Nuestro partido nunca será virtual

 

(«El proletario»; N° 16; Enero - Mayo de 2018 )

 

Volver sumarios

 

 

A la hora de afrontar todos los aspectos de la vida práctica del partido, aquellos que se desarrollan sobre el terreno de la defensa de la doctrina marxista en todos los ámbitos del desarrollo social, pero también aquellos que tratan sobre problemas muy concretos como lo son el hecho organizativo que vincula a los militantes de nuestra corriente, la composición de la prensa y su distribución, la intervención sobre el terreno específico de la lucha proletaria inmediata en defensa de las condiciones de existencia de la clase obrera o la propaganda entre los elementos cercanos a nuestras posiciones, existe un criterio que ha sido, es y será siempre la clave de bóveda de nuestra orientación: toda cuestión que se plantea en el desarrollo de la vida de partido es, sobre todo, una cuestión política.

Esto significa que, por nimio que sea un problema que se debe afrontar en el marco de este desarrollo, no se encuentra determinado por la voluntad de los individuos o las organizaciones que toman parte en él sino por fortísimos condicionantes históricos que se identifican con aquellos que rigen la evolución de la sociedad capitalista. Como materialistas militantes, como defensores de la doctrina del materialismo histórico que coloca el motor de la historia en la lucha entre las diferentes clases sociales que han conformado la sociedad en cada una de sus fases históricas, afirmamos que ningún aspecto de la vida social en estas fases cae fuera del campo donde rige el más estricto determinismo y menos que ninguno aquel que se refiere a la existencia y a la lucha de la fuerza social, el partido de clase, que encamina todo su trabajo a la destrucción de la sociedad capitalista pero que lo hace, precisamente, como resultado histórico de la maduración de las condiciones materiales generales determinadas por el desarrollo de las contradicciones del modo de producción capitalista y de las relaciones de producción y sociales que se derivan de las contradicciones que se generan y hacen emerger las tendencias latentes en la propia sociedad capitalista.

Es la sucesión de los diferentes momentos de la lucha entre la clase proletaria y la clase burguesa, que presenta largos periodos de depresión de las fuerzas proletarias y escasos pero fulgurantes momentos de lucha sin cuartel, la que explica las vicisitudes a que se enfrenta el partido formal, esa unión de militantes que tiene como fin colocar sólidamente la lucha proletaria sobre las bases del partido histórico, es decir, del programa comunista en el sentido más amplio posible del término. Por lo tanto, concepciones habituales como pocos o muchos militantes, poca o mucha influencia en la clase proletaria en un determinado momento, etc. sólo tienen sentido en términos relativos a la fase histórica por la que se atraviesa y no son, de ninguna manera, valores absolutos que midan la corrección o incorrección de las posiciones del marxismo revolucionario. Pocos militantes, tenía el partido marxista antes y durante la Comuna de París, y sin embargo es gracias a este partido que las verdaderas lecciones de la Comuna, ante todo la expresión viva del significado de la dictadura del proletariado (Engels), pudieron transmitirse y generalizarse pasando a formar parte del elenco imborrable de victorias y derrotas que ha sufrido la clase proletaria. Pocos militantes tenía el Partido Bolchevique de Lenin antes de 1917 y sin embargo fue la única corriente capaz de anticipar el contenido proletario y revolucionario que tendría la próxima revolución en Rusia, pese a la circunstancia histórica insalvable de que era la propia clase proletaria la que tenía que llevar a cabo la revolución burguesa arrostrando los riesgos que, finalmente, acabaron por despedazarla. Igualmente pocos militantes, en el plano internacional, se adhirieron a las posiciones de la Izquierda comunista de Italia cuando esta lanzó la voz de alarma sobre los peligros que acechaban a la revolución comunista internacional y a la propia Rusia soviética en caso de seguir las políticas de elasticidad táctica, fusiones inter partidos con las corrientes socialdemócratas en Europa, etc. Y la historia ha mostrado que la razón estaba de su parte.

