LA CRISIS ECONÓMICA EN ESPAÑA Y EL PROLETARIADO

( Suplemento N° 11 de «El programa comunista» N° 48 ; Septiembre de 2010 )

 

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LA BURGUESÍA NO ES TONTA

 

En un reciente discurso pronunciado en el día de la oración de Estados Unidos, el presidente del gobierno, invitado por los grandes representantes de la burguesía norteamericana, con ese tono entre místico y ramplón que se dan los miembros de la clase dominante cuando participan en este tipo de fastos en conmemoración, precisamente, de su propio dominio, dijo lo siguiente:

«No explotarás al jornalero pobre y necesitado, ya sea uno de tus compatriotas, o un extranjero que vive en alguna de las ciudades de tu país. Págale su jornal ese mismo día, antes que se ponga el sol, porque está necesitado, y su vida depende de su jornal». [Cit. Deuteronomio].

Como era de esperar, tras esta intervención los comentarios del mundo político y sindical aparecieron como el estiércol tras el paso de una manada de vacas. Por un lado, los lacayos del presidente elogiaron su habilidad para conjugar su pretendida antipatía hacia la religión católica con el rescate de los supuestos pilares sociales de ésta. Por el otro, sus adversarios parlamentarios le arrojaban a la cara su insuficiencia en la defensa de los “verdaderos” valores religiosos que la situación requería.

Para nosotros, marxistas, que conocemos el ineludible camino que la burguesía ha transitado desde su fase idealista y revolucionaria hasta su refugio actual en el conservadurismo metafísico e irracionalista en el que se parapetó después de que su etapa heroica tocó a su fin (comenzando con ello su defensa de este mundo, no tan idílico como el que vendían entonces frente a aquel mundo feudal a superar), toda concepción ideológica tiene una raigambre material e histórica desde la cual las palabras de cualquier tono aparecen de manera meridiana como el resultado de unos intereses de clase, defendidos en la guerra social permanente que enfrenta a la burguesía y el proletariado. Desde nuestra perspectiva, el patético discurso de esa conciencia desgraciada que es Zapatero contiene una verdad cristalina: el Deuteronomio es uno de los libros del Antiguo Testamento en el que se recogen los mandatos para el correcto funcionamiento de la sociedad esclavista hebrea, en él se refleja la solución religiosa para una serie de contradicciones históricas que aparecen en esa fase de la historia. Si el Presidente del gobierno español, cabeza visible de ese consejo de administración de la burguesía patria que es el Estado español, puede utilizar esta cita como argumento es, precisamente, porque existe una analogía histórica entre ambos mundos, el esclavista y el capitalista, el del esclavo a tiempo completo de la Antigüedad y el esclavo asalariado moderno, que le da validez aún hoy día.

Para el Deuteronomio, como para la Burguesía , es “posible” una solución ideal a la lucha que existe en su seno. Para ambos, la mixtificación religiosa es la vía para solventar los movimientos que irremediablemente aparecen y les encaminan a su destrucción. Contra esto, insistimos en la perspectiva que da la vía marxista: su solución no es más que una quimera. Tras el Deuteronomio se escondía la propiedad de los esclavos y el gobierno de los fariseos, tras el discurso de la Oración se esconde la propiedad privada y la represión que la burguesía ejerce sobre el proletariado.

La burguesía no tiene solución para el capitalismo ni para los proletarios que malvivimos en él: su única solución es la de siempre: intensificación del ritmo de trabajo, explotación, hambre, miseria y guerra. La solución pasa por la derrota de ésta, a manos de las organizaciones del proletariado y de su partido comunista, internacional e internacionalista.

