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Prises de position - Prese di posizione - Toma de posición - Statements                        


 

¡Para que renazca la lucha de clase del proletariado!

¡Contra toda desviación de los intereses de clase proletarios, contra toda política interclasista y cualquier salida chovinista, racista, oportunista entre los explotados de cualquier edad, género, raza, nacionalidad y país!

 

 

¡PROLETARIOS, COMPAÑEROS, HERMANOS DE CLASE DE CUALQUIER PAÍS!

 

En esta sociedad vuestra vida, desde el nacimiento, está marcada: estáis condenados a ser fuerza de trabajo a explotar, mercancía a intercambiar, productores que extorsionar. Si encontráis trabajo vivís; si no lo encontráis sois lanzados a los márgenes de la sociedad y, por lo tanto, de la vida, condenados a ser rechazados por una sociedad que alaba al mercado, al beneficio, al dios dinero, al súper dios capital.

La “libertad” en la cual la sociedad burguesa os hace nacer, vivir y morir, es la libertad de los capitalistas de obligaros al sometimiento ante las leyes del capitalismo según las cuales –en la sociedad del mercado, del dinero, del cambio, del beneficio- se puede vivir, o mejor sobrevivir, sólo plegándose a la esclavitud salarial. El trabajo, es decir la actividad humana en todos los campos del hacer, del pensar, del vivir, en vez de quitar progresivamente a la vida social las mayores fatigas liberando al máximo las capacidades innovadoras que cualquier actividad en su desarrollo conlleva; en vez de poner a los seres humanos en condiciones de dedicar a la pura supervivencia el mínimo de esfuerzo y de energías posibles dejando que cada uno utilice la mayor parte del tiempo de su vida a la satisfacción de sus propios deseos y de sus propias propensiones respecto al arte, al bienestar físico y mental, la sociabilidad, la conciencia, el ocio; el trabajo, en la sociedad capitalista es un tormento, una fatiga desmedida, una condición de esclavitud, una fuente de malestar, de estrés cotidiano, de enfermedad y de muerte.

Las capacidades físicas, nerviosas e intelectuales de las cuales los seres humanos están dotados naturalmente, en lugar de ser una fuente de bienestar general, compartido socialmente, y de proporcionar a toda la humanidad una evolución en las artes del trabajo, se han convertido en valor de cambio, simples mercancías en manos exclusivamente del mercado y de sus cínicas leyes de dar y de tener, de la ganancia producida por su explotación, del beneficio capitalista, en suma: del capital. En la sociedad burguesa el trabajo de la gran mayoría de los seres humanos es trabajo asalariado, es decir, una actividad que es utilizada sólo si produce beneficio y que es pagada con un salario. Los modernos proletarios son, precisamente, los trabajadores asalariados, es decir, aquella mayoría de la población constreñida a trabajar en condiciones económicas dictadas e impuestas por el capitalismo.

La “relación de trabajo”, todo proletario lo sabe por su propia experiencia, consiste en dar al patrón una cantidad y una calidad de trabajo cotidiano, durante un cierto número de horas diarias, según las directivas que el patrón impone en su empresa y recibir a cambio una cantidad de dinero, el salario. Pero el salario no se corresponde nunca con el valor efectivo del tiempo de trabajo dado al patrón, sino con el valor del “coste de la vida” deducido de las estadísticas de mercado que las asociaciones de los patrones y los gobiernos sacan de sus indagaciones. Y exactamente en esta diferencia de valor entre tiempo de trabajo diario dado por el proletario al patrón y tiempo de trabajo diario efectivamente pagado por el patrón al proletario, se sitúa el misterio del beneficio capitalista: ¡el misterio del plusvalor! Ninguna habilidad especial para los negocios, ninguna habilidad contable particular, ningún descubrimiento genial, ninguna ley “natural” particular del dar y del tener están en la base de la riqueza de los capitalistas. La verdadera riqueza de los capitalistas proviene exclusivamente de la explotación del trabajo asalariado, por lo tanto de aquello que el marxismo ha llamado: ¡extorsión de plusvalor del trabajo asalariado!

