Los comunistas y el aborto

( Suplemento Venezuela  N° 17 de «El programa comunista» N° 49 ; Junio de 2012 )

 

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Aunque las violaciones individuales, de las que el número se eleva desde las decenas a varios centenares de miles por año, no habían podido mermar la legislación, la acción colectiva desarrollada en los últimos tiempos contra la prohibición del aborto ha obligado a recular y a revisar una ley inoperante.

 

Si registramos con satisfacción la confesión de que la ley no es la codificación racional de las relaciones sociales, sino la expresión de una relación de fuerzas, nos oponemos categóricamente a su pretensión de mostrar democráticamente «la opinión pública». Instrumentos de coacción y de coerción al servicio de una clase y de su orden social, el Estado y su ley imponen a la sociedad y sobre todo a las clases explotadas y oprimidas las reglas de funcionamiento de ese orden social. No hay más que ver el carácter irrisorio de la «liberalización» propuesta para comprender que se propone remplazar una prohibición directa que deviene inaplicable por una prohibición indirecta, trabando la libertad de principio por todo un arsenal de impedimentos prácticos, de presiones disuasorias y obstáculos materiales que, como en la ley actual, jugaron exclusivamente contra las mujeres de las clases pobres, contra las proletarias.

La manera en que el Estado burgués y su legislación sirven y defienden a la sociedad capitalista no es siempre evidente, ya que esta sociedad no ha sido fabricada de manera lógica y coherente, sino que se ha desarrollado a partir de formas sociales anteriores.

Aunque las ha revolucionado, ha retomado algunos de sus aspectos, sobre todo en el dominio de las superestructuras; ha heredado ciertos hábitos, ciertos cuadros sociales, ciertos principios que ha utilizado por miedo por su propia conservación. Esto conlleva contradicciones en la medida en que el desarrollo mismo del capitalismo tiende a eliminar ciertas formas superadas.

Por ejemplo, la burguesía ha heredado del feudalismo cristiano el matrimonio indisoluble, y utiliza la familia fundada sobre este matrimonio como célula básica y  unidad de la reproducción. Pero la dinámica social tiende ineluctablemente a hacer estallar la familia; la burguesía emplea entonces la antigua legislación para frenar la acción disolvente de su propia economía, para ralentizar la desagregación social y los problemas que ella entrama: prohibir la separación de los cónyuges. A la larga, sin embargo, la presión económico-social no puede ser contenida por la ley y la burguesía es poco a poco obligada a levantar las viejas prohibiciones y autorizar el divorcio.

Es igualmente bajo la presión económica y social que los países capitalistas han visto decrecer sus tasas de natalidad. Por las leyes que reprimen la contracepción y el aborto, la burguesía de esos países ha querido obligar a los proletarios a tener hijos, contando con la necesidad sexual natural y prohibiendo lo que habría podido evitar o interrumpir el embarazo. Ahora bien, esta tentativa ha estallado: no sólo no ha resuelto la caída de las concepciones (a pesar de los rigores de la ley, se han contado en Francia tantos abortos como nacimientos), sino que ha hecho pesar sobre las clases pobres una cortapisa tan bochornosa que las reacciones cada vez más violentas se hicieron diarias.; de suerte que, ¡oh ironía! la ley devino causa de «desorden». A pesar de la moral cristiana sobre la cual se apoya, y a pesar de su miedo a perder el control… de los nacimientos, la burguesía ensaya así pues la planificación –lo que da lugar a los debates en los que la hipocresía y a la estupidez burguesas  enfrentan un «realismo» también burgués.

Nosotros, los comunistas, combatimos siempre contra la burguesía que, con sus leyes regula la opresión social del proletariado y, en particular, del proletariado femenino, sea en lo relativo a la familia o, en cuanto mujeres, en lo que se refiere a la reproducción. Y las luchas dirigidas a eliminar los aspectos más reaccionarios de la legislación burguesa (sobre el aborto, el divorcio, la custodia de los hijos, etc.) encontrarán siempre el apoyo de los comunistas, pero en el cuadro más general de la lucha de clase, la única lucha que tiene la fuerza de imponer a la clase dominante burguesa leyes menos opresivas para el proletariado en general y para el proletariado femenino en particular.

