Back

Prises de position - Prese di posizione - Toma de posición - Statements                


 

Extensión del estado de emergencia y control social

 

 

Covid-19: el poder burgués no encuentra otras medidas, ante el aumento de las infecciones de coronavirus, que prolongar el estado de emergencia; mientras tanto no ha hecho nada para organizar eficazmente la prevención tanto para la medicina territorial como para la medicina hospitalaria. La única preocupación real de todo gobierno burgués, tanto en Italia como en Francia, en América como en Alemania, en España como en China, en la India, en Brasil, en Rusia, es la de devolver todo el mecanismo capitalista del beneficio al pleno régimen, manteniendo a las masas proletarias bajo la amenaza de una segunda y más terrible ola de enfermos y muertos de Covid-19 para doblarlas a las necesidades del beneficio y engañándolas sobre la inminente disponibilidad de las míticas vacunas que deberían derrotar al coronavirus.

Todos los gobiernos del mundo hablan de la necesidad de hacer inversiones para relanzar la economía, todos sostienen que la única manera de volver a la "normalidad" es apuntar siempre al crecimiento. No hace falta decir que para los gobiernos, como para todo capitalista, "crecimiento" significa en realidad el crecimiento del beneficio capitalista. Si no hay beneficios, el capital no tiene razón para ser invertido - no importa en qué sector, privado o público, no importa - y si el capital no circula y no se invierte, entra en crisis; por supuesto que debe ser invertido donde se garantice un beneficio, o donde haya una buena posibilidad de éxito.

La ley del beneficio también domina en los casos en que el capital se utiliza para amortiguar una crisis particularmente profunda, como la causada por la falta de preparación general para hacer frente a la epidemia de Sars-Cov-2 (definida periodísticamente como Covid-19), debido a la cual la crisis económica ya existente en 2019 no ha hecho más que empeorar. Cada Estado, que tiene la tarea prioritaria de defender los intereses del capitalismo nacional, ha tenido que recurrir a los recursos disponibles, y a préstamos tanto a nivel nacional como internacional para incrementarlos en un tiempo relativamente corto, para amortiguar una situación para la cual muchas empresas, especialmente las pequeñas y medianas y en todos los sectores de actividad, se han arruinado rápidamente y han tenido que cerrar despidiendo a sus empleados. Los países más ricos, por su parte, también han dispuesto convenientemente medidas económicas que se suman a los amortiguadores sociales existentes, que, por otra parte, ya han sufrido recortes sustanciales en las últimas décadas, con el fin de amortiguar las situaciones más graves en las que ha caído el proletariado.

La crisis económica, como siempre, provoca una crisis social cuyo tamaño es directamente proporcional al número de empresas que cierran y al número de desempleados que produce. El capitalismo, en cambio, vive de la ganancia y el desempleo, vive de la explotación del trabajo asalariado al que está sometida la mayoría de la población y de la acumulación de riquezas en manos de la minoría burguesa, chupa el sudor y la sangre de la mano de obra asalariada tanto en tiempos de expansión económica como en tiempos de crisis económica y, al mismo tiempo, apela al Estado y a todas sus instituciones, sobre todo a las fuerzas del orden, para aumentar el control social de modo que las masas proletarias - por un lado condenadas a una intensificación general de los ritmos de trabajo en condiciones de inseguridad laboral general, por otro lado sumidas en el desempleo, la miseria, el hambre y la marginación - no se rebelen rompiendo drásticamente la paz social.

Como frente a las llamadas catástrofes "naturales" - inundaciones, deslizamientos de tierra, incendios, terremotos, etc... - ante una pandemia como la actual, el capital, si por un lado es destruido en los sectores más débiles y más expuestos a las fluctuaciones del mercado, por otro lado disfruta porque en las crisis económicas se destruyen los productos y las fuerzas de producción previamente acumuladas hasta tal punto que obstruyen gravemente todos los mercados: las crisis del capitalismo moderno son todas crisis de sobreproducción, en los mercados los productos ya no se venden al precio que garantiza una tasa media de beneficio; por lo tanto, el sistema capitalista se ve obligado a destruir parte de las mercancías y del capital sobreproducido para dar paso a nuevos ciclos de producción. Y los nuevos ciclos de producción no son más que nuevos ciclos de valorización del capital, que después se enfrentarán a otras crisis de sobreproducción, cada vez más extensas y cada vez más agudas, hasta que la misma competencia entre los capitalismos nacionales y, por tanto, entre los Estados, lleve de nuevo a la sociedad a una guerra mundial que establezca inevitablemente nuevas relaciones de fuerza entre los distintos Estados imperialistas; a menos que el proletariado, habiéndose levantado del abismo social y político en el que se ha hundido, se haya reorganizado sobre el terreno de la clase, haya recuperado su independencia de clase y la dirección de su partido de clase para hacer frente no sólo a la crisis económica en la que el capitalismo lo ha sumido, sino a la clase burguesa y a su Estado como fuerzas dominantes contra las que lanzar la lucha general de clase y la revolución.     

