LOS ERRORES QUE SIEMPRE COMETEREIS

(Chile y la ilusión democrática)

( Suplemento Venezuela  N° 2 de «El programa comunista» N° 44 ; Octubre de 2003 )

- Artículo adicional para el Suplemento N° 2 -

 

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Mientras que en Chile la jauría castrense continúa reprimiendo a los miembros de los partidos puestos en la ilegalidad por el nuevo régimen, especialmente a aquellos de los partidos más a la izquierda que, si bien han sobrevivido, son sometidos a duras condenas, en Italia Carlos Altamirano, (hoy el lider más conocido y autorizado del P.S. y de la Unidad Popular en el exilio) según L’Espresso del 24 de marzo que contiene una entrevista, y que refiriéndose al golpe chileno pretende haber sacado una lección útil sobre los (errores que no cometeremos más): «si hubieran sido previstos y superados a tiempo los errores y los equívocos que se han cometido, el curso de los acontecimientos hubiera sido diferente», antes de precisar lo que él entendía por «errores»:

«En el gobierno y en la Unidad Popular, la ausencia de una dirección política unitaria, la dispersión ideológica y las divergencias tácticas, han producido incoherencias en la gestión política e incompatibilidad entre los diversos elementos que participaban en la gestión táctica y política del gobierno. Lo que faltó también fue una política militar. No era lógico ni consecuente fundar el éxito de un proceso revolucionario sobre la lealtad personal de algunos mandos militares, sobre sentimientos en apariencia legalitarios, sobre tradiciones que formaban parte de la mitología burguesa». Después de haber dicho que la clase dominante tiende más a la preservación de las relaciones de producción que a la superestructura jurídica, Altamirano señala que «faltó una política militar con un poder de disuasión» propios, agregando que:

«Hubiéramos podido evitar el gol-pe y la guerra civil si nos hubiésemos preparado sólo para ello. La vía político-constitucional, sin recurrir a las armas, con lo que la Unidad Popular esperaba efectuar el paso al socialismo, nodebió haber descartado nunca la posibilidad de transformarse en acción armada .»

Todos los demócratas están dispuestos a admitir haberse equivocado por exceso de «democracia», cuando son expulsados por quien los ha tolerado en su propio interés. Escuálidos intérpretes liberales de una democracia burguesa que en otras épocas no era considerada inconciliable con la fuerza y el terror contra los poderes abatidos sino que por el contrario se nutría de ellos, los «socialistas» chilenos balbucean ahora cuando la situación no tiene ningún remedio. Después del terrible estacazo, gemidos inevitables se elevan y se asiste a la nauseabunda carrera del más sincero «mea culpa». Sin embargo - cosa también inevitable - tampoco se saca la única lección útil, esto es, la necesidad de romper el frente de una «democracia oficial», para andar no digamos al socialismo, sino a un poder fuerte frente a las clases más atrasadas y al imperialismo, fuerza irrealizable sin el armamento y la organización de las fuerzas revolucionarias cuyo motor será siempre el proletariado, cosa que no haría la democracia, como es lógico.

¿Por qué entonces, bajo el gobierno de Allende no se ha creado este frente, sino que se ha dado mayor peso a las «estructuras jurídicas» que a las «relaciones de producción», como dice el socialista Altamirano, dando a entender que se debía haber hecho lo contrario?

La verdad es que la tentativa de Allende no ha llegado ni siquiera al nivel de un movimiento burgués radical. Ha sido un movimiento promovido por la gran burguesía misma y «caracterizado» por el intento de realizar un compromiso entre todas las clases sociales. La burguesía creía poder gobernar sobre la base de este compromiso general, pensando haber encontrado en Allende el hombre que podía moderar todas las tendencias extremistas, sobre todo aquellas procedentes de las masas campesinas y obreras.