Nosotros no aceptamos en absoluto la perspectiva de la burguesía, que pretende que eliminando estas formas o estas leyes atrasadas, la sociedad podrá encontrar, en la libertad, un equilibrio armonioso. Concretamente nosotros afirmamos que ningún «equilibrio demográfico» podrá establecerse en el marco de la economía capitalista, que produce un ejército industrial de reserva, es decir, de parados, cualquiera que sea la natalidad, y cuyo mercado de trabajo sufre fluctuaciones tales, que la reproducción de los productores (que requieren de 15 a 20 años) es siempre anárquica. Sólo  la Ley del Estado, la ley de la oferta y la demanda, jugando libremente puede equilibrar la población a las «necesidades del país». No obstante nos burlamos bien de esas necesidades, contravenimos a los burgueses y a sus lacayos, que ariscamente opuestos a la autorización del aborto como el PCF en 1945, sólo se suman hoy sólo lo hacen a remolque del Estado burgués y por las mismas razones que él.

No aceptamos en absoluto la idea de que la supresión de la oposición legal conducirá al paraíso de la libertad, donde cada mujer (sin hablar de los hombres) decidirán «libremente» cuándo, dónde y porqué ella traerá al mundo un bebé. Por el contrario, es solamente aunque la adversidad económica y social del mundo capitalista podrá actuar libremente para impedir o incitar a la mujer a dar a luz, para empujarla a concebir los hijos, o impedir ese «lujo». Pero nosotros queremos justamente que la mujer reconozca que la causa real de su opresión es el capitalismo.

No aceptamos en absoluto la idea de que la reproducción de la especie sea «asunto de mujeres» ni asunto de «cada mujer». Afirmamos que la reproducción de la especie concierne a la humanidad entera, pero solo una sociedad sin clases, sin antagonismos ni contradicciones internas, podrá regularizar conscientemente y adaptarlas al nivel de sus posibilidades crecientes. Esta implica por otra parte la disolución de la economía familiar y su fusión, comprendidos los cuidados a los hijos y su educación, en la unión de la actividad social. Es solamente en una sociedad tal que la planificación de la reproducción, parte integrante y esencial de la actividad productiva de la humanidad, podrá realizar sin oposición y sin apelar a la libertad de cada mujer.

Resumiendo, contestamos a la ideología democrática e individualista en nombre de la cual ciertos reclaman el derecho al aborto, y  negamos que, incluso obtenido integralmente este derecho pueda levantar las contradicciones en las cuales el capitalismo enferma la procreación. Sin embargo, nosotros nos batimos por ese derecho y, allí donde este no haya sido obtenido, la dictadura del proletariado lo acordará inmediatamente y sin reservas, como en Rusia en 1917.

Lo que prohíbe el aborto, así como las trabas al divorcio (o las discriminaciones legales fundadas sobre el sexo y a su vez, la religión o la raza, que son también pervivencias preburguesas pero que la burguesía utiliza para dividir a los proletarios) son a la vez los instrumentos de una agravación de la opresión del proletariado y una pantalla que oculta las causas reales de esta opresión.

Sabemos bien, y lo proclamamos por el presente, que en los EE.UU., incluso la legalidad jurídica más completa no libertará al proletariado negro de la opresión  y de la explotación; pero ella les mostrará que la causa de su esclavitud no es la discriminación legal, sino el capitalismo. No idealizamos inútilmente el derecho al aborto, decimos que no liberará a la mujer; pero le mostrará que la causa de su opresión no es la ausencia de «derechos», sino el capitalismo.

Luchamos por estos derechos, de los cuales decimos con Lenin que «no eliminan la opresión de clase, pero vuelven la lucha de clases más clara, más amplia, más abierta, más acusada; que es lo que nos falta.»

Y aunque la burguesía utilice la moral, los hábitos, las tradiciones y las leyes preburguesas para acentuar la opresión del proletariado, los proletarios deben utilizar las luchas contra estas cadenas añadidas como las palancas hacia la lucha general contra la burguesía y su estado.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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