Sáhara occidental :

Por la lucha de clase, internacionalista y anti burguesa, del proletariado saharaui y marroquí

(«El proletario»; N° 22; Enero - Abril de 2021 )

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El pasado día 18 de noviembre, el Frente Polisario, la organización que mantuvo durante casi tres décadas la guerra por la independencia del Sáhara Occidental, contra España primero y contra Marruecos después, rompió la tregua que estaba en vigor desde que, en 1992, Marruecos se comprometiese a celebrar un referéndum sobre la autodeterminación de esta región a cambio del cese de las acciones armadas.

Esta nueva declaración de guerra, realizada de manera unilateral por la organización que controla tanto los campos de refugiados en el Norte de Argelia como la zona autónoma de Sáhara entre este país y Marruecos, muestra que la «cuestión saharaui» es un problema aún vivo, capaz de movilizar no sólo a la estructura política, diplomática y militar del Frente Polisario sino también a una parte significativa de la juventud que vive hacinada en los campos de Tinduf y que, de acuerdo a las noticias que da la prensa española, compone una buena parte de los nuevos efectivos con los que cuenta el Polisario y su brazo armado, el Ejército de Liberación Popular Saharaui. Es necesario señalar que esta «cuestión saharaui» no consiste en otra cosa que en la opresión que la población de la región controlada por Marruecos padece desde la época en que esta era una provincia española y que, pese a los cambios demográficos, políticos y económicos, reduce a los habitantes de origen saharaui a unas condiciones de existencia notablemente peores que las ya de por sí duras condiciones de vida que reinan en toda la zona del Magreb.

Pocas cosas han mejorado en el Sáhara Occidental, por no decir ninguna, desde que, en 1975, las autoridades españolas cediesen el control de la zona a la monarquía marroquí. Una parte considerable de la población autóctona de la región malvive desde entonces en los campos de refugiados de Argelia, mientras en las ciudades como El Aaiún la falta de empleo, la discriminación y el control exhaustivo por parte de la policía y el ejército de Marruecos asfixian a sus pobladores saharauis.

En realidad sí hay algo que ha cambiado, aunque resulta evidente que no va a traer ninguna mejora para los saharauis: en el gobierno español está, a día de hoy, un partido político como es la coalición Unidas Podemos que, sobre todo en lo que a Izquierda Unida se refiere, ha enarbolado durante décadas la «solidaridad con el Sáhara Occidental» culpando a los gobiernos del PSOE y del PP de connivencia con el régimen marroquí y de silenciar el padecimiento de las masas saharauis. Como era de esperar, la reacción de Unidas Podemos ante la creciente tensión en la región ha sido exactamente la misma que la que mantuvieron en su momento sus predecesores en el gobierno: el respaldo de hecho al Estado marroquí sazonado con alguna jeremiada en defensa de los saharauis que, como ellos saben, no llevará a nada.

Con esta complacencia mantenida por el gobierno español y, muy especialmente, por el partido que durante todos estos años ha dicho oponerse a la política de agresión permanente mantenida por Marruecos contra los saharauis, no sólo se evidencia que el problema del Sáhara Occidental es para España una cuestión de Estado y no un problema ideológico (como se quería hacer ver por parte de Izquierda Unida cuando criticaba a PSOE y PP), vinculado a las necesidades de la burguesía española en la región del Magreb y a la exigencia que pesa sobre esta y sobre sus representantes políticos de cuidar las relaciones con un Estado como Marruecos que es la pieza clave en todos los asuntos que se ventilan en la zona (inmigración, recursos naturales, control social de una población reducida a la miseria, etc.) Con la «traición» que ahora realiza Unidas Podemos a la «causa saharaui», se muestra sobre todo que la orientación política mantenida por el conjunto de la extrema izquierda española al respecto del problema saharaui, basada en exigir al Estado español una intervención decidida en defensa de los derechos humanos en la región y su apoyo al referéndum de autodeterminación, era completamente inútil: una vez esta izquierda ha llegado al poder el peso de la realidad ha caído sobre ella y ha acabado por mostrar que ningún Estado burgués, ningún plan humanitario y, por supuesto, tampoco las Naciones Unidas van a dar solución jamás a una población masacrada por el juego de los imperialismos en liza en la región.

