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Nápoles. Meb Meridbulloni, como Whirlpool: cierra y se va, despidiendo a los obreros

 

 

Otra fábrica histórica en la ciudad metropolitana de Nápoles, esta vez en Castellammare di Stabia, Meb Meridbulloni - s.p.a, cierra sus puertas, dejando a unas ochenta familias en la calle y dejando a las industrias que dependen de ella sin ningún futuro.

Sin previo aviso, en la mañana antes de Navidad, los trabajadores encontraron cerradas las puertas, desde ahora vigiladas por guardias de seguridad. En el último turno de la noche anterior, nada presagiaba la decisión de la empresa.

Y es así que en una primera reunión formal entre los sindicatos y la alta dirección de la empresa celebrada el 23 de diciembre, en la prefectura de Nápoles, surgió la negativa absoluta de Meridbulloni a buscar una solución distinta a la ya tomada.

Naturalmente, durante el período navideño, no podían faltar las iniciativas institucionales para expresar una “cercanía” hipócrita con los obreros. Igualmente el alcalde de la ciudad celebró una reunión formal con los trabajadores saliendo personalmente para hablar con los trabajadores que realizaban un sit-in. Pero eso no es todo. Durante la San Silvestre (1° de enero, ndr)), una procesión de diez patrullas de la policía de tránsito rindió homenaje a los trabajadores, presentándose con luces intermitentes encendidas y sirenas desplegadas, escoltada por dos oficiales en motocicletas. Y en la mañana de Año Nuevo, el párroco del distrito fue al encuentro de los trabajadores delante de las puertas y todos juntos comenzaron a rezar. El abrazo de las instituciones es cada vez más estrecho..., en realidad cada vez más asfixiante porque el miedo a las reacciones violentas de los trabajadores, tratados como un desperdicio de la sociedad, está siempre presente en las instituciones.

La ciudadanía también expresó su simple solidaridad con los trabajadores trayendo dulces y alimentos de todo tipo.

Meb Meridbulloni, una de las últimas fábricas que hasta ahora había resistido a la crisis del acero de los años 80, ha decidido cerrar la planta en vía De Gasperi y concentrar, a partir del 1 de febrero, todas las actividades en las fábricas del norte de Italia.

Los trabajadores ahora viven del paro, al parecer hasta fines de junio; después, solo podrán volver al ciclo de producción si están dispuestos a trasladarse junto con la empresa hacia Turín y Milán. Trátase evidentemente de un verdadero despido silencioso.

Una decisión a la que una parte del gobierno se habría opuesto formalmente a través del Movimiento 5 Estrellas, el cual hace saber que: “Ochenta trabajadores la empresa para la que trabajaron durante años, sin previo aviso y sin la participación de los interlocutores sociales. Lo ocurrido en la planta de Meridbulloni en Castellammare di Stabia es una demostración más de que en nuestro país existe una tendencia a revertir cuanto antes, con reglas ad hoc para proteger a quienes, con sacrificio y dedicación, han contribuido a  mejorar una realidad por la que han trabajado durante años. 80 familias de Campania no pueden encontrarse, de la noche a la mañana, ante la perspectiva de ser trasladadas a Turín”. ¡Son las mismas lágrimas de cocodrilo derramadas por el conflicto en Whirlpool!

Es como si el Estado y su gobierno fueran entidades abstractas, por encima de los partidos, mientras sabemos bien que protegen los intereses del capital sin importar la forma de gobierno del momento.
Lo que debe revertirse, en todo caso, es la correlación de fuerza entre los trabajadores y las empresas. Décadas de concertación y oportunismo político y sindical han doblegado a los trabajadores a los intereses exclusivos de las empresas, permitiendo a los patrones chantajear y atacar a la clase trabajadora a su antojo y sin ningún escrúpulo. Los trabajadores no deben esperar otra cosa de los patrones, no deben sorprenderse, porque es del interés inmediato y futuro de todo capitalista. Pero los sindicatos que organizan a los trabajadores deben organizar la defensa de los intereses inmediatos de los trabajadores frente a los de los patrones, a menos que estén vendidos a los capitalistas tal como las actuales confederaciones tricolores tras las cuales también operan los llamados sindicatos alternativos.

El gobierno, con el apoyo de los sindicatos tricolor, utiliza aquí la misma maniobra utilizada durante el conflicto de la multinacional Whirlpool, engañando a los trabajadores de que, a través de negociaciones, portavoces y amenazas que no asustan a nadie, se encontraría una “solución”.

