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Estados Unidos: ciudades en rebelión tras el asesinato por la policía del afroamericano George Floyd

 

 

El lunes 25 de mayo, durante un control policial, George Floyd, fue sacado violentamente de su automóvil, esposado con los brazos a la espalda e inmovilizado en el suelo. Un policía lo mantuvo boca abajo, presionando la rodilla en su cuello durante largos minutos, mientras los otros tres policías de la patrulla se mantienen quietos y observando. George Floyd se queja y dice repetidamente: “no puedo respirar, no puedo respirar”. Los presentes le piden al agente que se detenga y le dicen que el hombre está sangrando por la nariz, mientras una chica graba la escena, pero el policía continúa inmovilizándolo en el suelo presionando la rodilla sobre su cuello. Poco después George muere. Llega una ambulancia, y se lleva a George Floyd. El video que filma la escena es subido a Internet.

La reacción, no solo de la población afroamericana de Minneapolis, es inmediata. Las protestas, los enfrentamientos con la policía antidisturbios, los incendios, en pocos días se extendieron desde Minneapolis a docenas de ciudades estadounidenses, desde Louisville a Filadelfia, desde Los Ángeles a Detroit, desde Nueva York a Chicago y Denver.

George Floyd, afroamericano de 46 años de Houston, había vivido en Minneapolis durante 5 años, trabajaba como agente de seguridad en un restaurante cerrado desde marzo debido al cierre impuesto por las autoridades, y estaba buscando trabajo. Tuvo la desgracia de ser detenido por policías blancos que lo asesinaron.

Los 4 policías involucrados en el arresto y asesinato de George Floyd han sido despedidos; se escucha la voz del alcalde de Minneapolis que dice: “George Floyd merece justicia, su familia merece justicia, la comunidad negra y la ciudad merecen justicia”. Pero, si no hubiera existito el video filmando la escena, George Floyd habría pasado por adicto al alcohol y las drogas, como el Departamento de Policía de Minneapolis intentó hacer pasar de inmediato, una versión desmentida por el video de manera abrumadora.

Ante los enfrentamientos, las devastaciones, los incendios con los que se ha expresado una ira atávica, acumulada a lo largo de siglos por la población negra estadounidense, esclavizada, discriminada, marginada, pisoteada y constantemente sometida a hostigamiento y asesinato, en el país que pretende enseñar democracia y civilización a todo el mundo, ¿cómo responde el actual presidente Trump? Envía a la Guardia Nacional a las ciudades incendiadas por las protestas, trata de   criminales a los manifestantes y advierte de que “cuando comience el saqueo, comienzan los disparos”.

Pero esta ira no ha sido causada solo por el asesinato a sangre fría de un negro más; es el resultado de una condición social que, debido a la pandemia de coronavirus tratada con superficialidad y arrogancia por Trump y su séquito presidencial, ha agravado la situación de millones de proletarios estadounidenses. Hasta la fecha, hay alrededor de 40 millones de desempleados debido a la crisis “sanitaria” del Covid-19. La reacción tenía que ser violenta, y la respuesta de Trump y la policía no podían ser sino más violentas aún.

En Estados Unidos, George Floyd no es el primer hombre negro asesinado por policías blancos, y desafortunadamente no será el último. Todos los medios democráticos y bien pensantes, cada vez que los estadounidenses negros son asesinados por policías estadounidenses blancos, elevan su indignación y asombro al cielo y claman por la paz, la coexistencia pacífica, los derechos de todos los ciudadanos estadounidenses, sin importar que sean negros, blancos, nativos, asiáticos. Bellas palabras que nunca han erradicado el racismo, congénito a toda clase dominante y que, con la burguesía, llega a niveles nunca vistos en sociedades anteriores.