 

El «problema nacional» saharaui

 

El problema del Sáhara Occidental que hoy vuelve a la palestra puede parecer un resabio de épocas pasadas. Durante el largo periodo que va desde el final de la IIª Guerra Mundial hasta 1974, los procesos de independencia de Egipto, Irak, Siria, Líbano, Argelia o el mismo Marruecos conformaron el mapa del Próximo y Medio Oriente, de la misma manera que las guerras de Angola, Mozambique, Congo, Etiopía, Madagascar, etc. dieron lugar al África subsahariana tal y como la conocemos hoy. El ciclo de estas revoluciones nacionales en las antiguas colonias europeas se cerró, prácticamente, con la independencia de Angola y Mozambique en 1976, cuando el gobierno portugués salido de la Revolución de los Claveles cedió ante las fuerzas guerrilleras independentistas. En un cierto sentido, todo el empuje que la crisis post bélica había dado a los movimientos por la independencia nacional en estas áreas, se agotó  y la cuestión saharaui, defendida con las armas en la mano por el Frente Polisario, quedó como un reducto aislado en un periodo de reflujo.

En 1975, cuando el Estado español cedió el territorio del Sáhara Occidental a Marruecos, lo hizo en buena medida presionado porque los movimientos de independencia nacional no habían perdido su empuje: el caso más parecido al que referirse era entonces el de Portugal, donde el mantenimiento de una guerra prolongada en sus colonias (Mozambique y Angola) debilitó al extremo tanto el orden político de la dictadura de Salazar-Caetano como la propia economía nacional, generando un gran malestar entre los suboficiales del ejército y la población en general, lo que derivó en la célebre «Revolución de los Claveles». Es sencillo darse cuenta de que un régimen similar al portugués tenía mucho que temer de mantener una presencia militar activa para proteger los territorios del Sáhara Occidental que Marruecos exigía. Incluso sin tener en cuenta la presión que EE.UU. ejerció para que estos territorios fuesen cedidos al Estado norteafricano, el abandono del Sáhara Occidental no fue un «acto de cobardía» como todavía se le reprocha al Estado español por parte de un abanico tan grande de corrientes de opinión que abarca desde el ejército hasta la izquierda parlamentaria, sino una decisión calculada y tomada en aras del mantenimiento de la paz social en España.

Es necesario recordar que los territorios del Sáhara Occidental eran los últimos restos –exceptuando Ceuta y Melilla, aún en poder de España y cuya historia es algo diferente- que España mantenía en África fruto de su penetración en el Norte del continente a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Desde la segunda mitad del siglo XIX, España había luchado por mantener una presencia estable en el actual Marruecos (comprendiendo el Sáhara Occidental)  una lucha que se intensificó a partir de los tratados franco españoles de 1900 (para el Sáhara) y de 1912 (para el conocido como «Protectorado español en Marruecos») en una guerra casi continua contra las guerrillas rifeñas.

Los recursos naturales de la región, rica en minerales y pesca, así como la necesidad de impedir el avance continuado de Francia en la misma, obligaron a los diferentes gobiernos españoles a fortalecer la presencia española allí, empleando para ello una inmensa cantidad de recursos económicos y humanos. Buena parte de los acontecimientos más importantes del primer cuarto del siglo pasado, tales como la Semana Trágica (cuyo origen está en las levas forzosas de obreros para combatir a las fuerzas rifeñas) o la propia dictadura de Primo de Rivera (que se gestó tras el Desastre de Annual en el que perecieron centenares de soldados de reemplazo españoles) tienen su origen en la necesidad por parte de España de mantener sus posesiones africanas contra las constantes sublevaciones de la población local.