Cierto, en la sociedad burguesa el trabajo asalariado es aplicado a la producción de las mercancías y a su distribución, a su colocación en el mercado que, en su tiempo, superó fácilmente los confines de la ciudad y de los países para convertirse en mundial. Pero la sociedad burguesa no ha nacido de la nada, no ha nacido de la idea de algún precursor genial; ha nacido sobre las cenizas de las sociedades que la han precedido, sobre las cenizas del feudalismo y de la sociedad antigua; ha nacido de la historia de las sociedades divididas en clases, de sociedades que mostraban a unas clases dominantes, minoritarias pero dueñas absolutas de los medios de producción y de la tierra, y a unas clases dominadas, mayoritarias y dueñas de los instrumentos de trabajo y de pequeñas parcelas de tierra; nació de la evolución del trabajo humano, del descubrimiento de otras tierras y de otros continentes, del progreso industrial, pero llevó consigo la herencia que hacía de la sociedad burguesa una sociedad dividida en clases: la propiedad privada de los medios de producción y de la tierra. Como siempre ha sido, en la historia de las sociedades humanas, se pasó de una organización social a otra a través  de guerras y revoluciones, con la constitución de Estados como máximos organizadores de la sociedad y así ha sido también para la burguesía, clase social que representaba el triunfo  inexorable del progreso industrial en una sociedad –la feudal- que con sus vínculos económicos y políticos impedía el desarrollo económico del progreso social y por ello cayó bajo los golpes, contemporáneamente, del desarrollo económico y de la revolución política y social. El gran progreso económico que el capitalismo ha desarrollado en la sociedad estaba basado en una economía cuyos pilares –propiedad privada de los medios de producción y de la tierra, capital y trabajo asalariado- preexistían. El Estado burgués no ha hecho sino sustituir al Estado feudal o de las sociedades más antiguas, respondiendo de manera del todo eficaz a las nuevas y cada vez más imperiosas exigencias del desarrollo del capitalismo. La burguesía, en tanto nueva clase dominante respecto a todas las otras clases dominantes que la han precedido, ha elevado a la enésima potencia el comercio, el intercambio mercantil, la producción para el mercado, llevando a consecuencias extremas la lucha de competencia entre capitales, empresas, trust, Estados e un mercado, convertido en mundial, pero para la grandísima producción industrial capitalista cada vez más “pequeño” e incapaz de absorber, a precios estables, la cantidad y la variedad de las mercancías producidas.

El capitalismo no ha hecho otra cosa que simplificar la estratificación de las clases sociales, llevándolas en definitiva a tres: capitalistas, propietarios de la tierra y proletarios, pero al mismo tiempo, revolucionando continuamente, a través de las innovaciones técnicas, la actividad productiva y distributiva de este modo de producción la vida de los seres humanos bajo cualquier cielo, en cualquier paralelo, en cualquier meridiano. El capitalismo ha, al mismo tiempo, transformado a la gran mayoría de los seres humanos del mundo en proletarios, en trabajadores asalariados, es decir, en seres humanos cuya vida depende exclusivamente del hecho de que su fuerza de trabajo, sea o no explotada por cualquier capitalista (no importa si pequeño, medio, grande, privado o público). Y, dado que la burguesía está guiada por el beneficio capitalista y no por la satisfacción de las exigencias de vida de los seres humanos, desarrollando su propio modo de producción no logrará nunca explotar toda la fuerza de trabajo a disposición del mundo, produciendo de esta manera, además de la masa de proletarios que explota efectivamente en sus propias empresas, también una enorme masa de proletarios que no tienen trabajo, por lo tanto que no tienen salario, y que constituyen el enorme ejército industrial de reserva que –para sobrevivir- migra forzadamente de una empresa a otra, de una situación de explotación bestial a otra, de un país a otro, de un mar a otro, atravesando en condiciones de un riesgo altísimo fronteras y territorios del todo hostiles. Pero la burguesía, de esta manera, produce al mismo tiempo aquello que el Manifiesto del Partido Comunista de Marx y de Engels llamó sus sepultureros, los proletarios que un día, unificando sus propias fuerzas sobre la base de sus propios intereses de clase se revolverán contra los poderes burgueses, sus intereses y sus Estados.

 

¡PROLETARIOS, COMPAÑEROS, HERMANOS DE CLASE DE CUALQUIER PAÍS!

 

