Contra las medidas antiobreras del gobierno socialista

¡Defensa intransigente de los intereses de clase proletarios!

( Suplemento N° 11 de «El programa comunista» N° 48 ; Septiembre de 2010 )

 

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Siguiendo la senda de sus colegas griegos y precediendo a otros países como Alemania o Italia, que continuaron por el camino de las reformas económicas a lo largo de la primavera, el gobierno socialista de España ha lanzado un ataque en toda regla contra las condiciones de vida de la clase proletaria, acuciado por las necesidades que se le plantean voluntariamente a la burguesía nacional ante la situación de crisis que atraviesa.

Si bien todos los corifeos de la burguesía claman el fin de esta crisis que comenzó en 2008 y que ha afectado a casi todos los países del mundo, tocando de lleno el sector financiero de la economía y arrastrando con él hacia el abismo al conjunto de la economía llamada real (aquella que produce directamente mercancías y servicios), las premisas sobre las que se levanta su salida a la crisis son, básicamente, condiciones para el agravamiento y la prolongación de ésta: el dinero inyectado al sistema bancario a bajo coste o el endeudamiento público, sencillamente, constituyen salidas hacia delante que no solucionan el problema en el que cíclicamente recae la producción capitalista y, con ella, el conjunto de la sociedad burguesa: la crisis de sobreproducción, en la cual la tasa de ganancia obtenida sobre la inversión, resulta completamente insuficiente para mantener ésta en los niveles en que venía desarrollándose. Las medidas que buscan garantizar la inversión mediante la creación de una liquidez inmediata o por la intervención estatal, no pueden garantizar otra cosa que no sea exacerbar los términos de la crisis, introduciendo en ella nuevos elementos agravantes.

Pero éstas no son las únicas medidas que la burguesía piensa adoptar para intentar sacar al capital de la crisis. Existe un oscuro reverso de esta generosa intervención que todos los intelectuales del sistema burgués han aplaudido: el conjunto de medidas dirigidas contra la clase proletaria con el objetivo de extraer el mayor porcentaje posible de plusvalor de su fuerza de trabajo. Un conjunto de recetas económicas que también ha sido jaleado por los expertos económicos y con el que se pretende degradar las condiciones de vida y de trabajo de la clase proletaria, sometiéndola a una disciplina brutalmente estricta que permita aumentar la explotación que cae sobre sus hombros.  Las medidas principales son éstas:

- La reforma laboral que reduce drásticamente la indemnización que los trabajadores reciben en caso de despido, colocándola, de 33 días por año trabajado, en 25. Además, introduce la posibilidad de que los convenios colectivos sean alterados unilateralmente por las empresas durante su tiempo de vigencia con el fin de introducir los cambios necesarios para garantizar la supervivencia del negocio.

-La reforma del sistema de pensiones que pretende reducir la cantidad otorgada a los jubilados, aumentando el tiempo de cotización necesario para obtenerla: de 65 años a 67, y los años de cotización sobre los que se establece la pensión (de los últimos 15 años trabajados al conjunto de la vida laboral).

-Las medidas urgentes del “plan anti crisis” como la bajada de un 5% del sueldo de media a los funcionarios, la supresión de los 420 euros para los desempleados sin ningún otro subsidio  o el genérico “recorte del gasto autonómico” que sin duda se refiere al sistema de prestaciones que se encuentra transferido a las Comunidades Autónomas (Renta Mínima de Inserción, etc.). En la última revisión de estas medidas, los recortes a las ayudas a los parados (recorte general, trabas mayores y requisitos estrictos para su renovación, más controles e inspecciones a los parados, listas negras, etc.) van de la mano de las subidas de impuestos (como el IVA), destinadas a generar ingresos del Estado para que siga sosteniendo –económica, política, militarmente- a la gran empresa y al sector financiero.

Este conjunto de medidas supone la concreción práctica de las exigencias de la burguesía, que siempre pasan por extraer una mayor cantidad de beneficio a costa de la clase proletaria aumentando los ritmos de trabajo, reduciendo los salarios… en definitiva, incrementando salvajemente la explotación de los trabajadores como manera de marcar el rumbo hacia una salida de la crisis que… traiga nuevas crisis y, a largo plazo, el conflicto imperialista mundial.

