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La guerra de Afganistán, un ejemplo del desorden mundial generado por el desarrollo caótico y contradictorio del capitalismo en su fase imperialista

 

 

Han pasado 20 años desde el 11 de septiembre de 2001, fecha del atentado de Al Qaeda contra las Torres Gemelas de Nueva York. Ni siquiera un mes después, el 7 de octubre, cuando fracasaron las negociaciones entre Washington y el gobierno talibán de Kabul, con el objetivo de entregar a Bin Laden, el líder de Al Qaeda que se escondía en la región nororiental de Afganistán (en la frontera con Pakistá) comenzaron los bombardeos estadounidenses y británicos en Kabul, Qandahar -la casa del líder talibán, el mulá Omar- y Jalalabad, donde se concentraban los campos de entrenamiento talibán. Así comenzó la guerra de Estados Unidos y la OTAN contra un país gobernado por los talibanes, a los que se acusaba de proteger al movimiento yihadista más peligroso del mundo, Al Qaeda, protagonista de numerosos atentados terroristas contra objetivos estadounidenses (en África, Yemen y el propio Estados Unidos).

En realidad, Afganistán era un objetivo estratégico para el imperialismo estadounidense en Asia, tanto para situarse entre Rusia y China, apartando a este país también de la influencia de Irán, como para controlar el comercio de opio y hacerse con las tierras raras en las que Afganistán es rico. El imperialismo estadounidense y sus aliados necesitaban un motivo para desencadenar una guerra que llevaban tiempo preparando. Y ¿qué mejor pretexto que luchar contra el "terrorismo yihadista", aniquilando a Al Qaeda, matando a Bin Laden, derrocando al gobierno talibán dirigido por el mulá Omar, apoyando a los rebeldes afganos de la Alianza del Norte e imponiendo un gobierno aceptable para Washington, Londres y todo Occidente? Por otra parte, el "terrorismo internacional" representado por diversas organizaciones y "estados canallas" (como se definía a los estados que no estaban bajo la influencia directa de los imperialistas occidentales, como el Irán de los ayatolás, el Irak de Saddam Hussein, la Libia de Gadafi y el Afganistán de los talibanes) se había convertido en el leitmotiv de todas las guerras emprendidas por los imperialismos a partir de los años 90. Organizaciones y estados que, en diferentes momentos, según la conveniencia contingente, han sido sin embargo apoyados, financiados y utilizados por algunos estados imperialistas en contraposición a otros estados imperialistas competidores, como ha sido evidente durante décadas en el caso de Estados Unidos y Rusia, o en el caso de enfrentamientos entre potencias regionales, por ejemplo Arabia Saudí e Irán, o Israel y un buen número de estados árabes. El propio jeque Bin Laden fue apoyado por el imperialismo estadounidense, a través de la CIA, en la guerra de los talibanes contra el invasor ruso entre 1979 y 1989. 

Osama bin Laden, en un vídeo pregrabado en 2001 y emitido por el canal de televisión en lengua árabe de Qatar, Al Jazeera, afirmó que Estados Unidos fracasaría en Afganistán y luego se derrumbaría, como le había ocurrido a la Unión Soviética. El ejemplo tenía sentido, ya que la URSS, en su guerra en Afganistán de 1979 a 1989 en apoyo de un gobierno subordinado, no tuvo éxito contra las guerrillas talibanes y finalmente tuvo que retirarse de Afganistán con el rabo entre las piernas. La guerra de la URSS en Afganistán fue su última gran acción internacional antes de que el régimen, capitalista hasta la médula, se derrumbara en 1991 iniciando una nueva fase de un "orden mundial" que, en realidad, nunca se definió en términos estables y que todavía hoy constituye más una fase prebélica que un orden mundial asentado. Pero esa es otra historia, que dejaremos para otro debate.