El conflicto saharaui hunde sus raíces en esta continua guerra colonial que mantuvo el Estado español. Ciertamente la zona del Sáhara Occidental siempre fue mucho más pacífica que la del norte del actual Marruecos, debido sobre todo a la baja densidad de población de una zona que básicamente está formada por un desierto inhóspito que sólo transitaban tribus de pastores. Pero el descubrimiento de las grandes reservas de fosfatos que existen en el Sáhara, algo vital para un país como España que es prácticamente deficitario de cualquier materia prima de origen mineral salvo carbón, llevó a un despliegue político y militar de considerables dimensiones en la región. A partir de la década de los ´60, poblados que no superaban algunos centenares de habitantes, acaban por convertirse en ciudades como El Aaiún, la población tribal de la zona emigra a ellas para ser utilizada como mano de obra en la minería y en los servicios que la fuerte presencia militar requería. En pocos años, la zona costera del Sáhara Occidental experimentó un desarrollo económico característico de una región colonizada y de la que se espera extraer el mayor beneficio posible. Por supuesto, el peso de este desarrollo cayó sobre la población local. Las viejas estructuras sociales se disolvieron, quedando los líderes tribales como hombres fuertes del gobierno español en la región mientras que los estamentos más bajos eran arrojados al mercado laboral como mano de obra barata conformándose una masa social de proletarios, semi proletarios (que aún subsistían combinando el trabajo en las minas con viejas formas de explotación ganadera) y masas desheredadas y empobrecidas, que fueron el fermento de la rebelión anti colonial.

Fue en 1970, después de que el ejército español abriese fuego contra una manifestación saharaui que exigía mejoras sociales y autonomía en El Aaiún, cuando puede considerarse que comenzó la revuelta. La burguesía española y sus voceros tienen mucho interés en defender la idea de que el conflicto saharaui es un problema marroquí, argumentando que durante el dominio español, el Sáhara Occidental era una provincia más donde, además, existía una mayor libertad de asociación que en la península, con partidos políticos legalizados, un ambiente de fraternidad entre las fuerzas militares (compuestas en buena medida por la población autóctona) y los saharauis, etc. Obviamente la realidad distaba mucho de ser esta: la represión contra la población saharaui fue continua durante todo el periodo de dominio español. El ejército se apoyó en los líderes tribales locales para fortalecer su control permitiendo, por ejemplo, la existencia de esclavos subsaharianos en manos de estos. La libertad para crear partidos políticos se redujo a la formación del Partido por la Unidad Nacional Saharaui, una organización teledirigida desde Madrid por miembros del gobierno con el fin de desactivar la lucha armada del Frente Polisario proponiendo una «independencia en varias fases». Las famosas tropas saharauis del ejército español estuvieron sometidas al cuerpo militar realmente dominante en la zona, la Legión, cuyo sólo nombre debe recordar las atrocidades de esta fuerza de choque anti proletaria.

En 1975, cuando las tropas marroquíes entraron en el Sáhara Occidental, el Frente Polisario existía desde dos años atrás, momento en que comenzó las acciones armadas contra la presencia del ejército español en la zona. La idea de un Sáhara español idílico sólo es un intento de lavar el funesto recuerdo que el colonialismo de la burguesía española dejó en la región.

Desde la entrada de Marruecos (acompañado por Mauritania en un primer momento, si bien este país en 1979 se retiró de la zona) en el Sáhara Occidental hasta la actualidad se pueden distinguir dos fases en su política colonizadora. La primera va desde 1975 hasta 1991 cuando se firmaron los pactos de Naciones Unidas para la celebración de un referéndum sobre la posible autodeterminación del Sáhara Occidental. Durante los primeros años de esta fase, el Frente Polisario fue capaz de enfrentarse con cierto éxito al ejército marroquí, tal y como había hecho contra el ejército español en los años anteriores. Fruto de este éxito es la retirada de Mauritania de la zona (Acuerdos de Argel de 1979), cuyo papel fue asumido por el propio Marruecos, que reclama desde entonces su control sobre la totalidad del Sáhara. Posteriormente, el redoblado esfuerzo militar de Marruecos, que contó siempre con el apoyo indirecto de Estados Unidos, logró infligir graves derrotas al Frente Polisario lo que, sumado a la construcción de un muro defensivo para proteger los yacimientos mineros de Bucra, Alauín y Smara (objetivo prioritario del Frente Polisario) y al despliegue de 100.000 soldados en torno a él, puso en graves aprietos a los saharauis.

