, o a ciertas naciones, que cuando se trata de introducirla en el seno de organizaciones mucho más restringidas como los sindicatos proletarios y los partidos.

En el primer caso, debe ser rechazada sin más porque está planteada en el vacío, sin tener en cuenta para nada la situación económica de los individuos, y con la pretensión que el sistema es intrínsecamente perfecto, independientemente de la consideración de los desarrollos evolutivos que atraviesa la colectividad sobre la cual está aplicada.

La división de la sociedad en clases netamente distintas - como resultado de los privilegios económicos - quita todo valor a una opinión mayoritaria. Nuestra crítica refuta la pretensión engañosa que el mecanismo del Estado democrático y parlamentario nacido de las constituciones liberales modernas hace de él una organización de todos los ciudadanos en el interés de todos los ciudadanos. Existiendo intereses opuestos y conflictos de clase no es posible una unidad de organización; y el Estado, a pesar de la apariencia exterior de la soberanía popular, continúa siendo el órgano de la clase económicamente dominante y el instrumento de la defensa de sus intereses. A pesar de la aplicación del sistema democrático a la representación política, nosotros vemos la sociedad burguesa como un conjunto complejo de otros organismos unitarios, muchos de los cuales se agrupan en torno del potente organismo centralizado que es el Estado político, porque son aquéllos que surgen de los agrupamientos de las capas privilegiadas y que tienden a la conservación del aparato social actual; otros pueden ser indiferentes o mudar su orientación frente al Estado; otros finalmente, surgen del seno de las capas económicamente oprimidas y explotadas, y están dirigidas contra el Estado de clase. El comunismo demuestra por lo tanto que, mientras respecto a la economía persiste la división en clases,la formal aplicación jurídica y política del principio democrático y mayoritario a todos los ciudadanos no logra dar al Estado el carácter de una unidad organizativa de toda la sociedad o de toda la nación. La democracia política ha sido introducida con esta pretensión oficial; pero, en realidad, es adoptada como una forma que conviene al poder específico de la clase capitalista y a su pura y simple dictadura, con el propósito de conservar sus privilegios.

No es por lo tanto necesario insistir mucho en la demolición crítica del error que consiste en atribuir el mismo grado de independencia y de madurez al «voto» de cada elector -ya sea éste un trabajador consumido por el exceso de fatiga física o un rico sibarita, un sagaz capitán de industria o un desdichado proletario que ignora las razones y los remedios de sus estrecheces-, yendo a buscar de tanto en tanto por un largo período de tiempo el parecer de unos y otros, y pretendiendo que el ejercicio de estas funciones soberanas baste para asegurar la calma y la obediencia de todo aquel que se sentirá desollar y maltratar por las consecuencias de la política y de la administración estatal

De El Principio democrático, recogido en el volumen Partido y clase, disponible escribiendo a la dirección del periódico.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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