Como es sabido, Osama bin Laden, después de haber escapado durante años a múltiples intentos de asesinato, murió el 2 de mayo de 2011 cerca de Islamabad, la capital federal de Pakistán, durante un asalto de las fuerzas especiales estadounidenses al campamento donde se escondía con su familia y otros líderes de Al Qaeda. Habían pasado casi 10 años desde el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York y, con la muerte de Bin Laden, Washington declaró que la fase más aguda de la "guerra contra el terrorismo" había terminado... Está a la vista de todos que estas palabras han sido rotundamente desmentidas por la realidad; primero la guerra contra el Irak de Saddam Hussein, luego contra la Libia de Gadafi, después contra la Siria de Assad y la continuación de la guerra en Afganistán, mostraron, por un lado, que el imperialismo sólo puede sobrevivir continuando su política por otros medios, es decir, por medios militares, y, por otro, que los contrastes entre las potencias imperialistas -hoy en día principalmente entre los EE.UU., Rusia y China, junto con Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, Canadá, España, Turquía, Arabia Saudí, India, Irán, Pakistán, Egipto e Israel, por mencionar a los que, a nivel internacional y local, representan redes de intereses que contrastan entre sí, en cuya defensa se mueven militarmente, son contrastes que están destinados a agudizarse, no a debilitarse.

A mediados de agosto, tras una rápida reconquista de las provincias occidentales y meridionales, los talibanes entraron en Kabul; el avance talibán se produjo después de la retirada de las tropas estadounidenses y de la OTAN iniciada en mayo de este año y la llegada a Kabul fue un juego de niños: el ejército y la policía afganos -sobre el papel 138.000 efectivos en el primer caso y 120.000 en el segundo-, comandados por el gobierno proestadounidense de Ashraf Ghani, en su mayoría podridos y corruptos y, en no poca medida, protalibanes, no ofrecieron prácticamente ninguna resistencia. Mazar-i-Sharif, la última ciudad importante del norte, se rindió el día antes de la caída de Kabul. Según una evaluación de los servicios de inteligencia estadounidenses, recogida por el Washington Post, los talibanes asediaron Kabul en un mes y la conquistaron en tres. En realidad, sólo tardó tres días (1).

En mayo de este año había más de 7.000 soldados de la coalición occidental en Afganistán que, según las declaraciones de Biden, se iban a marchar entre mayo y septiembre, organizando una retirada coordinada con las fuerzas militares del gobierno de Ghani. Hemos visto como este gobierno se ha derretido como la nieve al sol, y la confianza mostrada por Washington al planear una retirada ya decidida por el gobierno de Trump (apoyada por el Pentágono y acordada en febrero de 2020 con los talibanes, India, China y Pakistán) ha chocado con una realidad totalmente subestimada por una ceguera política que Washington ya había mostrado en todas las guerras que había apoyado contra países árabes (Irak, Libia y Siria están ahí para demostrarlo). Como si dijera que el poder de los músculos a veces nubla la inteligencia del cerebro...  

Además de la precipitada y desorganizada retirada de las fuerzas militares estadounidenses, británicas, francesas, italianas, españolas, canadienses y otras, de Kabul, tal y como se ha informado en todos los telediarios del mundo, también se ha producido el previsible ataque terrorista del ISIS contra la multitud congregada en torno al aeropuerto de Kabul, que ha dejado casi 200 muertos, entre ellos 13 soldados estadounidenses, y cientos de heridos (aunque parece que la reacción de los soldados estadounidenses que dispararon contra los supuestos atacantes contribuyó a matar a los civiles). A la retirada militar se sumó la vergonzosa falta de preparación en cuanto a la seguridad de la retirada del aeropuerto de Kabul, no sólo de los militares, sino de los miles de afganos que inevitablemente habrían acudido al aeropuerto para escapar del régimen talibán. Y pensar que 20 años de guerra emprendida por los imperialistas occidentales en Afganistán deberían, según las grandes proclamas de los dirigentes de todas las cancillerías, haber traído no sólo el fin del terrorismo yihadista, sino también la implantación de la mítica democracia.        

La predicción de Bin Laden sobre la derrota de Estados Unidos en Afganistán y su posterior colapso sólo se ha confirmado en parte con su retirada de suelo afgano. ¿Puede el gobierno de la Casa Blanca derrumbarse por esta derrota política en Afganistán? Desde luego que no. Ciertamente la presidencia de Biden, en su primer gran desafío internacional, ha recibido un golpe muy fuerte y no se descarta que los efectos negativos de este golpe se sientan en un futuro próximo hasta el punto de ponerla en grandes dificultades de las que, por supuesto, Trump estaba ansioso por aprovecharse. Otros presidentes ya se han caracterizado por sus aplastantes derrotas -basta pensar en Vietnam, o en la guerra "por delegación" de ocho años entre Irak e Irán (entre 1980 y 1988)- y estos "percances" no han conducido al supuesto debilitamiento del imperialismo estadounidense. Aunque los presidentes pasen, la extraordinaria fuerza del capitalismo estadounidense se mantiene. Y contra este imperialismo sólo un gigante social como el proletariado mundial podrá luchar para vencerlo, cuando se reorganice en el terreno de la lucha de clases y sea dirigido por su partido de clase internacional.