Como marxistas, somos enemigos declarados de cualquier veleidad blanquista, putchista, de cualquier concepción de la historia como producto de la acción de minorías audaces que sean capaces de violentar con sus buenos deseos y sus acciones contundentes cualquier tipo de situación convirtiéndola así en potencialmente revolucionaria; pero esto no significa que caigamos en el error, simétrico y muchas veces mil veces peor, de considerar que los marxistas deben abandonarse al curso de los hechos y seguir la inercia social, simplemente esperando tiempos mejores en los que por un abracadabra de la historia, serán puestos a la cabeza de un movimiento revolucionario puro y exento de tensiones tendentes a desviarlo. Defendemos que, en todo momento, por duro que sea este desde el punto de vista de la lucha clasista, el trabajo del partido marxista no sólo es posible, sino que es imprescindible como preparación de las bases sobre las que se producirá el resurgir de la lucha proletaria llegado el momento. Es más, defendemos que el partido jamás debe dar por cerrado ninguno de los ámbitos de su trabajo, del estrictamente político al sindical, del propagandístico al militar, y que es únicamente un medio más o menos favorable el que propicia que los aspectos de este trabajo más encaminados a la intervención práctica y al encuadre organizativo de la parte más resuelta a luchar del proletariado, ganen terreno frente a aquellos que se dirigen a una labor teórica más profunda. Ni en los momentos históricos, raros y casi olvidados hoy pero que han existido y que han marcado décadas del desarrollo social, de grandes posibilidades de acción se dejó nunca olvidado el trabajo de elaboración teórica y política (basta recordar a Lenin sentando de nuevo sobre sus justas bases la posición marxista sobre el Estado y la dictadura proletaria en El Estado y la Revolución ¡pocas semanas antes de la toma del poder!) ni en los momentos más difíciles, donde prácticamente toda capacidad de intervención sobre el medio externo les es negada a los marxistas, se deja de preparar el trabajo cotidiano encaminado a intervenir sobre cualquier grieta que presenta la sociedad capitalista. No es marxista quien afirma: «malos tiempos para la práctica, nos dedicaremos a teorizar» o lo contrario, marxista es quien entiende las posibilidades del desarrollo del partido en función del desarrollo social y quien entiende el trabajo de partido como puente imprescindible entre los momentos de declive y los momentos de auge de la lucha de clase. Por lo tanto quien, en condiciones extremadamente desfavorables como las actuales, entiende los problemas del desarrollo de la lucha del partido como algo históricamente condicionado y no ve en ellos objeción alguna a las posiciones de este.

 

Auge y declive

 

A grandes rasgos, se puede resumir el periodo actual como una fase de profundo declive de la lucha de clase. Los episodios de tensión social que se han visto en la última década, especialmente en países como España o Grecia, no han logrado sacudir el letargo de una clase proletaria que desde hace muchas décadas actúa como si hubiese arrojado las armas a los pies de su enemigo y no pensase retomarlas jamás. Este jamás es, claro, el sueño de tantos burgueses que piensan que, de alguna manera, la historia ha dado la razón a las tesis defendidas por sus «pensadores» e inventores de doctrinas cuando aseguraban que el capitalismo era capaz de ganarse a las grandes masas proletarias atenuando, si es posible, las fuerzas históricas que les empujaban a la lucha y, cuando esto no era así, golpeando duramente a la parte más dispuesta a esta lucha para dar ejemplo a los demás sobre sus carnes. Pero lo cierto es que, ya no sólo sobre el terreno de la lucha política explícita, aquella que enfrenta a proletariado y burguesía abiertamente y con el objetivo de derrocar o defender el Estado burgués, sino también sobre el más elemental de la lucha cotidiana en defensa de las condiciones de existencia de la clase proletaria, esta está completamente ausente. En efecto, el curso de las últimas décadas ha borrado prácticamente del mapa la existencia de una clase mínimamente organizada sobre el terreno económico-sindical. Hoy no hay exigencia o agravio por parte de la burguesía hacia los proletarios que no tenga éxito. Puede haber pequeñas cesiones en los planteamientos iniciales, pueden pulirse matices y abrirse negociaciones para discutir puntos insustanciales, pero lo cierto es que la vida de los proletarios no ha hecho otra cosa que empeorar durante décadas. La burguesía aprendió su lección (a la fuerza ahorcan, claro) de los grandes enfrentamientos de clase del siglo XIX y, sobre todo, de comienzos de este. Las organizaciones sindicales, reflejo espontáneo del malestar que la clase proletaria sufre diariamente en la sociedad burguesa, han sido, históricamente, la escuela de la lucha de clase para el proletariado: no sólo han servido para combatir sobre el terreno de las exigencias salariales, relativas al puesto de trabajo, a los horarios, etc. sino que, sobre todo, han contribuido a dar a este proletariado una fortísima experiencia de lucha que mostraba que la propia lucha sindical no podía lograr otra cosa que atenuar los males del mundo burgués y que, por lo tanto, no era suficiente. El trasunto del sindicalismo siempre fue la lucha obrera y su consecuencia, las lecciones que la clase proletaria extraía a través de esta lucha acerca de la naturaleza misma del capitalismo. Esa fue la fuerza y la vitalidad que la burguesía se fijó como objetivo a abatir, no bastándole para ello que los grandes sindicatos rojos estuviesen dirigidos, en su cúspide, por elementos oportunistas dispuestos a combatir a su favor. Le fue necesario desarrollar una inmensa maquinaria destinada a integrar a las organizaciones sindicales proletarias en el seno del Estado burgués como única manera de neutralizarlas completamente. El oportunismo de la segunda postguerra mundial, herencia directa del método fascista de gobierno al que las burguesías de los países más severamente atacadas por la oleada revolucionaria que se inició con el octubre rojo de 1917 debieron recurrir, no consistió ya en controlar los puestos directivos de las organizaciones sindicales con el fin de desviar sus fuerzas, sino en conformar el engranaje a través del cual estas organizaciones proletarias se insertaban en el Estado burgués y hacían de la defensa de este, de la economía nacional y de la democracia como principio de conciliación entre las clases, su primer y único objetivo. El auge económico propiciado por la reconstrucción económica de Europa tras la IIª Guerra Mundial, pudo financiar esta fórmula vinculando a una parte no indiferente de los proletarios de América y Europa a las garantías sociales que les proporcionaba la burguesía a través de los grandes contratos nacionales, los convenios colectivos, el engranaje del sistema del «bienestar», etc. Esta inversión que realizó la burguesía, inversión en paz social, se volvió rentable cuando, llegado el momento ineludible de la crisis capitalista, décadas de conciliación entre clases incluso en los aspectos más nimios de la vida social del proletariado, ejercieron como un fortísimo condicionante material para impedir que los aspectos más duros de la crisis lanzasen a la lucha a una buena parte de los proletarios. Las grandes centrales sindicales, que durante tres décadas habían trabajado sistemáticamente por generar la ilusión de que las condiciones de vida de la clase proletaria estaban ligadas al respeto por parte de esta de la burguesía y su Estado, a la participación democrática, etc., pudieron jugar su papel de apagafuegos combinando altas dosis de esta ilusión con la gestión de pequeñas cantidades de los restos del «bienestar» del que se presentaban como garantes. Fieles servidoras de sus amos, llegaron al punto de negar en los hechos y en las palabras su función elemental de defensa clasista sobre el plano económico de los proletarios, fomentando la desilusión y la desesperación de los proletarios, que confiaban en ellas para garantizar aunque fuese el más mínimo esfuerzo por contener la ofensiva de la clase enemiga y que, presos de esa desesperanza, abandonaron cualquier voluntad de lucha, pero también abandonaron a sindicatos y partidos oportunistas entregándose definitivamente a la más dura lucha por la vida y el sálvese quien pueda.

