Clases medias

(«El proletario»; N° 20; Julio de 2020 )

Volver sumarios

 

 

«En la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital, se desarrolla también el proletariado, la clase de los trabajadores modernos que viven solo en la medida en que encuentran trabajo, y que encuentran trabajo sólo mientras su trabajo alimenta e incrementa el capital. Estos trabajadores, que se ven obligados a venderse por minutos, son una mercancía como cualquier otro artículo comercial, y por lo tanto están expuestos, como otras mercancías, a todos los altibajos de la competencia, a todas las fluctuaciones del mercado. (...) De todas las clases que hoy en día se oponen a la burguesía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las otras clases decaen y se declinan con la gran industria; el proletariado es su producto más específico». Estas palabras provienen del Manifiesto del Partido Comunista de Marx-Engels, en el capítulo «Burgueses y Proletarios»; eran válidas entonces, son válidas hoy y serán válidas hasta que la revolución proletaria derribe definitivamente no sólo el poder político burgués, sino también la estructura económica capitalista, iniciando a toda la sociedad a la formación de la sociedad sin clases, a la sociedad de las especies.

«Los mandos medios, el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino, todos luchan contra la burguesía, para evitar que su existencia como mandos medios desaparezca. Así que no son revolucionarios sino conservadores. De hecho, son reaccionarios, porque intentan hacer retroceder la rueda de la historia. Cuando son revolucionarios, lo son en vista de su inminente paso al proletariado, no defienden sus intereses presentes, sino futuros, y abandonan su propio punto de vista, para situarse a partir del del proletariado» (de nuevo del Manifiesto de Marx-Engels, mismo capítulo). En la sociedad capitalista desarrollada las relaciones de los mandos medios, de estas medias clases, con las otras clases, no han cambiado; si acaso, la pequeña burguesía se ha vuelto aún más reaccionaria precisamente porque el desarrollo del capitalismo acerca cada vez más el «momento en que desaparecerá totalmente como parte independiente de la sociedad moderna». Los miembros de la pequeña y mediana burguesía forman siempre parte de las clases burguesas, porque también ellos viven de la explotación sistemática de la fuerza de trabajo proletaria, pero, a diferencia de la burguesía de la gran industria y de las grandes concentraciones de capital, en la defensa de sus intereses inmediatos están obligados a luchar contra la clase burguesa dominante que posee el poder económico y político de la sociedad y que tiende inexorablemente a marginarlos en una existencia precaria, si no a precipitarlos en la proletarización. En cambio, están destinados a oscilar continuamente entre la clase burguesa dominante y la clase proletaria, que es la única clase que produce todos los valores de esta sociedad, porque -como afirma el Manifiesto de Marx-Engels- siempre vuelve a la vida precisamente por el desarrollo contradictorio y desigual del capitalismo tanto en el campo industrial como en el agrícola. En la dinámica social, el capitalismo se desarrolla, pero sólo chocando con sus propias crisis económicas, crisis de sobreproducción que, en su presencia cíclica, «amenazan cada vez más la existencia de toda la sociedad burguesa» porque en estas crisis «no sólo se destruye regularmente una gran parte de los productos obtenidos, sino incluso una gran parte de las fuerzas productivas ya creadas». Basta recordar el temor que despierta en la burguesía de todos los países el derrumbe de la bolsa, las grandes crisis de un mercado que ya no absorbe la enorme cantidad de mercancías que salen de las fábricas; por no hablar de las guerras que, si bien por un lado son beneficiosas para el capital porque se destruyen enormes cantidades de productos y fuerzas productivas no vendidas, dándole la oportunidad de reiniciar y renovar toda la producción, por otro lado ponen en tela de juicio todos los equilibrios políticos y diplomáticos anteriores y las relaciones entre los Estados. Pero es precisamente a partir de las crisis del gran capital que los órdenes medios de la sociedad, la pequeña y mediana burguesía -de la que históricamente nació la gran burguesía- retoman en cierto sentido un papel social, porque, por una parte, reposan en la base la estructura económica y social burguesa y, por otra, retoman un papel político decisivo, porque, al estar más cerca de las condiciones de existencia del proletariado, tienen más posibilidades de influir en él y de dirigirlo hacia el renacimiento económico del país.

La gestión del poder político por parte de la clase burguesa dominante se realiza a través de los partidos y los aparatos institucionales preparados para ello, tanto en regímenes democráticos como abiertamente totalitarios. Los partidos políticos se forman en torno a intereses particulares que pueden ser generales, de clase o específicos de grupos sociales. En el régimen democrático - que, para la clase dominante burguesa, ha demostrado históricamente ser el más eficaz en la defensa de su poder político - junto a la inflación del Estado hay una inflación de los partidos. «El Estado capitalista, ante los ojos de una generación desgarrada por tres generaciones de burgueses pacíficos en el giro de dos guerras universales imperialistas - se puede leer en un hilo de tiempo de 1949 - , se hincha espantosamente, asume las proporciones de los Moloch devorando víctimas inmoladas, de Leviatán con el vientre lleno de tesoros aplastando miles de millones de vivos» (1). Que esto no es una opinión del autor de los «hilos del tiempo», Amadeo Bordiga, sino una confirmación del análisis marxista del proceso de formación y desarrollo del Estado, queda también demostrado por lo que Lenin escribió en «Estado y Revolución»: «El imperialismo -una era del capital bancario y de los monopolios capitalistas gigantescos, una era en la que el capitalismo monopolista se transforma en capitalismo de estado monopolista- muestra de manera particular la extraordinaria consolidación de la ‘máquina de estado’, el crecimiento sin precedentes de su aparato burocrático y militar para acentuar la represión contra el proletariado, tanto en los países monárquicos como en los países republicanos más libres» (2). Los partidos burgueses sirven precisamente para gestionar el crecimiento sin precedentes del aparato burocrático y militar, tanto para defender los intereses generales del capitalismo, y el capitalismo monopolista en particular, como para asegurar a los grandes monopolios la continuidad de la explotación y la represión de las masas proletarias, sin las cuales el capital no tendría la posibilidad de aumentar su poder y dominio sobre la sociedad. Pero en los países donde hay democracia, la función defensiva conservadora y capitalista del Estado necesita la participación y colaboración de los partidos que representan a las masas populares y, en particular, a las masas proletarias; y para esta participación y colaboración la clase dominante burguesa ha estado y está dispuesta a invertir considerables recursos, tal es la importancia que atribuye al control de las masas proletarias, de las que trata de obtener el máximo resultado en favor de su dominio. A través de los partidos obreros reformistas y colaboracionistas, y de las organizaciones sindicales vinculadas a ellos, logra transmitir de manera mucho más eficaz los intereses del capital como intereses «comunes a todas las clases», por lo tanto también a la clase proletaria. Y son precisamente esos recursos, destinados no sólo a pagar a los diputados y senadores de los parlamentos democráticos con salarios fastuosos e innumerables privilegios, sino también a construir el complejo mecanismo de amortiguadores sociales gracias al cual se satisfacen ciertas necesidades básicas de las grandes masas, los cuales constituyen una base sólida para el florecimiento de una gran variedad de fuerzas oportunistas. Cuanto más poderosa es la burguesía en los países de capitalismo avanzado, más influyentes son las fuerzas oportunistas, tanto en la fase en la que pocos de los grandes partidos comparten la tarea de dirigir el gobierno y la oposición, como en la fase en la que el desgaste de los grandes partidos los ha hecho declinar, si no desaparecer, y el poder del gobierno, y la oposición, se ponen necesariamente en manos de coaliciones de muchos partidos que nacen y mueren según los intereses particulares en los que se dividen los diferentes estratos sociales. En todos los casos, la clase proletaria, sometida a la continua presión de las fuerzas burguesas y oportunistas, se encuentra atrapada en una confusa red en la que actúan decenas y decenas de organismos políticos, sociales, económicos, culturales y religiosos, movidos por diferentes intereses particulares, donde todo ello se remonta a la preservación social, a la defensa del capitalismo como modo de producción, como estructura económica de toda la sociedad actual.    