El imperialismo norteamericano, aunque ya no tenga fuerza para ser el único gendarme mundial en defensa del capitalismo mundial, no hará el favor de quitarse de en medio por una serie de derrotas como la que, por otra parte, está perfectamente anunciada, en Afganistán. Seguirá actuando en defensa del capitalismo mundial, junto y contra otros imperialismos, en guerras locales y en una nueva guerra mundial (porque a eso se dirige inexorablemente), ya que la propia estructura económica del capitalismo desarrolla crisis económicas y políticas cada vez más profundas para las que las clases burguesas que dominan en todos los países nunca podrán encontrar soluciones a las crisis, a no ser que se preparen para otras más generales y violentas -como decía el Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels en 1848.  

 

¿QUÉ PASARÁ EN AFGANISTÁN A PARTIR DE AHORA?

 

Más de 775.000 soldados estadounidenses han combatido en Afganistán desde 2001. De ellos, 2.448 han muerto, junto con casi 4.000 contratistas estadounidenses, y unos 20.589 han resultado heridos en acción. Según Associated Press, hasta 2021 han muerto 47.245 civiles como consecuencia de la ocupación, pero los activistas de los derechos civiles dan un total más elevado, es decir, 100.000 afganos, en su mayoría no combatientes, que han resultado heridos tres veces más (2). Por otro lado, el Proyecto “Costo of War” estimado en 241.000 el número de personas que han muerto como consecuencia de la guerra en Afganistán, incluyendo más de 2.400 miembros de las fuerzas armadas estadounidenses y al menos 71.000 civiles, así como 78.000 soldados y policías afganos y 84.000 combatientes de grupos insurgentes (cifras que no incluyen las muertes causadas por enfermedades, pérdida de acceso a alimentos, agua, infraestructuras y otras consecuencias indirectas de la guerra) (3).

 

¿CUÁNTO COSTÓ ESTA GUERRA?

 

Según el proyecto "Cost of War" de la Universidad de Brown (4), en veinte años Estados Unidos ha gastado un total de 2.261.000 millones de dólares, a los que hay que añadir 443.000 millones de dólares por el aumento del presupuesto del Pentágono en apoyo de la guerra, 296.000 millones para el cuidado de los veteranos, 59.000 millones en fondos puestos a disposición por el Departamento de Estado y 530.000 millones para cubrir los intereses de los préstamos necesarios para financiar los 20 años de presencia en Afganistán. En resumen, para Estados Unidos fue una de las guerras más caras de la historia: 3.589 mil millones de dólares. Pero también para Italia los costes fueron enormes: 8.700 millones de euros fue el coste final de la presencia militar italiana en Afganistán (incluyendo 840 millones en contribuciones directas a las fuerzas armadas afganas) (5). En 2001, los soldados italianos que formaban parte de la coalición en la guerra de Afganistán (ISAF) eran 350, y luego fueron aumentando progresivamente a lo largo de los años hasta llegar, en 2011, a 4.250, para luego reducirse a 1.000 en 2021 (6). Para el imperialismo italiano, este fue también el conflicto más largo en el que participó, y la guerra más cara. Por otra parte, las ambiciones imperialistas de Italia siempre han sido elevadas, aunque en una posición subordinada a los Estados Unidos, y sólo podrían sostenerse con un gasto militar muy fuerte. En 2021, de hecho, el gasto militar italiano es igual a 24.970 millones de euros, un crecimiento del 8% en comparación con 2020, e incluso del 15,7% en comparación con 2019 (7). ¿Qué sentido tiene gastar tantos miles de millones de euros y dólares en guerras que, de hecho, no cambian el orden mundial más que superficialmente y, desde luego, no difunden la democracia y los derechos civiles, como pretenden los gobiernos occidentales? Sirve a toda potencia imperialista para confirmar su presencia en el marco internacional, a la industria armamentística y a las industrias afines que son sistemáticamente un punto fuerte en el crecimiento económico de cada país, para probar nuevas armas, nuevas técnicas militares, nuevas estrategias y para poner en práctica las innovaciones tecnológicas que a lo largo de los años se suceden y para "ganar experiencia", como siempre han dicho los generales y los políticos burgueses. Sirve a toda potencia imperialista para preparar la próxima guerra en la que, por razones políticas, económicas y militares, participará inevitablemente.

