Las luchas en el sector del metal

(«El proletario»; N° 27; Septiembre de 2022 )

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Desde 2019 veníamos escribiendo acerca de cómo la crisis económica entonces en ciernes tendría uno de sus puntos calientes en el sector del metal (1). Esto podíamos afirmarlo, ya en 2019, por dos motivos. El primero de ellos, de orden estrictamente económico, porque los años de recuperación de la crisis de 2008-2014 estaban marcados por una notable incapacidad de la gran industria de hacer remontar sus beneficios hasta los niveles previos a 2008 y, dentro de esta gran industria, el sector del metal y de la automoción mostraban signos evidentes de estar manteniendo un nivel de sobre producción respecto a su capacidad real sólo mantenible por las políticas expansionistas de los diferentes estados. Por otro lado, porque la importancia vital que el sector del metal (punta de la gran industria en todos los países capitalistas desarrollados) tiene una dimensión especialmente relevante en el volumen de mano de obra proletaria que emplea. Pese a que en las últimas décadas esta ha disminuido notablemente, aún es un factor decisivo en las economías de casi todos los países.

Por estos dos motivos, por la importancia económica del sector pero también por su relevancia social, afirmábamos entonces que la ofensiva de la clase burguesa contra los proletarios del metal, que comenzó en Vizcaya en el verano de 2019 con la lucha contra el convenio sectorial que patronal y sindicatos buscaban imponer a los trabajadores, marcaría el tono del conjunto de las medidas anti proletarias que esta misma clase burguesa se preparaba para imponer en el momento en que las necesidades económicas de una crisis que se veía más que probable.

La posterior crisis sanitaria del coronavirus no modificó, en absoluto, las bases que justificaban esta previsión. En primer lugar porque el lock out que casi unánimemente decretaron todas las burguesías mundiales durante marzo y abril de 2020 no redujo el volumen de sobre producción existente en términos mundiales: si durante ese periodo de tiempo no se fabricó, tampoco que consumió y el saldo resultó inalterado. Por otro lado porque se pudo comprobar que fue en la industria pesada y especialmente en la del metal y la automoción donde la burguesía tuvo que imponer sus medidas restrictivas y represivas con más energía. Durante los primeros días del Estado de alarma en España, por ejemplo, fueron los paros en estos sectores, espontáneos y salvajes, los que obligaron a las empresas y al Estado a garantizar un mínimo de seguridad en el puesto de trabajo ante lo que entonces era una amenaza sanitaria desconcertante (2). Ejemplos como el de los trabajadores de Mercedes-Benz en Vitoria, que incluso tuvieron que enfrentarse a la policía dentro de la misma factoría cuando exigían garantías sanitarias, los hubo entonces en diferentes lugares y el desprecio y el boicot que sufrieron por parte de las organizaciones sindicales y los partidos de la izquierda marcaron el desprecio con el que fueron tratadas miles de vidas en los meses siguientes.

Pero ha sido en los últimos meses cuando esta tensión que se acumulaba en el sector ha tenido diferentes estallidos.

El primero y más relevante de todos fue la fortísima huelga que los trabajadores de subcontratas del naval de Cádiz, cuando los trabajadores temporales, empleados en la industria auxiliar que sirve a Navantia y a alguna otra gran empresa del sector, llevaron a cabo una huelga en noviembre del año pasado que logró incluso romper el bloqueo que los grandes medios de comunicación imponen a este tipo de situaciones. Las reivindicaciones de los huelguistas tenían que ver con el aumento salarial tenían que ver con el salario (subida del 2,5% más el IPC anual en 2022 y del 3% más IPC anual para 2023) pero especialmente con las condiciones laborales de los trabajadores de auxiliares, que padecen una situación mucho peor que los trabajadores fijos de la empresa pública y que ni siquiera tienen derecho efectivo a representación sindical. Como es sabido, la huelga se caracterizó por una gran decisión por parte de los trabajadores, que organizaron piquetes y manifestaciones tanto en los polígonos industriales como en el centro de Cádiz, recibiendo gran apoyo de la población proletaria de la ciudad incluso cuando estos actos acababan con enfrentamientos con la policía. Fue durante esta huelga cuando el gobierno de PSOE y Podemos decidió enviar un destacamento de anti disturbios armado hasta los dientes y con una tanqueta de ataque táctico para amedrentar a los huelguistas realizando un gran despliegue intimidatorio en los barrios obreros. Finalmente, las organizaciones sindicales, principalmente CC.OO. y UGT, que se reunían con la patronal fuera de Cádiz por temor a la presión que pudieran sufrir en la ciudad, decretaron la vuelta al trabajo firmando un convenio que recogía las exigencias de la patronal y que fue votado mediante un sistema de asambleas amañado de sobra conocido por haber sido empleado ya cientos de veces cuando la situación amenaza con desbordarse. Después del cese de la huelga, llegó el momento de la represión: cientos de multas a trabajadores por «manifestación ilegal» o «desórdenes públicos» y unos cuantos, los más significados durante los enfrentamientos, detenidos en sus casas en un nuevo intento por amedrentar a los proletarios combativos.

