Vida de partido

Reunión pública sobre la guerra imperialista y el conflicto ruso-ucraniano

(«El proletario»; N° 26; Feb.-Marzo-Abril de 2022 )

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El pasado 26 de marzo mantuvimos, en el local de las cajas obreras de Valladolid, un encuentro público acerca de la presente guerra entre Rusia y Ucrania. En ella tuvimos ocasión de presentar las posiciones del partido acerca no sólo del conflicto que se vive en estas semanas, y que posiblemente se extenderá durante los próximos meses, entre las fuerzas de la Federación rusa y el Estado ucraniano (apoyado este último de manera indirecta por las potencias occidentales vinculadas a la OTAN) sino de la concepción marxista de la guerra y del balance que nuestro partido hace del conjunto de enfrentamientos armados que han tenido lugar en todo el mundo desde el final de la IIª Guerra Mundial.

Pese a que la guerra de Ucrania ocupa todos los telediarios y periódicos y que los llamamientos a la «resistencia del pueblo ucraniano» o a la «paz» tienen un gran alcance, han sido muy pocos los actos sobre este tema. En comparación, por ejemplo, con las movilizaciones por la segunda guerra de Irak, el silencio en los medios políticos de la izquierda y de la extrema izquierda ha sido atronador. Se sigue así con la línea de las recientes guerras de Libia o Siria, sobre las que, fuera de unas pocas publicaciones, ni se leyó ni se vio en las calles ningún acto de protesta similar a aquellos que los voceros de la burguesía (intelectuales, políticos progresistas, artistas, etc.) protagonizaron con motivo de la invasión anglo-estadounidense de Irak.

¿Cuál es el motivo? En la guerra de 2002 los acontecimientos militares culminaron una progresiva ruptura entre diferentes bloques de la burguesía española, entre aquellos -más vinculados al gobierno Aznar y las empresas que iban de su mano en la apertura hacia el mercado atlántico y la imposición de exigencias al bloque europeo- que eran partidarios de apoyar (indirectamente, eso sí) a los Estados Unidos en su aventura en Medio Oriente y aquellos -vinculados al PSOE y a la tradicional postura de adhesión a la política exterior francesa de la burguesía española- eran contrarios a este apoyo y partidarios de refrendar la posición franco-alemana (sustentada también por Rusia). En este enfrentamiento, al que se sumaban otras causas como el desplazamiento de las facciones burguesas vasca y catalana de la posición que ocupaban desde la Transición como apoyo a los gobiernos centrales a cambio del desarrollo autonómico del país, la izquierda política y sindical, unida detrás del PSOE, Izquierda Unida y un sinfín de grupos y corrientes de la extrema izquierda entonces extra parlamentaria, enarbolaron la bandera del pacifismo como manera de encuadrar a los proletarios y a la pequeña burguesía detrás de la política de apoyo al bando imperialista europeo. Como es sabido, la ola de movilizaciones contra aquella guerra acabó, finalmente, con los acontecimientos del 13 y 14 de marzo de 2004, cuando tras los atentados de los trenes de Atocha las fuerzas anteriormente «pacifistas» se dirigieron sobre el terreno estrictamente parlamentario para liquidar el gobierno del PP.

Después de aquello, las guerras de Libia, Siria o la actual de Ucrania ya no levantan las mismas tensiones que la de Irak, porque en estas el conjunto de la burguesía española y de sus representantes políticos está completamente de acuerdo en lo que se refiere a fines y medios a seguir. La caída de Gadaffi en Libia o el intento de acabar con Al-Assad en Siria después del estallido de la primavera árabe han sido cuestiones de Estado, es decir, temas en los que la totalidad de las facciones burguesas tenían un interés directo, concretado en favorecer el posicionamiento de las fuerzas imperialistas aliadas (Estados Unidos y Francia principalmente) que debían abrirle camino a las españolas como invitado de segundo orden. Durante prácticamente una década que duraron estos conflictos no vimos ni a CC.OO. ni a UGT ir más allá de llamamientos hipócritas por «la paz», muy lejanos a la huelga general de 2002 por la guerra de Irak. Tampoco vimos a las masas estudiantiles bloquear las facultades por el pueblo sirio, que padeció igual o más que el iraquí. El pacifismo, las consignas «contra la guerra», por muy radicales que pretendan ser, esconden siempre una cesión en toda regla a los intereses burgueses, una defensa, abierta o no, de sus necesidades de expansión, control y comercio.