¿Qué harán los soldados que participaron en la guerra de Afganistán una vez que hayan regresado? Se desplegarán en otros destinos... menos los enfermos graves que, como ocurrió durante la guerra de Kosovo en 1999, fueron contaminados por el uranio empobrecido utilizado en las bombas "democráticas" de esa guerra. A petición de Washington, Italia desplegará una parte de sus soldados y medios militares en Irak, donde ya está presente desde hace casi veinte años en la llamada Misión OTAN Irak; hasta la fecha, está presente con 1.100 soldados, 270 vehículos terrestres y 12 aviones, desplegados entre la base de Erbil (Kurdistán iraquí) y la de Bagdad, pero su presencia se verá incrementada de forma consistente, también porque ha sido designada para comandar la misión militar. Mientras tanto, las tropas estadounidenses, que en agosto de 2020 contaban con 8 mil unidades, se reducirán a 2.500 y se dedicarán, sobre todo, a recopilar información en el país (8)  Pero mientras tanto, se está acumulando experiencia para aplicarla a las misiones militares existentes (Italia tiene una importante presencia militar también en Líbano y Kosovo) y para las próximas guerras...

 

Los talibanes, a los que la amplísima coalición occidental encabezada por Estados Unidos no ha podido doblegar, aglutinan a las distintas tribus bajo una mayoría de etnia pastún, apoyada por Pakistán e Irán, intentarán, como antes tras la retirada de los rusos, gobernar las provincias del este y del sur, donde ya están atrincherados, e intentarán derrotar la resistencia de los afganos de entia tayika/uzbeka que forman la Alianza del Norte en la que, por supuesto, los estadounidenses y sus aliados seguirán confiando. Inevitablemente, como en toda la historia de Afganistán, las tribus que se han unido contra un enemigo común comenzarán, una vez terminada la guerra, a enfrentarse entre sí no sólo por los beneficios del comercio del opio (del que Afganistán es el principal productor mundial), sino también para obtener beneficios de las concesiones mineras que inevitablemente se verán obligados a negociar con las potencias que desde hace tiempo han mostrado gran interés por las tierras raras que abundan en el país, pero que la inexistente estructura industrial de la economía afgana y la falta de una infraestructura adecuada hacen imposible que los talibanes puedan explotar. Aquí es donde entran en escena China, India, Rusia y Turquía: durante veinte años han permanecido junto a la ventana observando cómo avanzaba la guerra estadounidense-europea en Afganistán, a la espera de sacar provecho de una derrota que ya era previsible hace varios años.

Sobre el terreno, la guerra en Afganistán deja una crisis económica que agrava aún más las condiciones de vida de las masas campesinas y proletarias afganas, haciéndolas aún más sometidas a los potentados locales representados sobre todo por los usureros burgueses, los especuladores, los terratenientes y los traficantes de opio y de refugiados, los líderes religiosos y los ricos privilegiados que, de vez en cuando, están dispuestos a aliarse con la potencia imperialista que más les convenga, o a hacer la guerra al invasor extranjero o "nacional" para apoderarse de un territorio que nunca ha llegado a ser una nación en el sentido burgués del término.