El resultado de esta huelga pudo verse desde el primer día: las empresas más afectadas por la misma afirmaron que se negaban a aplicar la ridícula subida salarial (2% anual), los trabajadores de auxiliares continúan en la misma situación de total y absoluta precariedad… De ninguna manera los resultados de la negociación entre sindicatos y patronal pueden ser vistos como una victoria, aunque los medios de comunicación y periodistas más próximos al gobierno se apresurasen en su momento a hablar de tal cosa.

La segunda oleada de huelgas tuvo lugar, durante los meses de mayo y de junio, en La Coruña. Esta vez se trató de una serie de huelgas parciales exigiendo el pago del  incremento del 6.5%, correspondiente al IPC para 2021. La organizó la Confederación Intersindical Galega y arrastró, según el sindicato, al 80% de los trabajadores de la gran industria.

Realmente, esta huelga hay que entenderla unida a las huelgas del metal de Orense (del mismo junio de este año) y de Pontevedra (de 2021), dado que únicamente la pretensión ultra legalista de las organizaciones sindicales divide conflictos que se dan en un mismo tejido industrial, con trabajadores que rotan de una a otra región y que tienen condiciones laborales idénticas. En general, puede hablarse de un año de movilizaciones en el sector del metal gallego que han colocado como exigencias principales el incremento salarial ante una inflación desbocada y la consiguiente merma de sus condiciones de vida y de trabajo.

Otro ejemplo de este tipo de movilizaciones lo tenemos en la huelga del metal de Cantabria, posiblemente la más numerosa de los últimos años y que duró más de 20 días. Durante este tiempo, los trabajadores realizaron piquetes y manifestaciones diarias en la que los proletarios exigían, de nuevo, un incremento salarial acorde con la inflación. Durante prácticamente tres semanas la huelga creció sin parar, arrastrando a todas las pequeñas empresas de la región y amenazando con paralizar la totalidad de la actividad económica. Así hasta llegar a su punto culminante, cuando los sindicatos CC.OO. y UGT, que sencillamente no sabían cómo salir de una situación en la que los trabajadores les exigían seguir adelante y la patronal les recordaba su compromiso nacional de no llevar reivindicaciones salariales, optaron porque Yolanda Díaz, la súper ministra y futura candidata presidencial del PCE, se encargase de la mediación. Y desde luego que lo hizo: en un día se pactaron unas condiciones totalmente alejadas de las exigencias iniciales (6% de subida salarial, con una inflación del 10%) y se aprobaron en una «asamblea general» en la que no se pudo evitar que el 35% de los asistentes votasen en contra del acuerdo.

