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Italia

El antiguo "Cavaliere" ha muerto, pero no el berlusconismo

 

 

La ovejuna Italia ha tenido otra oportunidad para no negarse a sí misma. Todos los máximos representantes de las instituciones han hecho honor a su excelente muerto, desde el Presidente de la República, el exaltado, católico, 'garante' de la 'Constitución más bella del mundo' y belicista Mattarella, hasta la primera ministra Meloni, la nueva estrella del 'gobierno del hacer', desde todos los incravattati del gobierno y subgobierno hasta los empresarios de todos los rangos, de todos los beneficiarios de los millones concedidos por Berlusconi para plegarse a sus deseos a la siempre presente tropa de fans del "gran Milán que lo ganó todo" -y que no podían dejar de votarle- y a todos los títeres de las formaciones políticas construidas por Berlusconi (del Popolo delle libertà a Forza Italia). Berlusconi ha muerto, pero sus herederos -la inmensa corte de políticos de todos los colores- seguirán aplicando y sufriendo el berlusconismo, es decir, la especulación directamente favorecida por los grandes poderes, políticos, económicos y financieros.

Todos coincidieron en una cosa, todo el arco constitucional de derecha a izquierda: Berlusconi ha dejado una profunda huella en la política italiana. Para Mattarella "ha sido un gran líder político que ha marcado la historia de nuestra República, afectando a paradigmas, costumbres y lenguajes" (1). Todos han traspasado con él y sus partidos, todos se han genuflexionado ante el poder de sus televisiones y, cuando estaban en el Gobierno, arrendaron la televisión pública a los intereses del 'cavaliere'.

En los últimos treinta años ha dejado huella, eso es seguro, ¡y qué huella! Trasladó al terreno político sus grandes dotes de vendedor y empresario, su tenacidad para perseguir en todo momento los objetivos que se proponía, valiéndose de la temeridad propia del hombre de negocios, la fuerza del dinero y el apoyo de todos aquellos que podían facilitarle el camino que pretendía emprender, ya fueran empresarios, intelectuales, políticos, directivos del mundo del espectáculo o del deporte, hombres de negocios, masones P2 o mafiosos. Había adivinado que en Italia, para ganar dinero de la nada, había que lanzarse al negocio de la construcción (donde prevalecen las organizaciones criminales) y para construir una imagen ganadora había que lanzarse a la comunicación televisiva; casualidades de la vida, los dos hilos sobre los que construyó su éxito a través del cual pudo luego hacer la famosa "bajada al campo" entregándose "a la política". ¿Su mejor consejero? Ese Marcello Dell'Utri que fue el enlace con el crimen organizado, que protegió a Berlusconi acabando en la cárcel sin 'traicionarlo' nunca, y que le empujó a entregarse a la política en el periodo en el que Tangentopoli había acabado con los grandes partidos -la Democracia Cristiana y el Partido Socialista, sobre todo-, en el que el empresario-emprendedor no tenía otra forma de defender sus empresas, que habían entrado en dificultades, y de desarrollar sus propios negocios que construirse un partido político sobre los escombros de la DC y del PSI, naturalmente un partido-empresa formado por tropas de confianza de súbditos pequeñoburgueses, arribistas y dispuestos a hacer del "moderatismo" su figura pública.

Su éxito en el campo de la comunicación había sido recompensado con el epíteto de 'Su Emitancia', confirmando el ataque que había hecho a través de sus canales de televisión al monopolio de la RAI, erosionándolo hasta igualarlo. Se enorgullecía de su "alto perfil" moral, que iba del bunga-bunga, a las "cenas elegantes", de las "mujeres de compañía" a las fiestas incluso con menores, como la joven Ruby Rubacuori, de 17 años, que se hizo pasar por sobrina del entonces presidente egipcio Mubarak a riesgo de crear un caso diplomático. Qué decir de su 'alto perfil' institucional, también conocido por todos: evasión fiscal, falsificación de presupuestos, compraventa de parlamentarios, financieros, jueces, testigos y, por supuesto, “chicas de compañía” y menores. ¿Y de su 'alto perfil' político-humano? Cualquier cosa por sus empresas y sus hijos a los que dejó una conspicua herencia, y en su defensa una interminable serie de leyes ad personam, útiles -entre otras cosas- para todos los que siguieron su ejemplo, y útiles todavía hoy dado que el gobierno Meloni, en honor a Berlusconi, tres días después de su muerte ha lanzado en el consejo de ministros "una reforma de la justicia" que Berlusconi no había conseguido aprobar a pesar de sus cuatro gobiernos en veinte años y que, como ha declarado Nordio, el actual ministro de Justicia, le habría complacido "a él" (hoy todavía con "e" minúscula, quizá a la espera de cambiarla por mayúscula como ocurrió durante los veinte años de gobierno de Mussolini...), es decir, una reforma que, por ejemplo, salve aún más que antes a los políticos de ayer, hoy y mañana de las habituales acusaciones de abuso de poder y corrupción.