Las crisis económicas y financieras que se han sucedido desde los años 80 han desgastado a los antiguos partidos políticos sin darles tiempo para organizar una «transformación». Como sucede en el campo económico, en cierto sentido, también sucede en el campo político: las viejas «marcas» pasan de una familia a otra, de una empresa a otra; algunas desaparecen por completo (en Italia el Partido Liberal, el Partido Republicano, el Partido Monárquico, etc.).), otros cambian de acrónimo (como el DC y el PCI) y sus miembros son capturados por alguna otra familia que no tiene la fuerza para ponerlos a todos bajo su ala, dando así lugar a la constitución de una serie interminable de organizaciones políticas que, precisamente a causa de las crisis económicas y financieras que perturban los equilibrios económicos y sociales anteriores, los intereses de grupos económicos y sociales más dimensionados y generados por una competencia cada vez más aguda que estratifica el cuerpo social nacional en capas y subclases, diferenciadas entre sí; y así las siglas y organizaciones nacen y mueren, en una lucha por la competencia en el mercado de la votación siguiendo las indicaciones de los profesionales del marketing.

La democracia es la forma política que fomenta la formación de intereses particulares, poniéndolos en competencia entre sí, unos contra otros, pero también instándolos a aliarse, a reagruparse para tener más fuerza, al menos temporalmente, contra otros grupos en competencia. El parlamento nacional, junto con la notable serie de parlamentos regionales, provinciales, municipales, de zona, forman la intrincada red en la que están encarcelados todos los estratos sociales que se hacen ilusiones de que pueden utilizarlos para hacer prevalecer los intereses de un grupo sobre los de otro. Por otra parte, la formación de organizaciones políticas, en la ahora podrida sociedad burguesa, se debe menos a intereses «generales» y más a intereses «particulares», empujados «desde abajo» o «desde arriba». En general, los intereses de la clase media alta tienden a concentrarse en formaciones políticas de arriba hacia abajo -derecha, centro o izquierda, dependiendo del clima político general e internacional y de las relaciones de poder interburguesas e interclasistas, pero con la capacidad de orientar e influir en buena parte de las masas mediante una política social que satisfaga de alguna manera sus necesidades básicas, aderezada con la habitual propaganda cultural-religiosa-patriótica que sirve siempre para justificar los sacrificios que inevitablemente se piden, o se imponen, tarde o temprano, por razones de economía nacional, salvación nacional o incluso «defensa de la civilización». Después del período en que los grandes partidos pudieron agrupar a las grandes masas, influyéndolas de manera decisiva, representando los intereses de las capas sociales de la clase media, de la pequeña burguesía y del proletariado, se formaron partidos más dimensionados que se convirtieron en portavoces de las diversas diferencias económico-político-sociales que caracterizan precisamente a las distintas capas en que la misma sociedad burguesa, económica y socialmente, las dividió.

Tanto si son grandes como si son más grandes, los partidos políticos se basan en la estructura económica capitalista que se ha desarrollado en los monopolios, los fideicomisos, las ahora famosas multinacionales, y en una estructura política que se ha desarrollado en el imperialismo moderno. Así como en la economía un pequeño número de grandes empresas dominan el mercado internacional, en la política un pequeño número de estados imperialistas dominan el mundo. Esto, por un lado, demuestra que el capitalismo tiene todavía fuerza para desarrollarse, aunque con contradicciones cada vez más profundas y catastróficas -como lo demuestran los continuos conflictos bélicos- y, por otro, que la burguesía dominante de los países imperialistas ha tenido y tiene la fuerza para ligar a sí misma y a sus propios destinos a las clases subalternas, y también a una parte de las masas asalariadas, según una densa estratificación de privilegios y reservas que forman garantías de las condiciones de existencia que distinguen a esta parte de la masa asalariada de la masa efectivamente proletaria, efectivamente sin ninguna reserva. Los amortiguadores sociales (por ejemplo, la pensión, el permiso por matrimonio, el permiso de maternidad, el subsidio de desempleo, etc., reivindicaciones clásicas del reformismo socialista que, sin embargo, fue el fascismo el que aplicó por primera vez para atar a las masas proletarias a sí mismo) eran, y siguen siendo, el tipo de reserva con el que el régimen burgués extendió a una masa mayor de trabajadores asalariados una «garantía» que antes sólo gozaba la capa de la aristocracia de la clase obrera. En comparación con los proletarios puros, con los incondicionales, estos amortiguadores sociales se transformaron en privilegio social, formando la base material del oportunismo y del colaboracionismo sindical y político. Estas concesiones a la masa de trabajadores asalariados por parte de las burguesías imperialistas marcaron también, más que diferencias salariales, una gran diferencia entre los proletarios de los países capitalistas avanzados y los proletarios de los países capitalistas atrasados; no sólo eso, sino que establecieron una división básicamente vertical, en un mismo país, entre proletarios «garantizados» y proletarios sin garantías. Estas concesiones, que las burguesías imperialistas han generalizado sobre todo desde el final de la Segunda Guerra Mundial, han sido también el resultado de la presión ejercida por las luchas obreras, aunque organizadas por los sindicatos tricolores; pero no hay que olvidar que se han hecho pasar por «conquistas» de las luchas obreras llevadas a cabo en el terreno de la colaboración de clase con la burguesía y no en el terreno antagónico de la lucha de clases. No hacemos esta distinción por puro alboroto, sino para explicar que la propia clase dominante burguesa, aunque no siempre estaba dispuesta a ceder en las concesiones y aunque muchas categorías de la clase obrera tenían que luchar duramente para ser equiparadas con las que ya gozaban de ciertas garantías, tenía un gran interés en utilizar parte de la renta nacional a favor de todas aquellas medidas sociales que fortalecieran la colaboración de clase por parte del proletariado. Una colaboración interclasista que no se limita al plan de medidas económicas, sino que encuentra su máxima expresión política en la redacción de las Constituciones, que asumen así el papel de una carta de principios que unifica a todas las clases sociales, por encima de cualquier diferencia y antagonismo de clase. La competencia entre los proletarios que la burguesía fomenta siempre por todos los medios, en realidad, no contrasta con su interés en hacer funcionar la colaboración entre las clases, porque a través de la formación de una capa proletaria más «garantizada» en comparación con la masa general de trabajadores asalariados, la burguesía pliega a sus propias necesidades económicas, sociales, políticas, a toda la masa proletaria. El proletariado, gracias al trabajo oportunista y colaborador de los sindicatos y partidos que se hacen pasar por defensores de los trabajadores, queda así atrapado en el entramado de intereses que siempre se proponen como «comunes» a burgueses y proletarios, pero que en realidad son intereses exclusivamente burgueses. La total subyugación del proletariado a la burguesía dominante está así asegurada. 

 

FRENTE A UN PROLETARIADO MARGINADO, ES LA PEQUEÑA BURGUESÍA LA QUE TOMA EL ESCENARIO

Top

Tras treinta años de máxima expansión económica después de la Segunda Guerra Mundial, los recursos que el Estado burgués utilizaba para mantener el aparato estatal, la administración pública y el complejo sistema de amortiguadores sociales eran cada vez más escasos. La gran atracción que ejercían los grandes partidos (DC, PCI y PSI en Italia, pero también PSOE y PP en España, PCF, PS y UDF en Francia, SPD y CDU en Alemania, etc.) empezó a decaer, las promesas electorales se hicieron cada vez más inalcanzables, haciendo más evidentes las periódicas palizas que, con las medidas de austeridad, golpeaban de vez en cuando a los distintos estratos más débiles de la sociedad. Sin embargo, lo que perduró a lo largo del tiempo fue, en cierto sentido, el ideal democrático en general, traducido en las Constituciones republicanas y, sobre todo, la colaboración interclasista entre proletarios y burgueses que, en un régimen democrático posfascista, se convirtió en el distintivo de todos los partidos, ya fueran de la gran burguesía, pequeñoburgueses o «proletarios». Ante el colapso de los grandes aparatos del partido (por un lado demasiado caros, por otro con menos recursos públicos para distribuir a las masas y ahora fragmentados), sus miembros se dedicaron, con cada vez mayor bravura, al intercambio de privilegios y favores, la corrupción y la malversación. Al mismo tiempo, la creciente competencia en la gestión del dinero público por parte de los partidos en el gobierno - no sólo el Estado, sino también las regiones, provincias y municipios - aumentó el número de dirigentes políticos que pasaban de un partido a otro, atraídos por la mayor probabilidad de subirse al carro del ganador e, inevitablemente, por el hecho de que era más probable que se subieran al carro. También aumentaron las relaciones y negociaciones con organizaciones delictivas y gángsteres que nunca habían dejado de hacer sus negocios en la maleza política, que ahora apoyaban a sus exponentes, pero que, cada vez más fuertes y ramificadas, tenían cada vez menos miedo de mostrar su poder públicamente (en Italia este fenómeno es particularmente visible).