Hoy se ha ido un paso más lejos. Si en las guerras de Siria o Libia el silencio fue la norma, en estos días los herederos de aquellas corrientes pacifistas de 2002 se han posicionado, ya desde el Parlamento, Ayuntamientos e incluso el gobierno, a favor de uno de los dos bandos enfrentados. Desde Izquierda Unida a Podemos pasando por Más País, todos, de una manera u otra, han aceptado la defensa del interés nacional español en forma de defensa del patrioterismo ucraniano. Se aplaude a Zelenski en el Parlamento, se izan banderas rojas y amarillas en las fachadas consistoriales, etc. Y, desde todas partes, se bombardea a la clase proletaria exigiéndole solidaridad práctica y material -no sólo moral- con el «pueblo ucraniano». Ahora la clase burguesa española tiene un interés común sin fisuras, se posiciona abiertamente en un único bando dentro de una situación internacional mucho más tensa que la de 2002. A medida que se han desarrollado los enfrentamientos, larvados primero, más abiertos ahora, aún lejanos de una lucha sin tapujos pero encaminándose a ella, la defensa de las exigencias primordiales del país pasa a un primer plano y las diferencias entre facciones enfrentadas se atenúan. Podemos puede llorar por la paz desde el Consejo de Ministros que envía armas a Ucrania. Igual que lo hacen todos sus intelectuales de corte mientras se posicionan junto al batallón Azov. Su posición sólo encubre el apoyo que brindan a la política imperialista del Estado, a la cual sirven sin dudar.

Más allá de esta posición belicista y nacionalista, no ha aparecido mucho más. En Madrid, una sediciente «asamblea popular contra la guerra» se ha hecho pública bajo el eslogan completamente estúpido de «ni OTAN ni Putin», convocando una exigua manifestación por la «solidaridad internacionalista, por la paz y el desarme», recogiendo precisamente el espíritu y las consignas del pacifismo tradicional, el que se ha revelado completamente incapaz de frenar ninguna guerra o de modificar cualquier tipo de ambición imperialista. Esta corriente, que afirma vincularse al movimiento contra la guerra en Rusia, es decir, a un movimiento también de tipo interclasista que, más allá de la innegable valentía de sus miembros, que se juegan penas de prisión larguísimas por salir a la calle, refleja también la impotencia de una política basada en la conciliación de los intereses nacionales con los de un vago «pueblo» que padecería los horrores del conflicto. La verdadera respuesta ante la guerra imperialista, la que debe encabezar la clase proletaria y que es la única que podría estar en condiciones de frenar la movilización bélica, para estas corrientes ni existe ni debe existir. Hace 20 años sus hermanos mayores, en un terreno mucho más favorable, ya levantaron estas banderas pacifistas… A los más dispuestos de entre ellos es fácil augurarles un futuro similar.

Finalmente, minúsculas pero presentes, han tenido lugar tomas de posición públicas, en forma de charlas, reuniones, etc. de corrientes que buscan colocarse a la izquierda de este pacifismo reivindicando alguna forma de intervención proletaria en el campo del enfrentamiento entre clases. Lamentablemente, a la debilidad numérica de este tipo de intervenciones le ha correspondido una mayor aún debilidad política y teórica. En general se han sustentado en una repetición vacía y simplista de lemas como «guerra de clases contra la propia burguesía», «revolución mundial»… afirmando que existen dos campos, el burgués de los enfrentamientos interimperialistas y el proletario, etc. Se ha tratado de posicionamientos vagos y característicos de grupos incapaces de entender la realidad más allá de consignas. Para estos grupos, la clase proletaria tendría hoy la posibilidad de revertir la guerra de Ucrania transformándola en una guerra de clases, proletariado contra burguesía, por el simple hecho de tomar conciencia de su necesidad. Ignoran la terrible fuerza que se ejerce contra el proletariado y que se manifiesta en casi cien años de aplastamiento bajo la presión combinada de la potencia política, ideológica, pero sobre todo material, del imperialismo y sus aliados socialdemócratas, estalinistas y herederos. Ignoran la realidad de la clase proletaria, incapaz siquiera de manifestar sus intereses de clase sobre el terreno de la lucha inmediata de manera independiente. Creen que basta con revolucionar el mundo de las ideas con consignas sacadas directamente de 1914 para revolucionar la realidad política y económica de una clase proletaria que está totalmente ausente a día de hoy.