Afganistán siempre ha sido un país multiétnico, con una estimación de 31 millones de habitantes en 2018, aunque recientemente otras estadísticas hablan de hasta 40 millones; en cualquier caso, está dividido en diferentes grupos étnicos: entre el 40 y el 42% de pastunes (concentrados principalmente en las provincias del sur, el sureste y el suroeste, pero con varios enclaves en el norte y el noroeste), alrededor del 27% de tayikos (concentrados principalmente en el norte y el oeste), alrededor del 9% de hazari (de confesión chiíta, concentrados en las provincias centrales del país), alrededor del 9% de uzbekos (de confesión suníta, concentrados en el norte, cerca de la frontera con Turkmenistán; Es el principal grupo étnico del área cultural turca, al igual que la minoría turcomana) y luego los beluchis y otros; de religión musulmana, el 85% suníes y el 14% chiíes. Y, como ocurre en todos los países, sobre todo en los capitalistamente atrasados, las etnias como tales no aseguran una unidad "nacional", sino que a su vez se subdividen en otros grupos que se distinguen tanto lingüística como culturalmente y, sobre todo, por las tradiciones económico-comunitarias locales conservadas a lo largo del tiempo gracias a una morfología del territorio formada por altas montañas y valles que separan físicamente los grupos humanos establecidos en las distintas provincias.

Afganistán representa en cualquier caso una posición estratégica en Asia Central, y su conquista, desde hace siglos, era ya un objetivo de las potencias coloniales, como Rusia, Persia, India y, sobre todo, Inglaterra, que ya se había apoderado de la Gran India a mediados del siglo XIX (en aquella época la India incluía también los territorios del actual Pakistán, Bangladesh y Birmania). Los conflictos históricos entre Rusia e Inglaterra por Afganistán son bien conocidos, pero también lo es el hecho de que los afganos, un pueblo guerrero que siempre ha luchado contra los invasores extranjeros, nunca han sido domesticados por ninguna potencia colonial. La invasión rusa de 1979 pretendía estabilizar el gobierno afgano pro-Moscú que se había formado, pero al cabo de diez años Moscú tuvo que soltar el hueso, como tuvieron que hacer los británicos después de nada menos que tres guerras anglo-afganas entre mediados del siglo XIX y 1919; y lo mismo ocurre ahora con Estados Unidos y la gran coalición occidental construida para acabar con los talibanes. A partir de 1920, Afganistán experimentó fases de estabilidad política, cambios de régimen y golpes de Estado. En 1973 Afganistán se convirtió en una república, pero en 1978 el PDPA (Partido Democrático Popular de Afganistán, estrechamente vinculado a Moscú) dio un sangriento golpe de Estado, gracias al cual Afganistán se convirtió en un país amigo de la URSS, aunque manteniendo cierta independencia. En realidad, para ganarse el apoyo de la población campesina, que siempre ha sido la inmensa mayoría del país, el PDPA redistribuyó la tierra a 200.000 familias campesinas, abolió la usura y el diezmo que debían los jornaleros a los terratenientes, bajó los precios de los productos primarios, legalizó los sindicatos e hizo que los servicios sociales fueran estatales. También prohibió los matrimonios forzados y el burka, prohibió los tribunales tribales, lanzó una campaña de alfabetización y escolarización masiva, y construyó escuelas y clínicas médicas en las zonas rurales. Todo esto fue ensalzado por los trotskistas de la época, que veían estas reformas como la "construcción del socialismo" también en Afganistán, justificando la invasión soviética de 1979 porque, decían, defendía el socialismo afgano... no sólo contra Estados Unidos, sino también contra las jerarquías religiosas islámicas que, al ver recortados sus diezmos y abolida la usura, de la que eran beneficiarios, se volcaron en la oposición armada, fomentando la yihad (guerra santa) de los muyahidines (combatientes de la guerra santa) "contra el régimen de los comunistas ateos sin Dios".