Y todos han podido constatar, ante la evidencia del golpe, que Allende nunca tuvo la fuerza suficiente para imponer cualquier cosa, y mucho menos en el plano militar, como el mismo Altamirano debe admitir. Si el poder ha pasado a los militares, no obstante la débil resistencia del palacio de la Moneda, no fue a pesar de Allende, sino gracias a Allende. Esto es evidente si se piensa que los militares fueron  mimados por el gobierno «socialista»: desde 1970 a 1975, el balance de la defensa pasó de 1.120 millones a 7.340 millones de escudos - decía Le Monde del 20 diciembre 1973 -, aumento muy considerable aún teniendo en cuenta incluso la inflación si se compara a 1969, «ultimo año del gobierno demócrata-cristiano de Frei», quien a su vez estuvo animado de una súbita solicitud hacia los pretorianos en ocasión de las elecciones presidenciales. La conquista de las fuerzas armadas, descrita a su tiempo como modelo de ejército democrático, al igual que la de las otras instituciones, no comportó la sustitución de todos los cuadros viejos, si no que ha sido hecha con la intención de comprar el aparato tal cual era (hubo notables mejoras económicas y estructurales), con el resultado que todos conocemos: dar fuerza y medios a los propios enemigos. El ejército chileno estaba instruido militar por los Estados Unidos no habiendo cesado éste con Allende; cada año por lo menos doscientos oficiales y suboficiales marchaban a Panamá para un curso de perfeccionamiento. El general Carrasco W. - refiere siempre Le Monde - que fue acogido triunfalmente en 1972 en Cuba, no ocultaba el haber adquirido gran provecho de estos cursos, en los que había sido adiestrado para la «counter-insurgency-war» (traducción: guerra contrarrevolucionaria). Siempre la misma fuente cita las palabras de uno de los más cercanos colaboradores militares de Unidad Popular según el cual para Allende, romper o incluso reformar las relaciones militares con Washington hubiera equivalido a introducir un factor político en problemas esencialmente profesionales. El mismo colaborador narra después que cuando el general Prats pudo conjurar el golpe del 29 de junio de 1973 intentado por el coronel Souper, «la marina y la Fach (Fuerzas Aéreas de Chile) hacia mucho tiempo que estaban preparados para sublevarse, y en estas condiciones una depuración en el ejército, conquistado casi por completo por las ideas de los putchistas, lejos de frenar el golpe de Estado lo habría precipitado». Se trata entonces de algo bien distinto a un «error»! Si Allende estaba en el poder era porque había favorecido tal situación, dejando siempre la alternativa «fuerte» en las manos de quien detentaba el verdadero poder. El error fue simplemente el de haber emprendido la «via chilena», que Altamirano sostiene no haberse «agotado», más aun, que es todavía «una esperanza abierta a los pueblos».

Que la «vía chilena» estuviera cerrada a toda clase de desarrollo revolucionario lo confirman también las palabras de Juan Garces, un consejero político de Allende que en Le Monde del 18 de diciembre de 1975 se pregunta si «se podía armar a los obreros», concluyendo que no. Este afirma que «la Unidad Popular fundaba su programa en la legitimidad política, sin que en los altos mandos hubiera un solo general socialista y mucho menos comunista». ¡Fuerza militar contra «legitimidad» política!

Después de haber proclamado textualmente que no es posible la revolución sin ejército revolucionario, el autor describe el motivo del fracaso de Allende en haberse apoyado en el ala democrática de las fuerzas armadas. Estas fuerzas democráticas eran demasiado débiles para «neutralizar la mayoría antisocialista de los oficiales».

Dado que el problema de la vía legal era, como siempre, el de «mantener en pié el equilibrio interno que se había creado», era absolutamente necesario evitar la ruptura: 

«La actitud las fuerzas armadas no se prestaba a equívocos. En ningún caso estas se hubieran convertido en el brazo armado de la clase obrera [es decir, en fuerzas potencialmente revolucionarias]».

El colaborador de Allende sabe de qué está hablando:«el apoyo de los militares al gobierno Allende estaba insertado en rígidos límites políticos y sociales, fuera de los cuales no podía continuarse (...). Las fuerzas armadas reconocían al gobierno legal en la medida en que éste actuaba conforme al derecho.  Ellas estaban ligadas a él por una ‘ideología institucional’ y no por una ‘ideología de clase’».

En otras palabras, el gobierno de Allende y la U.P. creían que la única forma de»controlar» al ejército, reconocido sin embargo como fuerza adversa, era quedándo-se tranquilos y no hacer nada que los indispusiera. Para el autor estaba claro que «éste mismo cuerpo de armada que defendía al gobierno le habría desobedecido si hubiera recibido una orden contraria a la Constitución. El presidente Allende no tenía la posibilidad de disolver las cámaras y gobernar por decreto de ley ya que ningú regimiento lo hubiese apoyado entonces».

Está claro, pues, que las mismas condiciones que le permitían estar en el poder, imponían que no se hiciese nada de revolucionario. ¿Porqué entonces, para salir de esta prisión, no se llamó a las fuerzas externas al ejército, armándolas y organizándolas? La respuesta del ayudante de Allende es, por lo menos, desalentadora: «No hubiera sido posible iniciar una acción de este tipo (la distribución de armas a los trabajadores) sin que no fuese conocida en el acto por las fuerzas armadas».

Todos los razonamientos del autor llevan a la misma conclusión: el armamento y la acción armada no eran posibles en esas condiciones, sin provocar una represión del ejercito «entre 1970 y agosto de 1975, las circunstancias objetivas y subjetivas que determinaron el proceso de Unidad Popular hacían imposible la organización de un ejército popular paralelo al ejército profesional».

Por lo tanto, el programa político de Allende se expresaba esencialmente en esta posición típica de todos los gobiernos moderados - se presenten éstos o no como transición al socialismo - la cual consiste en no hacer nada que sea radical para evitar la reacción de los militares, y hacer de todo para hacer créer al proletariado y al campesinado que sólo así la reacción no pasará.