 

Hoy en día, ante el nuevo aumento de los contagios, dado en realidad por un número mucho mayor de pruebas realizadas no sólo a individuos sintomáticos sino también a asintomáticos, la mayoría de los gobiernos deben desmentirse vergonzosamente: el eslogan "todo irá bien" que llenó las tranquilizadoras comunicaciones de marzo a mayo pasado, y que entre julio y agosto parecía una buena predicción, acabó en la basura, como era lógico. Los mismos virólogos, los más serios, advirtieron que un virus como el Sars-Cov-2 no desaparecería en pocos meses; basándose en experiencias pasadas, advirtieron que se produciría una segunda oleada al acercarse el otoño y el invierno, y que podría circular, con efectos todos por verificar, incluso durante dos años, período que sería necesario, dijeron, para encontrar una vacuna realmente eficaz. Los virólogos menos serios y más ligados al volumen de negocios de las empresas farmacéuticas y de las vacunas, en cambio, insistieron en cambio en que, con el verano, y gracias a los cierres ya realizados, el coronavirus había perdido su letalidad, se estaba extinguiendo por sí mismo... y que la vacuna podía esperar un poco más.

Desde el comienzo de la pandemia, según los datos oficiales de la OMS hasta el 17 de octubre, se han infectado más de 39 millones de personas en el mundo y más de un millón han muerto (1). Estados Unidos es el país donde, de los casi 8 millones de infectados, los muertos, en poco más de seis meses, han superado los 216 mil (una cifra superior a la de los americanos que murieron en los tres años y medio en los que el país participó en la Segunda Guerra Mundial). Le siguen Brasil (más de 5 millones de infectados, más de 152 mil muertos), India (unos 7,5 millones de infectados, 113 mil muertos), México (835 mil infectados, más de 85 mil muertos, con un porcentaje muy alto de muertes, más del 10%), mientras que en China, cuyos datos oficiales son muy probablemente falsos, hay más de 91 mil infectados y "sólo" 4.746 muertos. En Europa las cifras oficiales son las siguientes: Gran Bretaña, 673.626 infectados, 43.293 muertos; Italia, 381.602 infectados, 36.372 muertos; España, 921.374 infectados, 33.553 muertos; Francia, 780.994 infectados, 32.868 muertos; Bélgica, 191.866 infectados, 10.327 muertos; Alemania, 348.557 infectados, 9.734 muertos; y en Rusia los datos oficiales hablan de 1.369.313 infectados y 23.723 muertos (2), ¡mientras que el gobierno de Putin anuncia que pronto tendrá una vacuna lista!

Muchos virólogos han declarado en repetidas ocasiones que los muertos directamente afectados por el Sars-Cov-2 a los que se han añadido los pacientes con enfermedades anteriores en las que se ha añadido la Covid-19, serían de hecho dos o tres veces más que los declarados oficialmente, con lo que el cuadro de esta pandemia es mucho más dramático. Y si esto es cierto, la burguesía de todos los países, al mismo tiempo que distorsiona la realidad de los efectos de esta pandemia, oculta lo que es su interés fundamental: sacar provecho de cada catástrofe, en este caso la asistencia sanitaria, al mismo tiempo que intenta mantener a las masas proletarias en una situación de incertidumbre permanente de la vida y por lo tanto psicológicamente presa de los gobiernos que tienen de esta manera un amplio poder discrecional para decidir cómo dirigir sus intervenciones en el plano económico, social, administrativo y político. Era y es evidente ya en el período de encierro de esta primavera, que las disposiciones gubernamentales iban a favorecer sobre todo las actividades productivas y comerciales consideradas "esenciales" para la economía de cada país; y, mientras se decretaba el encierro más severo para la gran parte de la población, los proletarios de los sectores considerados "esenciales" no sólo para la vida material cotidiana, sino para el bienestar del capital (por lo tanto, no sólo el farmacéutico, la salud y la alimentación, el transporte público, la energía, etc.) estaban obligados a tomar medidas para ir a trabajar -o de lo contrario perderían sus puestos de trabajo y las prestaciones sociales- aunque los lugares de trabajo no estuvieran saneados salvo en porcentajes mínimos y en ausencia de un equipo de protección personal eficaz (como bien saben los médicos, las enfermeras y el personal de los hospitales, entre los primeros en sufrir la afluencia masiva y caótica de personas enfermas).