En este confuso marco social y político, el proletariado ha sido ciertamente el más atormentado en sus condiciones de existencia y de trabajo; pero las repetidas crisis del capitalismo han afectado también a grandes estratos de la pequeña burguesía (comerciantes, tenderos, campesinos, pequeños productores, artesanos, profesionales, especialistas, pequeños propietarios, etc.), haciendo que un número creciente de ellos caiga en el proletariado. La condición económica de estos estratos pequeño-burgueses, aunque asimilada a la proletaria debido a la incertidumbre del trabajo y, por tanto, de los ingresos, no ha cambiado su mentalidad, sus hábitos y ambiciones sociales, y su esperanza de volver a vivir en la situación de privilegio del pasado. Se han convertido en vectores directos de las ilusiones y los mitos típicos de la pequeña burguesía (individualismo, propiedad privada, superioridad intelectual, mito de la competencia técnica y el profesionalismo, etc.); se han convertido en infiltrados burgueses en el cuerpo social proletario, tanto a nivel del llamado «estilo de vida» como a nivel del horizonte político y cultural, constituyendo así un factor más de competencia y división de la clase proletaria. Si la aristocracia obrera de la que hablaba Engels estaba compuesta por trabajadores que ascendían en la escala social gracias a una mayor educación, especialización y mayor salario, la aristocracia obrera de las últimas décadas también está compuesta por profesionales y especialistas de la pequeña burguesía que se sumergieron como consecuencia de las crisis económicas en el proletariado, convirtiéndose en una especie de sustancia oleosa que envuelve al proletariado y sofocando sus impulsos materiales y espontáneos a la lucha de clases que su misma condición económica genera inevitablemente.

 

CÓMO HA CAMBIADO LA COMPOSICIÓN DEL PROLETARIADO

Top

En los países capitalistas avanzados, la revolución técnica y tecnológica, gracias a la cual los sistemas de elaboración y producción se han ido simplificando y automatizando gradualmente, ha transformado muchas producciones hasta el punto de que ya no es necesario contar con plantas colosales y agrupar a decenas de miles de trabajadores en una misma fábrica. Las grandes fábricas del pasado, de metalurgia, química, siderurgia, construcción naval, textil, calzado, editorial, etc., han disminuido enormemente; los diversos procesos que se realizaban en esas grandes fábricas se han ido «externalizando» gradualmente, creando lo que comúnmente se denomina «inducido», es decir, una serie de fábricas medianas y pequeñas que se dedican a la producción de sólo unas pocas piezas que luego tendrán que ser ensambladas para tener el producto terminado listo para ser enviado al mercado. No sólo eso, las relaciones internacionales, el comercio y las relaciones entre los distintos países han producido otros factores de división y competencia, especialmente entre los proletarios: un producto fabricado en Italia, o en Alemania, España, Francia o los Estados Unidos, se compone cada vez más de piezas fabricadas en otros países donde la mano de obra de los trabajadores cuesta menos. Con el desarrollo de las comunicaciones y el transporte, las piezas que forman un automóvil, por ejemplo, pueden llegar a la fábrica «nacional» desde todo el mundo. La clase obrera del pasado, bien identificada con los famosos «trajes azules» y amontonada en enormes fábricas, está cada vez más dispersa en el territorio. El trabajo asociado, que caracteriza la gran revolución productiva del capitalismo, con la reducción de las grandes fábricas a fábricas mucho más grandes, tanto en lo que respecta a los edificios y el espacio ocupado, como en lo que respecta al número de trabajadores empleados en los diversos procesos, ciertamente no ha desaparecido, sino que ocupa a un número cada vez más reducido de trabajadores fábrica por fábrica y se ha extendido horizontalmente a un gran número de industrias medianas y pequeñas, cuyo procesamiento también se ve facilitado por las innovaciones técnicas aplicadas a la producción. Lo mismo ocurre también en el ámbito de la distribución: los empleados de los grandes supermercados, de los grandes centros comerciales, de las grandes cadenas de tiendas o de las grandes empresas de transporte se refieren nominalmente a la misma empresa que tiene muchas sucursales locales, pero en realidad están separados no sólo por categorías, tareas, especializaciones, etc., sino también territorialmente; y esto se aplica a cualquier producción o distribución comercial. En resumen, la clase obrera que en su día se asimiló a las grandes fábricas, y por tanto a las grandes concentraciones de trabajadores (lo que facilitó en gran medida la asociación y unión de los trabajadores en los sindicatos y en la lucha), está cada vez más dispersa en vastos territorios y agrupada en unidades de producción más pequeñas y mucho más controlables por los jefes, la policía y los sindicatos colaboracionistas.

Como sabemos, el proletariado no está formado sólo por la clase obrera de las fábricas: está formado por todos los asalariados, que trabajan en cualquier empresa capitalista, y, para nosotros, por todos los parados, los precarios, los temporales, los estacionales, los riders, etc., y por todos aquellos que viven de un salario, aunque no sea regular, por tanto también los trabajadores en negro, tanto en el sector industrial como en el agrícola, comercial, administrativo, de distribución y de servicios en general.

En un momento dado, la industria definía la actividad urbana, mientras que la agricultura definía la actividad en el campo; la separación entre la ciudad y el campo era clara; con el desarrollo del capitalismo, la urbanización y la red de comunicaciones entre las diferentes ciudades y entre la ciudad y el campo, la clara separación entre ambos se ha reducido en parte; En un momento dado el campo y su vasto territorio rodeaba las ciudades, como en una especie de «asedio», pero el desarrollo del capitalismo ha ampliado la urbanización y la cimentación de partes considerables del campo hasta tal punto que modifica la relación de extensión entre la ciudad y el campo, al menos en vastas zonas de todos los países con un capitalismo europeo avanzado (otra cuestión para los grandes países formados por grandes extensiones de territorio como los Estados Unidos, Rusia, China). Hoy en día las grandes capitales se han expandido de manera anormal y, con la red de carreteras que las conectan con otras ciudades, el tejido urbano se extiende por decenas y decenas de kilómetros. Esto no significa que las grandes zonas rurales del pasado ya no existan; significa, sin embargo, que una parte considerable de esas grandes zonas ha sido ocupada por la actividad industrial o semi-industrial en la que la agricultura (ganadería, cultivo intensivo en invernaderos, fertilización de la tierra, etc.) se ha convertido a menudo en agricultura industrial, lo que conlleva problemas similares a los de las ciudades en cuanto a la instalación de cobertizos, establos, edificios rurales y de procesamiento, así como la toxicidad de los suelos y los acuíferos, etc.

En otro tiempo, la distinción entre la clase obrera y los trabajadores agrícolas, determinada por la separación física entre la ciudad y el campo, se debía también a la gran concentración de trabajadores en las fábricas de la ciudad y a la inevitable dispersión de los trabajadores agrícolas en el campo; hoy, en los países avanzados, esta separación ha disminuido considerablemente, aunque todavía resiste sobre todo en las regiones donde la agricultura sobrevive, utilizando métodos de cultivo que, para ser rentables, necesitan muchos brazos humanos pagados lo menos posible (tomates, vides, olivos, naranjas, etc.).) y que se practica en zonas que no son fáciles para los medios mecánicos, como las zonas de colinas y montañas.