La segunda va desde 1991 hasta la actualidad. Los pactos de 1991, con los que se estableció la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum del Sáhara Occidental (MINURSO) pusieron fin al enfrentamiento armado, lo que de hecho constataba la derrota de la guerrilla saharaui. Comenzó entonces una política más «pacífica» por parte del Estado marroquí, basada en favorecer la migración de población de otras partes del reino a las principales ciudades saharauis con el fin de contar con un mayor apoyo en caso de celebrarse el referéndum y de alterar la composición social de las mismas. Esta población, que en un principio debía disfrutar de ciertas ventajas económicas por asentarse en estas ciudades, ha sido poco a poco dejada de lado por el propio gobierno marroquí. Además se lanzó una propuesta de autonomía para el Sáhara Occidental, con el apoyo de Estados Unidos, y se intentó, con cierto éxito, reclutar a antiguos líderes polisarios para que la defendiesen en territorio saharaui.

En lo que respecta al Frente Polisario, la organización que ha liderado durante todos estos años la guerra contra Marruecos y que ejerce el control sobre los campos de refugiados de saharauis en Argelia así como sobre la franja del desierto del Sáhara que pertenece a la República Árabe Saharaui Democrática, los cambios también han sido notables. Desde la estrategia de confrontación armada «total» de los años 1975-1978 la derrota sobre el terreno militar ha llevado a acrecentar la lucha sobre el frente diplomático, buscando el reconocimiento de algunos países influyentes en la región. Descontada Argelia, su principal apoyo y para la cual el debilitamiento de Marruecos siempre es un objetivo en su pugna por el control del Magreb, los Estados miembros de la Unión Africana reconocen la existencia como Estado de la República Saharaui. Esta vía diplomática, sustentada en el apoyo de las Naciones Unidas al referéndum y a la posibilidad de que la presión internacional obligue a Marruecos a celebrarlo, es por otro lado consecuencia de la derrota militar tras 16 años de guerra y de la posibilidad de controlar siquiera una pequeña franja de territorio que le permita erigir un Estado propio.

Durante todo este periodo, el papel de los diferentes actores en el conflicto también ha evolucionado en el sentido de reforzar la posición marroquí y debilitar, por lo tanto, al Frente Polisario y a sus aliados. En primer lugar hay que destacar la consolidación de Marruecos como un aliado de primer orden para Estados Unidos, España y las potencias europeas en la región. Esto se debe tanto a su capacidad para controlar los flujos migratorios que parten del África central y que se encuentran con un tapón militarizado a pocos kilómetros de las costas europeas como a su papel de gendarme de las principales potencias imperialistas en la zona, siendo un bastión del orden frente a posibles conmociones sociales como la que supuso la Primavera árabe, las revueltas en Argelia de los últimos años, etc. y a su función como proveedor de materias primas imprescindibles para la industria y el comercio (fosfatos y arenas esencialmente, pero también pesca) Los últimos meses han visto cómo se daba un paso más en este sentido, tanto con la apertura de consulados de algunos países africanos en el Sáhara Occidental (lo que supone un reconocimiento de hecho de la soberanía marroquí sobre este territorio) como con la firma de los «Acuerdos Abraham», por los que una serie de países, entre ellos Marruecos, reconocen al Estado de Israel, a cambio de lo cual el reino alauita ve reconocida su presencia en el Sáhara Occidental.