Finalmente, el caso de Euskadi donde de nuevo la capacidad de las organizaciones sindicales de imponer a los trabajadores medios de lucha completamente ineficaces logró dividir las huelgas del metal de Vizcaya y Álava, separando objetivos que realmente son comunes, evitando presentar un frente común entre ambas a una patronal que, desde luego, es la misma a ambos lados del límite provincial. En este caso el hecho es más sangrante aún: contando con el ejemplo de los trabajadores de Tubacex que, tras siete meses de durísima huelga, de enfrentarse a la represión policial, de recibir presión por parte de patronal, Estado y sindicatos, lograron la readmisión de 129 despedidos en un ejemplo de que la fuerza de la clase obrera organizada es la única con la que cuentan los proletarios; contando, decimos, con este precedente directo, de la misma región y el mismo sector, los sindicatos y la patronal han tenido mucho cuidado en mantener las movilizaciones y las huelgas debidamente fragmentadas, convocando en días sueltos, sin continuidad y mucho menos sin organizar prácticamente las convocatorias más allá del clásico paseo sindical.

Todas estas movilizaciones muestran que, bajo la fortísima presión que los proletarios padecen, una presión dirigida por la clase burguesa y que tiene como objetivo mantenerlos encuadrados dentro de los límites de la solidaridad interclasista, de la defensa de la economía nacional, de la resignación ante las medidas draconianas que se les ha impuesto durante los últimos dos años, existe la capacidad de reaccionar al menos contra las consecuencias más inmediatas de estas políticas anti proletarias, de luchar sobre el terreno económico, manteniendo exigencias salariales como se ha hecho en Cádiz, Cantabria, Galicia o Euskadi… Una clase proletaria joven, que ha padecido las consecuencias de la reconversión industrial y de todo el largo (y duro) proceso de liquidación de las mejoras laborales que se lograron hace 50 ó 60 años mediante durísimas luchas así como de la desaparición de los pequeños núcleos de proletarios que podían transmitir esta experiencia de enfrentamiento con la clase enemiga, tiene de cualquier manera la fuerza para enfrentarse a las imposiciones patronales y para extender su lucha más allá de los límites que tanto la burguesía como sus aliados (sindicales, políticos, etc.) quieren mantener como inapelables.

Pero este tipo de episodios, estas experiencias que tienen una importancia que va más allá del momento concreto en el que se desarrollan y desaparecen, sólo tendrán valor más allá del corto plazo y de la satisfacción personal de sus protagonistas, si las vanguardias proletarias son capaces de extraer un balance claro de los resultados obtenidos y de sistematizar unas lecciones que deben ser generalizables más allá de cada caso concreto.

En los casos que nos ocupan, más allá de la demostración de fuerza que todos y cada uno han supuesto, debe concluirse que se han cerrado con una derrota sobre el terreno reivindicativo para la clase obrera. Como hemos señalado, la práctica totalidad de las exigencias que se han planteado en la negociación de los convenios colectivos que han dado lugar a los conflictos eran de tipo salarial. Y, debe decirse, tampoco eran exigencias muy ambiciosas: dada la espiral inflacionaria que vive la economía mundial, las reivindicaciones de incrementos por debajo del IPC son de por sí cesiones a la patronal. Pero, incluso pasando esto por alto, los convenios colectivos se han firmado aceptando incrementos menores a los exigidos en un primer momento. ¿Qué significa esto? Sencillamente que se ha tenido que aceptar descensos en el salario real. Por el lado patronal: un descenso del precio de la mano de obra contratada y un incremento potencial del beneficio que se puede obtener. Más allá de las implicaciones que esto tiene sobre los trabajadores del metal afectados, la burguesía ha logrado imponer unas condiciones que le son muy ventajosas para ella como conjunto: en la actual situación económica, lograr un descenso de los salarios reales en un sector tan importante como el metal le permitirá descargar sobre los proletarios el peso de los ajustes que le es imprescindible realizar para evitar que la inflación se desboque y que el resto de sectores se vean afectados, mantiene los niveles de beneficio que extrae de la explotación de la mano de obra en los niveles mínimos que le son aceptables y, por lo tanto, encara la crisis con esa ventaja. Durante los últimos meses se ha hablado mucho de un pacto de rentas a nivel nacional, es decir, de una política que impida el incremento de los salarios evitando ajustarlos a la inflación a cambio de un compromiso por parte de los empresarios de no trasladar el aumento de los precios de materias primas, productos semielaborados, costes salariales, al precio final de las mercancías. Como se ve, parte de este pacto de rentas se está realizando por la vía de los hechos con este tipo de victorias y, si llega el momento de formalizarlo en un gran acuerdo nacional, estas significarán un valioso terreno ganado desde el que negociar. Por otro lado, derrotada en el terreno de las reivindicaciones salariales la parte de la clase obrera que, por su concentración, tradición de lucha, etc. tiene más facilidades para combatir, se ha doblegado uno de los principales focos de resistencia que se podía oponer a sus exigencias y le resultará mucho más sencillo derrotar, uno tras otro, el resto de posibles conflictos que puedan tener lugar en los próximos tiempos.

