Sobre el hilo del tiempo

Pacifismo y comunismo

(«El proletario»; N° 26; Feb.-Marzo-Abril de 2022 )

Volver sumarios

 

 

AYER

 

En la tradición de los marxistas revolucionarios es muy sólida la oposición al nacionalismo y al militarismo, a todo el belicismo basado en la solidaridad de los trabajadores con el Estado burgués en guerra por las famosas tres razones fraudulentas: defensa contra el agresor - liberación de los pueblos gobernados por Estados de otra nacionalidad - defensa de la civilización liberal y democrática.

Pero una tradición no menos sólida de la doctrina y de la lucha marxista es la oposición al pacifismo, una idea y un programa poco definibles que, cuando no es la máscara hipócrita de los preparadores de la guerra, se presenta como la necia ilusión de que al definirse y desarrollarse de los enfrentamientos sociales y de la lucha de clase pueda oponer, desde posiciones y posiciones de clase opuestas,  el objetivo de la «abolición de la guerra» y de la «paz universal».

Los socialistas siempre han sostenido que el capitalismo conduce inevitablemente a las guerras, tanto en la fase histórica en la que la burguesía establece su dominación construyendo Estados-nación centralizados, como en la fase imperialista moderna en la que se vuelca a la conquista de continentes atrasados y los distintos Estados históricos compiten por el dominio. Quien quiera abolir la guerra debe abolir el capitalismo y, por lo tanto, si hay pacifistas no socialistas debemos considerarlos como adversarios, porque sean de buena o de mala fe (peor en todos estos problemas de nuestro movimiento y comportamiento si es el primer caso) nos inducirían a frenar la perspectiva clasista de nuestra acción y la lucha contra el capitalismo, sin alcanzar el objetivo ilusorio de un período capitalista sin guerras, que de todos modos no es nuestro objetivo.

Para decirlo brevemente: será útil establecer que el análisis de las guerras entre Estados dado por la escuela marxista nunca se ha reducido (véase Marx, Engels, Lenin) a un simplismo que diga que el curso y el resultado de las guerras no implican repercusiones sustanciales en los desarrollos y posibilidades del socialismo revolucionario, y si nos referimos a la actual fase súper moderna del capitalismo, el análisis completo no nos lleva en absoluto a descartar la posibilidad, tras nuevos desarrollos, de un sistema capitalista organizado en todo el mundo en un complejo unitario, ya sea un superestado o una federación, capaz de mantener la paz en todas partes. Este parece ser hoy cada vez más el ideal de los grupos de piratas del capital y de sus seguidores, como Truman, Churchill y los jenízaros menores. No excluimos esta eventualidad de la paz burguesa, que antes de 1914 fue pintada por los distintos Norman Angell con colores idílicos, pero al admitirla la consideramos una eventualidad peor que la del capitalismo, que genera guerras en serie hasta su colapso final. Vemos en ella la expresión más contrarrevolucionaria y antiproletaria, aquella que, algo nada sorprendente para la visión teórica marxista, concentra más al servicio de la opresión capitalista, en un mando único férreo de la policía mundial con el monopolio de todos los medios de destrucción y de ofensiva, los medios de estrangular toda rebelión de los explotados.

El pacifismo como renuncia genérica al uso de medios violentos de Estado a Estado, de pueblo a pueblo y de hombre a hombre, es una de las muchas ideologías vacías sin fundamento histórico a las que el marxismo ha hecho justicia. Las doctrinas de la no resistencia al mal, además de ser irreales y carecer de ejemplos históricos, sólo pueden servir para destruir en el seno de la clase obrera la preparación para levantarse con el uso de la fuerza para derrocar el régimen burgués, que los marxistas no admiten que pueda caer de otra manera; son, por tanto, doctrinas antirrevolucionarias.

El propio cristianismo, hoy el principal medio para dormir a los oprimidos y aceptar la injusticia social con su horror a la violencia, que impide hipócritamente a los sacerdotes de todas las iglesias bendecir las guerras y la represión policial, como hecho histórico fue una cuestión de lucha e incluso Cristo dijo que no había venido a traer la paz sino la guerra.

La tesis de que la guerra era inevitable en las sociedades antiguas y medievales, pero que una vez establecida la revolución burguesa y liberal en todas partes sería posible resolver los conflictos entre los estados por medios incruentos, siempre fue considerada por los fundadores del marxismo como una de las más sucias y necias apologías del sistema capitalista. Carlos Marx, que siempre tuvo que lidiar con estos ideólogos desfasados del civilismo burgués, no disimuló su infinito fastidio y acabó blandiendo su infalible látigo sobre sus divagaciones, y en la ruptura con el falso revolucionarismo anarquista de Bakunin una de las razones de principio fue el cuelgue de los libertarios con estos círculos suizos y cuáqueros.

Toda la poderosa campaña contra los socialpatriotas de 1914, que nunca será suficientemente recordada e ilustrada en la ardua labor de reconducir el movimiento proletario por el buen camino, los tachó al mismo tiempo de renegados como servidores del militarismo, y de servidores de la correlativa dirección de solidaridad legal internacional y ginebrina, que para Lenin consistía en la verdadera Internacional capitalista para la contrarrevolución.