Desde hace décadas el Primero de Mayo no es ya la jornada de lucha que en un tiempo fue indicada como ocasión para unir idealmente, pero sobre el terreno de la lucha económica y política, a los proletarios de todos los países. El oportunismo de las organizaciones sindicales y de las organizaciones políticas que se hacían y se hacen pasar aún hoy como organizaciones “de los trabajadores”, debilitando sistemáticamente la fuerza proletaria, ha logrado un objetivo preciosísimo para los capitalistas: la colaboración de clase sistemática, codificada con tantas leyes y reglas para recordar la colaboración de clase impuesta bajo el franquismo con el Sindicato Vertical. El sistema de la colaboración de clase responde al objetivo de llevar a los proletarios a sostener las exigencias de la empresa en la cual trabajan como si fuesen sus propias exigencias y a hacer depender sus propios intereses, sus propias reivindicaciones, de la satisfacción primaria de las exigencias de la buena marcha de esta empresa. Esto significa, en los hechos, que los intereses proletarios sobre el plano salarial, sobre el de las condiciones de trabajo, sobre el normativo, deben pasar a un segundo o tercer plano o deben simplemente desaparecer o postergadas a quién sabe cuándo porque lo importante es que la empresa “sobreviva”, que la empresa logre un “crecimiento económico”, que la empresa  vuelva a acumular los beneficios que con las inversiones de capital pretende, que la empresa viva a costa de bajar los salarios, cancelar poco a poco la serie de ventajas conquistadas en su momento por las luchas, aumentar el ritmo y el horario de trabajo y de disminuir el coste del trabajo, es decir despedir. Naturalmente las exigencias de cada empresa capitalista están dictadas por el mercado en el cual la empresa está inserta y si, por razones de mercado, la empresa encuentra conveniente deslocalizar en parte o del todo su actividad, la colaboración de clase es llamada a gestionar el “delicado” traspaso.

El sindicalismo obrero, en su momento, a través de las asambleas de trabajadores, informaba a los proletarios de la situación que se estaba dando, proponía los objetivos de lucha para defender los intereses de los trabajadores y recogía en estas asambleas el humor y el espíritu de lucha expresado por los proletarios. Pese a haberse convertido en sindicatos rojigualdas (es decir, que, simbólicamente, han sustituido la defensa del color rojo de la lucha y la revolución proletaria por el rojo y el gualda de la bandera nacional, símbolo de la burguesía a la que mantienen por encima de todo), es decir, en sindicatos que colocan desde el principio, en toda ocasión, los intereses de los obreros en un segundo lugar haciéndolos depender sistemáticamente de los intereses empresariales, en las asambleas los obreros aún tenían la posibilidad de hacer sentir directamente la propia propensión a la lucha en defensa de determinados objetivos en lugar de otros. Desde hace mucho tiempo el sindicalismo colaboracionista, acabando sistemáticamente con el sentido de las asambleas obreras, sustituyéndolas con los referéndums, ha introducido en las filas proletarias un sentido normal de derrota preventiva, construido sobre la continua laceración de las luchas, sobre el fraccionamiento de estas, sobre su aislamiento y sobre la falta de apoyo real tanto por parte de las organizaciones sindicales como por parte de los otros proletarios. El colaboracionismo de clase asegura el propio apoyo a las empresas y al Estado colocando a su servicio la “fuerza social” del proletariado; y cuando eleva la voz es simplemente un brindis al Sol porque materialmente, de manera concreta y física es contrario a organizar y a apoyar la lucha proletaria con los medios y los métodos tradicionales de la lucha proletaria de clase. Para el sindicalismo rojigualda todo se debe desarrollar con negociaciones con la cúspide de la empresa, cualquier litigio debe partir de aquello que quieren los patrones y de aquello que los patrones están dispuestos a conceder a los proletarios y en los tiempos que convengan a los capitalistas.

¡Proletarios!, mientras que os dejéis sumergir en el pantano de las llamadas “negociaciones” sindicales gestionadas por organizaciones que se dirigen a sostener a la economía nacional y al sistema económico capitalista general, estaréis siempre en manos de las “exigencias superiores del mercado”: todos vuestros intereses inmediatos, todas vuestras reivindicaciones sobre el plano salarial y sobre el de las condiciones de trabajo acabará por ser siempre, antes o después, malversado y traicionado porque los intereses de clase de los capitalistas no se combinan nunca con los intereses de clase de los proletarios, porque los intereses de aquellos que son sistemáticamente explotados durante toda su vida nunca pueden ser los mismos que los de aquellos que les explotan, de aquellos que tienen en su mano prácticamente su vida.