 

LA BURGUESÍA ESPAÑOLA TAMPOCO ES TONTA

 

España, como cualquier país del mundo capitalista, no se encuentra a salvo de la tensión social que las crisis periódicas del sistema económico burgués producen, por mucho que el gobierno socialista intente presentarse como el garante por un lado de la estabilidad económica y por otro de la justicia social. Al gobierno le preocupa mantener la estabilidad, económica y social. El tira y afloja al que Zapatero parecía jugar hasta hace poco (medidas antiobreras y, al mismo tiempo, rechazo de medidas de calado planteadas por el PP y la CEOE ) era sólo eso: un juego, como el tiempo ha venido a confirmar. Las medidas económicas “de austeridad y equilibrio” (léase bajada de salarios e impuestos para mantener el nivel de deuda) están dictadas desde hace tiempo por el centro financiero y económico: la independencia de la burguesía española requería de este juego, de diplomacias y batallas económicas, para hacer creíbles sus exigencias. Las medias tintas (el Zapatero de ayer) como las tintas negras (el Rajoy de siempre, el Zapatero de hoy) recuerdan al poli bueno y el poli malo: por muy amable que parezca el primero, la multa te la meten los dos.

Los datos son claros, los mismos voceros de la burguesía se ven obligados a reconocer que la situación económica española dista mucho de acercarse a aquella mejora que con el cursilón título de “brotes verdes” llevan tiempo prometiendo con el fin de señalar algún tipo de luz al final del túnel ((¡llevamos saliendo de la crisis casi desde antes que comenzase!).

España vivió desde finales de la década de los noventa un periodo de crecimiento económico basado en el auge del sector de la construcción que ocupaba el lugar de la industria tradicional (Astilleros, Altos Hornos, etc.) desmantelada en todo el país tras la gran reconversión realizada por el Gobierno de Felipe González (de amarga memoria para los obreros ibéricos). Las series referentes a esos años hablan por sí mismas:

 

 

Este periodo de relativa estabilidad económica y social se caracterizó por el aumento de la población empleada, en contraste con la fase de abultado desempleo de los años precedentes, y por un aumento aún mayor  de los beneficios empresariales; mientras se mantenían los bajos salarios compensados con la posibilidad de realizar interminables horas extras para redondear los ingresos. El fortísimo desarrollo del sector financiero, que en la época del imperialismo resulta del ensamblaje de los sectores industrial y bancario, es la consecuencia de esta acelerada acumulación de capital ibérico, lo que llevó  a los principales bancos y cajas de ahorros del país a situarse entre los primeros del mundo mediante la conquista de nuevos mercados de capitales sobre todo en América Latina, donde abrieron la puerta al desembarco de tantas empresas españolas y, en menor medida en los países de la Eurozona y del Este de Europa.

 

 

Antes del 2008, en los 15 años anteriores a la crisis actual, España ha sido unánimemente saludada y reconocida internacionalmente como el país que ha conocido un crecimiento más rápido, más fuerte que la mayoría de los países europeos (lo mismo se decía para Irlanda, apodado “el tigre céltico” en razón de sus resultados económicos y que ha conocido, como por azar, ¡una caída igualmente importante!). Este crecimiento no estuvo limitado al solo sector inmobiliario, aunque este haya sido incontestablemente uno de los motores del crecimiento del país. En esos años, España ha ocupado el lugar económico a nivel global que antes ocupaba Italia. Justo al filo de de la crisis, en 2008, había superado a Francia en producción de acero, la había igualado en producción automovilística, etc. Es evidente, por tanto, que los burgueses españoles también juegan; por mucho que el patrioterismo fácil nos siga viendo como un país de poco peso internacional (claro, no son los USA), a nivel imperialista la burguesía española se ha situado en un lugar privilegiado en diversos escenarios del mundo. Nuestro deber es atacar a esta burguesía aquí y allí: y desenmascararla como lo que realmente es, una burguesía voraz y asesina como todas.

En el plano imperialista, la consecuencia del crecimiento económico ha conllevado el aumento de la inversión española en el extranjero (principalmente en América Latina, donde España ha llegado a situarse durante ciertos años como el principal inversor extranjero, sólo por detrás de los EE.UU) y, con ello, la voluntad de los burgueses españoles de conquistar un lugar cada vez más importante para su Estado en el plano internacional (acordaos de las botas de Aznar sobre la mesa o de las 21 sillas de las reuniones del G-20). Este fuerte crecimiento económico ha desembocado inevitablemente en una crisis más fuerte que en otros países europeos. El sector más tocado (y que ha arrastrado consigo al resto de la economía) está siendo el sector inmobiliario, después de años de sobreproducción a lo loco. El alza actual del paro es la consecuencia natural y evidente de esta crisis en el plano social.

