Socialismo y feminismo

De «L’Avanguardia» del 27 octubre 1912. Firmado: Amadeo Bordiga

 

(«El proletario»; N° 10; Abril - mayo - junio de 2016)

 

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El movimiento feminista que se va afirmando merece la atención y el estudio de los socialistas. También en Italia asistimos a un despertar del movimiento femenino, y en el campo proletario este es dirigido por aquel grupo de valerosas compañeras que publica Defensa de las trabajadoras, periódico al cual todo verdadero socialista debe desear el mayor desarrollo y a cuya difusión todos debemos contribuir.

El conjunto de tendencias que se comprenden bajo el nombre de feminismo y que culmina en la aspiración al sufragio universal, no es la misma cosa que el movimiento entre las mujeres socialistas, que apenas se inicia ahora. Especialmente el principio de buscar partisanas por el voto de la mujer en cada partido político, sostenido por las feministas burguesas, no puede ser aceptado por los socialistas, porque representa un peligro de colaboración de clase y no puede por lo tanto conciliarse con los caracteres fundamentales del movimiento socialista. Nuestras compañeras de la Defensa no buscan pasar por «feministas», y con razón.

Pero esto no quiere decir que nos desinteresemos del feminismo, todo lo contrario. Hace falta sostener que la igualdad de los sexos es una parte esencial del programa socialista, que esta no podrá realizarse antes de la abolición de la propiedad individual y que el feminismo burgués se encuentra sobre una vía falsa que no podrá conducirlo a éxitos que salgan de la órbita de cualquier triunfo pasajero y mundano.

Revelando así el alma verdaderamente revolucionaria del feminismo, induciremos a los mejores elementos de este movimiento a venir a nosotros y a abandonar a aquella parte poco seria, constituida por señoras y señoritas, más o menos intelectuales, que querrían lograr el voto para las mujeres conquistando con sus tiernas sonrisas la mitad más uno de los 508 honorables que lo pueden conceder. Es necesario propagar en el ambiente femenino la tesis de que la reivindicación de la mujer no puede lograrse en una sociedad basada, como la actual, en la propiedad privada. Así una buena parte de mujeres cultas e inteligentes pertenecientes a ese medio que, en su elemento masculino deviene cada vez más antisocialista, podrán ser conquistadas por la propaganda revolucionaria y ser una ayuda preciosa para la organización del proletariado femenino.

Es necesario al mismo tiempo volver popular entre los socialistas la cuestión femenina, induciendo a los compañeros y a los organizados a desarrollar en el seno de las familias una activa propaganda para destruir en el proletariado socialista el prejuicio burgués y conservador de la inferioridad femenina.

Demostrar que la burguesía capitalista será siempre contraria al feminismo no es una tarea difícil. La clase que tiene el monopolio de los medios de producción lo conserva y lo transmite por medio de las sucesiones y de las herencias por línea masculina, y por lo tanto garantiza la continuación de su monopolio en medio de una serie de disposiciones jurídicas que representan una verdadera tiranía de sexo. En las clases poseedoras la familia tiene sólo el valor de medio de transmisión de la propiedad individual; es la empresa la que sofoca el hogar doméstico de romántica memoria, y la clase capitalista (que sabe suspender a tiempo las luchas internas de competencia cuando se trata de luchar contra un peligro común) ve con malos ojos las rarísimas empresas confiadas a las mujeres y las combate con disposiciones legales.

Por lo tanto la burguesía no aceptará nunca la colaboración de la mujer en la formulación de las leyes. Es cierto que algunas naciones han concedido ya el voto a la mujer, pero son casos limitados y excepciones. Por otra parte las mujeres quieren el voto no como fin último de su agitación, sino como medio de tener toda una legislación social en defensa de la mujer.

También la democracia más avanzada duda de lanzarse a este terreno. Cambiar el ordenamiento jurídico de la familia es peligroso para todo el edificio de la sociedad capitalista, y la democracia no es sino una actitud histórica de conservadores que se dicen evolucionistas para alejar la revolución, duda y promete poco para mantener nada. Llega al divorcio o poco más allá. Y el divorcio no atenúa sino muy poco la inferioridad jurídica y moral de la mujer.

La emancipación del sexo femenino no es una reforma lograble en el ámbito de las presentes instituciones, sino una conquista esencialmente revolucionaria. Solamente un partido verdaderamente subversivo, como el partido socialista, puede inscribirla en su bandera.

La tiranía masculina se basa sobre el hecho de que el varón no es responsable del fruto de las relaciones sexuales, no está obligado a mantener a la prole. Por esto la mujer que establece estas relaciones exige una garantía legal de la maternidad (matrimonio) o una cuota (digamos así) de seguro contra el riesgo de ser madre, y tenemos la prostitución. La fisonomía fundamental de los dos hechos es la misma, fuera de cualquier prejuicio moral, y se resuelve en una conclusión igualmente simple: en la sociedad actual, el amor se reduce esencialmente a una relación económica de compra-venta.

Marx demostró que el trabajo está sujeto como cualquier otra mercancía a las leyes de la oferta y de la demanda. Se podría desarrollar una teoría análoga sobre la mercancía-amor.

Y también en este campo se puede demostrar la existencia de una plusvalor, que representa la explotación del hombre sobre la mujer, análogo a aquel del capital sobre sus asalariados.

Un análisis detallado demostraría que ninguna forma de relación sexual puede escapar a estas leyes. Se nos puede decir vulgares, pero esto no anula nuestra objetividad.

El socialismo ha acabado ya con la «poesía» de quien quería disfrutar sin que llegase a sus narices delicadas el hedor que sale del basurero de los explotados. Y nosotros podremos decir a aquellos jóvenes sentimentales e intelectuales que nos acusarán de «cinismo» que ellos dirigen la mejor parte de su actividad precisamente hacia este noble fin: amar sin pagar. La causa por tanto de la inferioridad femenina se encuentra en la constitución económica de la sociedad.

Si pudiese existir realmente una ley acerca de la búsqueda de la paternidad, esta debería establecer, de  manera abstracta, este principio de derecho: los haberes de cada hombre se repartirán de manera igual a todas las mujeres con los cuales tenga relación para el mantenimiento de la prole. Una ley así señalaría el fin del capitalismo. Es absurdo que la burguesía la vote. Pero es posible que una democracia precavida la esconda en sus programas –junto a otras que la falta de espacio impide analizar- para desviar al movimiento femenino de la corriente revolucionaria.

Bien, nosotros decimos a todas las mujeres que sufren, traicionadas y engañadas por la prepotencia masculina, que no deben dejase llevar por caminos falsos. Como a los proletarios que esperan su rescate de las pequeñas reformas democráticas, nosotros decimos a nuestras compañeras: alzad los ojos, la luz de la redención está allí, en la gran conquista revolucionaria y no en otro sitio.

Guardaos de la democracia femenina que será no menos dañosa que el clericalismo femenino. La masonería trabaja ya en este campo, con intensidad insospechada, y hace proclamar sus discos fonográficos: civilización, progreso, libre pensamiento… Es una alarma que debe correr entre las filas socialistas para que la triste maniobra no tenga éxito.

Y para que no lo tenga, hace falta que nosotros trabajemos mucho más que ellos, por la verdadera, la buena, la sana propaganda entre las mujeres.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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