Además, en los países capitalistas avanzados, las actividades de servicios (comerciales, de transporte, bancarios, de comunicación, de educación, etc.) han aumentado enormemente en comparación con las actividades de producción tradicionales. Estas actividades, en parte -y para algunos países en su mayor parte- se han trasladado a otros países donde la abundante clase proletaria de bajo costo cubre las necesidades de explotación de los capitalistas que, si antes vivían en las ciudades y explotaban a sus trabajadores o a los trabajadores agrícolas de las zonas circundantes, ahora pueden hacerlo desde una villa junto al mar rodeada de un gran parque en una zona exclusiva y dirigiendo sus actividades en países tan lejanos como miles de kilómetros. El proletariado, desde el punto de vista del tipo de trabajo, hoy se presenta por lo tanto de una manera muy diferente a la de hace cincuenta años, por no hablar de hace cien años. Y la diferencia no radica en la condición básica, que siempre es la misma - el trabajador asalariado que era y sigue siendo - sino en su fisonomía: a los trabajadores de monos azules se añaden los proletarios que trabajan en pequeñas y medianas empresas, o en oficinas, establos, invernaderos, hoteles, almacenes, escuelas, hospitales, barcos, obras de construcción, centrales telefónicas, editoriales o centros de llamadas o en las mil y una empresas que se ocupan de cualquier sector de producción o distribución. A medida que se ha ido desarrollando, el capital ha exagerado e inflado de manera absurda todas las actividades destinadas no sólo a la producción sino, en general, a la explotación de la mano de obra asalariada, su control y la venta de los productos que el anárquico modo de producción capitalista pone continuamente en el mercado, ya sean productos tangibles o intangibles.

Con la decadencia de las grandes fábricas, y por lo tanto con el derrumbe de las grandes concentraciones de masas obreras en gigantescas unidades productivas, han surgido los teóricos de la masa obrera que se confunde con el «pueblo», los teóricos de la desaparición de la clase obrera, de la transformación del proletariado del pasado en clase media tanto en términos de estilo de vida como de ambición social. Huelga decir que estas teorías tendían a negar el antagonismo subyacente que el capitalismo genera entre la fuerza de trabajo asalariado y la burguesía y que, subrayando un cambio indiscutible, traído por las diversas revoluciones técnicas y tecnológicas a la producción, la distribución y la comunicación, indicaba en la supervivencia de los trabajadores en cierta producción (en los sectores de la minería, la construcción, la metalurgia, la química, la siderurgia, etc.) una supervivencia de la marginación con respecto a la «centralidad» que reconocía la clase productiva por excelencia, la clase obrera. Por otra parte, es característico de la pequeña burguesía sustituir la centralidad social constituida por la clase obrera por la centralidad social de sí misma, con la ambición de representar el «justo medio» dada su propensión a subir en la escala social hacia la gran burguesía (con la que comparte la posición social de explotador del trabajo asalariado) y su proximidad social a la clase proletaria (de la que sufre la fuerza social constituida no sólo por su número, sino también por su potencial de lucha). Pero, a diferencia de la clase media alta, la pequeña burguesía está mucho más ligada a la zona donde vive y donde tiene su propiedad privada, ciudad o país, que a la región o nación como un territorio más amplio que su zona de origen en el que hacer sus negocios, facilitados por el desarrollo de los medios de comunicación y el transporte. Por otra parte, su parroquialismo, su provincialismo, se apoya en estas bases materiales que también utiliza para influenciar a los proletarios de la misma zona en un intento de atraerlos a su propia esfera de interés y fortalecer su defensa.

 

ES EL MISMO DESARROLLO DEL CAPITALISMO EL QUE FORMA AL PROLETARIADO COMO CLASE INTERNACIONAL  

Top

La visión marxista nunca se ha detenido en la situación de un país o de un grupo de países; siempre ha sido una visión internacionalista no sólo para el proletariado, sino también para el capital. El verdadero mercado del capital, de hecho, es el mercado mundial, y la gran reserva de mano de obra, de la que extraer la cantidad y calidad de trabajadores asalariados necesarios para la actividad capitalista de las distintas empresas, es ahora el mundo. El capital y la burguesía nacieron en el pueblo, pero como tal sólo podían desarrollarse, primero a nivel nacional y luego internacional. El desarrollo capitalista es inexorable; para el capital es vital la creación del proletariado, de la mano de obra asalariada, cuya explotación, cada vez más intensiva y cada vez más global, se hace cada vez más sistemática gracias a las innovaciones técnicas aplicadas a los procesos de producción: sin la explotación intensiva y extensiva del proletariado no habría habido desarrollo de la industria y, en particular, de la gran industria.

En sus diversas etapas de desarrollo, el capitalismo se ha esforzado por conquistar el mundo y, por lo tanto, por crear proletarios en todos los países del mundo. En su fase de desarrollo imperialista, el capital se ha hecho más poderoso; sobre el industrial y comercial se ha impuesto el capital financiero, que domina en los países más avanzados, contribuyendo a frenar el desarrollo industrial en los países colonizados, y, al mismo tiempo, a aumentar la explotación de las poblaciones colonizadas y de los recursos naturales presentes en los países colonizados en beneficio exclusivo de las ganancias del gran capital de las potencias colonizadoras. A la competencia entre las mercancías producidas y puestas en el mercado se ha añadido la competencia entre los capitales; a la sobreproducción de mercancías se ha añadido la de capitales, sobreproducción que obstruye el mercado, impidiendo una mayor valorización de los capitales; por lo tanto, interesa al propio capitalismo destruir una parte de las mercancías y del excedente de capital para dejar espacio a nuevas mercancías y nuevos capitales. Y ahora se sabe que los efectos más dramáticos de las crisis de sobreproducción se están transmitiendo a los países más débiles y atrasados y a sus poblaciones. Este hecho, si por un lado es una demostración más de la imposibilidad de que el modo de producción capitalista sea realmente la economía que desarrolla constantemente las fuerzas productivas -que en cambio son frenadas y destruidas sistemáticamente-, por otro lado pone a los países imperialistas más fuertes (la minoría de países) en condiciones de explotar a los países capitalistas más débiles (la mayoría de países), es decir, de explotar no sólo a los proletarios del país imperialista sino también a todas las clases sociales que forman parte de él. Los largos siglos de colonización de todos los continentes lo demuestran.

La apropiación privada de la producción, que es más característica del capitalismo que la propiedad privada básica, se acentúa aún más -y por lo tanto fortalece a los países imperialistas más fuertes- gracias a la propiedad privada del capital financiero que por su virtud es internacional. Pero la contradicción entre los capitales nacionales e internacionales acompaña al contraste entre la producción «nacional» (obtenida con ciclos enteros de producción nacional y con el empleo de mano de obra asalariada principalmente nacional) y la producción «internacional» (obtenida con el ensamblaje de piezas producidas en diferentes países extranjeros y con el empleo, por tanto, de mano de obra asalariada de diferentes países). Los productos que acaban en el mercado tienden a perder su origen puramente «nacional» y adquieren cada vez más una característica «internacional». Los propios productores -los trabajadores, los asalariados- terminan en un mercado laboral que es internacional incluso cuando adopta formas «nacionales»; de hecho, sus salarios «nacionales» están cada vez más correlacionados, y compiten, con los salarios más bajos del mercado laboral internacional. De ello se deduce que los proletarios, para defenderse mejor en cada esfera nacional, no sólo deben tratar de unificar las luchas en el ámbito nacional superando los límites de las empresas, de los sectores y de las categorías, sino que deben avanzar hacia la lucha internacionalista, es decir, hacia la lucha contra la competencia entre los proletarios de los diferentes países, lo que sólo puede ocurrir si se empieza a luchar contra la competencia en el ámbito nacional, es decir, -como afirma el Manifiesto de Marx-Engels- a luchar contra la burguesía en el ámbito nacional.