Para la clase obrera, el crecimiento de los años anteriores a la actual recesión, tuvo como consecuencia importante una fuerte disminución del  desempleo (mayor que en el resto de países europeos). ¡Sólo en 2005, la mitad de los empleos creados en la Zona Euro fueron realizados en el Estado español! A esto debe añadirse, la importante inmigración (un poco como en Italia, aunque mayor aquí que allí) y un alza de los salarios medios (con lo que se disminuyó la diferencia con los países más ricos de la eurozona), según estadísticas repetidas en la prensa europea del periodo.

En lo que se refiere al llamado mundo laboral la característica principal de este periodo fue la afluencia masiva de proletarios inmigrantes, sobre todo del área africana y latinoamericana, llamados por la burguesía que alentaba –como alienta siempre en épocas de bonanza- la inmigración como forma de abaratar los salarios y de fomentar la concurrencia entre proletarios; esa burguesía que permite la inmigración y que hace recaer sobre las espaldas de nuestros hermanos de clase inmigrantes la explotación salvaje destinada a quienes huyen de la miseria.

 

 

A todo esto hay que sumar la baja real de derechos laborales, resultado de la pasividad fomentada por las organizaciones sindicales oficiales y la propia concurrencia entre proletarios. La baja de la indemnización por despido, el aumento de los años de cotización, las horas extras, los destajos y la productividad por tiempos y resultados… medidas todas ellas asumidas sin rechistar por la clase obrera hispana en tanto parecía que había un pastel que repartir.

Este ciclo de crecimiento necesariamente tenía que tocar a su fin y pasada la primera mitad de esta década los principales sectores productivos comienzan a sufrir una caída. La competencia agravada hasta el extremo en sectores como el inmobiliario logra que resulte complicado colocar los productos en el mercado y, por tanto, ya no compensa seguir produciendo como hasta el momento. Es la tasa de beneficio la que comienza a caer después de una década en la que todos los límites al crecimiento se habían roto, tanto en el mercado laboral con la legislación de la precariedad generalizada como en el más general de la regulación económica (Ley del suelo, leyes financieras…) Y con esta debacle, el llamado milagro español, comienza a revelarse como la hazaña diabólica que siempre había sido. Hay que decir que si durante este periodo  la sobreexplotación de los proletarios autóctonos e inmigrantes y la desregulación económica habían sido la tónica dominante esto no se debió a la mala voluntad  de unos capitalistas concretos que decidieron hacer y deshacer a su antojo. La legislación es, en todo el mundo capitalista, la legislación de la burguesía para la burguesía y está hecha precisamente para garantizar la supervivencia de ésta como clase, por lo tanto para garantizar el beneficio y protegerla de las posibles arremetidas de un proletariado cada vez más explotado y humillado. Si las necesidades fundamentales de la burguesía chocan con trabas legales, éstas últimas desaparecen. La famosa ley del suelo del gobierno Aznar a la que se atribuyen ahora todos los males del país por haber alentado la especulación sin freno no es, por el contrario, la causa sino la consecuencia de esta especulación que ya existía y pujaba por extenderse más allá de las atrasadas barreras legislativas existentes. Los gobiernos y los jueces más que las comparsas de unas fuerzas, las productivas, que no reconocen límites a su extensión. Sólo los demagogos que pretenden hacer confiar al proletariado en una legalidad y en una justicia colocada sobre las clases sociales y sus fuerzas motrices pueden engañarse al respecto.