Como en un boletín de guerra, siguieron día a día, en una espectacularización, y al mismo tiempo, en una dramatización de la epidemia, las noticias sobre la Covid-19 llenaron, y llenan, las noticias de todo el mundo, como si toda la sociedad dependiera exclusivamente de un virus del que no se sabía casi nada -y del que todavía se desconoce casi todo. El hecho es que, ante esta pandemia, la lógica capitalista, que sistemáticamente abandona cualquier actividad de prevención real, sólo puede ser ineficaz, pero no puede dejar de seguir su impulso natural: aprovechar la ocasión para poner en marcha todos los medios de control social que todo Estado tiene a su disposición o que puede inventar en este momento, para someter aún más a las masas proletarias a las necesidades urgentes del capital y a las que, después de la tempestad, se levantarán de nuevo más apremiantes y violentas en una lucha de competencia internacional que ya se ha manifestado en el período previo a la producción de la mítica vacuna.

¿Qué puede hacer la clase dominante burguesa, ante esta crisis sanitaria mundial, si no apelar a todo el pueblo, a todos los ciudadanos, sin importar la clase social a la que pertenezcan, ya sea desempleados, en la pobreza o con los bolsillos llenos de dinero, para que "cada uno haga su parte"? El capitalista explotador de mano de obra, el banquero usurero legalizado, el propietario de bienes raíces, el extorsionador de rentas exorbitantes, el juez que impone las leyes que protegen a los capitalistas, el policía represor contra todos aquellos que se atreven a rebelarse contra las condiciones inhabitables de la existencia, el jugador de la bolsa que mueve el capital de un accionista a otro, y el proletario? El proletario debe "quedarse en su lugar", en la condición de un esclavo pagado que no puede decidir nada sobre su vida, ni en el presente ni en el futuro, y sufrir todas las peores consecuencias de una crisis que no ha provocado y que no ha ayudado a crear.

Pero la clase dominante burguesa no puede prescindir del proletariado, no puede prescindir de la explotación del trabajo asalariado porque sólo de esta explotación obtiene sus beneficios, no puede prescindir de la violencia económica y social contenida en las relaciones de producción y de propiedad burguesas; si pudiera sustituir a todos los trabajadores, del primero al último, por máquinas, por robots, sin perder los beneficios, lo habría hecho hace mucho tiempo. Pero no puede, porque el beneficio capitalista no nace de la simple venta de productos al mercado, nace mucho antes, en el propio proceso de producción en el que los medios de producción, las máquinas, las materias primas a transformar deben ser procesadas por una fuerza cuyo uso cuesta menos de lo que se paga. Y esta "fuerza" es precisamente la fuerza de trabajo, que se paga con un salario que corresponde sólo en parte, y en parte progresivamente más bajo, al tiempo real de trabajo diario dado al capitalista. La plusvalía, es decir, el valor añadido que el trabajo del trabajador transmite al producto final, es la verdadera fuente de la plusvalía: el capital empleado en la producción, y en su comercialización, se valoriza de hecho -es decir, aumenta de valor- única y exclusivamente gracias a la explotación del trabajo asalariado. Toda la sociedad burguesa se basa en esta valorización del capital que nace en el proceso inicial de producción; todas las clases sociales, desde la gran burguesía hasta los pequeños industriales, comerciantes, empresarios agrícolas, de la construcción, navales o informáticos, bancos, sacerdotes, magistrados, policías, rentistas, delincuentes y criminales de todo tipo, intelectuales, políticos, abogados, notarios y las mil profesiones existentes, viven de la explotación del trabajo asalariado. Por eso la clase proletaria, verdadera clase productora de riqueza social, de la que sólo disfruta de una parte infinita, tiene una gigantesca tarea histórica: revolucionar la sociedad capitalista de arriba abajo, liberar el trabajo de la esclavitud asalariada y, con esta "liberación", abrir a toda la humanidad una sociedad que ya no se base en las mercancías, las empresas, la competencia, el mercado, el dinero, la violencia económica y social.