Si la clase obrera de los países capitalistas avanzados ha cambiado su fisonomía social, no sólo por la reducción, o la desaparición, de las grandes fábricas, sino también por situaciones de crisis económica que la llevan a menudo a sufrir despidos y desempleo, adquiere de manera cada vez más sistemática su verdadera naturaleza social de clase proletaria a merced del destino económico de los capitalistas que la explotan. El trabajador, en cualquier país en que haya nacido y trabaje, redescubre que es un proletario en el verdadero sentido de la palabra, es decir, un trabajador sin reservas (incluso la posición fija para toda la vida como trabajador podría ser cambiada, en un momento dado, por una garantía, una «reserva»), que sólo posee su fuerza de trabajo gracias a la cual vive, o sobrevive, sólo si encuentra un empleo y, cada vez más frecuentemente, tiene que buscarlo muy lejos de donde nació y se crió. Por otra parte, el fenómeno de las grandes migraciones de los proletarios, estos esclavos modernos, acompaña inexorablemente al capitalismo en su desarrollo planetario.

Las grandes concentraciones de trabajadores del pasado dieron base y fuerza al asociacionismo sindical; su movimiento, sus luchas, sus huelgas, expresaban una verdadera fuerza social gracias a la cual fue posible obtener importantes concesiones: desde la famosísima ley de las 10 horas diarias desgarrada por las duras luchas de la clase obrera inglesa en el siglo XIX, hasta los reglamentos de fábrica que respondían a las exigencias de las pausas de trabajo, de la lucha contra la nocividad, y luego del aumento de la lucha por el aumento de los salarios, por la jornada de 8 horas, etc. Pero la fragmentación de las masas obreras en fábricas medianas y pequeñas ha facilitado la competencia entre proletarios promovida por la burguesía y asumida por los sindicatos oportunistas y colaboracionistas. La fuerza social de los trabajadores, representada por las masas de las grandes fábricas, no sólo daba fuerza a los proletarios de las medianas y pequeñas empresas, sino que también daba fuerza a los sindicatos que los representaban frente a los empresarios y al Estado, aunque su actitud fuera oportunista. La desaparición y la reducción de las grandes fábricas, además de quitar «fuerza contractual» a los trabajadores y aumentar la competencia entre ellos, en cierto modo ha quitado también fuerza a los sindicatos que los organizaban y representaban, los cuales, para mantener su papel de pacificadores sociales y colaboradores empresariales e institucionales, pasaron de la labor de sumisión sistemática a las necesidades de la economía empresarial y nacional, al respeto de la paz social y, por tanto, al servicio directo del Estado burgués en el que, por otra parte, se integraron. La fuerza con que los sindicatos doblegan a las masas proletarias a las necesidades del capitalismo y de la paz social viene dada, en realidad, por la cobertura magistrativa y estatal de su trabajo y por el chantaje con que mantienen a las masas proletarias en torno a la organización del trabajo en las empresas, la gestión del personal, la gestión de los niveles contractuales, la gestión en general de la planta orgánica de cada empresa, los cambios de empleo, los despidos, etc.

Así, los sindicalistas de las organizaciones colaboracionistas se ganan el privilegio de colaborar estrechamente con los jefes, y con el Estado, en la decisión de quién debe ser mantenido y quién debe ser despedido, quién debe o no ser trasladado de oficina y departamento, quién debe ser defendido ante el jefe o ante el magistrado, y quién no, etc. Si se desempeñan bien como controladores de la masa de la clase obrera y gestores de la competencia entre proletarios, entre fábrica y fábrica, entre nativos e inmigrantes, entre jóvenes y viejos, entre hombres y mujeres, y si demuestran que son eficientes en la transmisión de las necesidades capitalistas en las empresas individuales y en el país, y que son capaces de mantener la paz empresarial y la paz social, los patronos y el Estado les recompensan con el privilegio de estar más garantizados y protegidos que toda la clase obrera. A estas alturas, todo proletario se da cuenta de que es prisionero de un sistema de explotación contra el cual su lucha cotidiana de resistencia tiene que enfrentarse no sólo con su amo y sus vigilantes -lo que es evidente, ya que son ellos los que lo aplastan en condiciones de trabajo y de vida intolerables- sino también con los sindicalistas colaboracionistas que utilizan la fuerza social potencial de los proletarios para garantizarse privilegios personales, y utilizan la fuerza económica y social de los capitalistas, a cuyo servicio están en realidad, sobre todo en situaciones de tensión y de huelga. El debilitamiento del proletariado, en general, es el resultado de décadas de sabotaje llevado a cabo por los sindicatos y de políticas colaboracionistas,  que han sido y se hacen pasar por organizaciones «defensoras» de los trabajadores. Después de décadas de huelgas completamente ineficaces, sabotajes de los sindicatos, «negociaciones» que nunca terminan a favor de los proletarios, sino a favor de los patrones; después de decenios en que las grandes organizaciones sindicales se han dedicado a la fragmentación de las luchas obreras y, en definitiva, a la gran desorganización de la lucha obrera, es inevitable que el proletariado haya perdido poco a poco la fe en su propia fuerza, en su propia lucha y tienda a dejar a los representantes de la patronal y del Estado «soluciones» -que sólo pueden ser contingentes- a sus problemas de vida y de trabajo.   

El período de colaboración forzada entre clases durante el fascismo y, luego, el largo período de colaboración entre clases durante la democracia postfascista, se caracterizaron por el complejo sistema de amortiguadores sociales que, si por un lado defendían de alguna manera a una parte sustancial de la masa de la clase obrera para que no se hundiera en la más negra miseria, por otro lado arrancaban de su mente y su corazón el sentido de pertenencia a su clase y el sentido de su lucha independiente, haciendo aún más débil al movimiento obrero. En efecto, le ha acostumbrado a tener una respuesta del Estado burgués, aunque no suficiente, pero útil para superar los períodos de crisis y afrontar los despidos y el paro con algunos puntos de apoyo para no morir de hambre; pero, mientras tanto, le ha intoxicado hasta tal punto que es incapaz de reconocerse como un verdadero antagonista de clase y, por tanto, de luchar contra esa forma de dependencia de la acción del amo y del Estado a la que se confía constantemente la búsqueda de una solución a los problemas que el proletariado encuentra en la vida cotidiana. Es innegable que un proletariado tan intoxicado, tan adicto a las drogas de la democracia, la colaboración de clase, la legalidad, la paz social, sólo podrá encontrar la fuerza para reaccionar en el campo de la lucha de clase rompiendo drásticamente con todos los aparatos del colaboracionismo interclasista y con todas las políticas de conciliación utilizadas por los sindicatos y los partidos «obreros» corrompidos por la burguesía, y almacenando nueva energía, nuevas fuerzas, de los proletarios más jóvenes y de otros países capitalistamente menos avanzados, que entran en el «mundo del trabajo» y que no tienen detrás un período igualmente largo de intoxicación democrática y colaboracionista.

 

LAS CLASES MEDIAS Y SU PAPEL SOCIAL

Top

Como sabemos, la tendencia hacia el gigantismo industrial y comercial ha sido la base para la creación de monopolios y ha allanado el camino para el dominio del capital financiero. Sin embargo, esto no significaba que la pequeña y mediana industria, o el pequeño y mediano comercio, desaparecieran para siempre; su número y también su peso en la economía general se redujeron, pero siguieron existiendo, aunque sufrieron caídas ruinosas en cada ciclo de crisis económica o guerra, hasta cierto punto para renacer precisamente como resultado de las crisis económicas y las guerras que provocaron las grandes fábricas. Las grandes corporaciones sufrieron colapsos que las obligaron no sólo a redimensionarse o transformarse, sino a refugiarse en los brazos del Estado, cuya tarea era salvar su futuro, demostrando una vez más que el Estado burgués sólo está al servicio de la burguesía y el capitalismo.