La burguesía es la clase que fusionó ideológicamente tanto el concepto de supremacía intelectual y civil sobre cualquier otra clase social, como el privilegio “natural” de ser la clase que superó la condición salvaje y bárbara de la vida gracias a las técnicas de producción, la industria, las innovaciones y descubrimientos científicos. Pero esta supremacía, este privilegio, se sustenta en un modo de producción – el capitalista –, que se basa en la esclavitud más moderna, la salarial, es decir, aquella en la que la mayoría de la población se ve obligada a vender su fuerza de trabajo y su organismo para poder sobrevivir. Una esclavitud que arrastra consigo las formas más abyectas de las sociedades precedentes; lo que demuestra que la sociedad capitalista, desde el punto de vista de las relaciones entre los seres humanos, es la sociedad más deshumanizadora e inhumana, si la comparamos con todas las sociedades de clases de antaño.

El racismo que la burguesía alimenta contra la clase proletaria, contra la raza de los trabajadores asalariados, explotados con el único propósito de obtener ganancias, para luego arrojarlos como basura cuando ya no son necesarios, no ha reemplazado el racismo expresado por las clases dominantes anteriores, por la nobleza, por el clero, por los señores feudales o dueños de esclavos de la antigüedad, sino que se lo apropió, lo hizo suyo.

En el reino de la propiedad privada elevado al más alto grado de potencia, la clase dominante burguesa ha introducido, gracias al modo de producción capitalista, otra forma de propiedad privada, mucho más decisiva: la apropiación privada de la producción. Esta apropiación privada, que permite a cada empresario decidir sobre la vida o la muerte de los esclavos asalariados que emplea, incluso si no posee los medios de producción, e incluso si el dinero para comenzar la producción o su distribución, lo ha tomado en préstamo, es la base del privilegio burgués, un privilegio que identifica la “raza” de los empresarios, la “raza” de los capitalistas que tienen, de hecho, el poder de la vida y la muerte sobre el proletariado y una gran parte de la población. Y dado que todos los burgueses, compitiendo con otros burgueses, necesitan ejercer su privilegio social, pisoteando y aplastando no solo a los esclavos asalariados, sino también a los burgueses competidores, es fácil para ellos usar las formas de opresión racial heredadas de sociedades anteriores, siendo estas formas totalmente coherentes con las formas más modernas de opresión capitalista.

El racismo de los blancos contra los negros, como contra los judíos, contra los nativos americanos, contra los hispanos sudamericanos o contra los asiáticos, tiene raíces muy lejanas. El modo de producción capitalista moderno, que revolucionó el mundo, hunde sus raíces históricas en Europa, Italia, Inglaterra, Francia, Alemania; pueblos “arios” que, con el desarrollo de la gran industria, colonizaron el mundo y sometieron a los pueblos de todos los continentes. Y mientras dure el capitalismo, mientras continúen los mitos del individuo, del gran conductor o führer, del capitalista hecho a sí mismo, el racismo continuará en sus muchas formas, siempre determinadas por las conveniencias económicas, políticas, sociales y culturales de la época.

Para erradicar el racismo, que tiene sus raíces en la estructura económica y social de la sociedad burguesa, es necesario eliminar el modo de producción en el que se desarrolla, comenzando no por la cultura y la “conciencia”, que no son más que reflejos de la estructura económica y social capitalista, sino por la lucha de clases proletaria en la que los elementos decisivos están constituidos por la condición común de los asalariados – sin importar de qué color sea su piel, a qué raza pertenecen o de qué nación provienen. La única forma de superar cualquier forma de racismo es la lucha contra la clase dominante burguesa – no importa de qué color sea su piel, a qué raza pertenezca o de qué nación sea –, basta con que sea quien se beneficia de la opresión, del racismo, de la esclavitud.

Apelar al respeto de los derechos que la clase burguesa nunca respeta y siempre está dispuesta a pisotear para reafirmar su poder sobre todo y sobre todos, es la expresión de una ilusión que, con el tiempo, ha vuelto cada vez más impotente la respuesta a los abusos de la clase burguesa.

No es el derecho, sino la fuerza la que decide. La burguesía nos lo enseña todos los días. Y será solo por la fuerza, la fuerza de la lucha de clases proletaria, que la burguesía, en Estados Unidos como en cualquier otra parte del mundo, podrá ser puesta de rodillas, abriendo el camino a la revolución anticapitalista y antiburguesa.

 

 

Partido Comunista Internacional (El Proletario)

2 de junio de 2020 (Actualizado el 4 de junio de 2020)

www.pcint.org

 

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