Por su parte, Argelia, principal sostén de la causa saharaui, adopta ahora un papel mucho más tímido a este respecto. Si bien mantiene los campos de refugiados de Tinduf, donde habitan unas 200.000 personas y que son la base del Frente Polisario, su apoyo a una eventual campaña bélica es prácticamente nulo. Los conflictos internos que atraviesan el país, con una tensión social creciente en las calles ante los casos de corrupción generalizada por parte del gobierno, una reforma constitucional en marcha, etc. le desaconsejan una política beligerante como la que pudo mantener en los años ´70 y ´80.

Finalmente, el Frente Polisario, ocupado desde 1991 en una vía diplomática que le reconozca como fuerza política en la región pero sin buscar ya la independencia inmediata del Sáhara, ha perdido buena parte de su capacidad militar. Únicamente puede contar con su capacidad para mantener levas regulares de militantes desde los campamentos de saharauis, pero de ninguna manera puede pensar en una guerra prolongada. La falta del apoyo incondicional que hace años le prestaba Argelia implica una merma considerable en su capacidad militar y es muy probable que su declaración de guerra acabe siendo simplemente una campaña propagandística para hacerse oír en un momento en el que la situación general, tal y como la describimos antes, se vuelve muy difícil.

 

La entrada en escena del proletariado saharaui

 

Los problemas que golpean a la población saharaui desde hace décadas continúan sin resolverse a día de hoy. Han transcurrido 45 años desde la invasión marroquí del territorio del Sáhara Occidental, de los cuales 16 de guerra entre el Frente Polisario y el ejército alauita y 29 de una paz que no ha proporcionado ninguna solución a la población que permanece hacinada en los campos de refugiados o discriminada y maltratada en ciudades como Alauín.

¿Quiere decir esto que la «cuestión saharaui» se plantea hoy igual que entonces? Sin duda, no. Los cambios  económicos, demográficos y políticos plantean hoy un escenario sensiblemente distinto al de hace 50 años, cuando dio comienzo la revuelta social en la zona. En primer lugar, el propio desarrollo económico de la región, que ha pasado de ser una zona apenas desarrollada en términos industriales a convertirse, como por otra parte ha sucedido en buena parte del Magreb, en un centro económico si no de primera importancia sin duda nada desdeñable, ha traído una recomposición social de la población: donde antes existían pequeños estratos proletarios en un mar de pastores y pequeños agricultores, hoy la clase proletaria ha ganado en peso numérico mientras que la economía tradicional ha perdido buena parte de su importancia. En segundo lugar, la consolidación del dominio marroquí sobre el territorio saharaui no se ha logrado únicamente gracias a la intervención militar: las importantes migraciones de población de origen no saharaui a las principales ciudades de la región, población empleada esencialmente en el sector minero-industrial dedicado a la extracción de fosfatos y otras materias primas de la región, ha roto la «unidad» étnica, lingüística y social que existía hace medio siglo. Pero esta población de reciente implantación, si bien en un primer momento debía constituir la avanzadilla del régimen marroquí (y por ello se le prometió disfrutar de unos privilegios inalcanzables para las masas saharauis) se ha convertido en poco más que la misma mano de obra explotable por las grandes corporaciones que se dedican a la extracción de los recursos mineros de la zona que constituyen los propios saharauis, transformándose así en una parte nada desdeñable del proletariado local. Finalmente, las transformaciones sufridas por los principales actores políticos, económicos y militares de la región, que básicamente pueden resumirse en el fortalecimiento del Estado marroquí como un agente del imperialismo euro-americano capaz de gobernar su territorio e imponer el orden en la región y en el debilitamiento de la ola de luchas anticoloniales en el Magreb, vuelve más difícil que nunca la existencia de un Sáhara independiente.

Resulta sumamente complicado obtener datos económicos y sociales fiables para el Sáhara Occidental: el servicio estadístico de Marruecos los presenta agregados al del conjunto del país y los organismos internacionales no tienen capacidad (o interés) para obtener una información en una región donde todo es opaco. Valen como resumen, por imprecisos que sean, los siguientes

Donde se puede ver las principales tendencias de población en los últimos años, que valen tanto para la población de origen marroquí como para aquella de origen saharaui:

 

-La mayor parte de la población vive en las ciudades, que aumentan su número de habitantes un 3% cada año. Fuera de estas ciudades básicamente no hay población a excepción de los campos de refugiados de Tinduf, que no son tenidos en cuenta en este resumen.