 

La actual crisis sanitaria, también por su alcance mundial, muestra aún más que las masas proletarias, en todos los países, están pagando el precio más alto por sus consecuencias. Prueba de ello son los despidos, el hundimiento en la miseria y el hambre de grupos cada vez más numerosos de proletarios incluso en los países más ricos, la falta de plazas en los hospitales, los medicamentos cada vez más caros que no se pueden comprar, la creciente marginación, los salarios siempre insuficientes en comparación con el costo real de la vida.

¿Y frente a todo esto la burguesía gobernante lo hace? Apela a la unión de todos los ciudadanos, a comportarse "responsablemente" ante una epidemia que no ha podido prever ni afrontar con los medios adecuados; apela a la colaboración de clase de los proletarios que, en una situación tan difícil para la economía –para los capitalistas- ¡deben "hacer su parte"!

¡No somos carne de matadero! Gritaron los proletarios que se rebelaron contra las condiciones de trabajo insostenibles ya en la primavera pasada, obligados como estaban a trabajar sin ninguna protección. ¿Qué ha cambiado hoy? Algunas protecciones más (máscara, gel desinfectante y un poco más), algunos meses de despido temporal para los "afortunados" que no han perdido su trabajo, la promesa, al menos en Italia, del bloqueo de despidos hasta el final del año, pero a cambio del bloqueo de renovaciones de contratos y la insistente presión para una mayor flexibilidad, que permanecerá incluso después de que la epidemia haya terminado su curso. Desde los grandes capitalistas hasta los empresarios de los sectores más afectados como el turismo, los servicios, el comercio, la agricultura y la pequeña y mediana industria, de hecho, todos aspiran a tener cada vez más ayuda del Estado - para "relanzar" la economía, por supuesto - y una mano de obra cada vez más dispuesta a adaptarse a las necesidades de las empresas, por lo tanto, la máxima flexibilidad al menor costo posible. Esto va de la mano de las migajas extras que el Estado concede en los amortiguadores sociales y de la petición de los capitalistas de tener una mano de obra mucho más flexible; no sólo, con el pretexto de la epidemia y la conveniencia de no abarrotar las fábricas y oficinas, el llamado trabajo ágil, el trabajo inteligente, se ha extendido como un incendio forestal: se trabaja desde casa, tendiendo a trabajar más horas que las previstas por los convenios colectivos, y se está sometido a una especie de trabajo a destajo, con una ventaja extra para el propietario: cada trabajador está confinado a su casa, por lo tanto aislado y objetivamente mucho más débil ya que en los mismos ambientes de trabajo cada trabajador tiene una proximidad física con sus compañeros que le permite consultarse, ver materialmente el comportamiento de los patrones, hacer un frente común en caso de estrés o intimidación, resistir las miles de presiones que se ejercen para aumentar el ritmo de trabajo obteniendo la solidaridad de los compañeros. El aislamiento lleva a una mayor competencia entre los proletarios y esta competencia sólo beneficia al amo; además, esta competencia entre proletarios aplasta aún más a cada proletario en las condiciones de completa subyugación a los capitalistas. ¿Es inútil recordar que la unión es la fuerza? Para los proletarios, la lucha contra la competencia entre ellos no se logra uniéndose a los patrones para defender la empresa con el mito de la defensa del trabajo; no es esta unión la que los fortalece, si acaso los debilita y los hace aún más esclavos. Si el patrón, para defender la rentabilidad de la empresa, y por lo tanto sus beneficios, tiene que despedir a una parte de sus empleados, lo hace (al capital le da igual si lo hace a regañadientes o no), y si tiene que cerrarla porque fracasa, la cierra y sus empleados tendrán que hacerlo por su cuenta: el "trabajemos todos juntos por la empresa" se convierte en "cada uno por su cuenta", sólo que el capitalista generalmente "cae de pie", mientras que el proletariado la mayoría de las veces cae en la miseria.