Lo mismo podemos decir sobre la crisis económica española, a pesar de lo que vocean los oportunistas de uno y otro signo: si la crisis aparece no es en virtud de la gestión perversa de tales o cuales representantes de la burguesía, sino por la naturaleza misma del modo de producción capitalista que exprime cualquier opción rentable de negocio hasta que ésta se cierra, y la inversión en ella deja de ser apetecible, para unas ansias de ganancia insaciables…. Si el sector de la construcción creció desmesuradamente en España (y no sólo, también sucedió lo mismo en Irlanda o en EE.UU.) fue debido a que una bajada del tipo de interés resultante de la llamada crisis tecnológica, localizada en esta industria emergente durante los años 2000-2001, realizada para salvar el beneficio del capital que no encontraba rentabilidad a su inversión, propició la salida de esta hacia el terreno del ladrillo. No hay buen y mal capital, todo él es un vampiro que lleva bajo sus alas crisis y miseria.

 

 SPAIN IS NOT DIFERENT

 

La crisis española se ha conjugado con una crisis mundial sin la cual también habría tenido lugar pero que la ha agravado en la medida en que ha sido la crisis de un capital internacional presente en todos los rincones del mundo. Una crisis de sobreproducción que ha tenido su epicentro en el sector financiero debida a la ingente inversión realizada como consecuencia de su alta rentabilidad durante toda la década. Finalmente, igual que ha sucedido en sectores más reducidos  y localizados como el de la construcción en España, la competencia ha hecho estragos y el sistema aparentemente tan sólido de ganancias se ha venido abajo (1).

Los datos de la evolución económica española son tajantes: una caída del PIB de un 4% y un 3,1% en los dos últimos trimestres con una reducción del más del 15% de la inversión de capital, caída de la venta interior (un 12%) desde 2008, etc. Y muy especialmente la superación del 20% en la tasa de paro.

Ante esta crisis de beneficio la respuesta de la burguesía no se ha hecho esperar: el trasunto real de la llamada política social del gobierno socialista ha sido dinero para el empresariado y palos para el proletariado. Dinero para el empresariado en forma de intervención gubernamental, plan E, y ayudas a los sectores principales (bancario, automovilístico, inmobiliario); que ya se están empezando a cobrar mediante la recaudación impositiva sufrida por la población, mayoritariamente proletaria (subida del IVA para junio, despidos en el sector privado, bajas de salarios en el sector privado y en al construcción, congelación y bajada del salario real de los proletarios más viejos).

Los palos para el proletariado han venido también en un sentido único e inequívoco. Ante la necesidad de la burguesía nacional de recuperar el beneficio  echado por tierra con la crisis de sobreproducción la vía imprescindible a recorrer pasa por reducir los llamados costes de mano de obra, es decir, el desembolso que realiza el capital en el salario (directo e indirecto) del proletariado(2): el paro, la reducción salarial (a través de bajadas de salarios o de Ere’s al 80%), despidos “procedentes” y casi gratuitos, son los ejemplos más evidentes de esta “reducción”.

Por un lado, el salario indirecto se reduce, aminorando los gastos que la burguesía realiza en las prestaciones sociales, bien sea reduciendo la cuota patronal, bien anulando los derechos adquiridos  mediante el pago de la cuota obrera por los trabajadores. Así, el plan del gobierno y de la patronal para aumentar la edad de jubilación consiste fundamentalmente en aumentar el tiempo que un trabajador debe cotizar a la seguridad social para recibir la pensión que, además, se verá reducida en virtud de la ampliación del índice de cotización a un mayor número de años antes de jubilarse y de la menor cantidad de años que recibirá la prestación.

Por otro lado, el proyecto de reforma laboral que se legislará de cara al verano tiene como eje central la reducción de la indemnización por despido pagada al trabajador (sea directamente o mediante la implantación de un sistema “a la austriaca”). Esto significa que el finiquito acumulado durante años de trabajo apenas supondrá gasto alguno para el empresario que, si hasta ahora podía despedir libremente (aludiendo a “motivos objetivos”, es decir, objetivamente necesarios para el capitalista), ya no tendrá ni tan siquiera que desembolsar ninguna cantidad significativa.