Para los proletarios resulta una necesidad fundamental responder a estos ataques: el agravamiento continuo de las condiciones de existencia les coloca en la disyuntiva de sufrir la miseria más acuciante… o luchar. Y luchar para el proletario no significa asumir la utopía pregonada a los cuatro vientos por la burguesía de convertirse en empresario o de capear el temporal apretando los dientes (y apretándose el cinturón, claro), lo que en definitiva no es más que competir aún más encarnizadamente con el resto de proletarios, asumiendo la posición de “solo contra el mundo” por las escasas posibilidades que ofrece el mundo capitalista. Luchar, para la clase proletaria, significa enfrentarse a la clase burguesa en el terreno de la defensa intransigente de sus intereses de clase, es decir, por la imposición de todos aquellos objetivos inmediatos que garanticen unas condiciones de vida y de trabajo mejores que las actuales, unos objetivos que, precisamente, pongan límites a la competencia que los proletarios se hacen entre ellos para sobrevivir y que demuestren que la unidad en la defensa de los intereses comunes a todos los proletarios es la única vía para paliar las consecuencias de las leyes capitalistas de producción.

Para ser capaz de emprender esta lucha en defensa exclusiva de sus intereses de clase el proletariado deberá, necesariamente, combatir a aquellos enemigos que, aparentando colocarse de su lado, pretenden ser sus representantes y los garantes de una supuesta mejora en su condición dentro del sistema capitalista: aquellos que hacen del colaboracionismo interclasista su política y que han inoculado el virus de la conciliación entre clases, durante decenios, en la sangre de la clase proletaria.

Este colaboracionismo interclasista cuenta entre sus mejores representantes con el conjunto de los sindicatos amarillos, reformistas, comprometidos con el llamado diálogo social, como el cadáver se compromete con los gusanos que lo devoran. Su función es, por un lado, la de desorganizar las huelgas y las luchas que no les queda más remedio que sostener para no perder el control que tienen sobre los proletarios y, por otro, intentar desvirtuar la naturaleza de la lucha proletaria ligándola a las leyes de la competitividad y de la rentabilidad, imponiendo, además, métodos de lucha inoperantes que jamás hacen daño al patrón.

En primer lugar, estos agentes de la burguesía entre las filas obreras, colocados en la situación de no poder evitar las manifestaciones de rabia y descontento proletarios, no tienen más remedio que colocarse en su cabeza con el fin de lograr neutralizarlas. De lo contrario, mostrarían abiertamente su naturaleza anti obrera, con lo que  su función de mantenedores de la paz social  se vería seriamente dificultada. En este sentido, buscan siempre aislar, limitar y dividir las luchas de los proletarios, ciñéndolas al marco empresarial, local o nacional y separándolas del resto de los proletarios, aunque sea del resto de los proletarios del barrio o polígono industrial vecino. Y con este objetivo la burguesía y las fuerzas colaboracionistas usan todas las armas legales bajo forma de acuerdos con la patronal y contratos sometidos a las exigencias básicas de la empresa, todas las leyes y normas construidas precisamente en defensa de los intereses capitalistas y de la propiedad privada en las cuales se confunden los raros puntos que se encuentran formalmente a favor de las condiciones de trabajo y de vida de los proletarios.

En segundo lugar, estos agentes de la burguesía,  buscan encauzar las mismas reivindicaciones obreras por el camino de la conciliación social. Intentan mostrar continuamente a los proletarios que sus intereses se encuentran completamente ligados a los de la empresa, la patronal o el Estado, según el caso sometiendo cualquier exigencia a la lógica del beneficio y la defensa de la empresa. Y aún más: inculcan entre los proletarios la pestilente noción democrática según la cual toda reivindicación debe expresarse por la vía que establece el marco jurídico y legal de la burguesía, creado precisamente para hacer ineficaz cualquier medida de presión por parte de los proletarios. Así, se ha visto  en los últimos años a las pacíficas procesiones de los trabajadores de la industria automovilística implorar a los responsables políticos de turno “medidas” contra la competencia alemana o a los trabajadores de los astilleros exigir, con disturbios pactados de antemano con la policía y el ayuntamiento, la garantía de que se mantendría la carga de trabajo.

