Retomar la huelga como arma de lucha proletaria contra la utilización oportunista, claudicante y conciliadora con el Estado y los patrones que hacen de ella los sindicatos amarillos

( Suplemento  N° 13 de «El programa comunista» N° 48 ; Abril de 2011 )

 

Volver sumarios

 

 

La huelga del 29 de septiembre en España, la primera huelga general que los sindicatos convocaban desde hacía ocho años, una huelga que se llevó a cabo como a hurtadillas por parte de sus convocantes  (más interesados en cubrir el expediente que justificase ante los ojos de los trabajadores su misma existencia y que sirviese como válvula de escape a la tensión acumulada entre la clase proletaria durante mucho tiempo) ha catalizado de nuevo en torno a la idea de la huelga general todas las propuestas, exigencias y reivindicaciones de los más variados grupos de la extrema izquierda y de la misma izquierda sindical (CGT, CNT, Solidaridad Obrera…) De hecho se ha instalado como lugar común en la retórica propagandista de todo este elenco político y sindical la idea de que con, alguna huelga general más, todas las medidas anti proletarias que se vienen ejecutando desde hace un año por parte de la burguesía hispana y aún la mismas consecuencias desastrosas para la clase obrera de la crisis, podrían venirse abajo. Otra huelga general es la consigna en boca de todas las tendencias políticas situadas a la izquierda de IU, con matices a favor de la auto organización por parte de los libertarios o con tintes claramente políticos por parte de la izquierda de CCOO, pero con un argumento idéntico en lo esencial para todos ellos: la huelga sin más, la huelga sin un balance de la anterior, la huelga, en definitiva, entre el conjunto de medidas democráticas con las que los trabajadores pueden enderezar el rumbo del país en provecho de toda la sociedad.

La huelga, de hecho, es una de las armas de lucha fundamentales para la clase proletaria y, por tanto, una de las más corrompidas y denostadas por todo el aparato político y sindical de que se ha valido la contrarrevolución para acabar con la lucha clasista del proletariado. No está en manos de los comunistas revolucionarios hacer que la huelga como arma de clase vuelva a resurgir sobre sus bases clasistas, esto se dará necesariamente como una respuesta al continuo empeoramiento de las condiciones de vida y de trabajo que la clase trabajadora sufre de manera cada vez más acuciante. No será un proceso espontáneo pero sí natural y condicionado directamente por las mismas leyes del mundo capitalista que fuerzan a los proletarios, especialmente en momentos de crisis como el actual, a entregar cada vez más parte de su vida, a sufrir ritmos de trabajo cada vez más infernales, a cobrar menos salario… a cambio de cada vez menos.  Lo que sí constituye la tarea del partido revolucionario del proletariado es contribuir a clarificar y a asentar esas bases materiales, que no son meros quiebros teóricos o caprichos de método, en las que la reacción natural de la clase proletaria ante esta situación encontrará un apoyo para reanudar su lucha revolucionaria, interrumpida desde hace más de ochenta años por la mano asesina de la reacción conjunta del oportunismo y la burguesía.

 

La huelga es un arte

 

La huelga es un arma de defensa de las condiciones de vida y de trabajo de la clase proletaria con la condición de que sea llevada a cabo con un método clasista y como medio de presión, precisamente clasista, sobre los patrones, sobre la administración pública, sobre el Estado… según el tipo de reivindicaciones que se pongan en juego con la huelga. Es decir, la huelga no es un gesto ni un acto simbólico sino en la perspectiva de quienes pretenden utilizarla como medio de aliviar la tensión que el continuo aumento de las exigencias de la burguesía para que los proletarios carguen sobre sus espaldas las consecuencias de la crisis económica. Al mismo tiempo la huelga es un arma ofensiva que los proletarios usan contra los patrones en la medida en la cual su organización y dirección, su puesta en marcha, su mantenimiento en el tiempo, la solidaridad que busca obtener por parte de otros proletarios  o de otros sectores obreros, constituyen una acción de fuerza que daña los intereses inmediatos de los patrones obligándoles a llegar a un acuerdo con los proletarios que participan en la huelga desde una posición en la que no cuentan con el control absoluto de los obreros.  La huelga basa su eficacia como arma en la capacidad que otorga a los proletarios de golpear en el corazón de las necesidades más apremiantes de los empresarios: las que afectan a la producción y, por tanto, a su beneficio inmediato. Al organizarse los proletarios en torno a la huelga, al sostenerla en el tiempo o al elegir el momento para convocarla se organizan para luchar contra el patrón, para golpearle, se organizan en definitiva, para una guerra. No es por casualidad que Marx llamó a la lucha económica del proletariado de la cual la huelga es el nervio central, “escuela de la guerra de clases”.