De esta manera, la burguesía hace recaer los costes de la crisis sobre el proletariado. Y no puede ser de otra manera en el mundo capitalista, en el que la clase proletaria, la clase de los que sólo disponemos de nuestra fuerza de trabajo para sobrevivir, mantenemos con nuestra sangre y sudor la riqueza de la minoría. Sólo la lucha clasista del proletariado puede plantar cara a la explotación cada día mayor que se ceba en la clase obrera. Pero décadas de contrarrevolución nos han conducido a una situación todavía desfavorable en general, y sobre todo en el plano subjetivo. Y la burguesía cuenta con armas muy efectivas para impedir que la lucha retome su camino histórico: el de la lucha clasista por la emancipación del proletariado a través de su imposición dictatorial sobre la burguesía que hoy ostenta el poder y sobre todas sus clases subalternas.

 

ORGANIZACIONES INDEPENDIENTES DE CLASE, ¿PERO, DE QUÉ CLASE?

 

La posición de los grandes (y de los no tan grandes) sindicatos oficiales en esta situación revela el carácter saboteador de las luchas que han adquirido, después de décadas de ensamblaje con la burguesía. Su aparente oposición a las medidas que contra el proletariado adoptan empresarios y gobierno se queda en agua de borrajas en la medida en que su trabajo real de los últimos decenios se ha centrado en la desmovilización de la clase trabajadora; inoculando en su seno las ideas de conciliación, diálogo y paz social con los burgueses, haciendo ver a los proletarios que la negociación y la cesión son las únicas salidas a un problema que pretenden común, entregándoles así a su enemigo de clase atados de pies y manos.

Aislando los conflictos en límites corporativos y locales, como sucedió el verano pasado con la huelga del metal de Vigo, y aceptando sin miramientos cualquier exigencia allí donde la presión obrera no les mueve a fingir la lucha, estos auténticos lugartenientes de la burguesía entre las filas proletarias son los mejores garantes del sistema capitalista, junto a la más amplia ficción democrática que impera hoy en la clase obrera, basada en la ideología capitalista del “fin de la historia”, de que el proletariado no retomará la lucha abierta, clase contra clase, en defensa de sus intereses, aún de los más concretos e inmediatos. Los sindicatos oficiales nos mantienen “sectorializados” y “regionalizados”, nos llevan de paseo o a la huelga como a un día de descanso o a una trampa represiva para los sectores más combativos, sin valorar las posibilidades reales de la huelga ni extender el conflicto más allá de las puertas de la empresa, siempre tras los velos legalistas y reprimiendo y saboteando cualquier conato de organización clasista independiente que se sale de sus cauces democráticos.

Los proletarios sabemos hoy que debemos luchar. La misma situación material fuerza esta lucha económica, inmediata, que aparece espontáneamente como consecuencia inevitable de la lucha por la supervivencia en la sociedad capitalista. Lo que sucede es que muchos aún esperan que sean estos mismos sindicatos amarillos los que den comienzo y dirijan esta lucha. Las burocracias sindicales están podridas y son parte declarada y abiertamente defensora del régimen burgués. Pero el abandono del terreno donde vive y lucha el proletariado, por el rechazo a estos parásitos rompehuelgas, el abandono del terreno económico, donde se lidian las primeras y decisivas batallas de la lucha de clase, es una total cesión a la burguesía. Habrá que forjar las organizaciones independientes de clase, fuera y dentro de los sindicatos, fuera y frente a las cúpulas sindicales y a los sindicatos vendidos a la burguesía. El mismo mecanismo de colaboración entre clases que ha permitido el gobierno democrático de la dictadura burguesa durante decenios lleva inevitablemente a confundir enemigos con aliados. Es por eso por lo que el colaboracionismo sindical sirve para colocar la soga al cuello de la víctima. Los proletarios deberán dar un paso más si quieren escapar al destino que los aguarda y retomar el hilo de la lucha de clase, con medios, métodos y fines, independientes.

