¡La anarquía del transporte, la construcción y la basura en Caracas, es la anarquía propia de la producción capitalista!

(Suplemento N° 8 de «El programa comunista» N° 48 ; Abril de 2009)

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No hay día ni hora en que los habitantes pobres de Caracas, que son los que más utilizan los servicios públicos, no sufran de la pésima calidad de los servicios tales como el recogido y barrido de la basura, o del horrible – no hay otra palabra – “transporte colectivo”, que amarga y vuelve más miserable la vida de quienes no les queda otra alternativa que utilizarlo. Este último caso es emblemático de esta anarquía sin la cual el capitalismo no podría sobrevivir – o de la cual el capitalismo saca ingentes beneficios.

El mal llamado “transporte colectivo”  (camionetas, microbuses, autobusetas, mal adaptados en la mayoría de los casos para el transporte de seres humanos), muy abundante en Caracas y en otras ciudades de Venezuela, se le impuso a los trabajadores desde los tiempos de Carlos Andrés Pérez, en cuyo primer gobierno se otorgaron facilidades de crédito a miles de personas que no tenían otra vocación obviamente que la de ganar dinero rápido y fácilmente, y a gran distancia de un verdadero servicio público; reflejo inconsciente de la euforia petrolera que, tal como hoy, se vivía en aquel entonces.

Con el pasar de los años, la ciudad de Caracas se triplicó en habitantes y este transporte se incrementó, generando un caos constante y crónico a lo largo de toda la ciudad y sus zonas periféricas.  “Uno tiene que morir con esta gente aunque abusen”, afirmaban recientemente usuarios enfurecidos que viven – mejor dicho, duermen – en la ciudad satélite de Guatire y que vienen a laborar a Caracas, cansados del mal servicio que prestan los monopolios de conductores de este infernal y anárquico transporte (Cf. Últimas Noticias, 4/12/2008, p.  44).

Todo esto no es casual,  y menos aún en épocas de tanta gritadera acerca del socialismo, modo de producción del que tanto se ufanan de estar “construyendo” los dirigentes chavistas. Entonces, detengámonos un momento en ese socialismo tan prostituido y depredado por los actuales gobernantes de Venezuela. Marx nos enseña que el modo de producción capitalista no puede prosperar más que en medio de la anarquía de la producción: allí donde un producto pudiese ser generado desde una misma unidad de producción, centralizada y organizada, armonizada según las necesidades reales de la población y no según las necesidades del mercado, el capital, en nombre de la libre empresa y la competitividad, crea mil, diez mil usinas, fabricas, talleres, laboratorios, etc., todos produciendo una misma y única mercancía para satisfacer una misma y única necesidad, en este caso el transporte; viajar, transportarse, llegar temprano a la casa y al trabajo, gozar de un justo descanso con el tiempo ahorrado. De allí, de esta anarquía, además de las ganancias que se embolsillan los capitalistas, también proviene el gran desperdicio y gasto inútil de recursos, de la polución urbana e incluso rural, del envenenamiento y agotamiento de la naturaleza ¡que denunciaba Engels, 150 años antes que los ecologistas! Que ya el marxismo señalaba que el socialismo, al no ser rentista, los costos de producción de una mercancía o bien que satisfaga una necesidad de la especie, aumentan notablemente, con productos y servicios testimoniando de su excelente calidad y durabilidad, etc., a años luz de lo que plantea el chavismo como economía y sociedad.

La anarquía a la que hacemos referencia también se expresa y hace sus estragos en la construcción tanto de ranchos y edificios como de calles, avenidas y autopistas que atraviesan, penetran y torturan a esta ciudad de estilo americano. A ella se agrega el pésimo servicio de recolección de basura que sólo es recogida si está dentro de los conteiner, arrojada a la calle sin aceras u ocupadas por autos conectados a largos cables que atraviesan la calle hasta el electroauto o taller mecánico ubicados en… ¡la acera de enfrente!

Todo esto no puede dejar de hacer mella en el sistema nervioso de la gente; las estadísticas son formales y contundentes: Caracas es una urbe demencial, sin duda, y los altos índices de stress y nervios rotos hacen del caraqueño un ciudadano huraño, de mal humor y muy violento.