Ante los empresarios que deciden cerrar sus puertas, ¿qué están haciendo los sindicatos y el gobierno? Intentan “persuadir” a la dirección de la empresa para que “cambie su actitud”; intentan hacerlos “entrar en razón” o, alternativamente, buscan un nuevo comprador que pueda reemplazar a los viejos empresarios, quizás reconvirtiendo la producción... pero con esto los intereses de los capitalistas no cambian: si en algún momento tienen que proteger mejor sus intereses, y despedir a los trabajadores, ¡lo hacen! Este es un teorema ampliamente probado y que en el pasado ha bien funcionado: los capitalistas salieron airosos sin dejar muchas plumas, yendo a invertir en otros países con mano de obra barata, mientras a los trabajadores, después de haberlos aislado fábrica por fábrica, gracias a la ayuda preciosa e indispensable de Cgil, Cisl, Uil y los llamados sindicatos alternativos, les llegaba el mazazo mortal con el despido.

En los últimos años, el cierre de fábricas y en consecuencia la pérdida de puestos de trabajo fueron mitigados por un sistema de amortiguadores sociales muy diferente al actual. Su duración era prácticamente ilimitada y mejor remunerada, y es por esto por lo que se desmanteló ese sistema. El posterior agrandamiento del sector terciario y los servicios, y el establecimiento de empresas ad hoc, por no decir fantasmas, con el fin de absorber de alguna manera a miles de trabajadores “excedentes”, ha visto las últimas décadas caracterizadas por una larga paz social, donde el Estado se convirtió en el “garante” de los intereses de las empresas diezmadas, pero también aparecía como el “garante” de los intereses de los trabajadores a ser reubicados. El sindicato, que ya se había integrado en el ámbito institucional después de la guerra, pasó de su papel esencialmente concertador a la mera representación formal de los trabajadores con la tarea de notificar los dictados gubernamentales.

Hoy los trabajadores ya no están protegidos por los actuales amortiguadores sociales, porque estos no solo se reducen al suministro de pan y agua, sino que se han convertido en el arma de los despidos rápidos e indoloros para los capitalistas.

Las enérgicas reacciones de los trabajadores, como las de Whirlpool el año pasado, no han provocado un cambio sustancial de rumbo. En todo caso, los tiempos de implementación de las medidas han cambiado a la espera de que los trabajadores se desgasten en luchas estériles al verse aisladas y sin una plataforma programática de lucha.

Pero, en esta confusa y difícil situación, se ha materializado una señal, aunque mínima, pero importante, entre los trabajadores de los cuales hablamos.

En la mañana del 28 de diciembre, una delegación de trabajadores de Whirlpool se acercó a las puertas de Meridbulloni para mostrar su solidaridad. Probablemente la iniciativa partió de la base de los trabajadores, pero amortiguada por los sindicatos, ya que solo una docena de azules de Via Argine con pancartas se unieron a los azules de Stabia, esperando un final positivo para ambos conflictos, concluida con un apretón de manos.

Pero después no pasó más nada; sin embargo este gesto podría ser como una pequeña chispa, una señal para que se propaguen otras chispas similares gracias a las cuales se desarrollen formas de lucha más concretas y decididas. Formas de lucha que recuerden a las de principios del siglo pasado cuando la palabra solidaridad no era solo un apretón de manos, sino que formaba parte de un camino unitario de lucha que envolvía a tantas fábricas y proletarios como fuera posible con una única plataforma de lucha basada en reivindicaciones de clase.

La solidaridad, para dar fuerza a la lucha obrera, debe ser de clase, es decir, debe caracterizarse como una lucha contra la competencia entre trabajadores, en la que los trabajadores reconocen como enemigos a los patrones y a todas las fuerzas de conciliación y colaboración entre las clases. Significa, entonces, que los trabajadores han recuperado la confianza en sus propias fuerzas, organizándose independientemente de los aparatos del colaboracionismo y del Estado, en torno a plataformas de lucha que reclamen solo los intereses de clase de los trabajadores .

Sería, por tanto, un verdadero cambio de rumbo que, sin embargo, sólo puede producirse en el terreno de la lucha inexorablemente antagónica entre las clases, en la que los trabajadores aprovechan todas las oportunidades para fortalecer sus organizaciones y su solidaridad de clase, rechazando los abrazos asfixiantes de las instituciones, de hecho combatiéndolas.

Para los comunistas revolucionarios, esta es la única perspectiva real y efectiva para que la lucha de los trabajadores tenga un propósito y no sea esterilizada o utilizada con fines de conservación social. Y es en este camino que los proletarios podrán reconocer que sus intereses inmediatos, ligados a sus futuros intereses de clase, son parte de una lucha que no se limita a la necesaria defensa del empleo y el salario, sino que se plantea una tarea mucho más alta y más general para cambiar completamente la sociedad y su sistema económico, y que solo la reanudación de la lucha de clase general, liderada por el partido de clases, puede iniciar.

 

 

Partido Comunista Internacional (El Proletario)

3 de enero de 2021

www.pcint.org

 

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