Para nosotros, marxistas que no hemos renunciado ni a la tradición del comunismo revolucionario ni al hilo que nos une a la lucha de la clase proletaria contra todos los bandos burgueses tal y como se dio en 1871, 1905 o 1917, la realidad que plantea esta guerra a la clase proletaria va más allá tanto del pacifismo bajo el que se encubre la defensa de la política de rapiña imperialista como de las consignas vacías que sólo contribuyen a desorientar a los pocos elementos que buscan romper con la política de colaboración entre clases que se impone sistemáticamente.

Como partido hemos trabajado durante décadas tanto sobre el balance dinámico de la derrota de la clase proletaria después de la contrarrevolución estalinista como sobre las perspectivas de reanudación de la lucha de clase, perspectivas vinculadas íntimamente a la ineluctabilidad de una crisis económica de alcance mundial y a la altísima probabilidad de que estalle un tercer conflicto imperialista de escala planetaria. El hilo rojo que reivindicamos no se rompe en 1927, de la misma manera que el partido histórico y formal del que formamos parte no ha sido destruido (¡ni lo será jamás!) tras la IIª Guerra Mundial por la fuerza, de una intensidad no vista antes, reaccionaria de la burguesía y sus agentes en el campo proletario. Tal y como expusimos en el encuentro público, nuestro partido continúa con el trabajo de registro y análisis de los datos que arroja la realidad (una realidad cada vez más difícil y siniestra) con el fin de colocar las posibilidades de la reanudación de la lucha revolucionaria en sus justos términos y, por lo tanto, con el fin de orientar correctamente el trabajo a realizar por nuestra corriente.

Tomamos para concluir este resumen unos párrafos de La guerra imperialista en el ciclo burgués y en el análisis marxista(1), que fueron largamente comentados durante la reunión

 

Las conclusiones políticas y las orientaciones a las que debemos atenernos hoy son, por tanto, límpidas:

1) El Partido y sus militantes se abstienen de toda participación en los movimientos anti-guerra y anti-militaristas actuales, expresión de una reacción de capas burguesas y pequeño-burguesas a la guerra futura, y orientadas ideológicamente y dirigidas políticamente por el pacifismo y el social-pacifismo, en perfecta coherencia con su composición social.

2) En relación a los «movimientos por la paz» actuales, nuestra consigna «positiva» es la de una intervención desde el exterior con carácter de propaganda y de proselitismo en dirección a los elementos proletarios capturados por el pacifismo y englobados en las movilizaciones pequeño-burguesas con el fin de arrancarlos de este género de encuadramiento y de acción política. En particular, a estos elementos nosotros les decimos que no es en las manifestaciones pacifistas de hoy donde se prepara el anti-militarismo de mañana, sino en la lucha intransigente de defensa de las condiciones de vida y de trabajo de los proletarios en ruptura con los intereses de la empresa y de la economía nacional. Como la disciplina del trabajo y la defensa de la economía nacional preparan la disciplina de las trincheras y la defensa de la patria, el rechazo a defender y respetar hoy los intereses de la empresa y de la economía nacional preparan el anti-militarismo y el derrotismo de mañana.

3) Va de suyo que la presencia de proletarios en medio de las procesiones pacifistas no puede justificar de ningún modo la teorización de una «componente proletaria» del «movimiento por la paz» actual o, peor, de un «antimilitarismo de clase» del hecho de que grupos pretendidamente «revolucionarios» se encuentren en medio de curas y de estafadores pacifistas. Si se tratara verdaderamente de comunistas no estarían animados a juntarse con sus semejantes en estos movimientos.

El ala izquierda del pacifismo no debe ser tomada por una primera aparición del anti-militarismo de clase, que no nacerá nunca por partenogénesis de cualquier «izquierda pacifista» ni de cualquier coordinación de grupos pequeño-burgueses cuya memoria histórica no va más allá del mayo del 68.