La huelga es una acción de resistencia contra la presión económica y social del patrón con la condición de no permitir que se lleven a cabo las medidas que los burgueses toman para obtener mayor productividad del trabajo obrero, con la condición también de que presente una resistencia a los despidos que en periodos de crisis económicas son la práctica habitual que llevan a cabo los patrones para salvar los beneficios de sus empresas. La huelga ha de ser, para convertirse en un arma efectiva, una lucha real que oponga a las necesidades de la producción y del beneficio que los patrones esgrimen como causa de sus exigencias, la resistencia continuada de los proletarios que tienen unas necesidades muy distintas e irreconciliables con las de su enemigo de clase. La huelga obrera que tienen la posibilidad de incidir sobre las posiciones patronales es aquella que no se identifica con la “abstención del trabajo” sino la que se identifica con una acción de lucha, por lo que adopta medios y métodos de la lucha de clase, es decir, todos aquellos medios y métodos que no dependen de la compatibilidad con la economía de la empresa, con el crecimiento económico de ésta, con las necesidades del sector productivo, del país, de las exigencias laborales de tal o cual fábrica y que no buscan mantener a toda costa la paz social. Los medios y métodos por tanto que atacan a la burguesía, a un patrón o al patrón-Estado, en el corazón de sus necesidades sin preocuparse por ello, es más, viendo en este ataque una necesidad ineludible de la huelga.

La huelga es una acción de lucha obrera que tiene un elenco de posibilidades muy amplio: puede afectar desde a una pequeña empresa hasta a todo el país en una huelga general pasando por filiales de grandes empresas, sectores productivos, etc. No se puede predeterminar al tipo diciendo que es mejor una huelga general que la huelga en una sola fábrica. La acción de la huelga puede ser particularmente incisiva incluso si es llevada a cabo por un pequeño grupo de oreros que bloquean una sección de una empresa o los puntos cardinales de la producción en una fábrica. El problema siempre se encuentra ligado a una exigencia: ¿por qué se realiza la huelga? ¿qué se busca obtener? Las reivindicaciones por las cuales se lleva a cabo una lucha deben estar siempre relacionadas con la defensa de las condiciones de vida y de trabajo de los proletarios, ya sea en el terreno laboral, en el de la resistencia contra los despidos, contra los horarios de trabajo impuestos, contra la reglamentación establecida por los patrones en el puesto de trabajo e incluso como respuesta a los choques que cotidianamente aparecen en él entre el empresario o los jefes directos y los obreros. Como tales estas reivindicaciones pueden ser lanzadas también por las organizaciones sindicales amarillas, pero la diferencia entre lucha de clase y lucha anti obrera se encuentra de hecho en los medios y en los métodos de lucha: frente a tal o cual problema estos sindicatos amarillos, que sólo responderán a él si la presión proletaria, es decir la fuerza de los obreros cuyo trabajo es controlar y hacer someter a las exigencias patronales, es fuerte, siempre buscarán la forma de llevar a cabo la lucha de manera que escape de las manos de los proletarios, que discurra por cauces ajenos al enfrentamiento entre clases como son los judiciales, los ligados a los arbitrajes paritarios, etc. Mientras que, para poder lograr sus exigencias, los proletarios deben siempre luchar de manera que la lucha corresponda a su fuerza real como clase.