La ruptura del proletariado con esta nefasta política, que constituye la mejor garantía de que jamás acabará con  las cadenas que le atan al dominio de la burguesía, no pasa, por tanto, ni por una supuesta reformulación de las organizaciones obreras, que supondría que el sindicato como unión es anti obrero (cuando lo anti obrero en él es su dirección y la política de unión interclasista de que se ha empapado en los últimos setenta años), ni mucho menos por un mero cambio de las cúpulas o burocracias sindicales que lo dirigen y esta ruptura con el colaboracionismo puede comenzar a partir de luchas proletarias simples y parciales con la condición de que se coloquen sobre el terreno de la defensa efectiva y exclusiva de los intereses proletarios inmediatos. La necesidad para el proletariado reside en extirpar de su seno cualquier atisbo de unión interclasista, de respeto a intereses contrarios a los suyos en nombre de un bien supremo. La situación de crisis capitalista y de empeoramiento de las condiciones de existencia de los proletarios puede favorecer esta ruptura en la medida en que, en estas condiciones, se muestra claramente que la dirección amarilla y colaboracionista de la lucha de clase no sirve tan siquiera para defender los intereses proletarios más inmediatos y, al mismo tiempo, los proletarios comiencen a sentir que esa defensa es cuestión de vida o muerte para ellos.

La crisis capitalista muestra, por tanto, que el proletariado es la clase antagónica a la clase burguesa y que para que este antagonismo se haga coherente es imprescindible que los proletarios planteen reivindicaciones abiertamente opuestas al capital que promuevan la unidad obrera frente a cualquier tipo de fragmentación. Y que las lleven a cabo al margen de cualquier contemplación legalista o democrática utilizando sus métodos de clase para ello. La huelga, principalmente, que sólo puede ser eficaz si se utiliza como medio de presión que daña los intereses de le empresa, esto es, sin preaviso, sin servicios mínimos y por tiempo indefinido. En el terreno del enfrentamiento económico inmediato los proletarios deben defenderse y para ello deben utilizar su fuerza organizada para contrarrestar la fuerza organizada de la burguesía. 

Hoy existen pocos ejemplos, por mínimos que sean, de estos intentos del proletariado por romper con la paz social. Décadas de contrarrevolución permanente y de ataques preventivos de una burguesía, fielmente ayudada por sus lacayos reformistas, han sumido a la clase obrera en el marasmo de la apatía y la desorganización. El mayor ejemplo de esta tendencia a la lucha abierta, clase contra clase, lo han dado recientemente los trabajadores de Metro de Madrid que, ante la aplicación de las reformas anunciadas por el gobierno y agravadas por la Comunidad de Madrid, reaccionaron planteando una lucha sobre la cual han arrojado basura absolutamente todos los perros de la burguesía, desde la Policía Nacional hasta los intelectuales de la izquierda democrática y parlamentaria. El interés que tiene esta lucha no es aquel del elogio fácil e incondicional que la extrema izquierda ha lanzado sobre ella, ni mucho menos en la corrupción que seguidamente se ha intentado buscando una justificación democrática del conflicto, afirmando un supuesto carácter “justo”, no salvaje del mismo. El valor de ésta, como de cualquier lucha en la que los proletarios se baten en primer lugar por romper las ataduras de la unión interclasista, reside en las lecciones que los límites a esta tarea plantean a la clase proletaria.

Obviamente es en las grandes empresas como Metro (con más de 6000 trabajadores) donde aparecen con más frecuencia este tipo de conflictos  y esto es debido tanto a la mayor concentración de proletarios como a la misma tradición de lucha que existe en ellas y a la relativa facilidad para aplicar métodos de lucha visiblemente contundentes con un esfuerzo menor que el que resulta necesario en las empresas pequeñas. No es por tanto su carácter de servicio público ni una predeterminación congénita a la lucha de estos trabajadores lo que hace que esta huelga haya sido la primera realmente eficaz contra las medidas anti obreras en España.

El principal logro de los trabajadores de Metro ha consistido en la ruptura del marco de negociación de los conflictos, en no respetar las reglas del juego con que la burguesía somete a las huelgas a condiciones en que la derrota ya está garantizada. Los dos días de huelga sin servicios mínimos, los piquetes organizados contra el esquirolaje o la defensa contra la policía,  han sido la vía por la que se ha escapado de la trampa mortal del respeto a los intereses de la empresa. Los intereses de la clase proletaria se encuentran en abierta oposición a los intereses de la clase burguesa y esto significa que lo justo o injusto de una huelga y sus consecuencias no se puede medir si no es con un rasero de clase: no existe ningún interés común para trabajadores y empresarios, como no lo existe para la víctima y el verdugo a no ser que se reconozca el hacha que corta la cabeza de aquella como vínculo perenne. Por lo tanto la primera lección que se debe extraer de esta lucha es que la imposición de los objetivos de cualquier lucha obrera pasa necesariamente por liquidar la misma concepción democrática del bien común, del interés general en el que cohabitarían armónicamente todas las clases sociales. La huelga de Metro ha sido una huelga salvaje e injusta porque ha roto la cárcel en que la justicia burguesa encierra a los proletarios. Y una prueba de cuánto le ha dolido a los capitalistas de Metro de Madrid  es el intento de llevar a juicio penal a los sindicatos que organizaron la huelga, y, especialmente, a aquellos que estuvieron más cerca de los huelguistas (el anarcosindicalista Solidaridad Obrera en este caso) que no es otra cosa que una vil venganza patronal y que no podemos tomar sino como un homenaje a la lucha y hasta dónde por lo menos moralmente fueron golpeados los burgueses.