4) En los casos de una reacción proletaria contra la guerra y sus preparativos, destinados hoya ser esporádicos a causa de la ausencia de reanudación general de la lucha obrera, el Partido debe aprovechar esta brecha, aún modesta, que se abre a su actividad, para contribuir a orientar y si es posible a dirigir por la propaganda y por la acción práctica las iniciativas de lucha. Este género de situaciones se constata sobre todo cuando son los proletarios los que descienden a la calle, a continuación cuando el movimiento de lucha es abandonado y traicionado por los pacifistas, en tercer lugar cuando son acontecimientos concretos que tocan directamente a los proletarios los que están en la base de la protesta. Esta protesta no será nunca una reivindicación general «por la Paz» sino una protesta contra iniciativas bien precisas del militarismo burgués: tal intervención militar, en eventual envío de contingentes o una llamada a los reservis­tas, una agravación de la disciplina en los cuarteles, etc.

Se trata pues de reacciones bien distintas de la movilizaciones pacifistas, fácilmente reconocibles como manifestaciones de la vida de la clase obrera sobre la base de las características que hemos definido anteriormente.

5) Es necesario rechazar, por tanto, la tesis inmediatista según la cual la reanudación clasista revolucionaria podría derivar del nacimiento de un anti-militarismo de clase nacido del pacifismo de izquierda. En primer lugar, porque el anti-militarismo proletario no puede nacer de la movilización interclasista de las clases contrarias, sino exclusivamente de la reacción inmediata de los proletarios contra los efectos de los preparativos de guerra sobre sus condiciones de vida, de trabajo, de acuartelamiento. De seguido, porque sin respuesta obrera a los ataques cotidianos de los patronos sobre los salarios, los tiempos y las condiciones de trabajo, es imposible esperar reacciones contra el militarismo y sus consecuencias. En efecto, el impacto de éstas sobre las condiciones de vida de la clase es muy a menudo demasiado indirecto y alejado de la presión ejercida cotidianamente por la burguesía sobre el puesto de trabajo. En fin, porque la presencia de la agitación pequeño-burguesa por la defensa de la paz no significa que los proletarios deban creer en una amenaza real de guerra inminente, que significaría el fin de todas las certezas que les habían hecho soportar sin rechistar los sacrificios infligidos por la crisis económica.

En efecto, es una característica de las clases medias presentir con adelanto los futuros cataclismos y, de otro lado, la experiencia histórica demuestra que la agitación pacifista desaparece precisamente cuando el conflicto se convierte en inminente. Por otra parte, ¿por qué la percepción de la inminencia de la guerra y el hundimiento de la creencia en un futuro que fuese al menos un futuro de paz, entrañaría forzosamente la revuelta de los obreros? Es mucho más lógico que entrañen miedo y parálisis y, por tanto, una resignación aún mayor. Toda esta laboriosa construcción que podríamos llamar intelectualismo movimentista, no es más que una tentativa de encontrar en el movimiento pacifista y en sus gigantescas manifestaciones un sustituto a la reanudación de la lucha de clase -tentativa fracasada desde el principio porque obliga a inventar todas las piezas de una «componente proletaria» que nunca ha existido en estos movimientos- y una justi­ficación teórica a la rabia activista de correr detrás de todo lo que se mueva. Los errores teóricos siguen a los errores prácticos.

6) Hace falta rechazar sobre el plano teórico y práctico la posición que podemos llamar intermedista, que llama a los proletarios a defender la paz porque sería una situación más favorable que la guerra para el desarrollo revolucionario. Según sus partidarios, la tarea de los revolucionarios consistiría en «orientar a los trabajadores más conscientes y más radicales hacia las soluciones juzgadas más favorables al momento dado, con el fin de influir sobre los acontecimientos para que vayan, paso a paso, en la dirección más favorable al movi­miento revolucionario» puesto que «entonces los objetivos intermedios, es decir, los objetivos para el presente y el futuro previsible favorecen un mayor grado de conciencia en los militantes revolucionarios (...), por el contrario la huida hacia adelante, la incapacidad de tomar posiciones políticas, las perpetuas repeticiones de ‘principios’ (...), embotan el espíritu de los militantes revolucionarios y de las vanguardias obreras»

Entonces, en ausencia de la revolución (...) ¿cuáles serían las condiciones que favorecen el movimiento revolucionario, la paz o la guerra? La respuesta es, bien seguro, la paz, púdicamente llamada «no guerra entre las principales potencias» porque «la guerra en si representa una derrota muy dura para la clase obrera».