No ha habido nadie como Berlusconi que, desde mediados de los años 80 hasta hoy, acumuló un número tan improbable de juicios por los cargos más variados: fraude fiscal, falsedad contable, malversación de fondos, soborno, concusión, financiación ilegal de partidos, perjurio, prostitución infantil, corrupción judicial, complicidad externa en asociación mafiosa, blanqueo de dinero, abuso de poder, difamación, inducción al falso testimonio, conspiración para cometer masacres (por las masacres de 1992-93, el juicio sigue en curso), etc. El hecho de que Berlusconi sólo haya sido condenado en un caso (juicio Mediaset, fraude fiscal) a 4 años, transformados (gracias al indulto) en 10 meses de trabajos comunitarios a cumplir en una clínica cerca de Milán, dice mucho sobre la presión excepcional ejercida sobre la justicia y los partidos parlamentarios, y sobre la utilización de todos los resquicios legales que sólo un puñado de abogados super pagados fue capaz de desenterrar, para alargar los juicios hasta la prescripción de los delitos cometidos y anular los testimonios peligrosos o hacer aceptables los testimonios especialmente pagados. Nadie como Berlusconi que, con su clan de confianza, durante cuarenta años, a plena luz del día, ha pisoteado, tergiversado, retorcido y doblegado las leyes del Estado a las necesidades de un capitalismo privado que pretendía no sólo favorecer los intereses de sus empresas, sino tener las manos lo más libres posibles frente a los límites impuestos por las leyes del Estado. Y manos libres frente a un parlamento que, con sus formalismos y plazos, se arriesgaba a ralentizar una serie de leyes útiles para sus negocios (y los de sus aliados y amigos), y, por último, pero no por ello menos importante, frente a unos asalariados a los que había que hacer digerir toda una serie de retrocesos, haciéndolos pasar por pasos necesarios para abrir las puertas del mundo laboral a las nuevas generaciones. La esencia del berlusconismo era básicamente todo esto, aderezado con una salsa populista y, por tanto, pequeñoburguesa, pero gestionada con cierta maestría por un capitalista multimillonario. 

Partiendo de la publicidad y de los hinchas de fútbol, Berlusconi tradujo a la jerga política la manera simple y directa del vendedor puerta a puerta, haciéndose llamar el representante de esa antipolítica, nacida en la época de los tangentopoli como reacción a la política corrupta y corruptora de los partidos de la primera República, como reacción a la llamada política ideológica, y que se convertiría en la característica de ciertos movimientos políticos que reclamaban la "verdadera democracia", la "democracia desde abajo", la "democracia popular", sin olvidar el Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo y hoy de Giuseppe Conte. Una antipolítica que no era más que una versión política empaquetada en torno a eslóganes de fácil y vasto impacto, eslóganes que podían ser rápidamente sustituidos en función de la "respuesta" del mercado de consumidores-electores al que iban dirigidos, y en función del público al que de vez en cuando se quería llegar con esa imagen, ese truco. En cierto modo, la antipolítica no era sino la constatación de que los mitos de la ideología burguesa, en particular el mito de la democracia en la que el individuo es el eje de todo, habían sido desgastados por el sistema político de los partidos tradicionales: los partidos, con sus programas válidos durante décadas, con su estructura burocrática y complicada, con sus ideologías divisorias, con sus mil consorcios y sus mil "corrientes" debían ser enterrados y en su lugar debían nacer los "movimientos", más esbeltos, más comprometidos, más populares y menos burocráticos y que no respondían a complejos programas políticos, sino a personas-líderes, a duques.

La sociedad capitalista, desde el punto de vista económico-productivo y social, impone un desarrollo político correspondiente a su dinámica objetiva, a sus determinaciones materiales y, si su desarrollo va hacia la concentración y la centralización, hacia el sistema monopolista, como ocurre en todas partes en su fase imperialista, la política burguesa está obligada a responder en la misma longitud de onda, sin perder por ello su función de apoyo a los intereses, aunque contrapuestos, de las diversas fracciones burguesas y, sobre todo, sin perder su función de engaño a las masas, y al proletariado en particular, en cuanto al papel que se les ha asignado en la sociedad: de pueblo buey en cada ronda electoral, de fuerza productiva a explotar al máximo en cada ciclo de producción en el que se pretende valorizar el capital.

Tanto si todo esto ocurre en tiempos de paz como en tiempos de guerra, en zonas de paz o en zonas de guerra, nunca ha sido culpa de un rey o de un primer ministro, ni siquiera de una combinación fatal de acontecimientos negativos. La política burguesa sigue los acontecimientos objetivos de la economía capitalista y sus contradicciones, y se convierte en política de guerra en la medida en que los enfrentamientos entre Estados no pueden resolverse de otra manera. En cualquier caso, en la paz y en la guerra, los que ganan son siempre los burgueses, los que pierden, y mucho, son siempre los proletarios.