Para lograrlo el proletariado debe reconquistar las posiciones perdidas después de más de medio siglo de contrarrevolución permanente. En primer lugar, recuperar su organización independiente, aquella que plantea la superación de la competencia entre los trabajadores y la organización como una única clase, más allá de los conflictos a los que se ven abocados en el mundo capitalista por ganar un salario con el que sobrevivir. Las divisiones entre trabajadores vascos, castellanos, andaluces o asturianos, etc., las divisiones entre nativos e inmigrantes, entre inmigrantes de aquí o allá, entre parados y trabajadores en activo, ente fijos y precarios, entre trabajadores del sector público y del sector privado, todas las falsas divisiones que fomentan los medios burgueses nos condenan a la derrota sin remisión. Las organizaciones independientes de clase deben abordar la concurrencia entre proletarios como eje central de su actividad, solidarizarse y luchar junto a los sectores más desfavorecidos del proletariado (inmigrantes, parados…), y los sectores más combativos y por ello más golpeados por la represión (proletarios represaliados en Euskadi, trabajadores de barrios obreros desahuciados…).

Sólo sobre esta base se pueden mitigar los efectos producidos por el sálvese quien pueda burgués, el primero de los cuales consiste en abandonar cualquier tipo de lucha. Para ello es imprescindible acabar con las diferencias terroristas que el sistema capitalista ejerce sobre la clase trabajadora. Como las que separan a trabajadores en activo de trabajadores desempleados haciendo pervivir la noción de que el empleo es una garantía de supervivencia que se debe conservar a cualquier precio. Lejos de eso el paro es una consecuencia inevitable del capitalismo que sirve para que la burguesía cuente con un verdadero ejército industrial de reserva con el que chantajear a los trabajadores con empleo para que acepten condiciones cada vez más deplorables de salario, etc. Por ello, la noción fundamental de que los proletarios con o sin ocupación constituyen  una misma clase debe guiar cualquier lucha proletaria

Igualmente los proletarios deben combatir cualquier intento de segregación por país de origen, religión, etc. La condición del obrero en la sociedad moderna es la de explotado sea cual sea su procedencia, que realmente le resulta indiferente al capital si no es para obtener un extra de explotación, luego de beneficio, a su costa. El mercado de trabajo en el que la burguesía encuentra a sus esclavos asalariados es universal. Pero ésta pone en marcha toda su fuerza coercitiva para lograr que las diferencias de origen o creencias resulten un freno para la unión de los proletarios. Ser español, magrebí o ecuatoriano, hacer la primera comunión o rezar mirando a la Meca son argumentos de los que sólo los enemigos de la clase proletaria sacan algún rédito. Como lo sacan de la abierta represión policial ejercida contra los obreros extranjeros que son detenidos y deportados cuando se les acaba el contrato de trabajo y con él los permisos de residencia o de la rentabilidad del coco etarra para demonizar cualquier acción violenta de sectores proletarios en los distintos y distantes lugares.

El proletariado debe romper con cualquier pretendida colaboración de clases, con cualquier atisbo de interclasismo, pues por naturaleza tenemos intereses contrapuestos y enfrentados a los de la burguesía y sus clases subalternas. La buena marcha de la economía nacional constituye el pretexto con el cual la burguesía carga más aún los efectos  de la crisis sobre los proletarios pidiendo el sacrificio extra que salve sus beneficios y engorde aún más sus cuentas.

Frente a ello, la clase proletaria debe oponer la defensa intransigente de sus intereses inmediatos, la defensa de su supervivencia frente a las necesidades de aquellos que “dan empleo”, vivienda… Levantar nuestras organizaciones de clase independientes, luchar por el aumento del salario, por la reducción de la jornada laboral sin reducción de sueldo, contra los ritmos de trabajo extenuantes, por el salario de desocupación para los proletarios en paro… es el único camino para afrontar la situación de hambre y miseria que aguarda a los proletarios. Y luchar por ello con la fuerza intransigente que aportan las armas de clase: la huelga sin preaviso e ilimitada, los piquetes, la defensa de las luchas obreras incluso con los actos de fuerza necesarios contra la violencia que la policía, los perros de la burguesía, ejerce contra cualquier conato de resistencia obrera. Retomar nuestras armas históricas, que rompen la ilusión democrática, que se salen de la mixtificación electoral y politiquera y demuestran el terreno en el que se libra la guerra de clases, y reanudar el camino de la lucha de clases, con medios, métodos y fines de clase, y por contenidos y consignas de clase:

 

¡Disminución drástica de la jornada de trabajo!