En Guarenas y Guatire, ciudades periféricas de Caracas, pero también en su interior, como es el caso del conglomerado de barrios y bloques del “23 de Enero”, zona urbana con tan vieja tradición de lucha y resistencia – donde al parecer se han dormido aquellos otrora dirigentes, hoy todos vestidos de rojo-rojito, con respecto a esta evidente crisis de los servicios urbanos; en el “23”, la sensibilidad social parece haber tomado vacaciones desde que Chávez se montó en el poder…  – en estas zonas y ciudades el transporte y otros servicios siguen en condiciones anárquicas y hasta ultraliberales.

No se puede dejar de señalar que un buen 30% de microbuses, autobusetas, etc., se encuentran desvencijados y listos para ser enviados a las “chiveras” para ser deshuesados, y que no sobreviven más que gracias a la tolerancia de los propios pasajeros que soportan estoicamente el olor de aceite quemado, de gasolina, de llantas peligrosamente lisas, de acceso difícil, obligados a hacer contorsiones y pensarlo dos veces para montarse en ellos, de puertas inservibles, de asientos rotos y sucios, de ángulos tan filosos que rompen pantalones, faldas, camisas, “camioneticas” que trabajan sólo en las horas pico y más rentables, pero que desaparecen al menor chaparrón de agua, o pasadas las 9 de la noche, alegando inseguridad (cosa que en el “23 de Enero” no se justifica…), aparte de una existencia fantasmal del metrobus que cubre estas zonas y rutas proletarias de la capital y otras ciudades.

Poniendo aparte las asociaciones o cooperativas de transportes que sí obtienen ganancias, los demás servicios se encuentran, en general, en manos de otro tipo de cooperativas cuyos márgenes de beneficios son bastante estrictos por no decir minúsculos o inexistentes, al punto de no poder ofrecer una mejor prestación.

A este infierno ultraliberal y caótico se agrega la casi inexistencia de grandes centros distribuidores de alimentos (mercados y supermercados privados o estatales), y donde los “mercales” y “pedevales” son sólo una gota – o un insulto a la inocencia de los sin-reservas –  en un océano de pequeños comercios que se aprovechan de la situación y especulan con los precios de los productos de primera necesidad, al punto que en algunos lugares del Este burgués de Caracas, rubros como el arroz y el café llegan a costar más baratos que en las “bodeguitas” que pululan por todos los sectores de la Caracas pobre del sur y oeste, de Catia, “23 de Enero”, el Cementerio, Antímano, etc., etc. De este pequeño comercio profundamente usurero y especulador, y del comercio en general, Lenin no hablaba bondades después de la guerra civil, afirmando que este océano de pequeño comercio y pequeña producción eran terriblemente perniciosos y que echaban por tierra, marcando su superioridad segundo a segundo, a cualquier esfuerzo por llevar a cabo una economía y distribución planificadas y centralizadas, al menos de los alimentos.

El gas doméstico, que pudiese ser distribuido directamente por tuberías, y a precios más baratos, se encuentra en manos de “cooperativas” que brindan un servicio bastante precario, teniendo el usuario muchas veces que trasladarse, bombona al hombro, dos o tres kilómetros para comprar el preciado combustible, y cuyo precio es mayor que si fuera por servicio nacional.

Hay que ver el giro que han tomado las palabras “cooperativa” y “socialismo” en Venezuela: mientras que el gobierno se gargariza con la palabra “socialismo” y de las supuestas bondades del cooperativismo, en maratónicos programas por radio y televisión, o en “cadenas oficiales” insufribles y abusivas, de un Chavez incansable que denuncia y vocifera los estragos del capitalismo salvaje en la ONU, en el Alba o en La Haya, en el terreno de las realidades cotidianas no es Chávez (ni su séquito que bien puede ahorrarse, con tantos emolumentos y riqueza súbitos, todas las vicisitudes y vejaciones de este socialismo-capitalismo “a la venezolana”) sino el proletario de Petare, Guarenas, de Catia o del “23 de Enero” a quien le toca afrontar la especulación, la inflación, la pésima calidad de los servicios públicos, quien debe soportar largas colas esperando el transporte, bajo la lluvia, en la oscuridad de la noche, angustiado por llegar a casa.