Décadas de colaboración entre clases incluso sobre este terreno mínimo de lucha económica, primero fomentando la ilusión de que sólo el Estado burgués podría garantizar la supervivencia y, después, fomentando la desesperación más absoluta que arrojaba a los proletarios precisamente a los brazos de este Estado, han vuelto el terreno de la lucha de clase un páramo desolado. Hasta el punto que las recientes sacudidas económicas, que han mostrado la cara más terrible de la supervivencia proletaria en la sociedad capitalista, han encontrado a los proletarios incapaces de articular la más mínima respuesta.

Esta es la situación, resumida como decíamos en términos muy generales, con la que nos encontramos los marxistas revolucionarios en este momento. Hemos hecho hincapié no tanto en la ausencia de la lucha política proletaria como en la ausencia de la lucha sobre el terreno económico, para resaltar que la característica de esta época es la prácticamente total falta de un asociacionismo económico proletario sobre el cual el partido de clase pueda desarrollar su trabajo de lucha política, propaganda, agitación y encuadre organizativo. Hemos recurrido a términos como «desesperación» o «desilusión» para describir una situación que es hoy palpable en cualquier puesto de trabajo, donde gobierna la competencia entre proletarios más despiadada, o en cualquier barrio proletario, asolado por los hábitos más mezquinos y destructivos, que es a la que se enfrenta nuestro partido a la hora de desarrollar su trabajo y que es la base de la desconfianza hacia el mismo por parte de buena parte de los proletarios. Pero también lo hemos hecho para contraponer esa realidad a la que el marxismo muestra: el capitalismo no sólo ha sido incapaz de liquidar a la clase proletaria, sino que ha incrementado exponencialmente su número; no ha acabado con la tensión social que necesariamente la impulsa a la lucha, sólo ha logrado desviarla a costa de esfuerzos sobrehumanos y a redoblar esta misma tensión, postergando sus efectos para las generaciones venideras. Por no hablar de que, por supuesto, ha sido impotente a la hora de superar su tendencia irrefrenable a la guerra, única vía para salir de las crisis periódicas que le golpean cada vez con más intensidad. No sólo es que las previsiones lanzadas por el marxismo desde hace más de 150 años se hayan cumplido, es que tanto en estas como en los balances históricos de las revoluciones y las contrarrevoluciones que sólo han podido ser realizados gracias al método marxista, también se incluía explícitamente el necesario paso por épocas de durísima reacción social que se explican por la propia naturaleza de la contrarrevolución y que sólo pueden ser el preludio a nuevos auges de la lucha de la clase proletaria.