Si bien es cierto que, desde un punto de vista general, la sociedad se divide en dos clases principales -la burguesía y el proletariado-, también es cierto que, en la sociedad capitalista desarrollada, la llamada clase media, que es el conjunto de los diferentes estratos de la pequeña burguesía, aunque desempeñe un papel económico que no es vital para la sociedad capitalista, desde un punto de vista político y social desempeña un papel muy importante que la gran burguesía no puede desempeñar directamente. La gran burguesía, por lo tanto el gran capital, es naturalmente totalitaria, antidemocrática; no comparte su capital, sus beneficios con la clase pequeñoburguesa (aunque es de ésta de la que nació históricamente), y menos aún con el proletariado. Utiliza su propio capital para mantener y fortalecer su poder político, y utiliza su propio poder político para dirigir, en su propio beneficio, el capital que el Estado recauda de los mil impuestos que emite para sostener los gastos de su maquinaria burocrática. Por lo tanto, si la gran burguesía domina la sociedad a través de la democracia y sus mecanismos, no es porque quiera compartir el poder con la pequeña burguesía y el proletariado - que constituyen la gran masa de votantes - sino porque este sistema - como hemos repetido mil veces - es el que le permite dominar mejor, con menos conflicto social. Pero el sistema democrático y parlamentario insta a los grupos sociales a estar representados por partidos y asociaciones, y cuanto más dividida esté la sociedad en diferentes estratos sociales, más exigen ser representados los intereses particulares de estos estratos: Algunos grupos sociales logran alcanzar los porcentajes de votos que les permiten ir al parlamento y participar así en el círculo de alianzas; muchos otros no pueden lograrlo, pero siguen existiendo para actuar en la sociedad, alimentando así la ilusión de que todos los ciudadanos, todas las necesidades de cada habitante, pueden encontrar tarde o temprano la manera de influir en las decisiones locales o en las decisiones más generales que se debaten en el parlamento. Que estas ilusiones son transmitidas principalmente por la pequeña burguesía es obvio para nosotros. Pero es precisamente la fragmentación de los intereses y de los grupos sociales de la pequeña burguesía, en su lucha en la sociedad, en las instituciones, en los círculos burocráticos, en los mercados, lo que permite que se crucen con la fragmentación en la que se encuentra el proletariado hoy en día, facilitando así la participación del proletariado en las ilusiones de la pequeña burguesía y exacerbando la competencia entre los proletarios. Esta verdadera obra social de las capas pequeño-burguesas en función de la preservación social y la defensa del capitalismo es retribuida por la gran burguesía con diferentes tipos de privilegios y prebendas que conforman la red de intereses que unen a todas las fuerzas políticas parlamentarias y a todos los grupos económicos y sociales a esa red vinculada; vínculos que normalmente se presentan como favores personales, abriendo las puertas a la corrupción, al desvío de dinero público para intereses privados, etc. que, desde la cúspide del gobierno, sin interrupción, descienden a las comunidades locales. En países como Italia, la red de los corruptos y corruptores está siempre muy activa, pero la permanencia de ciertos amortiguadores sociales que salvan al menos a algunos proletarios y pequeños burgueses de la miseria negra y de la ruina total, logra todavía contener la cólera de las masas que, en cambio, en países como Perú, Chile, Irak, Ecuador, Egipto, etc., se expresa con violencia y no sólo por unos días.

 

EL INTERCLASISMO DEBE SER COMBATIDO EN TODO MOMENTO, EN CADA SITUACIÓN...

Top

El peso social del proletariado industrial en cada país no sólo está determinado por su número en relación con la población activa no agrícola. Está determinado por su organización como clase independiente y su representación política en el partido proletario comunista. Si observamos el caso de Rusia, en las dos revoluciones, 1905 y 1917, los dos millones de proletarios industriales, concentrados en unas pocas ciudades, aunque decisivas, se enfrentaron a decenas de millones de campesinos. El proletariado ruso, influenciado, organizado y dirigido por el partido bolchevique, tuvo el peso decisivo en la revolución de 1917, tanto en febrero como, sobre todo, en octubre, porque arrastró tras de sí a las grandes masas campesinas previamente influenciadas, organizadas y dirigidas por los partidos pequeño-burgueses.

El precipicio en el que cayó el proletariado a causa de la contrarrevolución estalinista ha facilitado la tarea de engañar a los proletarios, después de las gigantescas masacres de la Segunda Guerra Mundial, que los partidos «comunistas» renegados llevaron a cabo para difundir el principio y las prácticas de la democracia burguesa como el non plus ultra de la civilización y la justicia social; y ha facilitado la otra importante tarea, tanto de los falsos partidos obreros como de los sindicatos tricolores - por lo tanto, no se convierten con el tiempo, sino en colaboracionistas natos - para desviar los empujes proletarios a la lucha clasista en el lecho de las luchas interclasistas. Entonces, ¿qué papel puede jugar el proletariado industrial mañana?

El proletariado industrial ha tenido y tiene, episódicamente, algunos saltos; las huelgas repentinas estallan, pero terminan rápidamente; los proletarios se encuentran en su mayoría aislados y separados de los trabajadores de todas las demás industrias, no llenan, si no raramente, las calles y plazas con sus banderas rojas como antes: el proletariado está políticamente dado por muerto, y esto ya desde hace mucho tiempo. Pero la clase dominante burguesa también ha sacado lecciones de la historia pasada y, aunque espera en su corazón no tener que enfrentarse a un proletariado organizado para atacarlo de frente y derrocarlo a través de la revolución, si hay algo que teme más que a los viernes negrosen sus bolsas, es al proletariado revolucionario. El gran temor que la burguesía europea, y por tanto la burguesía mundial, tenía al final de la Primera Guerra Mundial, entre el Octubre Rojo de 1917 y 1919-1920 (el famoso bienio rojo), fue causado precisamente por el levantamiento de un proletariado que ya no tenía miedo de enfrentarse con los Carabinieri y la policía en manifestaciones callejeras, que no se detenía ante sus muertos en las huelgas como no se había detenido ante sus hermanos de clase diezmados en el frente de guerra después de salir de las trincheras; de un proletariado que había tomado conciencia de su poder de clase y había encontrado en el bolchevismo y la Internacional Comunista su verdadera dirección revolucionaria. En ese momento, la combinación de la labor de décadas de oportunismo socialdemócrata, la jovencísima formación de partidos comunistas en Europa inmediatamente después de la guerra, la insoportable presión económica sobre vastas masas proletarias y la acción de las bandas fascistas forjadas por los capitalistas y protegidas por las fuerzas militares del Estado, fue una combinación que permitió a la burguesía de cada país mantener su dominio económico y político, aislando y estrangulando la revolución proletaria en Rusia. La devastadora obra del oportunismo socialpatriótico, sociallegal y socialpacifista corroyó a la propia Internacional Comunista, que terminó degenerando dramáticamente, sumiendo al movimiento comunista internacional y al movimiento proletario mundial en un abismo del que aún hoy no han salido. Viendo los eventos del 1 de mayo reducidos a aún menos procesiones que las procesiones religiosas de Santa Rosa o de la Virgen Negra, se diría que los trabajadores ya no son protagonistas de nada, ni siquiera de su 1 de mayo, su día de lucha internacional. ¿Es cierto, por lo tanto, que el proletariado industrial ha perdido completamente su función histórica? ¿Y cuál sería la clase o movimiento social que lo reemplazaría?

Las manifestaciones masivas que han llenado las plazas y calles de Hong Kong, Chile, Perú, Colombia, Irak, Irán, Líbano, Ecuador, Bolivia, Brasil, Haití, pero también en Egipto, Argelia, Francia, Italia y muchos otros países, parecen anunciar una nueva fase. Las masas campesinas, pequeñoburguesas, proletarias y semiproletarias, mezcladas en una especie de movilización del pueblo, aparecen como la gran novedad: pacíficamente, pero también violentamente, reclaman el pan, el trabajo, la libertad, luchan contra el aumento del coste de la vida, contra la corrupción de los gobiernos y de los políticos, luchan por la autonomía de los territorios, contra la contaminación y el calentamiento climático, se manifiestan por el cambio. Pero piden a los mismos poderes burgueses contra los que protestan; les gustaría que estuvieran más atentos a sus necesidades, menos corruptos, más «democráticos»; les piden que piensen no sólo en las generaciones «presentes», sino también en las «futuras». Se mezclan, empezando por los problemas que han hecho estallar la ira generalizada, las reclamaciones económicas inmediatas y las medidas políticas que parecen decisivas, como la dimisión de un presidente o un gobierno. Las manifestaciones masivas de hoy recuerdan, en parte, las manifestaciones de 2011 que tomaron el nombre de «Primavera Árabe», debido a las cuales los presidentes-reyes, como Ben Ali en Túnez y Mubarak en Egipto, tuvieron que abandonar el poder, antes que, entonces, les siguiera el tan esperado «cambio», la codiciada mejora de la situación de las masas proletarias y desheredadas, caídas, en realidad, en nuevas formas de opresión y explotación. La guardia ha cambiado, pero no el sistema.