 Los proletarios poseen, sin embargo, objetivamente, una gran fuerza: son mucho más numerosos que los capitalistas y que los estratos pequeño-burgueses que disfrutan de los resultados de la explotación del trabajo asalariado, pero sólo con la cantidad numérica no basta. Lo numeroso de los proletarios se convierte en una fuerza positiva si es organizada y dirigida hacia objetivos de clase comunes, sobre el terreno de una lucha que supere cualquier fraccionamiento, cualquier división, cualquier separación y, sobretodo, si aquellos objetivos responden exclusivamente a los intereses de clase de los proletarios. La lucha por el salario, por el aumento del salario y la disminución de la jornada de trabajo, constituye la base de cualquier unión de clase para combatir contra la esclavitud salarial: el salario, en la sociedad capitalista, es el único medio verdadero para sobrevivir y es sobre el salario que se consuma el chantaje sistemático del capitalista porque responde al coste vivo del trabajo. La lucha por el salario, para defenderse de su bajada y para conquistar una subida adecuada al coste de la vida, ha sido completamente desviada y sustituida por las organizaciones oportunistas con la lucha “por un puesto de trabajo”, colocando así las condiciones de defensa de los proletarios en las manos de los capitalistas y de su Estado porque el puesto de trabajo de los trabajadores asalariados depende estrechamente de la organización de la empresa, de su plano industrial, de su posición en la lucha de competencia sobre el mercado, de las inversiones que la empresa decide hacer y que puede hacer en busca de los beneficios: el puesto de trabajo es el aspecto de las relaciones de trabajo entre proletarios y capitalistas que depende enteramente de los patrones. Pero es, al mismo tiempo, el lugar donde el trabajador ofrece, día tras día, su fuerza de trabajo al capitalista para que la explote en su beneficio, recibiendo a cambio un salario que le sirve para sobrevivir. El “puesto de trabajo”, en sustancia, tiene dos caras, una que respecta a la supervivencia de los trabajadores y otra que se refiere a la ganancia del capitalista que saca beneficio sólo si explota al trabajo asalariado, por ello es el aspecto de las relaciones de trabajo en el régimen capitalista que más aparece como interés común, y sobre el cual la colaboración interclasista hace fácilmente su juego.

Falta el hecho de que, en esta sociedad, cualquier proletario está constreñido a encontrar un puesto de trabajo para lograr un salario y por lo tanto para sobrevivir; en general no tiene ninguna posibilidad de “elegir” este o aquel trabajo, de trabajar en este o en aquel ámbito, en este o aquel sector, en esta o aquella ciudad o en esto o aquel país. Para sobrevivir debe vender a cualquiera su propia fuerza de trabajo, entrando así en el mercado de trabajo del cual puede ser expulsado de imprevisto, temporal o permanentemente según situaciones que no depender de su capacidad de trabajar sino de la competencia entre capitalistas. Y es a causa de la lucha de competencia entre capitalistas que los puestos de trabajo, si un día se vuelven “disponibles”, el día después pueden acabarse: a la llamada al trabajo le sigue el rechazo, y así el proletario ocupado ve a su propio hermano de clase desocupado sabiendo que mañana el desocupado puede ser él mismo. La certeza del puesto de trabajo para cada proletario individual no existe, y cuanto más  se agudiza la lucha de competencia entre capitalistas, más puestos de trabajo se convierten en una “lotería”; más aumenta la incertidumbre del puesto de trabajo, más capacidad tienen los capitalistas para chantajear a los trabajadores tanto sobre el plano de la bajada salarial como sobre el de las condiciones de trabajo o sobre el de la competencia entre proletarios, instigada por otra parte por la presión de los trabajadores ocupados que, por un puesto de trabajo, se auto obligan a ofrecerse a salarios cada vez más bajos.

Sin embargo hay una cosa que, en un cierto sentido, los proletarios pueden “elegir”: luchar por sus propios intereses, por los intereses proletarios más generales en lugar de colocarse de parte de los intereses de la empresa y, por lo tanto, de los capitalistas. En vez de continuar sufriendo el chantaje de los capitalistas y de su Estado, unirse y luchar para encauzar y combatir una presión que, con las crisis económicas del capitalismo, está destinada a aumentar cada vez más. Las viejas armas de la lucha de clase: huelga sin preaviso y a ultranza, organización de la lucha sólo y exclusivamente entre proletarios, asambleas permanentes con el fin de vigilar constantemente la marcha de la lucha, unificación de las luchas entre las diversas empresas y los diversos sectores, enfrentarse a las maniobras de los patrones y de sus esbirros en las acciones de esquirolaje, etc. son las únicas con las cuales los proletarios pueden reconquistas la fe en sus propias fuerzas y recomenzar a luchar sobre el único terreno sobre el cual se miden y se deciden efectivamente las relaciones de fuerza. Lo que los proletarios deben reconquistar es la consciencia de que sólo con la lucha de clase podrán sustraerse a las maniobras y tácticas oportunistas que les paralizan, les rompen, les dividen, les transforman en mercancías deterioradas.