El hecho de que en Afganistán no se trataba de "construir el socialismo" estaba claro para nosotros, y esto era tan cierto para Rusia como para cualquier otro país del llamado "campo socialista". Se trataba de reformas que un gobierno nacionalista burgués debía aplicar tarde o temprano si quería "modernizar" el país y ponerlo en condiciones de ser penetrado por un capitalismo más desarrollado, lo que exigía la eliminación de toda una serie de vínculos feudales y de lazos tribales que no permitían la más amplia circulación del capital y, por tanto, acumular los excedentes de ganancias que podían generarse precisamente por la superexplotación de los campesinos y proletarios afganos. Sobre todo porque, a través de la URSS, se inició una modernización de las infraestructuras económicas, vinculadas en particular a las minas de minerales raros y a los yacimientos de gas natural, algo que también agradó a Estados Unidos, que comenzó en 1979 a suministrar a los muyahidines armas y ayuda económica, pasando por Pakistán y a favorecer el comercio clandestino de opio afgano (a pesar de la lucha contra la producción y difusión de drogas). A partir de la presidencia de Reagan, Estados Unidos situó a Afganistán en el centro de sus objetivos políticos y militares en Asia, aunque éstos fueron perseguidos por los muyahidines (elevados para la ocasión a "luchadores por la libertad"), que también recibieron ayuda financiera y organizativa de Osama bin Laden, que entretanto había organizado el movimiento Al Qaeda como lucha de resistencia antirrusa y como movimiento fundamentalista islámico mundial. Con el paso del tiempo, como ha ocurrido y sigue ocurriendo en todos los países en los que los imperialistas intervienen militarmente, las alianzas se rompen y se recomponen de otras maneras, de modo que los amigos de ayer se convierten en los enemigos de hoy, y viceversa.

A partir de la derrota de Rusia, Afganistán experimentó continuos cambios de régimen hasta que el Movimiento de Estudiantes Islámicos (talibán), bajo el liderazgo del mulá pastún Mohammed Omar, al que Estados Unidos encomendó el intento de hacerse con el control del país y eliminar así cualquier resto de influencia rusa. En 1998, los talibanes, organizados en un verdadero ejército gracias a Pakistán, armados por Estados Unidos y financiados por Arabia Saudí, y tras haber tomado Kabul en septiembre de 1996, llegaron a controlar el 90% del país, excepto el famoso valle de Panshir donde se habían concentrado y aún se concentran los antitalibanes de etnia tayika, dirigidos por Massoud, que formarán la Alianza del Norte. Pero los talibanes son tan fundamentalistas islámicos como Al Qaeda y permitieron que Bin Laden instalara la base de su red terrorista en su territorio. Y este será el nudo que Estados Unidos querrá desatar tras el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York, organizado y realizado por Al Qaeda, en septiembre de 2001. A veinte años de esa fecha, Estados Unidos no ha podido desatar ese nudo, aparte de haber eliminado a Bin Laden, y los  talibanes pueden cantar victoria por haber "derrotado", al final, también al gigante estadounidense.

El 31 de agosto fue la fecha acordada entre los talibanes y Estados Unidos para que todas las fuerzas armadas de la coalición occidental se retiraran de Afganistán, y eso es lo que está ocurriendo: los talibanes han dictado de hecho las condiciones para el "fin de la guerra estadounidense". Ahora, pueden dedicarse a los enfrentamientos internos, no sólo contra los afganos de etnia tayika de Masoud, sino también entre ellos mismos, porque las rivalidades y los contrastes en la gestión del poder político y económico volverán a surgir inevitablemente.

     

La secuela de la guerra americana de veinte años será, política y militarmente, una lucha renovada entre los diversos clanes que quieren dominar Afganistán, con una guerra interburguesa que tenderá a no terminar nunca, aunque habrá algunos períodos en los que una especie de tregua entre las diversas facciones dará esperanzas a los pensadores europeos y americanos de una paz duradera, sostenida por la ayuda "humanitaria" a los refugiados, las inversiones de capital y la constante amenaza de intervención militar -verdadero terrorismo de Estado por parte de los países imperialistas- contra los "terroristas fundamentalistas islámicos" (Isis o cualquier otro movimiento) presentes en el país.

La masa de campesinos, que representa la base real de la población trabajadora afgana, obligada a sobrevivir dividiendo su tiempo entre el cultivo de la adormidera, el cáñamo y el cultivo de productos agrícolas básicos para la subsistencia, será aún más explotada y sometida al abuso de las clases burguesas que seguirán obteniendo poder y riqueza de esta explotación; las masas proletarias y subproletarias que viven en las ciudades y pueblos mineros no tendrán otro futuro que sobrevivir al margen de la agricultura y el comercio, ya que buena parte de las fábricas han sido destruidas por la guerra.

Es evidente que la situación en la que ha caído el proletariado y el campesinado pobre afgano, todavía fuertemente influenciado y organizado por los clanes tribales y los mulás islámicos, no permite esperar, al menos a corto plazo, una insurrección revolucionaria, aunque sea de tipo nacionalista burgués. La presión imperialista ejercida incluso en un país como Afganistán, complica enormemente la tarea incluso para la propia burguesía nacionalista afgana, por no hablar de los proletarios que sufren, como la gran mayoría de los campesinos, la pobreza y el analfabetismo. 