De hecho, la situación de caos general que caracteriza a un gran número de países se debe a la concomitancia de varios factores, entre ellos los efectos de las últimas crisis económicas que han afectado a todas las capas inferiores de la sociedad, desde la pequeña burguesía urbana hasta el campesinado, desde el proletariado hasta la clase baja e incluso capas de la clase media, y el hecho de que las instituciones democráticas están tan desgastadas que la corrupción y la maldad como modus operandi generalizado de todo poder existente son muy evidentes. Lo que resulta sorprendente, pero al mismo tiempo exaltante, para los propios participantes en las movilizaciones es el impulso objetivo que les mueve a protestar, la tan cacareada espontaneidad, la durabilidad de estas protestas, el número de personas implicadas y el hecho de que todo se produzca principalmente con empujones desde abajo, en ausencia de grandes partidos que organicen conscientemente, desde arriba, esa movilización con demandas dadas y con un timing preorganizado, y que actúen como portavoces de las necesidades sentidas por los participantes en las movilizaciones. Más allá de la búsqueda habitual de líderes de estos movimientos por parte de los medios de comunicación y la policía, es un hecho que en estas protestas hay burgueses y proletarios codo con codo, terratenientes exigiendo altas rentas y proletarios buscando trabajo, comerciantes que no dan crédito a nadie y agricultores que se matan trabajando en sus tierras,  artesanos que se ven obligados a poner a trabajar a sus esposas e hijos para poder llegar a fin de mes, y miembros de las clases bajas que han perdido sus trabajos durante años y viven de los expedientes; pero también intelectuales que quieren sentirse parte de algo grande y aún no «clasificado» sobre lo que quizás puedan elucubrar como «testigos directos», o empleados de primer o segundo nivel que defienden la democracia como si fuera la cura de todo malestar social y la garantía de su propio bienestar...

¿Qué papel social y político desempeñan estas manifestaciones? ¿Son comparables al papel y al peso social que tuvieron las grandes manifestaciones de los trabajadores?

Por lo que parece, y dado que las grandes huelgas obreras -que también se producen de forma episódica, pero en el silencio general de los medios de comunicación- ya no parecen ser el punto de referencia, el polo de atracción de las protestas contra el malestar social que afecta también a buena parte de los estratos pequeñoburgueses; estas manifestaciones se están convirtiendo no sólo en la forma de expresar un descontento generalizado, sino también en la forja de una nueva «clase política» que brota directamente del «pueblo», de todos los estratos sociales que se sienten no representados, no protegidos, no garantizados tanto en el presente como en el futuro. Una nueva «clase política» que combina las demandas de una mejora general de las condiciones de trabajo y de vida con una justicia social que se implemente de acuerdo con la constitución y las leyes existentes, y que escuche las demandas de una «nueva» democracia en la onda de la presión de una «democracia directa» que tiene como objetivo desviar el actual desarrollo económico capitalista por el camino de la defensa del medio ambiente, el llamado Green new deal, es decir, una especie de programa de reforma que tendría como objetivo vincular la lucha por la defensa del medio ambiente con la lucha contra las desigualdades sociales. La burguesía más ilustrada, más sensible a los cambios de humor de las masas y más ilusionada con la posibilidad de reformar la sociedad, en general, manteniendo el modo de producción capitalista y haciendo «más democrático» el régimen democrático, apoya enérgicamente estas manifestaciones, con la esperanza evidente de que, especialmente las generaciones más jóvenes, temerosas de un futuro amenazado por las guerras y las catástrofes ambientales, sigan expresando sus preocupaciones y su descontento respetando plenamente la paz social, la democracia, la constitución y la autoridad del Estado. Que nunca se ponga en peligro el beneficio del capital por un proletariado que ha despertado a su causa de clase, social y política y que redescubre a los capitalistas y a su sociedad opresora y explotadora como los verdaderos enemigos no sólo en el presente sino también en el futuro. Que no sea nunca que las masas de jóvenes que se manifiestan hoy en las calles de todas las grandes ciudades del mundo contra los efectos más o menos evidentes del capitalismo, tanto en el medio ambiente como en la vida económica y social cotidiana, descubran que la verdadera lucha por la vida no es la que pide a los gobernantes burgueses que vuelvan sobre sus pasos, que frenen el paroxismo del lucro y que dediquen más atención y más recursos a la descontaminación, la descentralización, la reforestación y la salvaguarda de los derechos de los pueblos, sino la que pone en tela de juicio todo el sistema político y económico capitalista y que ve en el proletariado de cada país la clase que debe volver a luchar por la defensa de sus intereses de clase, tanto económicos como políticos en general.

 

EL PROLETARIADO SE LEVANTARÁ DE NUEVO COMO UNA CLASE REVOLUCIONARIA QUE LUCHA CONTRA EL INTERCLASISMO Y LA COMPETENCIA ENTRE LOS PROLETARIOS

Top 

¿Pueden estas movilizaciones representar una oportunidad para que el proletariado reanude su lucha en el campo de las clases? NO. El terreno de las clases es totalmente antagónico al terreno democrático y pequeñoburgués en el que las masas de Chile, Ecuador, Perú, etc. han bajado a manifestarse, incluso violentamente. El interclasismo que caracteriza estas manifestaciones (también en Iraq y Egipto) no es una base de la que pueda surgir el clasismo proletario. La implicación de las masas pobres semiproletarias y campesinas, y también de los proletarios, en este terreno es un hecho que podríamos llamar «natural», dada la situación en la que triunfa la cólera espontánea de todas las capas sociales afectadas por la crisis y por las medidas de los gobiernos burgueses, y en la que falta por completo la organización de clase del proletariado, la única que puede representar un polo de atracción social y política antagónico al de la burguesía. Los proletarios sólo conseguirán organizarse independientemente de la clase si rompen con el entrelazamiento, reconociendo para sí mismos una fuerza social independiente capaz de arrastrar a los demás estratos sociales afectados por la crisis y las medidas burguesas, y no de ser arrastrados. De estas movilizaciones, el proletariado debe sacar una lección contra el interclasismo, contra la colaboración entre clases, y esta lección sólo la podemos sacar nosotros, el Partido Comunista Marxista, y desde fuera, llevarla al interior de la clase proletaria, tanto más hoy en día todavía enormemente confundida en su propia composición de clase. Se necesitará el tiempo que sea necesario, pero el encuentro entre la lucha proletaria y el partido proletario sólo puede tener lugar sobre el terreno de una lucha que tienda al clasismo, a la independencia de clase del proletariado, sobre cuyo terreno el partido actúa con su propaganda y su acción en las filas proletarias, transmitiendo las enseñanzas extraídas de la historia de la lucha de clase; y las vanguardias del proletariado se acercan al partido porque se ven empujadas a encontrar no sólo las respuestas a los problemas generados por la lucha y los choques con la burguesía y las diferentes fuerzas de preservación social, sino también a encontrar una orientación precisa para las luchas posteriores, para el futuro mismo de su movimiento.