-Aproximadamente la mitad de la población trabaja en la industria.

-El desempleo afecta a 6 de cada 100 trabajadores, dato este bastante dudoso puesto que representaría una excepción en todo el Magreb.

 

Tal y como afirmábamos más arriba, la composición social de la población saharaui dista mucho de ser, hoy día, la que fue hace décadas. Las estructuras tribales prácticamente han desaparecido, si bien los antiguos líderes de las mismas conforman hoy la pequeña burguesía local, propietaria de tierras y negocios y aliada alternativamente tanto con Marruecos como con el Frente Polisario. La clase proletaria, si no mayoritaria, sí que conforma una parte sustancial de la población, aglutinada en las pocas ciudades costeras y empleada esencialmente en la industria, con unas condiciones de vida (esperanza de vida, salario mínimo, etc.) similares a las del resto de Marruecos según afirma el Centro Nacional de Estadística Marroquí.

 

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La clase proletaria del Sáhara ya no es un elemento residual en medio de una sociedad de tipo pre capitalista, sino un actor que resultará determinante en los futuros conflictos sociales que golpearán la región. La corriente nacionalista encabezada por el Frente Polisario y defendida por sus voceros fuera del Sáhara según la cual en la región se enfrenta un pueblo saharaui unido, sin diferenciaciones de clase, contra un Estado opresor como es el marroquí, pretende obviar que la polarización social en el Sáhara Occidental se ha desarrollado a lo largo de los últimos cincuenta años en términos plenamente capitalistas y si bien subsisten áreas donde esto no ha sido así o sectores donde la economía tradicional puede seguir existiendo, desde luego la tendencia es a que se reduzcan al mínimo.

Es cierto que las más importantes explotaciones minero-industriales pertenecen al Estado marroquí, así como buena parte de la tierra, que actúa como el gran capitalista nacional en todo su territorio. Pero también lo es que hay una tupida franja de burgueses y pequeño burgueses que, siendo saharauis, viven de la explotación de la mano de obra local. Estas clases sociales, que son las que ven sus intereses defendidos por el Frente Polisario, afrontan la crisis actual con un ojo en la independencia nacional soñada y con otro en los negocios, mucho más reales.

Estos cambios económicos y sociales, ¿implican que el problema nacional ya no se existe en el Sáhara? De ninguna manera. Mientras la ocupación militar marroquí persista, mientras por la fuerza de las armas se mantenga una situación de opresión sobre el conjunto de la población saharaui, este problema nacional continuará vivo. Pero los cambios experimentados por la región y su población durante las últimas décadas indican que de un conflicto nacional como el vivido durante los años ´60 y ´70 del siglo pasado, donde la emancipación nacional saharaui se planteaba como emancipación de un pueblo apenas desarrollado en los términos del capitalismo moderno y, por lo tanto, donde la clase proletaria era sumamente débil y difícilmente podía tener una voz propia, se ha pasado a una situación en la cual es la clase proletaria de reciente formación la que padece mayoritariamente la opresión marroquí y, por lo tanto, esta queda indisolublemente ligada a su necesidad de emprender una lucha clasista, anti burguesa (contra todas las burguesías, magrebí y saharaui también) y anti colonial en defensa de sus intereses particulares como clase a la que explotan y oprimen los burgueses de cualquier nacionalidad.

