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Francia:

Circo democrático, desvaríos ecológicos y programa comunista con respecto al clima

 

 

En Francia, el circo mediático-político en torno al «clima» se ha reavivado. El presidente Macron ha reunido una «Convención Ciudadana» de 150 miembros tomados al azar en la guía telefónica por un instituto de encuestas. Esta broma terminó con un presidente y una mayoría parlamentaria que democráticamente decidieron basarse en las quejas de nuestros abonados telefónicos. Estos últimos claman por la traición, piden su renuncia y denuncian la negación de la democracia. Y para colmo, el presidente quiere organizar un referéndum para preguntar a los votantes si quieren incluir en la Constitución la protección del medio ambiente, una línea más en este trapo burgués que «garantiza» el «derecho al trabajo» ¡en un país devastado por el desempleo!

Detrás de este ridículo espectáculo se esconde de hecho una campaña ideológica de la burguesía para «salvar el clima» ahumando a los proletarios con falsos debates, gesticulaciones y falsa indignación.

Hay que ser bien ingenuo para olvidar que la primera preocupación de la burguesía es preservar el «clima empresarial» y para nada las condiciones de vida y salud de los trabajadores y de la población en general. Como dijo Marx hace bastante tiempo en El Capital  «¡Después de mí, el diluvio! Este es el lema de todo capitalista y de toda nación capitalista. Si la sociedad no lo obliga, el capital no se preocupa por la salud ni por la duración de la vida del trabajador» (1).

Para los marxistas, es imposible e ilusorio luchar contra este «diluvio» sin atacar su origen: el capitalismo y la sociedad burguesa. Es esta ilusión la que mantienen los ecologistas, incluidos los defensores del «decrecimiento», los ecologistas «radicales» (anarquistas) o los eco-socialistas. Cualquiera que sea su tolda, a estas fuerzas pequeñoburguesas les gusta más que nada insistir en una «emergencia ecológica» que impondría nuevas medidas para repintar el capitalismo de verde.

Al contrario de estas peroratas y cavilaciones, los comunistas han denunciado y combatido durante siglos los estragos y fechorías de la sociedad burguesa contra los seres humanos y contra la naturaleza.

Ya en la década de 1950, los marxistas auténticos se negaron a cantar alabanzas al acceso a los bienes de consumo, desde automóviles hasta el turismo y las viviendas unifamiliares. Al contrario, vieron en él «un monstruoso volumen de producción nueve décimas innecesario para la vida sana de la humanidad» («¿Volcán de la producción o pantano del mercado?», 1954). En este mismo período, en «El programa revolucionario inmediato» (2), llamaban a «la reducción del volumen de producción a través de un plan de 'subproducción' que lo concentre en las áreas más necesarias» así como un «'control autoritario del consumo' combatiendo la moda publicitaria de bienes inútiles, voluptuosos y nocivos». En el mismo texto se abordó el tema de la urbanización llamando a la «'Detención de la construcción' de casas y lugares de trabajo en torno de las grandes ciudades, e incluso de las pequeñas, como punto de partida para encaminarse a la distribución uniforme de la población en el campo. Reducción de la congestión, la velocidad y el volumen del tráfico prohibiendo el inútil».

Lejos de las estupideces que asimilan el marxismo a un «productivismo» despreocupado del impacto de las fuerzas productivas en la naturaleza como los falsos comunistas estalinistas dieron el triste ejemplo en la URSS, los verdaderos comunistas no necesitan pintarse de verde para luchar contra todos los males del capitalismo; indican que la solución es el fin del mundo de las mercancías, es decir, el fin del modo de producción capitalista del que la carrera por el lucro es la base insustituible. Es por esto que el objetivo no puede ser la reforma de este sistema, sino la revolución proletaria, la única capaz de permitir su destrucción y abrir el camino a una sociedad sin clases, el comunismo, donde al mismo tiempo que los antagonismos sociales, el antagonismo entre el Hombre y la Naturaleza habrá desaparecido, dejando el espacio al desarrollo armonioso de los dos.

Mientras el capitalismo agota «las dos fuentes de las que brota toda riqueza, la tierra y el trabajador» (Marx, ibídem) (3), el comunismo creará un mundo donde la abundancia material no comprometerá el futuro de los recursos naturales y la biodiversidad. Es este mundo evocado por Marx en sus Manuscritos de 1844, un mundo donde «la unidad esencial del hombre con la naturaleza, la verdadera resurrección de la naturaleza, el naturalismo consumado del hombre y el humanismo consumado de la naturaleza»

Contra el capitalismo y sus estragos, ¡la salvación de la humanidad está en el comunismo!

 


 

(1) Capital, Libro I, Tercera sección, cap. 10; 5 (Ed. Sociales 1976, p. 200)

(2) Reeditado en Le Prolétaire 456, enero-marzo de 2001

(3) Capital, Libro I, Cuarta sección, cap. 15; 10 (ibíd. P.369)

 

 

Partido Comunista Internacional (El Proletario)

16 de marzo de 2021

www.pcint.org

 

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