Sólo con y en la lucha de clase –como ha demostrado la larga historia de las luchas de clase- el proletariado reconocía y volverá a reconocer una perspectiva de emancipación de su condición de esclavitud salarial. Del abismo al cual han sido precipitados los proletarios y en el cual les mantienen las organizaciones sindicales y políticas oportunistas y colaboracionistas, preparándoles para una colaboración de clase que del terreno de la paz social se podrá transformar mañana en colaboración de clase sobre el terreno de la movilización bélica, los proletarios podrán salir sólo a través de la más drástica y neta ruptura de la paz social, aceptando finalmente el terreno de la lucha que la clase burguesa lleva a cabo contra la clase proletaria a través de los despidos, de las reducciones salariales, de los chantajes en el puesto de trabajo, el empeoramiento de las condiciones generales de trabajo y de vida, la incertidumbre sistemática de un futuro visible para las jóvenes generaciones, las discriminaciones constantes entre trabajadores masculinos y femeninos, jóvenes y ancianos, autóctonos y extranjeros. En un abismo aún más dramático han sido y están siendo precipitados millones de proletarios que huyen de la miseria más negra, del hambre, de las guerras que incendian constantemente a los países donde los grandes trusts y los grandes Estados imperialistas tienen inmensos intereses que defienden con inmensas masacres. La clase de los proletarios, tomando consciencia de su fuerza social objetiva, puede enfrentarse a esta guerra sistemática que la burguesía conduce en su contra; aceptando la comunidad de intereses entre burgueses y proletarios, la clase proletaria se suicida, se ofrece inerme al holocausto que se está preparando porque los vientos de guerra que ya soplan muy fuertes en muchas zonas del mundo se avecinan cada vez más incluso a la pacífica Europa.

Nuestro reclamo a la lucha de clase es, hoy, lanzado a un proletariado aún intoxicado por electoralismo, pacifismo, parlamentarismo, democratismo, a un proletario ilusionado con poder evitar desastres aún peores que aquellos que ya le han golpeado a través de las crisis económicas, simplemente fiándose por enésima vez o bien a los mismos partidos y a las mismas organizaciones sindicales que cambian de piel en cada estación pero que no cambian su naturaleza colaboracionista y anti obrera, o quizá a nuevas organizaciones consideradas “antisistema” que en realidad no son sino quienes vigilan el descontento generalizado con el fin de volver a llevar a las masas proletarias al cauce de la “legalidad democrática”, de la “vida civil”, del “diálogo social”, en suma de la colaboración entre clases. Es cierto que el capitalismo no cambia su naturaleza agresiva, pesada, destructora típica del mercantilismo exasperado; y también la clase dominante burguesa, que es la representante del capitalismo y que disfruta de sus privilegios a costa de la gran mayoría de la población existente, puede cambiar métodos de gobierno, según la presión social que deba afrontar, pero no cambia su naturaleza de explotador del trabajo humano y de dominador social que están en la base de su sed de poder y de beneficios. Que en los países donde hay una democracia más o menos aplicada o una dictadura más o menos blanda, se da el hecho de que mientras en el poder esté la clase burguesa el capitalismo continuará produciendo sus desgracias, sus guerras, sus masacres y los proletarios de todo el mundo continuarán siendo la clase cada vez más sometida y explotada con el único fin de mantener con vida el régimen de la propiedad privada y de la apropiación privada de la riqueza social producida por la fuerza de trabajo asalariada.

Para acabar con la explotación del hombre por el hombre, para acabar con la miseria, el hambre, la pobreza que afecta a millones y millones de seres humanos, para acabar con las guerras y las masacres que golpean a cada década desde el siglo pasado en adelante, ninguna vía que es propuesta por todos aquellos que no ponen en discusión el modo de producción capitalista –del pacifismo religioso o laico al democratismo de diferentes colores pero siempre dado a la colaboración de clase- podrá jamás resolver la cuestión social, ni sobre el terreno de la paz, ni sobre el plano de la guerra. La única vía resolutiva es la de la lucha de clase del proletariado que reanude su camino, como siempre en la historia, de la lucha económica, de la lucha de defensa sobre el terreno inmediato para desarrollar en el proletariado mismo la consciencia de que, superando la competencia instigada entre sus filas por la ideología y la práctica de la burguesía, tendrá la fuerza de reunir a los proletarios por encima de los sectores y de las empresas, por encima de los límites de todos los países, por encima de toda distinción de género, de raza, de nacionalidad, formando de esta manera el magnífico ejército revolucionario del cual el proletariado ruso, hace cien años, en la época de su revolución proletaria, dio el primer ejemplo mundial.

 

¡POR EL RENACIMIENTO DE LA LUCHA DE CLASE!

¡POR LA REANUDACIÓN DE LA LUCHA PROLETARIA EN LA PERSPECTIVA DE LA REVOLUCIÓN ANTICAPITALISTA Y, POR LO TANTO, ANTIBURGUESA!

 

 

Partido Comunista Internacional (El Proletario)

1 de mayo de 2017

www.pcint.org

 

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