La participación directa en la huelga por parte de los obreros es decisiva. Sea en la fase preparatoria y asamblearia sea en la fase de la acción o en la fase en que se le pone fin. La cuestión de fondo no está tanto en delegar en alguno o algunos la función de dirigir la huelga y de negociar con los patrones cuanto en hacer que los delegados para la organización de la huelga  sean perfectamente conocidos por los obreros en huelga de manera que sean realmente los portavoces de las reivindicaciones proletarias sostenidas con la lucha y con la amenaza de endurecer aún más la lucha contra el patrón recalcitrante.

La tarea de los comunistas en la relación que los proletarios que deben luchar para obtener no sólo alguna mejora eventual sino sobre todo para no sufrir ulteriores empeoramientos de sus condiciones de existencia, consiste en indicar que la reanudación de la lucha de clase en general pasa a través de la reconquista por parte de los sectores más combativos del proletariado de los medios y de los métodos de la lucha clasista, ya sea esto dentro de los sindicatos existentes ya sea en otra forma de asociaciones económicas externas  a los sindicatos existentes. Los comunistas jamás estarán en contra de una huelga: estarán en contra de los objetivos de una huelga si son objetivos colaboracionistas y se encuentran sometidos a las exigencias de la empresa. Estarán en contra de los medios y de los métodos legalistas, pacíficos, timoratos con la compatibilidad empresarial que caracterizan a los sindicatos tricolores. Están en contra, por tanto, de la calendarización de las huelgas que permiten a la patronal tomar ventaja y prepararse para sufrir el mayor daño posible en el día previsto. Los comunistas están en contra de anticipar al patrón el cómo y el cuándo comenzará la huelga y a favor de la mayor implicación posible de los proletarios (sin distinciones por sexo, nacionalidad, sector, país…) en la lucha. Los comunistas lucharán siempre para que cuando la negociación con el patrón se lleve a cabo, se haga de manera absolutamente pública, en presencia de muchos trabajadores que puedan así controlar directamente el trabajo de los delegados a la negociación.

El resultado más importante de las luchas proletarias sobre el terreno inmediato es la solidaridad de clase que aparece con la lucha misma: es esta solidaridad el verdadero acicate para la reorganización de clase de los proletarios y para dirigir las huelgas hacia la defensa exclusiva de los intereses clasistas del proletariado.

 

¿Qué fue el 29 S?

 

El balance realizado por parte de todos los grupos que han visto en el 29 S de alguna manera un objetivo específico, una meta concreta, de su política entre la clase proletaria ha sido unánime: la huelga general convocada por las grandes centrales sindicales y seguida al unísono por prácticamente toda la izquierda sindical fue un éxito y constituye un modelo a repetir en futuras ocasiones. Sin embargo, pese a que el seguimiento de la huelga fue efectivamente mayor de lo previsto por la burguesía y por los mismos sindicatos organizadores, este hecho no significa por sí mismo que la huelga fuese un éxito.

De hecho la huelga fue convocada por parte de los sindicatos amarillos CCOO y UGT para oponerse a las medidas anti obreras que el gobierno socialista estaba llevando a cabo. Pero para oponerse a ellas… una vez habían sido firmadas, aceptadas y comenzadas a ejecutar. La Reforma Laboral que abarata el despido, desregula la aplicación de los convenios colectivos, etc. ya estaba aprobada y funcionando cuando  el lastimero eco del discurso de Toxo y Méndez llegó a los oídos de los patrones. No se pretendió en ningún momento acabar con esta reforma que los mismos sindicatos que ejercen el papel de agentes de la burguesía en el seno del proletariado ven como necesaria, fieles a su norma de priorizar y potenciar los intereses de la economía nacional y de la reanudación de la producción de beneficios empresariales frente a cualquier exigencia obrera por mínima que sea. En este sentido la convocatoria de una huelga general suponía la reproducción ampliada al conjunto del territorio nacional de la política de cesión continuada en los puestos de trabajo que durante decenios, pero con especial virulencia en la última década, estos sindicatos venían llevando a cabo. Todo un trabajo concienzudamente llevado a cabo de liquidación de la más mínima respuesta sindical en el nivel más ínfimo tuvo su expresión más acabada en la convocatoria abierta y declaradamente inútil de esta huelga general.

