Sobre la crisis prolongada del proletariado y la posibilidad de remontarla (III)

(«El proletario»; N° 10; Abril - mayo - junio de 2016)

 

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Salir del engaño.

En el balance de la reunión de partido que recordábamos al inicio (ver partes I y II de este artículo en los números anteriores del periódico), escribíamos:

«El proletariado debía, y debe todavía, aprender, volver a aprender a luchar por sus propios intereses inmediatos porque ha perdido la experiencia viva, la capacidad, la memoria de cómo se lucha contra los patrones y su Estado, y ha perdido, sobre todo, la memoria de que toda lucha acaba pero que la organización de la lucha debe permanecer en pie.  La confianza de parte del proletariado en organizaciones consideradas obreras como son los sindicatos tricolores oficiales, y la delegación en partidos supuestamente obreros, pero en realidad ultraburgueses, como son los partidos oportunistas falsamente socialistas y comunistas, de la visión política y del esfuerzo político por obtener resultados útiles a la propia lucha y a la propia causa dentro de esta sociedad, han significado para el proletariado de los países industrializados, y con mayor razón para el de los países atrasados, una renuncia de hecho, una renuncia profunda de la lucha de clase en favor de la colaboración interclasista»

Es desde este nivel de profunda renuncia de la lucha de clase que el proletariado debe partir. No estamos diciendo renuncia de la lucha en general, sino de la lucha de clase. Son cosas bien distintas. Durante años los proletarios han luchado, han continuado luchando, resistiendo como podían a la presión y a la opresión del capitalismo. Pero durante años los proletarios han luchado bajo la dirección del colaboracionismo, que les ha conducido a luchar con medios y métodos de la lucha democrática, legalista, pacifista, que por principio no pone nunca en discusión los intereses de los capitalistas y de la clase burguesa en su conjunto, que por principio no pone nunca en primer y exclusivo lugar los intereses de los proletarios. Los objetivos inmediatos, por ejemplo los ligados a las renovaciones de los convenios, de sector o de empresa, estaban siempre inmersos en el caldo de la conciliación entre las clases, de la «comunidad» de intereses entre proletarios y capitalistas. Cada vez más los intereses inmediatos del proletariado han sido colocados en un segundo, tercer, cuarto o último plano, y cada vez más los intereses empresariales –por lo tanto los intereses de la patronal- han sido puestos, siempre, en primerísimo plano.

Las luchas obreras, precisamente porque se conducen sobre la vía del interclasismo, de la conciliación entre las clases, asumen de hecho una valencia anti proletaria; esto no quita que a través de ellas los proletarios no hayan llegado a obtener algunos resultados inmediatos: pero el gasto de energías y de sacrificios producidos para aquellos magros resultados era generalmente elevadísimo, hasta el punto de instalar entre los proletarios la idea de que con la lucha se perdía mucho más de lo que se podía ganar.

No sólo, por lo tanto, los objetivos de la lucha propuestos por los sindicatos tricolores, o por los partidos nacionalcomunistas, estaban fundamentalmente desviados de los intereses específicos del proletariado, sino que los mismos medios y métodos utilizados para lograr aquellos objetivos eran realmente descalificaban la misma lucha. Y por lo tanto en los casos en los cuales los sindicatos tricolores eran forzados a dirigir huelgas y luchas por la reacción decidida de grupos proletarios, esas mismas luchas no tenían ninguna posibilidad de convertirse en luchas de clase. El proletariado era, de esta manera, acostumbrado a un luchar, a delegar la organización, la conducción y la finalización de la lucha a los profesionales de los sindicatos tricolores, es decir a aquellos que tenían la función de hacer fracasar la lucha obrera tanto en lo que a sus objetivos se refiere como en lo relativo a los medios de presión para obtener satisfacción para las demandas planteadas.

El colaboracionismo estaba obteniendo su principal resultado: alejar al proletariado del uso consciente e inteligente del arma de la huelga, hacer nacer entre los proletarios el disgusto por las manifestaciones y los cortejos, difundir en el proletariado la idea de que la defensa de sus propios intereses no sólo debía ser interpretada como defensa individual, sino que debía ser delegada por completo a las organizaciones sindicales tricolores, únicas reconocidas y aceptadas, por otra parte, por el patronato y el Estado como interlocutores.

De esta manera, los proletarios han sido arrojados, cada vez más, al engaño del individualismo, de la soledad y de la debilidad en los enfrentamientos con el patrón y el Estado. Si en un tiempo los proletarios confiaban los unos en los otros y marchaban juntos a la lucha, ahora ha cundido la desconfianza entre ellos y se ven empujados a desinteresarse de aquello que le sucede a su compañero de trabajo más próximo. ¿Muere un obrero por los gases respirados en una cisterna, o triturado en uno de tantos engranajes, o cayendo de un andamio? Se continúa trabajando, como máximo se hará un minuto de paro… Hasta este punto ha sido reducido, por el oportunismo, el sentimiento de solidaridad que siempre ha distinguido a la clase obrera.