Esto no quita que la perspectiva general del comunismo revolucionario, reafirmada enérgicamente por Lenin en sus tesis sobre la autodeterminación de los pueblos -por tanto, sobre la prioridad de la lucha proletaria contra toda opresión nacional- siga siendo válida a pesar del desarrollo mucho más amplio del imperialismo que en la década de la Primera Guerra Mundial y la primera posguerra. Podríamos decir, tomando prestada la posición de Marx y Engels con respecto a la Rusia zarista, campeona indiscutible de la reacción mundial de la época: cualquier golpe a la reacción representada hoy por el supercampeón del imperialismo mundial, los Estados Unidos de América, es bienvenido. Y la tarea primordial en la lucha contra el imperialismo norteamericano recae en el proletariado norteamericano: el proletariado, en primer lugar, debe luchar contra la burguesía en su país, más aún si ésta oprime a otras naciones, a otros pueblos. Y la misma actitud debe aplicarse a los proletarios de Europa, dado que las burguesías imperialistas europeas, desde la Segunda Guerra Mundial, se reparten estrechamente el poder imperialista en el mundo, aunque se combatan sin tregua política, económica y militarmente. Y qué decir de los proletarios rusos, que durante más de 60 años fueron engañados por un falso socialismo hasta que el derrumbe de la URSS en 1990 se encontró con una dominación burguesa y capitalista que se revelaba en toda su crudeza; o los proletarios chinos que siguen siendo engañados y oprimidos por un partido "comunista" que no es más que la mano política de un capitalismo particularmente agresivo que está asumiendo el papel de la Rusia de Stalin después de la Segunda Guerra Mundial como gendarmería del capitalismo internacional.

El destino del proletariado afgano, como el de los proletarios de todos los países donde las potencias imperialistas han llevado la guerra, la destrucción y la miseria, está inextricablemente ligado a la reanudación de la lucha de clases en los países capitalistas avanzados. Puede parecer utópico, pero la reanudación de la lucha de clases no depende de un ideal que viaja de una mente a otra, ni de la voluntad de un partido o movimiento político que se forma desde abajo; Será el resultado de una serie de factores de crisis económica, social y política que golpearán inevitablemente a los países capitalistas más avanzados, trastocando todo equilibrio, toda paz, todo poder burgués, sacudiendo desde las entrañas más profundas la aparente apatía de gigantescas masas que la propia modernización de la economía capitalista y sus relaciones internacionales pondrá en marcha, propagando un incendio social que, independientemente de dónde estalle, se extenderá inexorablemente por todo el mundo. En todo este desarrollo histórico, no de meses sino de años, el partido de clase, por muy embrionario que sea -como es nuestro caso-, deberá desarrollarse y vincularse estrechamente al proletariado más consciente y organizado, lo que podrá hacer con la única condición de mantener intransigentemente el rumbo programático y político que la Izquierda Comunista de Italia supo restablecer tras la tremenda derrota de la Revolución de Octubre y de la revolución mundial a causa de la contrarrevolución burguesa que, concretamente, tomó el nombre de Stalin.

  


 

(1) Véase https://www.wired.it/attualità/politica/2021/08/16/talebani-afghanistan-kabul-conquista?refresh_ce=

(2) Véase https://www.micromega.net/afghanistan-sconfitta-annunciata-tariq-ali/

(3) Véase https://www.liex.org/2021/06/09/una-guerra-miliardaria-per.non-cambiare-nulla/

(4) Ibid.

(5) Véase https://milex.or/2021/08/13/8-miliardi-700-milioni-costo-definitivo-presenza-militare- afghanistan/

(6) Ibid.

(7) Véase https://milex.org/2021/05/20/facciamo-luce-sullinfluenza-dellindustria-militare/

(8) Véase https://www.affarinternazionali.it/2021/03/litalia-alla-guida-della-missione-nato-in-iraq/ , 26.3.2021.

 

 

Partido Comunista Internacional (El Proletario)

30 de agosto de 2021

www.pcint.org

 

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