Elecciones en España:

Donde la democracia tiene su cielo el proletariado encuentra su infierno

( Suplemento  N° 15 de «El programa comunista» N° 49 ;Enero de 2012 )

 

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Las pasadas elecciones del 20 de noviembre han dejado, tal y como se esperaba, una victoria aplastante del Partido Popular en casi todas las regiones de España donde se han celebrado. Incluso en buena parte de los lugares que hasta ahora se consideraban feudos inexpugnables del Partido Socialista o, en general, de la izquierda, desde la Transición: Barcelona, Sevilla o numerosos pueblos del llamado cinturón rojo de Madrid han caído así en manos del centro derecha después de más de treinta años de gobierno del PSOE consolidando el «gran cambio» de gobierno con el que han prometido liquidar la crisis económica.

Prácticamente cuatro años de crisis han trastocado todo el panorama gubernamental en todos los peldaños de su escala, removiendo electoralmente las bases que hasta ahora se consideraban definitivamente sentadas en el reparto electoral del poder. Y esto porque el reparto, que, salvando las particularidades regionales que obedecían a una correlación de fuerzas en la que también entran en juego los fundamentos históricos del nacionalismo periférico, dibujaba el mapa político español estaba basado en un reparto histórico de la responsabilidad de gobernar determinadas partes del país según la fuerza que cada partido fuese capaz de mostrar en una u otra zona para mantener a los proletarios atados a las exigencias de la economía nacional y según la capacidad de consolidar el mito de la necesaria colaboración entre clases que los partidos tuviesen según la fuerza expresada en los momentos de mayor tensión social por el proletariado local.

Por ejemplo en el  Sur de la península y en Extremadura. Allí fuertes núcleos industriales como Cádiz o Málaga coexisten con el mundo rural dominado durante décadas por la gran propiedad agraria y donde, a raíz de la crisis económica del año ´74 la lucha tanto del proletariado dedicado a la agricultura de los monocultivos como aquél empleado en la industria pesada (astilleros, militar…) alcanzó un alto nivel tomando forma ya no sólo de huelgas sino también de ocupaciones de tierra, viviendas e incluso dando lugar a verdaderas batallas entre las fuerzas represivas del estado burgués y los proletarios más o menos organizados en defensa de sus intereses de clase más inmediatos. En toda esta zona, obviamente de acuerdo a la estructura autonómica con que la burguesía española diseñó el país a partir de la Transición, el capitalismo necesitaba la aplicación de medidas reformistas que contuviesen al proletariado en los límites de la aceptación democrática de su gobierno a base de subsidio agrario, formación de cooperativas en el campo, subvenciones directas a la producción… que a su vez permitieron, llegado el momento de la reconversión industrial, que inmensas bolsas de desempleo se pudiesen mantener con un coste en conflictividad prácticamente reducido a aquellos momentos en los que, inevitablemente, el mismo oportunismo socialista y estalinista así como la dirección de los sindicatos amarillos, no tenían más remedio que dejar que se aliviase la tensión social contenida durante años.

El gobierno de estas zonas debía recaer en las fuerzas políticas de la burguesía con más arraigo entre los proletarios, el PSOE, sobre todo en el nivel autonómico, con apoyo del PCE y algún grupo minoritario a su izquierda en lo local.

Por el contrario aquellas regiones en las que existía una considerable masa proletaria ligada a la industria pesada y, además, la burguesía nacional y la local preveía la posibilidad de convertir esas zonas en regiones punteras en la actividad económica más avanzada (sector servicios, logística…) o más rentable (construcción…) han recorrido un camino sustancialmente diferente. En efecto, una vez liquidado el gran periodo de crisis y reconversión industrial económica que implicó la desaparición de gran parte del trabajo industrial tradicional, una fortísima represión estatal contra cualquier conato de resistencia obrera y la práctica aniquilación de una generación de jóvenes proletarios mediante la acción combinada de la heroína y la cárcel, el recambio político consolidó el gobierno local (en zonas como Madrid o Valencia) del sector más reformista de la burguesía, dispuesto a aplicar medidas de recuperación productiva ligadas a la desregularización del mercado de trabajo así como de tantos otros factores que determinan la producción y reproducción de la mano de obra (vivienda, sanidad, etc.)

Finalmente (dejando de lado las particularidades que constituyen las llamadas nacionalidades históricas) las regiones económicamente menos productivas y con una masa proletaria no tan desarrollada ni tan polarizada como en las regiones del Sur ibérico, donde por predominio histórico de la pequeña explotación agrícola combinada con los polos de desarrollo industrial desarrollados sin demasiado éxito por el franquismo tardío, en Castilla y León, por ejemplo, el gobierno ha recaído en el sector más tradicionalista de la burguesía cuya política, tan alejada del ala liberal de su propio partido como de la del socialista, ha bastado para mantener el orden social durante décadas.