El mismo preaviso con tres meses de antelación (y todo un verano de por medio para enfriar el clima de tensión social que las medidas anti obreras venían generando) anulaba cualquier capacidad real de la huelga para incidir sobre los intereses de los patrones. Si ya de por sí estos tienen la potestad de fijar los servicios mínimos que anulan cualquier efecto de las posibles huelgas, el hecho de permitirles planificar con meses las necesidades reales de la producción para ese día significa declinar totalmente la capacidad de lucha proletaria a favor de los intereses, incluso de los intereses más contingentes y circunstanciales, de la burguesía.

Finalmente la huelga general del 29 de septiembre quedó como un gesto meramente simbólico que, al margen de exigencias de repetición e incluso de la convocatoria de huelgas generales circunscritas a territorios específicos (Catalunya, Euskadi sur, Galiza), no supuso ningún jalón en la lucha proletaria como han querido ver los grupos de toda la extrema izquierda. Obviamente que eso sucediese no era el interés de las direcciones sindicales que la convocaban e hicieron todo lo posible para que no sucediese tal cosa: ninguna agitación en los centros de trabajo, ningún esfuerzo por mantener la huelga o, simplemente, hacerla efectiva y, sobre todo, ningún balance de lo sucedido. Legalidad, tranquilidad en las calles y responsabilidad democrática: ésa fue la divisa que inscribieron en la convocatoria y que grabaron a fuego en el pecho de los proletarios aquel día. Si existieron algunas singularidades en el día de huelga que pueden llevar a verla como una huelga especial por la combatividad que ciertos sectores del proletariado pudieron mostrar en algunas fábricas o en algunas ciudades, desde luego que no son fruto de la misma convocatoria. Ciertamente las manifestaciones y los piquetes convocados por la extrema izquierda sindical e incluso por grupos de proletarios no organizados en este espectro, tuvieron una asistencia mucho mayor que la que se pudo ver en anteriores convocatorias. Incluso fue visible un elevado nivel de tensión en ciertos lugares (disparos con fuego real de la policía en el pueblo madrileño de Getafe, disturbios en Barcelona, Sevilla, etc.) Pero estas expresiones, desde luego nada insignificantes, de descontento de ciertos elementos e incluso sectores del proletariado aquel día hacia la política de las direcciones sindicales amarillas, no supusieron una ruptura con dicha política sino su seguimiento por unos cauces aparentemente distintos. El contenido del dominio que la política de colaboración entre clases mantiene sobre el proletariado, permanece incólume y las manifestaciones de rabia de algunos proletarios no suponen la ruptura con el arraigo que las fuerzas con que la burguesía cuenta entre los trabajadores poseen.  De hecho, la huelga del 29 de septiembre concebida en parte como válvula de escape sirvió a sus propósitos, permitió que se expresase una tensión controlada (y, desde luego, duramente reprimida por la policía siempre en perfecta combinación con los sindicatos amarillos).

La reanudación de la lucha de clase no es algo inmediato, no se encuentra en el horizonte más cercano del proletariado. Pero si algún paso se ha de dar para avanzar hacia ella, desde luego que éste no puede ser el de aceptar e incluso elogiar el crimen que los sindicatos al servicio de la burguesía  cuenta. No se trata de juegos de manos para fijar una posición original y única, sino de reemprender el balance de las luchas y de las derrotas, aún de las más pequeñas, que sufre el proletariado, lo que ciertamente constituye una verdadera fuerza material para que éste algún día logre salir de su crisis permanente y reanudar el camino de la lucha revolucionaria.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

Volver sumarios

Volver catálogo de las publicaciones

Top