Si la situación social se caracteriza por la desesperación de la clase proletaria, privada no sólo de su partido de clase, sino también de cualquier resquicio, por mínimo que este sea, para la lucha inmediata, el partido comunista, aquel que, por reducidas que sean sus fuerzas, lucha por colocarse sobre la vía del partido compacto y potente de mañana, no desespera. No se puede concebir mayor error que el de, llegados al punto en el cual únicamente la doctrina marxista ha mostrado ser capaz tanto de explicar como de prever la realidad de la sociedad dividida en clases, lanzar este por la borda y ceder ante las exigencias de la clase enemiga. Pero es un error común, no individual sino, de nuevo, determinado históricamente, que aflora entre toda una serie de grupos más o menos pequeños que hacen de esta liquidación de la potencia histórica del marxismo su baluarte. Hoy aparecen por todas partes corrientes, grupúsculos e incluso individuos aislados que pretenden ser capaces de realizar una revisión tanto de la doctrina marxista como de las cuestiones políticas y organizativas vinculadas a esta con el fin de renovarla, adecuarla al momento o hacerla más manejable, suponiendo que con ello la hacen más accesible y aceleran un paso o dos el ritmo de la historia. Los lectores pueden comprobar la facilidad con la que, vía Internet, puede encontrarse a buena cantidad de estas corrientes que plantean la posibilidad de un compendio de mínimos entre grupos en base a plataformas de acción, acuerdos virtuales, etc. Y pueden comprobar, también, como buena parte de estos grupos recurren continuamente a la Izquierda comunista de Italia, a su patrimonio teórico y político, para intentar crear esa amalgama. Traducen algunos textos, citan algunos otros, nombran a algún miembro conocido… y dan con la clave para «actualizar» a la Izquierda y al propio marxismo según las necesidades actuales. De manera objetiva, estas corrientes y estos grupúsculos, juegan el papel de generar confusión, de hacer perder la orientación a quienes pretenden conocer las posiciones que históricamente ha defendido la Izquierda y que se encuentran con ellos y su híper activismo cibernético. Como consecuencia de una situación históricamente desfavorable, donde la lucha de clase del proletariado está prácticamente ausente del escenario, se pretenden buscar atajos, queriendo que las nuevas tecnologías, unidas a una increíble superficialidad a la hora de abordar y exponer cualquier problema, puedan agilizar el movimiento entre los proletarios y salvar unas dificultades que se pretenden técnicas y no materiales y políticas. Es la enésima vuelta de tuerca del asalto revisionista a la doctrina marxista, escudado como tantas otras veces en «facilitar», «hacer comprensible»… una doctrina queno podrá nunca ser fácil y comprensible al conjunto de la clase proletaria antes de que la revolución haya vencido y la dictadura de clase haya llevado a cabo correctamente la transformación de la sociedad, no sólo política sino también económicamente, gracias a la cual el proletariado habrá aprendido materialmente –después de haber usado su fuerza social objetiva e «inconsciente»- a nivel internacional, a aplicar los postulados de la doctrina marxista. Es por esta razón que sostenemos desde siempre, junto a Lenin, Marx y Engels, que la «conciencia de clase» –es decir, en una palabra, el marxismo- es poseída sólo por el «partido de clase», es decir por el órgano de la revolución anticapitalista que, hoy, representa los intereses históricos –es decir, los intereses revolucionarios que se condensan en la sociedad sin clases, en el comunismo- de la clase proletaria, única fuerza social mundial en condiciones de luchar por la desaparición de todas las clases, incluso de sí misma como «clase social». En verdad, estas corrientes son una expresión clara de la desesperación que cunde no sólo entre los proletarios sino, también, entre los pretendidos revolucionarios que a fuerza de buscar soluciones de tipo activista acaban completamente perdidos y ceden ante cualquier moda o novedad.

Frente a todas estas corrientes, características de un determinado periodo histórico, nuestro partido, que pese a todas las adversidades conserva incluso el nombre como forma de defender la invariabilidad histórica del programa comunista revolucionario, no cederá, nunca será «virtual». No caerá en la desesperación ni en el pesimismo, vicios ambos muy característicos de la pequeña burguesía, ni en las consecuencia teóricas, políticas y prácticas que estas imponen. El partido, que mañana volverá a ser el órgano de combate de la clase proletaria, se forja sobre todo en las contrarrevoluciones, en los periodos de decadencia de la lucha de clase, y lo hace a condición de mantener firmes sus posiciones, de continuar trabajando sobre una ruta que no ha diseñado él, sino que le viene dada por siglos de experiencia de la lucha proletaria y revolucionaria.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

Volver sumarios

Top