Desde la implantación del régimen democrático tras la muerte de Franco y con la explosión de la crisis económica mundial del  año 1974, el mapa político del gobierno burgués se ha consolidado en torno a una división del trabajo según la capacidad de cada facción de la burguesía para mantener por un lado la paz social y, por otro, el desarrollo económico que permitiese continuar con la obtención de un nivel cada vez más alto de beneficio. No se trata, claro, de una división aséptica y pacífica de las tareas a realizar, el mundo capitalista, fundado en la irracionalidad productiva y generador continuo de la competencia en todos los niveles de la vida social, no puede evitar jamás traer el enfrentamiento y la lucha entre sus mismos gestores, la competencia electoral resulta inevitable porque se basa en la misma competencia entre burgueses por lograr imponerse frente a sus adversarios para conseguir, de esta manera, cuotas de beneficio cada vez mayores que se generalicen en una u otra orientación de la política general de la nación, de la región o de la localidad. Pero esto no quiere decir que exista un enfrentamiento en lo esencial en el seno de la misma burguesía. En la pugna electoral, en el enfrentamiento democrático, se dirime sobretodo la manera de gobernar sobre el proletariado y, naturalmente, sobre los estratos pequeño burgueses, pero jamás se pone en cuestión la necesidad misma de este gobierno ni su naturaleza.

La democracia es la esencia de la base sobre la cual se levante el dominio político de la clase burguesa. Tal o cual facción de la burguesía, representada por el partido x o el partido y, puede gobernar o dejar de hacerlo utilizando el sistema democrático, que se basa en la ficción de presentar la división en clases  antagónicas de la sociedad como algo sin valor frente a la igualdad interclasista de los ciudadanos. Cuando uno u otro partido pierde el poder porque su capacidad de gestionar las necesidades del capital se ha agotado,  no se pone en cuestión el dominio del capital sobre el proletariado sino que, precisamente, la posibilidad del recambio democrático acentúa la ilusión de la convivencia entre clases y aprieta el nudo corrido alrededor del cuello del proletariado.

Las elecciones generales, como hace unos meses las autonómicas y municipales, han supuesto, de esta manera, una exaltación putrefacta del dominio de clase burgués que, por todas partes, ha sido voceada por todos los pregoneros del capital bajo la forma del «triunfo de la democracia»

En un momento de crisis económica aguda, cuando la sociedad capitalista muestra qué es lo único que realmente puede ofrecer a los proletarios, llegando a más de seis millones de parados, agotando o suprimiendo los subsidios y ayudas a los trabajadores sin más recursos que estos, endureciendo la legislación laboral… la consigna por parte de todos los voceros de la burguesía ha sido: un cambio democrático remediará los males que sufre el país. Es decir, la derrota del PSOE, gestor de esta crisis, acabará con la misma crisis. Triunfo por tanto de la democracia en la medida en que el enfrentamiento entre los intereses de la clase proletaria y los de la clase burguesa que se ponen de manifiesto cuando en nombre de la economía nacional se hacen caer las consecuencias de la crisis sobre las espaldas del proletariado, se reduce a una disputa interclasista entre partidos declaradamente burgueses o partidos obreros-burgueses como los de la llamada «izquierda». Triunfo de la democracia ya hace unos meses porque la caída de gobiernos locales y autonómicos que se mantenían desde hace décadas en el poder refuerza la ilusión del poder parlamentario, electoral… burgués.

En época de crisis es imprescindible, para la burguesía, reforzar todos los mitos que apuntalan la política real de colaboración entre clases y poner en marcha, por tanto, todos los mecanismos que la refrendan, haciendo converger en torno a este punto esencial toda una serie de vectores que colaboran a apuntalar los cimientos del cauce democrático.

Dos elementos, especialmente, han concurrido a las pasadas elecciones  y han servido para fijar en el cuerpo social que sólo una regeneración política del sistema burgués, llevada a cabo por vías democráticas, puede lograr que el conjunto de la sociedad salga del duro trance por el que hoy pasa.