Sobre el terreno político, el colaboracionismo ha desarrollado una función paralela a la del colaboracionismo sindical. Ha continuado desarrollando la ilusión en el sistema democrático y parlamentario, contando con el hecho de que el proletariado –cada vez menos clase para sí y cada vez más clase para el capital- se fíe cada vez más de su Estado y de sus instituciones (prefectura y magistratura) como garante de los derechos de los trabajadores, tanto como lo es de los derechos de los empresarios, y delegue en los ayuntamientos, instituciones provinciales, regionales o centrales la solución de los problemas derivados de los enfrentamientos entre trabajadores y empresarios. Lo que no se resuelve a nivel empresarial, podría encontrar una sede «neutral» –la de la administración pública o la prefectura- en la cual los intereses «comunes» entre empresarios y trabajadores encontrarían la mejor solución.

Este engaño evidente, porque el Estado y sus instituciones no son nunca organismos neutrales por encima de las clases, sino que son expresiones precisas de los intereses de la clase dominante, perdura y echa raíces, pese a que miles de proletarios han verificado a través de su experiencia directa que no es otra cosa que una mentira. Pero, en ausencia de cualquier forma organizada de defensa clasista y proletaria, y en el perdurar durante décadas de la práctica colaboracionista, es «natural» que cada individuo-proletario, sólo contra el mundo, busque una ayuda o una protección  de las que se le ofrecen, junto a la contrapartida, por parte del colaboracionismo, del cura, del empresario mismo, del usurero o del mafioso.

La renuncia a la lucha de clase es provocada por una profunda resignación  frente al dominio inapelable de los patrones, frente al enorme peso que la burocracia ha asumido cada vez en mayor grado, frente a las continuas desilusiones que luchas impotentes no podían sino producir, frente a una serie interminable de pequeñas y de grandes derrotas sobre todos los terrenos: sobre el político y revolucionario, sobre el económico y de resistencia a la presión capitalista, sobre el de la organización de defensa y de la solidaridad obrera, sobre el de la más elemental defensa de las condiciones de vida y de trabajo.

El movimiento proletario, a nivel internacional, está muy atrasado respecto a los niveles alcanzados en los años de la revolución bolchevique y de la Internacional Comunista de Lenin. Ha perdido sustancialmente la capacidad de reaccionar ante el apabullamiento del capital aún sólo sobre el terreno de la mera defensa de la vida. Aturdido por la locura productiva del capital  y por la toxicidad de la democracia, por lo tanto completamente desorientado, se ha entregado sin combatir a sus verdugos, en las fábricas, en la vida cotidiana, en los campos de guerra. ¿Podrá salir de esta situación?

El futuro de la clase proletaria está en las manos de la propia clase proletaria.

Ninguna otra clase podrá jamás facilitarle la tarea de emanciparse del juego del trabajo asalariado. Del plusvalor y por lo tanto de la explotación del trabajo asalariado, todas las clases poseedoras existentes en la sociedad burguesa extraen sus privilegios y el motivo fundamental para defender con todos los medios la conservación de esta sociedad. Con la caída del poder burgués a causa de la victoria revolucionaria del proletariado, cada una de estas clases se precipitaría en la condición de sin reserva porque perdería, antes o después, la propiedad sobre los medios de producción y sobre la producción misma y cualquier posibilidad de acumular dinero o productos. La historia de la lucha entre las clases, y el ejemplo de la revolución victoriosa en Rusia, lo ha demostrado, ha hecho ver que las cosas serían de esta manera. Por ello, estas clases son histórica y necesariamente antiproletarias. Lo son de manera evidente y armada en el periodo revolucionario o bajo la dictadura abierta y declarada de la burguesía como en el fascismo; lo son de manera menos evidente y más insidiosa en el periodo de la expansión económica y de la democracia. Cuanto más difundida está la democracia, más posibilidades tienen las clases poseedoras de mistificar sus intereses y objetivos reales, induciendo al proletariado a no reconocer los antagonismos de clase que surgen de la misma realidad del modo de producción capitalista.

Dada la situación de fortísimo atraso en la cual se encuentra el proletariado, el occidental en particular, y su sumisión a la suerte que la competencia del mercado le reserva, es difícil imaginar cómo este mismo proletariado podrá retomar en sus manos su propio futuro cuando no es capaz de controlar ni siquiera su propio presente. Pero la historia de las clases está hecha por la historia de las generaciones; la historia del proletariado está hecha por las generaciones de proletarios que recorren el largo y arduo camino de la lucha de clase volviendo a comenzar desde el punto más bajo al cual le han relegado las derrotas. El engaño en el cual se ha precipitado el proletariado después de la derrota del asalto revolucionario de los años 1.917-1.927 es directamente proporcional al peligro de muerte que la clase burguesa internacional, en cuanto clase dominante sobre todo el planeta, sufrió en aquel decenio. Es cierto que el proletariado saldrá del engaño en el cual ha caído, como es cierto que la clase burguesa y su sociedad capitalista no durarán toda la eternidad.

 

(Continúa en el próximo número)

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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