Pero de esta derrota que ha tenido lugar en términos de las exigencias más inmediatas, se puede extraer valiosas lecciones que pueden suponer una victoria en términos mucho más amplios. Recordamos el Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels

 

Los obreros arrancan algún triunfo que otro, pero transitorio siempre. El verdadero objetivo de estas luchas no es conseguir un resultado inmediato, sino ir extendiendo y consolidando la unión obrera.  Coadyuvan a ello los medios cada vez más fáciles de comunicación, creados por la gran industria y que sirven para poner en contacto a los obreros de las diversas regiones y localidades.  Gracias a este contacto, las múltiples acciones locales, que en todas partes presentan idéntico carácter, se convierten en un movimiento nacional, en una lucha de clases.  Y toda lucha de clases es una acción política. (3)

 

La verdadera fuerza de la clase proletaria no reside en la situación que vive en la sociedad burguesa en un sentido estrictamente económico, en si disfruta de un salario mejor o peor, unas condiciones laborales que le permiten vivir o simplemente sobrevivir. En última instancia la fuerza económica de la sociedad siempre va a pertenecer a la clase burguesa, propietaria de los medios de producción y capaz de apropiarse del la riqueza social que surge del trabajo colectivo, bien sea por el derecho que emana de la ley bien sea por la acción política más elemental, la fuerza, a la que recurre siempre que le es necesario. La verdadera fuerza de la clase proletaria reside en que reúne a los proletarios más allá de su situación particular, más allá de todas las experiencias individuales o colectivas, precisamente en una clase, en una fuerza social capaz de oponerse en términos inmediatos y generales a las clases enemigas. La experiencia que la clase proletaria puede extraer de una derrota se vuelve positiva si con ello logra extender su organización destinada a la lucha. Y aquí reside el valor potencial de estos ejemplos de lucha que hemos señalado más arriba. En un contexto no sólo de crisis económica sino de terrible presión por parte de la clase burguesa, que ha impuesto las medidas más duras que se recuerdan fuera de los periodos de guerra, esta misma clase burguesa podía dar por descontada cierta facilidad para imponer sus exigencias económicas. Pero no le ha resultado tan sencillo: ha tenido que recurrir a la represión, a la traición sindical, etc. mostrando su verdadera cara, lejos de aquel «saldremos más fuertes» que no se ha cansado de repetir desde marzo de 2020, y sus verdaderos intereses. Esto, en la medida en que puede contribuir a resquebrajar la irrespirable paz social bajo la cual se confinó a los proletarios en sus casas, se permitió la muerte de decenas de miles de personas por un virus cuya letalidad podía haberse atenuado con las medidas sanitarias adecuadas, se ha despedido a cientos de miles de proletarios y se ha reducido el sueldo mediante los célebres ERTEs a varios millones mientras que las empresas así lo han requerido, puede servir de ejemplo y de punto de referencia para futuras luchas.

Pero, para ello, es imprescindible que la clase proletaria extraiga unas lecciones, siquiera mínimas sobre lo que estas luchas pasadas han significado. Por un lado, sólo la lucha llevada a cabo con medios y métodos de clase está en condiciones de hacer posible (pero no de garantizar) la victoria proletaria. La huelga sin preaviso ni duración predeterminada, la defensa de la lucha por todos los medios necesarios contra los ataques represivos, la extensión de la misma mediante piquetes, manifestaciones, etc. que naturalmente serán prohibidos y atacados, etc. Todas estas son vías de lucha que están totalmente excluidas tanto de los «derechos» que proporciona la legislación laboral como del elenco de propuestas que las grandes organizaciones sindicales y los partidos de izquierda ofrecen a los proletarios. Pero son las únicas que colocan a los trabajadores en condiciones de, al menos, poder aspirar a la victoria sobre el terreno de las reivindicaciones parciales inmediatas. Sobran los ejemplos de luchas enviadas directamente a la derrota por haber malgastado las fuerzas de los proletarios en paros parciales, peticiones a los poderes políticos, confianza en la mediación institucional, etc.