La facilidad con la que Berlusconi y el berlusconismo se han establecido en las estaciones de la política italiana -incluso cuando Berlusconi no estaba en el gobierno- se debe a una política que la democracia burguesa ha heredado, desde después de la Segunda Guerra Mundial, del fascismo: la política de colaboración de clases. El rasgo característico de esta política reside precisamente en vincular los objetivos e intereses de la clase obrera a los objetivos e intereses de la clase capitalista, un vínculo que se hace pasar por el bien común. Dando por sentado, y como irreversible, que la sociedad está en manos de los capitalistas -que son los dueños de todo-, este "bien común" es alcanzable y puede perdurar mientras los trabajadores sometan sus intereses específicos al interés general de las empresas en las que trabajan y del país en el que viven. Empresas y país se corresponden: las empresas en el plano de la carrera personal de cada asalariado en función de los 'méritos' demostrados ante los jefes de empresa, el país en el plano de la política social, como los impuestos, las concesiones para la compra de una vivienda, etc.; planes que no han mejorado las condiciones de vida y de trabajo del proletariado, porque de hecho, en los últimos treinta años, se han flexibilizado y precarizado cada vez más, mientras que los impuestos han subido y los salarios han bajado.

La política burguesa no escapa a los dictados impuestos por las relaciones de fuerza entre los potentados económico-financieros y entre los estados, y la política de la burguesía italiana no puede escapar a los condicionamientos generados por su dependencia del atlantismo liderado por los EEUU que, sobre la ola de la victoria en la segunda guerra imperialista mundial, ha impuesto a Italia una subalternidad cada vez más fuerte, tanto más frente a las fuerzas sociales y políticas que tendían a convertirse en portavoz, en parte, de los intereses del imperialismo opuesto, el de Rusia, para el que -sobre todo en los últimos treinta años- es precisamente la llamada derecha "moderada", y Berlusconi en primera persona, la que ha sustituido las relaciones amistosas con Moscú que antaño eran "patrimonio" del PCI y de sus dirigentes. Pero esas relaciones amistosas respondían, como era lógico, a intereses particulares muy concretos, intereses que no sólo se canalizaban hacia Moscú, sino hacia cualquier otra capital de poder y dinero con la que interactuar.

He aquí, pues, que el berlusconismo -la política que mezcla la especulación, el oportunismo, la corrupción, el nepotismo, el transformismo, el consumismo y, por supuesto, el machismo- en un país como Italia, donde la mentira y el engaño son el arte del victimismo sistemático e hipócrita, ¡no muere con el primer gran delincuente que tiene los honores de un funeral de Estado y un día de luto nacional!

Los proletarios italianos, embriagados por las consignas de tipo futbolero, por el espectáculo y la extravagancia con la que viven y croan los poderosos, se ven llevados a considerar las condiciones de existencia en las que se ven obligados a vivir y las condiciones de explotación a las que se ven sometidos día tras día, como condiciones permanentes cuya mejora depende únicamente del buen corazón de los capitalistas y de los políticos que defienden sus intereses, ante los que delegan la iglesia, los sindicatos, los partidos parlamentarios, de derecha y de izquierda, para defender su causa. Pesan sobre sus espaldas demasiados años de luchas decepcionantes y desmoralizadoras, dirigidas por colaboracionistas de todo pelaje, por políticos berlusconianos y antiberlusconianos; la corrupción económica y material, y la corrupción política e ideológica han producido un rechazo generalizado de la política en el sentido de organización de los recursos materiales e inmateriales disponibles para satisfacer las necesidades sociales de toda una comunidad; en el sentido de una lucha no entre individuos, entre sectas, entre facciones, sino entre clases opuestas y antagónicas que nadie inventó, pero que la propia historia del desarrollo económico y social ha producido. La política se equipara, en cambio, al interés privado, a la corrupción, a una forma fácil de emerger sobre los demás pisoteando sus derechos y necesidades: éste es el concepto de política que la burguesía difunde a través de los hechos, mientras eleva cándidos himnos a la libertad, a la igualdad, al derecho a una vida digna...

       Así como en el pasado, también en el presente, y sobre todo en el futuro, la política proletaria ha tenido, tiene y tendrá un peso fundamental, no para el miserable mundo individual, sino para la única lucha que será capaz de conducir al conjunto de la sociedad a un desenlace completamente opuesto al que la política burguesa la ha conducido hasta ahora y la conducirá todavía inevitablemente: la lucha proletaria revolucionaria, por la que la clase productiva por excelencia, la clase asalariada, unida bajo un mismo programa político, dirigida por un mismo partido comunista revolucionario, tendrá como objetivo principal el derrocamiento del Estado burgués y de todo su sistema corrupto y corruptor de administración de los recursos productivos y sociales, en su lugar se erigirá el poder dictatorial de la clase proletaria cuyo objetivo será la transformación de arriba abajo de toda la sociedad y su economía ya no basada en el capital y el trabajo asalariado, por lo tanto ya no en las mercancías y el mercado, sino en la producción de bienes utilitarios para satisfacer exclusivamente las necesidades de la comunidad humana. La perspectiva es la del comunismo, tal como lo entendían Marx y Engels, y contra el que -desde su punto de vista, claro está- Berlusconi, como toda la gran burguesía a la que pertenecía, luchaba con todos los medios, los suyos propios, legales e ilegales, y los que el Estado ponía a su disposición. 

 


 

(1) Véase https://www.quirinale.it/elementi/92089

 

18 de junio de 2023

 

 

Partido Comunista Internacional

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