¡Aumento consistente del salario, sobre todo los más bajos, y de todos los ingresos mínimos de subsistencia!

¡Salario igual para todos, mujeres y hombres, jóvenes y viejos, autóctonos o inmigrados!

¡NO a los despidos!

¡Empleo fijo para los contratados, salario íntegro para los desempleados!

¡Regularización de todos los indocumentados!

¡No a la discriminación y a las expulsiones!

¡No al control de la inmigración!

 

Pero ni aún esta lucha inmediata que hoy ni siquiera está presente de manera masiva y organizada va a ser suficiente para que el proletariado rompa las cadenas que le atan a la explotación capitalista acrecentada por una crisis  que apunta necesariamente hacia la única salida que el mundo burgués contempla para ella, la guerra imperialista. Esta lucha inmediata es un remedio al síntoma, no a la enfermedad, no al cáncer del mundo del trabajo asalariado y la mercancía.  Pero es el terreno de lucha indispensable apara que el proletariado retome el hábito de luchar por sus propios y exclusivos intereses, con medios y métodos de clase; el terreno en el que reorganizar la fuerza de clase y reconocer a nuestros enemigos de clase, sobre todo aquellos que se mimetizan bajo el vestido de falsos representantes de los trabajadores y al mismo tiempo declaran querer defender la competitividad de la empresa, la economía nacional, la democracia y las instituciones de la burguesía dominante. Es el terreno en el que los proletarios se preparan para aceptar y afrontar el antagonismo entre las clases que lleva inevitablemente a choques entre las clases en los que el proletariado –si no está adecuadamente preparado-  será nuevamente derrotado en la guerra de clases declarada.

Cierto, con la lucha inmediata no se remedian las causas ni los más nimios efectos del sistema capitalista. Será necesario que el proletariado reencuentre la vía de la lucha revolucionaria contra la burguesía y su Estado. Para ello resulta imprescindible que el proletariado reencuentra a su partido de clase, su programa histórico, el del marxismo revolucionario, y luche así para imponer su dictadura de clase, violenta y terrorista contra todo intento de la burguesía por rearmarse  contra todos los resabios e inercias de siglos de explotación. Es la vía de una lucha que inevitablemente deberá recomenzar para acabar con la carnicería capitalista.

No hay salida a la crisis capitalista, sino a través de la formación de factores de crisis todavía más graves.  El proletariado debe salir de su crisis política y organizativa, no sólo para reorganizar la propia fuerza en defensa de sus condiciones de vida y trabajo, sino también por encontrar al partido de clase, al partido comunista revolucionario, el único partido que, influyendo en el movimiento de lucha del proletariado sobre el terreno de la defensa de sus intereses inmediatos, podrá guiar al movimiento político general hacia la emancipación social:

 

¡Por la revolución comunista internacional!

¡Por la constitución del partido comunista mundial!

 

 


 

(1) Ver El Programa Comunista número 48, EL PARTIDO DE CLASE FRENTE A LA CRISIS ECONÓMICA MUNDIAL.

(2) “Si la aplicación capitalista de la maquinaria crea, por un lado, nuevos y poderosos motivos para la desmesurada prolongación de la jornada de trabajo, y revoluciona el mismo modo de trabajo, así como el carácter del cuerpo social de trabajo, de manera que rompe la resistencia contra esta tendencia, produce, por otro lado, en parte poniendo a disposición del capital sectores de la clase obrera antes inaccesibles, y e parte dejando libre a los obreros desplazados por la máquina, produce una población superflua de obreros que tiene que someterse a la ley dictada por el capital”. (Libro I, sección IVª, “Efectos inmediatos de la industria mecánica sobre el obrero”, El Capital, Carlos Marx).

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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