La absurdidad no está tanto en la respuesta como en la pregunta. «La incapacidad de la clase obrera, antes de empezar la lucha por el poder, de impedir al capitalismo desencadenar la guerra», de lo cual se hace tanto ruido, es un dato establecido por el marxismo. Sólo la revolución proletaria puede impedir la guerra: no es propaganda en el sentido trivial del término, es decir, engañosa. Nosotros no queremos espantar a los proletarios, forzándoles a hacer la revolución agitando el espectro de la guerra, que podría ser evitada por una simple lucha defensiva de una clase obrera todavía demasiado débil para lanzarse al asalto del poder, por algo apenas más difícil que una batalla sindical valiente, si, en tanto que marxistas, afirmamos que la guerra es inevitable si la revolución no tiene lugar es porque sabemos, sobre la base de un análisis científico de las contradicciones del capitalismo, que los poderes burgueses deben, en un cierto momento, desencadenar la guerra so pena de caer en un precipicio todavía más peligroso, el del hundimiento económico sin esperanza.

Quién se dice marxista y acepta esta premisa debe entonces com­prender que ninguna clase amenazada de muerte puede renunciar a recurrir al remedio que puede salvarla, a menos que la clase históricamente revolucionaria le dispute el poder político con las armas en la mano. La clase dominante puede ser entonces obligada a renunciar a la guerra -o a interrumpir temporalmente su participación en ella- para consa­grarse completamente a la guerra de clase impuesta por el proletariado revolucionario. En una situación de este tipo, que podríamos llamar de doble poder, según la expresión utilizada por Lenin para la situación rusa de febrero a Octubre de 1.917, sólo traidores harían de la «defensa de la paz» la consigna central. De igual modo que sólo trai­dores, ante la segunda guerra mundial, han podido hacer de la lucha por la democracia contra el fascismo un objetivo intermedio, dada la imposibilidad para el movimiento proletario, aún intoxicado por el imperialismo, de hacer de la revolución un objetivo inmediato.

Es evidente que, desde el punto de vista de las condiciones inmediatas de vida de los trabajadores, el fascismo y la guerra son peores que la democracia y la paz; en tanto que el fascismo, después de haber reprimido y destruido las organizaciones económicas y políticas del proletariado, ha realizado una política social que -con los amortiguadores sociales- satisfacía las necesidades más acuciantes de las masas obreras, comprando de esta manera la paz social. No es por casualidad que la democracia post-fascista ha heredado del fascismo esta política reformista con la cual ha afianzado aún más la colaboración entre clases.

  La zanahoria reformista es menos mala que la porra fascista, las víctimas de la «Paz» burguesa son menos numerosas que las de la guerra. Pero lo que los «intermedistas» no quieren ver es que las acciones de la clase dominante no derivan de la volun­tad subjetiva de individuos o de grupos sino que son la consecuencia de determinaciones más fuertes que toda su «voluntad política».

En ciertos momentos el fascismo es un recurso obligatorio. ¿Qué burgués no desearía que las charlas y las seducciones democráticas fuesen suficientes para normalizar a la clase obrera? ¿Qué burgués no preferiría que la situación económica permitiese pagar la paz social con concesiones de tipo reformista? El hecho es que existen situaciones históricas en que la burguesía no puede pagarse el lujo de obtener de este modo la sumisión de los esclavos asalariados: entonces es necesario recurrir a la manera fuerte, al fascismo.

Pequeña cuestión para los intermedistas de ayer, de hoy y de mañana, ¿en qué condiciones puede la clase obrera «influir sobre las elecciones políticas de la clase dominante» cuando estas son elecciones obligatorias, por ejemplo, optar por la democracia cuando la situación económica no lo permite más? Respuesta: con la única condición de atemorizar a la clase dominante, es decir, de tener la fuerza de insurreccionarse victoriosamente contra el orden burgués. Pero entonces la consigna de los intermedistas, que puede ser inmediatamente alcanzada, se convierte en una consigna de traidores.

Fuera de esta situación es una consigna veleidosa, un lloriqueo imbécil e impotente.

 


 

(1)   Publicado en los números 44, 45 y 47 de El Programa Comunista correspondientes a mayo de 2001, marzo de 2004 y julio de 2007 respectivamente. Recomendamos su lectura en www.pcint.org o solicitándonos los ejemplares físicos.

 

 

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