Por otro lado, es evidente que la patronal, los grandes (y pequeños) sindicatos de concertación y el resto de agentes sociales, forman un único bloque anti proletario. Si durante los periodos de paz social existe un cierto reparto de tareas, por el cual las organizaciones sindicales median entre patronal y Estado para lograr algunas mejoras para los proletarios de esta o aquella empresa e incluso recurren de vez en cuando a alguna huelga simbólica para contener la tensión que puede surgir entre los trabajadores, la realidad es que a la hora de la verdad patronal, sindicatos y cualquier otro «agente representativo» se colocan en un mismo sentido y desempeñan cada uno su parte de una tarea común: vencer a los proletarios que se lanzan a la lucha. Lo hemos visto en Cádiz, cuando CC.OO. y UGT, que ni siquiera convocaban la huelga, impusieron la vuelta al trabajo con el apoyo de las tanquetas policiales. O en Cantabria, con la entrada en escena de Yolanda Díaz para imponer la autoridad del gobierno progresista y acabar con las movilizaciones. Ante esto, la clase proletaria únicamente puede oponer la fuerza de su propia organización clasista, la extensión de los núcleos proletarios que, por pequeños que sean, fuera o dentro (por difícil e improbable que esto sea) de las organizaciones sindicales colaboracionistas, son capaces de extraer las lecciones de cada lucha y mantener vivo siquiera un conato de organización que las mantenga vivas y en condiciones de ser transmitidas más allá de los límites que imponen las circunstancias en que se han dado.

No se trata de un problema de índole meramente organizativa, aunque este aspecto es muy relevante, sino de naturaleza política. No se trata de crear organizaciones, pequeñas o grandes, a cualquier precio, buscando con esto sustituir a aquellas que han demostrado servir a los intereses de la burguesía. El problema reside en que los proletarios que han sido capaces de ir más allá de las necesidades contingentes de la lucha y de ver (o entrever) la necesidad de una lucha a escala, sean también capaces de trabajar por mantener viva esta perspectiva una vez que la lucha termina.

Las luchas en el sector del metal han sido un síntoma, pero nada más. La tensión social que siempre late bajo la capa de normalidad que impone la burguesía, emerge periódicamente a la superficie. Pero este hecho no debe llevar a engaños. El marco general, extendido por todo el planeta, es el de la colaboración entre clases. Y es todavía extremadamente resistente, como para pensar que este tipo de episodios pueden resquebrajarlo. Pero igual que no se debe caer en un optimismo irracional, tampoco se debe abrazar el derrotismo patológico. La posibilidad objetiva, material, de que estas luchas constituyan una puntada en el largo y tormentoso camino de la reanudación de la lucha de clase es real. Aún entre inmensas dificultades, contando con las reducidísimas fuerzas de que hoy podemos disponer, los marxistas debemos registrar estos fenómenos que aparecen sistemáticamente en el mundo capitalista y exponerlos partiendo de las bases reales que los sustentan. Tarde o temprano este trabajo basado en las armas de la crítica, apoyado por un renacer a gran escala de la lucha de clase del proletariado, dará su paso definitivo a la crítica de las armas.

      


 

(1) Ver, por ejemplo La huelga del metal en Vizcaya, un ejemplo de lucha proletaria y de oportunismo anti obrero, en El Proletario nº 18.

(2) Un buen resumen de estas luchas, que ya citamos en nuestro suplemento especial de marzo de 2020, es el que se puede encontrar en https:// valladolorentodaspartes. blogspot. com/ 2020/ 03/ informe-sobre-la-situacion-laboral.html

(3) Manifiesto del Partido Comunista, Editorial Progreso, Moscú, 1981.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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