 La misma cuestión se puede expresar de otra manera: el miedo a la organización de los obreros y los campesinos era más fuerte para el gobierno, que aquél inspirado por el ejército que este toleraba, mientras que los proletarios en armas no lo hubieran tolerado. Está claro entonces que todos aquellos que han apoyado desde dentro y desde fuera esta «via pacifica» se han hecho responsables de su éxito. Una fuerza revolucionaria habría sentido como tarea fundamental suya el mantenimiento de una independencia política y de organización rigurosa del gobierno y de sus partidos, no solo con el fin de obligar a éstos mismos partidos a una mayor radicalización en sus medidas burguesas, sino también para procurarse medidas de autodefensa proletaria y campesina, y reivindicándolas incluso contra el gobierno «de pacificación».

¿Qué ha hecho un Altamirano, después de haber afirmado - según reporta Regis Debray - que «el mejor modo de precipitar el enfrentamiento y hacerlo todavía más sangriento, es el de volverle la espalda»? Después del golpe fallido del 29 de junio, Altamirano declamaba:

«Nunca ha sido tan grande como hoy la unidad entre el pueblo, las fuer-zas armadas y los carabineros, y esta unidad se irá reforzando en cada nueva batalla de la guerra histórica que nosotros conducimos». Estas fuerzas armadas ligadas al pueblo son las mismas que, según Garces, no había duda que habían decidido el putsch, las mismas que debían reprimir al pueblo pocos me-ses después y que, por otra parte, antes habían recibido con júbilo la autorización del gobierno progresista para requisar todas las armas que encontraran y para lo cual una simple denuncia de un «ciudadano» era suficiente. ¿También esta ley fue un «error»?

El error fue el mismo gobierno de Allende con todos sus amigos.  Aun cuando el sólo real error que para los marxistas cuenta fue olvidar que,  para defenderse contra la burguesía y su Estado, para arrancarle aunque sean solamente reivindicaciones inmediatas, los proletarios no pueden contar que con sus propias luchas, fuerzas y organizaciones independientes de clase y con su partido revolucionario dirigiendo estas fuerzas, organizaciones y luchas. Hé aquí la leccion que hay que sacar, el error que había que rectificar.

 Hoy sería un error mucho mayor considerar que para corregir los defectos de una «dirección política unitaria», de «dispersión ideológica» y de «divergencias tácticas», se deba volver a intentar, como afirma Altamirano, el mismo bloque unitario. Se critica el «sectarismo» precedente y se habla de «voluntad unitaria» y de ¡«magnanimidad y generosidad para olvidar (sic) el pasado y trabajar con entusiasmo hacia el futuro»!  Los únicos excluidos del bloque son los que han salido de éste para combatirlo con las armas de los militares.

Altamirano expresaba perfectamente durante una intervención con los socialistas de Mitterrand en París, la ilusión unitaria que ha llevado a la catástrofe, mostrando que sus criticas postumas no valen para cambiar absolutamente nada su unitarismo suicida:  «Hemos vencido con la unidad, hemos fracasado dolorosamente con la unidad, es con la unidad que venceremos».

 Las raíces de este fracaso radican precisamente en esa unidad, que nunca conducirá a una verdadera victoria. Sin lugar a dudas muchos elementos hoy día en Chile habrán comprendido - frente a la despiadada represión por parte de la reacción, después de haber sido desarmados por la « revolución pacifica» - que la única vía de revancha pasa a través de la opuesta a la que se ha seguido hasta ahora. En estos momentos el mayor peligro es que las voces de éstos queden sumergidas por el coro pusilánime de los que ahora gimen por no haber combatido antes. Está en que un Altamirano sea capaz de llegar a hacer creer en otro experimento de allendismo «revisado y corregido» y embaucar a militantes combativos con el engaño de que la «nueva via» es algo bien distinto al Frente Popular de los años 50, porque «en unidad popular la dirección está en las manos de la clase obrera».

Cierto, la única en grado de lanzar el ataque contra la reacción chilena-imperialista es la clase obrera. Pero este ataque tendrá un éxito ventajoso para la clase obrera únicamente si al mismo tiempo va dirigido contra los pusilánimes demócratas de las medias clases dispuestos siempre a perder antes de combatir. Y este será igualmente el único medio de encontrar aliados en otras capas sociales, especialmente entre los campesinos más pobres.

La vía de 1848 trazada por Marx y Engels; la del rechazo de verse reducidos a «apéndices de la democracia oficial»; la del reconocimiento de la necesidad de constituirse en  «organización independiente, secreta y publica». Esa era la vía que había que emprender para no caer en la trampa democrática y salir del lodo ensangrentado.

 

(«le prolétaire», Junio de 1974)

 

 

Partido comunista internacional

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