En primer lugar la legalización de Amaiur y su consecución de siete escaños ha consolidado la llamada vía democrática hacia el fin del llamado «conflicto vasco» El sector del nacionalismo vasco hasta hace poco partidario de la lucha armada para lograr la independencia, ha optado por buscar su inclusión en las instituciones democráticas del Estado español de las que había sido expulsado durante la ofensiva política contra el nacionalismo vasco llevada a cabo durante los gobiernos de Aznar. Esto no se explica por un cambio de rumbo voluntario de la que ahora ha venido a denominarse «Izquierda Abertzale», sino por la misma naturaleza de la lucha armada en Euskadi, que ha catalizado en torno al independentismo la fortísima tensión social que ha existido en esta zona desde antes de la Transición y que se polarizó en torno a este movimiento a la vez que, durante la década de los ´80, en el resto de España se apaciguaban las luchas obreras. Una vez liquidada en el país vasco esta tensión social durante la expansión económica que reactivó la economía regional desde finales de los años ´90, la lucha armada independentista fue cayendo en un declive progresivo e irreversible. La llegada de Bildu en su momento y de Amaiur ahora las instituciones democráticas es por tanto un triunfo a tres bandas: de la burguesía del Estado español, que prácticamente normaliza la situación en Euskadi, de la facción nacionalista de la burguesía vasca que aumenta su capacidad para gobernar en esta zona y, sobre todo, de la democracia, que se presenta de nuevo frente al proletariado vasco, y español en general,  como si fuese la única vía de lucha posible (victoria por tanto del sistema burgués en general que se fortalece con la vigorización del espejismo interclasista).

Por otro lado las movilizaciones del 15 M han supuesto una bocanada de aire fresco al ideal pequeño burgués de la participación democrática en la vida del país mediante una llamada «democracia de base», directa o participativa. El estallido social que supusieron las movilizaciones previas a la jornada electoral del 22 de mayo catalizó la tensión existente en prácticamente todas las capas de la sociedad tensión social debida a las consecuencias de la crisis capitalista - en términos de aumento de la desocupación y de la precariedad del salario- que desde el año 2008 ha golpeado a todos los países occidentales y al mercado mundial - en torno al objetivo de la regeneración democrática, de nuevo, como vía de escape para la penosa situación del país, entendido como un todo único en el que pueden convivir el conjunto de las clases sociales.

El proletariado sufre, como clase explotada, los efectos más terribles de la crisis económica. Pero careciendo de unas organizaciones para la defensa de sus condiciones de existencia y ajeno por completo, tras décadas de contra revolución permanente articulada sobre la democracia, a la lucha revolucionaria, se ha manifestado a la cola del movimiento del 15 M, si bien planteando más o menos nítidamente sus problemas específicos. Este seguidismo de un movimiento de origen y dirección pequeño burguesa, por tanto legalista, pacifista y democrático, expresa el nivel de postración que sufre sometiendo sus intereses de clase al mismo sistema de dominio burgués.

Si el movimiento 15 M, considerado genéricamente, no es un partido político o no constituye una opción electoral determinada, esto no merma su capacidad como movimiento de inspiración burguesa para implantar entre los proletarios más combativos  que lo han seguido y, en general, en el seno de la clase obrera, la aceptación de la democracia como única vía posible de lucha porque no es sólo tal o cual partido de la burguesía el que se impone con las elecciones sino la misma democracia y, a través de ella, el dominio de clase de la burguesía. Se refuerce éste dentro del parlamento o a sus puertas mediante el respeto escrupuloso de las fuerzas del orden capitalista, lo mismo da.

La necesidad por parte del proletariado de defenderse de los golpes que la economía capitalista continúa dando a sus condiciones de existencia no será nunca satisfecha por la política y la práctica democrática y, por tanto, interclasista, que busca tanto hacer depender cualquier posibilidad de mejora de las condiciones inmediatas de vida y de trabajo proletarias de la satisfacción de las exigencias de la economía y de la sociedad burguesa, como agudizar y extender la competencia entre proletarios. Romper con los métodos del sindicalismo tricolor y del inter clasismo y reorganizar las propias fuerzas sobre el terreno de la defensa inmediata, constituye el primer paso que los proletarios deben dar para poder librarse finalmente del manto sofocante del oportunismo, orientando su propia fuerza social por la única vía que puede enfrentar eficazmente la presión económica, social y política de la burguesía, la única vía que reconoce abiertamente el antagonismo de clase entre los intereses de la burguesía y los del proletariado: la vía de la lucha de clase. Y sólo sobre este terreno logrará el proletariado vencer las ilusiones democráticas de la colaboración entre clases con la las cuales la burguesía y las fuerzas de conservación social lo engañan para mantenerlo esclavo del capitalismo.

La lucha de clase en defensa de los intereses proletarios pasa precisamente por la reorganización clasista sobre el terreno inmediato, que no se debe basar nunca en el respeto del país, de las necesidades económicas, de la empresa o del orden cívico en las reivindicaciones. La  aniquilación de estos límites que constriñen a la clase obrera al papel de esclavo asalariado útil para producir en tiempos de bonanza económica, mercancía sin valor en tiempos de crisis y, un día, carne de cañón para la siguiente guerra imperialista.

Entre un punto y otro de esta auténtica cadena de miseria y muerte se desliza la soga de la democracia que une al proletariado a la burguesía como al ahorcado con su verdugo.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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