La reorganización de clase del proletariado no significa, inmediatamente, chocar con las capas semiproletarias y los campesinos pobres. Estas capas, en efecto, también se ven duramente afectadas por las medidas gubernamentales y la crisis económica, pero hacia ellas los comunistas, que hablan en nombre de la clase proletaria, deben asumir las reivindicaciones que pueden ser compartidas por la clase porque son abiertamente antiburguesas, y porque defienden las condiciones de vida y de trabajo no sólo del proletariado, sino también de las capas semiproletarias y campesinas pobres. Debe propagarse - como se hacía en la época de los bolcheviques - entre los semiproletarios y los campesinos pobres, la lucha proletaria independiente como la única que puede aportar eficazmente una perspectiva de defensa a nivel inmediato a esos estratos sociales. Se debe propagar, esto es, el hecho de que no son los medios y métodos de lucha propuestos por la pequeña burguesía o la burguesía - la democracia, la salvaguarda del orden establecido, la defensa del Estado como entidad por encima de las clases, etc. - los que lograrán aliviar la miseria, el hambre y la marginación social de las capas semiproletarias y campesinas pobres, sino los medios y métodos de la lucha de clase que el proletariado deberá adoptar para contrarrestar eficazmente el peso dominante de la burguesía y plantear, en el futuro, el problema de la conquista del poder político.

Por lo tanto, ante la movilización de las capas sociales pequeñoburguesas y semiproletarias arruinadas por la crisis económica y las medidas económicas y sociales que los gobiernos burgueses adoptan, de vez en cuando, para defender mejor los intereses del capitalismo y del gran capital, destacamos la imposibilidad de la burguesía de resolver los problemas sociales, solo puede exacerbarlos. Ante estos problemas, la rebelión interclasista típica de esos estratos -incluso en casos de gran combatividad y coraje en el trato con la policía, el ejército, los tanques- está condenada a ser absorbida por los cimientos de las políticas y prácticas burguesas que no tienen otro objetivo general que el de volver a poner la situación bajo pleno control burgués. Si es necesario, se depone a presidentes y reyes, se cambian los gobiernos y se reescriben las constituciones, se celebran elecciones, se concede la libertad de reunión, organización y actividad política, a sabiendas de que estas libertades, escritas en papel, después de un período de mayor tensión social, pueden ser pisoteadas por el poder en cualquier momento; tal vez con un poder dictatorial explícito como ocurrió con Pinochet en Chile, pero también en Egipto con Al-Sisi. Hay cientos de ejemplos.

Por lo tanto, nos dirigimos sobre todo al proletariado, aunque durante mucho tiempo no nos escuchen, porque es la única clase que puede volver a reconocerse un día como la única capaz de enfrentarse al poder burgués para destruirlo; la única que -aunque no lo sepa mientras lucha por sí misma- tiene una tarea histórica revolucionaria que sólo descubrirá cuando su lucha por la defensa en el terreno inmediato alcance un nivel político general, se convertirá en una lucha de clases que incluso su principal enemigo -la gran burguesía- reconocerá arremetiendo contra ella con todo tipo de ataques (económicos, políticos, militares, religiosos, culturales). Los proletarios, de votantes a conquistar, se convertirán, para la burguesía, en los enemigos más peligrosos a aplastar por cualquier medio. Y los proletarios tendrán necesariamente que prepararse, formarse, para sostener conflictos y luchas que están destinados a convertirse tarde o temprano en una guerra de clases, una guerra para la que la burguesía siempre se ha preparado y en la que utiliza todos los medios a su alcance, legales e ilegales, pacíficos y violentos, democráticos y reaccionarios, y en la que lanzará contra los proletarios no sólo a su policía y ejército, sino también a las filas del pequeño burgués y del lumpenproletariado, incluidos los gángsteres, que serán comprados a bajo precio poniéndose a su servicio para el trabajo más sucio.

Ciertamente, hacia las capas pequeñoburguesas y subproletarias el proletariado tendrá una actitud contradictoria: a largo plazo, y particularmente en el período en que maduren las condiciones de la lucha revolucionaria, estas capas son congénitamente antiproletarias, por lo que son fácilmente maniobrables por la burguesía; por lo tanto, son capas sociales enemigas del proletariado. Pero también son los estratos sociales que se ven afectados sin contemplaciones por los efectos de las crisis económicas y financieras capitalistas y por los gobiernos burgueses que, con medidas de fuerte austeridad, tratan de salir de la crisis. Es esta condición de estar sujetos a la ruina económica y sufrir los golpes de la austeridad y la maquinaria burocrática del gobierno la que puede hacerlos permeables, ciertamente sólo en parte, a la propaganda proletaria y comunista.

En el choque entre el proletariado y la burguesía, tenemos todo el interés -argumentaban Lenin y Bordiga- en hacer que al menos las clases medias sean neutrales, o al menos una capa sustancial de ellas, y esto se puede lograr no prometiéndoles el reposicionamiento en la situación privilegiada anterior (lo que ciertamente no hará el poder proletario), sino prometiéndoles la más dura lucha contra sus enemigos inmediatos, los propietarios, los usureros y los bancos, los terratenientes, la mastodóntica máquina burocrática y fiscal especialmente creada por el poder burgués para defender mejor sus intereses a expensas de toda la población, por lo tanto también a expensas de ellos mismos. Y esto se aplica tanto a la población urbana como a la rural; de hecho, se aplica más a los agricultores pobres, en cierto sentido, porque su trabajo, en términos de producción de alimentos y, por lo tanto, el suministro de alimentos de las ciudades, es objetivamente vital, especialmente en tiempos de crisis y en tiempos de guerra. La contradicción en la actitud que el proletariado debe adoptar con respecto a estas capas sociales no debe ser ocultada por los comunistas; debe ser declarada abiertamente, y será el curso de la lucha de clase y revolucionaria el que les haga reconocer la conveniencia de permanecer neutrales en la guerra de clases entre la burguesía y el proletariado, más aún la de ponerse al servicio del proletariado revolucionario.

En esta compleja perspectiva histórica, el proletariado tendrá que recuperar la fuerza para luchar por sí mismo como clase oprimida y explotada por la burguesía dominante, mientras que las clases medias y medias bajas también vivirán de su opresión y explotación y seguirán oscilando históricamente entre la burguesía y el proletariado, tendiendo a polarizarse hacia la burguesía en todos los períodos - como el actual - en los que aparece fuerte e invencible, y hacia el proletariado en el período en que la lucha proletaria clasista y revolucionaria sacuda el poder político burgués desde sus cimientos. Si el principal enemigo histórico del proletariado es la clase burguesa, durante largos períodos es también enemigo de la clase media, la pequeña burguesía, porque su base material viene dada por el modo de producción capitalista, aunque con efectos muy contradictorios ya que su desarrollo tiende a marginarla si no a hacerla desaparecer, al menos como peso económico y social.

Pero las medias clases pequeñoburguesas tienen un papel indispensable en el mantenimiento de la paz social, funcionando como un vínculo político entre el proletariado y la burguesía, vínculo que se traduce en un interclasismo en el que se confunden con las masas proletarias en un único paisaje social al servicio de la preservación social, con la esperanza de restablecer la situación en la que la pequeña industria y el pequeño comercio vuelven a desempeñar un papel de peso, si no decisivo como en los albores de la sociedad capitalista, en la economía nacional.

Más allá de un ilusorio retorno a la historia, el papel político del interclasismo sigue siendo, sin embargo, la base de la colaboración entre las clases, la base del oportunismo más reaccionario contra el cual el proletariado, para no sofocar cada anhelo de redención, debe luchar con todas sus fuerzas porque sin la drástica ruptura con el interclasismo y el colaboracionismo no habrá nunca una reorganización de la clase proletaria y no habrá nunca una emancipación del proletariado del yugo esclavizante burgués.

 


 

(1) Cf. sobre el hilo del tiempo titulado Inflación del Estado, publicado en «Batalla comunista», N° 38, 5-12 de octubre de 1949; también presente en el sitio www . pcint . org, en la sección Textos y tesis fundamentales, Hilos de la época (1949-1955).

(2) Cf. Lenin, Estado y revolución, 1917, cap. II, par.2, Editori Riuniti, Le idee, Roma 1981, pg. 92.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

Volver sumarios

Top