 

HOY

 

En vísperas de cada guerra, el reclutamiento de las milicias se hace hoy por medios más complejos que en los siglos pasados. En las sociedades grecorromanas, los ciudadanos libres luchaban y los esclavos se quedaban en casa. En la época feudal, la aristocracia tenía como función la guerra y complementaba sus ejércitos con voluntarios: voluntarios y mercenarios son la misma cosa, los que deciden por iniciativa propia ser soldados aprenden el arte y buscan su lugar. La burguesía capitalista introdujo la guerra por la fuerza; pretendiendo haber dado a todo el mundo la libertad cívica, suprimió la libertad de no ir a matarse; por el contrario, quiso que la gente lo hiciera gratis o por la sopa. Un viejo melodrama cantaba en tiempos del absolutismo: vendió su libertad, se hizo soldado. El censor se alarmó por la terrible palabra libertad y quiso cambiarla por lealtad. Sin embargo, el nuevo régimen burgués consideraba que la libertad personal era algo demasiado noble como para pagarla, y la tomó sin recompensa.

El Estado dispone ahora de mercenarios, voluntarios y soldados reclutados, pero la guerra se ha convertido en un asunto tan vasto que todavía no es suficiente. Los efectos de la guerra pueden despertar el descontento de toda la población militar o no militar, y para frenar este descontento, además de las diversas gendarmerías en los frentes externo e interno, debe haber toda una movilización de propaganda a favor de la propia guerra, el colosal ladrido de mentiras que la historia de las últimas décadas nos ha hecho presenciar en oleadas, y que ha rehabilitado a todo tipo de narradores que registran la vida de los pueblos, desde el brujo tribal hasta el augur romano, pasando por el sacerdote católico y el candidato parlamentario.

Ahora bien, en esta preparación de la masacre, en esta fábrica de entusiasmo por la carnicería general, un personaje conocido se sitúa a la cabeza de todo el macabro carnaval, la gran Idea, la noble Causa de la Paz, la blanca paloma reducida a una señorita desplumada.

Fieles seguidores de la ideología burguesa, los dirigentes traidores han llevado a la clase obrera mundial al frenesí y la han extraviado detrás de todos estos títeres, entregándola, perdida y pasiva, a los deseos de sus enemigos de clase.

Le han dado la palabra para luchar por todos los objetivos de sus opresores, lo han puesto a disposición de la patria, para la nación, para la democracia, para el progreso, para la civilización y para todo menos para la revolución socialista. Son capaces de ponerla a disposición de disturbios y revoluciones, siempre que sean las revoluciones de otros.

Cuando en Rusia aún quedaban dos revoluciones por hacer, y según la visión marxista no era posible hacer sólo una, había que combatir a dos tipos de oportunistas (los mismos que fueron derrotados por Marx en el ´48 europeo): los que querían injertar un economicismo socialista en el régimen zarista y los que querían utilizar a los obreros para una revolución burguesa, argumentando que era necesario dejar vivir al régimen capitalista durante mucho tiempo para una mayor evolución. Lenin esculpió la posición revolucionaria en una frase muy simple: la revolución debe servir al proletariado, no el proletariado a la revolución. Es decir: no estamos aquí para poner el movimiento obrero que va tras nuestro partido al servicio de las reivindicaciones o incluso de las revoluciones de otras clases, sino que queremos enviarlo a la lucha por los objetivos autónomos y originales de nuestra clase y sólo de ella.

El movimiento actual de los llamados partidos comunistas no hace más que encuadrar a los trabajadores para enviarlos después a las marionetas de la mentira burguesa, para quemar sus energías al servicio de todos los objetivos de la clase no trabajadora.

A la campaña por la democracia y el liberalismo parlamentario y burgués amenazados por el fascismo, a la lucha por las vergonzosas palabras del resurgimiento nacional, de la nueva revolución democrática, palabras cien veces más insensatas que las utilizadas por los antibolcheviques en la época del zar, le sigue ahora una nueva y más innoble fase del engaño mundial: la batalla bajo la consigna del pacifismo.

Éste es un nuevo y mayor capítulo en la negación y abjuración del comunismo marxista. La cruzada contra el capitalismo imperialista de América y de Occidente sería una consigna proletaria, pero en ese caso -además de no poder ser dada por quienes tendieron los puentes de desembarco y cobraron sus salarios- sería una consigna no de paz sino de guerra, de guerra de clases, en todos los países.

La campaña por la paz y los congresos con invitaciones a todos los pensadores no comunistas no sonsólo más derrotistas que el planteamiento de clase del movimiento obrero, que corona dignamente a todos los demás, no sólo son un servicio de primer orden prestado al capitalismo en general, sino que van a conducir, como la gran cruzada democrática llevada a cabo de forma sucia de 1941 a 1945, para fortalecer las grandes estructuras estatales atlánticas, que sólo se derrumbarán cuando se enfrente al sistema burgués haciendo saltar sus falsas banderas de Libertad y Paz para aplastarlo abiertamente con la dictadura y la guerra de clases.

 

Battaglia Comunista n° 13,  30 de marzo al 6 de abril de 1949.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

Volver sumarios

Top