De esta situación los proletarios tienen muchas lecciones que aprender. En primer lugar, los intereses de los jefes son antagónicos a los intereses de los proletarios, y no hay ninguna actitud paternalista por parte de los jefes que pueda borrar esta realidad. Al fin y al cabo, los amos son sólo los servidores del capital: lo usan, lo invierten, lo acaparan, lo hacen "rentable" explotando la mano de obra asalariada según las leyes capitalistas, pero al final no lo gobiernan a su antojo, se rigen por él. Y el peso de los bancos, los mercados y la competencia lo demuestra cada día. Los intereses prioritarios de los jefes se refieren a la valorización del capital: el capital que invierten, ya sea que sea propiedad de los bancos o prestado por ellos, debe ser valorado, día tras día y a través de una fuerza de trabajo que se adapte a las necesidades de la actividad económica iniciada, por lo que tienen todo el interés en que la fuerza de trabajo no se resista a las necesidades de esa actividad económica y que se comprometa con la máxima energía y atención que esa actividad requiere, Aunque los salarios pagados son generalmente insuficientes para una vida decente y el mismo trabajo no está asegurado para siempre, por el contrario, el chantaje del trabajo es una palanca formidable que los jefes utilizan regularmente para doblar a los trabajadores a las necesidades de las empresas. Si entonces, como en el caso de la actual crisis sanitaria injertada en una crisis económica ya existente, las dificultades económicas del proletariado aumentan geométricamente, el chantaje del lugar de trabajo ni siquiera se agita ante las narices de los trabajadores; los propios trabajadores se inclinan espontáneamente a plegarse a las necesidades de la empresa por miedo a perder sus puestos de trabajo. Y entonces los trabajadores se ven obligados a aceptar, incluso si se quejan, condiciones de trabajo que nunca habrían aceptado en el pasado. El desempleo es el abismo en el que ningún proletario quiere caer, pero el sistema capitalista se erige no sólo sobre la explotación de una fuerza de trabajo realmente empleada en los procesos de producción y distribución, sino también sobre la presión que la masa de desempleados - el famoso ejército de reserva industrial de Marx y Engels - ejerce sobre la masa de los empleados. Esta presión se expresa a través de la competencia entre proletarios, entre proletarios desempleados que aceptan que se les pague menos que a los empleados y en peores condiciones de trabajo para tener un empleo, por lo tanto un salario. Por lo tanto, los patronos, además de formar parte de la clase propietaria de todos los medios de producción y de todo el producto social, pueden contar con un sistema social que no sólo se organiza en la división del trabajo y en clases opuestas, sino que crea una masa proletaria cada vez más grande dividiéndola en masas ocupadas y desocupadas, poniendo a estas dos masas en competencia entre sí. Ya que en esta sociedad, para vivir, hay que comprar todo, si no tienes dinero, entonces si no tienes salario, no vives, te mueres de hambre. Esta es la perspectiva que el capitalismo ofrece al proletariado: o se convierten en carne de matanza en tiempos de paz y crisis, o se convierten en carne de matanza en la guerra. ¡De una forma u otra, los proletarios son sacrificados por el beneficio capitalista!

La pandemia del coronavirus ha puesto de relieve una vez más que la vida del proletariado sólo vale la pena si es explotada por el capital, y mientras el capital tenga interés en explotarla. Es cierto que el Covid-19 puede atacar a cualquier persona, de cualquier clase y condición social; incluso en la guerra, no sólo mueren soldados sino también oficiales y generales, y si bombardean las ciudades, no sólo los proletarios sino también los capitalistas se ven involucrados. Pero la proporción nunca será la misma y, en cualquier caso, mientras el sistema económico y social capitalista permanezca intacto, más allá de las crisis devastadoras que forman parte de este sistema, nunca saldrá a la luz: las masacres pandémicas sólo serán masacres que se suman a las masacres en el trabajo, masacres de migrantes, masacres de hambruna, masacres de guerra. El capitalismo no puede ser reformado y no es modificable genéticamente: para vencerlo no basta con darle "un rostro humano", porque no tiene nada de humano. Para vencerlo, hay que erradicarlo, y para erradicarlo, hay que luchar y vencer a la clase burguesa que lo defiende con todos los medios. Sólo una clase es capaz de asumir esta tarea: la clase proletaria, que ya en 1917, en el apogeo de la guerra mundial, cayó en terreno revolucionario para asestar un golpe mortal a la burguesía capitalista. En ese momento sólo tuvo éxito en Rusia y no en Europa, donde las fuerzas del oportunismo y la preservación social prevalecieron. La cita con la historia se ha pospuesto y no hay ninguna crisis económica o pandemia que se mantenga: la revolución proletaria llegará, y la burguesía mundial comenzará a temblar de nuevo. El proletariado de hoy tiene la tarea de comenzar a reorganizarse independientemente, para reconstruirse en una fuerza social y reconstruir su partido de clase.

 


 

(1) Ver htpps://covid19.who.int

(2) Ibidem.

 

 

Partido Comunista Internacional (El Proletario)

18 de octubre de 2020

www.pcint.org

 

Top

Volver sumarios

Volver archivos