Mientras el discurso socialista anima y fanatiza a sus seguidores que apoyan ciegamente “el proceso”, este llamado capitalismo “salvaje”, que no es otro que el mismo capitalismo rapaz e inhumano de toda la vida, se ha fortalecido como no se puede tener una idea en esta Venezuela que, durante una década, ha soportado estos discursos vacíos e incoherentes de Chávez acerca de un socialismo sigloveintiuno “endógeno, criollo, y pare usted de contar”. Este socialismo capitalista, 100% salvaje, ha crecido y se ha desarrollado en Venezuela en forma prodigiosa y turbulenta, llevándose por delante cualquier discurso edificante sobre las posibilidades de un capitalismo con rostro humano, o la hipótesis de un control del capitalismo, mediante mas leyes y regulaciones, etc., etc.

Así, lejos de parecerse al “mar de la felicidad” prometido, en Venezuela, la realidad es absolutamente otra; y no es otra que la realidad de un capitalismo débil pero de grandes apetencias, y donde el proletario no cuenta para ninguna decisión o beneficio para sí; basta volver al ejemplo ya mencionado de las cooperativas promovidas por el chavismo, que en un comienzo han sido aparentemente neutras política y económicamente hablando, pero que a la larga no han sido sino una impostura política y económica bien argumentada: puesto que no es una empresa capitalista, la misma no posee empleados ni patronos, sino “socios cooperativistas” con un “jefe”; allí el proletario deberá perder su identidad como explotado por el sistema capitalista, pasando a ser alguien que se explota a sí mismo (“no hay peor patrón que uno mismo”, decía Engels, resumiendo el sentido de las cooperativas que ya operaban en su época), que muchas veces los llamados “beneficios” no alcanzan ni siquiera el monto que le pudiera otorgar el salario mínimo, cual si fuera un trabajador dentro de una fabrica o empresa; dicho socio no tiene derecho a formar sindicatos, su sueldo no constituye un sueldo, sino una ganancia o margen que le deja la cooperativa como socio de la misma, no tiene derecho a prestaciones sociales ni al seguro social, tampoco tiene derecho a antigüedades ni a cesantía, y que, para colmo, desaparece de las estadísticas del desempleo: ¡he aquí el proletario ideal, el proletario que necesita el capitalismo en tiempos de crisis como la actual!

¡Es hora de desechar las ilusiones que han podido crear esta alharaca sobre un supuesto socialismo a la venezolana, el chavismo, que vendría a mejorar y adecentar la vida y el trabajo de los proletarios, pero que en los hechos no ha significado otra cosa que la más grande estafa ideológica y política perpetrada por grupo o partido alguno en toda América Latina!

¡Es hora de que los proletarios tomen en sus manos su propio destino, como ya lo han hecho en Petare dos veces consecutivas en las pasadas y presentes elecciones al no ir a votar, y abstenerse de seguir participando en este cada vez más triste circo, donde sólo se le toma en cuenta para que deposite un voto que no es sino la soga con que los burgueses lo estrangulan un poquito cada día que pasa, hasta que su muerte se haga necesaria, hasta que el capitalismo considere necesarios tanto su vida como su trabajo! ¡Hasta que el capitalismo considere necesario y no le quede otra salida que el de arrojarlo a un gran incinerador, a un nuevo conflicto interimperialista mundial!  Esto en caso de que el proletariado no logre actuar como clase, y no pueda detener su propio aplastamiento.

Sólo la revolución proletaria podrá detener la anarquía de la producción y su consecuencia última: la guerra imperialista. La revolución proletaria es la única solución a estas desgracias: “… el proletariado toma el poder público y, por medio de él, convierte en propiedad pública los medios sociales de producción, que se le escapan de las manos a la burguesía. Con este acto, libera a los medios de producción de la condición de capital que hasta allí tenían y da a su carácter social plena libertad para imponerse. A partir de ahora, es ya posible una producción social de acuerdo a un plan trazado de antemano. El desarrollo de la producción convierte en un anacronismo la subsistencia de diversas clases sociales. A medida que desaparece la anarquía de la producción social, va languideciendo también la autoridad política del Estado. Los hombres, dueños por fin de su propia forma de organización, se convierten asi en dueños de la naturaleza, en dueños de si mismos, en hombres libres”. (Federico Engels, “Anti-Dühring”).

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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