Si hiciese falta una confirmación de esta verdad elemental bastaría con referirse al ataque, también salvaje, que la burguesía con todos sus medios ha lanzado contra los trabajadores de Metro. Este ataque no ha sido únicamente el realizado por la vía policial y represiva sino, sobre todo, el que han orquestado el conjunto de sirvientes de la patronal, la prensa, los llamados expertos  y demás. Este ataque se ha realizado precisamente en nombre de la democracia, del interés del conjunto de los ciudadanos, de la buena marcha de la ciudad paralizada sin servicio de metro. Las acusaciones de sedición lanzadas contra los huelguistas  o la presión mediática contra la asamblea de trabajadores tienen un carácter represivo, claro, pero fundamentado en la represión de clase más potente con la que cuenta la burguesía: la democracia que llama a los proletarios a dejar de lado sus intereses particulares en nombre del interés común. Sobre este terreno la patronal venció, no estando los trabajadores de Metro preparados para oponer al interés general la piedra de toque de cualquier lucha proletaria: el interés general es el interés de la burguesía por explotar al proletariado, paralizar la sociedad es paralizar el negocio de los empresarios, la ciudad es la ciudad de los explotadores y por tanto… debe reventar.

La represión combinada de la burguesía, policial y democrática, demuestra que los proletarios deben prepararse para luchar. La huelga es un arte y requiere, por tanto, preparación tanto para organizarla como para defenderla contra los ataques de la clase enemiga. Y esta organización debe ser lo menos improvisada posible para lo cual es imprescindible romper con la idea de que, en virtud de la «justicia», la burguesía no atacará a los huelguistas, romper por tanto con la concepción democrática. La articulación práctica de esta organización exige precisamente la organización independiente de  los proletarios en uniones permanentes, que no se acaben con el fin del conflicto, sino que preparen la resistencia cotidiana frente a las agresiones del capital. Las organizaciones sindicales amarillas, como las presentes en el conflicto de Metro CCOO, UGT, etc., no cumplen esta función sino exactamente la contraria: desorganizan al proletariado, desviándolo incluso de sus objetivos más inmediatos.

Para los proletarios resulta algo vital acabar no sólo con la manipulación derrotista de estas organizaciones (perversión de las asambleas de trabajadores, negociaciones secretas con la patronal) sino sobre todo con la política interclasista y conciliadora que empapa hoy todos los conflictos. Esa ruptura constituye la base de la reanudación de la lucha de clase y, por tanto, del surgimiento de organizaciones clasistas donde los proletarios puedan tomar la lucha en sus propias manos resulta algo imprescindible. El esfuerzo que los proletarios más combativos deben hacer sobre la base de una lucha que rompa finalmente con los métodos y medios de la política conciliadora y colaboracionista de los sindicatos amarillos  falsamente obreros y de  organizar sus propias fuerzas no sólo para conducir eficazmente la defensa de clase de los intereses proletarios inmediatos en la lucha y durante la lucha sino que mantengan esta organización de manera estable de manera que las experiencias de lucha no se pierdan y que no se deba, a cada conflicto con los patrones, comenzar de cero. La vanguardia de la lucha y, en particular, los comunistas revolucionarios están llamados a dar todo su apoyo y sus contribuciones práctico con el fin de que los proletarios logren efectivamente dar continuidad organizativa  a su lucha clasista .

La lucha de los trabajadores de Metro no constituye un jalón en la lucha proletaria, hoy inexistente sobre bases clasistas en todas partes. La leyenda y el mito son los principales aliados de la burguesía. La lucha de los trabajadores de Metro ha supuesto un intento por su parte de colocarse en el terreno del enfrentamiento abierto clase contra clase; un intento ciertamente imperfecto y plagado de errores que se ha saldado únicamente con una tregua por parte de la empresa. Pero estos intentos, parciales y limitados, son la sangre que habrá de llegar al corazón del proletariado para que su cuerpo de explotado reanude el  combate histórico, hoy aplastado por décadas de paz social.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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