En la actualidad, al proletariado saharaui se le plantea una disyuntiva de difícil solución: o bien permanece preso de las políticas nacionalistas defendidas por el Frente Polisario y obedece sus consignas de «guerra nacional» contra el Estado marroquí, o rompe con el peso muerto de esos últimos 50 años colocándose sobre el terreno de la lucha de clase, el cual implica una alianza estrecha con el proletariado magrebí de la región que padece igualmente la opresión de la burguesía alahui y el peso de las fuerzas imperialistas en la zona. El viejo marco de la comunidad étnico-nacional saharaui, basado en la pervivencia en la región de un pueblo saharaui colonizado primero por España y luego por Marruecos, ha desaparecido. Tal y como se ha explicado en los párrafos precedentes, las migraciones de población obrera marroquí, el desplazamiento de buena parte de la población saharaui a los campos de refugiados del Norte de Argelia y el desarrollo de una economía agrícola e industrial moderna en términos capitalistas, ha dado lugar a una nueva clase proletaria en la región. Como tal, esta clase tiene un interés común al margen de su procedencia étnica o nacional: la lucha contra la explotación salvaje que padece a manos de la burguesía marroquí, interesada en la obtención del mayor volumen de beneficios posible a costa de los proletarios. Los salarios de hambre, la explotación hasta la extenuación de los trabajadores de las minas de fosfatos, el régimen prácticamente de vasallaje que se vive en el campo, etc. son cuestiones que unen directamente a los proletarios de ambas procedencias.

¿Significa esto que no existe ningún rastro de la opresión típicamente colonial que han padecido los saharauis durante décadas? No. Desde luego que la clase proletaria saharaui padece unas condiciones de existencia peores que la clase proletaria marroquí porque a la explotación típicamente capitalista se le suma los restos de la opresión nacional que aún subsisten. Pero esta situación no puede ser afrontada desde las posiciones nacionalistas que defiende el Frente Polisario: la burguesía local saharaui a la que este representa no tiene ningún interés en subvertir las relaciones de producción capitalistas que imperan ya en la región, sino en heredarlas, manteniendo incluso los convenios internacionales (basados en la posición exportadora de materias primas que posee el Sáhara Occidental) que rigen la vida económica de la región. Es más, las reducidísimas fuerzas del Frente Polisario son básicamente incapaces de hacer frente al poder político y militar marroquí y únicamente pueden aspirar a representar los intereses imperialistas en la región de terceras potencias (Argelia, principalmente) y buscar un entendimiento entre estas, Marruecos y las principales potencias imperialistas a escala internacional que tienen intereses en la zona (España, EE.UU. y Francia).

La simple perspectiva de un Estado independiente saharaui, colocado en medio del desierto, sin recursos para sobrevivir, preso entre dos grandes potencias regionales, implicará en cualquier caso un lento exterminio del conjunto del pueblo saharaui, que o bien morirá entre la miseria más espantosa o bien emigrará a cualquiera de los países limítrofes.

De esta manera, siguiendo por la vía de la obediencia política y militar al Polisario, la clase proletaria saharaui no sólo no logrará revertir lo fundamental de su posición como clase explotada, sino que ni siquiera puede aspirar a una mejora sustancial en lo que a la opresión nacional que padece se refiere. Únicamente con su lucha de clase, en la cual debe poner en primer lugar sus intereses como proletariado y buscar la alianza con los proletarios marroquíes (tanto del Sáhara Occidental como del resto del país y de la emigración) puede combatir simultáneamente la explotación económica y la fortísima presión de tipo nacional que aún padece.

La vía de la lucha de clase que, como decimos, implica irremediablemente la solidaridad entre proletarios marroquíes y saharauis, no es un camino fácil de tomar. Sobre ella pesan décadas de enfrentamiento militar, políticas racistas, privilegios concedidos a la inmigración obrera interna marroquí, etc. Pero es la única posible porque la confluencia sobre condiciones de vida materiales cada vez más parecidas (debido al empobrecimiento paulatino de los proletarios marroquíes llevados al Sáhara Occidental por el Estado entre otras cosas) vuelve viable esta unidad proletaria, rompiendo así el aislamiento étnico que hasta hace unos años había sido la norma y torna imposible la política de unidad nacional que la burguesía saharaui y el Frente Polisario propugnan.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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